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“El solamente es mi roca y mi salvación.”
Salmo 62: 2
Puede descargar el documento con el sermón aquí: Sermón #80 – Dios Solamente es la Salvación de Su Pueblo
Cuán noble título. Cuán sublime, sugestivo y subyugador. “MI ROCA.” Es un símil tan divino, que únicamente debería aplicarse a Dios.
Miren aquellas rocas y consideren su antigüedad, pues desde sus más altos picos, miles de edades nos han espiado. Cuando esta gigantesca ciudad no había sido fundada todavía, esas rocas ya estaban grises por los años. Cuando nuestra humanidad no había respirado todavía el aire, se nos informa que esas rocas ya eran cosas muy antiguas; son hijas de épocas idas. Miramos estas antiguas rocas con respeto, pues se encuentran entre las primicias de la naturaleza. Descubrimos, escondidos en sus entrañas, vestigios de mundos desconocidos sobre los cuales los sabios sólo pueden suponer, pero que, sin embargo, no pueden conocer, a menos que el propio Dios les enseñe lo que ha existido antes de ellos. Ustedes contemplan la roca con reverencia, pues imaginan todas las historias que podría contarles si tuviera voz; podría relatarles cómo a través de múltiples agentes ígneos y acuosos, ha sido torturada hasta asumir su presente figura.
De la misma manera nuestro Dios es preeminentemente antiguo. Su cabeza y Sus cabellos son blancos como la lana, tan blancos como la nieve, pues Él es “el Anciano de días,” y la Escritura siempre nos enseña a recordar que Él “no tiene principio de días.” Mucho antes que la creación fuese engendrada, “Desde el siglo y hasta el siglo,” Él era Dios.
“¡Mi roca!” Qué historia podría contarles la roca acerca de las tormentas a las que ha estado expuesta; de las tempestades que han asolado su base en el océano, y los truenos que han turbado los cielos por encima de su cabeza; pero ella misma ha permanecido incólume frente a las tempestades, e inconmovible ante los embates de las tormentas. Así ocurre con nuestro Dios. ¡Cuán firme ha estado (cuán inmutable ha sido), aunque las naciones le hayan injuriado, y “aunque los reyes de la tierra consultaran unidos!” ¡Simplemente se queda quieto y pone en desbandada a las filas enemigas, y no necesita extender Su mano! En Su grandeza estática como una roca, Él ha combatido a las olas, y ha esparcido a los ejércitos de Sus enemigos, batiéndolos en retirada en medio de la confusión.
Miren otra vez a la roca: ¡vean cuán firme y cuán inconmovible permanece! No resbala de un sitio a otro, sino que permanece firme para siempre. Otras cosas han cambiado, las islas se han hundido bajo el mar, y los continentes han sido sacudidos; pero vean, la roca permanece tan firme como si fuese el propio cimiento de todo el mundo, y no podrá ser conmovida mientras no naufrague la creación, o mientras no se desaten las ligaduras de la naturaleza. Así es con Dios: ¡cuán fiel es Él a Sus promesas! ¡Cuán inalterable en Sus decretos! ¡Cuán firme! ¡Cuán inmutable!
La roca es inalterable; ninguna de sus partes se ha desgastado. Aquel pico de granito ha brillado bajo el sol, y ha llevado el blanco velo de la nieve invernal. Algunas veces ha adorado a Dios con su cabeza descubierta, y otras veces las nubes le proporcionaron alas discretas para que, como un querube, adorara a su Hacedor; pero ella misma, sin embargo, ha permanecido inalterable. Las heladas invernales no han podido destruirla, y los calores veraniegos no han logrado derretirla. Lo mismo sucede con Dios. He aquí, Él es mi roca. Él es el mismo, y Su reino no tendrá fin. Él es inmutable en Su ser, firme en Su propia suficiencia. Él se mantiene a Sí mismo inmutablemente el mismo, y “por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos.” Los diez mil usos de la roca, además, están llenos de ideas en cuanto al ser de Dios. Ustedes ven aquella fortaleza sobre una alta roca: cuán difícilmente pueden escalarla las propias nubes, y ningún asalto puede perpetrarse tratando de remontar sus precipicios, pues los hombres armados no pueden avanzar, y los sitiados se burlan de ellos desde la cima.
Así, nuestro Dios, es una defensa segura, y no seremos conmovidos pues Él “puso nuestros pies sobre peña, y enderezó nuestros pasos.” Muchas rocas gigantescas son una fuente de admiración por su altura. Desde sus picos podemos ver al mundo extendido a la distancia, como un pequeño mapa. Identificamos un río o un arroyo que serpea a lo largo, como si fuese una vena de plata recostada sobre un manto de esmeralda. Descubrimos a las naciones a nuestros pies, “como gotas de agua en una cubeta,” y las islas son “unos puntitos” en la distancia, mientras que el propio océano no parece sino una palangana de agua, sostenida por la mano de un poderoso gigante.
El Dios todopoderoso es como una roca. Estamos en Él, y desde allí miramos al mundo abajo, y lo consideramos como algo insignificante. Hemos subido a la cumbre de Pisga, desde cuya cima podemos ver a través de este mundo de tormentas y adversidades hasta la resplandeciente tierra de los espíritus: ese mundo que todo ojo y todo oído desconocen, pero que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu Santo. Esta roca poderosa es nuestro refugio y es nuestro observatorio alto, desde donde vemos lo invisible y tenemos la evidencia de cosas que no hemos gozado todavía. Sin embargo, no necesito detenerme para decirles todo lo concerniente a una roca, pues podríamos predicar durante una semana entera acerca de ella; pero les dejamos esas consideraciones para que las mediten durante la semana. “Él es mi roca.” ¡Qué glorioso pensamiento! Cuán seguro estoy, y cuán protegido: y ¡cómo puedo regocijarme al saber que cuando tenga que vadear la corriente del Jordán, Él será mi roca! No caminaré sobre un cimiento resbaloso, sino que me apoyaré en Aquel que no puede traicionar mi pie; y podré cantar, cuando me esté muriendo: “Jehová mi fortaleza es recto, y en él no hay injusticia.”
Ahora dejamos el pensamiento de la roca, y procederemos al tema de nuestro mensaje, que es: Dios solamente es la salvación de Su pueblo.
“El solamente es mi roca y mi salvación.”
Notaremos, primero, la grandiosa doctrina que Dios únicamente es nuestra salvación; en segundo lugar, la grandiosa experiencia de conocer y de aprender que “El solamente es mi roca y mi salvación”; y, en tercer lugar, el gran deber, que ya podrán adivinar, de dar toda la gloria y todo el honor y poner nuestra fe en Él que “es solamente mi roca y mi salvación.”
I. Lo primero es, LA GRANDIOSA DOCTRINA: que Dios “solamente es nuestra roca y nuestra salvación.” Si alguien nos preguntase qué elegiríamos por lema, como predicadores del Evangelio, responderíamos: “Dios solamente es nuestra salvación.” El desparecido y lamentado señor Denham puso al pie de su retrato, un texto sumamente admirable: “la salvación es de Jehová“. Ahora, ese es precisamente el epítome del calvinismo; es su suma y sustancia. Si alguien les preguntase qué significa ser un calvinista, pueden responder: “es alguien que dice: la salvación es de Jehová.” No puedo encontrar en la Escritura ninguna otra doctrina diferente a esta. Es la esencia de la Biblia. “El solamente es mi roca y mi salvación.” Mencionen cualquier cosa que difiera de esto y será una herejía; díganme una herejía, y yo descubriré su esencia en esto: que se ha apartado de esta grandiosa, fundamental, y sólida verdad: “Dios es mi roca y mi salvación.” ¿Cuál es la herejía de Roma sino añadir algo a los méritos perfectos de Jesucristo: agregar las obras de la carne para que ayuden a alcanzar nuestra justificación? Y, ¿cuál es la herejía del arminianismo sino la secreta adición de algo para completar la obra del Redentor? Descubrirán que cada herejía, si es traída a la piedra de toque, se manifestará en esto, negará esto: “El solamente es mi roca y mi salvación.”
Vamos a explicar a fondo esta doctrina. Por el término “salvación” aquí, yo entiendo, no solamente la regeneración y la conversión, sino algo más. Yo no reconozco como salvación lo que regenera, pero luego me pone en una posición tal que puedo quedar fuera del pacto y perderme; yo no puedo llamar puente a una estructura que sólo llega hasta la mitad del río; no puedo llamar salvación a aquello que no me lleve al cielo, que no me lave hasta dejarme perfectamente limpio, y no me ponga en medio de los glorificados que cantan hosannas constantes alrededor del trono.
Si la analizamos en sus componentes, la salvación comprende la liberación, la preservación continua a lo largo de la vida, la sustentación, y al final la reunión de todos esos elementos en el perfeccionamiento de los santos en la persona de Jesucristo.
1. Por salvación entiendo la liberación de la casa de servidumbre en la que nací por naturaleza, y la entrega a la libertad con que Cristo nos hizo libres, cuando “Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos.” Esto, entiendo, es enteramente de Dios. Y yo pienso que estoy en lo correcto en lo relativo a esa conclusión, pues la Escritura me informa que el hombre está muerto; y, ¿cómo puede alcanzar un muerto su propia resurrección? Me enseña que el hombre es totalmente depravado, y odia el cambio divino. ¿Cómo puede un hombre, entonces, provocar ese cambio que él mismo odia? Encuentro que el hombre ignora lo que significa ser nacido de nuevo, y como Nicodemo, hace la necia pregunta: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” No puedo concebir que un hombre haga lo que no puede entender: y si no sabe lo que significa nacer de nuevo, no puede nacer de nuevo por sí mismo. No. Yo creo que el hombre es totalmente impotente en la primera obra de su salvación. No puede romper sus cadenas, pues no son cadenas de hierro, sino cadenas de su propia carne y sangre; primero debe romper su propio corazón antes de poder romper los grilletes que lo aprisionan. Y ¿cómo puede un hombre romper su propio corazón? ¿Qué martillo puedo usar para quebrar mi propia alma, o qué fuego puedo encender para disolver mi corazón? No, la liberación es únicamente de Dios. La doctrina es afirmada continuamente en la Escritura; y quien no crea en ella, no recibe la verdad de Dios. La liberación es solamente de Dios; “la salvación es de Jehová.”
2. Y si somos liberados y somos vivificados en Cristo, la preservación es únicamente del Señor. Si soy un hombre de oración, Dios es quien me conduce a orar: si tengo gracias, Dios me da esas gracias; si doy frutos, Dios me da los frutos; si permanezco en una vida consistente, Dios me sostiene en esa vida consistente. Yo no hago absolutamente nada tendiente a mi propia preservación, excepto lo que Dios hace primero en mí. Toda la bondad que pueda existir en mí, me es dada únicamente por el Señor. Los pecados que cometo, esos son míos. Pero cuando actúo correctamente, eso me es dado por Dios, entera y completamente. Si he repelido a un enemigo, Su fortaleza dio vigor a mi brazo. ¿Derribé al suelo a un enemigo? Su potencia afiló mi espada y me dio valor para asestar el golpe. ¿Predico Su palabra? No soy yo, sino la gracia que está en mí. ¿Vivo una vida santa para Dios? No soy yo, sino Cristo que vive en mí. ¿Soy santificado? Yo no me he santificado a mí mismo; el Espíritu Santo de Dios me santifica. ¿Estoy apartado del mundo? Estoy apartado por la disciplina de Dios. ¿Crezco en conocimiento? El grandioso Instructor me enseña. Encuentro en Dios todo lo que necesito; pero en mí no encuentro nada. “El solamente es mi roca y mi salvación.”
3. Y además: la sustentación es absolutamente indispensable. Necesitamos sustentación de la providencia para nuestros cuerpos, y sustentación de la gracia para nuestras almas. Las misericordias providenciales son enteramente del Señor. Es verdad que la lluvia desciende del cielo y riega la tierra, y “la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come;” pero ¿de qué manos proviene la lluvia y qué dedos destilan el rocío? Es cierto que el sol brilla y hace crecer y brotar y florecer a las plantas, y su calor hace que los frutos maduren en los árboles; pero, ¿quién da al sol su luz, y quién lo usa para esparcir su calor protector? Es cierto que yo trabajo y me afano; mi frente suda; mis manos están cansadas; me arrojo sobre mi cama, y allí descanso, pero no estoy “extinguiendo mis propias fuerzas,” ni atribuyo mi preservación a mi propio poder. ¿Quién fortalece mis músculos? ¿Quién hace a mis pulmones como el hierro, y quién hace estos nervios de acero? “Dios solamente es mi roca y mi salvación.” Él solamente es la salvación de mi cuerpo y la salvación de mi alma. ¿Me alimento de la palabra? Esa palabra no sería alimento para mí, a menos que el Señor la convierta en alimento para mi alma, y me ayude a alimentarme de ella. ¿Vivo del maná que desciende del cielo? ¿Qué es ese maná, sino el propio Jesucristo encarnado, cuyo cuerpo y cuya sangre como y bebo? ¿Estoy recibiendo continuamente frescos incrementos de poder? ¿De dónde saco mi poder? Mi salvación es de Él: sin Él no puedo hacer nada. Como el pámpano no puede llevar fruto a menos que permanezca en la vid, yo tampoco puedo llevar fruto a menos que permanezca en Él.
4. Luego, juntemos los tres pensamientos en uno. La perfección que pronto tendremos, cuando estemos allá, cerca del trono de Dios, será enteramente del Señor. Esa reluciente corona que brillará en nuestra frente como una constelación de refulgentes estrellas, habrá sido elaborada únicamente por nuestro Dios. Voy a una tierra, pero es una tierra que el arado terrenal jamás ha removido, aunque es más verde que los mejores pastos de la tierra, y aunque es más rica que todas las cosechas que la tierra jamás vio. Voy a un edificio con una arquitectura más grandiosa que la que el hombre haya podido concebir jamás; no está construido por una arquitectura de mortales, es “una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.” Todo lo que sabré en el cielo, me lo enseñará el Señor; y cuando al fin me presente delante de Él, diré:
“La gracia coronará toda la obra
A través de los días sin fin;
En el cielo está la principal piedra del ángulo,
Digna de toda la alabanza.”
II. Y ahora, amados, llegamos a LA GRAN EXPERIENCIA. La más grande de todas las experiencias, yo creo, es saber que “El solamente es mi roca y mi salvación.” Hemos estado insistiendo sobre una doctrina; pero la doctrina no es nada, a menos que sea demostrada en nuestra experiencia. La mayoría de las doctrinas de Dios deben aprenderse únicamente en la práctica: llevándolas al mundo y dejando que aguanten el desgaste de la vida. Si yo le preguntara a cualquier cristiano, en este lugar, si esta doctrina es verdadera, si él hubiera tenido alguna experiencia profunda, me respondería: “¡Ay, es verdaderamente cierta!, ninguna palabra en la Biblia de Dios es más verdadera que esa, pues ciertamente la salvación es solamente de Dios.” “El solamente es mi roca y mi salvación.” Pero, amados, es sumamente difícil tener tal conocimiento experimental de la doctrina, que siempre nos impida apartarnos de ella. Es muy difícil creer que “la salvación es de Jehová.” Hay momentos en que ponemos nuestra confianza en algo más que no es Dios, y entonces pecamos cuando vinculamos con Dios cualquier otra cosa que no provenga de Él. Permítanme reflexionar un poco más detenidamente en la experiencia que nos llevará al conocimiento de que la salvación es solamente de Jehová.
El verdadero cristiano estará dispuesto a confesar que la salvación es efectivamente sólo de Dios; esto es, que “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.” Recordando mi vida pasada, veo que desde su comienzo todo ha sido de Dios; efectivamente de Dios. Yo no tomé una antorcha para iluminar al sol; pero el sol efectivamente me alumbró. Yo no comencé mi vida espiritual, no. Yo más bien di coces y luché en contra de las cosas del Espíritu: cuando Él me atrajo, por un tiempo, no corrí tras Él. Había en mi alma un odio natural contra todo lo santo y lo bueno. Sus galanteos eran desperdiciados en mí; las advertencias eran arrojadas al viento; los truenos eran despreciados; y en cuanto a los susurros de Su amor, eran rechazados como cosas sin valor y pura vanidad. Pero estoy seguro que ahora puedo decir, hablando por mí, y a nombre de todos los que conocen al Señor: “El solamente es mi salvación, y la salvación de ustedes también.” Él fue el que hizo volver sus corazones, y los puso de rodillas. Pueden decir con toda verdad, entonces:
“La gracia enseñó la oración a mi alma,
La gracia llenó mis ojos de llanto.”
Y llegando a este momento, ustedes podrán decir:
“La gracia me ha guardado hasta este día,
Y no permitirá que me aleje.”
Yo recuerdo que cuando me estaba acercando al Señor, pensaba que lo estaba haciendo todo por mí mismo, y aunque buscaba al Señor con sinceridad, no tenía la menor idea que el Señor me estaba buscando a mí. No creo que el joven convertido esté consciente de esto al principio. Un día cuando estaba sentado en la casa de Dios, no estaba concentrado en el sermón que predicaba el hombre, porque no creía en lo que decía. De pronto me asaltó el pensamiento: “¿Cómo llegaste a ser cristiano?” Yo busqué al Señor. “Pero, ¿por qué te pusiste a buscar al Señor?” Este pensamiento atravesó mi mente como un relámpago: yo no lo habría buscado a menos que hubiese existido alguna influencia previa en mi mente que me condujera a buscarle. Estoy seguro que no pasarán muchas semanas, después de que se conviertan en cristianos, no pasarán muchos meses, antes de que digan: “yo atribuyo enteramente mi cambio a Dios.” Yo deseo que esta sea mi confesión constante. Yo sé que hay algunas personas que predican un evangelio por la mañana y otro por la noche: que predican un sano y buen evangelio en la mañana, porque están predicando a los santos, pero predican falsedad por la noche, porque están predicando a los pecadores. Pero no hay necesidad de predicar la verdad en una ocasión y la falsedad en la otra. “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma.” No hay necesidad de agregar nada más para atraer a los pecadores al Salvador. Pero, hermanos míos, deben confesar que “la salvación es de Jehová.” Cuando recuerden su pasado, deben decir: “mi Señor, todo lo que tengo, Tú me lo has dado. ¿Tengo las alas de la fe? Yo fui una vez una criatura sin alas. ¿Tengo los ojos de la fe? Yo fui una vez una criatura ciega; yo estaba muerto hasta que Tú me diste vida; ciego, hasta que Tú abriste mis ojos; mi corazón era un repugnante nido de suciedad, pero Tú pusiste perlas allí, si están allí, pues las perlas no son el producto de un estercolero; Tú me has dado todo lo que poseo.”
Y así, si miran al presente, si su experiencia es la de un hijo de Dios, todo lo atribuirán a Él; no únicamente todo lo que han tenido en el pasado, sino todo lo que tienen ahora. Aquí están ahora, sentados en una banca esta mañana; hoy, sólo quiero que consideren dónde se encuentran. Amados, ¿creen ustedes que estarían donde están si no fuera por la gracia divina? Sólo piensen en la severa tentación que tuvieron ayer; ellos “consultaron para arrojarte de tu grandeza;” tal vez fueron tentados como yo lo soy a veces. Algunas veces el diablo parece arrastrarme justo al borde de un precipicio de pecado por algún tipo de ensalmo, llevándome a olvidar el peligro por la dulzura que lo rodea; y en el preciso momento cuando está a punto de arrojarme al abismo, y veo al abismo bostezando a mis pies, una mano poderosa me saca, y oigo una voz que me dice: “evitaré que caigas en el abismo; he encontrado un rescate.” ¿Acaso no sienten que, antes de que el sol se ponga serían condenados, si la gracia no los guardara? ¿Tienes algo bueno en tu corazón que la gracia no te haya dado? Si yo supiera que tengo una gracia que no hubiera venido de Dios, la pisotearía con mis pies, porque no sería una virtud piadosa; la consideraría una falsificación, pues no sería legítima si no procediera de la casa de moneda de la gloria. Podría ser muy semejante a lo legítimo; pero ciertamente es mala, a menos que proceda de Dios. ¡Cristiano!, ¿puedes decir de todas las cosas pasadas y presentes: “El solamente es mi roca y mi salvación?”
Y ahora, miren hacia adelante, hacia el futuro. ¡Hombre!, considera cuántos enemigos tienes; cuántos ríos tienes que cruzar, cuántas montañas tienes que escalar, con cuántos dragones tienes que luchar, de cuántas fauces de leones debes escapar, cuántos fuegos tienes que atravesar, cuántas corrientes tienes que vadear. Hombre, ¿qué piensas? ¿Puede venir tu salvación de cualquier otra fuente que no sea Dios? ¡Oh!, si yo no tuviese el brazo eterno que me apoya, gritaría: “¡Muerte!, arrebátame a cualquier parte; a cualquier parte fuera de este mundo.” Si no tuviera esa especial esperanza, esa única confianza, ¡entiérrenme a diez mil brazas de profundidad, al fondo de la creación, donde mi ser desparezca! ¡Oh!, pónganme lejos, pues soy un miserable si no tengo a Dios para que me ayude a lo largo de mi jornada. ¿Acaso son ustedes lo suficientemente fuertes para luchar con alguno de sus enemigos sin la ayuda de su Dios? No lo creo. Una insignificante criada insensata puede descorazonar a Pedro, y puede abatirte a ti también, si Dios no te guarda. Te suplico que recuerdes esto; espero que lo sepas por la experiencia del pasado; pero procura recordarlo en el futuro, hacia donde te diriges: “la salvación es de Jehová.” No se queden mirando a su corazón, no se queden examinándose para ver si tienen algo bueno que los recomiende, sino que deben recordar que “la salvación es de Jehová.” “El solamente es mi roca y mi salvación.”
Efectivamente, todo nos viene de Dios; y estoy seguro que debemos agregar, todo lo relativo a los méritos. Hemos experimentado que la salvación es enteramente de Él. ¿Qué méritos tengo yo? Si yo pudiera amontonar poco a poco todo lo que he tenido jamás, y luego me acercara a ustedes y les pidiera todo lo que tienen, no podríamos recoger nada de valor entre todos. Nos hemos enterado de algún católico que dijo alguna vez que cuando se pesaran sus buenas obras contra sus malas obras, la balanza se inclinaría a su favor, y que por tanto iría al cielo. Pero no hay tal cosa. He visto a muchas personas, muchos tipos de cristianos, y muchos cristianos singulares, pero nunca me he encontrado con ninguno que haya dicho que tuviera méritos propios al ser examinado muy de cerca. Nos hemos enterado de hombres perfectos, y nos hemos enterado de hombres perfectamente insensatos, y hemos considerado a ambas categorías perfectamente iguales. ¿Acaso tenemos méritos propios? Estoy seguro que no los tenemos, si hemos sido enseñados de Dios. Una vez creímos que los teníamos; pero un hombre llamado Convicción visitó nuestra casa una noche, y se llevó todos los motivos que teníamos de gloriarnos. ¡Ah!, todavía somos viles. Yo no sé si Cowper lo expresó lo suficientemente bien cuando dijo:
“Desde la hora bendita que fui traído a Tus pies,
Y todas mis necedades fueron desarraigadas,
No he confiado en brazo que no sea el Tuyo,
¡Ni espero en nada sino en Tu justicia divina!”
Pienso que él cometió un error, pues la mayoría de los cristianos confían algunas veces en el ego, pero estamos obligados a reconocer que “la salvación es de Jehová,” si la consideramos desde el punto de vista de los méritos.
Mis queridos amigos, ¿han experimentado esto en sus propios corazones? ¿Pueden decir “amén” a eso, al oírlo? ¿Pueden decir: “Yo sé que Dios es quien me ayuda”? Me atrevo a decir que pueden, la mayoría de ustedes puede; pero no lo dirán tan bien como lo harán pronto si Dios les enseña. Nosotros lo creemos, cuando comenzamos la vida cristiana; lo sabemos posteriormente; y entre más vivimos, más descubrimos que es verdad: “Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová.” De hecho, la corona de la experiencia cristiana debe ser despojada de toda confianza en el yo o en el hombre, y debe ser conducida a confiar entera y simplemente en Jesucristo. Yo afirmo, cristiano, que la experiencia más elevada y más noble, no consiste en estar gimiendo acerca de tu corrupción, en llorar por tus descarríos, sino que consiste en decir:
“A pesar de todos mis pecados, afanes y miserias,
Su Espíritu no me soltará.”
“Señor, creo; ayuda mi incredulidad.” Me gusta lo que dice Lutero: “yo correría a los brazos de Cristo, aunque tuviera una espada desenvainada en Sus manos.” A eso se le llama una fe atrevida; pero como dice un viejo teólogo, no existe tal cosa como una fe atrevida; no nos estamos aventurando cuando se trata de Cristo; no hay ningún riesgo; no hay ninguna contingencia en el más mínimo grado. Es una experiencia santa y celestial, cuando podemos ir a Cristo en medio de la tormenta, y decirle: “¡Oh! Jesús, yo creo que estoy cubierto por Tu sangre;” cuando sentimos que estamos cubiertos de harapos, y a pesar de ello decimos: “Señor, yo creo que por medio de Cristo Jesús, a pesar de ser andrajoso, estoy completamente absuelto.” La fe de un santo es poca fe cuando cree como un santo; pero la fe de un pecador es verdadera fe cuando cree como un pecador. La fe, no la de un ser sin pecado, sino la fe de una criatura pecadora: esa es la fe que deleita a Dios. Anda, entonces, cristiano; pide que esta sea tu experiencia, que aprendas cada día que “El solamente es mi roca y mi salvación.”
III. Y ahora, en tercer lugar, vamos a hablar DEL GRAN DEBER. Hemos tenido la gran experiencia; ahora contraemos un gran deber.
El gran deber es: si únicamente Dios es nuestra roca, y lo sabemos, ¿no estamos obligados a poner toda nuestra confianza en Dios, a dar todo nuestro amor a Dios, a poner toda nuestra esperanza en Dios, a entregar toda nuestra vida para Dios, y a someter todo nuestro ser a Dios? Si Dios es todo lo que tengo, entonces, todo lo que tengo será de Dios. Si únicamente Dios es mi esperanza, entonces, yo pondré toda mi esperanza en Dios; si el amor de Dios es solamente lo que salva, Él únicamente tendrá mi amor.
Vamos, déjame hablarte por un momento, cristiano, pues quiero advertirte que no tengas dos Dioses, dos Cristos, dos amigos, dos esposos, dos grandiosos Padres; que no tengas dos fuentes, dos ríos, dos soles, o dos cielos, sino que tengas solamente uno. Quiero pedirte ahora, que ya que Dios ha puesto toda la salvación en Él mismo, que te entregues por entero a Dios. ¡Vamos, permíteme que hable contigo!
En primer lugar, nunca le agregues nada a Cristo. ¿Quieres coser tus viejos harapos a las nuevas vestiduras que Él da? ¿Quieres verter el nuevo vino en las viejas botellas? ¿Quieres juntar a Cristo con tu ego? Sería como uncir a un elefante con una hormiga; nunca podrían arar juntos. ¡Qué!, ¿quisieras aparejar a un arcángel con un gusano, con la esperanza que te arrastren a lo largo del cielo? ¡Cuánta inconsistencia! ¡Cuánta insensatez! ¡Qué!, ¿tú y Cristo? De seguro, Cristo sonreiría; ¡no, Cristo lloraría al pensar en una cosa así! ¿Cristo y el hombre juntos? ¿CRISTO Y COMPAÑÍA? No, eso no sucederá nunca; Él no aceptará nada parecido; Él debe serlo todo. Observen cuán inconsistente sería poner cualquier cosa junto a Él; y noten, además, cuán errado sería. Cristo no soportará jamás que se ponga nada junto a Él. Él llama adúlteros y fornicarios a quienes aman otra cosa que no sea Él; Él demanda que tu corazón entero confíe en Él, que toda tu alma le ame, y que toda tu vida le honre. Él no vendrá a tu casa mientras no le entregues todas las llaves y las pongas en Su cinturón; Él no tolerará que le des todas las llaves menos una; Él no vendrá mientras no le abras el desván, la sala, el comedor, todo, incluyendo el sótano. Te hará cantar:
“Si pudiera reservarme algo,
Y ningún deber me obligara,
Amo a mi Dios con tan grande celo,
Que todo le entregaré.”
Fíjate bien, cristiano; es un pecado no entregarle todo a Dios.
Además, Cristo es agraviado cuando no le entregas todo. Seguramente no deseas ofender a Quien derramó Su sangre por ti. De seguro no hay ningún hijo de Dios aquí que quisiera vejar a su bendito Hermano mayor. No puede haber una sola alma redimida con sangre, que quisiera ver esos benditos ojos dulces de nuestro Bienamado llenos de lágrimas. Yo sé que ustedes no quieren afligir a su Señor; ¿no es cierto? Pero les diré que vejarán Su noble espíritu si aman algo que no sea Él; pues Él los ama tanto, que es muy celoso del amor de ustedes. Se dice, en lo relativo a Su Padre, que es “un Dios celoso,” y con quien tienen que tratar es con un Cristo celoso; por lo tanto, no pongan su confianza en carros, no se apoyen en caballos, sino que digan: “El solamente es mi roca y mi salvación.”
Les ruego que consideren también una razón por la cual no deben mirar a ningún otro lado; y es que si miras a cualquier otra cosa no podrás ver tan claramente a Cristo. ¡Oh!” dices, “puedo ver a Cristo en Sus misericordias;” pero no puedes verle tan bien allí, como si vieses Su persona. Nadie puede mirar a dos objetos a la vez, y verlos a ambos muy claramente. Podrás dar un vistazo al mundo y un vistazo a Cristo; pero no puedes mirar atentamente a Cristo con tus ojos bien abiertos, y todavía echar un vistazo al mundo. Te lo suplico, cristiano, no lo intentes. Si miras al mundo, será una basurita en tu ojo; si confías en cualquier cosa que no sea Él, estarías sentado entre dos banquitos y te caerías al suelo, y tu caída sería terrible. Por lo tanto, cristiano, míralo únicamente a Él. “El solamente es mi roca y mi salvación.”
Además observa, cristiano, yo te pido que nunca mezcles nada con Cristo; pues en verdad, cada vez que lo hagas recibirás azotes por ello. Nunca ha habido un hijo de Dios que albergara en su corazón a uno de los traidores del Señor, que no hubiera recibido una acusación en su contra. Dios ha emitido una orden de cateo contra todos nosotros; y ¿saben ustedes qué es lo que le ha pedido a Sus oficiales que busquen? Les ha pedido que busquen a todos nuestros amantes, todos nuestros tesoros, y a todos nuestros ayudadores. A Dios le importan menos nuestros pecados como pecados, que nuestros pecados e incluso nuestras virtudes, como usurpadores de Su trono. Yo te digo, no hay nada en el mundo sobre lo que pongas tu corazón, que no sea colgado de una horca más alta que la de Amán. Si amas cualquier cosa que no sea Cristo, hará que te sirva de penitencia; si amas tu casa más que a Cristo, la convertirá en una prisión para ti; si amas a tu hijo más que a Cristo, lo convertirá en una víbora en tu pecho y te picará; si tú amas a tus provisiones diarias más que a Cristo, hará que tu bebida sea amarga y la comida sea como arena en tu boca, hasta que entregues tu vida entera a Él. No hay nada que tengas, que Él no pueda convertir en una vara, si amas eso más que a Él; y puedes estar seguro que lo hará, si lo conviertes en algo que robe a Cristo.
Y además considera que si miras a cualquier otra cosa excepto a Dios, pronto caerás en el pecado. Nunca ha habido un hombre que haya fijado sus ojos en cualquier otra cosa, salvo en Cristo, que no se haya extraviado. Si el marinero guía su timón por la estrella polar, irá al norte; pero si conduce algunas veces siguiendo a la estrella polar y otras veces a alguna otra constelación, no sabe hacia dónde se dirige. Si no mantienes tu ojo fijo enteramente en Cristo, pronto estarás perdido. Si alguna vez renuncias al secreto de tu fuerza, es decir, a tu confianza en Cristo; si alguna vez te diviertes con la Dalila del mundo, y te amas a ti mismo más que a Cristo, los filisteos caerán sobre ti, y te raparán las siete guedejas de tu cabeza, y te llevarán para que muelas en la cárcel, hasta que tu Dios te otorgue la liberación haciendo que tus cabellas vuelvan a crecer una vez más, conduciéndote a confiar plenamente en el Salvador. Pon, entonces, tus ojos en Jesús; pues si te apartas de Él, ¡te va a ir muy mal! Te suplico, cristiano, que cuides tus gracias; cuida tus virtudes; cuida tu experiencia; cuida tus oraciones; cuida tu esperanza; cuida tu humildad. No hay una sola de tus gracias que no pudiera condenarte, si la descuidas. El viejo Brooks dice: cuando una mujer tiene un marido, y ese marido le entrega algunos anillos caros, los lleva en sus dedos; y si es tan insensata como para amar a los anillos más que a su marido, si sólo se preocupara por las joyas, y olvidara al marido que se las regaló, ¡cuán airado estaría el marido, y cuán insensata sería ella misma! ¡Cristiano! Te lo advierto, cuida tus gracias; pues podrían llegar a ser más peligrosas que tus pecados. Te advierto que te cuides de todo en este mundo; pues todo tiene esta influencia, en especial un elevado patrimonio. Si tenemos cómodos ingresos, tendremos la tendencia a no mirar mucho a Dios. ¡Ah!, cristiano con una fortuna independiente, cuidado con tu dinero; cuidado con tu oro y con tu plata; serán una maldición para ti si se interponen entre tú y tu Dios. Siempre debes mantener tu ojo en la nube y no en la lluvia, en el río y no en la barca que flota sobre la superficie. No mires a los rayos del sol, sino al sol; atribuye tus misericordia a Dios, y di perpetuamente: “El solamente es mi roca y mi salvación.”
Por último, te pido una vez más que fijes enteramente tus ojos en Dios, y no en algo en ti, ¡porque lo que ahora eres, y lo que fuiste siempre, es que serías un pobre pecador condenado si estuvieses sin Cristo! El otro día, estaba predicando y toda la primera parte del sermón la prediqué como un ministro; de pronto recordé que yo era un pobre pecador, y entonces, ¡de qué manera tan diferente comencé a hablar! Los mejores sermones que predico siempre son aquellos que predico, no en mi condición de ministro, sino como un pobre pecador predicando a pecadores.
Encuentro que no hay nada tan bueno como que un ministro recuerde que no es nada sino un pobre pecador, después de todo. Se dice del pavo real que, aunque posee hermosas plumas, está avergonzado de sus patas negras: yo estoy convencido que debemos sentir vergüenza de nuestros negros pies. Aunque nuestras plumas parezcan muy brillantes a veces, debemos recordar lo que seríamos si no tuviéramos la ayuda de la gracia. ¡Oh!, cristiano, pon tus ojos en Cristo, porque fuera de Él no eres nada mejor que los condenados del infierno; no hay ningún demonio en el abismo que no pudiera hacerte sonrojar, si estás fuera de Cristo. ¡Oh, que fueras humilde! Recuerda que tienes un corazón perverso dentro de ti, aun cuando la gracia esté allí. Tú tienes la gracia: Dios te ama; pero recuerda, tú tienes todavía un tumor maligno en tu corazón. Dios ha quitado mucho de tu pecado, pero todavía permanece la corrupción. Sentimos que aunque el viejo hombre esté de alguna manera sujetado, y el fuego esté más o menos controlado por las dulces aguas de la influencia del Espíritu Santo, podría arder otra vez más que antes, si Dios no lo contuviera. Entonces, no nos gloriemos en nosotros. El esclavo no necesita estar orgulloso de su linaje. Tiene su marca en la mano, hecha con hierro candente. ¡Fuera con el orgullo! ¡Despójense de él! Descansemos enteramente y solamente en Jesucristo.
Ahora, sólo una palabra para el impío: tú, que no conoces a Cristo. Has oído lo que te he dicho, que la salvación es solamente de Cristo. ¿No es esa una buena doctrina para ti? Ya que tú no tienes nada, ¿no es buena? Tú eres un pobre pecador, perdido y arruinado. Entonces, escucha esto, pecador: tú no tienes nada, y no necesitas nada, pues Cristo lo tiene todo. “¡Oh!” dices tú, “yo soy un esclavo.” ¡Ah!, pero Él tiene la redención. “No,” dices tú, “yo soy un negro pecador.” Ay, pero Él tiene la bañera que puede dejarte muy limpio. ¿Acaso dices: “yo soy un leproso”? Sí, pero el Médico bueno puede quitarte tu lepra. ¿Acaso dices: “estoy condenado”? Ay, pero Él tiene tu absolución firmada y sellada, si en verdad crees en Él. ¿Acaso dices: “pero yo estoy muerto”? Ay, pero Cristo tiene la vida, y Él te puede dar vida. No necesitas nada tuyo: nada en qué confiar excepto en Cristo; y si hay un hombre, o una mujer, o un niño aquí, que estén preparados a repetir solemnemente conmigo, con todo su corazón: “confieso que Cristo es mi Salvador, y que no tengo poderes ni méritos míos en los cuales confiar; veo mis pecados, pero veo que Cristo los vence; veo mi culpa, pero creo que Cristo es más poderoso que mi culpa;” yo afirmo, que si alguien de ustedes puede decir eso, pueden retirarse y regocijarse, pues son herederos del reino de los cielos.
Debo contarles una singular historia, que fue contada en nuestra reunión de la iglesia, porque podría haber algunas pobres personas que entendieran el camino de la salvación por medio de ella. Uno de los amigos fue a ver a una persona que estaba a punto de unirse a la iglesia; y le preguntó: “¿podrías decirme qué le dirías a un pobre pecador que viniera a preguntarte cuál es el camino de la salvación?” “Bien,” respondió, “no lo sé: difícilmente podría decírtelo; pero da la casualidad que me ocurrió ayer una situación parecida. Una pobre mujer vino a mi taller, y le expliqué el camino; pero fue de una manera tan sencilla que no me gustaría repetirla.” Oh, sí, dímelo; me encantaría oírlo.” Pues bien, ella es una pobre mujer, que siempre está empeñando sus cosas, y cuando pasa el tiempo, las rescata otra vez. No supe cómo explicárselo excepto de esta manera. Le dije: “mira; tu alma está empeñada al diablo; Cristo ha pagado el dinero de la redención; toma a tu fe como el pago, y sacarás a tu alma del empeño.” Ahora, eso fue algo muy sencillo, pero fue la forma más excelente de impartir un conocimiento de salvación para esta mujer. Es cierto que nuestras almas estaban empeñadas a la venganza del Todopoderoso; éramos pobres, y no podíamos pagar el dinero de la redención; pero Cristo vino y lo pagó todo, y la fe es el comprobante que usamos para sacar a nuestras almas del empeño. No necesitamos poner ni un solo centavo; sólo tenemos que decir: “Señor, yo creo en Jesucristo. No he traído dinero para pagar por mi alma, pero aquí está el comprobante; el dinero se pagó hace mucho tiempo. Esto está escrito en Tu palabra: “La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado.” Si presentas ese comprobante, podrás sacar a tu alma del empeño; y dirás: “he sido perdonado, he sido perdonado, soy un milagro de la gracia.” Que Dios les bendiga, amigos míos, por Cristo nuestro Señor.
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