“Él da en tu territorio la paz; te hará saciar con lo mejor del trigo. Él envía su palabra a la tierra; velozmente corre su palabra”
Salmos 147:14-15
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Discúlpenme, hermanos míos, si no intento hacer ninguna exposición del texto, sino que simplemente trato de dirigirme a ustedes sobre lo que creo que es una inferencia del mismo, o al menos una reflexión a la que podría fácilmente dar lugar. El salmista describe aquí la prosperidad de Jerusalén, y relaciona esa prosperidad con el avance y la difusión de la Palabra de Dios. Creo que nos está enseñando esta gran verdad: que hay una íntima conexión entre el establecimiento y la edificación de nuestra Sión en el interior, y la salida y la difusión de la Palabra de Dios en el exterior, tanto en las provincias de nuestra propia tierra como en todas las regiones del mundo.
Nuestras propias iglesias deben estar en un estado próspero. Como dice el segundo versículo: “Jehová edifica a Jerusalén”, entonces podemos estar seguros de que “reunirá a los desterrados de Israel”. Si hay en las iglesias de nuestra propia tierra altamente favorecida una salud en el espíritu y una abundancia de la gracia de Dios, no debemos temer sino que todas nuestras operaciones se llevarán a cabo con éxito. Dios coronará grandemente nuestros esfuerzos, y nos permitirá ver el deseo de nuestro corazón.
Si éste no es precisamente el significado crítico del texto, permítanme decir que lo utilizaré en este sentido como lema. El tema del discurso de esta noche será la conexión entre una iglesia saludable en su interior, y el crecimiento del reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
En primer lugar, permítanme referirme muy brevemente a los puntos principales que constituyen un estado saludable en la iglesia de Cristo.
Bajo qué condiciones deberíamos estar autorizados a aplicarle la brillante descripción de este salmo: “Bendijo a tus hijos dentro de ti; Él da en tu territorio la paz; te hará saciar con lo mejor del trigo”. Cuando hayamos descrito esta salud, procederemos a mostrar la conexión entre esto y el envío del mandamiento de Dios sobre la tierra, el correr veloz de Su Palabra, y luego concluiremos llevando este principio a la inferencia necesaria.
I. Primero, entonces, ¿cuáles son los puntos que constituyen la salud de la iglesia en su interior?
Para comenzar con lo más importante: la verdadera piedad de todos sus miembros. Una iglesia nunca puede estar en un estado sano y satisfactorio para el trabajo, nunca puede estar en una condición tal que Dios pueda sonreírle complacido, si está mezclada con el mundo, si sus hijos e hijas no se distinguen suficientemente del mundo para ser manifiestamente el pueblo de Dios.
Si acogemos en nuestras iglesias a los que no se han convertido, engrosamos nuestro número, pero disminuimos nuestra fuerza real. Tal vez necesitemos comprar un libro de iglesia más grande, tal vez podamos hacer alarde de nuestros números ante el mundo, e incluso podríamos halagarnos con nuestra aparente prosperidad hasta embotar nuestra mente, pero deberíamos estar retrocediendo cuando pensamos que estamos avanzando.
No hemos conquistado el mundo, sólo nos hemos sometido a él. No hemos traído el mundo a nosotros, sólo nos hemos bajado nosotros a él. No hemos cristianizado a una generación impía, sino que hemos adulterado el cristianismo. Hemos llevado a la casta esposa de Cristo a cometer fornicación entre la gente. No podemos ser demasiado estrictos en el examen de aquellos que son propuestos para la comunión con la iglesia.
Le mostraré que hay métodos por los cuales el fanatismo puede excluir a una gran proporción de aquellos a quienes Dios ha llamado, poniendo tal grado de conocimiento como prueba de la experiencia cristiana, que muchos de los corderos del rebaño permanecen balando fuera del redil y nunca pueden venir y participar de su pasto. Este mal, sin duda, debe evitarse.
Pero, por otra parte, es muy posible que la caridad más plena con la que la dulzura de la mente de nuestro Salvador y el amor del Espíritu pueden imbuirnos, se mezcle con la firmeza más severa en la ejecución de una confianza sagrada y con la discreción más prudente en el mantenimiento de la pureza del discipulado, cuando estamos comprometidos en la aceptación o el rechazo de los candidatos a la comunión de la iglesia visible.
Si mañana pudiéramos traer a la iglesia un número suficiente de hombres impíos pero morales para duplicar nuestros números, para duplicar nuestra membresía, para duplicar nuestros lugares de culto, para permitirnos duplicar el número de nuestros misioneros, al sucumbir a la tentación procuraríamos una maldición en lugar de una bendición. Nos mantenemos en nuestra pureza, y sólo en nuestra pureza. Si una vez perdemos nuestros principios distintivos, si una vez volvemos e intentamos nacionalizar la iglesia, y nos apartamos de la distinción que hemos procurado mantener entre la iglesia y el mundo, la bendición de Dios se retirará de nosotros, dejaremos de ser fuertes por dentro y poderosos por fuera.
¡Oh! que Dios nos conceda a cada uno de nosotros, que somos los pastores de la iglesia, esa vigilancia incesante y esa constante vigilancia por las que seremos capaces de detectar a los lobos con piel de oveja, y por las que seremos capaces de decir con calma, con severidad, pero con amor, a los que vienen ante nosotros buscando la comunión, sin pruebas satisfactorias de que pertenecen a la familia viva de Dios: “Debes seguir tu camino hasta que el Espíritu de Dios haya tocado tu corazón, porque hasta que no hayas recibido la fe viva en Jesús, no podemos recibirte en el número de sus fieles”.
Además de la piedad sincera de todos los miembros de nuestra iglesia, creo que debemos observar muy cuidadosa y firmemente la solidez del Evangelio que proclamamos y predicamos. Digo solidez, y aquí posiblemente esté tocando un tema delicado, pero lo que muestra este tema ¡es de la mayor y más alta importancia! Yo afirmo que en la declaración de los ministros de Cristo no debe haber uniformidad, pues eso no es consistente con la vida, sino unidad, que no sólo es consistente con la vida, sino que es una de las marcas más elevadas de una existencia saludable.
No creo que llegue el momento en que todos coincidamos y utilicemos los mismos términos y frases al exponer las verdades doctrinales. No creo que haya un período, a menos que sea en ese milenio tan esperado, en el que cada hermano pueda adherirse al credo de los demás, en el que seamos idénticos en nuestras apreciaciones, experiencias y exposiciones del Evangelio en el sentido más completo de la palabra.
Pero sostengo que debería haber, y debe haber si nuestras iglesias han de ser sanas y sólidas, una adhesión constante a las doctrinas fundamentales de la verdad divina. Estaría dispuesto a ir muy lejos en aras de la caridad, y admitir que gran parte de la discusión que ha existido incluso entre arminianos y calvinistas no ha sido una discusión sobre la verdad vital, sino sobre los términos en que esa verdad vital debe ser declarada.
Cuando he leído el conflicto entre ese gran hombre que hizo resonar estos muros con su voz, el Sr. Whitefield, y ese otro gran hombre igualmente útil en su día, el Sr. Wesley, he sentido que contendían por las mismas verdades, y que la vitalidad de la piedad no era lo que principalmente estaba en juego en la controversia.
Pero hermanos míos, si alguna vez se llega a poner en duda la divinidad de Cristo o la personalidad del Espíritu Santo, si se llega a usar términos evangélicos en el sentido más contrario al que jamás se les ha dado en ninguna época de la verdad, si se llega a estropear y echar a perder nuestras ideas de la justicia divina, y de esa gran expiación que es la base de todo el Evangelio tal como nos ha sido entregado, entonces es hora, hermanos míos, de que de una vez por todas se tire la vaina a un lado y se desenvaine la espada.
Contra cualquiera que asalte esas preciosas verdades vitales que constituyen el corazón de nuestra santa religión, debemos contender hasta la muerte. No es posible que una afirmativa y una negativa puedan ser dos puntos de vista de la misma verdad. Se nos dice continuamente, cuando un hombre contradice a otro, que no ve sino con otros ojos.
Es más, hermanos míos, el uno es ciego, no ve nada; el otro ve, teniendo iluminados los ojos de su entendimiento. Puede haber dos visiones de la verdad, pero dos visiones de la verdad no pueden ser directamente antagónicas. Una debe ser la verdadera y la otra la falsa. Ningún esfuerzo de mi imaginación me permite anticipar que pueda llegar el momento en que el “sí” y el “no” puedan acostarse cómodamente en la misma cama.
No puedo concebir de ninguna manera que pueda existir una alianza matrimonial entre lo positivo y lo negativo. ¿Piensas que tales cosas pueden existir? Ciertamente hubo gigantes en un tiempo, cuando los hijos de Dios veían a las hijas de los hombres, y puede que vivamos para ver herejías gigantescas, cuando los propios hijos de Dios miren a las hermosas hijas de la filosofía, y monstruosos delirios acechen sobre la tierra. La falta de unión acerca de la verdad prueba de forma muy clara que el cuerpo de la iglesia no se encuentra en un estado saludable.
No se puede decir que el sistema de un hombre esté en condiciones normales si ese hombre prefiere las cenizas al pan, y prefiere el agua de la zanja a la que fluye de la fuente burbujeante. Un hombre debe ser poco sano, de lo contrario no utilizaría tal basura. Debemos velar por la preservación de la salud de la iglesia. Ay, si sus doctrinas están contaminadas, su fe no se mantendrá, y si la iglesia no está sana, quién puede decir qué ocurrirá después.
Pero para no detenernos más aquí, me parece que el siguiente punto importante con respecto a la verdadera salud de la iglesia en el interior, será más y más el espíritu de unión. Esta sociedad representa felizmente en gran medida este vínculo de hermandad salvado.
Puede que se haya convertido en algo confesional, pero nunca se pretendió que lo fuera, ni es culpa de los que la mantienen, no porque la hayan hecho exclusiva, sino porque otras confesiones se han separado un poco y han establecido sociedades propias.
La Sociedad Misionera de Londres comprendía a todos los hombres cristianos, estuvieran o no en su constitución. Creo que todos somos elegibles para convertirnos en miembros, y todos podemos, en la medida de nuestras posibilidades, ayudar a enviar el Evangelio por sus medios. Pero, ¡ay! persiste entre nuestras iglesias, y espero que no sea más que un rezago de lo que pronto expirará, todavía un espíritu de desunión porque no estamos de acuerdo en las ceremonias.
Es necesario que tengamos muchas comuniones, porque no podemos vernos cara a cara en disciplina, mientras que, sin embargo, somos real y vitalmente uno. Debemos tener, supongo, diferentes caminos, y no podemos comulgar y conversar unos con otros como miembros de la misma familia, y como partes del mismo cuerpo divino.
Siempre que el pie está en enemistad con la mano debe haber algo como locura en el cuerpo, no puede haber una mente sana dentro de esa estructura que está dividida contra sí misma. Y si hay entre nosotros algún remanente del espíritu de división, si hay algo en nosotros que nos haría excomulgar y cortar con hermanos porque no podemos ver con ellos en todos los puntos de la brújula espiritual, aunque estamos de acuerdo en lo principal, si es así, entonces debe haber en algún lugar u otro una enfermedad malsana, debe haber canas aquí y allá, que nos han robado aunque no lo sabíamos.
Oh, mi corazón anhela ver una unión más completa entre los ministros de Cristo Jesús. Creo que hay más de lo que a veces creemos. Estoy seguro de que cuanto más nos conocemos, mejor nos amamos. La desconfianza puede surgir de la falta de conocimiento personal, necesitamos estar más frecuentemente en compañía, y si las iglesias fueran más activas, de modo que estuviésemos en contacto, creo que descubriríamos más de una unidad real de la que tal vez pensamos que ha comenzado a existir.
Y ¡oh! que esta unidad crezca y continúe, y que no sea meramente una alianza evangélica en la forma, sino una alianza espiritual de hecho, que su enunciación salga de cada labio y de cada corazón, y que haya un amor real hacia cada uno de los otros miembros de esa alianza, al llevar a cabo sus principios al máximo y en la mayor medida.
Estos tres puntos, pureza de vida, solidez de doctrina y unidad de los ministros de la iglesia de Cristo, ayudarán a constituir una iglesia saludable en el interior. Todas estas cosas, sin embargo, no servirán de nada a menos que se añada otra, a saber, la actividad constante.
Todos tenemos nuestros momentos en que nos sentimos aburridos, y apáticos, y cargados, cuando preferiríamos estar en cama todo el día que levantarnos, preferiríamos sentarnos en la silla que ir a los negocios o subir al púlpito, o cuando estamos en el púlpito, encontramos que nuestro cerebro no funciona, y no podemos poner la energía que quisiéramos. La lengua puede ser como un escritor listo, pero no podemos hablar como desearíamos.
A veces sentimos que no estamos bien, que algo va mal en nuestro cuerpo. Y la iglesia de vez en cuando entra en el mismo estado. A intervalos, algún discurso serio despierta a los miembros a una acción espasmódica, y luego vuelven a su apatía y tibieza laodicense.
Algunas veces se sienten como si fueran a arrasar con todo, pero enseguida se sientan de nuevo en tranquila seguridad. Tenemos cientos de nuestras iglesias, de las cuales recibo continuamente una respuesta como ésta a la pregunta: “¿Cómo prosperan ustedes?” “Bien, no estamos creciendo mucho, no hemos añadido almas a la iglesia, pero estamos muy cómodos”. Esa misma comodidad se ha apoderado de una gran proporción de la iglesia del Señor Jesucristo. Es una maravilla que estén cómodos mientras las almas están muriendo y los pecadores pereciendo, cuando el infierno se está llenando y el reino de Cristo no se está extendiendo.
Pero aun así se sienten muy cómodos, y llegan a considerar los avivamientos y el aumento de la iglesia como maravillas y prodigios, más bien como cometas que vienen de vez en cuando, que en lugar de cantidades que han de permanecer con nosotros, y ellos además adquieren el hábito de cuestionar el espíritu de avivamiento y pensar que cuando la iglesia está viva, se ha emocionado, que ha estado bebiendo y está intoxicada, en lugar de creer que es sólo su evidencia real de salud. Cuando ella está en salud, ella está trabajando con todas sus manos, orando con todas sus lenguas, llorando con todos sus ojos, y agonizando con Dios en oración con todo el poder de sus muchos intercesores.
Oh, hermanos míos, todos nos equivocamos cuando pensamos que la iglesia está sana cuando está cómoda y quieta. Es la salud de un charco estancado, la salud de un cementerio, la salud de un ataque de desmayo, un ataque que está al borde mismo de la muerte. Que Dios se complazca en liberar un poco de sangre de nosotros, para que podamos descubrir lo que la iglesia realmente es cuando despliega toda su energía. Si viéramos a una reina sentada sobre un montón de basura, con el cabello revuelto y suciedad en sus vestiduras, si nunca moviera ni pies ni manos, sino que se sentara a dormir en su miseria, ¿podrían pensar que es una reina en toda su dignidad?
Levántate, Virgen Hija de Sión, y permítenos contemplarte en tu belleza, sacúdete del polvo, y ponte tus hermosas vestiduras, y asciende a tu trono; entonces los hombres verán lo que eres.
Cuando estás ociosa, y descuidada, y sin oración, estás enferma y a punto de morir, pero cuando estás ansiosa, y te esfuerzas, y te afanas, entonces estás en el estado en que tu Señor te quiere, tú le bendices y Él te ha bendecido.
Un punto más y concluiré esta descripción de la salud de la iglesia. La iglesia nunca está sana si no abunda en oración. He conocido reuniones de oración que han sido como las campanas del campanario de la parroquia, una parroquia muy pobre donde nunca había suficientes campanas para tocar un repique. El ministro ha tenido que orar dos veces y leer un largo capítulo para agotar el tiempo, o para satisfacer la necesidad de manera aún más eficiente, ha llamado a un hermano que tenía el don de suplicar durante veinticinco minutos y luego concluía pidiendo perdón por sus faltas.
Y entonces los pocos amigos, los mártires de corazón valiente y abnegado, que fueron a escuchar la Palabra de Dios, se vieron obligados a soportar la tortura de oír una oración como ésa. Esos hermanos deben ir y venir, y nunca sentir que Dios ha estado en medio de ellos, y nunca han estado cerca del trono de Dios, nunca han tenido la lucha con el ángel, nunca han hecho descender una bendición, porque el hombre ha estado orando contra el tiempo, “ocupando los pocos minutos”, como ellos lo llaman, y no ha habido verdadera intercesión o acercamiento a Dios.
Ahora bien, ¿qué iglesia puede considerarse como Cristo quiere que sea, cuando sus miembros se reúnen para orar y no constituyen más que un puñado? No me importa si el lugar está lleno en sus otros servicios, la iglesia no es próspera si las reuniones de oración son escasas. No significa nada si esa iglesia ha enviado un cien, o quinientas, o mil libras a la Sociedad Misionera, escribe “Icabod” en sus paredes, a menos que los hermanos se reúnan para orar.
El ministro más erudito puede instruir al pueblo, el predicador más serio puede defender la causa de Dios ante los hombres, pero si no tiene con él un grupo de hombres que defiendan la causa del hombre ante Dios, sus súplicas serán en vano. Cierra esa casa en la que los hombres han dejado de orar, o si la abres, que tu apertura sea una reunión de oración sincera y ferviente.
Tengo que lamentar y confesar en mi propio caso, que he tenido que sentir en mí mismo, y creo que puedo hablar por muchos otros, una falta de oración con respecto al esfuerzo misionero especialmente. Estas cosas no se nos presentan como la miseria de Londres, pero por los Misioneros de la Ciudad, y por los pecadores de nuestras propias congregaciones, confío en que no necesitamos argumentos para hacernos orar. Estos argumentos están ante nosotros todos los días.
Oramos por nuestras propias familias y congregaciones, pero los paganos están al otro lado del mar, a muchos kilómetros de distancia. Puede que de vez en cuando veamos a un Lascar en la calle, o el rostro sombrío de un hindú, y entonces nuestra alma respira una breve oración silenciosa, pero ¡ay! en su mayor parte, muchos cristianos podrían decir que pasan meses enteros sin llevar la causa de los paganos que están en la oscuridad, ante el trono de Dios, y cómo podemos esperar, mientras exista esta poca salud entre nosotros, que Dios bendiga nuestras operaciones misioneras.
Sión debe sufrir dolores de parto antes de dar a luz. Puede usar todas sus armas, pero si retiene el gran ariete de la oración, nunca romperá los muros de la Jericó espiritual. Puede usar cualquier otro instrumento, pero a menos que tome el arma de John Bunyan de “todo oración”, nunca pondrá en fuga al gran enemigo de las almas. Sí, hermanos míos, queremos fidelidad, queremos salud, queremos que se nos dé un espíritu de oración, entonces podemos concluir que todo está bien con nosotros.
Se dejará a cada corazón individual y a cada miembro de la iglesia, responder por sí mismo a la pregunta, si su propia iglesia está en un estado de salud espiritual, tomando estas cosas como prueba, a saber, pureza, solidez, unidad y oración.
II. Ahora tengo que mostrar la conexión entre una iglesia sana en el interior y la difusión del reino de Cristo en el exterior.
Para la mente de los sencillos esto será suficientemente claro. Supongamos que todas las iglesias degeneran en una deficiencia de vida, y en la proximidad de la muerte espiritual. Supongamos que el púlpito en nuestra tierra da un sonido incierto. Como resultado, el pueblo de Dios comienza a renunciar a reunirse, no hay multitudes que se congreguen para oír la Palabra, los lugares comienzan a quedar vacíos, las reuniones de oración se vuelven cada vez más desiertas, los esfuerzos de la iglesia todavía pueden llevarse a cabo, pero son meramente una cuestión de rutina, no hay vida, no hay corazón en ella.
Estoy suponiendo un caso que puedes apreciar, un caso que confío que nunca veamos. Las cosas empeoran cada vez más, las doctrinas del Evangelio quedan expurgadas y desconocidas, los que temen al Señor ya no se hablan entre sí. Aun así, durante un tiempo el dinero sigue entrando en la sociedad, y se sostienen las misiones en el exterior.
¿No se imaginan leer en el siguiente informe: “No hemos tenido conversos este año, nuestros ingresos se mantienen, pero a pesar de eso, nuestros hermanos sienten que están trabajando bajo las mayores desventajas posibles, de hecho, algunos de ellos desean regresar a casa y renunciar a la obra”.
Otro año: el espíritu misionero se enfría en las iglesias, sus fondos disminuyen. Otro año, y otro más, se vuelve un punto discutible entre nosotros si las misiones son absolutamente necesarias o no.
Hemos llegado por fin al punto más avanzado al que ya han llegado algunos teólogos, y empezamos a preguntarnos si Mahoma y Confucio no tuvieron una revelación de Dios al igual que Jesucristo. Y ahora empezamos a decir: “¿Es necesario que extendamos el Evangelio al extranjero? Hemos perdido la fe en él, vemos que no hace nada en el interior, ¿debemos enviar al otro lado del mar lo que aquí es un medicamento en el mercado, y distribuir como cura para las heridas de las hijas de Sidón y de Tiro lo que no ha curado a las hijas de Jerusalén?”.
Puedo concebir que primero se abandonara una estación y luego otra, y que las que se mantuvieran sólo se mantuvieran en virtud de una vieja costumbre que se recordaba que había existido en los absurdos días de los evangelistas. Puedo imaginar a la iglesia degenerando más, y más, y más, hasta que al final su falta de salud mostrara claramente que sería imposible que alguna vez pudiera mantenerse en el exterior.
Basta con echar un vistazo a la naturaleza para encontrar analogías. Hay un pozo de agua que brota, y la gente del distrito acude a él, se dice que tiene propiedades saludables, los hombres vienen y beben en él y se refrescan. De repente, el manantial secreto empieza a faltar, por unos medios u otros el agua se traslada a otro lugar, y el manantial ya no está allí. Puedes imaginar que este lugar dejaría de ser una vía pública, ya no habría pasajeros. Donde multitudes de hombres y mujeres solían beber con alegría y regocijo, no se ve ni una sola persona.
O supongamos también que el sol, en su esfera, ilumina a todos los planetas y, con su fuerza de atracción, hace que se muevan con regularidad en sus órbitas. De repente el fuego del sol se apaga, su poder de atracción disminuye también y se extingue. ¿No puedes imaginar que el resultado debe ser fatal para todos los planetas que giran a su alrededor? ¿Cómo se sostendrán en su luz y calor, o cómo se mantendrán en sus esferas cuando el poder que los mantenía allí haya desaparecido? No, la profecía se cumple, el sol se convierte en tinieblas y la luna en sangre, y las estrellas caen del árbol como hojas de higuera marchitas.
¿Y qué es la Iglesia para nuestros puestos misioneros sino como el sol? ¿No es su luz la que brilla? ¿No reciben de ella sus instrucciones en la Palabra de Dios, la luz del mundo? ¿Y no son esos puestos los rayos de la gran luminaria central? Si pierde su poder y su luz, ¿qué será del resto del mundo? ¿No debe la oscuridad total cubrir todas las naciones? Oh, sí, hermanos míos, si no lo sabemos, pronto lo sabremos si Dios nos pone a prueba.
Si una vez se extinguiera la gloria de Inglaterra, si una vez se apagara el cristianismo de América, ¿dónde estaría entonces toda la piedad vital? ¿Cómo se sostendrían esos organismos que dependen de nosotros si nuestra piedad interior se extinguiera una vez? No, debemos fortalecer los barrotes de nuestras puertas, debe haber paz en nuestras fronteras, y debemos estar llenos del mejor trigo, o de lo contrario la Palabra de Dios no correrá muy rápidamente, ni Su mandamiento será enviado sobre la tierra.
Permítanme esforzarme muy brevemente por mostrar cuál es esta conexión. Hay una conexión directa entre la pureza de la iglesia en el interior y el progreso del cristianismo en el exterior; una conexión directa, tendremos que hablar de la conexión más indirecta más adelante. Las inconsistencias de los cristianos ingleses han demostrado ser una de las mayores barreras para el progreso del reino de Cristo en otras tierras.
Un excelente ministro de la iglesia en Francia me dijo, y me lo dijo con una triste seriedad también, que el protestantismo recibió un severo revés en París por la conducta inconsecuente de los hombres cristianos de allí, aquellos que se proclaman protestantes al menos, si no son miembros de nuestras iglesias. “Ahora, señor”, dijo, “cuando un hombre visita París, que es protestante, un protestante inglés, no diré un miembro real de su iglesia, ciertamente, cuando viene a París, descuida toda asistencia al día de reposo”, y los romanistas, si se les habla de su constante incumplimiento del día santo, responderán a los cristianos reformados de Francia: “Miren a los protestantes de Gran Bretaña cuando están aquí, ¿atienden a su religión en el extranjero mejor que nosotros?”.
Me han asegurado varios pastores que viven en París, que es un hecho espantoso y lamentable, que los hombres cuando van al Continente parecen ir allí para deshacerse de su religión, cuando desembarcan en esas costas asumen el atuendo de un viajero, y piensan que se les puede permitir asistir a los lugares de culto católico romano en el día del Señor, y no se les ve adorando a Dios con sus hermanos donde todavía se mantiene el culto en lengua inglesa.
Puedo asegurarle que se me pidió afectuosamente que aprovechara una oportunidad temprana para presentar una queja prominente contra el cristianismo de Inglaterra por su inconsistencia en el extranjero. En nombre de los pastores de Francia hablo, y en nombre de los pastores de l’Oratoire creo que hablo también, creo que hablo por cinco de ellos al menos, suplico a los hombres cristianos que van al extranjero, que no permitan que olviden su cristianismo, sino que recuerden que los ojos de los hombres están todavía sobre ellos, y si no los ojos de los hombres, ciertamente los ojos de Dios.
Permítanme darles otro hecho que prueba que cuando la iglesia no es sólida en el interior, no le irá bien en el exterior. En el último Informe de la Sociedad Misionera Bautista, observé un gran problema por el que ciertas estaciones han pasado recientemente, un problema al que han sobrevivido, pero que ha reducido materialmente su utilidad.
Ciertos hermanos que sostenían puntos de vista eclesiásticos bastante extremistas pensaron que era necesario, en lugar de llevar a cabo operaciones entre los completamente paganos, ponerse a trabajar para convertir a los que ya eran cristianos a su propio credo, y el efecto en los pueblos donde probaron su esquema fue que al dar más caridad de la que una sociedad más pobre podía permitirse, lograron atraer a una gran proporción de las congregaciones a una forma diferente de servicio protestante.
El resultado fue precisamente éste, fueron informados por estos pastores, buenos hombres, sin duda, de que la secta a la que una vez pertenecieron era un cuerpo innoble en su propio país, y no poseía ninguna influencia. Y por primera vez los hindúes respondieron que había hombres cristianos que podían depreciarse unos a otros, que había profesantes de esta única religión que se tenían una aversión mutua mayor que la que jamás tuvieron dos sectas del paganismo. El efecto en las mentes de los aldeanos no sólo fue desastroso para esa única misión, sino para el cristianismo mismo. Comenzaron a sospechar que la casa que estaba dividida contra sí misma no podía tener sus cimientos en la verdad.
Hermanos míos, cuando lleguemos a la unidad de doctrina y a la pureza y coherencia de vida, la acción directa de los miembros de nuestra iglesia y de nuestros misioneros en el mundo pagano será mucho más saludable y eficaz de lo que es. No dudo de que, si tuviera un conocimiento más amplio y extenso de los procedimientos de la iglesia en otras tierras, podrían multiplicar los casos de este tipo, en los que nuestras faltas en el interior han sido grandes inconvenientes para nuestro éxito en el exterior.
Y, sin embargo, la sociedad, creo, puede ser considerada en su mayor parte como indirecta, pero, no obstante, tan potente como si fuera directa. Si nuestras iglesias no son verdaderas, si no son guardadas por Dios, si no son puras, santas y orantes, comenzarán a perder el espíritu misionero, y cuando el espíritu misionero se evapore, ¿de qué servirá el cuerpo misionero? Enterradlo, sí, en Bloomfield Street cavaremos su tumba, o en Moorgate Street haremos una bóveda. Ponedle su mortaja y dejad que tenga un entierro con lágrimas en los ojos, porque si el espíritu misionero se pierde en las iglesias, de nada serviría intentar mantener la apariencia del cuerpo de la Sociedad.
Todos sabemos lo que es el espíritu misionero y, sin embargo, ninguno de nosotros podría describirlo con exactitud.
Es algo que hace que un hombre anhele ver a otros salvados, y lo hace suspirar especialmente por aquellos que no tienen medios de gracia en sus propias tierras, para que les sean llevados esos medios, a fin de que puedan ser salvados. Esto los lleva a la abnegación, y a la oración ferviente por aquellos que son siervos diligentes. Extingue la salud de la iglesia, y habrás perdido ese espíritu.
Nunca podemos esperar el rubor de la salud en la mejilla, a menos que haya salud en el interior. El espíritu misionero es justamente esa flor, que pronto desaparecerá si la tisis se apodera de la estructura. El espíritu misionero sólo puede ser mantenido por el mantenimiento de la vida y la vitalidad en la iglesia.
Pero además, si se quita el espíritu misionero, por supuesto que se retira toda la oración, y con ella todo el poder para abrir las nubes del cielo. Si los vientos del Espíritu Santo, hermanos, se alejan de nuestras iglesias en el interior, nuestra Sociedad Misionera será como un barco en el mar con sus velas desplegadas, y sus velas bien aparejadas, pero sin un soplo de aire que la mueva hacia su puerto. Allí permanecerá hasta que perezca en las rocas o se hunda en la calma. No puede servir de nada, no puede dar gloria a su Dios, no puede llevar un cargamento de espíritus vivos hasta el puerto del cielo, a menos que haya una oración en el interior para despertar a todos los vientos, y soltarlos sobre ella para acelerarla en su curso destinado.
Con esa falta de oración también, debes recordar que suspendes todas las esperanzas de encontrar nuevos misioneros. A menudo me he preguntado si nuestras iglesias están eligiendo los mejores medios para encontrar hombres jóvenes que serían útiles en el campo misionero. Crece hoy en día la falta de ministros para nuestro propios púlpitos. No puedo decir por qué es así, excepto que me parece que no se alienta lo suficiente a los jóvenes cuando tienen aptitudes para la predicación, para que se esfuercen por ejercitarlas lo mejor que puedan.
Conozco a un hermano que tiene por norma, si un joven muestra algún tipo de habilidad y le pide una recomendación para la universidad u otra cosa, estrangularlo si puede. “Tú”, dice, “¿quién eres? Estoy seguro de que nunca llegarás a ministro, sólo sabes hablar, señor; no sirves para nada”. Y muchos jóvenes que podrían haber sido empleados útilmente en esa iglesia, han sido alejados de ella para buscar un espíritu más afín, porque han sido rechazados en sus intentos de hacer algún servicio.
Por supuesto, si nunca intentamos cultivar ministros, o sacarlos del mundo, entrenarlos y guiarlos al lugar donde sus talentos puedan ser probados, no tendremos derecho a esperar la bendición de Dios en este asunto. Sólo deja de cultivar trigo, y tendrás muy poco de él. Dios levanta hombres y los envía, pero al mismo tiempo obra por medios, y hace que la iglesia use medios para sacar miembros.
La antigua iglesia de los valdenses utilizaba los mejores medios que creo que jamás se idearán. Cada pastor de la iglesia tenía un joven con él, y trataba de formarlo, manteniéndolo en conversación habitual con él, y enseñándole lo que sabía de la disciplina pastoral y de la predicación de la Palabra. De modo que cuando el único ministro moría, no tenían que buscar sucesor, allí estaba él, listo a la mano entre los jóvenes que habían salido de aquella iglesia.
Nuestra nación solía jactarse de que podía cultivar todo lo que necesitaba, no nos importa la jactancia en estos tiempos de libre comercio, pero sí decimos que nuestras iglesias deben cultivar todo lo que necesitan para sí mismas. No deben ir siempre a cien millas para conseguir pastores cuando pueden obtenerlos entre ellas. No van al extranjero por diáconos. ¿Por qué no tener pastores de entre ellos mismos que fueron criados desde la niñez en la iglesia?
¡Ah! si una vez nos volvemos inseguros en nuestras iglesias, y la oración se enfría, ¿de dónde vendrán los hombres que sucederán a aquellos héroes de Cristo cuya sangre fue derramada por manos paganas? ¿Dónde encontraremos a los sucesores de Knibb y Williams? ¿Dónde encontraremos a los sucesores de Moffat y Livingstone, a menos que se conserve y mantenga el saludable tono de la abnegación cristiana y la santa firmeza del fervor divino? ¿Creéis que podréis reclutarlos en el exterior? ¿Cree que surgirán a su llamada? Oh, no. Una cosa es obtener dinero para mantener a un hombre, obtener un pasaje gratis para él, y una temporada donde pueda ser mantenido, pero otra cosa es encontrar a tu hombre.
Y puedes perder a tus hombres porque no los estás buscando, puedes pasar por alto a los hombres a quienes Dios honraría más, porque no llegan a tu nivel de logros escolásticos o dones oratorios. Puede que lleguen a ese nivel con el tiempo. Esforzándoos juntos con la oración, con simpatía e interés en su bienestar, Dios los enriquecería, y entonces podríais encontrar un grupo de héroes que serían como la vieja guardia que nunca podía rendirse, sino que en cada batalla en la que entraran expulsarían a sus enemigos delante de ellos, incluso hasta los confines de la tierra.
III. El último punto es uno sobre el cual me gustaría predicar breve pero seriamente a mí mismo y a todos los aquí reunidos. Si es cierto, y estoy seguro de que lo es, que la salud de la iglesia en el interior está vitalmente conectada con el éxito de la Palabra de Dios predicada en el exterior, entonces, queridos hermanos y hermanas, recordemos que también debe tener una conexión con nuestra propia posición personal ante los ojos de Dios.
La verdad es como el cristal, que conserva su forma aunque se rompa casi hasta un átomo invisible. Y así la verdad de que nuestro éxito depende de toda la iglesia es igualmente cierta, cuando la reducimos a esto, que, nuestro éxito en una medida depende de la vitalidad, salud y piedad de cada individuo.
Si tú fueras como cristiano, hermano mío, un organismo separado y distinto, un cuerpo enteramente separado de todos los demás, podrías no estar nunca tan enfermo, y nadie más sufriría, pero no lo eres. Recuerda que eres un miembro de Su cuerpo, de Su carne, y de Sus huesos, y sostenemos que es un hecho precioso, que si un miembro sufre, todos los miembros sufren, y si un miembro se regocija, todos los miembros se regocijan y comparten la alegría. ¿No debe ser igualmente cierto que si un miembro no está sano, la falta de salud de ese miembro mancha hasta cierto punto al conjunto?
La iglesia tenía todas las cosas en común en los días de los apóstoles en lo temporal, hasta el día de hoy tiene todas las cosas en común en lo espiritual. Todos sacamos del mismo tesoro, por otra parte debemos contribuir al mismo. Si contribuyes menos, hay menos en el tesoro, si tus esfuerzos son más débiles de lo que deberían ser, los esfuerzos de toda la iglesia son más débiles. Créanlo, si no hay uniones biológicas entre hombre y hombre, hay tales uniones espirituales que los pensamientos, actos y palabras de cualquier hombre afectan en cierto grado, aunque sea inapreciable para nuestros sentidos, los hechos y acciones de todo hombre viviente, y tal vez de todo hombre que viva hasta el fin de esta dispensación terrenal.
La palabra no tiene fin, es infinita. Es como la piedra que se deja caer en el lago, los círculos son cada vez más amplios. Así, tu influencia para el bien o para el mal no conoce límites. Puede ser pequeña sobre un individuo, pero entonces ese individuo la prolonga sobre otro, y él sobre otro aún, hasta que el pulso del tiempo, es más, de la eternidad, puede palpitar a través de algo que tú has dicho o hecho.
Puedes hacer una obra mala, que estremecerá en las llamas del infierno por los siglos de los siglos, o puedes hacer una obra buena, que, bajo Dios, resplandecerá a la luz de la gloria por toda la eternidad. No hay límite para la influencia de ningún hombre, y ciertamente no hay posibilidad de que tú dejes esa influencia por completo, y de que te hagas tan distinto que seas independiente de otro.
Miren, pues, ustedes, fríos y descuidados, miren esto: no son claros, han ayudado a echar a perder la iglesia. La próxima vez que salgáis a buscar faltas, recordad que vosotros sois la causa de esas faltas. La próxima vez que se lamenten por la falta de oración de la iglesia, recuerden que es su propia falta de oración la que contribuye a la mayor parte de la falta de la iglesia. La próxima vez que te quejes de la torpeza de un ministro, o de la falta de energía de una iglesia, reflexiona que es tu propia torpeza, tu propia falta de energía, lo que ayuda a aumentar la marea.
Si cada hombre curara a uno, todos serían curados; si cada hombre tuviera una sola alma conmovida, y esa alma fuera suya, toda la iglesia sería conmovida. Si fuera posible que cada miembro de la iglesia estuviera sano, ¿cómo podría alguna parte del cuerpo estar enferma?
Si cada individuo fuera lo que debe ser, ¿cómo podría haber quejas?
Hemos adquirido el hábito de orar por la Iglesia como si fuera un culpable colosal, al que ataríamos, y luego tomaríamos el látigo de diez puntas de la ley y le arrancaríamos un montón tras otro de carne temblorosa, mientras que todo el tiempo se escapa el verdadero culpable, es decir, nosotros mismos, nuestros propios individuos.
Siento cada vez más la necesidad de mirar las almas de los hombres a la luz de mi propia responsabilidad hacia ellas. No quiero mirar los mapas que a veces publica la Sociedad, con marcas rojas y verdes, mostrando dónde hay luz. Me gusta mirar y tener un mapa donde yo he sido una luz. Prefiero mirar a Londres, no a la luz de lo que una sociedad en particular o su agencia puede hacer por ella, sino a la luz de lo que yo puedo hacer por ella, y así cada uno de ustedes debe mirar a su prójimo.
Ninguna sociedad pensó jamás en asumir vuestra responsabilidad, si lo hizo, o si alguna vez lo pensasteis, ambos os habéis equivocado. La responsabilidad ante Dios por las almas de los hombres recae sobre cada uno de nosotros, y ninguna contribución, por liberal que sea, podrá escudarnos jamás de la obligación. Debemos ponernos de pie, cada hombre por sí mismo, y oír el “Bien, buen siervo y fiel”, o bien “Siervo malo y perezoso”.
Mis queridos amigos cristianos, miembros de nuestras iglesias, ¿están haciendo todo lo que pueden por las almas de los hombres? Ustedes no pueden salvarlos, pero Dios el Espíritu Santo puede hacer de ustedes los instrumentos de su salvación. Cuando oigan mañana el tañido de la campana por alguien que vivía en su calle, ¿pueden ir al cementerio, y pueden pararse allí y mirar la tumba y decir: “hice todo lo que estaba en el poder de cualquier hombre mortal para la salvación de ese hombre”?
No. No puedes. Me temo que ninguno de nosotros, o muy pocos, podríamos decir, cuando nos enteramos de la muerte de amigos: “Si ese hombre perece, no dejé una sola piedra sin remover”. No, podríamos decir que hemos hecho algo, pero no podríamos decir que hemos hecho todo lo que podríamos haber hecho.
Y para concluir, para que yo mismo pueda cumplir con esta solemne responsabilidad en alguna medida, ¿acaso no hay muchos en esta congregación que todavía son inconversos? Hablamos de paganos; hay paganos aquí. Ustedes han oído el nombre de Jesús estos muchos años, pero no son más cristianos esta noche que el khoikhoi en su kraal, tal vez más lejos del reino de los cielos que él, porque se han endurecido más de corazón al rechazar el Evangelio de Cristo, un pecado que él nunca ha cometido, pues nunca lo ha conocido.
Ah, oyentes míos, en este lugar ha habido cientos de almas traídas a Jesús. No hay un banco en este antiguo Tabernáculo que no pueda contar historias de gracia. Si pudiera hablar, diría: “Tal y tal penitente de corazón quebrantado se sentó allí”. Estas paredes, si pudieran gritar en voz alta, podrían contar cuántos suspiros y gemidos han escuchado y cuántas lágrimas preciosas han visto brotar de los ojos de hombres y mujeres convertidos.
¿Y no hay uno aquí esta noche que todavía será salvo? Recuerden, están perdidos y arruinados, arruinados por completo, indefensos y sin esperanza. En lo que a ustedes concierne, no hay esperanza de salvación. Pero hay ayuda puesta en Uno que es poderoso para salvar, Jesucristo. Mira fuera de ti mismo hacia Él, y serás salvo. Desecha toda confianza en ti mismo y confía en Jesús, y tu espíritu vivirá. Las palabras que aceleran el alma son: “Cree y vive”.
Oh, que el Señor te capacite ahora para confiar en Jesús, y serás salvo, aunque tus pecados nunca hayan sido tantos. La hora que te ve mirar a Cristo, ve la negra vestidura del pecado desatada y desechada. La hora en que tus ojos saludan al Salvador sangrante, ve los ojos de Dios mirándote con manifiesta complacencia y gozo. “El que crea en el Señor Jesucristo será salvo”, nunca serán tantos sus pecados; “El que no crea será condenado”, nunca serán tan pocos sus pecados.
Quisiera exhortar seriamente a quienes sienten su necesidad de Jesús, a quienes están “cansados y cargados, perdidos y arruinados por la caída”, a que tomen ahora al Salvador, incluso ahora, pues Él es suyo. Ustedes tienen un derecho personal a Él, tan cierto como que sus corazones están dispuestos a recibirlo, ustedes no tienen nada propio, Cristo es suyo, tómenlo, Su gracia es gratuita como el aire. Tomad de esta agua de vida que salva. Bebed de ella, nadie os lo podrá negar, bebed hasta saciaros, y habrá gozo en el cielo, y alegría en la tierra por los pecadores salvados. Que el Señor añada su bendición por amor de Jesús. Amén.
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