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“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. Mateo 25: 31-36
Puede descargar el documento con el sermón aquí: Sermón #671 – El Galardón de los Justos
Es sumamente benéfico para nuestras almas que nos remontemos sobre este presente mundo malo y vayamos a algo más noble y más bueno. El afán de este siglo y el engaño de las riquezas tienden a ahogar todo lo bueno que hay en nosotros y hacen que nos pongamos inquietos, que nos desanimemos y que nos volvamos, tal vez, arrogantes o carnales. Es bueno que recortemos estas espinas y estas zarzas, pues no es probable que la simiente celestial sembrada en medio de ellas produzca una cosecha, y yo no conozco una mejor hoz para recortarlas que los pensamientos acerca del reino venidero.
En los valles de Suiza, muchos de sus habitantes son deformes y pequeños de estatura y todos ellos tienen una apariencia enfermiza, pues la atmósfera está cargada de emanaciones nocivas y está encerrada y estancada. Atraviesas esos valles tan rápidamente como puedes, y te alegra escapar de ellos. Pero allá arriba en la montaña, encontrarás una raza robusta que aspira el claro aire fresco que sopla procedente de las nieves vírgenes de los picos alpinos. Sería bueno para su constitución física que los habitantes del valle pudieran abandonar con frecuencia sus domicilios entre los pantanos y las febriles brumas, y pudieran remontarse a la límpida atmósfera superior.
Es a una semejante proeza de alpinismo que yo los invito esta mañana. ¡Que el Espíritu de Dios nos lleve como sobre alas de águila para que podamos dejar atrás las nieblas del miedo, las fiebres de la ansiedad y todos los males que se juntan en este valle de la tierra, y nos remontemos a los montes de la dicha y de la bienaventuranza futuras donde será nuestro deleite morar por todos los siglos! ¡Oh, que Dios suprima ahora todo obstáculo para nosotros durante un rato, que corte las cuerdas que nos retienen aquí abajo y que permita que nos remontemos a lo alto! Algunos de nosotros posamos como águilas encadenadas a la roca, sólo que, a diferencia de las águilas, comenzamos a amar nuestra cadena y estaríamos renuentes a que se rompiera si se diera el caso. Ya que no podemos escapar de inmediato de las cadenas de la vida mortal en cuanto a nuestros cuerpos, que Dios nos conceda gracia ahora para que lo hagamos en cuanto a nuestros espíritus y, como Abraham, dejando al cuerpo como un siervo al pie de la colina, que nuestra alma ascienda a la cumbre del monte y tengamos allí comunión con el Altísimo.
Mientras expongo mi texto, voy a pedirles su atención esta mañana, primero, a las circunstancias que rodean a la recompensa de los justos; en segundo lugar, a su porción; y en tercer lugar, a las personas mismas.
- Hay MUCHA ENSEÑANZA EN LAS CIRCUNSTANCIAS CIRCUNDANTES.
Leemos: “Cuando el Rey venga en su gloria”. Pareciera, entonces, que debemos esperar para recibir nuestro galardón hasta dentro de algún tiempo. Como el asalariado, primero hemos de completar nuestro día, y luego, al caer la noche, recibiremos nuestro denario. Demasiados cristianos buscan un galardón presente por sus labores, y si encuentran el éxito, se apegan a él como si ya hubiesen recibido su recompensa. Como los discípulos que regresaron diciendo: “Señor, aun los demonios se nos sujetan”, ellos se regocijan demasiado exclusivamente en la prosperidad del presente; el Maestro les ordenó, en cambio, que no miraran al éxito portentoso como si fuera su recompensa, pues ese podría no ser siempre el caso. Él les dijo: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos”. El éxito en el ministerio no es el verdadero galardón del ministro cristiano. Es un anticipo, pero la paga todavía está en espera. No debes considerar la aprobación de tus semejantes como la recompensa de la excelencia, pues con frecuencia descubrirás que es lo opuesto; te darás cuenta de que tus mejores acciones son malentendidas, y que tus motivos son malinterpretados. Si estás buscando aquí tu recompensa, yo podría advertirte con las palabras del apóstol: “Si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres”, porque otros hombres sí reciben aquí su recompensa; incluso el fariseo recibe la suya: “De cierto os digo que ya tienen su recompensa”, pero nosotros no tenemos ninguna recompensa aquí. La porción del cristiano es ser despreciado y desechado entre los hombres. No siempre gozará de buena reputación entre sus compañeros cristianos. Ni siquiera de los santos recibimos una amabilidad sin atenuación o un amor sin mezcla. Les digo que si buscaran su recompensa en la propia Esposa de Cristo no la encontrarían; si esperaran recibir su corona de manos de sus hermanos en el ministerio, que conocen sus esfuerzos y que deberían identificarse con sus tribulaciones, se estarían equivocando. “Cuando el Rey venga en su gloria”, entonces será el tiempo de su recompensa; pero no hoy, ni mañana, ni en ningún momento en este mundo. No consideren alguna cosa que consigan, o algún honor que ganen, como la recompensa por su servicio para su Señor; eso está reservado para el tiempo “Cuando el Rey venga en su gloria”.
Observen con deleite a la augusta persona cuya mano otorga la recompensa. Escrito está: “Cuando el Rey venga”. Hermanos, nosotros amamos a los cortesanos del Rey; nos encanta ser contados entre ellos. No es algo insignificante servir a Aquel cuya cabeza, “aunque una vez fue coronada de espinas, es coronada ahora de gloria”. Pero es un pensamiento deleitable que el servicio de recompensarnos no será asignado a los cortesanos. Los ángeles estarán allí, y los hermanos del Rey estarán allí, pero el cielo no fue preparado por ellos, ni puede ser otorgado por ellos. Sus manos no nos proporcionarán una coronación; nos uniremos en sus cánticos, pero sus cánticos no serían una recompensa para nosotros; nos inclinaremos con ellos y ellos con nosotros, pero no será posible que ellos nos den la recompensa del galardón. Esa corona con todas sus estrellas es demasiado pesada para que la cargue la mano de un ángel, y la bendición es demasiado dulce para ser pronunciada incluso por los labios seráficos. El propio Rey debe decir: “Bien, buen siervo y fiel”.
¿Qué dices a ésto, amado hermano mío? Tú has sentido la tentación de confiar en los siervos de Dios, de buscar la aprobación del ministro, la amable mirada de los padres y la palabra de encomio de tu compañero de trabajo; valoras todas esas cosas y no te culpo; pero podrían fallarte y por eso no debes considerar nunca que constituyan la recompensa. Tienes que esperar el momento cuando venga el Rey, y entonces no serán ni tus hermanos, ni tus pastores, ni tus padres, ni tus ayudadores, sino el propio Rey quien te dirá: “Venid, benditos”. ¡Cómo endulza ésto al cielo! Será el propio don de Cristo. ¡Ésto hace que la bendición sea doblemente bendecida! Será pronunciada por Sus labios que gotean como mirra y fluyen con miel. Amados, es Cristo, quien una vez se convirtió en una maldición por nosotros, quien nos dará la bendición. Degusten ésto sobre sus lenguas como si se tratase de un bocadillo exquisito.
Es significativo el carácter en el que nuestro Señor Jesús vendrá. Jesús será revelado verdaderamente entonces como “el Rey”. “Cuando el Rey venga”. El servicio le fue prestado a Él como Rey y, por tanto, es de Él, como Rey, de quien debe provenir la recompensa; y así, sobre el propio umbral, surge una pregunta de autoexamen: “Si el Rey no galardonará a los siervos de ningún otro príncipe, entonces, ¿soy yo siervo Suyo? ¿Es mi dicha esperar en el umbral de Sus puertas, y sentarme como Mardoqueo en los patios de Asuero, a la entrada de su puerta? ¿Dime, alma, sirves tú al Rey?” No me refiero a los reyes y reinas de la tierra; dejen que ellos tengan sus leales siervos como súbditos; mas los santos son siervos del Señor Jesucristo, el Rey de reyes. ¿Lo eres tú? Si no lo fueras, cuando el Rey venga en Su gloria no podrá haber ninguna recompensa para ti. Yo anhelo reconocer en mi propio corazón el oficio de rey de Cristo más de lo que lo he hecho jamás. Ha sido mi deleite predicarles a Cristo agonizante en la cruz, y “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz”; pero, para mi propia persona, yo quiero verlo en Su trono reinando en mi corazón, teniendo el derecho de hacer lo que le agrade conmigo para alcanzar la condición de Abraham, quien, cuando Dios le hablaba, aunque fuera para decirle que ofreciera a su propio hijo Isaac, nunca hacía ninguna pregunta, sino que decía simplemente: “Heme aquí”.
Amados, busquen conocer y sentir el poder supremo del Rey, pues de otra manera, cuando venga, Él no los reconocerá como siervos ya que ustedes no le han reconocido como Rey; y es únicamente al siervo a quien el Rey puede darle el galardón del que se habla en el texto: “Cuando el Rey venga”.
Prosigamos ahora. “Cuando el Rey venga en su gloria”. Es imposible concebir la plenitud de eso.
“El supremo ejercicio de la imaginación,
Se extingue en el asombro”.
Pero sabemos ésto –y es lo más dulce que podemos saber- que si con Jesús hemos sido partícipes de Su vergüenza, también seremos copartícipes con Él del lustre que le circundará. Amado, ¿eres tú uno con Cristo Jesús? ¿Eres tú de Su carne y de Sus huesos? ¿Estás ligado a Él con una unión vital? Entonces tú estás hoy con Él en Su vergüenza; tú has tomado Su cruz y has salido con Él fuera del campamento llevando Su vituperio y tú estarás con Él, sin duda, cuando la cruz sea intercambiada por la corona. Pero juzga tú mismo en esta mañana; si no estás con Él en la regeneración, tampoco estarás con Él cuando venga en Su gloria. Si tú te echaras para atrás estando en el lado oscuro de la comunión, no entenderías su período refulgente y feliz, cuando el Rey venga en Su gloria y todos Sus santos ángeles con Él. ¡Cómo!, ¿tiene ángeles con Él? Y sin embargo, Él no llevó consigo a los ángeles, sino a la descendencia de Abraham. ¿Están los santos ángeles con Él? Vamos, alma mía, entonces tú no puedes estar lejos de Él. Si sus amigos y sus vecinos son reunidos para ver Su gloria, ¿qué piensas tú, estando desposada con Él? ¿Estarás alejada? Aunque se trate de un día de juicio, tú no podrías estar lejos de ese corazón que, habiendo admitido a los ángeles a la intimidad, te ha admitido a ti en una unión. ¿Acaso no te ha dicho, oh alma mía, “Te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia, juicio, benignidad y misericordia”? ¿Acaso no han dicho Sus propios labios: “el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada”? Entonces si los ángeles, que no son sino los amigos y los vecinos, estarán con Él, es abrumadoramente cierto que Su propia amada Hefzi-bá, en quien tiene todo Su deleite, estará cerca de Él y será partícipe de Su esplendor. Cuando venga en Su gloria, y cuando Su comunión con los ángeles sea claramente reconocida, será entonces que Su unidad con Su Iglesia se volverá aparente.
“Entonces se sentará en su trono de gloria”. Aquí tenemos una repetición de la misma razón por la cual ése debería ser tu tiempo y mi tiempo para recibir el galardón de Cristo, si somos contados dentro de Sus siervos fieles. Cuando Él se siente en Su trono no sería apropiado que Sus propios seres amados estuvieran en el cieno. Cuando Él estuvo en el lugar de la vergüenza, ellos estuvieron con Él, y ahora que Él está sentado sobre el trono de oro, ellos tienen que estar también con Él. No habría una unidad y la unión con Cristo sería un mero asunto de palabras si no fuera cierto que cuando Él esté sobre el trono, ellos estarán también en el trono.
Pero quiero que noten una circunstancia particular con relación al tiempo de la recompensa. Es cuando Él aparte las ovejas de los cabritos. Si yo fuera un hijo de Dios, no podría recibir mi galardón mientras estuviera en unión con los perversos. Incluso aquí en la tierra, tú tendrás el mayor disfrute de Cristo cuando estés más separado de este mundo; ten la seguridad de que, aunque el sendero separado no parezca fácil -y ciertamente conllevará para ti persecución y la pérdida de muchos amigos- es la caminata más feliz del mundo. Ustedes, cristianos que se conforman, que pueden adentrarse en el júbilo del mundo hasta un cierto grado, no podrían conocer nunca, en esa situación en que se encuentran ahora, los gozos íntimos de quienes viven en solitaria pero amorosa comunión con Jesús. Entre más te acerques al mundo, más lejos estarás de Cristo, y yo creo que entre más íntegramente tu espíritu entregue una carta de repudio a cada objeto terrenal sobre el cual pudiera posarse tu alma, más íntima será tu comunión con tu Señor. “Olvida tu pueblo, y la casa de tu padre; y deseará el rey tu hermosura; e inclínate a él, porque él es tu señor”. Es significativo que no es sino hasta que el Rey ha separado las ovejas de los cabritos que dice: “Venid, benditos”, y aunque los justos habrán gozado ya de la felicidad como espíritus incorpóreos, con todo, como resucitados del sepulcro en sus cuerpos, su dicha no estará plenamente cumplida hasta que el grandioso Pastor haya aparecido para separarlos de todo tipo de asociación con las naciones que olvidan a Dios, de una vez y para siempre, por una gran sima que no puede ser atravesada.
Entonces, amados, si juntamos todas estas circunstancias, se reducen a ésto: que la recompensa de seguir a Cristo no es para hoy, que no se da entre los hijos de los hombres, que no viene de los hombres y que ni siquiera proviene de los excelentes de la tierra; tampoco es otorgada por Jesús mientras estemos aquí, sino que la gloriosa corona de vida que la gracia del Señor dará a Su pueblo está reservada para el segundo advenimiento: “Cuando el Rey venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él”. Esperen con paciencia, esperen con una expectativa gozosa, pues Él vendrá, y bienaventurado será el día de Su advenimiento.
- Ahora tenemos que considerar el segundo punto: LA PORCIÓN MISMA. Cada palabra es sugerente. No voy a intentar agotarlas, sino que voy a echar simplemente un vistazo a todas. El galardón de los justos es declarado por la amorosa bendición pronunciada sobre ellos por el Maestro, pero su colocación misma proporciona una vislumbre del mismo. Pone a las ovejas a Su derecha. El cielo es una posición de la más excelsa dignidad autorizadamente conferida, y de la divina complacencia manifiestamente gozada. Los santos de Dios están siempre a Su diestra de acuerdo al juicio de la fe, pero a partir de aquel momento eso será manifiesto más claramente. Dios se agrada de estar cerca de Su pueblo, y de ponerlo cerca de Sí en un lugar de protección. Algunas veces pareciera como si estuviesen a la siniestra; algunos de ellos tienen ciertamente menos consuelo que los mundanos. “Vi yo al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde; los ojos se les saltan de gordura; logran con creces los antojos del corazón”, mientras que Su pueblo es con frecuencia conducido a beber aguas en abundancia, y su alimento y su bebida son amargados con ajenjo y hiel. El mundo está trastornado ahora; el Evangelio ha comenzado a enderezarlo de manera predominante, pero cuando el día de gracia termine y venga el día de gloria, entonces será rectificado ciertamente; entonces aquéllos que anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras serán vestidos con ropas deslumbrantes, siendo transfigurados como el Salvador sobre el monte Tabor; entonces aquéllos de quienes el mundo no era digno vendrán a un mundo que será digno de ellos; entonces quienes fueron llevados apresuradamente a la hoguera y a las llamas, saldrán triunfantes con carros y caballos de fuego que acrecentarán el esplendor de la pomposa venida del Señor.
Sí, amados, ustedes serán eternamente el objeto de la complacencia divina, no en una comunión secreta y oculta, sino que su estado y su gloria serán revelados delante de los hijos de los hombres. Sus perseguidores crujirán sus dientes cuando vean que ustedes ocupan lugares de honor a Su diestra, y ellos mismos, aunque fueron mucho más grandes que ustedes en la tierra, estarán condenados a tomar el espacio más humilde. ¡De qué manera Epulón se morderá en vano su lengua atormentada por el fuego al ver a Lázaro, el mendigo que estaba sobre el muladar, siendo llevado a sentarse a la diestra del Rey eterno e inmortal! El cielo es un lugar de dignidad. “Allí seremos como los ángeles”, dice alguien, pero yo creo que seremos incluso superiores a ellos. ¿Acaso no está escrito acerca de Aquel que en todas las cosas es nuestro representante: “Todo lo pusiste debajo de sus pies”? Incluso los propios serafines, tan ricamente bendecidos, ¿qué son ellos sino “espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación”?
Pero ahora pasemos a considerar la bienvenida expresada por el juez. La primera palabra es: “Venid”. Es el símbolo del Evangelio. La ley decía: “Id”; el Evangelio dice: “Venid”. El Espíritu lo dice en invitación; la Esposa lo dice en intercesión; y “el que oye” dígalo constantemente y laboriosamente, esforzándose por difundir las buenas nuevas por doquier. Puesto que Jesús dice: “Venid”, aprendemos que la propia esencia del cielo es comunión. “¡Venid!” Tú te acercaste lo suficiente para decir: “Creo; ayuda mi incredulidad”. En la cruz Me miraste y tu peso fue aliviado. Tuviste comunión Conmigo llevando Mi cruz. Cumpliste lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su cuerpo, que es la Iglesia. ¡Ven, todavía! ¡Ven, siempre! ¡Ven, por siempre! ¡Ustedes, resucitados, salgan de sus tumbas! ¡Salgan de entre los impíos, ustedes, consagrados! ¡Salgan de donde se postraron en su humillación delante del gran trono blanco! ¡Vengan para que se pongan mi corona, y para sentarse conmigo sobre mi trono! Oh, dentro de esa palabra acecha el cielo. Oír que el Salvador te diga: “Ven” será tu gozo para siempre.
Yo asevero ante ustedes que mi alma se ha visto algunas veces tan llena de gozo que no podía aguantar más cuando mi amado Señor le decía a mi alma: “Ven”, pues Él me ha llevado a la casa del banquete y Su estandarte de amor ha ondeado sobre mi cabeza, y me ha sacado del mundo con sus cuidados y sus temores y sus aflicciones y sus gozos, y me ha llevado a lo alto, “a la cumbre de Amana, a la cumbre de Senir y de Hermón”, donde se manifestó a mí. Cuando este “Ven” penetre tus oídos, proveniente de los labios del Maestro, no estará la carne que pudiera arrastrarte de regreso, no habrá indolencia de espíritu y no habrá ninguna pesadez de corazón; entonces vendrás eternamente; no te remontarás para descender de nuevo, sino que te remontarás más y más en un bendito ‘Excelsior’ (siempre arriba) por los siglos de los siglos. La primera palabra indica que el cielo es un estado de comunión: “Venid”.
Luego sigue: “Venid, benditos”, lo cual es una clara declaración de que se trata de un estado de dicha. No pudieran ser más bienaventurados de lo que son. Han visto cumplido el deseo de su corazón, y aunque sus corazones han sido ensanchados y sus deseos han sido expandidos por entrar en el Infinito y por deshacerse de la influencias restrictivas de la corrupción y del tiempo, con todo, aun cuando su deseo no conocerá límites, tendrán toda la dicha que el mayor esfuerzo de sus almas pudiera concebir bajo cualquier posibilidad. Ésto sabemos y es todo lo que sabemos: que son supremamente bienaventurados. Ustedes pueden percibir que la bienaventuranza de ellos no proviene de una dicha secundaria, sino de la grandiosa Fuente primaria de todo bien. “Venid, benditos de mi Padre”. Beben del vino sin adulteración en el propio lagar, donde brota gozosamente de racimos que revientan; ellos arrancan frutos celestiales de las ramas inmarcesibles del árbol inmortal; se sentarán junto al manantial y beberán de las aguas conforme broten con frescura sin par desde las profundidades del corazón de la Deidad; no estarán bañándose bajo los rayos del sol, sino que serán como Uriel, el ángel encargado del disco del sol; morarán en Dios, y así sus almas serán satisfechas con favor, y saciadas y más que saciadas con Su presencia y bendición.
Noten, además, que según las palabras utilizadas, es un estado en el cual reconocerán su derecho a estar allí. Por tanto, es un estado de perfecta libertad, y apacibilidad e impavidez. Es: “Heredad el reino”. Un hombre no tiene miedo de perder lo que recibe por herencia. Si el cielo hubiera sido sujeto de ganancia, podríamos haber temido que nuestros méritos no lo hubieran merecido realmente y podríamos sospechar que un día pudiera ser emitida una ‘Enmienda por Error’ y ser expulsados; pero nosotros en verdad sabemos de quién somos hijos; sabemos de quién es el amor que alegra nuestros espíritus, y cuando ‘heredemos’ el reino, no entraremos en él como extranjeros ni forasteros, sino como hijos que llegan a disfrutar de su patrimonio. Contemplando todas sus calles de oro e inspeccionando sus muros de perla, habremos de sentirnos como en casa en nuestro propio hogar, y sentiremos que tenemos un derecho real, no gracias al mérito, sino a través de la gracia, en cuanto a todas las cosas que están allí. Será un estado de bienaventuranza celestial; el cristiano sentirá que la ley y la justicia están de su lado y que esos severos atributos lo llevaron allí al igual que la misericordia y la compasión.
Pero la palabra “heredad” implica aquí la plena posesión y el disfrute. Ellos han heredado en un cierto sentido antes, pero ahora, al igual que el heredero que ha llegado a la plena madurez y comienza a gastar su propio dinero y a cultivar sus propios acres, así entran en su heredad. Todavía no hemos llegado al pleno desarrollo y por eso no somos admitidos a la plena posesión. Pero esperen un poco. Esos cabellos grises, hermanos míos, son señal de que ustedes están madurando. Éstas, éstas, éstas guedejas mías de juventud me muestran, ay, que todavía podría tener que esperar un poco más y, sin embargo, no sé si el Señor permita que pronto duerma con mis padres; pero más tarde o más temprano, según Él lo establezca, entraremos un día en posesión de la buena tierra.
Ahora, si es dulce ser un heredero mientras se es menor de edad, ¿qué será ser un heredero cuando se alcance la perfecta madurez? ¿Acaso no fue agradable cantar hace unos instantes ese himno, y contemplar la tierra del deleite puro cuya eterna primavera y cuyas flores inmarcesibles están justo al otro lado del río de la muerte? ¡Oh, ustedes, dulces campos! ¡Ustedes, santos inmortales que se recuestan allí! ¿Cuándo estaremos con ustedes y nos quedaremos satisfechos? Si el mero pensamiento del cielo embelesa al alma, ¿qué habrá de ser estar allá, sumergirse hasta lo profundo en el torrente de la bienaventuranza, bucear sin encontrar fondo y nadar sin encontrar orilla alguna? Sorber el vino del cielo, como algunas veces lo hacemos, alegra nuestros corazones de tal manera que no sabemos cómo expresar nuestro gozo; pero ¿qué será beber profundamente y beber de nuevo, y sentarse por siempre a la mesa y saber que el festín no terminará nunca y que las copas nunca estarán vacías, y que no habrá un vino de inferior calidad que será presentado al final, sino que, si fuese posible, será mejor todavía y todavía mejor en progresión infinita?
La palabra “reino”, que sigue a continuación, indica la riqueza de la herencia de los santos. No es un estado despreciable, ni un asilo de pobres ni un rincón feliz en la oscuridad. Oí decir a un buen hombre que estaría contento con alcanzar un rincón detrás de la puerta. Yo no lo estaría. El Señor dice que heredaremos un reino. No estaríamos satisfechos si heredáramos menos, porque menos de eso no se adecuaría a nuestro carácter. “Nos hizo reyes y sacerdotes para Dios”, y hemos de reinar por los siglos de los siglos, o de otra manera seríamos tan desgraciados como unos monarcas depuestos. Un rey sin un reino es un hombre infeliz. Si yo fuera un pobre siervo, un lugar de beneficencia sería una bendición para mí, pues concordaría con mi condición y grado; pero si por gracia soy constituido rey, he de tener un reino, o no habría alcanzado una posición que estuviera al nivel de mi naturaleza. Quien nos hace reyes nos dará un reino que se adecue a la naturaleza que nos ha otorgado.
Amados, esfuércense más y más por alcanzar eso que el Espíritu de Dios les dará: un corazón de rey; no se cuenten entre aquellos que están satisfechos y contentos con la miserable naturaleza de la humanidad ordinaria. El mundo es para un espíritu verdaderamente regio como la canica de un niño; esas relucientes diademas son sólo juguetes infantiles para los reyes de Dios; las verdaderas joyas están allá arriba; la verdadera riqueza del tesoro mira hacia abajo desde las estrellas. ¡No restrinjas a tu alma; no te limites! Obtén un corazón de rey; pídele al Rey de reyes que te lo dé, y solicítale un espíritu de rey. Actúa regiamente en la tierra para con tu Señor y para con todos los hombres por causa Suya. No vayan por el mundo como hombres insignificantes en espíritu y en acción, sino como reyes y príncipes de una raza superior a los que escarban la tierra, que están de rodillas arrastrándose en el fango en pos de la tierra amarilla. Entonces, cuando su alma sea regia, recuerden con gozo que su futura herencia será todo lo que su alma regia ansíe en sus momentos más regios. Será un estado de indecibles posesiones y de riqueza del alma.
De acuerdo a la palabra “preparado”, podemos percibir que se trata de una condición de suprema excelencia. Es un reino preparado, y ha sido preparado por tan largo tiempo, y quien lo prepara es tan portentosamente rico en recursos, que no tenemos la posibilidad de concebir cuán excelente será. Si se me permitiera hablar así, los dones comunes de Dios que Él descarta como si fueran nada, son invaluables; pero ¿cuáles serán los dones sobre los que la mente infinita de Dios se ha posado por los siglos de los siglos, para que alcancen el más excelso grado de excelencia?
Mucho antes de que las campanillas de Navidad resonaran, la madre estaba tan contenta pensando que su muchacho vendría a casa después del primer trimestre que estuvo alejado por la escuela, que de inmediato comenzó a preparar y a planear todo tipo de gozos para él. Bien pueden ser felices las vacaciones de Navidad cuando la madre se las ingenia para lograr que lo sean.
Ahora, de una manera infinitamente más noble, el grandioso Dios ha preparado un reino para Su pueblo; Él ha pensado: “ésto los complacerá, y aquello los bendecirá, y esta otra cosa los hará superlativamente felices”. Él preparó el reino a la perfección; y luego, como si eso no bastara, el glorioso hombre Cristo Jesús subió de la tierra al cielo, y ustedes saben qué dijo cuando partió: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. Nosotros sabemos que el Dios infinito puede preparar un lugar apropiado para una criatura finita, pero las palabras nos sonríen tan dulcemente al leer que Jesús mismo, quien es hombre y que, por tanto, conoce los deseos de nuestros corazones, se ha involucrado en ello; Él lo ha preparado también. Es un reino preparado para ti, sobre el cual se han posado los pensamientos de Dios para hacerlo excelente “desde antes de la fundación del mundo”.
Pero no debemos detenernos; es un “Reino preparado para vosotros”. ¡Observen eso! Yo debo confesar que no me gustan ciertas expresiones que oigo a veces, que implican que el cielo está preparado para algunos que nunca lo alcanzarán; que está preparado para aquéllos que serán conducidos, como malditos, al lugar de tormento. Yo sé que hay una expresión sagrada que dice: “No dejes que ningún hombre te arrebate tu corona”, pero eso se refiere a la corona del éxito ministerial, más bien que a la corona de la gloria eterna. Una expresión que zumbó en mis oídos la otra noche proveniente de los labios de un cierto buen hombre, iba más o menos en este sentido: “Hay un cielo preparado para todos ustedes, pero si ustedes no son fieles, no lo ganarán. Hay una corona en el cielo reservada para ustedes, pero si no son fieles, se quedará sin alguien que la lleve”. Yo no creo en eso; no puedo creerlo. Yo no creo que la corona de la vida eterna que está reservada para los benditos del Padre, será dada alguna vez a alguien más, o será dejada sin dueño. No puedo concebir que haya coronas en el cielo sin que nadie se las ponga. ¿Piensas tú que, cuando el número total de los santos esté completo, encontrarás en el cielo un número de coronas que no fueron usadas? “¡Ah!, ¿para qué son esas coronas? ¿Dónde están las cabezas que se pondrán esas coronas? “¡Están en el infierno!” Entonces, hermano, yo no tengo un particular deseo de estar en el cielo, pues si la familia de Cristo no estuviere completa allí, mi alma sería desdichada y estaría triste por su lamentable pérdida, porque yo estoy en unión con todos ellos. Si un alma que creyó en Jesús no llegara allí, yo perdería el respeto por la promesa y también el respeto por el Señor; Él ha de mantener Su palabra a cada alma que descansa en Él. Si tu Dios ha llegado tan lejos como para preparar de hecho un lugar para Su pueblo y ha hecho provisión para ellos y se ha visto frustrado, Él no es un Dios para mí, pues yo no podría adorar a un Dios frustrado. Yo no creo en un Dios así. Un ser así no sería Dios en absoluto. La noción de frustración en Su preparativos eternos no es consistente con la Deidad. Hablen así respecto de Júpiter y Venus, si les parece, pero el Infinito Jehová es deshonrado -en la medida en que el lenguaje humano puede deshonrarlo- al ser mencionado en un contexto así. Él ha preparado un lugar para ti. Aquí tenemos la elección personal. Él ha establecido una clara ordenanza para cada uno de los miembros de Su pueblo en el sentido de que donde Él esté, allí estarán también ellos.
“Preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Aquí vemos que la elección eterna aparece antes de que los hombres fueran creados, preparando una corona antes de que fueran creadas las cabezas sobre las que irían. Y así Dios, antes de que los cielos tachonados de estrellas comenzaran a brillar, había llevado a cabo el decreto de la elección en una medida que será perfeccionada cuando Cristo venga para alabanza de la gloria de Su gracia, “que hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. La nuestra, entonces, es una porción preparada para nosotros desde toda la eternidad, de acuerdo a la elección de la gracia de Dios, una porción apropiada para el carácter más excelso que podamos alcanzar jamás, que consistirá en la cercanía con Cristo, en la comunión con Dios, y en la permanencia eterna en un lugar de dignidad y felicidad.
III. Y ahora me queda muy poco tiempo para decir lo que esperaba decir esta mañana acerca de LAS PERSONAS QUE IRÁN ALLÁ.
Son reconocibles tanto por un rasgo secreto como por uno público. Su nombre es: “benditos del Padre”; el Padre los escogió, entregó a Su Hijo por ellos, los justificó por medio de Cristo, los preservó en Cristo Jesús, los adoptó en la familia y ahora los recibe en Su propia casa. Tienen descrita su naturaleza en la palabra “heredad”. Nadie puede heredar sino los hijos; ellos han nacido de nuevo y han recibido la naturaleza de Dios; habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a través de la lascivia, se han vuelto partícipes de la naturaleza divina: son hijos. Es mencionada su asignación: “heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo”. Su nombre es: “benditos”, su naturaleza es la de un hijo, su asignación es dada por el decreto de Dios.
Quisiéramos hablar un minuto sobre Sus acciones o sus actos externos. Parecen haberse distinguido entre los hombres por actos de caridad, los cuales no estaban asociados de ninguna manera con ceremonias u observaciones externas. No se dice que predicaron, pero algunos de ellos lo hicieron; no se dice que oraron; deben de haberlo hecho, pues de lo contrario no habrían estado vivos espiritualmente. Las acciones que son seleccionadas como su tipo, son acciones de caridad para con los indigentes y los desamparados. ¿Por qué ellos? Yo creo que es debido a que la audiencia general congregada alrededor del trono sabría cómo apreciar esta evidencia de su naturaleza nacida de nuevo. El Rey podría tener en un más alto concepto sus oraciones que sus limosnas, pero la multitud no. Él habla como para ganar el veredicto de todos los congregados. Incluso los enemigos no podrían objetar que llamara benditos a quienes habían realizado esas acciones, pues si hay una acción que gana para los hombres el consenso universal en cuanto a su bondad, es una acción de servicio para los demás. En contra de ésto no existe ninguna ley. Nunca me he enterado de algún estado en el que hubiese una ley contraria a vestir al desnudo o a alimentar al hambriento. La humanidad detecta de inmediato la virtud de alimentar al pobre, incluso cuando su conciencia está tan cauterizada que no puede ver su propia pecaminosidad. Sin duda ésta es una razón por la cual fueron escogidas esas acciones.
Y, además, pudieran haber sido elegidas como evidencias de gracia, porque, como acciones, son un portentoso instrumento de separación entre el hipócrita y el verdadero cristiano. El doctor Gill tiene la idea, y tal vez tenga razón, de que éste no es un cuadro del juicio general, sino del juicio de la Iglesia profesante, y si así fuera, es todavía más razonable concluir que esas obras de misericordia son seleccionadas como la norma para discernir apropiadamente entre los hipócritas y los sinceros. Me temo que hay algunos de ustedes, excelsos profesantes, que no podrían pasar la prueba. Los llaman a ustedes: “la buena gente que ora”, pero ¿qué le dan al Señor? Su religión no ha tocado sus bolsillos. Ésto no se aplica a algunos de ustedes, pues hay muchas personas aquí por quienes yo me aventuraría a hablar delante del tribunal de Dios, pues yo sé que sus riquezas están consagradas al Señor y a Sus pobres, y he pensado algunas veces que han dado, tanto a los pobres como a la causa de Dios, más allá de sus posibilidades. Pero hay otros que son de una disposición muy diferente.
Ahora les voy a dar una pequeña charla en un inglés muy claro que nadie podría dejar de entender. Ustedes podrían hablar acerca de su religión hasta cansar sus lenguas, y podrían lograr que otros les creyeran; podrían permanecer en la Iglesia veinte años, sin que nadie les detectara jamás algo que pareciera una inconsistencia; pero, si, aunque estuviese en su poder, no hiciesen nada para aliviar las necesidades de los pobres miembros del cuerpo de Cristo, ustedes serían condenados tan ciertamente como si fuesen borrachos o proxenetas. Si no les importa la Iglesia de Dios para nada, este texto se aplica a ustedes, y los hundirá con certeza en el fondo de los infiernos exactamente como si hubiesen sido unos blasfemos comunes. Esto está dicho en un inglés muy claro porque es el claro significado de mi texto, y sería peligroso para mí que yo desistiera de decírselos por miedo. “Tuve hambre, y me disteis”… ¿qué cosa?: “un buen consejo, sí, pero no me diste de comer”. “Tuve sed, y me disteis”… ¿qué cosa?: “un opúsculo, pero no me diste de beber”. “Estuve desnudo, y me disteis”… ¿qué cosa?: “tus buenos deseos, pero no me cubristeis”. “Fui forastero, y te compadeciste de mí, pero no me recogiste. Estuve enfermo, y me dijiste que me podrías recomendar un doctor, pero no me visitaste. Estuve en la cárcel, yo, siervo de Dios, un perseguido, metido en prisión por causa de Cristo, y tú me dijiste que yo debía ser más cauteloso, pero no estuviste a mi lado ni asumiste una parte de la culpa, ni llevaste conmigo la afrenta por causa de la verdad”. Vean, ésto es un aventador para cribar a algunos de ustedes, seres tacaños, cuyo principal propósito es obtener todo lo que puedan y sostenerlo firmemente, pero es un aventador que debe ser usado frecuentemente. Aunque haya otros que los engañen o les pasen por alto las cosas, por la gracia de Dios, yo no lo haré, sino que me esforzaré por ser más osado que nunca en la denuncia del pecado.
“Bien”, -dirá alguien- “¿qué pueden hacer aquéllos que son tan pobres que no tienen nada que obsequiar?” Amado hermano mío, fíjate, por favor, cuán hermosamente el texto se ocupa de ti. Sugiere que hay algunas personas que no pueden dar de comer al hambriento, ni vestir al desnudo, pero, ¿qué pasa con ellos? Pues bien, vean que son las personas de quienes se dice: “mis hermanos”, que reciben la bendición de la amabilidad, de tal manera que este pasaje consuela a los pobres y de ninguna manera los condena. Algunos de nosotros damos honestamente a los pobres todo lo que tenemos disponible y, entonces, por supuesto, todo el mundo se nos acerca para pedirnos y cuando decimos: “Ya no puedo realmente dar más”, alguien gruñe y pregunta: “¿y te consideras un cristiano?” “Sí, lo hago, y si obsequiara el dinero de otras personas no debería considerarme un cristiano; no debería considerarme un cristiano si obsequiara lo que no tengo; debería llamarme más bien un ladrón, al pretender ser caritativo cuando ni siquiera podría pagar mis deudas”. Yo siento una gran lástima por aquellas personas que caen bajo la jurisdicción del Tribunal de Bancarrota; no me refiero a los deudores, pues raras veces siento simpatía por ellos, pero siento una gran simpatía por los acreedores que pierden por haber confiado en gente deshonesta. Si alguien dijera: “Voy a vivir más allá de mis medios con el fin de obtener una buena reputación”, mi querido hermano, comienzas mal y esa acción es, en sí misma, indebida. Lo que tienes que dar tiene que ser lo que te pertenece. “Pero si lo hiciera tendría que pasar muchas penurias”, dice alguien. Bien, ¡economiza! Yo no creo que haya ni la mitad de placer en hacer el bien hasta que llegues al punto de pasar penurias. Este comentario, por supuesto, es válido únicamente para aquéllos de nosotros que contamos con medios moderados, que distribuimos nuestras limosnas y que pronto llegamos al punto de experimentar estrecheces. Cuando comienzas a sentir: “Ahora tengo que prescindir de eso; ahora tengo que restringirme en aquello para hacer más bien”, ¡oh!, no podrías saberlo; es entonces cuando realmente puedes sentir: “Ahora no he dado las sobras del queso ni los cabos de las velas que no podría usar, sino que he cortado realmente una buena pieza de la barra de pan para mi Señor; no le he dado los viejos mendrugos que se estaban poniendo mohosos, sino que le he dado una pieza de mi propio pan diario, y me alegra hacerlo, si así puedo mostrar mi amor por Jesucristo negándome a mí mismo”. Si estás haciendo eso, si estás alimentando así a los hambrientos por amor a Jesús, y vistiendo a los desnudos, yo creo que estas cosas son establecidas como pruebas porque funcionan como unos benditos detectives entre los hipócritas y la gente realmente piadosa.
Cuando leen la palabra “porque” aquí, no deben entender que significa que su recompensa es debido a eso, sino que por ello queda demostrado que son siervos de Dios; y así, aunque no lo ameritan debido a esas acciones, con todo, esas acciones muestran que fueron salvados por gracia, lo cual es evidenciado por el hecho de que Jesucristo realizó tales y tales obras en ellos. Si Cristo no obrara tales cosas en ustedes, ustedes no tendrían parte en Él; si ustedes no han producido tales obras como éstas, no han creído en Jesús.
Ahora, alguien dirá: “Entonces tengo la intención de dar a los pobres en el futuro con el objeto de alcanzar esta recompensa”. Ah, pero tú estás muy equivocado si hicieras eso. El duque de Burgundy era atendido por un hombre pobre, un súbdito muy leal, que le llevó de regalo una gran raíz que había cultivado. Él era realmente un hombre muy pobre, y cada raíz que cultivaba era de mucha trascendencia para él; pero meramente como una leal ofrenda, le llevó a su príncipe la raíz más grande que su pequeño huerto produjo. El príncipe estuvo tan complacido con la evidente lealtad y afecto de aquel hombre, que le dio una gran suma de dinero. El mayordomo pensó: “Bien, veo que ésto paga; como este hombre recibió cincuenta libras por esa gran raíz, yo pienso que le haré un regalo al duque”. Entonces compró un caballo y calculó que debería recibir a cambio diez veces el valor del caballo, y lo presentó con esa intención; el duque, como un hombre sabio, aceptó tranquilamente el caballo, y no le dio nada al codicioso mayordomo. Eso fue todo.
Así dices tú: “Bien, allí está un cristiano, y él es recompensado. Ha estado dando a los pobres y ha estado ayudando a la Iglesia del Señor, y veo que es salvo; como el asunto paga, entonces yo voy a hacer una pequeña inversión”. Sí, pero tú ves que el mayordomo no dio el caballo motivado por alguna idea de lealtad, ni amabilidad ni por amor al duque, sino motivado por un gran amor egoísta y, por tanto, no recibió nada a cambio; y si tú hicieras actos de caridad motivado por la idea de llegar al cielo por medio de ellos, entonces, te estarías alimentando a ti mismo y te estarías vistiendo a ti mismo; toda tu virtud no sería virtud sino un egoísmo repugnante que despide un fuerte olor a ego, y Cristo no lo aceptaría nunca; nunca le oirías decir: “Gracias” por ello. Tú te serviste a ti mismo, y no se te debe ninguna recompensa. Primero tienes que venir al Señor Jesucristo, y mirarlo a Él para que te salve; abjurarás por siempre de toda idea de hacer algo para salvarte, y siendo salvado, serás capaz de dar a los pobres y de realizar los demás actos de misericordia, sin que el egoísmo se mezcle con tu motivación, y recibirás una recompensa de gracia por la señal de amor que has dado. Es necesario creer en Cristo para ser capaz de una verdadera virtud del orden más excelso. Es necesario confiar en Jesús, y que tú seas plenamente salvo, antes de que haya cualquier valor en el hecho de que alimentes a los hambrientos o vistas a los desnudos. Que Dios te dé gracia para ir a mi lacerado Señor allá, y descansar en la preciosa expiación que Él ha hecho por el pecado humano; y cuando hayas hecho eso, siendo amado de esa manera, muestra que tú amas a cambio; siendo comprado tan caramente, vive para Aquel que te compró; y entre las acciones por las cuales lo demuestras, deja que éstas brillen y reluzcan como joyas dadas por Dios: visitar a los enfermos, consolar a los necesitados, aliviar a los afligidos, y ayudar a los débiles. Que Dios acepte esas ofrendas cuando provengan de almas agraciadas, y a Él sea la gloria eternamente. Amén.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Mateo 25: 14-46.
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