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“Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.” — Lucas 2:25
Puede descargar el documento con el sermón aquí: Sermón #659 – Simeón
¡Qué biografía de un hombre! ¡Cuán breve y sin embargo cuán completa! Hemos visto biografías tan abundantes en palabras, que más de la mitad es contenido vacío y mucho de lo restante es demasiado aburrido para que valga la pena su lectura. Hemos visto grandes volúmenes tejidos con las letras de los hombres. Se han abierto a la fuerza escritorios para exponer ante el mundo los diarios privados. Hoy día si un hombre es un poco célebre, su firma, la casa en que nació, el lugar donde cena y todo lo demás se considera digno de la atención pública. Tan pronto como ha partido de esta vida es embalsamado en inmensos folios, cuyo beneficio descansa principalmente, creo, en los editores y no en los lectores.
Las biografías cortas, que proporcionan un perfil conciso y exacto del hombre completo, son las mejores. ¿Qué nos importa lo que haya hecho Simeón: dónde nació, dónde se casó, por qué calle solía transitar, o de qué color era la capa que solía llevar? Tenemos un breve informe de su historia y eso es suficiente. Él era “un hombre llamado Simeón.” Vivía en “Jerusalén.” “Y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.”
Amados hermanos, esa es una biografía suficiente para cualquiera de nosotros. Si cuando nos muramos se puede decir de nosotros algo así: nuestro nombre, nuestra ocupación: “esperaba la consolación de Israel;” nuestro carácter, “justo y piadoso;” nuestra compañía, tener el Espíritu Santo en nosotros, eso será suficiente para que perduremos no en el tiempo, sino en la eternidad, memorables entre los justos y estimables en medio de todos los que son santificados.
Hagan una pausa, se los suplico, y contemplen el carácter de Simeón. El Espíritu Santo lo consideró digno de ser notado pues puso un “y he aquí” en la frase. “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón.” Él no dice: “y he aquí había en Jerusalén un rey llamado Herodes.” Él no dice: “y he aquí había en Jerusalén un hombre que era Sumo Sacerdote.” Él dice: “¡he aquí!, vean hacia acá, pues el espectáculo es tan raro que puede ser que no vuelvan a ver algo así mientras ustedes vivan. Aquí hay una maravilla perfecta: “He aquí,” había un hombre en Jerusalén que era “justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu santo estaba sobre él.”
Su carácter está resumido en dos palabras: “justo y piadoso.” “Justo: ese es su carácter ante los hombres. “Piadoso”: ese es su carácter ante Dios. Era “justo”.” ¿Era un padre de familia? Él no provocaba a sus hijos al enojo, para no desalentarlos. ¿Era un amo? Él daba a sus siervos lo que era justo y equitativo, pues sabía que él tenía también un Señor en el cielo. ¿Era un ciudadano? Él rendía obediencia a los poderes existentes, sometiéndose a las ordenanzas del hombre por causa del Señor. ¿Era un comerciante? No buscaba ganancias indebidas en ninguna transacción, sino que proporcionaba cosas honestas a la vista de todos los hombres, y honraba a Dios en sus prácticas diarias de negocios. ¿Era un siervo? Su trabajo entonces no lo hacía sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. Si, como es muy probable, era uno de los maestros de los judíos, entonces era fiel. Hablaba lo que sabía que era la palabra de Dios aunque no fuera para su provecho. Y, a diferencia de otros pastores, él no se desviaba para hablar el error para obtener un lucro inmundo. Ante los hombres era justo.
Pero eso es sólo la mitad del carácter de un buen hombre. Hay muchos que dicen: “soy justo y recto. Nunca robé a nadie en mi vida. Pago lo que debo pagar. Y si alguien puede hallar falta en mi carácter, que hable. ¿No soy justo?”
Pero en cuanto a su religión, ese tal dirá: “no me importa eso. Pienso que es pura hipocresía.” Caballero, tú tienes solamente un rasgo de hombre bueno y es de los menores. Haces el bien para con el hombre, pero no en relación a Dios. No robas a tu prójimo, pero robas a tu Hacedor. “¿Robará el hombre a Dios?” Sí, y lo considera menos grave que si robara a un hombre. Quien roba a un hombre es llamado un villano. Quien roba a Dios es a menudo llamado un caballero.
Simeón tenía ambos rasgos de un cristiano. Era un “hombre justo,” y era también “piadoso.” Observen, no dice que era un hombre justo y religioso. Un hombre puede ser muy religioso y sin embargo no ser piadoso. Ustedes saben que la religión, tal como se usa el término, consiste mucho en observancias externas. La piedad y la devoción consisten en la vida y la acción interiores, que brotan de la fuente interior de la verdadera consagración.
No dice aquí que Simeón era un hombre religioso, pues pudo haber sido religioso y a la vez un fariseo, un hipócrita, un mero profesante. Pero no, él era un hombre “piadoso”. Él valoraba la “señal externa y visible,” pero poseía la “gracia interior y espiritual.” Por consiguiente es llamado “un hombre justo y piadoso”.” “¡He aquí!” Dice el Espíritu Santo. “¡He aquí!” ¡Pues es una rareza! ¡Miren esto, cristianos de esta época! Muchos de ustedes son justos pero no son piadosos. Y algunos de ustedes pretenden ser piadosos, pero no son justos. Lo justo y lo piadoso juntos constituyen la perfección del hombre piadoso. Simeón era “hombre justo y piadoso.”
Pero ahora, dejando el carácter de Simeón como un hombre, nos esforzaremos por exponer su esperanza bendita como un creyente. Para esto les solicitamos toda su atención. Primero, en cuanto a su esperanza: “esperaba la consolación de Israel.” Segundo, en cuanto al cumplimiento de lo que él esperaba, pues lo llegó a ver. Y cuando encontró a Jesús, dijo, “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz.” Y, tercero, en cuanto a la explicación de ese cumplimiento, o, cómo es que el Señor Jesús es la consolación de Israel.
I. Primero, entonces, LA ESPERANZA DE SIMEÓN. Él “esperaba la consolación de Israel.” Ésta era la posición de todos los santos de Dios, desde la primera promesa, hasta el tiempo de Simeón. El pobre anciano Simeón ya tenía sus cabellos canos. Es muy posible que ya hubiera sobrepasado el límite usual asignado a la vida de un hombre, pero, él no deseaba morir. Él esperaba “la consolación de Israel.” Él no deseaba que el tabernáculo de su cuerpo pudiera disolverse, sino que tenía la esperanza que a través de las grietas de ese tabernáculo suyo pudiera ser capaz de mirar al Señor.
Como los cristianos de cabellos blancos de nuestros tiempos, él no deseaba morir, sino que deseaba “estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor.” Todos los santos han esperado a Jesús. Nuestra madre Eva esperó la venida de Cristo. Cuando nació su primer hijo, dijo: “Por voluntad de Jehová he adquirido varón.” Es verdad que estaba equivocada en lo que dijo, fue Caín y no Jesús. Pero por su equivocación vemos que abrigaba la bendita esperanza.
Ese patriarca hebreo que tomó a su hijo, su hijo único, para ofrecerlo como holocausto, esperaba al Mesías y expresó su fe muy bien, cuando dijo: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.”
El que una vez tuvo una piedra por almohada, los árboles por cortinas, el cielo por dosel y la fría tierra por su cama, esperaba la venida de Jesús, porque él dijo en su lecho de muerte: “Hasta que venga Siloh.” El legislador de Israel que era “rey en Jesurún,” habló de Él, porque Moisés dijo: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis.”
David lo celebró a Él en muchos himnos proféticos, el Ungido de Dios, el Rey de Israel. Ante quien todos los reyes se inclinarán y todas las naciones Le llamarán bendito. Cuán frecuentemente David en sus Salmos canta acerca de “mi Señor.” “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.”
Pero ¿debemos detenernos para mencionar a Isaías, que habló de Su pasión y vio Su gloria? ¿O de Jeremías, Ezequiel, Daniel, Miqueas, Malaquías y de todos los demás profetas que estuvieron forzando sus ojos, viendo a través de las oscuras brumas del futuro, hasta que las semanas de la profecía se cumpliesen, hasta que llegara el día sagrado, cuando Jesucristo viniera en la carne?
Todos estaban esperando la consolación de Israel. Y, ahora, el buen anciano Simeón, colocado al borde del período en el que vendría Cristo, Lo buscaba con ojos expectantes. Cada mañana subía al templo, diciéndose a sí mismo: “tal vez Él vendrá hoy.” Cada noche, cuando regresaba a su hogar, doblaba su rodilla y decía: “oh Señor, ven en breve. Sí, ven en breve.” Y sin embargo, esa mañana bajó al templo, sin pensar, tal vez, que la hora cuando vería a su Señor allí había llegado. Pero allí estaba Él, cargado en los brazos de Su madre, un bebé pequeñito. Y Simeón lo reconoció: “ahora, Señor, despides a tu siervo en paz conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación.”
“Oh,” exclama alguien, “¡pero no podemos esperar al Salvador ahora!” No, amados hermanos, en un sentido no podemos esperarlo porque Él ya ha venido. Los pobres judíos lo están esperando. Ellos esperarán en vano ahora Su primera venida, que ya pasó. Esperar al Mesías era una virtud en los días de Simeón; ahora es la infidelidad de los judíos puesto que el Mesías ya ha venido.
Aún así hay un elevado sentido en el cual el cristiano debe estar todos los días esperando la consolación de Israel. Me agrada ver que la doctrina de la segunda venida de Cristo está ganando terreno por todos lados. Yo encuentro que los hombres más espirituales de todos los lugares están “esperando,” así como “queriendo apresurar,” la venida de nuestro Señor y Salvador.
Me sorprende que la creencia no sea universal, porque es perfectamente escritural. Algunos de nosotros estamos, eso confiamos, en la misma posición que Simeón. Hemos subido por las escaleras de las virtudes cristianas desde donde buscamos esa esperanza bendita, la venida de Nuestro Señor Jesucristo. Además, si no creemos en la segunda venida, todo cristiano espera la consolación de Israel en los momentos en que necesita la dulce experiencia consoladora.
Hablo a algunos de ustedes, tal vez, que sienten que han perdido la luz de la faz del Señor últimamente. No han visto Su rostro bendito; no han oído Su voz que habla de amor. No han escuchado los tiernos acentos de Sus labios, y Lo están anhelando. Ustedes están, como Simeón, esperando la consolación de Israel. Él vendrá, aunque se demore, Él vendrá. Cristo no abandona a su gente enteramente. Aunque esconda Su rostro, Él vendrá otra vez. El niño dice que las golondrinas están muertas porque pasan rozando el mar púrpura. Espera, oh niño, y las golondrinas volverán otra vez.
El insensato piensa que el sol ha muerto porque está escondido tras las nubes. Observa unos momentos y verás que el sol regresará otra vez y sabrás que, detrás de las oscuras nubes, estaba preparando el chubasco de abril que engendra las dulces flores de mayo.
Jesús se ha ido por poco tiempo, pero Él volverá. ¡Cristiano! ¡Debes esperar la consolación de Israel! También espero tener en este lugar algún pobre pecador que está buscando y que está esperando la misma consolación. ¡Pecador! No tendrás que esperar eternamente. Muy pocas veces Cristo Jesús hace que los pobres pecadores esperen mucho tiempo. Pero algunas veces hace eso. No les responde ni una sola palabra, pero eso lo hace para probar su fe. Aunque los haga esperar, Él no los enviará vacíos. Ciertamente les dará misericordias, tarde o temprano. “Aunque la promesa tardare, espérala,” y aún la encontrarás, para salvación de tu alma.
¡Hijo de Dios! ¿Acaso no ha venido a ti tu Padre todavía? ¡Clama por Él! ¡Clama por Él! Tu padre vendrá. Nada apresura más al padre hacia el hijo, que su llanto. Llora, pequeño, llora, tú que tienes poca fe. “Ah, pero,” dices, “estoy muy débil para llorar.” ¿Acaso no has observado que el pequeño algunas veces llora tan bajo que cuando estás sentado en la sala con su madre, no lo escuchas? De pronto ella se levanta. Allá está el querido niño llorando arriba. Y hacia allá se dirige ella. Ella puede oírlo aunque tú no puedas, porque es su hijo el que llora.
¡Llora, pequeño!, que tus oraciones suban al cielo. Aunque tu ministro no oiga tu llanto, aunque la incredulidad diga que nadie puede escucharlo, hay un Dios en el cielo que conoce el llanto del penitente. “Él sana a los quebrantados del corazón, y venda sus heridas.” ¡Cuán dulce actitud esperar la consolación de Israel!
II. Esto nos trae al segundo punto, el cumplimiento de esta expectativa. ¿Acaso Simeón esperó en vano? ¡Ah, no!, él esperaba la consolación y obtuvo la consolación que esperaba. ¡Oh, me puedo imaginar la figura de Simeón! ¡Cuán alterado estaba esa mañana! Probablemente, fue al templo caminando con dificultad, su rostro triste y desilusionado; sus oscuros ojos desasosegados porque no había encontrado lo que esperaba. Él quería ver y no podía ver; él deseaba saber y no sabía; algunas veces, en sus momentos de incredulidad, pensaba que, como los profetas y los reyes, tenía que esperar mucho tiempo y tenía que buscar, pero nunca encontraría.
¿Pueden imaginar que lo están viendo, sosteniendo al bebé en sus brazos? Vaya, en ese momento el viejo no necesitó su bastón para apoyarse; lo tiró al suelo y con ambos brazos tomó al niño. Debe haber temblado un poquito, pero la madre de Jesús no tuvo miedo de confiarle su niño. ¡Cuán joven se sintió! Tan joven como hacía diez años cuando caminaba con paso ligero a lo largo de las calles de Jerusalén. Apenas si en el cielo se sentiría el viejo Simeón más feliz de lo que se sentía en ese momento cuando tuvo al niño en sus brazos. ¿Acaso no lo pueden ver? Sus ojos despiden gozo; sus labios hablan sonetos que brotan como el coro de los inmortales, cuando dice, “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación.”
Ahora pueden preguntarse, ¿se desilusionó en el objeto de su búsqueda? ¿Respondió Jesús a sus expectativas, “la consolación de Israel”? Respondemos que sí. Retamos a cualquier persona aquí o en el ancho mundo que niegue lo que aquí ahora afirmamos; ciertamente hay dulce consolación bendita en Jesús, para todo el pueblo de Dios. Yo no sé si alguna vez haya habido tontos que pudieran decir que el Evangelio no es consolador. No creo que los haya habido. La mayor parte de ellos han dicho: “es una muy buena religión para las viejas y para los imbéciles, para los enfermos y los moribundos.” Los peores hombres admiten que la religión es una cosa muy reconfortante. O, si no lo admiten, tienen que aprender esa lección.
Vamos, tú que eres deísta o escéptico, o lo que seas, déjame mostrarte a los creyentes en tiempos de persecución. Mira el rostro de Esteban, ya iluminado con la propia gloria del cielo, mientras lo apedrean. Déjame llevarte a través de los tiempos del potro y de la rueda de tormento, los tiempos del cepo de tortura y de la inquisición; déjame contarte acerca de los mártires que aplaudían en las llamas, y mientras sus miembros ardían en la hoguera, todavía podían cantar un villancico como si fuera el día de Navidad en sus corazones, aunque era día de ceniza para sus cuerpos.
¡Cuán a menudo descubres que los que sufren más, son también los que experimentan mayor gozo! Cuando los hombres les colocaban cadenas de hierro en sus brazos, Dios les ponía cadenas de oro de honor en sus cuellos. Cuando los hombres amontonaban reproches sobre sus nombres, Dios amontonaba consuelos en sus almas. Tanto el clamor de la paz como el clamor de la sangre nunca deben ser silenciados. La raza cristiana, por medio nuestros mártires y confesores, muestra al ancho, ancho mundo que hay un gozo en la religión que puede apagar la llama, arrebatar la tortura del potro, eliminar el tormento de la rueda, que puede cantar en la prisión, que puede reír alegremente en el cepo de tormento y hacer que nuestros corazones libres y sin prisiones corten las barras del calabozo y vuelen a lo alto, cantando salmos a nuestro Dios. ¡He aquí la consolación de Israel!
Pero el infiel replica: “estos son momentos de excitación. En esos momentos las personas son estimuladas más allá de su fuerza natural. Tus ejemplos no son válidos.” Ven aquí, incrédulo, y déjame mostrarte a los cristianos en la vida ordinaria; no a los mártires, ni a los confesores, ni a los hombres con coronas rojas de sangre en sus frentes, sino a hombres comunes como tú mismo.
¿Ves a ese esposo? Acaba de regresar del funeral de su esposa. ¿Observas su rostro? Él dice, “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito.” ¿Podrías decir lo mismo? ¿Ves a esa madre? Su hijo ha muerto. Y mirándolo, ella dice: “Él ha hecho todas las cosas bien. Es duro separarme de él, pero lo entregaré al Señor.” ¿Tú, infiel, podrías hacer eso? ¿Ves aquel comerciante? La ruina lo hundió en un instante; ha sido llevado a la pobreza. Observa cómo eleva sus manos al cielo y clama, “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación.” ¿Podrías decir tú lo mismo, infiel? No, no podrías. Pero hay consolación en Israel.
Estoy medio avergonzado de algunos de ustedes, hermanos míos, porque no sobrellevan bien las tribulaciones; porque no honran su religión como deberían hacerlo. Si fuera posible, deberían aprender a decir como Job: “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré.” “¡Ay!” dices, “es muy fácil para ti decir eso, pero es mucho más difícil practicarlo.” Te concedo eso. Pero entonces es gloria del Evangelio que nos permita hacer cosas que no son fáciles. Si es algo difícil, hay más honor para Dios; más fuerza en las Escrituras: que por su influencia bendita y con la ayuda del Espíritu Santo, nos permite soportar pruebas en las que otros se hunden.
Hace poco tiempo oí la historia de un hombre incrédulo que tenía una esposa muy piadosa. Tenían solamente una hija, una criatura bella y agradable. Se encontraba en su lecho de enferma; el padre y la madre permanecían junto a su cama. Llegó el momento solemne en que murió. El padre se inclinó y puso su brazo alrededor de ella y lloró ardientes lágrimas sobre la blanca frente de su hija. La madre permanecía allí también, llorando con toda su alma. En el momento en que murió la niña, el padre comenzó a arrancarse el cabello y a maldecirse a sí mismo en su desesperación. La aflicción se había apoderado de él. Pero cuando miró hacia el pie de la cama, allí estaba su esposa. Ella no estaba resentida ni estaba maldiciendo. Ella secó sus ojos y dijo: “Yo voy a ella, mas ella no volverá a mí.” El corazón del incrédulo padre por un instante se llenó de ira, porque imaginó que ella era una estoica. Pero las lágrimas corrían por sus mejillas, también. Vio que aunque era una mujer débil y frágil, podía soportar el dolor mejor que él y entonces la abrazó y le dijo: “¡Ah!, esposa mía, a menudo me he reído de tu religión. Ya no lo haré más. Hay mucha bendición en esta resignación. ¡Quiera Dios que yo la tenga también!” “Sí,” podría haber respondido ella, “tengo la consolación de Israel.” Hay, (óiganlo, ustedes despreciadores, maravíllense y perezcan) hay consolación en Israel.
Esa querida hermana que mencioné al comienzo de este servicio, era una de las más nobles imágenes de la resignación que yo haya visto jamás. Cuando la fui a ver, sólo puedo describir su posición de esta manera: estaba sentada a las orillas del Jordán, cantando, con sus pies en el agua, anhelando cruzar el río. “¡Ah!, pastor,” dijo, cuando entré, “cómo has alimentado mi alma y has traído de nuevo mis días de juventud. No pensé que el Señor me diera tales momentos de bendición antes de llevarme al hogar. Pero ahora te debo decir adiós, pues voy arriba, a mi Jesús, y permaneceré con Él para siempre.” Nunca olvidaré cuán plácida se veía. ¡Ah!, es cosa dulce ver morir a un cristiano; es la cosa más noble sobre la tierra: cuando un santo termina su labor para recibir su recompensa, cuando va de sus conflictos a sus triunfos. La magnífica pompa de los príncipes es como si no fuera nada. La gloria del sol poniente no puede ser comparada con la luz celestial que ilumina el alma conforme se separa de los órganos del sentido corporal, para ser conducida a la augusta presencia del Señor.
Cuando murió el querido Haliburton, dijo: “me temo que no podré dar ya más otro testimonio de mi Señor, pero para mostrarles que estoy lleno de paz y descansando todavía en Cristo, voy a levantar mis manos.” Y justo antes de morir, levantó ambas manos y las juntó, aunque ya no podía hablar. ¿Han leído alguna vez acerca del lecho de muerte de Payson? No se los puedo describir; era como el vuelo de un serafín. John Knox, ese viejo compañero valiente, cuando llegó el momento de su muerte, se sentó en su cama y dijo: “ahora ha llegado la hora de mi disolución; la he anhelado durante mucho tiempo; pero estaré con mi Señor en breve.” Cayó otra vez sobre su cama y murió.
Hay muchas personas de quienes podría platicarles. Por ejemplo, les podría hablar de Janeway, quien dijo: “Oh, que tuviera labios para decirles una milésima parte de lo que ahora siento. Ustedes nunca sabrán el valor de Jesús hasta que lleguen a su lecho de muerte y entonces encontrarán que Él es un Cristo bendito, cuando más lo necesiten.” Oh, incrédulo, ponte allí donde la muerte está trabajando, y si no amas la vida de los justos, sin embargo dirás como Balaam, “Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya.” Así es nuestra santa religión: una dulce y bendita consolación.
III. Y esto nos lleva al tercer punto que es LA EXPLICACIÓN DE ESTE HECHO: mostrar a todos los hombres y mostrarles en especial a ustedes que hay consolación y explicarles en qué consiste.
En primer lugar, hay consolación en las doctrinas de la Biblia. Me gusta una religión doctrinal. No creo en la afirmación de algunas personas que dicen que no tienen un credo. Por ejemplo, un hombre dice: “no soy un calvinista y no soy un arminiano, no soy baptista, no soy presbiteriano, no soy independiente.” Dice que es liberal. Pero esta es solamente la licencia que reclama debido a su propio hábito de estar en desacuerdo con todo el mundo. Pertenece a ese tipo de personas que están muy llenas de prejuicios y que son mucho menos tolerantes para con los otros.
Se sigue a sí mismo; y por lo tanto es el único miembro de la denominación más pequeña del mundo. Yo no creo que la caridad consista en renunciar a nuestras distinciones denominacionales. Creo que hay un “camino aun más excelente.” Aun aquellos que no desprecian la fe, aunque casi la sacrifican a su benevolencia, algunas veces dirán: “bien, no pertenezco a ninguna de sus denominaciones ni partidos.” Una vez hubo un cuerpo de hombres que provino de todas las ramas de la iglesia cristiana con la esperanza que todo aquel que tuviera un corazón verdadero los siguiera.
El resultado, sin embargo, ha sido que solamente han formado una nueva denominación, diferente tanto en disciplina como en doctrina. Creo en los credos si están basados en la Escritura. Puede ser que no garanticen la unidad de sentimiento, pero en general la promueven, porque sirven de señales y nos muestran los puntos en los que muchos se desvían.
Todo hombre debe tener un credo si cree en algo. Entre más certeza tenga que es verdadero, mayor será su propia satisfacción. En las dudas, en la oscuridad, y en la desconfianza, no puede haber consolación. Las vagas fantasías del escéptico, cuando divaga en imágenes y aprensiones demasiado informes y etéreas como para ser incorporadas en algún credo, pueden agradar por un tiempo, pero es el placer de un sueño. Yo creo que hay consolación para Israel en la sustancia de la fe y la evidencia de cosas no vistas. Las ideas son demasiado etéreas para atraparlas. El ancla que tenemos es segura y firme. Le doy gracias a Dios que la fe que he recibido puede ser moldeada en un credo y puede ser explicada en palabras tan sencillas que la gente común las puede entender y ser consolada por ellas.
Ahora vean las doctrinas mismas; las doctrinas de la Biblia. ¡Qué manantiales de consolación son ellas! ¡Cuán consoladora es la doctrina de la elección para el Israel de Dios! Para algunos hombres resulta repulsiva. Pero muéstrenme a esa alma llena de gracia que ha puesto su confianza bajo las alas del Señor Dios de Israel. “Elegidos en Cristo,” será una dulce estrofa en su himno de alabanza. Pensar que antes que las colinas fueran formadas, o que los canales del mar fueran excavados, Dios me amaba; que desde la eternidad hasta la eternidad Su misericordia está sobre Su pueblo. ¿No es eso una consolación? Ustedes que no creen en la elección, vayan y pesquen en otras aguas; pero en este grandioso mar hay peces poderosos. Si pudieran venir aquí, encontrarían una rica consolación. O regresen a la dulce doctrina de la redención. Cuánta consolación se encuentra allí, amados hermanos, al saber que son redimidos con la preciosa sangre de Cristo.
No se trata de la falsa redención enseñada por algunas personas, que pretende que el rescate está pagado, pero que sin embargo las almas que son rescatadas pueden perderse. No, no; es una redención positiva que es eficaz para todos aquellos por quienes se ha llevado a cabo. ¡Oh!, pensar que Cristo los ha comprado a ustedes con su sangre para que no se pierdan. ¿Acaso no hay consolación en esa doctrina: la doctrina de la redención? Piensen otra vez en la doctrina de la expiación, que Cristo Jesús ha llevado todos los pecados de ustedes en Su propio cuerpo en el madero; que les ha quitado los pecados de ustedes por el sacrificio de Sí mismo. No hay nada como creer en la expiación plena; que todos nuestros pecados son lavados y llevados a las profundidades del mar. ¿No hay consolación en ello?
¿Qué dices tú, mundano, si pudieras saber que eres elegido de Dios el Padre, si pudieras creerte redimido por Su Hijo unigénito, si supieras que por tus pecados ya se ha pagado un rescate completo? ¿No sería una consolación para ti? Tal vez respondas: “no.” Eso es por que eres un hombre natural y no disciernes las cosas espirituales. El hombre espiritual responderá: “¿consolación?, ay, es tan dulce como la miel para estos labios; sí, más dulce que el panal son para mi corazón esas doctrinas preciosas de la gracia de Dios.”
Pasemos ahora a las promesas de consolación.
¡Oh, cuán dulces son las promesas de Jesús para el alma que sufre! Para cada condición hay una promesa; para cada dolor hay un licor que lo mitiga; para cada herida hay un bálsamo; para cada enfermedad hay una medicina. Si buscamos en la Biblia, encontramos promesas para todos los casos. Ahora déjenme apelar a ustedes, amigos míos. ¿No han experimentado cuán consoladoras son las promesas para ustedes en las épocas de adversidad y en las horas de angustia? ¿Acaso no recuerdan alguna ocasión en que el espíritu de ustedes estaba tan quebrantado que sentían que no habrían podido luchar con sus angustias y dolores si no hubieran tenido alguna dulce y preciosa palabra de Dios que venía en su ayuda? Ministro del Evangelio, ¿no recuerdas cuán a menudo has temido que tu mensaje no fuera eficaz? Pero has oído que tu Señor susurra: “he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” Maestro de escuela dominical, muchas veces has dicho: “Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas.” Y, ¿no has escuchado entonces que Jesús dice: “Mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía”? Tú que estás de luto porque has perdido a un familiar cercano, ¿no has oído entonces que Jesús dice: “Todas las cosas les ayudan a bien”? Suavemente enjúgate esa lágrima, oh, viuda; ¿no se hubiera quebrantado tu corazón si no fuera por la seguridad: “Tu marido es tu Hacedor.”? Huérfano, ¿qué habría sido de ti si no te hubieras vuelto hacia la promesa consoladora, “Deja tus huérfanos, yo los criaré; y en mí confiarán tus viudas.”
¿Pero por qué necesito decirte, cristiano, que hay promesas consoladoras en la Biblia? Tú sabes que las hay. Yo no vendería ni una sola hoja de la Biblia por todo el oro del mundo, ni cambiaría ni una sola de sus promesas por estrellas hechas de oro.
¡Tesoro precioso! Tú eres mío.”
¡No puedo encontrar ningún consuelo parecido al que proviene de ti! ¡Tú eres el cielo en la tierra para mí, Biblia bendita! Verdaderamente, si esperamos en Cristo, hallaremos que en su Evangelio hay consolación para Israel.
No solamente tenemos promesas consoladoras y doctrinas consoladoras, sino que tenemos influencias consoladoras en el ministerio del Espíritu santo. Hay ocasiones, amigos míos, en las que todas las promesas del mundo son inútiles para nosotros, cuando todas las doctrinas del mundo no nos servirían de nada, a menos que tuviéramos una mano que pueda aplicárnoslas.
Allí está tirado un pobre hombre. Ha sido herido en la batalla. En aquel hospital hay un recipiente con linimento. Ese hombre se está desangrando; ha perdido un brazo; ha perdido una pierna. Hay muchos en el hospital que podrían restañar sus heridas y suficientes medicinas para todo lo que le aqueja ahora. ¿Pero de qué le sirven? Pude estar allí, desamparado en el campo de batalla y morir solo, y a menos que alguien traiga una ambulancia que lo lleve al hospital, él no puede llegar hasta allá por sí mismo. Se incorpora apoyándose sobre el brazo que le queda, pero cae desmayado. La sangre brota libremente y su fuerza se desvanece con ella. ¡Oh! en este momento no es el linimento el que le preocupa; no es el ungüento; necesita a alguien que pueda traerle esas cosas. Ay, y si pusieran todos esos remedios junto a él, puede ser que esté tan débil y enfermo que no pueda hacer nada para su propio alivio.
Ahora, en la religión cristiana hay algo más que recetas para nuestro consuelo. Hay Uno, el Espíritu de verdad, que toma de las cosas de Jesús y las aplica a nosotros. No pienses que Cristo ha puesto simplemente gozos a nuestro alcance para que los obtengamos por nosotros mismos. Sino que Él viene y coloca esos gozos dentro de nuestros corazones. El pobre peregrino, enfermo y cansado por el viaje, no solamente encuentra que hay algo que le da fuerzas para caminar, sino que es llevado sobre alas de águila. Cristo no sólo lo ayuda a caminar, sino que lo lleva en brazos y dice, “restañaré tus heridas. Vendré a ti Yo mismo.” Oh, pobre alma, ¿no es esto un gozo para ti? A menudo tu ministro te ha dicho que creas en Cristo, pero tú dices que no puedes. A menudo has sido invitado a venir a Jesús, pero tú sientes que no puedes. Sí, pero lo mejor del Evangelio es que cuando un pecador no puede venir a Cristo, Cristo puede venir a él. Cuando una pobre alma siente que no se puede acercar a Cristo, Cristo ciertamente la atraerá hacia Él. Oh cristiano, si tú estás sufriendo hoy bajo profundas angustias, tu Padre no te da promesas para luego abandonarte. Las promesas que Él ha escrito en la Palabra, las grabará también en tu corazón. Él manifestará Su amor a ti y por medio de su bendito Espíritu, que sopla como el viento, te quitará tus preocupaciones y problemas.
Sábelo, oh, tú que te lamentas, que es prerrogativa de Dios enjugar las lágrimas de los ojos de Su pueblo. Nunca olvidaré lo que escuché decir a John Gough, de manera brillante: “¡Enjugar lágrimas! Esa es la prerrogativa de Dios. Y sin embargo,” dijo “yo lo he hecho. Cuando un borracho ha sido recuperado, las lágrimas de una esposa han sido enjugadas de sus mejillas.”
Oh, amados hermanos, es una cosa bendita enjugar las lágrimas de otros. Pero, “He aquí, todas estas cosas hace Dios dos y tres veces con el hombre.” No sólo les da el pañuelo, sino que seca las lágrimas de los ojos de ustedes; Él no sólo les da el dulce vino, sino que lo sostiene en los labios de ustedes y lo vierte en sus bocas. El buen samaritano no dijo, “aquí está el vino y aquí está el aceite para ti.” ¿Qué hizo? Él vertió en las heridas el aceite y el vino. No dijo, “ahora, monta en la bestia”, sino que lo montó y lo llevó a la posada.
¡Glorioso Evangelio!, que proporciona tales cosas a los pobres perdidos, que viene en pos de nosotros cuando nosotros no podemos ir a Él, que nos trae gracia cuando nosotros no podemos ganar la gracia. Aquí hay gracia tanto en el acto de dar como en el don. ¡Feliz pueblo, ser bendecido así por Dios! Simeón “esperaba la consolación de Israel,” y la encontró. ¡Que tú la encuentres también!
Dos pequeños comentarios para dos tipos de personas, y terminaremos. A ustedes que son seguidores de Jesús, tengo una cosa que preguntarles. Con un Padre tal que los ama, con un Salvador tal que se ha entregado a Sí mismo por ustedes y que se entrega a ustedes, con tal Espíritu bueno que habita en ustedes, que los instruye y consuela, con tal Evangelio, ¿qué los abate a ustedes ahora? ¿Qué significan esas frentes arrugadas? ¿Qué significan esas lágrimas que ruedan? ¿Qué significan esos corazones adoloridos? ¿Qué significa ese porte melancólico?
“¿Qué significan?” dicen ustedes. “Pues que tengo problemas.” Pero, hermano ¿has olvidado la exhortación del Señor? “Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará.” “No dejará para siempre caído al justo.” Traten, hermanos, traten de estar tan felices como puedan. ¡Regocíjense por siempre! Un cristiano feliz recomienda a la religión.
Usualmente vemos a través de la ventana del comerciante para ver lo que vende. Y las personas muy frecuentemente ven nuestros rostros para investigar cuáles son los pensamientos de nuestro corazón. Ay, que tengan que vernos habitualmente tristes. Algunas personas creen que los rostros agrios y las vestiduras sombrías son emblemas adecuados de la santidad. Considerarían malo reír, o si siquiera fueran a sonreír en la capilla pensarían que habían cometido un pecado imperdonable, aunque yo nunca he visto ninguna ley contra ello. Todo lo que está en nosotros debe bendecir Su santo nombre desde la fantasía más juguetona hasta la ensoñación más sublime. Ustedes no necesitan emular a aquellos que, para parecer justos, desfiguran sus rostros para que puedan parecer ante los hombres que ayunan. ¡Déjame rogarte, cristiano, que cuando ayunes, tengas una apariencia llena de alegría! Que los hombres no se den cuenta que ayunas. Si estás triste, trata de conservar para ti mismo esa tristeza. No dejes que la gente te escuche, no sea que digan, “Vean a ese cristiano, es tan débil como nosotros.”
¿Han oído esa vieja ficción de que Jesús nunca reía o sonreía? Se mencionó eso en casa de un amigo mío, donde estaba yo alguna vez. Había una niña en la habitación, que cuando oyó eso, corrió hacia su padre y dijo, “papá, ese caballero no dijo la verdad.” Por supuesto todo mundo la miró esperando su explicación. “Yo sé que Jesús sí reía, papá,” agregó, “pues los niños lo amaban. Y no creo que lo hubieran amado si Él nunca hubiera sonreído. ¿No dijo, ‘Dejad a los niños venir a mí’, y los tomó en Sus brazos y les dio Su bendición?” ¿Creen ustedes que un buen cristiano tomaría en sus brazos a un niño sin sonreír? Y, si no sonriera, ¿creen que el niño iría hacia él? Jesús sí sonrió. Un rostro risueño gana honor para la religión; una conducta alegre glorifica a Dios, pues Él ha dicho, “Regocíjense los santos por su gloria, y canten aun sobre sus camas.” “Los hijos de Sion se gocen en su Rey.” ¡Estén gozosos, cristianos! ¡Estén gozosos!
Llevarían luto todos sus días?
Y ahora, antes que termine, déjenme apelar a aquellos que no tienen esta consolación. Hombres y hermanos, pongan atención. Para Israel hay consolación. Pero para ustedes, ¿qué va a suceder con algunos de ustedes que no tienen para nada esta consolación? Hombres mundanos, ¿de dónde extraen su dicha? ¿De las impuras zanjas de un mundo asqueroso? Pronto, ¡ay!, se secarán; ¿y entonces que harán ustedes? Veo a un cristiano. ¡Ahí está! Ha estado bebiendo toda su vida del río que alegra la ciudad de nuestro Dios. Y cuando vaya al Cielo, irá a la misma corriente. Él bebe y dice, “esta agua es de la misma fuente de la cual bebí en la tierra. Bebo la misma dicha, pero estoy más cerca del origen de la fuente de lo que estuve antes.”
Pero estoy viendo a ustedes que han estado bebiendo de los depósitos negros, oscuros y sucios de la tierra, y cuando ustedes estén en la eternidad, dirán, “¿dónde está la corriente en donde alguna vez apagué mi sed?” ¡La buscan y se ha ido!
Supón que eres un borracho. La ebriedad fue tu felicidad en la tierra. ¿Estarás borracho en el infierno? Allí eso no te proporcionará contento. Aquí el teatro fue tu pasatiempo, ¿hallarás un teatro en el infierno? Las canciones de insensata lascivia eran tu deleite aquí, ¿hallarás tales canciones en la eternidad? ¿Serás capaz de cantarlas en medio de indecibles ardores? ¿Podrás canturrear esas notas lascivas cuando estés bebiendo la atemorizante hiel del infortunio eterno? ¡Oh!, seguramente que no. Las cosas en que confiaste y en las que hallaste paz y consuelo se habrán ido para siempre.
¡Oh!, ¿cuál es la felicidad de ustedes hoy, amigos míos? ¿Es una felicidad duradera? ¿Es un gozo que perdurará? ¿O tienen en sus manos una manzana de Sodoma y dicen, “está bien, está pasablemente bien,” si saben que tan solo la ven ahora, pero tendrán que comerla en la eternidad? Vean al hombre que tiene esa manzana en su mano, la pone en su boca, la tiene que masticar por toda una eternidad. Y es ceniza, ceniza en sus labios, ceniza entre sus dientes, ceniza en sus mandíbulas, ceniza para siempre, ceniza que irá a su sangre y hará que cada vena sea un camino para ser recorrido por los ardientes pies del dolor. ¡Su corazón es habitación de miseria y todo su cuerpo una guarida de repulsión!
Ah, si ustedes no tienen esta consolación de Israel, ¿saben qué deben tener? ¡Deben tener el tormento eterno! Con frecuencia he hecho la observación que son los hombres más malvados los que sostienen la doctrina que no hay tormento para el cuerpo en el infierno. Viajaba hace tiempo en un vagón del ferrocarril con un hombre que parecía no tener idea de la religión, que dijo, “estoy tan frío como el diablo,” y repitió esa observación varias veces. Yo le dije, “él no es nada frío, señor.” “¿Supongo que usted es un creyente del infierno, entonces?” Replicó. “Sí, lo soy,” “porque soy un creyente de la Biblia.” “No creo que allí halla ningún fuego para el cuerpo. Creo que es la conciencia, remordimiento de conciencia, desaliento y desesperación y cosas parecidas, no creo que tenga nada que ver con el cuerpo,” dijo. Y, aunque parezca extraño, muchos otros hombres impíos con quienes he hablado sobre el tema, todos parecen ser parciales de un infierno que sólo tiene que ver con la conciencia. La razón es esta. Ellos no se preocupan por su alma. Son hombres naturales que tienen una preocupación natural acerca de su cuerpo, pero piensan que tan pronto como su cuerpo termine, ellos no se preocuparán para nada del infierno.
¡Oigan esto, entonces, ustedes hombres infieles! No se preocupan por la tortura del alma. Oigan esto, y no se trata de una metáfora o figura. Óiganlo, porque hablo el lenguaje sencillo de Dios. Para el cuerpo, también hay infierno. No es tan solo el alma de ustedes la que es torturada. ¿Qué les preocupa la conciencia? ¿Qué les preocupa la memoria? ¿Qué les preocupa la imaginación? ¡Oye esto, entonces, borracho! ¡Oye esto, hombre entregado al placer! ¡Ese cuerpo que tanto consientes estará sumido en el dolor!
No es una figura que usó Cristo cuando él dijo, “Y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.”
Se trataba de una lengua, señores; se trataba de una llama, señores. No era una lengua metafórica y no era una llama metafórica. No era agua metafórica la que necesitaba. Llamas reales, positivas, verdaderas atormentaban el cuerpo de ese hombre rico en el infierno. ¡Ah!, hombre malvado, esas mismas manos tuyas que ahora sostienen la copa de vino, sostendrán la copa de tu condenación Los pies que te llevan al teatro pisarán el azufre para siempre. Los ojos que ven los espectáculos de la lujuria, (no es una figura, señores), esos mismos ojos verán espectáculos asesinos de miseria. Esa misma cabeza que a menudo ha sufrido de dolores, palpitará con penas que aún no has sentido. Tu corazón, por el que tan poco te preocupas, se volverá un emporio de miserias en donde los demonios vaciarán los quemantes calderos del dolor. No es ficción.
Lean la Biblia y hagan una ficción de ella si pueden. Hay un fuego que no conoce mengua, un gusano que nunca muere, una llama inextinguible. Cuando bajes esas escaleras, piensa que hay un infierno. No es ficción. Deja que la antigua doctrina se levante otra vez, que Dios ha preparado el Tofet desde el principio. La pila allí es de madera y mucho humo: el aliento del Señor, como una llama de fuego, la prende.
¡Hay un infierno! ¡Oh, que ustedes huyeran de él! ¡O que por gracia escaparan de él! Sodoma no fue una figura, eso fue granizo de fuego real del cielo.
“Apresúrate,” dijo el ángel, “¡apresúrate! Y puso su mano atrás del fugitivo advertido a tiempo. ¡Hombre! He venido hoy como un ángel del cielo a ti y quiero poner mi mano sobre tu hombro y gritar: “¡apresúrate! ¡Apresúrate! ¡No veas detrás de ti! ¡No permanezcas en la llanura! ¡Apresúrate a la montaña, no sea que te consumas!”
Si tú reconoces la necesidad de un Salvador, ¡ven y confía en Él! Si tú sientes tu necesidad de salvación, ven y tenla, pues está dicho, “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.”
Ninguno está excluido sino aquellos que se excluyen a sí mismos. Ninguno es aceptado sino aquellos a quienes la gracia acepta por la misericordia soberana de nuestro Dios. ¡Que Dios te reciba en Sus brazos! ¡Que los pecadores sean liberados del pozo! ¡Que encuentren la consolación de Israel aquellos que aún no la han buscado! Hermanos en Cristo, yo pido sus oraciones para que Dios pueda bendecir este sermón para las almas de muchos hombres.
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