Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí:http://spurgeon.com.mx/sermon629.html
“Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó y a su rey, con sus varones de guerra. Rodearéis, pues, la ciudad todos los hombres de guerra, yendo alrededor de la ciudad una vez; y esto haréis durante seis días.” — Josué 6:2,3
Puede descargar el documento con el sermón aquí: Sermón #629 – Jericó Capturada
Veo aquí a muchos hermanos que son ministros. Pienso que seguiré el ejemplo de Martín Lutero cuando comentaba que con frecuencia veía en la iglesia de Wittenberg a diversos doctores muy sabios y normalmente se encontraban entre ellos el Dr. Justus Jonas y otros más de quienes Lutero decía que eran infinitamente más preparados y más sabios que él. “Pero,” decía Martín, “no por eso altero mi estilo de predicar. Yo no les predico a ellos. Yo predico a esos campesinos que vienen del campo y a los ciudadanos de Wittenberg. Pues de esa manera tengo la certeza que si ellos pueden entenderme, entonces el Dr. Justus Jonas y demás teólogos doctos pueden entenderme también, si quieren.”
Más aún, voy a adoptar la exhortación del Sr. Wesley a sus predicadores: apunta tu mira hacia abajo. “Así hay una mayor probabilidad,” solía decir, “de alcanzar a los hombres que si disparas hacia lo alto.” Yo puedo confesar con toda franqueza que estoy sometido a ese precepto por necesidad puesto que no tengo la capacidad de disparar hacia lo alto. Debo por tanto apuntar hacia abajo. Ahora vamos a tomar nuestro texto y vamos a intentar, si podemos, obtener algo de él que pueda ser aplicable a la presente posición de nuestra Sociedad y ver si podemos sacar algunas palabras y pensamientos que nos fortalezcan, animen y nos llenen de valor para la acción futura en esta buena obra de Dios.
La Sociedad Irlandesa tiene que lidiar con uno de los baluartes del Catolicismo Romano y se me ocurre que hay un paralelo muy evidente entre nuestros esfuerzos y el trabajo que Israel tenía que realizar contra esta ciudad de Jericó. Jericó era una ciudad fuertemente defendida y bien cerrada; nadie entraba ni salía. Y el Catolicismo Romano parece haber logrado esto de manera admirable. Encierra a sus discípulos de tal manera que son escasamente accesibles y los convertidos entre sus filas son pocos y con mucho espacio entre uno y otro. Iba a decir que nadie entra (aunque sí unos cuantos de nosotros) y hay muy pocos que salen jamás.
Jericó era una ciudad fronteriza. Una vez capturada, la conquista del resto de Canaán sería comparativamente muy fácil. Y la influencia del Papa es parecida a una ciudad fronteriza, la Jericó de nuestra guerra. Se yergue en el camino de la evangelización del mundo. Es el gran impedimento para difundir el reino de nuestro Señor Jesucristo. Dejen que caiga Jericó y Canaán puede llorar y lamentarse, pues su día ha llegado. Y dejen que Roma sea sometida, que el Catolicismo Romano sea conquistado, y el mundo pronto estará a los pies de ese Jesús a quien una vez despreció.
Pienso que estamos atacando, en la Sociedad Irlandesa Bautista, una Jericó, ciertamente, y lo hemos estado haciendo por largo tiempo. Pero ha sido una tarea muy desgastante y los hermanos algunas veces han estado a punto de gritar: “Vamos a darnos por vencidos.” Voy a hablar acerca de esto en el primer día, y en el segundo y en el tercero y en el cuarto y en el quinto, y tal vez en el sexto día de la semana, para arengar a estos hermanos: “¡Valor, continúen aún con sus cuernos de carnero! Den su testimonio y lleven el Arca del Señor alrededor de esta ciudad, pues el Señor la ha entregado en sus manos. Sólo sean obedientes y valientes, y esperen Su tiempo, pues la victoria de ustedes está asegurada.”
Voy a dividir lo que tengo que decir esta noche, en estas tres partes. Se me ocurre que la narrativa que nos ocupa nos enseña que Dios quiere que Su pueblo trabaje y espere y obtenga la victoria. Y esto es lo que tenemos que hacer hoy como lo hicieron en aquel tiempo.
I. Primero que nada Dios quiere que Su pueblo TRABAJE. Vamos a hablar un poco de esto. Nosotros predicamos las Doctrinas de la Gracia, y las Doctrinas de la Gracia son siempre el mejor terreno para cultivar buenas obras. Insistimos diariamente en esto, que las obras no le dan vida al hombre, pero de igual manera insistimos en el hecho que la vida espiritual se manifiesta a sí misma, continuamente, por medio de obras santas. Los soldados del ejército de Dios, después que habían pasado el Jordán, no debían quedarse quietos en un ocio lujoso hasta que los muros de Jericó se derrumbaran gradualmente. Y aunque Dios había determinado la súbita destrucción de Jericó, aun así Su pueblo no debía quedarse quieto sobre algún vecino montículo esperando la catástrofe. Ellos debían trabajar y Jericó iba a caer como resultado de su esfuerzo.
Su trabajo consiste en una procesión diaria. Ellos deben ir en un desfile alrededor de los muros. Los sacerdotes deben ejercer sus funciones. El Arca debe ser llevada sobre los hombros. Los hombres de guerra deben estar allí para defender el Arca, limpiar el camino, y para seguir también en la retaguardia, para protegerla de cualquier ataque súbito o de cualquier estallido que viniera de la ciudad. Ellos deben marchar así durante seis días. Ni un solo día sin desfile. Ni un solo día sin obedecer al gran Capitán de los ejércitos.
Hermanos, lo mismo debe suceder con nosotros. ¡Debemos ganar el mundo para Cristo! Esta es nuestra gran ambición y en el nombre de Cristo será nuestro gran logro. Pero debe ser por medio del trabajo, dando testimonio, por la predicación del Evangelio, por medio de la oración continua, rodeando la ciudad, sirviendo a Dios perpetuamente y caminando en el camino de la obediencia. Analicemos un poco este trabajo en conexión con nuestra narración. Podrán observar que el trabajo que Israel debía realizar era universal. Había un lugar para que cada uno se ocupara. Los hombre de armas debían ir alrededor de la ciudad, y con ellos debían marchar los sacerdotes.
Tanto la casta eclesiástica como la militar deben estar representadas aquí. Ninguna de las dos debe estar sin trabajar. Es un mal día para la Iglesia de Dios cuando pensamos que unos cuantos de nosotros debemos pelear las batallas del Señor y que el resto de nosotros puede observar y criticar y aplaudir. Todos ustedes, hermanos míos, son llamados para servir a Dios. Ustedes reconocen esto en el credo. Ustedes se saben sacerdotes y odian la mentira que eleva a algunos hombres al sacerdocio y pone a todo el resto en un lugar bajo con el nombre de “laicado,” como si no fueran nada mejor que piedras. Ustedes sienten que son llamados para llevar los vasos del Señor; que ustedes son un: “real sacerdocio, pueblo adquirido por Dios.”
Ustedes saben que han sido apartados para el servicio de Dios. Pero mientras este es nuestro credo, me temo que no es nuestra práctica. ¿Cuántos no hay que toman su lugar en la iglesia, y una vez que se han sentado de manera confortable, consideran que todo su trabajo consiste en escuchar los sermones y tal vez hurgar en sus bolsillos buscando una moneda solitaria para la colecta a favor de la Sociedad Misionera? Puede ser que muy de vez en cuando, muy de vez en cuando, ayuden en alguna empresa de utilidad, pero esto es sólo una excepción a la regla.
No veremos que la Iglesia se vuelva fuerte y poderosa hasta que cada miembro de la Iglesia en lo individual lleve a cabo su responsabilidad. Todos debemos rodear esta ciudad. Observen que, cuando el Señor alimentó a la multitud, Él no tomó algunos de los cinco panes, o uno de los peces, sino que Él tomó todos los panes, aunque eran de cebada y tomó ambos peces, aunque eran pequeños. Tuvo cuidado de partir todo y dividirlo entre la gente. No quedó nada de reserva disponible para guardar en la despensa, nada se almacenó, se usó todo.
Y luego, por el poder multiplicador de Dios, hubo suficiente comida para todos. Y así debemos explorar la despensa, debemos sacar los panes de cebada y también los peces. Todo debe ser dedicado a la causa del Señor. Y, por medio del uso, ¡la habilidad será multiplicada! Y en el ejercicio, la Gracia Divina será aumentada y todavía seremos suficientes para las necesidades del mundo.
Se ha dicho, y pienso que un pequeños cálculo les demostrará que es correcto, que si Dios permitiera que los cristianos de esta gran ciudad nuestra, sintieran su responsabilidad y cada cristiano fuera hecho el instrumento de la conversión de otro, comenzando con cincuenta mil cristianos en Londres (y esperemos que haya ese número de creyentes, pues es una pequeña proporción de la multitud que profesa ser cristiana) entonces, considerando que hay tres millones de almas en Londres, seis años serían suficientes para la conversión de todos por la simple agencia de que cada discípulo traiga a una oveja descarriada.
No da la impresión que esto sea imposible. Sólo se necesita la Divina Gracia de lo alto. Debemos suplicar a Dios que envíe la bendición. Y cuando la bendición llega a la obra de cada hombre, ciertamente no hay obstáculo en materia de tiempo ni en materia de esfuerzo pues, con la bendición de Dios, la conversión de un alma no es asunto que requiera de nosotros que abandonemos los negocios o que nos fuerce a dedicar todo nuestro tiempo a eso. Cinco minutos han sido suficiente tiempo, por la Gracia Divina, y media docena de palabras han bastado. ¡Valor, mis hermanos! Aunque el trabajo es inmenso, si todos nos dedicamos a él, con la bendición de Dios será prontamente cumplido.
Nuestra policía nos entregó una aviso el otro día, cuando había nieve en el suelo, que cada uno de nosotros debía limpiar la nieve acumulada frente a su propia puerta. Era justo que los peatones pudieran caminar por las aceras sin ser embarrados con la mezcla del lodo y la nieve. ¡Cuánto hubiera costado si se hubieran limpiado las calles de Londres de cualquier otra manera! Sería difícil para un contratista asumir la limpieza por año, puesto que escasamente sabría cuán a menudo sería llamado para un trabajo de limpieza. ¿Cómo podría mantenerse un ejército de hombres listos para hacer un trabajo que se presenta de manera impredecible: en ocasiones, sólo una vez al año y en otras, hasta cincuenta veces al año?
Pero cada hombre barre frente a su propia puerta y todo el trabajo se termina temprano en la mañana y la gente puede caminar por las calles sin problemas. ¡Oh, que pudiéramos sentir que debemos barrer frente a nuestra propia puerta! ¡Oh, que cada hombre reconstruyera el arruinado muro de Jerusalén frente a su propia casa! Y cuando esto se haya hecho, entonces Dios enviará la victoria a Sus ejércitos. Pero me temo que no será hasta entonces. Dios quiere que Su pueblo trabaje de manera universal.
A continuación, Dios quiere que ellos trabajen de la manera que Él lo ha establecido. Ellos no debían ir de manera desordenada, como una carrera de niños, alrededor de Jericó. Debía haber soldados en sus tropas, los sacerdotes en su propia orden de batalla y otra vez los hombres de guerra para cubrir la retaguardia. Dios quiere que Su pueblo trabaje de acuerdo a Su voluntad revelada. Debemos ser muy sensibles y celosos en esto. Cualquiera que sea la opinión acerca de los cambios de la constitución de nuestras misiones, confío en que todos vamos a reconocer, todos nosotros, cuando nos unamos, y vamos a estar convencidos que sólo podemos esperar tener Su guía, Su ayuda, Su bendición, cuando caminemos en el camino que Él nos ha señalado.
Si voy de excursión, no esperaría ver ciertos paisajes que un amigo mío me había garantizado que vería, a menos que siguiera con fidelidad el pequeño mapa que él trazó para mí. No puedo esperar ver el espectáculo sublime de los Alpes si rehúso subir hasta un cierto punto y permanecer allí y ver el glaciar y los picos nevados que resplandecen al sol. Y no puedo esperar la bendición de Dios en mi ministerio ni en la clase de la escuela dominical, a menos que me apegue a “Escrito está,” y en todas las cosas tenga una conciencia sensible y sea muy celoso para no errar.
¡Cuánto más, entonces, en este trabajo tan grande en el que toda la Iglesia está comprometida! ¡Queridos hermanos y hermanas, pongamos mucho cuidado para que en todas las cosas vayamos rodeando esta ciudad de Jericó de acuerdo al orden Divino! Pues solamente así podremos esperar ver que sus muros se derrumben. También recuerden que ellos rodeaban la ciudad diariamente. Así también Dios llama a Su iglesia a trabajar diariamente. Es muy fácil que nosotros, en un arranque de excitación, desarrollemos una gran obra. Y la mayor parte del trabajo cristiano en nuestros días es, me temo, meramente espasmódico. Construimos capillas por temporadas. Pagamos las deudas de la Sociedad Misionera mediante esfuerzos estupendos y después volvemos a caer en deudas y dificultades.
Me temo que como denominación no somos dados al trabajo demasiado arduo. Conocemos nuestro propio valor, el valor de nuestro tiempo y de nuestro dinero y no estamos dispuestos a desgastarnos en un ejercicio excesivo. Yo creo que desde los infelices días de Munster, ¡en un ningún otro período hemos sido acusados de un exceso de celo! Más bien se debería acusarnos de disputar acerca de puntos en los cuales diferimos, que de un celo excesivo de apegarnos al negocio práctico de luchar con el demonio y de ganar el mundo para Cristo. Debemos llegar a esto, pues fíjense bien, si vamos a conquistar el mundo cada uno de nosotros debe asumir su trabajo de cada día y mantenerse en él según Dios nos dé Su gracia.
La rueda debe dar vueltas una vez y otra vez y otra vez. Es el movimiento perpetuo de la diligencia el que produce riqueza y debe ser la energía incesante de nuestro celo la que va a obtener la conquista espiritual. Hemos afilado nuestras espadas y las hemos utilizado debidamente. Nuestros jóvenes han tenido encuentros con el enemigo y nos inclinamos a pensar, como nuestros sobrios antecesores, que podemos guardar silencio. Pero no debe ser así. Debemos ser causa de agitación por toda la Verdad de Dios, por todas las doctrinas en las que creemos y por esas Verdades especiales de Dios que sostenemos como denominación. Debemos luchar continuamente por Cristo y luchar por Cristo cada día.
¡Debemos dormir con nuestras armaduras puestas! Debemos comenzar a sentir que la espada se adhiere a nuestra mano y no puede ser separada de ella. Debemos darnos de manera tan completa a la obra a la que Dios nos ha llamado dondequiera que estemos, independientemente de lo que hagamos, que los hombres puedan reconocer de inmediato cuál es nuestra obra y cuál nuestro llamado. En esta Sociedad Irlandesa no debe haber parálisis, el sonido de la trompeta no debe cesar, no se debe retirar ni un solo cuerno de carnero. El testimonio debe mantenerse, debemos ser testigos de manera más constante. Debemos predicar y enseñar y orar y trabajar y vivir, y si fuera necesario morir diariamente hasta que esta Jericó sea tomada.
Ni hemos agotado las metáforas que nos proporciona nuestro texto, pues ciertamente podemos agregar que Dios quiere que Su pueblo trabaje en la fe. Pablo nos dice que: “Por la fe cayeron los muros de Jericó.” Me parece que debió haber sido un grandioso espectáculo cuando el primer hombre marchó adelante paso a paso, y todos los demás lo siguieron, los sacerdotes también, todos ellos confiados en que estaban haciendo lo mejor para lograr que las murallas de Jericó se derrumbaran. “¡Oh!” podría haber dicho un insensato, “ustedes no están haciendo nada. ¡Ustedes no están aflojando ni una sola piedra!” Y al final del quinto o sexto día, supongo que muchos sugirieron: “¿Para qué sirve todo eso?”
Pero al menos la mayoría de los que rodearon la ciudad eran hombres de fe; de lo contrario no se podría haber dicho: “Por la fe cayeron los muros de Jericó.” “Sí,” parecería que dijeran, “¡la ciudad se va derrumbar! Está firme como una roca. No se ha movido. Ni una viga se ha movido, ningún cordón se ha roto. Ni una sola casa yace en ruinas, ninguna tienda se ha caído. Ni una sola piedra de sus murallas se desmoronado. ¡Pero la ciudad debe caer! Y ellos continuaron con paso firme, aunque no veían ningún cadáver bloqueando su paso ni sus brazos estaban teñidos de sangre. Aunque todavía no escuchaban ningún grito de los que iban a huir y no podían lanzar su grito de victoria, los chillidos de los muertos alegraban sus oídos.
Debemos rodear esta ciudad con fe plena. Hermanos, ¿es un poder la predicación del Evangelio? Si piensan que no, nunca vuelvan a intentar predicarlo. El Evangelio, ¿es poderoso para salvar? ¿Saldrá victorioso el Evangelio? Si albergan la menor duda, escápense y regresen a su cobarde reposo, porque el hombre que es enviado por Dios no duda nunca. Si no han alcanzado ningún éxito, si después de cincuenta años la trompeta del jubileo es extremadamente pequeña, si después no es algo más que un cuerno de carnero que no ha sido perforado y no puede emitir ningún sonido, sin embargo ¡continúen! Su tiempo para proclamar victoria no ha llegado aún, pero siempre es tiempo de rodear la ciudad. ¡Continúen haciéndolo! Continúen haciéndolo y ¡Dios no les permitirá terminar hasta que hayan conseguido la victoria!
Veamos en detalle una vez más que ellos trabajaron con paciencia y valor. Dios mantuvo a este pueblo laborando frente a las dificultades. Ellos rodeaban la ciudad, llevaban a cabo sus procesiones, pero siempre con los formidables muros de Jericó cerca bajo sus miradas. Con toda certeza ellos deben haber tenido estos muros fotografiados en sus ojos y en sus cerebros. Alguno diría: “Voy a conocer cada una de sus piedras.” “Seis veces he andado a su alrededor, no, doce veces y los muros ni siquiera se han movido.” “Mira bien sus baluartes y cuenta sus torres.”
Estos hombres eran inspectores prácticos de Jericó. Ellos conocían muy bien la fortaleza de las murallas, cuántos metros medían las gigantescas piedras colocadas en las esquinas y cuán cerca de las estrellas se encontraban las torres más altas. ¡Yo digo que siempre tenían frente a ellos la dificultad! Sin embargo, ellos conservaban una fe sencilla, y rodeaban la ciudad. Algunas veces caemos en el hábito de cerrar nuestros ojos a las dificultades. Ellos no hacían eso. ¡La fe no es tonta! La fe no cierra sus ojos ante la dificultad y luego corre de frente para darse topes contra un muro de ladrillo. ¡Nunca!
La fe ve la dificultad, lo inspecciona todo y luego dice: “”Con la gracia de Dios voy a saltar por sobre el muro.” Y salta por sobre el muro. Nunca argumenta a su favor las ardientes explicaciones de: “los signos de los tiempos.” No se queda quieta y dice que evidentemente el sentir público está cambiando. Ella no toma en cuenta ninguna corriente subterránea que pueda estar estableciendo sus influencias. La Señorita Chismosa le dice que estas corrientes realmente están haciendo cosas maravillosas. La fe se enfrenta a lo que sea y no le importa cuán mala es la cosa a la que se va a enfrentar, según reportes. A pesar de que haya personas que puedan exagerar la dificultad, la Fe tiene la mente noble como ese famoso guerrero que, cuando le fue dicho que había miles y miles de soldados en su contra, replicó: “Hay tantos más que debo matar.”
La fe calcula: “Tantas dificultades más, tantas cosas más que hay que superar.” Y aún las cosas imposibles ella solamente las estima como cargas que hay que echar sobre Él, ¡para Quien nada es imposible! La fe mantiene ante sí los muros de Jericó. Yo quisiera, queridos amigos, que supiéramos más de lo que sabemos: la perfecta desesperanza de nuestro trabajo cuando buscamos convertir a Irlanda al Evangelio. ¡Pues nunca se asumió una tarea que tuviera menos esperanza involucrada! Quisiera que se inclinaran a pensar más y más que esta cosa, considerada desde la perspectiva de obra de hombre, ¡está completamente fuera de la categoría de lo posible, y fuera de la categoría de lo probable!
Y cuando puedan llegar a ese punto y oigan la voz: “Rodearéis, pues la ciudad durante seis días,” tengan valor de seguir y seguir y seguir, sin importar todas las dificultades manifiestas. Entonces cuando Dios les haya enseñado la nada de ustedes y los haya llevado a sentir que si se obtiene la victoria es todo por causa de Él y esa Divina Omnipotencia y Soberanía debe llevar la corona; entonces, digo, ¡Él hará que el viejo baluarte se sacuda! ¡Y la ramera de las siete colinas va a lamentar el día cuando Israel grite, cuando a sus hijos se les quite la vida y Dios triunfe de manera muy gloriosa! Dios, sin embargo, quiere que Su pueblo trabaje. Ese es el primer punto. Estamos de acuerdo con él. Unámonos para hacerlo.
“El sermón no ha terminado” dijo uno, cuando salió de la iglesia, “todo está dicho, pero no todo está hecho.” Por tanto, permítanme terminar esta parte diciendo que no todo está hecho, solamente está dicho. He dicho que Dios quiere que Su pueblo trabaje. Vamos a ponernos a trabajar. Comencemos hoy mismo. Si hemos sido perezosos hasta este momento, si hay algún Isacar aquí, como el asno fuerte que se recuesta entre los apriscos, ¡que se levante ese señor Isacar, y que lleve su carga! Si hay algún hermano aquí que haya estado diciendo: “Dios hará lo que Él quiera,” que se cuide de lo que está diciendo, o Dios lo rechazará, pues los que son de Dios no hablan así y no dicen que los propósitos de Dios pueden ser una excusa para la indiferencia del hombre.
Que se sacuda eso, pues no puede traer un argumento así ante el tribunal del juicio. Él sabe que no es así. Por tanto, que no intente usar ese argumento aquí. Esforcémonos por trabajar bien para Dios. Ustedes, en su escuela dominical, ustedes, en sus lugares donde predican, ustedes, en la distribución de literatura cristiana, ustedes, aquí en Inglaterra. Ustedes, hermanos míos, más allá del océano y ustedes en la Isla Esmeralda, todavía rodeando la ciudad siete veces.
II. Ahora vamos a considerar, en segundo lugar, que Dios quiere que Su pueblo ESPERE. La demora debe haber probado de manera muy dura la fe y la paciencia de los israelitas. “El tiempo vuela,” y el tiempo es muy precioso. Estos israelitas deben haber pensado:”¿Por qué nos hace esperar? Si debemos detenernos un buen tiempo frente a los muros de Jericó, pues entonces, ¿cuánto tiempo tomará conquistarla por dentro? Si comenzamos con una larga demora, nuestros enemigos pueden cobrar valor y antes de hayamos tenido tiempo de hacer nuestras trincheras donde podemos protegernos, el ejército estará sobre nosotros y nos hará pedazos.”
Debe haber parecido absolutamente necesario, a cualquier persona medianamente razonable en el campamento de Israel, que la primera ciudad debía ser tomada de la manera más rápida posible para que el pueblo se animara y sus enemigos se dispersaran. Eso proporcionaría además a esos cansados peregrinos un lugar estable al que se podían retirar con comodidad, pues ellos estaban todavía en sus tiendas, supongo yo, y ansiaban que llegara el momento cuando pudieran vivir en sus propias casas, como el resto de la gente de la tierra.
Pero ellos debían quedarse quietos. Y, de acuerdo a las apariencias actuales, debían hacerlo indefinidamente. La gente no podía saber cuánto tiempo debían demorarse allí. Y simplemente observen, hermanos míos, cuán penoso debe haber sido para ellos, esperar. No estoy muy seguro de ello acerca de los sacerdotes, pues me temo que los sacerdotes tienden a estar muy contentos cuando no hacen nada. ¡Mas no así los soldados! Hay muchísimos hermanos que parecen estar perfectamente satisfechos cuando están descansando tranquilamente. Pero generalmente los hombres de guerra no parecen ser de ese temperamento.
Cuando estuve en la cárcel militar de Dublín, observé allí una forma de castigo. Los hombres estaban acarreando grandes balas de cañón. Un hombre tomó una bala de cañón muy grande y la llevó al final del patio y después tuvo que levantar esa bala y traerla de regreso al lugar original. Yo pregunté: “¿A qué se debe que no les permite usted llevar todas la balas a un lugar y apilarlas allí?” El oficial respondió: “Solíamos hacerlo así pero no tenía caso, pues cuando las personas las habían apilado, sentían que estaban haciendo algo. Pero ahora los obligamos a llevar las balas de cañón de un extremo del patio al otro, una y otra vez, y entonces sienten que tienen que trabajar muy duro pero que no hacen nada. Ese es siempre un trabajo miserable para un soldado.”
Muchos de nuestros soldados estacionados en Sebastopol se quejaban porque no iban al combate. Y a menudo escucharás a jóvenes soldados que afirman que ellos odian la inactividad de la paz. Ellos quieren estar activos. Pues bien, estos guerreros tuvieron que marchar durante seis días alrededor de la ciudad y deben haber sentido que estaban haciendo muy poco durante toda esa semana. Eso es lo que yo pienso en relación a esta Sociedad Irlandesa y hay muchos de nosotros, también, que si hablamos con toda honestidad, debemos decir que creemos que hemos hecho muy poco, demasiado poco.
Nosotros recordamos dos o tres cosas que han resultado un éxito. Y dos o tres cosas que han sido todo lo contrario al éxito. Algunas veces nos hemos quejado que se han provisto asilos para hermanos que han sido enviados allá y nos hemos preguntado cuál ha sido el objetivo de enviar a esos hermanos. Y nos hemos preguntado: “Bien, si esta situación de no hacer nada se prolonga por más tiempo, debemos conseguir a otros que hagan algo, pues en el momento presente nos encontramos en esta posición:”¿qué está haciendo Juan?” “Nada.” “¿Qué está haciendo Tomás?” “Ayudando a Juan.” Queremos ver que se haga algo y por lo tanto es duro esperar. Pero debemos controlarnos. Nuestra vehemencia debe llevarnos a usar los medios adecuados, aunque nunca deberán ser del tipo que nos lleven a relajar nuestros esfuerzos, sólo porque no alcanzamos de inmediato el éxito que deseamos.
Mis hermanos en Cristo Jesús, a pesar de que como hombres de guerra quisiéramos tener encuentros cercanos y ver acción, sin embargo como hombres de Dios debemos mantenernos en las posiciones donde debemos estar y debemos aprender a esperar. Además de esto, lo que hacía la espera más amarga era, (lo que se les debe haber hecho difícil de comprender, si no es que atacaba su fe) la total desesperanza del caso. ¿Cómo podían esperar conquistar esa ciudad simplemente dando vueltas a su alrededor? “Denme una buena escalera,” pide uno, “una escalera de cuerdas, con don buenos garfios en sus extremos. Sólo déjenme oír el golpe seco del hierro sobre el borde del muro y ¡yo soy el hombre adecuado para dirigir la ‘esperanza perdida’! Y hay cincuenta mil de nosotros que nos van seguir y pronto tendremos el estandarte de Judá ondeando en la cima y haremos saber a los hijos de Jericó lo que los hijos de Abraham pueden hacer.”
Pero no. Ellos simplemente deben marchar alrededor del lugar hasta que hayan rodeado la ciudad doce veces. Y así, hermanos míos, hay ciertos espíritus que pueden decir: “¿No podríamos hacer más adoptando estos métodos y otros mecanismos parecidos?” Vean cómo algunos de nuestros hermanos de otra denominación sienten que si ellos pudieran conseguir una escalera de oro, si ellos pudieran obtener la ayuda real, de esta manera podrían escalar los muros de Jericó. Y siempre hay la tentación de mirar a nuestro alrededor y pedir ayuda que venga más allá del poder que tiene el sencillo Evangelio ¡pero no debemos hacer eso! Abandonemos nuestros métodos y apoyos y políticas estatales. ¡Dejemos las sugerencias de los astutos y de los sagaces y toda la sabiduría de los hombres del mundo!¡Dios quiera que no nos gloriemos de nada salvo en la Cruz de Cristo!
Con la sencillez de los niños creamos con todo convencimiento que los recursos de nuestro Padre son los mejores. Si como soldados no podemos entenderlo, creamos como niños y continuemos rodeando la ciudad, pues los muros de Jericó caerán, tan ciertamente como que Dios está en el Cielo. Y creo que hay otra cosa que hizo la situación más difícil y es esta: que muy probablemente los ciudadanos de Jericó los insultaban desde lo alto de los muros. Supongo que los israelitas se mantenían lo suficientemente alejados para quedar fuera del alcance de sus flechas. Pero es muy posible que si no podían oír la burla: “¿qué están haciendo estos débiles judíos?” seguramente veían las muestras de desvergüenza e impertinencia que venían desde lo alto de los muros.
Observen que esto es muy ofensivo para hombres de armas. Sentimos que nuestras manos buscan a tientas la empuñadura de la espada movidas por las burlas y los desprecios de nuestros enemigos. “¿Qué han logrado ustedes,” dicen, “ustedes conversos interesados y protestantes y metodistas y presbiterianos contra los invencibles baluartes de Roma? Sus balas de papel, ¿qué han hecho contra los muros de hierro de Babilonia?” Podemos oír sus burlas. Conocemos el sonido de la orgía y del júbilo. Pero ¿qué importa eso? Aunque, repito, como soldados podemos cobrar valor y lanzarnos prontos a la batalla, o batirnos en retirada porque no se puede lograr sino el deshonor, sin embargo, como cristianos haremos lo que parece absurdo a la razón, pero que es justificable para la fe. Vamos a continuar en el propio estilo de Dios. Vamos a pelear Sus batallas con Sus métodos y no dudamos que aunque parezca una cosa extraña y loca (intentar sacar a los sacerdotes de Irlanda por la simple proclamación de la Verdad de Dios) sin embargo el día vendrá cuando la Sabiduría será justificada por sus hijos.
Ahora, hermanos, nosotros sabemos que Dios tiene Sus razones para hacernos esperar. No dudamos que para Su propia gloria. Sabemos que todas las cosas son para bien y creemos que será para nuestro provecho. Cuando he leído un magistral poema trágico, y verso tras verso se ha referido a la horrible porción de la historia, ¿he sentido el deseo que fuera más corto? ¿Preferiría que el autor hubiera eliminado alguno de esos oscuros versos? ¡De ninguna manera! ¡Es cierto que nuestro corazón dio brincos de gozo cuando el poema terminó con el grito de la victoria y con el paso marcial de los hombres a través de la ciudad, cuando regresaban triunfantes! Nos gozamos cuando llegamos a la última estrofa, pero nunca deseamos que el poema fuera más corto. Nunca quisimos que alguno de los versos fuera eliminado.
Dios está escribiendo un grandioso poema de historia humana. El tema es la victoria de Su verdad, la destrucción del Anticristo. Dejen que la historia sea larga. ¿Quién la quiere más corta? ¿Quién quiere una historia breve sobre un tema tan extremadamente interesante como es éste, que nos viene de tan notable Autor? No, dejen que se desarrolle sobre la base de lo que llaman algunos una longitud cansada. Estamos seguros que cuando nos acerquemos a leerla, conforme Dios la escriba, ¡vamos a desear que la historia hubiera sido más larga! No nos vamos a quejar de su alcance, pues el resultado es que veremos más de Dios y aprenderemos más acerca de Su mente. Ustedes quieren que el milenio comience mañana, ¿no es cierto? Espero que lo obtengan, pero pienso que es probable que no sea así. No sé cómo ven ustedes la historia, ustedes que profesan entenderla, pero no me parece a mí que sea algo que va a terminar pronto.
Siempre se me ha hablado acerca de “las señales de los tiempos.” Siempre hubo especulaciones al respecto: en 1766 y en 1666, pero los tiempos del fin no llegaron. Y yo creo que no vendrán ahora. Se me ocurre que tendremos algo más elaborado todavía de lo que hemos recibido de la pluma divina y tendremos que leer todavía otro canto y varios libros más antes de llegar al fin de la historia. Una razón por la que yo creo que el estado presente del mundo no se terminará por el momento, es porque ¡todos los “profetas” dicen que va a terminar! Y ellos siempre han sido una generación mentirosa, desde el primero hasta el último. Me refiero a los profetas que hacen rentable el negocio, que sólo usan la Escritura como el gitano de Norwood usa las cartas, que barajan textos para predecir el futuro de las naciones y de los hombres.
Vamos a continuar por muchos días todavía. ¡Posiblemente tendremos que esperar otro siglo, sí, otros veinte siglos, tal vez! No podemos saberlo. Pero nuestra obligación es recordar aún que será, después de todo, para nuestro eterno beneficio y para la gloria eterna de Dios el que continuemos esperando, esperando, esperando hasta que lleguemos al límite del cansancio. Pero la victoria vendrá con toda certeza, después de todo, como si hubiera venido al principio. Pero mientras esperamos, pienso que es bueno recibir un poco de consuelo de lo que estamos haciendo. Estamos esperando; esa es la postura de la Sociedad Irlandesa. Pero podemos consolarnos en ello, como los hombres que estaban rodeando Jericó pudieron haberlo hecho. “Bien,” dirían tal vez, “no hemos tomado Jericó, pero allí está Rahab que ha creído, hay unos pocos salvos, se pueden contar con los dedos de la mano, pero son muy valiosos y son del tipo que deben ser estimados como muy preciosos.
Allí está Rahab. Su nombre es ilustre y su historia, cuando es contada, ha hecho que muchas otras Rahabs busquen y encuentren al Salvador. El ataque a Jericó no fue algo completamente sin resultados. Y ustedes no han perdido su dinero, quienes han suscrito donaciones para nuestra Sociedad Irlandesa. Ha habido muchos pecadores que han sido salvos y muchos pueden contar del eterno amor que ha buscado con ojos de paciencia las joyas elegidas de la eternidad. Ellos pueden contar acerca de la Soberanía Divina que ha hecho que su corona brille y relumbre para siempre con esas cosas preciosas, una vez que han sido encontradas. Han tenido a Rahab, sí, y han tenido a otros que Dios ha hecho útiles para otros. Yo doy testimonio que han venido de Irlanda algunos de los jóvenes más entregados que he visto en mi vida (hombres buenos y verdaderos) que aman a su Dios y Señor y cuyo deleite más elevado es hablar bien de Su nombre. Pueden esperar pacientemente reflexionando al respecto.
Más aún, los hombres de armas pueden decir: “Es cierto que no tomamos la ciudad, pero mantenemos nuestra posición.” Si nos fuéramos de Jericó estaríamos cediendo nuestra posición estratégica en Canaán. Y si nos olvidamos de Irlanda, entonces podemos abandonar toda esperanza que se derrumbe la influencia del Papa. Pero mantenemos nuestro punto de apoyo; ¡al menos tomamos nuestra posición sobre la roca! Hemos tomado posesión legal de la tierra y, aunque sea poco, es como el puñado que Guillermo el Conquistador tomó diciendo: “Con esto he tomado el control de Inglaterra.” Y aunque puedan amalgamar la administración de esta Sociedad con alguna otra, no cederán el objetivo distintivo y la misión de la Sociedad que consiste en mantener un rincón por lo menos de la Isla Esmeralda para Dios y para Su Cristo.
Y por otra parte “estamos dando testimonio.” Todo hombre que mira desde el muro de Jericó puede ver el Arca del Pacto. Puede ver a las tropas de Dios con sus espadas a la cintura. ¡Ven lo que nunca antes habían visto! ¡Oh, adoradores de ídolos, ustedes ven hoy el Arca del verdadero Dios que es llevada alrededor de sus muros! ¡Oh ustedes que se inclinan ante Baal y adoran a Astoret, los dioses de madera y piedra, el verdadero Dios, el Poderoso, Jehová, ha salido contra ustedes y las trompetas tocan desafiando el poder de ustedes mientras los guerreros de Dios gritan por su derrocamiento! Ustedes están dando testimonio contra el pecado de Irlanda. Si no tienen éxito, ¡no ha llegado el tiempo para sacudir el polvo de sus sandalias! Mientras tanto deben predicar el Evangelio como testimonio contra ellos.
Y una cosa más, pienso que los hombres armados sentían: “Estamos en el punto donde puede ocurrir cualquier cosa.” Conforme iban alrededor del muro decían: “Permanece fuerte y firme, pero cederá y entonces todos estamos listos cuando se abra una brecha. Ustedes no saben cuáles son los planes de Dios para Irlanda, o para cualquier nación. De acuerdo a la ley que parece regular a la sociedad humana, de vez en cuando viene un gran cambio. ¿Quién hubiera soñado en las convulsiones de 1848, que hicieron que los tronos fueran tan inestables y que las coronas se cayeran de las cabezas de los monarcas? Esas convulsiones pueden presentarse de nuevo. No, más bien deben presentarse a menos que cambie el curso de la naturaleza.
Entonces estamos listos. Estamos atentos a que se abra la brecha. Oh Dios, en tu eterna Providencia te pedimos que quieras enviar ahora un tiempo conveniente. Pero si no es así, tendremos listos a los hombres cuando venga el tiempo que Tú has elegido. ¡Fue algo grandioso cuando ocurrió el terremoto que sacudió a la cárcel de Filipos, que Pablo y Silas estuvieran allí listos para predicar el sermón al tembloroso carcelero y a los de su casa! Y así cuando venga el terremoto a Irlanda, como seguramente vendrá, tendremos a Pablo y a Silas allí. Confío que podremos tener a muchos de ellos. Entre más mejor y todos listos y firmes para decir: “¡Así dice el Señor!”
¿Qué es lo que no puede hacer Dios? ¿Acaso no les ha dado recientemente un anticipo de lo que Él puede lograr en el avivamiento que sacudió el norte de Irlanda? Es cierto que tuvo lugar en una parte donde la Iglesia Católica es menos fuerte. Pero el mismo poder que puede sacudir la pasividad del protestantismo puede mover el celo ardiente de lo que es una religión genuina a su manera: quiero decir genuina aunque sumamente errada, porque como Pablo ellos piensan que prestan un servicio para Dios. El espíritu lleno de calor del irlandés con su devoción al Papa puede ciertamente ser alcanzado por la Divina Omnipotencia, de la misma manera que el alma del irlandés del norte con su credo más frío.
Tengamos esperanza y continuemos rodeando la ciudad, sin cambiar nada que esté bien y sin olvidar aquello que esté de acuerdo con la Escritura, pero esperando hasta que llegue el tiempo. Ya no voy a decir nada más acerca de esto, excepto pedirle a los amigos que lo hagan. Intentemos y esperemos, esperemos pacientemente, no esperando en la inactividad, sino continuando con la ayuda, las suscripciones, continuando con las oraciones, continuando con el interés en la Sociedad, pues Dios quiere que esperen.
III. Y, en tercer lugar, Dios quiere que Su pueblo GANE. No voy a decir mucho acerca de esto. Vamos a posponer esto hasta el momento cuando ocurra y entonces no tendremos necesidad de sermones acerca de ello pero podemos congregarnos y tener una reunión de alabanza y bendición a Dios. Sólo vamos a mencionar que si se desarrolla la analogía de acuerdo al sitio de Jericó, la victoria es muy segura y, cuando se dé, será muy completa. Nada puede ser más cierto. Puede ser súbita, y será muy gloriosa.
Pero nosotros no obtendremos nada por ello, pues cuando Jericó cayó nadie ganó nada excepto ofrecerlo al Señor. Por tanto, nosotros debemos perseverar en un servicio desinteresado, solamente trabajando para el Señor, recordando que cuando venga el éxito, será todo Suyo. Cada uno de sus átomos. La gloria será para Él y no para nosotros y Él se cuidará de enviar el éxito de tal manera que nadie podrá decir: “Gloria a la Sociedad Irlandesa.” Nadie podrá decir: “Buen trabajo, denominación Bautista.” Ni un solo ministro o evangelista podrá decir: “He hecho un buen trabajo, yo.” El único grito que subirá al cielo será: “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!”
De esta forma he hablado para la Sociedad. Se me pidió que le predicara y estoy obligado, pienso, a predicar con un texto que tenga que ver con el tema. Me doy cuenta que muchos sermones que son predicados para las Sociedades pudieran muy bien ser predicados cualquier otro día de la semana ante cualquier otro grupo de personas, en cualquier otra ocasión. No estoy seguro que eso sea lo que se necesita, así que si no nos hemos hundido profundamente en las doctrinas del amor eterno, si no los hemos llevado a la Cruz del Salvador ni les hemos ofrecido invitaciones del Evangelio, si no hemos hecho esto ni otras cincuenta mil cosas, hay un tiempo para cada propósito bajo el cielo. Y para cada quien hay un tiempo y si podemos conservar la membresía de esta Sociedad trabajando y esperando, ¡de esta manera estaremos con los victoriosos, y nos gozaremos en extremo!
Hermanos, comencemos a poner en práctica el sermón, por medio de nuestras contribuciones. Comencemos a hacerlo mediante nuestras oraciones. Apliquemos su espíritu tratando de decir a otros qué es el Evangelio. Que este sea nuestro lema:
Qué Salvador tan querido he encontrado.
Les voy a mostrar la Sangre que redime,
Y exclamaré: ‘He aquí el camino hacia Dios.'”
Sin embargo no me atrevo a sentarme hasta que no le diga a cada alma aquí presente, y especialmente a ti que no tienes ningún interés en la obra de Dios porque tú mismo no eres salvo: recuerda que no te pedimos que salves ni cuides las almas de los irlandeses. Tu propia alma debe ser tu principal preocupación. Y el camino de la salvación es sencillamente este: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.”
Él es el que está en la brecha y hace expiación por el pecado. Toma a Cristo para que sea tu Expiación, tu Justificador, tu Salvación y tu Todo. ¡Y creyendo en Él eres salvo! Este es tu deber y no debe ser pospuesto ni un momento más. Tienes que comenzar el trabajo en casa. Enlístate en el ejército de Israel siguiendo al Líder de Israel. Nuestro Josué celestial es el Hijo de Dios. Cree en Él y encontrarás la salvación por medio de Su sangre, y la aceptación ante Dios a través de Cristo. Después sal para ser el instrumente de salvación de otros y que Dios te bendiga por medio de Su bendito Espíritu. Amén.
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