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“Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job?” — Job 1:8
Puede descargar el documento con el sermón aquí: Sermón #623 – Satanás Considerando a los Santos
¡Cuán verdaderamente inciertas son todas las cosas terrenales! ¡Cuán insensato sería el creyente que se hiciera su tesoro en cualquier otro lugar, excepto en el cielo! La prosperidad de Job prometía toda la estabilidad que puede ser prometida bajo la luna. El hombre tenía a su alrededor, sin duda, una vasto grupo de devotos y apegados sirvientes. Había acumulado riquezas del tipo que no ven depreciado súbitamente su valor. Tenía bueyes y asnas y ganado. No necesitaba ir a los mercados, ni a las ferias, ni comerciar con sus bienes para adquirir alimentos o ropa, pues desarrollaba procesos agrícolas a gran escala en su hacienda, y posiblemente cultivaba dentro de su territorio todo lo que su casa requería. Sus hijos eran lo suficientemente numerosos para prometer una larga línea de descendencia. Su prosperidad no necesitaba nada más para consolidarse. Había llegado a su nivel de marea alta: ¿dónde se encontraba la causa que la hiciera bajar?
Allá arriba, más allá de las nubes, donde el ojo humano no puede ver, se estaba desarrollando una escena que no presagiaba ningún bien para la prosperidad de Job. El espíritu del mal estaba frente a frente con el Espíritu infinito de todo bien. Una extraordinaria conversación tuvo lugar entre estos dos seres. Cuando fue llamado para dar cuentas de sus actividades, el maligno se jactó que había recorrido toda la tierra, insinuando que no había encontrado ningún obstáculo para su voluntad, y que no había descubierto a nadie que se opusiera a sus libres movimientos, ni a las acciones acordes con su voluntad. Había marchado por doquier como un rey lo hace en sus propios dominios, sin ser obstaculizado ni retado.
Cuando el grandioso Dios le recordó que había al menos un lugar donde su poder no era reconocido, es decir, en el corazón de Job; que había un hombre que estaba firme como un castillo inexpugnable, guarnicionado por la integridad, y mantenido con perfecta lealtad como la posesión del Rey del cielo, el maligno desafió a Jehová para que probara la fidelidad de Job, diciéndole que la integridad del patriarca se debía a su prosperidad, que él servía a Dios y evitaba el mal por siniestros motivos, pues había descubierto que su conducta era rentable para él.
Él Dios del cielo aceptó el reto del maligno, y le dio permiso para quitarle todas las misericordias que sostenían la integridad de Job, según afirmaba él, y derribar todas las obras exteriores y los apoyos, para ver si la torre se sostendría por su propia fuerza inherente, sin necesidad de todo eso. A consecuencia de esto, toda la riqueza de Job desapareció en un negro día, y no le quedó ni un solo hijo que le susurrara consuelo.
Una segunda entrevista tuvo lugar entre el Señor y su ángel caído. Job fue nuevamente el tema de conversación; y el grandioso Dios, desafiado por Satanás, le permitió que inclusive le tocara su hueso y su carne, de manera que el príncipe se convirtió en algo peor que un pobre, y aquél que era rico y feliz, se volvió pobre y desdichado, herido con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza, necesitando con vehemencia rascarse con un miserable tiesto, para obtener un poco de alivio para su dolor.
Veamos en esto la mutabilidad de todas las cosas terrenas. “Porque él la fundó sobre los mares,” es la descripción que hace David de esta tierra; y si está fundada sobre los mares, ¿se pueden sorprender que cambie a menudo? No pongan su confianza en ninguna cosa bajo las estrellas: recuerden que la palabra “Cambio” está escrita en la frente de la naturaleza. No digan por tanto, “estoy afirmado como monte fuerte: no seré jamás conmovido;” la mirada del ojo de Jehová puede sacudir tu monte y convertirlo en polvo; el toque de Su pie puede convertirlo como el Sinaí, derretirlo como cera, envolverlo completamente en humo. “Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios,” y pongan su corazón y su tesoro “donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.” Las palabras de Bernardo pueden instruirnos aquí: “Ese es el principal y verdadero gozo que no puede ser concebido por la criatura, sino que debe ser recibido del Creador, el cual (una vez tomando posesión de él) nadie puede arrebatarles: comparado con él, todo otro placer es un tormento, todo gozo es aflicción, las cosas dulces son amargas, toda gloria es vileza, y todas las cosas deleitables son despreciables.”
Sin embargo, este no es mi tema el día de hoy. Acepten todo lo anterior como una simple introducción a la parte principal de nuestro sermón. Jehová dijo a Satanás, “¿No has considerado a mi siervo Job?” Deliberemos, en primer lugar, en qué sentido el espíritu maligno puede considerar al pueblo de Dios; en segundo lugar, veamos qué es lo que considera acerca de ellos; y luego, en tercer lugar, obtengamos consuelo por medio de la reflexión que uno que está muy por encima de Satanás, nos considera en un sentido más elevado.
I. En primer lugar, entonces, ¿EN QUÉ SENTIDO PUEDE SATANÁS CONSIDERAR AL PUEBLO DE DIOS?
Ciertamente no en el significado bíblico usual del término “considerar.” “Oh Jehová, mira mi aflicción.” “Considera mi gemir.” “Bienaventurado el que piensa en el pobre.” Tal consideración implica buena voluntad y una inspección cuidadosa del objeto de benevolencia con miras a una sabia distribución del favor. En ese sentido, Satanás nunca considera a nadie. Si tiene alguna benevolencia, debe ser hacia sí mismo; pero todas sus consideraciones de otras criaturas son del tipo más malintencionado. Ningún destello meteórico de bien vuela a lo largo de la negra medianoche de su alma. Tampoco nos considera como se nos dice que consideremos las obras de Dios, esto es, con el objeto de obtener instrucción relativa a la sabiduría y al amor y a la bondad de Dios. Satanás no honra a Dios por lo que ve en Sus obras, o en Su pueblo. No está en él, “Vé a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio;” sino que él va al cristiano y considera sus caminos y se vuelve insensatamente más enemigo de Dios de lo que antes fue.
La consideración que da Satanás a los santos de Dios es de este tipo. Los mira con sorpresa, cuando considera la diferencia que hay entre ellos y él mismo. Un traidor, cuando conoce la completa villanía y negrura de su propio corazón, no puede evitar quedarse asombrado, cuando es forzado a creer que otro hombre es fiel. El primer recurso de un corazón traicionero es creer que todos los hombres son igualmente traicioneros, y que lo son realmente hasta el fondo. El traidor piensa que todos los hombres son traidores como él, o lo serían, si pudieran obtener mejores beneficios que siendo fieles.
Cuando Satanás mira al cristiano y lo encuentra fiel a Dios y a Su verdad, lo considera como nosotros consideraríamos un fenómeno; tal vez despreciándolo por su insensatez, pero sin embargo maravillándonos de él, y preguntándonos cómo puede actuar así. “Yo,” parece decir, “un príncipe, un colega del parlamento de Dios, no quiero someter mi voluntad a Jehová: yo pensé que era mejor reinar en el infierno que servir en el cielo: no conservé mi primer estado, sino que caí de mi trono: ¿cómo es que éstos pueden permanecer? ¿Qué gracia es ésta que los mantiene? Yo era un vaso de oro, y sin embargo fui hecho pedazos; éstos son vasijas de barro, ¡pero no puedo quebrarlos! No pude permanecer en mi gloria; ¡cuál puede ser la gracia sin par que los sostiene en su pobreza, en su oscuridad, en su persecución, siempre fieles al Dios que no los bendice ni los exalta como lo hizo conmigo!”
Puede ser también que él se sorprenda por la felicidad de ellos. Él siente dentro de sí un mar hirviente de miseria. Hay un golfo insondable de angustia dentro de su alma, y cuando mira a los creyentes, los ve tranquilos en sus almas, llenos de paz y felicidad, y a menudo sin ningún medio externo por el cual puedan ser consolados, y sin embargo se gozan y están llenos de gloria.
Él va de arriba para abajo a lo largo del mundo y posee gran poder, y tiene muchos esbirros que le sirven, y sin embargo no tiene la felicidad de espíritu que posee aquella humilde campesina, oscura, desconocida, que no tiene sirvientes que la atiendan, extendida sobre la cama de la enfermedad. Él admira y odia la paz que reina en el alma del creyente.
Su consideración puede ir mucho más lejos que esto. ¿No piensan que él los considera para detectar, si fuera posible, alguna mancha o falla en ellos, para proporcionarse solaz? “Ellos no son puros,” dice él: éstos que han sido comprados con sangre; éstos elegidos antes de la fundación del mundo; ¡ellos todavía pecan! ¡Estos hijos de Dios adoptados, por quienes el glorioso Hijo inclinó Su cabeza y entregó el espíritu! ¡Aun ellos ofenden!” Cuánto debe reírse entre dientes, con todo el deleite del que es capaz, en relación a los pecados secretos del pueblo de Dios, y si él puede ver algo en ellos que es inconsistente con su profesión de fe, algo que parezca ser engañoso, y en todo ello algo parecido a sí mismo, él se goza.
Cada pecado que nace en el corazón del creyente le grita al diablo: “¡Padre mío! ¡Padre mío!” y él siente algo parecido al gozo de la paternidad al contemplar a su vástago inmundo. Él ve al “viejo hombre” en el cristiano, y admira la tenacidad con la que mantiene su dominio, la fuerza y la vehemencia con las que forcejea por la victoria; la astucia y la maña con las que una y otra vez, a intervalos establecidos, en las oportunidades convenientes, emplea toda su fuerza. Él considera nuestra carne pecaminosa, y la convierte en uno de los libros en los que lee diligentemente. Algunos de los elementos más interesantes, no lo dudo, en los que se posa jamás el ojo del diablo, son la inconsistencia y la impureza que él puede descubrir en el verdadero hijo de Dios. A este respecto tenía muy poco que considerar en el verdadero siervo de Dios, Job.
Y esto no es todo, sino más bien el punto de partida de su consideración. No dudamos que él ve al pueblo de Dios, y especialmente a los más eminentes y excelentes entre ellos, como las grandes barreras para el progreso de su reino; y así como el ingeniero, cuando proyecta hacer un ferrocarril, mantiene su ojo muy fijo en las colinas y en los ríos, y especialmente en la gran montaña a través de la cual tomará muchos años cavar laboriosamente un túnel, así Satanás, contemplando sus varios planes para adelantar su dominio en el mundo, considera de manera importante a tales hombres como Job.
Satanás debe haber considerado mucho a Martín Lutero. “Yo podría navegar por todo el mundo,” dice él, “si no fuera por ese monje. Él obstruye mi camino. Ese hombre cabeza dura, odia y maltrata a mi primogénito, el Papa. Si me pudiera deshacer de él, no tendría más problemas aunque cincuenta mil santos más pequeños obstruyeran mi camino.” Él ciertamente considerará al siervo de Dios, si “no hay nadie como él,” si se yergue diferente y separado de sus compañeros.
Quienes somos llamados a la obra del ministerio debemos esperar, por nuestra posición, ser objetos especiales de su consideración. Cuando el catalejo está en el ojo de ese terrible guerrero, seguramente buscará a aquellos que por sus uniformes son identificados como los oficiales, y él ordena a sus francotiradores que sean muy cuidadosos en apuntar a éstos, “pues,” dice él, “si el que lleva el estandarte cae, entonces se obtendrá la victoria más fácilmente por nuestro lado, y nuestros oponentes saldrán huyendo más rápidamente.”
Si eres más generoso que otros santos, si vives más cerca de Dios que otros, así como los pájaros picotean principalmente la fruta más madura, así puedes esperar que Satanás estará más activo en contra tuya. ¿A quién le interesa combatir por una provincia cubierta de piedras y rocas desnudas, con un manto de hielo generado por mares congelados? Pero en todos los tiempos ciertamente habrá luchas por conquistar los fértiles valles donde las gavillas de trigo son abundantes, y donde el trabajo del granjero es bien compensado, y así, Satanás combatirá muy arduamente con quienes honran más a Dios. Él quisiera arrancar las joyas de Dios de Su corona, si pudiera, y arrancar las piedras preciosas del Redentor, inclusive de Su propio pectoral.
Entonces, él considera al pueblo de Dios; viéndolos como obstáculos para su reino, él inventa métodos por medio de los cuales pueda quitarlos de su camino o contarlos como suyos. La oscuridad cubriría la tierra si él pudiera apagar las luces; no habría fruto que hiciera ruido como el Líbano, si él pudiera destruir ese puñado de grano en la tierra, en las cumbres de los montes; de aquí que su perpetua consideración sea para hacer que los fieles entre los hombres, fracasen.
No se requiere mucha sabiduría para discernir que el gran objetivo de Satanás al considerar al pueblo de Dios, es dañarlo. Yo difícilmente creo que él espera destruir a los verdaderamente elegidos y comprados con sangre, a los herederos de la vida. Mi opinión es que él es demasiado buen teólogo para eso. Él ha sido frustrado tan a menudo cuando ha atacado al pueblo de Dios, que difícilmente puede pensar que podrá destruir a los elegidos, pues ustedes recuerdan que los sabios que están tan cercanamente relacionados con él, dijeron a Amán relativo a esto: “Si de la descendencia de los judíos es ese Mardoqueo delante de quien has comenzado a caer, no lo vencerás, sino que caerás por cierto delante de él.”
Él sabe muy bien que hay una simiente real en la tierra, contra la cual él lucha en vano; y me parece que si él pudiera estar absolutamente seguro que algún alma es elegida de Dios, difícilmente perdería su tiempo intentando destruirla, aunque podría buscar atormentarla y deshonrarla. Sin embargo, es muy probable que Satanás no sepa más quiénes son los elegidos de Dios de lo que nosotros sabemos, pues él sólo puede juzgar, como nosotros, por las acciones exteriores, aunque él puede formarse un juicio más preciso que nosotros, debido a una mayor experiencia, y es capaz de ver a las personas en privado donde nosotros no podemos entremeternos; sin embargo, su negro ojo no puede mirar nunca lo que está contenido en el libro de Dios de los decretos secretos. Los conoce por sus frutos, y nosotros también los conocemos de la misma manera.
Puesto que nosotros estamos a menudo engañados en nuestro juicio, él también podría estarlo; y por tanto me parece a mí que su política es esforzarse para destruirlos a todos ellos, sin saber en qué casos puede tener éxito. Él anda alrededor buscando a quién devorar, y, puesto que no sabe a quién se le va a permitir tragar, él ataca a todo el pueblo de Dios con vehemencia. Alguien podría decir, “¿cómo puede hacer esto el diablo?” Él no hace esto únicamente por sí mismo. Que yo sepa, no muchos de nosotros hemos sido tentados jamás directamente por Satanás: puede ser que no seamos lo suficientemente notables entre los hombres para ser dignos de su interés; pero él tiene todo un ejército de espíritus inferiores colocados bajo su supremacía y control, y como dijo el centurión acerca de sí mismo, lo mismo pudo haber dicho acerca de Satanás: “él dice a este espíritu, ‘Haz esto,’ y lo hace, y a su siervo, ‘Vé,’ y va.”
Así, todos los siervos de Dios, más o menos, se encontrarán bajo los asaltos directos o indirectos del gran enemigo de las almas, y eso con miras a destruirlos; pues él engañaría, de ser posible, aun a los mismos elegidos. Y allí donde no puede destruir, no hay duda que el objetivo de Satanás es afligirlos. A él no le gusta ver contento al pueblo de Dios. Yo creo que el diablo se deleita grandemente con algunos ministros, cuya tendencia en su predicación es multiplicar y fortalecer dudas, y temores, y aflicción, y desaliento, como evidencias del pueblo de Dios. “Ah,” dice el diablo, “continúa predicando; estás haciendo muy bien mi trabajo, pues me gusta ver que el pueblo de Dios esté triste. Si puedo hacer que sobre los sauces cuelguen sus arpas, y anden por allí con rostros miserables, calculo que habré cumplido con mi obra de manera cabal.”
Mis queridos amigos, velemos para no caer en esas engañosas tentaciones que pretenden hacernos humildes, pero que realmente intentan hacernos incrédulos. Nuestro Dios no se deleita en nuestras dudas y desconfianzas. Vean cómo Él demuestra Su amor, en el don de Su amado Hijo Jesús. Destierren entonces todas sus imaginaciones malsanas, y regocíjense en una confianza inconmovible. Dios se deleita cuando es adorado con gozo. “Venid, aclamemos alegremente a Jehová; cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con alabanza; aclamémosle con cánticos.” “Alegraos en Jehová y gozaos, justos; y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón.” “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” A Satanás no le gusta esto. Martín Lutero solía decir: “Cantemos salmos y desafiemos al diablo,” y no tengo ninguna duda que Martín Lutero tenía mucha razón; pues ese amante de la discordia odia la alabanza armoniosa y gozosa.
Amado hermano, el archienemigo quiere volverte miserable aquí, si no puede tenerte en el más allá; y en esto, sin duda, intenta golpear el honor de Dios. Él está bien consciente que los cristianos que se lamentan a menudo, deshonran la fidelidad de Dios al desconfiar de ella, y él piensa que si puede afligirnos hasta el punto de no creer más en la constancia y en la bondad del Señor, le habrá robado a Dios Su alabanza. “El que sacrifica alabanza me honrará,” dice Dios; y así Satanás descarga el hacha en la raíz de nuestra alabanza, para que Dios no sea glorificado.
Además, si Satanás no puede destruir a un cristiano, ¿cuán a menudo no ha estropeado su utilidad? Muchos creyentes han caído sin romperse el cuello (eso es imposible), ¡pero se han roto algún hueso importante, y se han acercado cojeando a sus tumbas! Podemos recordar con dolor a algunos hombres que fueron alguna vez eminentes en los rangos de la Iglesia, que corrieron bien, pero súbitamente, bajo la presión de la tentación, cayeron en pecado, y sus nombres no fueron mencionados otra vez en la Iglesia, excepto con aliento entrecortado. Todo el mundo pensó y esperó que fueran salvos aunque así como por fuego, pero ciertamente su utilidad anterior nunca pudo regresar. Es muy fácil volver atrás en el peregrinaje celestial, pero es muy difícil recuperar los pasos. Pueden desviarse y apagar su vela con prontitud, pero no pueden encenderla tan rápidamente.
Amigo, amado en el Señor, vela contra los ataques de Satanás y permanece firme, porque tú, como pilar de la casa de Dios, eres muy querido por nosotros, y no podemos prescindir de ti. Como un padre, o como una matrona en medio de nosotros, nosotros te honramos, y ¡oh!, no quisiéramos tener que deplorar o lamentar; no deseamos ser afligidos al escuchar los gritos de nuestros adversarios cuando exclamen, “¡Ajá! ¡Ajá! Así queríamos que sucediera,” pues ¡ay!, han sucedido muchas cosas en Sión que no quisiéramos que fueran anunciadas en Gat, ni que fueran publicadas en las calles de Ascalón, para que no se alegren las hijas de los incircuncisos, y no triunfen los hijos de los filisteos.
Oh, que Dios nos conceda gracia, como Iglesia, para permanecer fuertes ante los engaños de Satanás y sus ataques, que habiendo hecho su peor esfuerzo no pueda obtener ninguna ventaja sobre nosotros, y después de haber considerado, y considerado de nuevo, y de haber contado muy bien nuestras torres y nuestros baluartes, sea forzado a la retirada porque sus arietes no pueden ni siquiera sacudir una piedra de nuestras murallas, y sus hondas no pueden matar a ninguno de nuestros soldados sobre los muros.
Antes de abandonar este punto, me gustaría decir que tal vez alguien pudiera sugerir: “¿Cómo es posible que Dios permita esta constante y malévola consideración de Su pueblo por parte del maligno?” Indudablemente, una respuesta es que Dios sabe lo que es para Su propia gloria, y que no da cuentas a nadie sobre estos asuntos; que habiendo permitido el libre albedrío, y habiendo dado lugar, por alguna razón misteriosa, a la existencia del mal, no parecería acorde con estos hechos destruir a Satanás; sino que Él le da poder para que sea una justa pelea mano a mano entre el pecado y la santidad, entre la gracia y la astucia. Además, debemos recordar que, incidentalmente, las tentaciones de Satanás sirven al pueblo de Dios; Fenelón dice que son la lima con la que quitamos mucho de la herrumbre de la confianza en nosotros mismos, y puedo agregar que son los horribles sonidos en los oídos del centinela, que seguramente lo mantendrán despierto.
Un teólogo práctico observa que, no hay una sola tentación en el mundo que sea tan mala como el hecho de no ser tentado en lo absoluto, pues ser tentados tenderá a mantenernos despiertos; mientras que, sin ninguna tentación, la carne y la sangre son débiles, y aunque el espíritu esté pronto, sin embargo podemos caer en el adormecimiento. Los hijos no huyen del lado de sus padres cuando los perros grandes les ladran. Los aullidos del diablo nos pueden llevar más cerca de Cristo, nos pueden enseñar nuestra propia debilidad, nos pueden mantener sobre nuestra torre de vigía y pueden ser convertidos en instrumentos de preservación de otros males. “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar;” y que se nos permita afectuosamente a nosotros que estamos en una posición de liderazgo, insistirles con una solicitud sincera, “hermanos, oren por nosotros,” expuestos especialmente como estamos a la consideración de Satanás, para que seamos guardados por el poder divino. Que seamos enriquecidos por sus fieles oraciones para que seamos conservados hasta el fin.
II. En segundo lugar, ¿QUÉ ES LO QUE SATANÁS CONSIDERA PARA CAUSAR DAÑO AL PUEBLO DE DIOS?
No se puede decir de él, lo mismo que se puede decir de Dios, que nos conoce plenamente; pero como ha estado tratando con la pobre humanidad caída cerca de seis mil años, debe haber adquirido una muy vasta experiencia en todo ese tiempo, y habiendo recorrido toda la tierra, y habiendo tentado a los que están arriba y a los que están abajo, debe conocer sumamente bien cuáles son los móviles de la acción humana, y cómo manipularlos.
Satanás observa y considera primero que nada nuestras debilidades especiales. Nos mira de arriba abajo, justamente de la manera como acabo de ver a un comerciante de caballos que lo hacía con un caballo; y pronto descubre dónde somos deficientes. Yo, un observador común, podría pensar que el caballo es sumamente bueno, al verlo correr hacia arriba y hacia abajo del camino, pero el experto ve lo que yo no puedo ver, y él sabe cómo manejar a la criatura exactamente en aquellos lugares especiales y en aquellos puntos donde pronto descubre cualquier falla oculta.
Satanás sabe cómo mirarnos y evaluarnos desde la cabeza hasta el talón del pie, de tal forma que dirá de este hombre: “su debilidad es la lujuria,” o de ese otro, “tiene un temperamento irascible,” o de este otro, “él es orgulloso,” o de ese otro, “él es un perezoso.” El ojo malicioso es muy rápido para percibir cualquier debilidad, y la mano de la enemistad pronto se aprovecha de ella.
Cuando un espía encuentra un punto débil en la pared de nuestro castillo, se ocupa de inmediato en plantar el ariete, y comienza su sitio. Tú podrás esconder tu debilidad, aun frente a tu mejor amigo, pero no la podrás esconder ante tu peor enemigo. Él tiene ojos de lince, y detecta en un instante la juntura de tu armadura. Él anda rondando alrededor con un fósforo en la mano, y aunque creas que has cubierto toda la pólvora de tu corazón, él sabe cómo encontrar una ranura para colocar allí su fósforo, y te hará mucho mal, a menos que lo prevenga la eterna misericordia.
Él pone también mucho cuidado en considerar nuestros estados de ánimo. Si el diablo nos atacara cuando nuestra mente está en una cierta condición, seríamos un rival muy fuerte para él: él sabe esto, y rehúsa el encuentro. Algunos hombres son más débiles ante la tentación cuando están angustiados y desesperados; el maligno los asaltará entonces en ese momento. Otros estarán más expuestos al fuego cuando están jubilosos y llenos de alegría; entonces, en ese momento, el diablo restregará su chispa contra la madera.
Ciertas personas, cuando son muy vejadas y arrojadas de un lado al otro, pueden ser conducidas a decir casi cualquier cosa; y otros, cuando sus almas son como aguas perfectamente plácidas, están precisamente en la condición de ser navegadas por los barcos del diablo. Así como quien trabaja los metales sabe que un cierto metal debe ser trabajado a una cierta temperatura, y otro a una temperatura diferente; como quienes tratan con químicos saben que a cierta temperatura un químico hervirá, mientras que otro alcanzará el punto de ebullición mucho antes, así Satanás sabe exactamente a qué temperatura debe trabajarnos para alcanzar su propósito. Las pequeñas ollas hierven de inmediato cuando son puestas directamente sobre el fuego, y así los hombrecitos de temperamento irascible pronto estallan en pasión; los barcos más grandes requieren más tiempo y más carbón, antes que sus calderas hiervan; pero cuando llegan a hervir, lo hacen de tal manera, que no se puede olvidar que hierven, ni puede abatirse pronto su fuego.
El enemigo, como un pescador, vigila al pez y adapta la carnada a su presa; y sabe en qué estaciones y en qué tiempos es más probable que muerda el pez. Este cazador de almas viene a nosotros cuando estamos descuidados, y a menudo somos atrapados en una falta o sorprendidos en una trampa, a causa de un descuidado estado mental.
Ese raro coleccionista de dichos escogidos, Thomas Spencer, tiene la siguiente descripción que viene muy bien al caso: “El camaleón, cuando se esconde bajo la hierba para cazar moscas y saltamontes, adopta el color de la hierba, así como el pólipo adopta el color de la roca bajo la cual acecha, para que el pez se pueda aproximar a él sin ninguna sospecha de peligro. De la misma manera, Satanás adopta esa forma que nos produce menos miedo, y pone ante nuestros ojos esos objetos de tentación que son más atractivos para nuestra naturaleza, para así atraernos muy prontamente hacia su red; él navega con todos los vientos, y sopla sobre nosotros en la dirección en la que nos inclinamos por la debilidad de la naturaleza. ¿Es deficiente nuestro conocimiento en materia de fe? Nos tienta para conducirnos al error. ¿Es delicada nuestra conciencia? Nos tienta a la escrupulosidad, y a la precisión exagerada. ¿Tiene nuestra conciencia, como la línea eclíptica (1), alguna amplitud? Nos tienta para llevarnos a la libertad carnal. ¿Poseemos un espíritu valeroso? Nos tienta al orgullo. ¿Somos temerosos y desconfiados? Nos tienta a la desesperación. ¿Somos de una disposición flexible? Nos tienta a la inconstancia. ¿Somos rígidos? Entonces trabaja para hacernos herejes obstinados, cismáticos o rebeldes. ¿Somos de un temperamento austero? Nos tienta a la crueldad. ¿Somos suaves y apacibles? Nos tienta a la indulgencia y a la piedad insensata. ¿Somos fogosos en los asuntos de religión? Nos tienta para conducirnos al celo ciego y a la superstición. ¿Somos fríos? Nos tienta para llevarnos a una tibieza como la de Laodicea. Así coloca sus trampas, para que de una forma u otra, pueda tendernos el lazo.”
También pone cuidado en considerar nuestra posición entre los hombres. Hay unas cuantas personas que son más fácilmente tentadas cuando están solas; están sujetas en ese momento a una gran pesadez mental, y pueden ser conducidas a terribles crímenes: tal vez la mayoría de nosotros estamos más inclinados a pecar cuando estamos en compañía de otros. En un determinado grupo nunca voy a ser llevado al pecado; en otro tipo de sociedad raramente me aventuraría. Muchos están tan llenos de ligereza, y quienes de nosotros poseen el mismo tipo de inclinación, pueden apenas mirarlos en el rostro sin sentir activado el pecado que nos acecha; y otros son tan sombríos que, si se encuentran a un hermano del mismo molde, con toda seguridad, entre ellos inventarán un reporte negativo de la buena tierra.
Satanás sabe cómo dominarte en el lugar donde eres más vulnerable a sus ataques; él se echará encima de ti, abatiéndose como un ave de presa desde el cielo, desde donde ha estado vigilando para decidir el momento en que hará su descenso de golpe con probabilidad de éxito.
Del mismo modo, ¡cómo considera nuestra condición en el mundo! Él mira a un hombre y dice, “ese hombre tiene propiedades: no tiene caso que intente tales y tales artes con él; pero aquí está este otro hombre que es muy pobre; lo voy a atrapar en esa red.” Luego, de nuevo, mira al hombre pobre y dice: “bien, no puedo tentarlo a esta insensatez, pero voy a conducir al hombre rico hacia ella.” Así como el cazador tiene un rifle para aves silvestres, y otro tipo de rifle para venados y caza mayor, así Satanás tiene una diferente tentación para los diversos tipos de hombres. Yo supongo que la tentación de la Reina nunca molestará a María la cocinera. Yo no supongo, por otro lado, que la tentación de María será jamás muy seria para mí. Probablemente ustedes podrían escapar de la mía; no pienso que pudieran; y yo algunas veces me imagino que podría soportar la de ustedes, aunque me pregunto si podría.
Sin embargo, Satanás sabe exactamente dónde golpearnos, y nuestra posición, nuestras capacidades, nuestra educación, nuestra ubicación en la sociedad, nuestro llamado, todos pueden ser puertas a través de las cuales él podrá atacarnos. Ustedes que no tienen ningún llamado, están en un peligro especial; me sorprende que el diablo no los trague de una vez. El hombre que con mayor probabilidad irá al infierno es el hombre que no tiene nada que hacer en la tierra. Digo eso seriamente. Yo creo que no le puede ocurrir un mayor mal a una persona, que ser colocada donde no tiene ningún trabajo; y si alguna vez yo me encontrara en una situación así, buscaría empleo de inmediato, por temor de ser arrastrado por el maligno, en cuerpo y alma. La gente ociosa tienta al diablo para que la tiente. Tenemos que tener algo que hacer, mantengamos nuestras mentes ocupadas, pues, si no es así, hacemos un espacio para el diablo. La diligencia no nos llenará de gracia, pero la falta de diligencia puede hacernos viciosos. Tengan siempre algo que hacer en el yunque o en el fuego.
Siempre quiero estar ocupado,
Pues Satanás también encuentra siempre algún mal
Que hagan las manos desocupadas.”
Eso nos enseñó Watts en nuestra niñez, y eso debemos creer en nuestra edad adulta. Libros, o labores, o las recreaciones que sean necesarias para la salud, deberían ocupar todo nuestro tiempo; pues si me abandono a la indolencia, como una vieja pieza de hierro, no me debe sorprender que me vuelva herrumbroso por el pecado.
Pero aún no he terminado. Satanás, cuando hace sus investigaciones, pone atención a todos los objetos de nuestro afecto. No dudo que cuando se acercó a la casa de Job, la observó tan cuidadosamente como lo hacen los ladrones con una joyería cuando intentan introducirse a ella. Muy astutamente toman nota de cada puerta, ventana, y cierre: y no dejan de mirar las casas vecinas, pues a lo mejor tendrán que alcanzar el tesoro a través del edificio vecino.
Así, cuando el diablo fue a rondar, tomando nota en su mente de toda la posición de Job, pensó para sí, “están los camellos y los bueyes, y las asnas, y los siervos; sí, puedo usar todo esto admirablemente.” “Luego,” pensó, “¡están las tres hijas! Están los diez hijos, que hacen banquetes; sabré dónde agarrarlos, y si solo puedo azotar la casa y derrumbarla cuando estén celebrando, eso afligirá la mente del padre muy severamente, pues dirá: “oh, que hubieran muerto cuando estaban orando, en vez de morir cuando estaban comiendo y bebiendo vino.” “También registraré en el inventario,” dice el diablo, “a su esposa; me atrevo a decir que la voy a necesitar,” y efectivamente así sucedió. Nadie hubiera podido hacer eso que hizo la esposa de Job; ninguno de los siervos pudo haber dicho esa triste frase tan mezquinamente; o, si la intención de ella era amable, nadie hubiera podido decirla con ese aire tan fascinante, como lo hizo la propia esposa de Job, “Bendice a Dios y muérete,” como podría también ser traducida, o “Maldice a Dios, y muérete.”
Ah, Satanás, tú has arado con la novilla de Job, pero no has tenido éxito; la fuerza de Job radica en su Dios, no en su cabello, ¡pues de lo contrario pudiste haberlo rapado como fue rapado Sansón! Tal vez el maligno había inspeccionado incluso las sensibilidades personales de Job, seleccionando esa forma de aflicción corporal que él sabía que era la más temida por su víctima. Trajo sobre él una enfermedad que Job pudo haber visto con estremecimiento, en los pobres que se amontonaban fuera de las puertas de la ciudad.
Hermanos, Satanás también los conoce bastante bien a ustedes. Tú tienes un hijo, y Satanás sabe que lo idolatras. “Ah,” dice, “allí tengo un lugar para poder herirlo.” Aun la compañera de tu pecho puede ser convertida en una aljaba en la se guardarán las flechas del infierno hasta que venga el momento, y entonces ella se convertirá en el arco desde el cual Satanás las disparará. Cuida inclusive a tu vecino y a esa que está en tu pecho, pues no sabes cómo puede Satanás aprovecharse de ti.
Nuestros hábitos, nuestros gozos, nuestras tristezas, nuestros retiros, nuestras posiciones públicas, todo ello puede ser convertido en armas de ataque por este desesperado enemigo del pueblo de Dios. Nos encontramos con trampas por todas partes; en nuestra cama y a nuestra mesa, en nuestra casa y en la calle. Hay lazos y trampas cuando estamos con otros; hay hoyos cuando estamos solos. Podemos encontrar tentaciones en la casa de Dios así como también en el mundo; trampas en nuestra elevada posición, y venenos mortales en nuestra bajeza. No podemos esperar estar libres de tentaciones mientras no hayamos cruzado el Jordán, y entonces, gracias a Dios, estaremos fuera del alcance de los disparos del enemigo. El último aullido del perro del infierno será escuchado cuando estemos descendiendo a las frías aguas del negro arroyo, pero cuando oigamos el aleluya de los glorificados, habremos terminado con el negro príncipe por siempre y para siempre.
III. Satanás consideraba, pero HUBO UNA CONSIDERACIÓN MÁS ELEVADA QUE CONTROLÓ TODAS LAS DEMÁS.
En tiempos de guerra, los zapadores (2) y los que colocan minas por parte de un bando, pondrán una mina, y es muy común, para contrarrestarla, que los zapadores y los mineros del otro bando la trasminen. Esto es precisamente lo que Dios hace con Satanás. Satanás está colocando minas, y él piensa encender la mecha y volar el edificio de Dios, pero en todo ese tiempo Dios lo está trasminando, y hace estallar la mina de Satanás antes de que pueda hacer ningún daño.
El diablo es el mayor de todos los tontos. Él tiene más conocimiento, pero menos sabiduría que cualquier otra criatura; él es más sutil que todas las bestias del campo, pero eso es bien llamado sutileza, no sabiduría. Todo el tiempo que Satanás estaba tentando a Job, escasamente se daba cuenta que estaba respondiendo al propósito de Dios, pues Dios estaba viendo y considerando el todo, sosteniendo al enemigo como un hombre sostiene un caballo por su freno.
El Señor había considerado exactamente cuán lejos le permitiría llegar a Satanás. La primera vez no le permitió tocar su carne; tal vez eso era más de lo que Job podría soportar en aquel momento. ¿Acaso no han notado alguna vez que si tienen una buena salud corporal, ustedes pueden soportar pérdidas y cruces, y aun la pérdida de seres queridos con algo parecido a la ecuanimidad? Eso sucedió con Job. Tal vez si la enfermedad hubiera llegado al principio y el resto a continuación, pudiera haber sido una tentación demasiado pesada para él; pero Dios, que conoce con precisión cuán lejos puede permitirle llegar al enemigo, le dirá, “Hasta aquí, y no más allá.”
Job se acostumbró gradualmente a su pobreza; de hecho, la prueba ya había perdido todo su aguijón en el momento que Job dijo, “Jehová dio, y Jehová quitó.” Ese enemigo había muerto; más aún, estaba enterrado y esta era la oración fúnebre, “Sea el nombre de Jehová bendito.” Cuando vino la segunda prueba, la primera prueba había calificado a Job para soportar la segunda. Puede ser una prueba más severa, para un hombre que posee una gran riqueza mundana, ser súbitamente privado del poder corporal de gozarla, que perderlo todo desde el principio, para luego perder la salud necesaria para gozarla. Habiéndolo ya perdido todo, casi podría haber dicho: “Doy gracias a Dios porque ahora no tengo nada que disfrutar, y por tanto la pérdida del poder de gozarlo no es algo pesado.” No tengo que decir: “cómo desearía poder salir a mis campos, y cuidar a mis siervos, pues todos ellos están muertos. No deseo ver a mis hijos (todos ellos han muerto y han partido) y yo estoy agradecido que así fue; mejor así, en lugar de que vean a su pobre padre sentado en un estercolero como éste.”
Él podría haber estado casi contento si su esposa hubiera partido también, pues ciertamente ella no fue una bendición especial al ser conservada; y posiblemente, si hubiera tenido a todos sus hijos alrededor suyo, podría haber sido una prueba más dura de lo que era. El Señor que pesa los montes con balanza, había medido el dolor de Su siervo.
¿Acaso el Señor no había también considerado cómo debía sostener a Su siervo bajo la prueba? Amados, ustedes no saben cuán benditamente nuestro Dios derramó el aceite secreto sobre el fuego de la gracia de Job, mientras el diablo estaba arrojando baldes de agua sobre él. Él se dijo a Sí mismo, “Si Satanás hace mucho, Yo haré más; si él quita mucho, Yo daré más; si él tienta al hombre para que maldiga, Yo lo llenaré de tanto amor a Mí, que me bendecirá. Yo lo ayudaré; Yo lo fortaleceré; sí, Yo lo sostendré con la diestra de Mi justicia.”
Cristiano, toma esos dos pensamientos y ponlos bajo tu lengua como una oblea hecha con miel; tú nunca serás tentado sin el expreso consentimiento salido del trono donde Jesús intercede, y, por otro lado, cuando Él lo permite, junto con la tentación Él te dará la vía de salida, o te dará gracia para que permanezcas firme bajo esa tentación.
A continuación, el Señor consideró cómo santificar a Job mediante esta prueba. Job fue un hombre mucho mejor al final de la historia de lo que era al principio. Él era “un varón perfecto y recto” al principio, pero había un poco de orgullo a su alrededor. Nosotros somos unas pobres criaturas para atrevernos a criticar a un hombre como Job; pero todavía había en él un leve rocío de justicia propia. Yo lo pienso, y sus amigos los expresaron. Elifaz y Zofar dijeron tantas cosas irritantes, que el pobre Job no pudo evitar responder con palabras fuertes acerca de sí mismo, que fueron más bien demasiado fuertes, uno diría; había un exceso de auto justificación. Él no era orgulloso como lo somos algunos de nosotros, orgullosos por algo que es muy poco (Job tenía mucho de qué estar orgulloso, hasta donde el mundo lo hubiera permitido) pero sin embargo, allí estaba la tendencia de ser exaltado con todo ello; y aunque el diablo no lo sabía, tal vez si lo hubiera dejado en paz, ese orgullo pudiera haberse convertido en semilla, y Job pudo haber pecado; pero el diablo tenía tanta prisa que no permitió que la mala semilla madurara, sino que se apresuró a cortarla, y eso fue el instrumento del Señor para traer a Job a un estado de mente más humilde, y consecuentemente más seguro y bendito.
Además, ¡observen cómo Satanás fue un lacayo del Todopoderoso! Job, durante todo ese tiempo estaba siendo capacitado para que ganara una recompensa mayor. Toda su prosperidad no es suficiente; Dios ama tanto a Job que tiene la intención de darle el doble de propiedades; tiene la intención de darle hijos nuevamente; quiere convertirlo en un hombre más famoso que antes; un hombre cuyo nombre resonará a través de todas las edades; un hombre del que hablarán todas las generaciones. Él no será el hombre de la tierra de Uz, sino un hombre del mundo entero. No sabrán de él sólo un puñado de vecinos, sino todos los hombres oirán de la paciencia de Job en la hora de la tribulación.
¿Quién hará esto? ¿Quién diseñará la trompeta de la fama por medio de la cual el nombre de Job será anunciado? ¡El diablo va a la fragua y labora con todo su poder para hacer ilustre a Job! ¡Diablo insensato! Él está construyendo el pedestal sobre el cual Dios pondrá a Su siervo Job, para que pueda ser contemplado con admiración por todas las edades.
Para concluir, las aflicciones de Job y la paciencia de Job han sido una bendición duradera para la Iglesia de Dios, y han infligido una afrenta increíble sobre Satanás. Si quieres hacer enojar al demonio, échale en cara la historia de Job. Si tú deseas que tu propia confianza sea sustentada, que Dios el Espíritu Santo te conduzca a la paciencia de Job.
¡Oh, cuántos santos han sido consolados en su angustia por esta historia de paciencia! ¡Cuántos han sido rescatados de las fauces del león y de la pezuña del oso, por las oscuras experiencias del patriarca de Uz. ¡Oh archienemigo, cómo eres atrapado en tu propia red! Tú has tirado una piedra que ha caído en tu propia cabeza. Cavaste un hoyo para Job, y tú mismo caíste en él; has sido enredado en tu propia astucia. Jehová ha hecho insensatos a los sabios y a los adivinos los ha vuelto locos.
Hermanos, entreguémonos en la fe al cuidado y la protección de Dios; aunque vengan la pobreza, la enfermedad y la muerte, seremos conquistadores en todas las cosas por medio de la sangre de Jesucristo, y por el poder de Su Espíritu saldremos victoriosos al final. Quiera Dios que todos nosotros confiemos en Jesús. Que quienes no han confiado todavía en Él, sean conducidos a comenzar a confiar el día de hoy, y Dios tendrá eternamente toda la alabanza de todos nosotros. Amén
PORCIÓN DE LA ESCRITURA LEÍDA ANTES DEL SERMÓN: JOB 1 y 2: 1-10.
(1) Línea eclíptica: Camino recorrido aparentemente por el sol en el curso de un año.
(2) Zapador: Soldado de un cuerpo destinado a los trabajos de excavación.
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