SERMON#537 – Animen a su Ministro – Charles Haddon Spurgeon

by Apr 27, 2022

Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí:http://spurgeon.com.mx/sermon537.html

 

“Anímale.” Deuteronomio 1: 38

Puede descargar el documento con el sermón aquí:  Sermón #537 – Animen a su Ministro

 

Moisés no pudo introducir al pueblo en la tierra prometida. Tampoco la ley puede llevar a alguien al cielo. La ley puede sacar a un hombre del Egipto de su pecado, y puede conducirlo al desierto de la convicción; allí le suministra alimento, y lo nutre con algún pequeño consuelo, pero la ley nunca puede dar reposo al espíritu. Moisés no puede introducir nunca al Israel de Dios en Canaán. Esta tarea le fue asignada a Josué, cuyo nombre, como ustedes saben, no es sino otra forma del nombre de Jesús.

Así como únicamente Josué podía echar fuera de la tierra a los cananeos y dar una porción a toda la simiente de Israel, así también sólo Jesús puede dar reposo a los herederos del cielo. Moisés no puede hacerlo. Él puede ver la tierra prometida, pero no puede entrar nunca en ella.

Las convicciones legales pueden ir acompañadas de algunos deseos orientados a las cosas divinas, ay, y también de algunas percepciones de su dulzura. Pero el gozo final, el reposo que queda para el pueblo de Dios, viene al creyente únicamente a través de Jesucristo.

Vean en esto la debilidad de la ley: no es capaz de conducirnos a nuestro reposo. “Por las obras de la ley nadie será justificado.” Entonces, acudan presurosos a Jesús, pues Él es el Capitán de nuestra salvación; por Él, nuestros enemigos serán subyugados, y nuestra herencia eterna será adquirida.

Sin embargo, no es mi propósito explorar la verdad mística implicada aquí; me voy a limitar esta mañana al mensaje que se encuentra en la superficie. Josué era un hombre joven en comparación a Moisés. Estaba a punto de asumir la onerosa tarea de comandar a un gran pueblo. Además tenía la difícil empresa de conducir a ese pueblo a la tierra prometida, y de echar fuera a las naciones que la poseían.

Por tanto, el Señor le ordenó a Moisés que lo animara, para que frente a la perspectiva de una gran tarea no desfalleciera. Yo pienso que esto nos enseña que DIOS, NUESTRO DIOS, ES BENIGNAMENTE CONSIDERADO CON SUS SIERVOS, y quiere que estén provistos de gran valor para las empresas difíciles. Él no envía a Sus siervos como un tirano enviaría a un soldado a alguna misión para la cual no esté capacitado; ni retiene posteriormente Su socorro olvidándose de los apuros a los que pudieran verse sometidos; sino que es muy cuidadoso de Sus siervos, y no permitirá que ni uno solo se pierda. Él los valora como la niña de Sus ojos, los guarda en todo momento, y los defiende de todos los peligros.

¿Por qué hace esto? El Señor nuestro Dios tiene sólidas razones para ser muy considerado con Sus siervos. ¿Acaso no son Sus hijos? ¿Acaso no es Él su Padre? ¿Acaso no los ama? Si todos los amores humanos pudieran juntarse, difícilmente formarían una gota en una cubeta, comparados con el océano de amor que Dios el Padre siente por Sus hijos. Todos los amores de las madres, todos los amores de los amigos, de los hermanos y de las hermanas, de esposos y esposas, si fueran apilados, serían como una topera comparados con la imponente montaña del amor divino que Dios el Padre siente hacia Sus elegidos. Nosotros somos tan amados por Dios, (y no hay otra figura que exprese toda la longitud y la anchura de ese amor), como lo es Su Unigénito Hijo, Jesucristo:

“Tan amado, tan muy amado, que no puedo ser más amado por Dios;
El amor con que ama a Su hijo es el que me prodiga a mí.”

“Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado,” dijo Cristo. Ahora, nadie de nosotros enviaría a su hijo con la responsabilidad de una empresa difícil, sin que nos quedáramos ansiosos por su bienestar. No pondríamos sobre un hijo una prueba que sobrepasara sus fuerzas, sin que garantizáramos al mismo tiempo que estaremos a su lado para proporcionarle la fortaleza necesaria para enfrentar el día.

Además, el honor del Padre mismo está involucrado en todo lo que hacen. Si algún siervo de Dios cayera, entonces el nombre de Dios es despreciado. Las hijas de los filisteos se alegran, y los habitantes de Ecrón triunfan. “¡Ajá! ¡Ajá!”, -dicen- “¡Ea, alma nuestra! Los siervos de Dios son puestos en fuga; Jehová no fue capaz de darles la victoria. Ellos confiaron en Él, y fueron avergonzados. Se apoyaron en Él, y cayeron a tierra.”

No piensen que el Padre celestial permitirá jamás que se diga eso. ¿Acaso enviará alguna vez a Sus siervos para permitir luego que caigan en manos del adversario? Él es demasiado celoso de Su grandioso nombre. Su honra está demasiado involucrada para permitir eso.

Ustedes que son débiles, a quienes Dios ha ordenado hacer algo o sufrir por causa de Su nombre, tengan la seguridad de que Él tiene el ojo puesto en ustedes ahora. No puede abandonarlos, a menos que cese de ser “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos.” No puede olvidarlos, pues Su corazón de amor no cambia nunca, y la relación que tiene con ustedes no puede ser disuelta nunca.

Amados, Dios el Padre cuida de Sus hijos porque son Sus hijos, y porque Su honra está en juego en ellos. Cuán dulce es el pensamiento de que si yo fallo, Dios falla; y si yo tengo éxito, puesto que soy el siervo enviado por Dios, Dios recibe toda la honra. Si yo me apoyara en Él y fallara, entonces en esa misma medida el propósito de Dios no sería cumplido, ni la promesa de Dios sería guardada, ni la naturaleza de Dios sería glorificada.

Oh, cuando te puedes apoyar en el nombre, en el renombre, en el propio carácter de Dios; cuando puedes decir como dijo Moisés en la cumbre del monte: “¿Qué harás tú a tu grande nombre?”; cuando puedes argumentar como lo hizo Lutero: “Señor, esta no es una contienda mía, sino Tuya. Tú sabes que me pusiste a hablar contra Tus enemigos, y si ahora me dejas, ¿dónde está Tu verdad?”; cuando puedes argumentar con Dios de esta manera, seguramente Él te dará el socorro. Cuando tu causa sea la causa de Dios, no puedes fallar.

Y no sólo el Divino Padre está involucrado. ¿No está también involucrado el Hijo de Dios en el bienestar de Sus hermanos? ‘Él los ganó por su propia sangre’. Un hombre valora en gran medida lo que ha comprado a un alto precio. Si no lo hiciera, equivaldría a que confesara que pagó una suma demasiado costosa por lo que compró. ‘Por precio fuisteis comprados’. Un precio que fue lo suficientemente tremendo; el Rey de Gloria dio la sangre de Su corazón para redimir a unos pobres gusanos como nosotros, aunque nunca confesará que dio demasiado por nosotros. Por amor Él estimará la compra equivalente al precio que pagó: el amor y el precio son ambos infinitos. Cuando mira a cada una de las personas pertenecientes a Su pueblo, dice: “allí está mi compra”, y la valora no tanto por lo que valga intrínsecamente, sino porque ve las gotas de Su propia sangre sobre esa persona. “Allí está” -dice Él- “el fruto de la aflicción de mi alma; allí está la satisfacción divina que me mi Padre me da por los sufrimientos que soporté.” ¿Piensas tú que valorando Él de esta manera a Sus siervos, los dejaría sin Su ayuda? No puede ser.

Además, nuestro bendito Señor ha pasado precisamente a través de esas mismas tribulaciones a las que llama a Su pueblo. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.” La espina que hirió tu pie perforó Su talón antes de que te tocara a ti. La aflicción que provoca que las lágrimas broten de tus ojos, ha henchido antes que nada Su corazón.

“En cada tormento que desgarra el corazón,
El Varón de dolores tuvo una porción.”

“En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó.” Si ustedes mismos enviudaron, sienten una compasión por aquellos que son conducidos a un estado semejante, para el cual son verdaderos extraños otros individuos que no hayan pasado nunca por él. Yo sé que amarás a los huérfanos si fuiste alguna vez un niño sin padre.

Ahora, nuestro Dios y Señor fue desamparado por Su Padre. Él dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Él cubrió toda la distancia del dolor humano, y por tanto, no sería posible que fuera desconsiderado con alguno de Sus hijos amados.

Para culminar este punto, ¿no saben ustedes que cada creyente es en realidad una parte de Cristo? Somos miembros de Su cuerpo, de Su carne, y de Sus huesos. ¿Fueron perseguidos los pobres siervos de Dios en Damasco? Cristo sufrió. “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Hasta este propio día nuestra Cabeza está en sintonía con nosotros.

“Él siente en Su corazón todos nuestros suspiros y lamentos,
Pues estamos sumamente cerca de Su carne y de Sus huesos.”

¿Creen ustedes que la Cabeza no cuidará de los miembros? ¿Dejaré que mi dedo se infecte por descuido, hasta el punto que necesite ser extirpado por causa de la gangrena? No en tanto que mi cerebro pueda pensar o mi lengua pueda hablar. Y en tanto que Jesús pueda ver a Su pueblo, y Su lengua pueda hacer alguna intercesión, no permitirá que el más ínfimo miembro de Su cuerpo místico sufra por falta de pertrechos. Así como Dios cuidó de Josué, así Cristo cuida de ti en esta mañana, amado miembro del cuerpo de Cristo.

¿Acaso no basta este argumento: el interés del Padre y del Hijo? Si no bastara, recuerden al muy bendito Espíritu. Él mora en todo el pueblo de Dios. ¿Cómo podría morar en ellos y no ser cuidadoso con ellos? Nosotros olvidamos al enfermo y al pobre porque viven en callejuelas ignotas, por las que no transitamos; pero ustedes no podrían soportar que la pobreza languideciera en su propia casa, -me parece- sin que hubiera una disposición a remediarla. No podrían tolerar que la enfermedad yaciera en su propio aposento sin mostrar ninguna simpatía.

Ahora, nuestro cuerpo es la casa del Espíritu Santo. Él mora en el cuerpo como en un templo, ¿y piensan ustedes que verá a Su gente languidecer por falta de gracia mientras esté presente con ellos? ¿Podría suceder que camine en ellos y los vea morirse de hambre, que perciba sus necesidades y sus privaciones y que no satisfaga sus necesidades? No tengan sueños tan duros acerca del tierno y bendito Espíritu, cuyo nombre es “el Consolador”.

No ha de olvidarse que Su oficio consiste en satisfacer las necesidades del pueblo de Dios. El quehacer del Espíritu Santo es cuidar de los santos. Jesús dijo: ‘Cuando me vaya, les enviaré al Consolador.’ En tanto que tuvieran la presencia personal del Señor Jesucristo, los discípulos no necesitaban nada. Si Él tenía en cualquier momento un lugar donde descansar Su cabeza que le hubiere sido dado por caridad, ellos podían descansar con Él. “Donde yo estuviere, allí también estará mi servidor”; esa era la regla amorosa de Cristo. Cuando partió, ellos se quedaron como huérfanos hasta que el Espíritu de Dios vino como otro Consolador “para que esté con vosotros para siempre.”

¿Crees tú que el Espíritu Santo descuidaría Su oficio? Oh creyente débil y tembloroso, ¿te imaginas que Dios el Espíritu Santo será negligente con Su sagrado cargo? ¿Puedes suponer que ha asumido aquello que no puede o no quiere desempeñar? Ahora, si es Su función obrar en ti, fortalecerte, iluminarte, consolarte, ¿puedes suponer que te ha olvidado? “¿Por qué dices, oh Jacob, y hablas tú, oh Israel: Mi camino está escondido de Jehová, y de mi Dios pasó mi juicio? ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio.”

Tú estás cerca de Él; ahora Sus ojos están sobre ti. De la manera que un padre se apiada de sus hijos, así el Señor se apiada de ti; y de la manera que una madre acaricia al bebé que amamanta, así el Señor te ama a ti; las entrañas de Su amor suspiran por ti, se apiadan de tus sufrimientos, y están listas para ayudarte en tus calamidades. Confía en Él, y Él te animará en verdad, y una vez que tus temores sean transformados en fe, triunfarás sobre todo enemigo, y verás el cumplimiento de cada promesa.

¡Observen bien cuán lejos se extiende la tierna consideración de Dios por Sus siervos! No solamente considera su estado externo, y los intereses absolutos de su condición, sino que recuerda sus espíritus, y le agrada verlos con buen ánimo.

Algunas personas piensan que es algo sin importancia que un creyente esté lleno de dudas y temores, pero yo no lo creo así. Yo percibo en este texto que mi Señor no quiere que estés enredado en temores. Él quiere que estés sin ansiedad, sin dudas y sin tristeza; Él dice: “Anímale”, tanto como si hubiera dicho a Moisés que era algo importante que Su siervo Josué mantuviera su valor en alto.

Mi Señor no considera con ligereza tu incredulidad como lo haces tú. ¿Estás desalentado esta mañana?; bien, esto es un asunto preocupante. A mi Señor no le agrada ver tu rostro triste. Asuero puso en vigor una ley -la recordarás- que nadie debía presentarse en la corte del rey vestido de luto; pero esa ley no es la ley de mi Señor, pues puedes venir enlutado como estás. Pero, de todas maneras, Él quiere que te quites esos harapos y ese cilicio, pues en verdad hay muchos motivos para el regocijo. Alégrate siempre en el Señor. Ten buen ánimo; espera en el Señor, pues Él renovará tus fuerzas.

El cristiano ha de tener su ánimo en alto para glorificar al Señor. Si sustentara su espíritu en alto, sería capaz de soportar una prueba tras otra. Se acerca al fuego, pero el fuego no lo alcanzará si su fe es firme. Atraviesa ríos, pero las aguas nunca lo anegarán mientras pueda mirar a su Dios. Los cánticos más dulces de los creyentes son aquellos que cantan en la noche. El pueblo de Dios es semejante al ruiseñor: su mejor música se escucha cuando el sol se ha ocultado. ¡Oh, muchas cosas dependen de que su ánimo se mantenga en alto! Si el ánimo se hunde, cualquier pequeño problema yace como un peso muerto sobre el alma. Por otro lado, si la fe es firme, toneladas de problemas se vuelven ligeras como una pluma.

A menos que el ánimo del pueblo de Dios sea sostenido, deshonrarán a Dios; pensarán duras cosas de Él, y tal vez llegarán a hablar cosas duras en contra Suya, y así el santo nombre de Dios no será tenido en estima. ¡Qué mal ejemplo es ese! Esta enfermedad de la duda y del descorazonamiento es una epidemia que pronto se propaga en el rebaño de Dios. Un creyente alicaído pone tristes a veinte personas. Esta fobia es una especie contagiosa de locura; los hombres son prontamente mordidos por ella; si uno duda de la promesa de Dios, de inmediato una congregación entera comienza a echar espumarajos con dudas semejantes.

Cuando Pablo estaba en el barco y tomó el pan y comió en medio de la tormenta, entonces toda la tripulación fue alentada; pero si Pablo hubiera estado desanimado, entonces, desde el capitán hasta el más insignificante grumete habrían experimentado gran turbación.

¡Oh, tengan muy buen ánimo, por causa de sus hermanos y hermanas en Cristo! Cuando quieran decir algo duro o amargo, guárdense de decirlo, como lo hizo David (Asaf) para no ofender en contra de la generación del pueblo de Dios. “Cuando pensé para saber esto, fue duro trabajo para mí.”

A menos que su valor sea mantenido en alto, Satanás será demasiado para ustedes. Mi experiencia me enseña que el viejo tentador cobarde siempre viene en contra de nosotros cuando nos encontramos en nuestro peor estado. Si se enfrentara conmigo algunas veces, podría arrojarlo como tamo delante del viento; pero siempre se enfrenta conmigo cuando un ataque de bilis, o algún problema doméstico, o alguna mala noticia proveniente del campo, obstaculizan mi alegría. Entonces, con toda seguridad, en alguna vereda oscura y estrecha está plantado el archienemigo, con su espada desenvainada, y jura que verterá la sangre de mi alma. Pero basta que el corazón sea recto, basta que el espíritu esté gozoso en Dios mi Salvador, y el gozo del Señor será su fortaleza, y ningún demonio del infierno prosperará en su ataque contra ustedes.

¡Además, el trabajo es ligero para un hombre de espíritu animado! Cuando el ánimo es el apropiado, puedes trabajar todo el día y casi toda la noche, pero si dejas que tu corazón se hunda y que a tu alma le falte valor, entonces te cansarás, y clamarás: “quiera Dios que ya fuera de noche, para poder descansar de nuestro trabajo.” El éxito acompaña a la alegría. El hombre que trabaja alegrándose en su Dios, creyendo con todo su corazón, tiene el éxito garantizado. El que siembra con esperanza, con regocijo segará. El que confía en el Señor y se ríe ante las imposibilidades, pronto descubrirá que no hay imposibilidades de las cuales reírse, pues para el hombre que tiene su confianza puesta en Jehová, todas las cosas son posibles.

Es por tanto de suprema importancia que el ánimo del cristiano se mantenga constantemente en alto. Dios lo considera así. Así dijo el Señor: “Anímale”; “alegra el corazón del buen hombre; haz que el creyente cante de gozo; anímale.

II. En segundo lugar, hacemos la observación de que DIOS USA A LOS MIEMBROS DE SU PROPIO PUEBLO PARA QUE SE ANIMEN LOS UNOS A LOS OTROS. Él no le dijo al ángel: “Gabriel, allí está mi siervo Josué que está a punto de introducir al pueblo a Canaán; desciende y anímale.” Dios no hace nunca milagros innecesarios; si Sus propósitos pueden ser alcanzados por medios ordinarios, Él ciertamente los cumplirá sin necesidad de usar alguna energía milagrosa. Gabriel no habría sido ni la mitad de apto de lo que fue Moisés para la obra. La simpatía de un hermano es más preciosa que la embajada de un ángel. El ángel, de alas ligeras, habría conocido mejor la orden del Señor que el temperamento del pueblo. Un ángel no podía haber experimentado nunca la dureza del camino, ni haber visto a las serpientes ardientes, ni haber guiado a la multitud de dura cerviz en el desierto.

Por mi parte, me alegra pensar que Dios realiza Su obra por medio del hombre. Nos da lazos especiales de hermandad. Hemos de depender los unos de los otros. Necesitamos condolernos de nuestro dolor; y también invitar al compañerismo en nuestros gozos. Así que, al ser mutuamente dependientes del consejo y de la protección de los unos para con los otros, somos fusionados más completamente en una sola masa, y somos hechos más plenamente una familia.

¿A quiénes, entonces, ha de ser asignada esta obra de animar a la gente? Seguramente los ancianos deben hacerlo; aquellos que son de años más maduros que sus semejantes. Conozco a algunas personas ancianas que, cada vez que ven a un joven cristiano, se aseguran de informarle de todas las dificultades y peligros del camino. Como Desconfianza y Temeroso, siempre tienen una historia lastimera que contar acerca del camino al cielo. Este era el viejo estilo del cristiano en muchas de nuestras iglesias.

Por mi parte, yo pienso que el cristiano anciano ocuparía mejor su tiempo si cuidara de las ovejas del rebaño y procurara cargarlas en su pecho. Háblale animadamente al buscador joven y ansioso, tratando de quitar amorosamente de su camino las piedras de tropiezo. Cuando encuentres una chispa de gracia en el corazón, arrodíllate y sóplala para que se convierta en llama. Deja que el joven creyente descubra la rudeza del camino gradualmente. Háblale de la fortaleza que habita en Dios, de la seguridad de la promesa, de la delicia del compañerismo con Jesús, de los encantos de la comunión con Cristo. Induce al joven cristiano a proseguir, como la buenas madres enseñan a sus hijos a caminar sosteniendo un dulce por aquí, y por allá algo tentador para que puedan poner sus temblorosos piecezuelos uno delante del otro hasta que por fin aprenden a caminar.

Yo quisiera que cada iglesia tuviese muchos de estos hermanos y hermanas ancianos, padres y madres en Israel, que, siempre que ven a un joven cristiano, toman como lema esta expresión: “Anímale.” No sé de nada que sea más alentador que escuchar la experiencia de un santo de cabellos grises. He encontrado mucho consuelo espiritual al sentarme a los pies de mi venerable abuelo, de más de ochenta años de edad. La última vez que lo vi, le dije: “abuelo, supongo que has tenido muchas tribulaciones.” Él me respondió: “en verdad no he tenido demasiadas, y la mayoría de las que he tenido, yo mismo las he provocado.” “¿Y crees que Dios alguna vez abandonaría a Su pueblo?” “No” -respondió- “pues si abandonara a uno de Su pueblo me habría dejado a mí, pero Él es un Dios fiel, y yo lo he comprobado, pues he conocido Su amor durante más de setenta años, y siempre me ha sido fiel. Ni una sola cosa buena de todo lo que el Señor ha prometido ha fallado.”

Cuando aquellos que han atravesado el valle pueden dar un testimonio como este, eso cala profundo en el corazón de nosotros los jóvenes, y nos conduce a sentir que hemos encontrado algo de lo que podemos depender con seguridad. No permitas que ninguna palabra de rencilla salga de tu boca, mi anciano hermano; no dejes que se escape ni una sílaba de queja, hermana mía. Que su boca esté llena de alabanza al Señor, y llena de Su honra todo el día, y así ustedes animarán a los demás.

No solamente los ancianos, sino los sabios de la familia deben ser consoladores. No todos los creyentes tienen el mismo conocimiento. Algunos tienen una rápida comprensión de los caminos del Señor; adquieren prontamente un conocimiento doctrinal; y el conocimiento práctico les viene con una luz más resplandeciente que como les llega a otros intelectos menos agudos.

Hay miembros en nuestras iglesias que nunca llegarán a ser doctores en teología. Aunque saben muy bien que son pecadores, y que Cristo los salva, -y por esto su aceptación está garantizada- si ustedes les hablaran acerca de los misterios del Evangelio, pronto se sumergen en profundidades donde pierden pie, pues no han aprendido a nadar. Tal vez nunca serán capaces de entender, o al menos, de apreciar la doctrina de la elección.

Ahora, los hombres más sabios no han de guardar su conocimiento para ellos mismos; por sobre todo, no deberían usarlo para criticar. Sé de hombres que llevan su conocimiento como una espada. Ellos escuchan el sermón, y cuando se encuentran con algún amigo que se benefició algo con el sermón, ellos cavilan. Afirman: “oh, el primer punto o el tercero no me parecieron muy válidos.” Se asegurarán de tener algo que decir que arranque el pan de las bocas de quienes están ansiosos por alimentarse. Ellos son más conocedores que sabios. Moisés era sabio en conocimiento doctrinal. Con cuánta consumada sabiduría se dirigió a Josué. “Esfuérzate y anímate; porque tú entrarás con este pueblo a la tierra que juró Jehová a sus padres que les daría, y tú se la harás heredar. Y Jehová va delante de ti; él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.”

Oh tú que has escudriñado las Escrituras de principio a fin y que conoces sus promesas; tú, que has estado en las eras de las especias, y el olor de tus vestidos es como el incienso, asegúrate de citar las promesas de Dios a los corazones temblorosos, y especialmente a aquellos involucrados en la ardua tarea para el Señor. Consuélalos. Repite la doctrina de la fidelidad de Dios; diles: “él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.” ¡Oh, que los de sabio corazón en la familia del Señor se dedicaran a esto en todos los tiempos!

No dudo tampoco que la clase más feliz de cristianos siempre haya de estar involucrada en consolar a los tristes y afligidos. Ustedes saben a quiénes me refiero; sus ojos están siempre centelleantes; doquiera que van llevan consigo lámparas que brillan de animación; la luz del sol resplandece en sus rostros, y viven bajo la luz de la faz de Dios.

Pero contamos con algunos de rostro más sombrío, que son buenas gentes también; siempre ven el lado oscuro de las cosas. Ahora, ustedes que están felices, procuren animar a aquellos que están abatidos. Oh, queridos amigos, me temo que muchos de nosotros descuidamos este deber. Ustedes se preguntarán: “¿cómo podría desempeñarlo?” Di siempre una palabra amable; busca a aquellos que estén cansados y dales una palabra de consuelo. Incluso una sonrisa de tu rostro puede hacerles bien. No los evites porque estén tristes, sino más bien persíguelos. Cázalos, no los dejes tranquilos en su nido de espinas, sino que si el Señor te ha concedido remontarte a las alturas, hasta el claro éter azul, procura llevar a tu amigo contigo, y elévalo por encima de las nubes.

Supón que tu casa está sobre un monte, y tu vecino vive abajo en el pantano. Pídele que ascienda la colina y que se quede contigo. Tal vez tú tengas las llaves de la promesa; entonces, usa la llave y ábrele la puerta. Es posible que tú vivas en los pisos superiores donde puedes ver a la distancia y contemplar mayores porciones de la bienaventurada tierra. Invítalo a que suba de su sótano para que camine sobre el techo de tu palacio, y para que escudriñe el panorama con ayuda de tu telescopio: “anímale“.

Que el hermano menesteroso sea animado de la misma manera por aquellos que son ricos entre ustedes. Ustedes pueden frecuentemente infundir consuelo a espíritus abatidos por medio de una ayuda oportuna. El menesteroso se considerará rico con las sobras que le des. Quizá tu pobre hermano piense que lo miras con desprecio porque estás en una mejor situación que él; procura evitar que piense así. Si Dios te ha bendecido con una buena posición en Su providencia, has de estar presto a animar a quienes son pobres y necesitados.

Oh, si todas estas cosas que les he estado aconsejando fuesen puestas en práctica, ¡qué vasta cantidad de felicidad sería creada! Nuestras iglesias serían más semejantes a una familia. No me gusta que la gente asista a un lugar de adoración como muchos témpanos de hielo que flotan por el mar y se evitan entre sí, sino que me gusta ver que todas las distinciones sean eliminadas, exceptuando las distinciones de gracia superior, y aquellas que son observadas porque un hermano ha echado más al tesoro común de riquezas espirituales de la iglesia que cualquier otro hermano. Me gusta que aquellos que temen al Señor hablen a menudo con los demás. Cuando aquellos que temen al Señor hablan a menudo en contra de los demás, es señal de que estamos entrando en un mal estado.

Yo creo que esta práctica particular de animarse los unos a los otros puede restaurar en las iglesias esa santa fraternidad y ese bendito amor que una vez las distinguieron. Estoy seguro que esto los enriquecería a todos. Es a través del comercio que los países se vuelven ricos. Francia envía sus exportaciones a Inglaterra, e Inglaterra le paga con abundancia. La labor del humilde y la habilidad y el espíritu de empresa del encumbrado contribuyen a la gran nación. El intercambio de pensamientos tiende a ayudar.

Un arroyo de santa riqueza fluiría a través de nuestras iglesias si cada uno buscara al otro con miras a alentarlo santamente. ¡Cuántas cosas buenas son estranguladas en su nacimiento! Cuántas buenas empresas son echas pedazos en los bancos de arena antes de hacerse a la mar. Animen a esa hermana de corazón amoroso que piensa que al menos podría tomar al grupo de infantes en la escuela dominical. Animen a esa anciana que tiene poco talento, pero que aun así podría ir de casa en casa para atender a los enfermos. Animen a ese pobre comerciante que se debate porque quiere hacer algo para el Señor, si pudiera de alguna forma ser liberado de los constantes cuidados que lo agobian. Animen a cualquier alma que contenga alguna chispa de gracia. Esfuércense por ayudar a otros, y descubrirán un retorno pleno de gracia en su propia alma.

Dios los anima. Cristo los anima cuando les señala el cielo que ha ganado para ustedes. El Espíritu los anima cuando produce en ustedes así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Entonces actúen a la manera divina, y vayan a animar a otros, siguiendo el lema: “Anímale.”

III. Prosigo hacia EL OBJETIVO supremo de mi mente. Se me ocurrió hace algunas seis semanas que podría decir unas cuantas cosas a la congregación de mi hermano que tal vez él mismo ni quisiera querría mencionar, y puesto que esta es una nueva empresa -y estoy seguro que todos nuestros corazones desean ansiosamente su éxito más rotundo- podría yo tomarme la libertad de decir unas cuantas cosas a la congregación que se agrupa alrededor de este púlpito, que podrían ser útiles para el futuro de la iglesia.

Voy a hablar de él como de un extraño, como hablaría de cualquier otro joven ansioso de construir una iglesia y glorificar a su Señor. Yo creo que hay una ocasión especial para el ejercicio de este deber de animar a los demás en el caso del ministro y de la iglesia de este lugar. Es una empresa nueva que está rodeada de peculiares dificultades, y que exige una labor especial.

“Vamos” -se preguntarán ustedes- “¿acaso un ministro requiere ser alentado? Nosotros tenemos suficientes problemas durante toda la semana, con nuestras pérdidas por aquí, y nuestras cruces por allá; nosotros necesitamos ser animados, pero, en verdad, los ministros no lo requieren.”

¡Ah!, si quieren conocer la refutación de tal idea, sería bueno que subieran a este púlpito, y lo ocuparan por un tiempo breve. Si quisieran hablar de intercambio de puestos, yo en verdad diría que en lo que concierne al placer de mi oficio, aparte del gozo espiritual que mi Señor me da, yo cambiaría mi lugar con un barrendero de las calles, o con un hombre que tritura piedras en el camino. Si un hombre desempeña el oficio de un ministro cristiano correctamente, nunca tendrá ningún descanso. “Dios ayude” -dice Richard Baxter- “al hombre que considere fácil la vida de un ministro.”

Vamos, él no solamente trabaja todo el día, sino que en su sueño lo encontrarán llorando por su congregación, sobresaltándose en su cama con sus ojos llenos de lágrimas, como si tuviese el peso de los pecados de su congregación oprimiendo su corazón, y no pudiera soportar ese peso. Yo no quisiera ser un hombre embarcado en el ministerio que no se sintiera tan terriblemente responsable, que, si pudiese escapar del ministerio yéndose con Jonás a las profundidades del mar, lo haría alegremente; pues si un ministro es lo que debiera ser, hay tal peso de solemne preocupación, tal sonido de temblor en sus oídos, que elegiría cualquier profesión o cualquier trabajo, sin importar cuán arduo fuera, antes que el puesto de predicador. “Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya.” Reflexionar y devanarse los sesos con la pregunta: “¿seré libre de su sangre?”, es algo terrible.

Algunas veces he pensado que debería darme un día o dos de descanso, pero confieso francamente que el descanso es muy poco descanso para mí, pues me parece oír los gritos de las almas que perecen, las lamentaciones de los espíritus que descienden al infierno, que me increpan así: “predicador, ¿puedes descansar? Ministro, ¿puedes estar callado? Embajador de Jesús, ¿puedes hacer a un lado las vestiduras de tu oficio? ¡Levántate y ponte a trabajar de nuevo!”

El señor Whitfield solía decir, -cuando pensaba en el ministerio y todo lo que este involucra- que quería subirse al techo de cada carruaje de alquiler de Londres para predicar el Evangelio mientras los pasajeros proseguían su camino. Es un trabajo tan solemne que si no animan a su ministro, su ministro probablemente se sumirá en la desesperación. Recuerden que el hombre mismo necesitará de alientos, porque es débil. ¿Quién es suficiente para estas cosas? Servir en cualquier parte del ejército espiritual es peligroso, pero ser un capitán equivale a estar doblemente expuesto. La mayoría de los tiros son apuntados a los oficiales.

Si Satanás pudiera encontrar una mácula en nuestro carácter, entonces atacaría así: “¡publícalo, publícalo, publícalo!” Si nos pudiera conducir a no explicar una doctrina o a desviarnos en la práctica, o a extraviarnos en la experiencia, se daría por satisfecho. Cómo le agrada al diablo quebrar los vasos de misericordia. Oren por el pobre hombre a quien ustedes exponen al peligro, y deben preservar mediante súplicas.

Si hubiera un barco en el mar encallado y destrozado sobre las rocas, y alguien se ofreciera de voluntario para arrojar una cuerda a la tripulación que se hunde, ustedes, esperando en la costa, -y me parece que estarían obligados a hacerlo- no podrían hacer otra cosa que clamar: “¡oh Dios, ayúdale a llevar esa cuerda hasta el buque naufragado!”

Oren por el ministro y anímenlo, pues siempre habrá muchas personas que lo desanimarán. Hay siempre espíritus llenos de censura por todas partes que le recordarán cualquier falla; él se verá afligido por aquellos cobardes que no se atreven a firmar sus nombres en una carta, sino que se la envían anónimamente; y luego está el diablo, que, en el momento en que el hombre desciende del púlpito, dirá: “¡ese fue un sermón muy pobre! ¿Te atreverías a predicar otra vez?” Después de que haya predicado durante semanas, surgirá la sugerencia: “tú no estás en tu esfera apropiada de labor.” Hay todo tipo de descorazonamientos con los que habrá de enfrentarse. Los cristianos profesantes se pueden rebelar. Aquellos que permanecen a menudo serán inconsistentes, y él se encontrará suspirando y llorando en su aposento, mientras ustedes, tal vez, den gracias a Dios porque sus almas han sido alimentadas por él.

Animen a su ministro, se los ruego, en cualquier lugar al que asistan: anímenle por su propio bien. Un ministro descorazonado es una seria carga para la congregación. Cuando la fuente se descompone, no pueden esperar encontrar agua en ninguna de las llaves; y si el ministro no fuese recto, equivale a una máquina de vapor en una gran fábrica: el telar de cada quien está ocioso cuando la fuerza motriz está descompuesta. Adviertan que él descansa en Dios y recibe Su poder divino, y todos conocerán, cada día domingo, el beneficio que eso representa. Esto es lo mínimo que pueden hacer. Hay otras muchas cosas que les podrían causar gastos, esfuerzo, tiempo, pero animar a su ministro es tan fácil, es un asunto tan simple, que muy bien puedo presionarlos para que lo hagan.

Tal vez ustedes digan: “bien, si es tan simple y sencillo, dinos a nosotros que esperamos quedarnos en este lugar, cómo podríamos animar al ministro aquí.” Bien, pueden hacerlo de diversas maneras:

Podrían animarlo mediante una constante asistencia. A propósito, mirando a mí alrededor, creo que conozco a algunas de las personas aquí presentes y sé que pertenecen a capillas vecinas. ¿Qué están haciendo aquí? ¿Por qué abandonaron a su ministro? Si yo viera venir a mi iglesia a alguien, procedente de la congregación de otro hermano en el ministerio, simplemente me gustaría propinarle tal reprensión que no se le olvidara nunca. ¿Por qué habrías de dejar a tu ministro? Si todo mundo hiciera eso, cuán descorazonado estaría ese pobre hombre. Sólo porque da la casualidad que alguien pasa por este vecindario, ustedes abandonan sus asientos. Un cumplido para mí, dirán. Yo se los agradezco; pero ahora, permítanme darles este consejo a cambio: aquellos que van de un lugar a otro, no son útiles para nadie; pero aquellos que, cuando los siervos de Dios están en su lugar, mantienen sus propios lugares y hacen saber a todo mundo que, aunque otros desanimen a su ministro, ellos no lo harán pues aprecian su ministerio, son los hombres verdaderamente útiles.

Además, permítanme decirles que pueden animar a su ministro cuando están presentes en la reunión de oración. Siempre es posible detectar cómo está progresando una iglesia por las reuniones de oración. Casi podría profetizar el tipo de sermón que se predicará el domingo, a partir de la reunión de oración del día lunes. Si muchos asisten a la casa de Dios, y son sinceros, el pastor recibirá una bendición de lo alto; no podría ser de otra manera, pues Dios abre las ventanas del cielo a la oración creyente. Nunca dejen de suplicar por su pastor en su aposento.

Oh, queridos amigos, cuando mencionan el nombre de un padre, y el nombre de algún hijo, mencionen también el nombre del ministro. Denle una gran porción en su corazón, y tanto en la oración privada como en la pública, anímenle.

Anímenle, además, haciéndole saber si han recibido algún bien. Oh, si viniese a esta casa de oración un pecador que necesitara un Salvador, y desconociera el camino, y las palabras de mi hermano le señalaran la cruz del Salvador; si el ministro fuese el instrumento de mostrarles lo que significa la fe, y de conducirles a creer en Él, que nos ha reconciliado para con Dios por Su muerte, no oculten las buenas nuevas; vengan y díganlo. La mejor forma de hacerlo es proponiéndose estar unidos en comunión con la iglesia. Las reuniones nocturnas en nuestra iglesia, cuando recibimos nuevos candidatos en la congregación, son las noches de cosecha en el ministerio cristiano. Entonces es cuando vemos cómo prospera la causa de Dios en nuestra mano.

Pero si los muchos que han sido convertidos dentro de la iglesia no se lo hicieran saber al ministro, y se lo guardaran, ¿cómo habría de ser consolado el pobre hombre? Sé que me dirijo a algunos aquí -del pueblo de Dios- que no han hecho nunca una profesión. Supongan que todo el pueblo de Dios hiciera lo mismo que ustedes -y tienen tanto derecho a hacerlo como ustedes- ¿cómo, les pregunto, cómo se mantendría el propio ministerio? ¿Cómo se impediría que los corazones de los ministros se quebrantaran, si nunca supieran de ninguna conversión? Dense prisa. No lo pospongan. No se demoren en guardar los mandamientos de Dios, sino pasen al frente de inmediato, y reconozcan lo que Dios ha hecho por su alma.

Además, todos ustedes pueden animar al ministro por la consistencia de sus vidas. No creo haberme sentido más gratificado que cuando en una ocasión estaba en una reunión de oración y tenía que reportar la muerte de un joven hermano que estaba al servicio de un eminente empresario, llegó una notita del empresario que decía: “mi empleado Eduardo ______ ha muerto. Les envío aviso de inmediato, para que me envíen a otro joven; pues si sus miembros son tal como él era, no deseo nunca tener mejores empleados alrededor mío.” Yo leí la carta en la reunión de la iglesia, y pronto se encontró a otro joven. Es algo alentador para el ministro cristiano saber que sus convertidos son tenidos en alta reputación.

Un patrono impío dijo de otro miembro de mi iglesia: “no pienso nada bueno de él; no es útil para nadie; ¡no puede decir una mentira!” Oh, ese el honor que un ministro cristiano anhela y desea con ansias: tener seguidores consistentes, contar entre quienes lo escuchan con personas que adornarán la doctrina de Dios nuestro Salvador.

Reúnanse alrededor de mi hermano, todos ustedes, y anímenlo, ayudándole con ahínco y confirmándolo en toda buena palabra y obra. Hay un vecindario aquí, -me han informado- que requiere evangelización. Aquí tenemos la pobreza junto a las riquezas. ¿Acaso aquella desventurada alfarería no sería mejor para la construcción de esta casa de oración? Estoy seguro que mi amigo Sir Morton Peto pensaría que ha desperdiciado su dinero, si fuera simplemente para la reunión de una congregación, y no para mejorar el vecindario. Construimos siempre nuestras casas con miras a la gente que está alrededor. Creemos que es como abrir un pozo en el desierto, o una posada para las caravanas o un oasis en el desierto, o colocar una fuente de agua potable donde las almas sedientas pudieran beber. Es llevar un nuevo médico al vecindario para que atienda a las dolencias y enfermedades de las almas.

Oh, cuán vivamente anhela mi corazón el éxito de esta casa: no únicamente porque el ministro sea mi hermano, sino porque él es un valiente soldado de Cristo. Por predicar la verdad no ha dudado en granjearse una multitud de enemigos en otras partes, y no se avergonzará de hacer lo mismo aquí, si el mismo caso ocurriera. Yo le honro porque él ha honrado a mi Señor; y yo espero que ustedes reciban de él la verdad, toda la verdad, y sólo la verdad, en la medida que Dios se la ha enseñado. Yo sé que está presto a entregar su cuello por la conversión de las almas. Yo conozco su disposición para hacer cualquier cosa por la conversión de los pecadores.

Y si ustedes no lo alientan, atraerán sobre sus cabezas todas las maldiciones de aquellos que rechazan al profeta de Dios; pero, si lo animan, verán a una iglesia que se reúne a su alrededor que permanecerá después de nuestro tiempo, que será un arroyo perenne de bendición para edades venideras, hasta que Cristo mismo venga y consume el reino, reinando Él mismo en persona entre los hijos de los hombres. ¡Que el Señor conceda Su bendición!

Algunos de ustedes no pueden animar al ministro. No pueden animar a nadie, pues ustedes mismos no han nacido de nuevo. Oh, si ustedes no han pasado de muerte a vida, lo primero que puede animarlo es que comiencen a pensar acerca de su propio estado. ¿Dónde están? ¿Qué son? ¿Están sin Dios, sin Cristo, sin salvación? Estarán sin vida y sin el cielo, encerrados en el abismo para siempre, a menos que se arrepientan.

Oh, ustedes animarán al ministro si el Señor los guía a considerar sus caminos y a volverse del pecado y de la justicia propia también, y a mirar al Todopoderoso Salvador, que puede salvar perpetuamente a todos aquellos que confíen en Él. Que el Señor agregue una bendición, por Cristo nuestro Señor. Amén.

0 Comments

Discover more from Estudia La Palabra

Subscribe now to keep reading and get access to the full archive.

Continue reading