SERMON#460 – La Fe y el Arrepentimiento son Inseparables – Charles Haddon Spurgeon

by Apr 22, 2022

Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí:http://spurgeon.com.mx/sermon460.html

 

“Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Marcos 1: 15

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Nuestro Señor Jesucristo comienza Su ministerio anunciando los mandamientos que encabezan la lista. Viene recién ungido del desierto como el esposo de su cámara; sus notas de amor son arrepentimiento y fe. Sale plenamente preparado para Su oficio, “habiendo sido en el desierto tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”; Sus lomos están ceñidos como los de un hombre fuerte para correr una carrera. Él predica con todo el denuedo de un nuevo celo, combinado con toda la sabiduría de una larga preparación; en la hermosura de la santidad, desde el seno de la aurora, tiene el rocío de Su juventud. Oigan, oh cielos, y escucha tú, tierra, pues el Mesías habla en la grandeza de Su poder. Él clama a los hijos de los hombres, “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Prestemos nuestros oídos a estas palabras que, como su autor, están llenas de gracia y de verdad. Delante de nosotros tenemos la esencia de toda la enseñanza de Jesucristo, el Alfa y la Omega de todo Su ministerio; y viniendo de los labios de alguien así, en un tiempo así, con un poder tan peculiar, prestemos la más seria atención y que Dios nos ayude a obedecerlas desde lo más íntimo de nuestros corazones.

  1. Voy a comenzar señalando que el Evangelio que Cristo predicaba era, muy claramente, un mandamiento. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Nuestro Señor condesciende a razonar. Con frecuencia Su ministerio representaba con clemencia el viejo texto “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta; si vuestros pecados fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. Él persuade a los hombres con argumentos reveladores y convincentes que deberían conducirlos a buscar la salvación de sus almas. Él invita a los hombres, y oh, cuán amorosamente los corteja para que sean sabios. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Él implora a los hombres; condesciende a convertirse, por decirlo así, en un mendigo para con Sus propias criaturas pecadoras, suplicándoles que vengan a Él. En verdad, Él hace que esto sea un deber de Sus ministros, “Como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”. Sin embargo, recuerden que aunque condesciende a razonar, a persuadir, a invitar, y a implorar, Su Evangelio sigue conteniendo toda la dignidad y la fuerza de un mandamiento; y si quisiéramos predicarlo en estos días como Cristo lo hacía, tenemos que proclamarlo como un mandamiento de Dios acompañado de una sanción divina cuyo descuido representa un peligro infinito para el alma. Cuando las viandas estaban servidas en la mesa para la cena de bodas, lo que había era una invitación, pero tenía toda la obligación de un mandamiento puesto que aquellos que la rechazaron fueron destruidos completamente como despreciadores de su rey. Cuando los edificadores rechazan a Cristo Él se convierte en una piedra de tropiezo para “los desobedientes”; pero ¿cómo podrían desobedecer si no hubiese un mandamiento? El Evangelio contempla, digo, invitaciones, súplicas e imploraciones, pero también toma la base más elevada de autoridad. “Arrepentíos” es tanto un mandamiento de Dios como “No robarás. “Cree en el Señor Jesucristo” tiene una autoridad divina tan plena como “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. ¡No piensen, oh varones, que el Evangelio es algo opcional para que lo elijan o no! ¡No sueñen, o pecadores, en que pueden despreciar la Palabra del cielo sin incurrir en ninguna culpa! ¡No piensen que pueden descuidarlo y que no habrá consecuencias desastrosas! Es precisamente este descuido y desprecio suyo el que colmará la medida de su iniquidad. Es concerniente a esto que clamamos en alta voz: “¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?” Dios manda que te arrepientas. El mismo Dios delante de quien el Sinaí se estremecía y humeaba por completo, ese mismo Dios que proclamó la ley con sonido de trompeta, con rayos y con truenos, nos habla más gentilmente, pero aun así, divinamente, por medio de Su unigénito Hijo, cuando nos dice: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”.

¿Por qué es esto, queridos amigos; por qué el Señor ha tornado en un mandamiento la fe en Cristo? Hay una bendita razón. Muchas almas nunca se aventurarían a creer del todo si no se penalizara rehusar hacerlo. Pues esta es la dificultad para muchos pecadores despiertos: ¿puedo creer? ¿Tengo un derecho a creer? ¿Se me permite confiar en Cristo? Ahora esta pregunta se ha hecho a un lado, de una vez por todas, y no debería irritar de nuevo a ningún corazón quebrantado. Dios te manda que lo hagas; por tanto, puedes hacerlo. A toda criatura bajo el cielo se le manda creer en el Señor Jesús, y doblar la rodilla en Su nombre; a toda criatura, doquiera que llega el Evangelio, doquiera que la verdad es predicada, se le manda en ese instante que crea en el Evangelio; y es puesta en esa forma, digo, para que ningún pecador atormentado por la conciencia cuestione si puede hacerlo. Ciertamente tú puedes hacer lo que Dios te manda que hagas. Puedes reprochárselo al diablo en su cara: “puedo hacerlo; me pide hacerlo Aquel que tiene autoridad, y soy amenazado con la eterna condenación alejado de Su presencia si no lo hago, pues ‘el que no cree será condenado’”. Esto le da al pecador un permiso tan bendito, que sin importar lo que sea o no sea, sin importar lo que pudiera haber sentido o no, tiene una garantía que puede usar siempre que es conducido a acercarse a la cruz. Sin importar cuán ignorante o entenebrecido pudieras estar, sin importar cuán duro e insensible pudieras ser, tienes todavía una garantía de mirar a Jesús en las palabras: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”. El que te mandó que creyeras te justificará al creer; Él no puede condenarte por eso que Él mismo te pide que hagas. Pero mientras existe esta bendita razón para que el Evangelio sea un mandamiento, hay todavía otra razón que es solemne y terrible. Es para que los hombres no tengan excusa en el día del juicio; para que nadie pueda decir al final: “Señor, yo no sabía que podía creer en Cristo; Señor, la puerta del cielo fue cerrada en mi cara; se me dijo que yo no podía venir, que yo no era el hombre”. “No”, dice el Señor con tonos atronadores, “habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, pero en el Evangelio mandé a todos los hombres en todas partes que se arrepientan; envié a Mi Hijo, y luego envié a mis apóstoles, y posteriormente a mis ministros, y les pedí a todos que hicieran de esto la carga de su clamor, “Arrepentíos, y creed en el evangelio’; y como Pedro predicó en Pentecostés, les pedí que les predicaran. Les pedí que advirtieran, que exhortaran, y que invitaran con todo afecto, pero también que mandaran con toda autoridad, forzándolos a entrar, y en la medida que no viniste a mi mandamiento, has añadido pecado al pecado; has agregado el suicidio de tu propia alma a todas tus otras iniquidades; y ahora, en la medida en que rechazaste a Mi Hijo, tendrás la porción de los incrédulos, pues ‘el que no cree será condenado’”. Proclamemos, entonces, este decreto de Dios a todas las naciones de la tierra. Oh, varones, Jehová que los hizo, Él, que les suministra el aliento de sus narices, Aquel a quien han ofendido, les ordena en este día que se arrepientan y crean el Evangelio. Él da Su promesa: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo”; y agrega la solemne amenaza: “Mas el que no creyere, será condenado”. Yo sé que a algunos hermanos no les va a gustar esto, pero no puedo evitarlo. Yo nunca seré un esclavo de los sistemas, pues el Señor ha soltado las ataduras de mi cuello, y ahora soy el siervo dichoso de la verdad que hace libres. Ya sea que ofenda o agrade, con la ayuda de Dios voy a predicar toda verdad según la aprenda de la Palabra; y yo sé que si hubiese algo escrito en la Biblia, está escrito como con un rayo de sol, que Dios en Cristo manda a los hombres que se arrepientan, y crean en el Evangelio. Es una de las pruebas más tristes de la total depravación del hombre que no obedece este mandamiento, sino que desprecia a Cristo, y así hará su condenación peor que la condenación de Sodoma y Gomorra. Sin la obra regeneradora de Dios el Espíritu Santo, nadie será obediente jamás a este mandamiento, pero aun así tiene que ser publicado como un testimonio contra ellos si lo rechazan; y mientras publicamos el mandamiento de Dios con toda sencillez, podemos esperar que Él lo aplique divinamente a las almas de aquellos que ha ordenado para vida eterna.

  1. Si bien el Evangelio es un mandamiento, es un mandato doble que se explica a sí mismo. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”.

Yo conozco a algunos hermanos muy excelentes –quiera Dios que haya más como ellos en celo y amor- que, en su celo por predicar la fe sencilla en Cristo han sentido alguna pequeña dificultad respecto al asunto del arrepentimiento; y he conocido  algunos de ellos que han tratado de superar la dificultad reduciendo la aparente dureza de la palabra arrepentimiento, explicándola de acuerdo a su equivalente griego más usual, una palabra que aparece en el original de mi texto, y significa “cambiar la mente de uno”. Aparentemente interpretan que el arrepentimiento es algo más ligero de lo que usualmente lo concebimos, de hecho, un mero cambio de mente. Ahora permítanme sugerirles a esos amados hermanos que el Espíritu Santo no predica nunca que el arrepentimiento sea una nimiedad; y el cambio de mente o de entendimiento del que habla el Evangelio es una obra muy profunda y solemne, y no debe ser depreciada por ningún motivo. Además, hay otra palabra que se usa también en el original griego para indicar arrepentimiento, no con tanta frecuencia, lo admito, pero aun así se usa y significa: “un cuidado posterior”, una palabra que contiene algo más de aflicción y ansiedad, que lo que significa cambiar la mente de uno. En el verdadero arrepentimiento tiene que haber aflicción por el pecado y odio hacia él, o de lo contrario he leído mi Biblia para muy poco provecho. En verdad, pienso que no hay ninguna necesidad de ninguna otra definición que la del himno de los niños:

“El arrepentimiento consiste en dejar

Los pecados que amamos antes,

Y en mostrar que nos dolemos sinceramente,

No haciéndolo más”.

Arrepentirse significa en efecto un cambio de mente; pero entonces es un cambio completo del entendimiento y de todo lo que está en la mente, de manera que incluye una iluminación, una iluminación del Espíritu Santo; y pienso que incluye un descubrimiento de la iniquidad y un odio por ella, sin el cual difícilmente puede haber un genuino arrepentimiento. Pienso que no debemos menospreciar el arrepentimiento. Es una gracia bendita de Dios, el Espíritu Santo, y es absolutamente necesario para salvación.

El mandamiento se explica a sí mismo. Tomaremos, primero que nada, el arrepentimiento. Es muy cierto que cualquiera que pudiera ser el arrepentimiento mencionado aquí, es un arrepentimiento perfectamente consistente con la fe; por tanto, recibimos la explicación de lo que tiene que ser el arrepentimiento, por estar conectado con el siguiente mandamiento: “Creed en el evangelio”. Entonces, queridos amigos, podemos estar seguros de que esa incredulidad que conduce a un hombre a pensar que su pecado es demasiado grande para que Cristo lo perdone, no es el arrepentimiento tenido en mente aquí. Muchos que verdaderamente se arrepienten son tentados a creer que son demasiado grandes pecadores para que Cristo los perdone. Eso, sin embargo, no es una parte de su arrepentimiento; es un pecado, un pecado muy grande y muy oneroso, pues es menospreciar el mérito de la sangre de Cristo; es una negación de la verdad de la promesa de Dios; es una detracción de la gracia y del favor de Dios que envió el Evangelio. Tienes que luchar por deshacerte de esa persuasión, pues vino de Satanás, y no del Espíritu Santo. Dios el Espíritu Santo no enseñó jamás a un hombre que sus pecados eran demasiado grandes para ser perdonados, pues eso equivaldría a hacer que Dios el Espíritu Santo enseñara una mentira. Si alguno de ustedes tiene un pensamiento de ese tipo esta mañana, que se deshaga de él; viene de los poderes de las tinieblas, y no del Espíritu Santo; y si algunos de ustedes están turbados porque nunca fueron perseguidos por ese miedo, alégrense en vez de estar turbados. Él puede salvarlos; aunque fueras tan negro como el infierno Él puede salvarte; y es una perversa falsedad, y un grave insulto contra la majestad del amor divino cuando eres tentado a creer que estás más allá de la misericordia de Dios. Eso no es arrepentimiento, sino un inmundo pecado contra la infinita misericordia de Dios.

Luego, hay otro arrepentimiento espurio que hace que el pecador reflexione sobre las consecuencias de su pecado, más bien que en el pecado mismo, y eso le impide creer. He conocido a algunos pecadores tan turbados por los temores del infierno, y pensamientos de muerte y del juicio eterno, que para usar las palabras de un terrible predicador: “Han sido mecidos sobre las fauces del infierno por su collar”, y casi han sentido los tormentos del pozo antes de ir allí. Queridos amigos, eso no es arrepentimiento. Muchos individuos han sentido todo eso y, sin embargo, se han perdido. Miren a muchos moribundos, atormentados por el remordimiento, que han tenido todos sus dolores y convicciones, y sin embargo han descendido a la tumba sin Cristo y sin esperanza. Estas cosas pueden venir con el arrepentimiento, pero, no son una parte esencial de él. Eso que es llamado ‘la obra de la ley’ en la cual el pecador está aterrado con horribles pensamientos de que la misericordia de Dios se ha ido para siempre, Dios lo puede permitir por algún propósito especial, pero no es arrepentimiento; de hecho, a menudo puede ser diabólico más bien que celestial, pues, como nos dice John Bunyan, Diábolo con frecuencia hace sonar el gran tambor del infierno en los oídos de los hombres de Almahumana, para impedir que oigan la dulce trompeta del Evangelio que les proclama el perdón. Yo te digo, pecador, que cualquier arrepentimiento que te impida creer en Cristo es un arrepentimiento del cual es necesario arrepentirse; cualquier arrepentimiento que te haga pensar que Cristo no te salvará, va más allá de la verdad y contra la verdad, y entre más pronto te liberes de eso, mejor. Que Dios te libre de ello, pues el arrepentimiento que te salvará es sumamente consistente con la fe en Cristo.

Además, hay un falso arrepentimiento que conduce a los hombres a la dureza de corazón y a la desesperación. Hemos conocido a algunos cauterizados como con un hierro candente por un ardiente remordimiento. Han dicho: “He hecho mucho mal; no hay ninguna esperanza para mí; ya no voy a oír más la Palabra”. Si la oyen no es nada para ellos, sus corazones son duros como el diamante. Si pudieran captar una vez el pensamiento de que Dios les perdonaría, sus corazones fluirían en ríos de arrepentimiento; pero no; sienten un tipo de remordimiento de que hicieron mal, pero con todo prosiguen en ello como si nada, sintiendo que no hay ninguna esperanza, y que pueden continuar viviendo  como solían hacerlo, y alcanzar los placeres del pecado puesto que no pueden, según piensan, tener los placeres de la gracia. Ahora, eso no es ningún arrepentimiento. Es un fuego que endurece, y no el fuego del Señor que derrite; pudiera ser un martillo, pero es un martillo usado para pegar las partículas de tu alma y no para quebrantar el corazón. Queridos amigos, si nunca han sido el objeto de estos terrores, no los deseen. Den a gracias a Dios si han sido llevados a Jesús de todas maneras, pero no anhelen horrores innecesarios. Jesús los salva, no por lo que sientan, sino por esa obra consumada, esa sangre y justicia que Dios aceptó por cuenta de ustedes. Recuerden que no vale la pena tener ningún arrepentimiento que no sea perfectamente consistente con la fe en Cristo. Un antiguo santo, en su lecho de enfermo, usó una vez esta notable expresión; “Señor, húndeme tan bajo como el infierno en el arrepentimiento; pero” –y he aquí la belleza de ello- “elévame tan alto como el cielo en la fe”. Ahora, el arrepentimiento que sume a un hombre como en el infierno no sirve de nada excepto que haya fe también que le eleve tal alto como el cielo, y los dos son perfectamente consistentes el uno con el otro. Un hombre puede despreciarse y detestarse, y saber todo el tiempo que Cristo es capaz de salvar, y que le ha salvado. De hecho, así es como viven los verdaderos cristianos; se arrepienten tan amargamente por el pecado como si supieran que deben ser condenados por ello; pero se regocijan tanto en Cristo como si el pecado no fuera nada en absoluto. ¡Oh, cuán bendito es saber dónde se juntan estas dos líneas: quitarse la ropa en el arrepentimiento, y vestirse en la fe! El arrepentimiento que expulsa al pecado como a un inquilino maligno, y la fe que admite que Cristo es el único Señor del corazón; el arrepentimiento que limpia el alma de obras muertas, y la fe que llena el alma con obras vivas; el arrepentimiento que derriba y la fe que edifica; el arrepentimiento que esparce piedras, y la fe que junta las piedras; el arrepentimiento que ordena un tiempo para llorar, y la fe que da un tiempo para danzar –estas dos cosas juntas constituyen la obra de gracia en el interior, por las cuales las almas de los hombres son salvadas. Entonces téngase establecido como una gran verdad escrita muy claramente en nuestro texto, que el arrepentimiento que deberíamos predicar es un arrepentimiento conectado con la fe, y así podemos predicar juntos el arrepentimiento y la fe sin ninguna dificultad de ningún tipo.

Habiéndoles mostrado lo que no es este arrepentimiento, reflexionemos por un momento en lo que es. El arrepentimiento que es ordenado aquí es el resultado de la fe; nace al mismo tiempo que la fe: son gemelos y decir cuál nace primero sobrepasa mi conocimiento. Es un gran misterio; la fe es antes del arrepentimiento en algunos de sus actos, y el arrepentimiento antes de la fe desde otro ángulo; el hecho es que vienen juntos al alma. Ahora, un arrepentimiento que me hace llorar y aborrecer mi vida pasada por causa del amor de Cristo que la ha perdonado es el arrepentimiento legítimo. Cuando puedo decir: “Mi pecado es lavado por la sangre de Jesús”, y luego me arrepiento porque pequé de tal modo como para hacer necesario que Cristo muriera –ese arrepentimiento suave y dulce de ojo de paloma que mira a Sus heridas sangrantes, y siente que su corazón tiene que sangrar porque hirió a Cristo- ese corazón quebrantado que se quebranta porque Cristo fue clavado a la cruz por él, ese es el arrepentimiento que nos trae salvación.

Además, el arrepentimiento que nos hace evitar el pecado presente debido al amor de Dios que murió por nosotros, ese también es arrepentimiento salvador. Si yo evito pecar hoy porque tengo miedo de estar perdido si peco, no tengo el arrepentimiento de un hijo de Dios; pero cuando lo evito y busco llevar una vida santa porque Cristo me amó y se entregó por mí, y porque yo no me pertenezco, sino que he sido comprado con un precio, esta es la obra del Espíritu de Dios.

Y, de nuevo, ese cambio de mente, ese cuidado posterior que me conduce a resolver que en el futuro voy a vivir como Jesús, y no voy a vivir para la concupiscencia de la carne porque Él me ha redimido, no con cosas corruptibles como plata y oro, sino con Su propia sangre preciosa, ese es el arrepentimiento que me salvará, y el arrepentimiento que me pide. Oh, ustedes, pueblos de la tierra, Él no pide el arrepentimiento del Monte Sinaí cuando tú tienes miedo y te agitas porque sus rayos son abundantes; pero Él te pide que llores y te lamentes por causa de Él; mirarlo a Él a quien has perforado, y lamentarte por Él como un hombre lamenta por su hijo único; Él te pide que recuerdes que clavaste al árbol al Salvador, y pide que este argumento pueda hacerte odiar a los pecados asesinos que clavaron al Salvador allí, y dieron al Señor de gloria una muerte ignominiosa y maldita. Este es el único arrepentimiento que tenemos que predicar; no la ley y los terrores; no la desesperación; no conducir a los hombres a la autoinmolación: ese el terror del mundo que obra muerte; pero la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación por medio de Jesucristo nuestro Señor.

Esto me lleva a la segunda mitad del mandamiento, que es, “Creed en el evangelio”. La fe quiere decir confianza en Cristo. Ahora debo comentar de nuevo que algunos han predicado esta confianza en Cristo tan bien y tan plenamente, que solo me resta admirar su fidelidad y bendecir a Dios por ellos; sin embargo, hay una dificultad y un peligro; pudiera ser que al predicar la simple confianza en Cristo como el camino de salvación pudieran omitir recordarle al pecador que ninguna fe puede ser genuina excepto la que es perfectamente consistente con el arrepentimiento por los pecados pasados; pues me parece que mi texto lo expresa así: ningún arrepentimiento es verdadero sino aquel que le hace compañía a la fe; ninguna fe es verdadera sino la que está vinculada con un arrepentimiento sincero y genuino debido a los pecados pasados. Entonces, queridos amigos, esas personas que tienen una fe que les permite pensar con ligereza respecto al pecado pasado, tienen la fe de los demonios, y no la fe de los elegidos de Dios. Esos que dicen: “Oh, en cuanto al pasado, eso no es nada; Jesucristo ha limpiado todo eso”; y pueden hablar acerca de todos los crímenes de su juventud, y las iniquidades de los años más maduros, como si fueran meras nimiedades, y no piensan nunca en derramar una lágrima; nunca sienten sus almas a punto de estallar porque hubieran sido grandes ofensores- tales hombres que pueden trivializar el pasado, y aun pelear sus batallas de nuevo cuando sus pasiones son demasiado frías para nuevas rebeliones- yo digo que los que piensan que el pecado es una nimiedad y nunca se han afligido por cuenta de él, pueden saber que su fe no es genuina. Los hombres que tienen una fe que les permite vivir descuidadamente en el presente, que dicen: “Bien, yo soy salvado por una simple fe”; y luego se sientan a la mesa de una cantina con el borracho, o se paran junto al bar con el bebedor de licor fuerte, o entran en la compañía mundana y disfrutan de los placeres carnales de la concupiscencia de la carne, tales hombres son mentirosos; no tienen la fe que salva al alma. Tienen una hipocresía engañosa; no tienen la fe que los llevará al cielo.

Y luego, hay  otras personas que tienen una fe que no los conduce a ningún odio del pecado. No miran al pecado en otros con algún tipo de vergüenza. Es verdad que no harían como hacen otros, pero pueden reírse de lo que otros realizan. Disfrutan en los vicios de otros; se ríen de sus chistes profanos, y se sonríen de sus conversaciones profanas. No huyen del pecado como de una serpiente, ni la detestan como el asesino de su mejor amigo. No, flirtean con él; lo excusan; cometen en privado lo que condenan en público. Ellos llaman fallas y pequeños desfalcos a ofensas graves; en los negocios le guiñan el ojo al hecho de apartarse de la rectitud, y los consideran meros asuntos del comercio; el hecho es que tienen una fe que se sienta del brazo con el pecado, y comen y beben en la misma mesa con la injusticia. ¡Oh!, si alguno de ustedes tiene una fe como esta, yo le pido a Dios que la saque con todas tus posesiones. No es ningún bien para ustedes; entre más pronto seas limpiado y despojado de eso será mejor para ti, pues cuando este cimiento de arena sea arrastrado lejos, tal vez puedas entonces comenzar a edificar sobre la roca. Mis queridos amigos, yo quiero ser muy fiel con sus almas, y quisiera insertar la lanceta en el corazón de cada individuo. ¿Cuál es tu arrepentimiento? ¿Tienes un arrepentimiento que te conduce a mirar fuera del yo, a Cristo, y únicamente a Cristo? Por otro lado, ¿tienes esa fe que te conduce al verdadero arrepentimiento; a odiar el simple pensamiento del pecado, de manera que el ídolo más querido que hayas conocido, cualquiera que fuera, tú deseas derribarlo de su trono para adorar a Cristo, y únicamente a Cristo? Ten la certeza de esto, que nada que no llegue a esto te servirá de algo al final. Un arrepentimiento y una fe de cualquier otro tipo pueden servir para agradarte ahora, como los niños están complacidos con imaginaciones; pero cuando estés en el lecho de muerte, y veas la realidad de las cosas, te verás compelido a decir que son una falsedad y un refugio de mentiras. Encontrarás que has sido recubierto con lodo suelto; que han dicho: “Paz, paz”, para ustedes mismos no habiendo paz. Repito, en las palabras de Cristo, “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Confía en que Cristo te salva, y lamenta que necesites ser salvado y gime porque esta necesidad tuya haya expuesto al Salvador a vergüenza abierta, a aterradores sufrimientos y a una terrible muerte.

III.   Pero tenemos que proseguir a un tercer comentario. Estos mandamientos de Cristo son de un carácter de lo más razonable.

 

¿Es algo irrazonable exigir que un hombre se arrepienta? Tienes a una persona que te ha ofendido; tú estás listo a perdonarla; ¿piensas que es ser exigente o despótico que le pidas una disculpa; si simplemente le pidieras, como lo más mínimo que puede hacer, reconocer que ha hecho mal? “No”, -dices tú- “yo pensaría que mostré mi amabilidad en aceptar más bien que cualquier dureza en exigir una disculpa de él. Entonces Dios, contra quien nos hemos rebelado, quien es nuestro superior feudal y monarca, ve que es inconsistente con la dignidad de Su reinado absolver a un ofensor que no expresa ninguna contrición; y yo lo repito, ¿es este un mandamiento duro, exigente e irrazonable? ¿Actúa Dios de este modo como Salomón, que hizo más pesados los impuestos de su pueblo? Más bien ¿no les pide aquello que su corazón, si estuviera en un estado recto, estaría demasiado dispuesto a dar, únicamente demasiado agradecido porque el Señor en Su gracia ha dicho: “Mas el que los confiesa (los pecados) y se aparta alcanzará misericordia?” Vamos, queridos amigos, ¿esperan ser salvados mientras están en sus pecados? ¿Se te ha de permitir amar tus iniquidades, y con todo, ir al cielo? Qué, ¿piensas tener veneno en tus venas y sin embargo, estar saludable? ¿Qué, hombre, ocultar al ladrón dentro del inmueble, y sin embargo ser absuelto de deshonestidad? ¿Estar manchado, y sin embargo, ser considerado intachable? ¿Albergar la enfermedad y sin embargo, gozar de salud? ¡Ridículo! ¡Absurdo! El arrepentimiento está cimentado en la necesidad de las cosas. La exigencia para un cambio de corazón es absolutamente necesaria; no es sino un servicio razonable. Oh, que los hombres fueran razonables, y se arrepintieran; es debido a que no son razonables que se requiere que el Espíritu Santo le enseñe a su razón la razón correcta antes de que se arrepientan y crean en el Evangelio.

 

Y entonces, de nuevo, creer; ¿es algo irrazonable que se les pida eso? Que una criatura crea en su Creador no es sino un deber; completamente aparte de la promesa de salvación, yo digo, Dios tiene un derecho de exigir de la criatura que Él ha creado que crea lo que le dice. ¿Y qué es lo que te pide que creas? ¿Cualquier cosa espantosa, contradictoria, irracional? Pudiera estar por encima de la razón, pero no es contraria a la razón. Él les pide creer que por medio de la sangre de Jesucristo puede seguir siendo justo, y sin embargo, ser el justificador de los impíos. Él les pide que confíen en que Cristo los salva. ¿Puedes esperar que te salve si no confías en Él? ¿Tienes de veras la dureza de pensar que Él te llevará al cielo mientras tú declaras todo el tiempo que no puede hacerlo? ¿Piensas que es consistente con la dignidad de un Salvador salvarte mientras tú dices: “yo no creo que Tú seas un Salvador, y no voy a confiar en Ti?” ¿Es consistente con Su dignidad que te salve, y tolere que sigas siendo un pecador incrédulo, dudando de Su gracia, desconfiando de Su amor, calumniando Su carácter, dudando de la eficacia de Su sangre y de Su súplica? Vamos, amigo, es lo más razonable en el mundo que te exija que debas creer en Cristo. Y esto exige de ti esta mañana. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. ¡Oh, amigos, oh amigos, cuán triste, cuan triste es el estado del alma de un hombre cuando no quiere hacer eso! Nosotros podemos predicarles, pero no se arrepentirán ni creerán en el Evangelio. Él puede poner el mandamiento, como un hacha, a la raíz del árbol, pero, a pesar de lo razonables que son estos mandamientos, todavía rehusarás darle a Dios lo que le corresponde; tú continuarás en tus pecados; no vendrás a Él para que tengas vida; y es aquí que el Espíritu de Dios tiene que entrar para obrar en las almas de los elegidos para hacerlos dispuestos en el día de Su poder. Pero, ¡oh!, en el nombre de Dios yo les advierto que, si, después de oír este mandamiento, continúan rehusando un Evangelio tan razonable, encontrarán al final que será más tolerable para Sodoma y Gomorra, que para ustedes; pues si las cosas que son predicadas en Londres hubieran sido proclamadas en Sodoma y Gomorra, se habrían arrepentido desde hace mucho tiempo en cilicio y cenizas. ¡Ay de ustedes, habitantes de Londres! ¡Ay de ustedes, súbditos del Imperio Británico! Pues si las verdades que han sido declaradas en tus calles hubieran sido predicadas en Tiro y en Sidón, habrían continuado aun hasta este día.

  1. Pero todavía, prosiguiendo, tengo aun un cuarto comentario que hacer, y es que es un mandamiento que exige una obediencia inmediata. Yo no sé cómo es que, prediquemos como prediquemos, no podamos conducir a otros a pensar que hay alguna gran alarma, que hay todas las razones para pensar acerca de sus almas ahora. Anoche hubo una revista en Wimbledon Common, y viviendo no muy lejos de allí, yo podía oír en un perpetuo flujo las descargas de los rifles y el trueno del cañón. Alguien me comentó: “Suponiendo que realmente hubiera guerra allí, no nos sentaríamos tan confortablemente en nuestra habitación con nuestra ventana abierta oyendo todo este ruido. No; y así cuando la gente viene a la capilla, oye un sermón acerca del arrepentimiento y de la fe; lo escuchan. “¿Qué piensan de él?” “Oh, muy bien”. Pero supongan que fuera real; supongan que creyeran que era real, ¿se sentarían tan confortablemente? ¿Estarían tan tranquilos? ¡Ah, no! Pero no crees que sea real. No piensas que el Dios que te hizo en realidad te pide en este día que te arrepientas y creas. Sí, amigos, pero es real, y es su procrastinación, es su confianza en ustedes mismos lo que es falso, la burbuja que pronto ha de estallar. La exigencia de Dios es la solemne realidad, y si sólo pudieran oírla como debería ser oída escaparían por sus vidas y huirían buscando refugio para la esperanza que está puesta delante de ustedes en el Evangelio, y harían eso hoy. Este es el mandamiento de Cristo, digo, hoy. Hoy es el tiempo de Dios. “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones”. “Hoy”, -el Evangelio siempre clama, pues si tolerara al pecado un solo día, sería un evangelio profano. Si el evangelio les dijera a los hombres que se arrepientan mañana, les daría un permiso para continuar en él hoy, y eso sería en verdad alcahuetear las concupiscencias de los hombres. Pero el Evangelio barre limpiamente el pecado, y exige del hombre que arroje las armas de su rebelión ahora. ¡Abajo con ellas, hombre! Con cada una de ellas. ¡Abajo, amigo, abajo con ellas, y abajo con ellas ahora! No debes guardar a ninguna; ¡bótalas de inmediato! El Evangelio le reta que crea en Jesús ahora. En tanto que continúes en la incredulidad, tú continúas en pecado, y estás aumentando tu pecado; y darte permiso de ser un incrédulo por una hora sería alcahuetear tus concupiscencias; por lo tanto exige de ti fe, y fe ahora, pues este es el tiempo de Dios, y el tiempo que la santidad tiene para exigir de un pecador. Además, pecador, es tu tiempo. Este es el único momento que puedes considerar tuyo. ¡Mañana! ¿Existe tal cosa? ¿En qué calendario está escrito salvo en el almanaque del necio? ¡Mañana! ¡Oh, cómo has arruinado a multitudes! “Mañana”, dicen los hombres; pero, como la rueda trasera de un carruaje está siempre cerca de la rueda delantera, siempre cerca de su deber; sigue girando, y girando, pero nunca se acerca ni un cachito pues, viajando como puedan, mañana está todavía un poco más allá de ellas, pero sólo un poquito, y entonces nunca vienen a Cristo del todo. Así es como hablan, como un antiguo poeta decía:

“Lo haré mañana, eso haré, me aseguraré de hacerlo;

El mañana viene, el mañana se va, y todavía has de hacerlo;

Así, entonces, el arrepentimiento es diferido de un día a otro,

Hasta que el día de la muerte es uno, y juicio es el otro”.

Oh hijos de los hombres, siempre a ser bendecidos, a ser obedientes, pero no siendo nunca obedientes, ¿cuándo aprenderán a ser sabios? Este es su único tiempo; es el tiempo de Dios, y ese es el mejor tiempo. No encontrarán nunca que sea más fácil arrepentirse que ahora; no encontrarán nunca que sea más fácil creer que ahora. Es imposible ahora a menos que el Espíritu de Dios esté con ustedes; será tan imposible mañana; pero si ahora creyeras y te arrepintieras, el Espíritu de Dios está en el Evangelio que yo predico; y mientras yo clamo a ti en el nombre de Dios, “Arrepiéntete y cree”, Aquel que me ordenó que mandara que hiciera eso da poder con el mandamiento, que así como Cristo habló a las olas y les dijo: “callen”, y se aquietaron, y a los vientos “aquiétense”, y se calmaron, así cuando le hablamos a su altivo corazón, cede por la gracia que acompaña la palabra, y se arrepienten y creen en el Evangelio. Que así sea, y que el mensaje de esta mañana recoja a los elegidos, y los haga dispuestos en el día del poder de Dios.

Pero ahora, por último, este mandamiento, si bien tiene un poder inmediato, tiene también una fuerza continua. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”, es un consejo para el joven principiante y es un consejo para el cristiano viejo que peina canas, pues esta es nuestra vida hasta el final: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. San Anselmo, que era santo, y eso es más que muchos de ellos que eran llamados así- San Anselmo una vez clamó “¡Oh, pecador que he sido, voy a pasar todo el resto de mi vida arrepintiéndome de toda mi vida!” Y Rowland Hill, a quien pienso que puedo llamar San Rowland, que cuando estaba cerca de la muerte, decía que lamentaba una cosa, y era que un querido amigo que había vivido con él durante sesenta años tendría que quedarse a las puertas del cielo. “Ese querido amigo” –dijo él- “es el arrepentimiento; el arrepentimiento ha estado conmigo toda mi vida, y creo que voy a derramar una lágrima” –dijo el buen hombre- cuando atraviese las puertas, pensando que no me puedo arrepentir más”. El arrepentimiento es un deber cotidiano y de cada hora de un hombre que cree en Cristo; y al caminar por fe desde la puerta angosta a la ciudad celestial, así nuestro acompañante a la diestra de toda la jornada tiene que ser arrepentimiento. Vamos, queridos amigos, el varón cristiano, después de que es salvado, se arrepiente más que nunca de lo que haya hecho jamás, pues ahora se arrepiente no meramente por obras abiertas, sino hasta de la imaginación. Él se reprenderá en la noche, y se censurará por haber tolerado un pensamiento inmundo; porque ha mirado la vanidad, aunque tal vez el corazón no haya ido más allá de la mirada de concupiscencia; porque el pensamiento del mal ha revoloteado dentro de su mente: por todo esto se vejará delante de Dios; y si no fuera porque continúa creyendo en el Evangelio, una imaginación inmunda sería una plaga tal y tal aguijón para él, que no tendría ninguna paz ni reposo. Cuando la tentación viene a él, el buen hombre encuentra el uso del arrepentimiento por haber odiado el pecado y huido de él desde la antigüedad, ha cesado de ser lo que una vez fue. Uno de los ancianos padres, se nos informa, antes de su conversión había vivido con una mala mujer, y un poco de tiempo después, lo acosó como siempre. Sabiendo cuán probable era que cayera en el pecado huyó con todo su poder, y ella corrió en pos de él exclamando: “¿por qué huyes? Soy yo”. Él respondió: “huyo porque yo no soy yo; soy un hombre nuevo”. Ahora es simplemente ese “yo soy yo”, lo que conserva al cristiano fuera del pecado; ese odio al anterior “yo”, ese arrepentirse del viejo pecado lo que lo conduce a huir del mal, a aborrecerlo, y a no mirarlo no sea que por sus ojos sea conducido al pecado. Queridos amigos, entre más sepa el hombre cristiano del amor de Cristo más se odiará al pensar que ha pecado contra tal amor. Cada doctrina del Evangelio hará que un cristiano se arrepienta. La elección, por ejemplo. “¿Cómo pude pecar?,” dice él. Yo que era el favorito de Dios, elegido por Él desde antes de la fundación del mundo”. La perseverancia final hará que se arrepienta. “¿Cómo puedo pecar –se pregunta- “que soy amado tanto y guardado tan seguramente? ¿Cómo puedo ser tan villano como para pecar contra la misericordia eterna?” Tomen cualquier doctrina que quieran y el cristiano hará de ella una fuente para una sagrada aflicción; y hay momentos cuando su fe en Cristo será tan fuerte que su arrepentimiento reventará sus ataduras, y clamará con George Herbert:

“¿Oh, quién me dará lágrimas? Vengan, todos ustedes, torrentes,

Las nubes y la lluvia moren en mis ojos,

Mi dolor tiene necesidad de todas las cosas acuosas

Que la naturaleza haya producido. Que cada vena

Absorba un río que suministre a mis ojos,

A mis cansados ojos lacrimosos, demasiado secos para mí,

A menos que establezcan nuevos conductos, nuevos suministros

Para sacarlos e identificarme con mi estado”.

Y todo esto es porque él asesinó a Cristo; porque su pecado clavó al Salvador al madero; y por tanto llora y se lamenta aun hasta el final de su vida. Pecar, arrepentirse y creer: estas son tres cosas que estarán con nosotros hasta que muramos. El pecado se detendrá en el río Jordán; el arrepentimiento morirá triunfando sobre el cuerpo muerto del pecado; y la propia fe, aunque tal vez pudiera atravesar el torrente, cesará de ser tan necesaria como lo ha sido hasta aquí, pues allá veremos tal como somos vistos y conoceremos tal como somos conocidos.

Y ahora los despediré cuando una vez más haya declarado solemnemente la voluntad de mi Señor para ustedes esta mañana. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Aquí hay algunos que han venido de otros países, y muchos de ustedes son de nuestros pueblos de provincia en Inglaterra; ustedes vinieron aquí, tal vez, para oír al predicador de quien muchas cosas extrañas se han dicho. Muy bien, que se digan cosas más extrañas si eso lleva a los hombres bajo el sonido del Evangelio para que sean bendecidos. Ahora, tengo que decirles esto esta mañana: en aquel gran día cuando una congregación diez mil veces más grande que esta esté congregada, y el Juez se siente sobre el gran trono blanco, no habrá ningún hombre o mujer, o niño, que esté aquí esta mañana que sea capaz de presentar una excusa y decir: “¡Yo no escuché el evangelio; yo no sabía qué tenía que hacer para ser salvo!” Lo has escuchado: “Arrepiéntete y cree en el evangelio”. Esto es, confía en Cristo; cree que Él es capaz y que está dispuesto a salvarte. Pero hay algo mejor. En aquel gran día, digo, habrá algunos de ustedes presentes -¡oh!, esperemos que todos nosotros- que seremos capaces de decir: “¡Gracias a Dios porque entregué las armas de mi altiva rebelión por medio del arrepentimiento; gracias a Dios porque miré a Cristo, y lo tomé para que fuera mi Salvador de principio a fin; pues heme aquí, un monumento a la gracia, un pecador salvado por sangre, para alabarle mientras duren el tiempo y la eternidad!” ¡Que Dios nos conceda que podamos encontrarnos al final con gozo y no con dolor! Yo seré un testigo dispuesto contra ti para condenarte si tú no crees en este evangelio; pero si te arrepientes y crees, entonces alabaremos esa gracia que cambió nuestros corazones, y así nos dio el arrepentimiento que nos condujo a confiar en Cristo, y la fe que es el don eficaz del Espíritu Santo. ¿Qué más les diré? ¿Por qué, por qué rechazarán esto? Si les hubiera hablado de fábulas, de ficciones, de sueños, estonces giren sobre sus talones y rechacen mi discurso. Si he hablado en mi propio nombre, ¿quién soy yo para que te preocupes un ápice por mí? Pero si he predicado lo que Cristo predicaba: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”, los exhorto por el Dios viviente, los exhorto por el Redentor del mundo, los exhorto por la cruz del Calvario, y por la sangre que manchó el polvo en el Gólgota, que obedezcan este divino mensaje y tendrán vida eterna; ¡pero si rehúsan creer, sobre sus propias cabezas sea su sangre por los siglos de los siglos!

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