SERMÓN#166 – El destructor destruido – Charles Haddon Spurgeon

by Mar 14, 2022

“Para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”
Hebreos 2:14

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En el imperio primigenio de Dios todo era felicidad, gozo y paz. Si hubo algún mal, algún sufrimiento y dolor, eso no fue obra de Dios. Dios puede permitirlo, anularlo y sacar mucho bien de ello, pero el mal no viene de Dios. Él mismo se erige puro y perfecto, la fuente limpia de la que brotan aguas cada vez más dulces y puras. El reino del diablo, por el contrario, no contiene nada de bueno, “El diablo peca desde el principio”, y su dominio ha sido un curso constante de tentación al mal e imposición de miseria. La muerte es parte del dominio de Satanás, él trajo el pecado al mundo cuando tentó a nuestra madre Eva a comer del fruto prohibido y con el pecado trajo también la muerte al mundo, con toda su serie de males.

Probablemente no hubiera habido muerte si no hubiera existido el diablo. Si Satanás no hubiera tentado, quizás el hombre no se hubiera rebelado y si no se hubiera rebelado habría vivido para siempre sin tener que pasar por el doloroso cambio que produce la muerte. Creo que la muerte es la obra maestra del diablo, con la única excepción del Infierno, la muerte es ciertamente la malicia más satánica que ha realizado el pecado. Nunca nada deleitó tanto el corazón del diablo, como cuando supo que la amenaza se cumpliría: “El día que de él comieres, ciertamente morirás”, y nunca su corazón malicioso se llenó tanto de gozo infernal, como cuando vio Abel tendido sobre la tierra, asesinado por el garrote de su hermano.

“Ajá”, dijo Satanás, “esta es la primera de todas las criaturas inteligentes que ha muerto. ¡Oh, cómo me alegro! Esta es la hora de coronación de mi dominio. Es cierto que he estropeado la gloria de esta tierra con mi engañosa tentación, es verdad que toda la creación gime y sufre dolores de parto a causa del mal que he traído en ella, pero esta, esta es mi obra maestra. He matado al hombre, le he traído la muerte y aquí yace el primero, el primer muerto”.

Desde entonces Satanás siempre se ha regodeado en la muerte de la raza humana, y ha tenido algún motivo de gloria, porque esa muerte ha sido universal, todos han muerto. Aunque habían sido sabios como Salomón, su sabiduría no pudo salvarles la cabeza, aunque habían sido virtuosos como Moisés, su virtud no pudo evitar el hacha, todos han muerto, y por eso el diablo se ha jactado en su triunfo, pero dos veces ha sido derrotado. Sólo dos han entrado en el Cielo sin morir. La masa de la humanidad ha tenido que sentir la guadaña de la muerte, y se ha regocijado porque esta, su obra más poderosa, ha tenido cimientos anchos como la tierra y una cumbre que llegaba tan alto como podían escalar las virtudes de la humanidad.

Hay algo temible en la muerte, es espantoso incluso para el que tiene más fe. Son sólo los dorados de la muerte, la vida después de la muerte, el cielo, el arpa, la gloria, lo que hace que la muerte sea soportable incluso para el cristiano. La muerte en sí misma debe ser siempre algo indescriptiblemente temible para los hijos de los hombres, ¡Y oh, cómo funciona la ruina! Oscurece las ventanas de los ojos, derriba los pilares pulidos de la arquitectura Divina del cuerpo, transforma a la persona, al alma, le lleva fuera de su puerta y le ordena volar a mundos desconocidos. Y deja, en lugar de un hombre vivo, un cadáver cuya apariencia es tan miserable, que nadie puede mirarlo sin emociones de horror.

Ahora, este es el deleite de Satanás, concibe la muerte como su obra maestra por su terror y por la ruina que produce, cuanto mayor es el mal, tanto más se deleita en él. Sin duda se regodea en nuestras enfermedades, él se regocija en nuestro pecado. Pero la muerte es para él un tema del mayor deleite, del que es capaz en su eterna miseria. Él, en la medida de sus posibilidades, grita de alegría cuando es testigo de cómo, por una mala acción suya, una sola traición, ha barrido el mundo con la escoba de la destrucción y llevado a todos los hombres a la tumba.

Y la muerte es muy hermosa para el diablo por otra razón, no solo porque es su obra principal en la tierra, sino porque le da la mejor oportunidad en el mundo para mostrar su malicia y su astucia. El diablo es un cobarde, el más grande de los cobardes, como lo son la mayoría de los seres malvados. A un cristiano sano rara vez atacará, a un cristiano que ha estado viviendo cerca de su Maestro y es fuerte en la gracia, el diablo lo dejará en paz porque sabe que entonces se encontrará con su rival, pero si puede encontrar a un cristiano débil en la fe o débil en el cuerpo, entonces piensa que es una buena oportunidad para atacar.

Ahora bien, cuando llega la muerte con todos sus terrores, es habitual que Satanás haga una incursión feroz en el alma. Generalmente con muchos de los santos, si no en el último momento para la muerte, un poco antes de ella, se dará un ataque feroz hecho por el gran enemigo de las almas. Y entonces ama la muerte, porque la muerte debilita la mente.

El acercamiento de la muerte destruye algo del poder mental y nos quita por un tiempo algunos de esos espíritus que nos han animado en días mejores. Nos hace yacer allí, lánguidos, débiles y cansados. “Ahora es mi oportunidad”, dice el Maligno, y se acerca a nosotros. Por eso creo que se dice que tiene el poder de la muerte, porque no puedo concebir que el diablo tenga el poder de la muerte en otro sentido sino en este, que fue originada por él y que, en tal tiempo, generalmente muestra la mayor parte de su malicia y de su poder, porque es cierto, hermanos míos, que el diablo no tiene poder sobre la muerte para causar la muerte.

Todos los demonios del Infierno no podrían quitarle la vida al infante más pequeño del mundo, y aunque estemos sin aliento y enfermos hasta el punto de que el médico se desespere de nosotros, no es más que el mandato del Todopoderoso lo que puede causarnos la muerte, incluso en el extremo de nuestra debilidad. En cuanto a la causa, el diablo no es la causa de la muerte, nos regocijamos al creer con el Dr. Young, que el brazo de un ángel no puede arrojarnos a la tumba, aunque sea el brazo del arcángel caído Lucifer, y nos regocijamos al saber que después una miríada de ángeles no podrá confinarnos allí. De modo que ni para abrir la puerta, ni para asegurarla después, tiene el diablo poder alguno sobre el cristiano en la muerte.

Vamos, hay muchas personas aquí presentes que tienen tal noción de la religión que la conciben como algo de felicidad, placer y deleite. Y viviendo cerca de la Fuente de toda bienaventuranza, que es su Dios, su camino está lleno de sol y sus ojos brillan con felicidad perpetua, soportan las pruebas de esta vida varonilmente como deben hacerlo los cristianos, toman las aflicciones que proceden de la mano de Dios con toda conformidad y paciencia. Ahora el diablo dice: “De nada sirve que me entrometa con ese hombre que tiene pensamientos de duda, él es demasiado poderoso para mí, es poderoso de rodillas y es poderoso con su Dios”. “¡Manos fuera!” dice el cristiano al diablo, pero cuando comenzamos a ser débiles, cuando nuestra mente dada la afección del cuerpo comienza a estar triste, cuando nos hemos estado matando de hambre por algún malvado ascetismo religioso, o cuando la vara de Dios nos haya herido, entonces en nuestra mala situación, el enemigo nos acosará. Y por esta razón el diablo ama la muerte y tiene poder sobre ella, porque es el tiempo extremo de la naturaleza y por lo tanto es el tiempo de la oportunidad del diablo.

El tema de nuestro discurso esta mañana es este. Jesucristo a través de Su muerte ha destruido el poder que el diablo tiene sobre la muerte. Sí, y para agregar una segunda verdad que será nuestro segundo punto, Él no solo destruyó con Su muerte el poder que el diablo tenía sobre la muerte, sino que Él destruyó completamente el poder del diablo en todos los aspectos por la muerte que Él padeció.

I. Empecemos, pues, por el principio. POR LA MUERTE DE CRISTO EL PODER DEL DIABLO SOBRE LA MUERTE ES TOTALMENTE DESTRUIDO PARA EL CRISTIANO. El poder del diablo sobre la muerte se encuentra en tres lugares y debemos verlo en tres aspectos. A veces, el demonio tiene poder en la muerte sobre el cristiano, tentándolo a dudar de su resurrección y llevándolo a mirar hacia el negro futuro con el temor de la aniquilación. Veremos eso primero y nos esforzaremos por mostrarles que por la muerte de Cristo esa forma peculiar del poder del diablo en la muerte es completamente eliminada. Cuando el pobre espíritu yace al borde de la eternidad, si la fe es débil y si la vista de la esperanza sea a nublado, el cristiano probablemente mirará hacia adelante, ¿a qué? A un mundo desconocido, y el lenguaje incluso del incrédulo a veces se precipita en los labios del más fiel hijo de Dios.

“¿Mi alma baja la mirada a qué?
A una eternidad espantosa; Un abismo deprimente”.

Puedes hablarle de las Promesas, puedes tratar de animarlo recordándole ciertas revelaciones del futuro, pero aparte de la muerte de Cristo, incluso el cristiano mismo esperaría la muerte como una meta triste, un final oscuro y nublado para una vida de cansancio y aflicción. ¿Hacia dónde estoy corriendo? ¡Una flecha disparada desde el arco de la creación de Dios! ¿Hacia dónde estoy corriendo? Y la respuesta regresa de la nada en blanco: viniste y estás corriendo hacia lo mismo, no hay nada para ti, cuando mueres estás perdido. O si la razón ha sido bien instruida, tal vez le responda: “Sí, hay otro mundo, pero la razón sólo puede decirle que piensa así, lo sueña, pero cuál será ese otro mundo, cuáles serán sus tremendos misterios, cuáles sus magníficos esplendores o cuáles sus horribles terrores, la razón no puede decir”.

Pero, amados, por la muerte de Cristo todo esto es quitado. Si muero y Satanás viene a mí y me dice: “Serás aniquilado, ahora te estás hundiendo bajo las olas del tiempo y yacerás en las cavernas de la nada para siempre. Tu espíritu viviente y saltante ha de cesar para siempre y no existirá.” Yo le respondo: “No, no es así. No tengo miedo de eso. Oh Satanás, tu poder para tentarme aquí falla total y completamente. ¡Mira allí a mi Salvador! Él murió, Él murió, real y efectivamente, porque Su corazón fue traspasado, Él fue sepultado, yació en Su tumba tres días, pero, oh Diablo, Él no fue aniquilado, porque Él resucitó de la tumba al tercer día y en las glorias de la resurrección Él se apareció a muchos testigos y dio pruebas infalibles de que Él había resucitado de entre los muertos.

Y ahora, oh Satanás, te digo: no puedes poner fin a mi existencia, porque no pudiste poner fin a la existencia de mi Señor. Así como el Señor el Salvador resucitó, así deben hacerlo todos Sus seguidores. ‘Yo sé que mi Redentor vive’, y por lo tanto sé que, aunque los ‘gusanos destruyan este cuerpo, en mi carne veré a Dios’.

Tú me dices, oh Satanás, que debo ser devorado y ser parte de la nada y hundirme en el pozo sin fondo de la nada. Te respondo, mientes. Mi Salvador no fue devorado y, sin embargo, murió. Murió, pero no pudo permanecer mucho tiempo prisionero en la tumba. Ven, Muerte, y átame, pero no podrás destruirme.

“Vamos, oh tumba. Abre tu horrible boca y trágame, pero romperé tus ataduras otro día. Cuando amanezca esa mañana gloriosa, yo, con un rocío como el rocío de las plantas sobre mí, seré levantado y viviré delante de Él. Porque Él vive, yo también viviré”. Entonces como ven, Cristo, al ser testigo de la hazaña de la resurrección, ha quebrantado el poder del diablo en la muerte, en este sentido ha impedido que nos tiente a temer la aniquilación, porque, como cristianos, creemos que, porque Cristo resucitó de entre los muertos, así también los que duermen en Jesús traerá el Señor con Él.

Pero ahora veamos una tentación más común: otra fase del poder del diablo en la muerte. Con mucha frecuencia el diablo viene a nosotros durante nuestra vida, y nos tienta diciéndonos que nuestra culpa ciertamente prevalecerá contra nosotros. Él nos dice que los pecados de nuestra juventud y nuestras transgresiones anteriores todavía están en nuestros huesos, y que cuando durmamos en la tumba, nuestros pecados se levantarán contra nosotros. “Muchos de ellos han ido antes de vosotros al juicio, y otros os seguirán”, dice él. Cuando el cristiano se debilita y le falla el corazón y la carne, si no fuera, digo, por la gran doctrina de la muerte de Cristo, el diablo podría tentarlo así: “Estás a punto de morir. No me atrevo a decirte que no hay un estado futuro, porque si lo hago, me responderás: ‘Lo hay, porque Cristo resucitó de entre los muertos’, pero te tentaré de otra manera”.

“Has hecho una excelente profesión, pero te reprocho que has sido un hipócrita. Pretendes que eres uno de los amados del Señor. Ahora mira hacia atrás a tus pecados. ¿Recuerdas cuando surgieron tus deseos rebeldes y fuiste llevado, si no del todo a complacerte en una transgresión, pero sí a anhelarla? Acuérdate de cuántas veces lo has provocado en el desierto, cuántas veces has encendido su ira contra ti”.

El diablo toma nuestro diario y pasa las páginas, con el dedo negro señala nuestros pecados. Y lee con desdén, con una mirada lasciva sobre la Partida del Dios viviente, y pasa página tras página y se detiene en una página muy negra y dice: “¡Mira aquí!” Y se burla del cristiano con este asunto: “Ah”, dice él, “David, ¿recuerdas a Betsabé? ¿Lot, recuerdas a Sodoma y la cueva? Noé, ¿recuerdas la viña y la embriaguez?” Ah, y hace temblar incluso al santo, cuando el pecado lo mira a la cara, cuando los fantasmas de sus antiguos pecados se levantan y lo miran fijamente. Él es un hombre que tiene fe en verdad que puede mirar el pecado a la cara, y todavía decir: “La sangre de Jesucristo me limpia del pecado”.

Pero si no fuera por esa sangre, si no fuera por la muerte de Cristo, fácilmente podéis concebir el poder que el diablo tendría sobre nosotros en la hora de la muerte, porque arrojaría todos nuestros pecados en nuestros dientes justo cuando llegáramos a morir. Pero ahora, vea cómo a través de la muerte Cristo ha quitado el poder del diablo para hacer eso. Respondemos a la tentación de pecar: “En verdad, oh Satanás, tienes razón. Me he rebelado, no voy a desmentir mi conciencia y mi memoria. Reconozco que he transgredido. Oh Satanás, pasa a la página más negra de mi historia, lo confieso todo…

‘Si Él enviara mi alma al Infierno,

Su justa Ley lo aprueba bien’.

“Pero, oh Demonio, déjame decirte que mis pecados estaban contados en la cabeza del chivo expiatorio de antaño. Ve tú, oh Satanás, a la Cruz del Calvario y mira allí a mi Sustituto sangrando. He aquí, mis pecados no son míos, están puestos sobre Sus hombros eternos y Él los ha arrojado de Sus propios hombros a las profundidades del mar. ¡Adelante, sabueso del infierno! ¿Me preocuparías? Ve y convéncete con la vista de ese Hombre que entró en las mazmorras tenebrosas de la muerte y durmió un rato allí y luego rompió los barrotes y llevó cautiva la cautividad como prueba de que Él estaba justificado por Dios Padre y que yo también soy justificado en él.” Oh, sí, así es como la muerte de Cristo destruye el poder del diablo. Podemos decirle al diablo que no nos preocupamos por él, porque todos nuestros pecados han pasado, cubiertos por una espesa nube y no volverán a ser traídos contra nosotros jamás.

“Ah”, dijo una vez un anciano santo que había sido objeto de muchas burlas por parte de Satanás, “por fin me deshice de mis tentaciones señor y disfruté de mucha paz”, “¿Cómo lo hizo?” dijo un amigo cristiano que lo visitó: “Le mostré sangre, señor, le mostré la sangre de Cristo”. Eso es algo que el diablo no puede soportar. Puedes decirle al diablo: “Oh, pero oré tantas veces”, se burlará de tus oraciones. Puedes decirle: “Ah, pero yo era un predicador”, se reirá en tu cara y te dirá que predicaste tu propia condenación. Puedes decirle que tuviste algunas buenas obras y él las levantará y dirá: “Estas son tus buenas obras, trapos de inmundicia, nadie los recibiría como regalo”. Puedes decirle: “Ah, pero me he arrepentido”, se burlará de tu arrepentimiento. Puedes decirle lo que quieras, él se burlará de ti, hasta que al final digas:

“Nada en mis manos traigo,
Simplemente a la Cruz me aferro”.

Y todo se acabó con el diablo, entonces. Ahora no hay nada que él pueda hacer, porque la muerte de Cristo ha destruido el poder que el diablo tiene sobre nosotros para tentarnos a causa de nuestra culpa. “El aguijón de la muerte es el pecado”.

Nuestro Jesús quitó el aguijón y ahora la muerte es inofensiva para nosotros, porque no es sucedida por la condenación.

Una vez más, puede suponer un cristiano que tiene una firme confianza en un estado futuro, el Maligno tiene otra tentación para él. “Puede ser muy cierto”, dice él, “que vas a vivir para siempre y que tus pecados han sido perdonados, pero hasta ahora te ha resultado muy difícil perseverar y ahora que estás a punto de morir, seguramente fracasarás. Cuando has tenido problemas, sabes que has estado medio inclinado a volver de nuevo a Egipto. Pues, los pequeños avispones con los que te has encontrado te han preocupado, y ahora esta muerte es el príncipe de los dragones; todo habrá terminado contigo ahora. Sabes que cuando ibas por un bache de carretas, llorabas de miedo de ahogarte, ¿qué harás ahora que te has metido en las crecidas del Jordán?

“Ah”, dice el diablo, “tú tenías miedo de los leones cuando estaban encadenados, ¿qué harás con este león desencadenado? ¿Cómo saldrás ahora? Cuando eras un hombre fuerte y tenías tuétano en tus huesos, y tus tendones estaban llenos de fuerza, aun entonces me temías: ahora te tendré, cuando te alcance en el momento de tu muerte y tu fuerza falle, y si yo una vez te agarro…

‘Ese tirón desesperado que tu alma sentirá,
A través de barras de bronce y triple acero.’

Ah, entonces serás vencido. “Y a veces el pobre cristiano pusilánime piensa que eso es verdad, seguramente caeré un día a manos del enemigo. Surge el teólogo Arminiano y dice: “Ese es un tipo de sentimiento muy apropiado, amigo mío; Dios a menudo abandona a sus hijos y los desecha”. A lo que respondemos: “Mientes, Arminiano; cierra la boca, Dios nunca abandonó a sus hijos, ni puede, ni quiere”.

Y habiendo respondido al Arminiano, nos volvemos para responder al diablo y le decimos: “Oh Demonio, nos tientas a pensar que nos conquistarás. Acuérdate, Satanás, que la fuerza que nos ha preservado contra ti no ha sido la nuestra. El brazo que nos ha librado no ha sido este brazo de carne y hueso, de lo contrario, hace mucho tiempo que hubiéramos sido vencidos. Mira allí, Demonio, a Aquel que es Omnipotente, su Omnipotencia es el poder que nos preserva hasta el final. Y, por lo tanto, aunque seamos tan débiles, cuando somos débiles entonces somos fuertes y en nuestra última hora de peligro aún te venceremos”.

Pero ten en cuenta que esta respuesta brota y surge de la muerte de Cristo. Imaginemos una escena. Cuando el Señor Jesús descendió a la tierra, Satanás sabía cuál era su misión, él sabía que el Señor Jesús era el Hijo de Dios y cuando lo vio como infante en el pesebre, pensó que, si podía matarlo y ponerlo en las ataduras de la muerte, ¡qué gran cosa sería! Entonces incitó el espíritu de Herodes para que lo matara, pero Herodes no dio en el blanco.

Y muchas veces, Satanás se esforzó por poner en peligro la existencia personal de Cristo para poder hacer que Cristo muriera. Pobre tonto como era, no sabía que cuando Cristo muriera, heriría la cabeza del diablo. Una vez, recuerda, cuando Cristo estaba en la sinagoga, el diablo incitó a la gente y la hizo enojar, y pensó: “Oh, qué cosa tan gloriosa sería si pudiera matar a este hombre”.

Así que hizo que la gente lo llevara a la cima de la colina y se regodeaba con la idea de que ahora seguramente sería arrojado de cabeza, pero Cristo escapó. Trató de matarlo de hambre, trató de ahogarlo, estaba en el desierto sin comida y estaba en el mar en medio de una tormenta, pero no hubo hambre o ahogamiento de Él y Satanás sin duda anhelaba Su sangre y anhelaba que Él muriera. Por fin llegó el día, se telegrafió a la corte del Infierno que por fin Cristo moriría. Tocaron sus campanas con alegría y júbilo infernales. “Él va a morir ahora”, dijo Satanás, “Judas ha tomado las treinta piezas de plata. Que esos escribas y fariseos lo atrapen, no lo dejarán ir más que la araña a una pobre mosca desafortunada. Ahora está lo suficientemente seguro”. Y el diablo se rió de alegría cuando vio al Salvador de pie ante el tribunal de Pilato. Y cuando se dijo, “Que sea crucificado”, su gozo apenas conocía límites, excepto el límite que su propia miseria siempre debe ponerle. En la medida de lo posible, se deleitaba en lo que para él era un pensamiento delicioso: que el Señor de la Gloria estaba a punto de morir. En la muerte, así como Cristo fue visto por los ángeles, también fue visto por los demonios, y esa lúgubre marcha desde el palacio de Pilatos hasta la Cruz fue una que los demonios vieron con extraordinario interés.

Y cuando lo vieron en la Cruz, allí estaba el Demonio exultante, sonriendo para sí mismo. “Ah, tengo al Rey de Gloria ahora en mis dominios. Tengo el poder de la muerte y tengo el poder sobre el Señor Jesús”. Ejerció ese poder, hasta que el Señor Jesús clamó con amarga angustia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Pero, ¡ay, ¡qué breve fue la victoria infernal! ¡Qué breve fue el triunfo satánico! Murió y “¡Consumado es!” sacudió las puertas del infierno. Desde la Cruz saltó el Conquistador, persiguió al Demonio con rayos de ira. Veloz a las sombras del Infierno el Demonio voló y descendiendo velozmente fue el Conquistador tras él. Y podemos concebirlo exclamando:

“¡Traidor! Este rayo te encontrará y te atravesará,
Aunque te sumerjas bajo las olas más profundas del Infierno,
Para encontrar una tumba que te proteja”.

Y lo agarró. Lo hizo, lo encadenó a la rueda de su carro, lo arrastró hasta los escalones de la gloria. Ángeles gritando todo el tiempo: “Ha llevado cautiva la cautividad y dio dones para los hombres”. Ahora, diablo, dijiste que me vencerías, cuando llegue a morir. ¡Satanás te desafío y me burlo de ti! Mi Maestro os venció y Yo os venceré. Dices que vencerás al santo, ¿verdad? No pudiste vencer al Maestro del santo y no lo vencerás.

Una vez pensaste que habías conquistado a Jesús, fuiste amargamente engañado. Ah, Satanás, puedes pensar que vencerás a la poca fe y al corazón débil, pero estás terriblemente equivocado, porque seguramente te pisotearemos en breve. E incluso en nuestro último momento, con terribles probabilidades en nuestra contra, seremos “más que vencedores por medio de aquel que nos amó”.

Ved así, hermanos míos, que la muerte de Cristo le ha quitado a Satanás la ventaja que tiene sobre el santo en la hora de la muerte, para que podamos descender gozosamente las orillas del Jordán, o incluso, si Dios nos llama a una súbita muerte, deslízate desde sus acantilados abruptos, porque Cristo está con nosotros y morir es una ganancia.

II. Pero ahora, solo quiero un momento o dos, mientras trato de mostrarles que Cristo no solo por Su muerte quitó el poder del diablo en la muerte, sino que ÉL HA QUITADO EL PODER DEL DIABLO EN TODAS PARTES SOBRE UN CRISTIANO. “Ha destruido”, o vencido, “al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”.

La muerte era el principal atrincheramiento del diablo. Cristo derrotó al león en su guarida y luchó contra él en su propio territorio, y cuando le quitó la muerte y desmanteló esa fortaleza que alguna vez fue inexpugnable, le quitó no solo eso, sino todas las demás ventajas que tenía sobre el santo, y ahora Satanás es un enemigo vencido, no solo en la hora de la muerte, sino en cualquier otra hora y en cualquier otro lugar. Es un enemigo, tanto cruel como poderoso, pero es un enemigo que tiembla y se acobarda cuando un cristiano entra en combate con él. Porque sabe que, aunque la lucha vacila un poco en la balanza, la balanza de la victoria debe caer del lado del santo, porque Cristo con Su muerte destruyó el poder del diablo.

Mis hermanos, mañana Satanás puede tener mucho poder sobre ustedes al tentarlos a complacerse en los deseos de la carne, o en la vanagloria de la vida. Él puede venir a ti y decirte: “Haz tal y tal cosa que sería deshonesta y te haré rico. Déjate llevar por tal o cual placer y Yo te haré feliz, ven”, dice Satanás, “cede a mis halagos. Os daré a beber un vino que será más rico que el que nunca salió de las tinajas de las Sagradas Escrituras. Os daré de comer pan que nunca probasteis. Cómete la fruta tentadora, es dulce, te hará como un dios”. “Ah”, dice el cristiano, “pero Satanás, mi Maestro murió cuando había peleado contigo y por lo tanto yo no tendré nada que ver contigo. Si mataste a mi Señor, me matarás a mí también si puedes, ¡y por lo tanto te vas!”

Tú dices que obtendré ganancia si peco. No, los tesoros de Cristo son mayores riquezas que todos los tesoros de Egipto. ¡Vaya, Satanás, si me trajeras una corona y me dijeras: ‘¡Ahí! Tendrás eso si pecas’, debería decir, ‘¡Pobre corona! Pues, Satanás, tengo una mejor que me está aguardando en el Cielo. No podría pecar por eso, ese es un soborno demasiado insignificante”.

Él trae sus bolsas de oro y dice: “Ahora, cristiano, peca por esto”. El cristiano dice, “Vaya diablo, no vale la pena mirar esas cosas. Tengo una herencia en una ciudad donde las calles están pavimentadas con oro macizo. Y, por tanto, ¿qué son para mí estos pobres trozos ruidosos? ¡Llévatelos de vuelta! Él trae hermosura y nos tienta con ella, pero nosotros le decimos: ¿Por qué, diablo, ¿Que estás haciendo? ¿Qué es esa belleza para mí? Mis ojos han visto al Rey en su hermosura y la tierra que está muy lejos, y por la fe sé que iré a donde la belleza de sí misma, incluso en su perfección, es superada, donde veré a mi Salvador, quien es ‘el principal entre diez mil y el todo hermoso’. ¡Eso no es ninguna tentación para mí! Cristo ha muerto y considero todas estas cosas como escoria para ganar a Cristo y ser hallado en Él”. Para que veáis, aun en la tentación, que la muerte de Cristo ha destruido el poder del diablo.

“No cederás, ¿verdad?” dice el diablo. “¡No puedes ser tentado! Ah, bueno”, dice él, “si no puedes apartarte, te haré a un lado. ¿Qué eres tú, para que te enfrentes a mí? ¡Un pobre hombre enclenque! Pues yo he hecho caer ángeles y no os tengo miedo. ¡Vamos!” Y pone su pie en nuestro pie y con su grito de dragón espanta los ecos hasta que no se atreven a responder, levanta su espada llameante y piensa derribarnos contra el suelo. Vosotros sabéis, hermanos míos, cuál es el escudo que debe contener el golpe, es el escudo de la fe en Cristo que murió por nosotros. Satanás lanza sus dardos, pero sus dardos no duelen, porque he aquí, los atrapamos también en este escudo todopoderoso, Cristo y Su Cruz. Sean tan terribles sus insinuaciones, la muerte de Cristo ha destruido el poder del diablo, ya sea para tentar o para destruir. Se le puede permitir intentar lo uno o lo otro, pero no puede tener éxito en ninguno. La muerte de Cristo “destruyó al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo”.

Algunas personas dicen que no creen en un diablo. Bueno, solo tengo que decirles que no creo en ellos; porque si realmente se conocieran a sí mismos, muy pronto encontrarían un demonio. Pero es muy posible que tengan muy poca evidencia de que haya algún diablo, porque sabes que el diablo nunca pierde el tiempo. Sube por una calle y ve a un hombre ocupado en negocios, acaparador, codicioso, codicioso. Tiene la casa de una viuda en la garganta, acaba de devorar la última hectárea de tierra de un pobre huérfano. “Oh,” dice el diablo, “paso, no me detendré ahí, él no me necesita. Irá al infierno con bastante facilidad”. Va a la casa de al lado. Hay un hombre allí, un borracho que pasa su tiempo en alboroto. Pasa y dice: “No hay necesidad de mí aquí, ¿por qué debería molestar a mis queridos amigos? ¿Por qué debería entrometerme con aquellos a quienes estoy seguro de tener al fin? No hay necesidad de molestarlos”.

Encuentra a un pobre santo de rodillas, ejerciendo muy poco poder en la oración. “Oh”, dice el diablo, “por fin tendré esta criatura, le aullaré ahora. Hay un pobre pecador que acaba de regresar de sus malos caminos y clama: “He pecado y he hecho lo malo delante de tus ojos. Señor, ten piedad de mí”.

“Perder un súbdito”, dice Satanás, “lo tendré, no voy a perder a mis súbditos de esta manera”. Así que le preocupa. La razón por la que no crees que hay un diablo, muy probablemente, es que el diablo viene muy raramente a ti porque estás tan seguro que no se molesta en vigilarte. Y no lo has visto, porque eres demasiado malo para que él se preocupe y dice: “Oh no, no hay necesidad de que pierda el tiempo para tentar a ese hombre, sería llevar carbones a Newcastle para tentarlo, porque es tan malo como puede ser y, por lo tanto, déjalo en paz”. Pero cuando un hombre vive cerca de Dios, o cuando la conciencia de un hombre comienza a despertarse, entonces Satanás clama: “¡A las armas! ¡A las armas! ¡A las armas!” Por dos buenas razones: primero, porque quiere preocuparlo y segundo, porque quiere destruirlo. Bueno, bendigamos a Dios porque, aunque el diablo pueda dirigir su mayor desprecio, astucia y malicia contra el cristiano, el cristiano está a salvo detrás de la Roca, Cristo Jesús, y puede descansar seguro.

Y ahora, en conclusión, permítame una o dos palabras de consuelo para el pueblo de Dios, y una advertencia para aquellos que no lo conocen. ¡Oh hijos de Dios! La muerte ha perdido su aguijón porque el poder del diablo sobre ella ha sido destruido, entonces deja de temer el morir. Ya sabes lo que es la Muerte, mírala a la cara y dile que no le tienes miedo. Pídele gracia a Dios para que por un conocimiento íntimo y una creencia firme de la muerte de tu Maestro puedas ser fortalecido para esa hora terrible. Y recuerda, si vives así, puedes ser capaz de pensar en la muerte con placer y darle la bienvenida cuando llegue con intenso deleite. Es dulce morir: recostarse sobre el pecho de Cristo y que los labios del afecto divino besen el alma de uno fuera del cuerpo. Y vosotros que habéis perdido amigos, o que estáis afligidos, no os entristezcáis como los que no tienen esperanza, porque recuerda que el poder del diablo es quitado. ¡Qué dulce pensamiento nos trae la muerte de Cristo acerca de los que han partido! Se han ido mis hermanos. Pero, ¿sabes hasta dónde han llegado? La distancia entre los espíritus glorificados en el Cielo y los santos militantes en la tierra parece grande. Pero no es así. No estamos lejos de casa.

“Un suave suspiro el espíritu parte,
Apenas podemos decir que se ha ido,
Antes de que el espíritu rescatado tome
Su puesto cerca del Trono.”

Medimos distancia por tiempo. Solemos decir que cierto lugar está a tantas horas de nosotros, si está a cien millas de distancia y no hay ferrocarril, pensamos que es un largo camino, si hay un ferrocarril, creemos que podemos estar allí en poco tiempo. Pero, ¿qué tan cerca debemos decir que está el Cielo? Porque es solo un suspiro y llegamos allí. Vamos, mis hermanos, nuestros amigos difuntos están solo en el aposento alto, por así decirlo, de la misma casa. No se han ido muy lejos. Ellos están arriba y nosotros abajo.

Sí, más como dice el poeta,

“Diez mil a su hogar sin fin,
este momento solemne vuela,
y estamos al margen de venir,
y pronto esperamos morir”.

Y luego los describe:

“Parte del ejército ha cruzado la inundación”.

Ahí están, al otro lado de la orilla. Aquí hay otra parte, en lo profundo de la corriente. Aquí estamos en el margen, a punto de renunciar, todos ellos son un ejército. No hay una brecha desde Abel hasta la que ahora se está yendo. Y nunca serán sino uno, hasta que las puertas del cielo estén cerradas para siempre y todas estén seguras.

“Incluso ahora, por la fe, estrechamos nuestras manos
con los que nos precedieron,
y saludamos a la multitud rociada con sangre
en la orilla eterna”.

Y ahora termino diciendo esta palabra al pecador. ¡Oh vosotros que no conocéis a Dios, vosotros que no creéis en Cristo, la muerte os es algo horrible! No necesito decirte eso, porque tu propia conciencia te lo dice. Vaya, hombre, a veces puedes reírte de la religión, pero en tus propios momentos de soledad no es cosa de risa. Los más fanfarrones del mundo son siempre los más cobardes. Si escucho a un hombre decir: “Oh, no tengo miedo de morir, no me importa tu religión”, no me engaña, sé todo sobre eso, dice eso para encubrir sus miedos. Cuando esté solo por la noche deberías ver lo blanca que se pone su mejilla si una hoja cae contra la ventana. Cuando hay relámpagos en el cielo deberías verlo. “¡Oh, ese destello!” él dice. O si es un hombre fuerte, tal vez no diga una palabra, pero siente tal horror todo el tiempo que dura la tormenta. No como el hombre cristiano, no como el hombre que tiene coraje, porque, me encanta el relámpago, el trueno de Dios es mi deleite. Nunca me siento tan bien como cuando hay una tremenda tormenta de truenos y relámpagos. Entonces siento como si pudiera elevarme, y todo mi corazón canta. Me encanta entonces cantar

“Este Dios temible es mío,
Mi Padre y mi amor,
Él enviará Sus poderes celestiales
Para llevarme arriba”.

Sí, tienes miedo de morir, lo sé. Y lo que te diré es esto: tienes una buena razón para tener miedo de morir, y tienes una buena razón para tener miedo de morir ahora. Debido a que has escapado muchas veces, piensas que nunca morirás. Supongamos que debemos tomar a un hombre y atarlo a ese pilar y un buen tirador debe tomar arco y flechas y dispararle. Bueno, una flecha puede dirigirse y herir a alguien que se sienta a la derecha, y otra puede dirigirse y herir a alguien que está a la izquierda; una podría ir por encima de su cabeza y otra por debajo de sus pies, ¡pero no puedes suponer que ese hombre se reiría y se burlaría cuando las flechas volaran cerca de sus oídos! y si estaba completamente seguro de que solo se necesitaba un buen tirador para apuntarle, y le iban a fusilar, entonces, amigos míos, no podéis concebir cómo os diría el terror que experimentaría.

Pero ciertamente no habría risa. Él no diría: “¡Oh, no moriré! Mira, el hombre ha estado disparando a todos estos otros”. No, el riesgo de morir sería suficiente para tranquilizarlo y la idea de que ese tirador tuviera un ojo tan certero y una mano tan firme que sólo tenía que tirar de la cuerda y la flecha ciertamente le alcanzaría el corazón, sería suficiente al menos para espabilarlo y mantenlo siempre vigilante, porque en un momento, cuando él pensó que no, esa flecha podría volar. Ahora, ese eres tú hoy, Dios pone la flecha en la cuerda: tu vecino está muerto a la derecha y otro a la izquierda. La flecha te llegará pronto, podría haber venido antes, si Dios así lo hubiera querido.

Oh, no te burles de la muerte y no desprecies la eternidad, sino comienza a pensar si estás preparado para la Muerte, no sea que la Muerte venga y te encuentre desprevenido. Y recuerda, la Muerte no se retrasará. Has pospuesto el tiempo del pensamiento: la muerte no se pospondrá a tu conveniencia. Cuando mueras, no se te permitirá ninguna hora en la que puedas volverte a Dios. La muerte llega con su primer golpe, la condenación viene después, sin esperanza de alivio. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo. El que no creyere, será condenado.” Así les predicamos el Evangelio de Dios como Dios quiere que lo hagamos. “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura”. “Id y enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. He aquí, os digo, la fe en Jesús es el único escape del alma. Profesa que la inmersión es la manera propia de Dios de profesar la fe ante los hombres. El Señor os ayude a obedecerle en los dos grandes mandamientos del Evangelio, por causa de Jesús. Amén.

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