“Volvió luego David para bendecir su casa; y saliendo Mical a recibir a David, dijo: ¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel, descubriéndose hoy delante de las criadas de sus siervos, como se descubre sin decoro un cualquiera! Entonces David respondió a Mical: Fue delante de Jehová, quien me eligió en preferencia a tu padre y a toda tu casa, para constituirme por príncipe sobre el pueblo de Jehová, sobre Israel. Por tanto, danzaré delante de Jehová. Y aun me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos; pero seré honrado delante de las criadas de quienes has hablado.”
2 Samuel 6:20-22
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Ustedes recordarán el notable pasaje de la Historia Sagrada que les relaté esta mañana, cuando David trató en una ocasión de llevar el arca de Dios de Quiriat-jearim a Jerusalén, pero desatendiendo la ley de Dios, pusieron el arca sobre una carreta, en lugar de llevarla sobre los hombros de los levitas, y como un error muy pronto lleva a otro, cuando los bueyes tropezaron, Uza extendió su mano para sostener el arca y evitar que cayera, y Dios lo hirió allí por su error, y murió.
Fue un momento terrible. El pulso de aquella vasta asamblea, que latía con solemne festividad, se detuvo súbitamente. La trompeta que antes había emitido su alegre sonido, con la sagrada melodía de la corneta, del salterio y del arpa, todo se silenció en un instante. La tristeza y el terror se apoderan de las mentes de todos. Se retiraron a sus hogares, el arca fue llevada a una casa privada contigua, la residencia de aquel eminente siervo de Dios, Obed-edom, y allí permaneció por espacio de tres meses.
David recobró por fin el ánimo y, por segunda vez, después de leer atentamente la ley de Dios sobre el traslado del arca, bajó a casa de Obed-edom para llevarla. Esta vez los sacerdotes levantaron el arca sobre sus hombros por medio de las varas de oro que pasaban por anillos de oro, y así sostuvieron el arca. Al comprobar que no habían sido heridos, sino que vivían y eran capaces de llevar el arca, David se detuvo y ofreció siete novillos y siete carneros en sacrificio a Dios.
Entonces, despojándose de su manto real, dejando a un lado su cultivo, se vistió como un sacerdote, se puso un efod de lino para que pudiera tener facilidad en la tarea que tenía la intención de llevar a cabo, y así, en medio de todo el pueblo, como el más pobre y más mezquino de ellos, se fue delante del arca, y tocando con su arpa, bailó delante del Señor con toda su fuerza.
Mientras lo hacía, pasó por delante de su casa, y su esposa Mical, al mirar hacia afuera, pensó que era algo extraño ver al rey vistiendo un manto tan insignificante como un efod de lino. Ella prefería verlo vestido con algún buen traje babilónico de lino fino, o deseaba verlo vestido con sus ropas habituales y lo despreciaba en su corazón.
Cuando David entró, la primera palabra que ella pronunció fue una burla: “¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel!” Luego exageró lo que él había hecho, su enojo encontró desahogo en el sarcasmo, hizo creer que él se había comportado peor de lo que podría haberlo hecho. Simplemente se había despojado de sus vestiduras y había actuado como el resto del pueblo al danzar ante Dios.
Ella le acusó de inmodestia, lo cual, por supuesto, no era más que una sátira lamentable, ya que en todo había actuado intachablemente, aunque con humildad, como el resto del pueblo. Él le respondió con inusitada acerbidad. Rara vez parecía perder los estribos de repente, pero en este caso lo hizo un poco. Su respuesta fue: “Fue delante de Jehová, quien me eligió en preferencia a tu padre y a toda tu casa”. De esta manera tan significativa, y ominosamente, le recordó su genealogía.
Y porque había despreciado a su marido cuando éste había actuado al servicio de Dios según los dictados de su corazón, el Señor la hirió con una maldición, la mayor maldición que una mujer oriental pudiera conocer, una maldición, además, que aniquiló la última esperanza expirante del orgullo de su familia: se quedó sin hijos hasta el día de su muerte.
Ahora bien, esta imagen está diseñada para enseñarnos alguna lección sana. Quiero que la miren. Ustedes recuerdan ese viejo dicho nuestro: “Debemos esperar algún peligro cercano, cuando recibimos demasiado deleite”. Cuando veo a David danzando, estoy muy seguro de que habrá un oscurecimiento de su corazón en poco tiempo. ¡Qué feliz parecía! Todo su semblante estaba radiante de alegría.
Me parece oírlo gritar más fuerte entre aquella multitud: “Cantad a Jehová; cantadle salmos; cantadle; cantadle; invocad su santo nombre”, y luego, despertando todas las cuerdas de su corazón hasta el éxtasis, canta de nuevo: “Cantad a Jehová; venid a cantarle; cantad salmos a su nombre”.
Tal vez nunca estuvo en una emoción más santa, sus espíritus estaban enardecidos, estaba en un flujo de gozo celestial. ¡Ah! David, hay un aguijón para ti en alguna parte. Ahora hay calma, pero se levanta una tempestad.
“Temo más a la calma traicionera
que a las tempestades dando vueltas”
Esta alegría está en el umbral de un dolor. Bendice al pueblo. Después que ha cesado su adoración a Dios, distribuye a cada hombre una jarra de vino y una hogaza de pan, y un buen pedazo de carne, y todos comen y están alegres delante de su Dios, y ahora David dice: “He bendecido al pueblo; he alegrado a todos; entraré en mi casa, y allí les daré la bendición”.
Pero le recibe en el umbral su propia esposa, y ella, de la manera más sarcástica, se mofa de él: “¡Cuán honrado ha quedado hoy el rey de Israel!”. El pobre David está enfadado, desconsolado y triste. Su alegría se desvanece por un tiempo, aunque él la reprende, sin duda la ironía le llegó al alma, la alegría de aquel día se vio gravemente empañada.
“Un hombre cristiano rara vez está tranquilo por mucho tiempo,
cuando un problema se ha ido, otro se apodera de él.”
Así dice el viejo John Bunyan, y podemos decir con verdad que cuando estamos en la cima de una montaña no estamos lejos del fondo de un valle. Cuando estamos en la cima de una ola, no pasa mucho tiempo antes de que estemos en el fondo de otra. Cuesta arriba y cuesta abajo es el camino al cielo. Nuestro camino debe ser accidentado. Los tonos dorados se entrelazan con un fondo negro. Tendremos gozo, pero debemos tener prueba, seremos llevados, pero debemos tener problemas en la carne.
Esta noche sólo voy a hablar un poco, primero acerca del problema de David, segundo, de la vindicación de su conducta, y tercero, de su noble resolución, y mi propósito principal será estimularlos a todos ustedes, si alguna vez están sujetos a una prueba como la suya, para que tomen su resolución y la fundamenten en su razón.
I. Primero, el problema de David.
Su problema era peculiar. Vino de un lugar donde menos debería haberlo esperado, “Oh”, dice el viejo maestro Frampton. “Joab golpeó a Abner debajo de su quinta costilla; hay muchos hombres que también han sido golpeados en su costilla”. Dice otro: “Es una extraña estratagema de Satanás quebrar la cabeza de un hombre con sus huesos, y sin embargo muchos hombres se han enfrentado a tan rudo trato. Los que han sido la principal alegría de nuestros corazones han sido a menudo el medio para causarnos el dolor más penoso”.
¿Acaso no le ha sucedido a muchas mujeres cristianas que su esposo ha sido su mayor enemigo en la religión, y muchos hombres cristianos han encontrado que la compañera de su propio seno es el obstáculo más difícil en el camino al cielo? Me limitaré a darles algunas imágenes que sé que han ocurrido y que están ocurriendo todos los días; se ajustarán a algunos de ustedes que están ahora presentes.
Un hombre de Dios fue a la casa del Señor. Había alguna gran obra en marcha, él ayudó a esa obra, pero cuando regresó a casa, tan pronto como entró por la puerta, Mical, la hija de Saúl, estaba allí y le dijo: “Estás loco, lo estás, estás loco, no sabes qué hacer con tu dinero, lo regalas a esto y a aquello, y dejas a tus hijos mendigando. Eres un necio”, dijo ella, “estás engañado, te has vuelto loco con tu religión”. El hombre la aguanta y la soporta pacientemente, aunque le llega al corazón, y se aleja muy turbado.
Esta vez había otra mujer. Subió a la casa de los hermanos de su Maestro, y allí se divertían, y había alegría en aquel lugar. Su corazón se dejó llevar por elevadas emociones, y en su camino de regreso a casa hubo una dicha indecible en su alma. En cuanto entró por la puerta, le preguntaron: “¿Qué te trae a casa tan tarde? ¿Por qué no has pasado la noche fuera? Pareces muy feliz. Me atrevo a decir que has estado entre esos hipócritas, ¿verdad?”. Ella no dijo nada, lo soportó pacientemente, pero el dardo se le había clavado en el corazón, y sintió dolorosamente que, sirviendo a su Dios con buena conciencia, le reprocharan como si hubiera hecho mal.
Hay muchos jóvenes que danzan ante Dios con todas sus fuerzas cuando han oído hablar de las cosas gozosas del pacto de gracia. Ha olvidado todas sus preocupaciones y todos sus problemas, y regresa, y tal vez esta vez sea su propio hermano, quien cuando se retiran a descansar comienza a ridiculizarlo. “¿Dónde has estado hoy? ¿Cómo has pasado el domingo? Me atrevo a decir que has estado oyendo a Fulano de Tal. ¿De qué te puede servir? ¿Qué tiene que contarte?” y hay una carcajada, no hay nombres suficientemente despectivos. Te llaman “tonto”.
Se supone que ningún hombre en su sano juicio será cristiano; pensar en cosas eternas es la señal más grande de locura. Por una breve hora, apartar los pensamientos de esta pobre tierra y reflexionar sobre las cosas eternas, es la señal de la locura.
Ahora, juzgamos que la locura se encuentra en el otro lado. Cuando pesamos las frivolidades de esta vida y las realidades de la vida venidera en la balanza del juicio, la locura se encuentra en extremo al otro lado con los despreciadores, y no con nosotros mismos. Los hijos de este mundo nunca entendieron a los hijos del otro, y nunca lo harán. “La luz vino al mundo y las tinieblas no la comprendieron”.
¿Cómo podrían las tinieblas hacer algo contra la luz, excepto oponerse a ella? No podía esperarse que los que sirven al pecado amaran a los que sirven a la justicia.
El aceite y el agua no se mezclarán, el fuego y el diluvio nunca dormirán en la misma cuna, y no puede esperarse que ese hombre-niño, la iglesia de Dios, tenga paz y sea feliz en la misma casa con ese viejo gigante que es la iglesia de Satanás, la sinagoga del diablo. Tiene que haber guerras y peleas, tiene que haber oposición y conflictos, mientras haya dos naturalezas en el mundo y dos clases de hombres.
Esta fue la prueba que David tuvo que soportar. Y quiero que noten cuán peculiarmente aguda debe haber sido esta prueba. Los afectos naturales están tan entretejidos con mil ligamentos que no pueden romperse fácilmente, pero son delicados como los nervios más finos, y nunca pueden ser heridos sin causar la sensación más dolorosa.
Seguramente David debe recordar que Mical era la esposa de su juventud, y que había alegría en su corazón el día en que se desposó con ella, y después de todo, ella había sido una buena esposa para él en muchos aspectos. Tales reflexiones harían que su alejamiento de él fuera aún más difícil de soportar.
“Oh”, podría haber dicho, “ella preservó mi vida una vez a riesgo de la suya, cuando yo yacía enfermo en la cama, y su padre, Saúl, había dicho: ‘Tráelo a la cama tal como está, para que yo pueda matarlo’. ¿No me hizo bajar por el muro en un cesto, y luego puso una imagen en el lecho, y rellenó la columna con pelo de cabra, y engañó a su padre para que yo escapara? Ah”, dijo él, “había amor en el pecho de aquella mujer, y ¿cuánto tiempo permaneció fiel mientras yo era cazado como una perdiz por los montes?”.
Es cierto que podía recordar que en sus peores tiempos ella lo había olvidado, pero ahora había vuelto a él, y David la amaba sinceramente, pues recuerden que cuando Abner quiso hacer las paces con David, su estipulación fue: “Si no me traes a Mical, no veré tu rostro”, de modo que sentía un profundo afecto por ella, y ella le había hecho bien.
Sin embargo, la delicia de su corazón se ha convertido en la enemiga de su espíritu. Ella es la que ahora se ríe de él por lo que había hecho con el puro deseo de servir a Dios y con una santa alegría al hacerlo. Ay, esa es la herida más cruel de todos, que va a lo más vivo de un hombre, cuando a quien ama y que recibe todo su amor, no obstante le echa en cara su celo por Cristo.
¡Ah, hermanos!, es una cosa feliz cuando somos capaces de regocijarnos juntos en nuestras relaciones familiares, cuando marido y mujer se ayudan mutuamente en el camino hacia el cielo.
No puede haber una posición más feliz que la del hombre cristiano que encuentra, en cada santo deseo que tiene para Dios, una ayudante, que encuentra que a menudo ella lo supera, que cuando él quiere hacer algo ella sugiere algo más, cuando él quiere servir a su Maestro hay una insinuación de que todavía se puede hacer más, y no se pone ningún obstáculo en el camino, sino que se presta toda la ayuda.
Feliz es ese hombre y bendito es. Ha recibido un tesoro de Dios, como aquellos que no pueden comprarse por diamantes, y mucho oro fino no podría cambiarse por él. Ese hombre es bendito del Altísimo, es el favorito del cielo, y puede regocijarse en el favor especial de su Dios.
Pero cuando es al revés, y sé que es el caso de algunos de ustedes, entonces sí que es una prueba dolorosa. Tal vez aunque sea una mujer cuidadosa, cautelosa, prudente y excelente en el mundo, no puede ver contigo en las cosas que amas en el reino de Dios, y cuando has hecho algo que en el exceso de tu celo parece poco, ella lo considera desmesurado y extravagante.
“Oh”, dice ella, “¿vas y te mezclas con esta gente? ¿Acaso va el rey David y viste un efod de lino como un campesino? ¿Vas y te sientas con esa gentuza? Tú puedes defender tu dignidad, poner “escudero” tras de ti, y sin embargo caminar por la calle con cualquier mendigo que quiera llamarse cristiano. Tú,” dice ella, “que eres tan cauto en todo lo demás, pareces haber perdido la cabeza cuando piensas en tu religión,” así que será sarcástica y lanzará palabras como flechas a ese hombre de tal manera que cada una de ellas pueda causarle una herida.
Y ahora permítanme decir aquí, que esto es más frecuentemente hecho por el esposo contra la esposa, y más frecuentemente aún por los dos compañeros aprendices u obreros uno contra el otro. Es curioso que cuando los hombres van al infierno no haya nadie que los detenga. “¡Abran paso, abran paso, abran las barras de peaje allí, apártense, que no haya un perro en su camino! Abridle paso!” ¿No es ese el grito del mundo?
Pero aquí viene un hombre que quiere ir al cielo. “¡Bloqueen su camino, arrojen piedras en el camino, bloquéenlo, háganlo tan difícil como pueda ser!” Ay, y gente buena también, gente buena que no sabe lo que está haciendo; son empleados por Satanás para impedir nuestro camino al cielo. Pobres almas, no conocen lo mejor. Satanás entra en ellos y los pone en nuestra contra, para ver si de alguna manera u otra pueden dañar nuestra integridad porque amamos todo el Evangelio, y no nos contentamos con tener sólo una parte.
Ah, hermanos y hermanas, ésta es una prueba dolorosa, pero sabed que vuestras aflicciones no son extrañas ni inusuales, las mismas aflicciones se cumplen en vuestros hermanos que están en el mundo.
II. Me apartaré ahora de la consideración del problema, para mirar al santo David mientras lo enfrenta y lo afronta. Hemos tenido la prueba de David, ahora tendremos la justificación de David.
¿Qué dijo David para justificar lo que había hecho? Dijo: “Fue delante de Jehová, quien me eligió en preferencia a tu padre y a toda tu casa, para constituirme por príncipe sobre el pueblo de Jehová, sobre Israel; por tanto, yo danzaré delante de Jehová”. La justificación que David daba a sus actos era la elección que Dios había hecho de él.
¿No ven aquí la doctrina de la elección? Dios lo había elegido antes que a su padre Saúl. “Ahora”, dice David, “ya que por amor especial y favor divino fui levantado del común del pueblo y hecho rey, me rebajaré de nuevo al común del pueblo, y alabaré a mi Dios como lo hace el pueblo, usando sus vestiduras, danzando como ellos danzan y tocando el arpa como lo hace el resto de la alegre multitud”. La gratitud era la nota clave de su culto.
Que el mundano diga del cristiano cuando actúa fiel a su Maestro: “Sois entusiastas”, nuestra respuesta es: “Sí, lo somos, podemos ser considerados entusiastas si nos juzgáis por las reglas ordinarias, pero no debemos ser juzgados así, consideramos que hemos sido amados con amor especial, que Dios se ha complacido en perdonar nuestros pecados, aceptarnos por Su gracia soberana, y darnos los privilegios de Sus hijos”.
“Amados por nuestro Dios, por Él nuevamente
Con amor intenso ardemos;
elegidos de Él antes de que el tiempo comenzara,
le elegimos a cambio”.
No esperamos que los hombres ordinarios hagan por Dios lo que haría el cristiano. “No”, dice él,
“Amo mucho, perdono más,
soy un milagro de la gracia”.
Si da más a la causa de Dios de lo que otros hombres piensan dar, aun así le parece muy poco, pues dice,
“Si todo el reino de la naturaleza fuera mío,
sería un tributo demasiado pequeño;
amor tan asombroso, tan divino,
exige mi alma, mi vida, mi todo”.
Mical puede decir que hemos actuado locamente, ella actuaría igual si sintiera lo que nosotros sentimos. Los hombres del mundo pueden decir que actuamos extravagantemente, y que vamos más allá de la regla de la prudencia, ellos también irían más allá de la regla de la prudencia si hubieran sido partícipes de un amor semejante, y recibido un favor semejante. El hombre que se siente elegido por Dios desde antes de la fundación del mundo, que tiene la sólida convicción de que todos sus pecados han sido borrados, que es hijo de Dios, que es aceptado en el Amado, que su cielo está asegurado, yo digo que no hay nada extravagante que ese hombre pueda hacer. Irá y será un misionero a los paganos, cruzará los mares con su vida en sus manos, y vivirá en medio de una población pagana.
Los hombres dicen: “¿Para qué? Él llama ganancia sólo una miserable miseria para sostener la vida, después de renunciar a las más llamativas oportunidades, debe estar loco”. Loco sin duda pueden considerarlo, si juzgan como juzgó Mical; pero si consideran que Dios lo ha escogido, y lo ha amado con un amor especial, no es sino razonable, incluso menos de lo que cabría esperar, que un hombre así esté dispuesto a sacrificarse por Cristo.
Pongamos otro ejemplo. Permítanme extraer una imagen de las memorias de uno en años pasados. Predica en una iglesia de Glasgow, acaba de ser admitido en la iglesia, tiene ante sí la posibilidad de ser nombrado obispo si quiere, pero no lo busca. Sin mitra ni beneficio, va a Kennington Common y Moorfields, a todos los tocones y vallados del país, de modo que es deán rural de todos los lugares comunes y canónigo residente en ninguna parte. Le lanzan huevos podridos, una vez descubre que le han expuesto en medio de un sermón, mientras abría los corazones de los hombres.
¿Por qué lo hace? Los hombres dicen que es fanático. ¿Para qué necesitaba Whitefield hacer esto? ¿Para qué necesitaba John Wesley ir por todo el país? Ahí está el reverendo Fulano de Tal, con sus catorce sueldos y sin predicar nunca; es un buen hombre. “Oh”, dice el mundo, “y hace una buena cosa de ello, no lo dudes”. Eso es un dicho común, “Él hace una buena cosa de él”. Y cuando él murió, él hizo una cosa buena de ello, porque él silenció la lengua de la calumnia, sin dejar nada sino una reputación imperecedera detrás.
Cuando el señor Wesley trabajaba ampliamente, decían: “Es un hombre rico”, y le cobraban un impuesto muy alto por su plato. Él dijo: “Pueden tomar mi plato a cualquier precio si quieren, porque todo lo que tengo son dos cucharas de plata, tengo una en Londres y otra en York, y por la gracia de Dios, nunca tendré más mientras haya gente pobre alrededor”.
Pero la gente decía: “Ya lo creo que lo están haciendo bien, ¿por qué no pueden estar quietos como los demás?”. La única razón por la que no podían, era justamente ésta, que Dios los había elegido antes que el resto de la humanidad, sentían que eran objetos especiales del favor divino, y sabían que su vocación, no era sólo hacerlos bienaventurados, sino hacer de ellos una bendición.
Lo que otros hombres no podían o no querían hacer, ellos lo hacían; no podían descansar antes de hacerlo, podían danzar como David ante el arca, degradando el carácter clerical; podían rebajar la fina dignidad del párroco, para pararse como un charlatán ante los espectáculos de Moorfields, o en los picaderos de Spa Fields; podían bajar a las tablas del escenario para predicar el Evangelio, no se avergonzaban de ser como David, descubriéndose desvergonzadamente como tipos indecentes, a los ojos de las siervas de sus siervos; pensaban que toda esta desgracia era honor, y toda esta vergüenza era gloria, y lo soportaban todo, porque su justificación se encontraba en el hecho de que creían que Dios los había elegido, y por lo tanto elegían sufrir por causa de Cristo, antes que reinar sin Cristo.
Y ahora, hermanos y hermanas, les digo esto: si piensan que Dios los ha elegido y, sin embargo, no sienten que Él haya hecho grandes cosas por ustedes, o que reclame fuertemente su gratitud, entonces eviten la cruz. Si nunca te ha perdonado mucho, cruza el umbral, y baja por la verde tierra hasta el prado de Bye-path, si es cómodo caminar, baja allí.
Si no le debes mucho al Señor Jesucristo, elude Su servicio, sube al rincón allí cuando suene la trompeta, y dile a Mical que sientes mucho haberla disgustado. Di: “No volveré a hacer algo semejante, créeme, lamento que no te guste, espero que ahora me perdones, pero como considero que la religión es una cosa que debe agradar a todos tanto como a mí mismo, no volveré a danzar ante el arca”.
Háganlo ahora si no están bajo una gran obligación para con el Padre de los espíritus, y nunca han probado el amor electivo de Dios para sus almas. Pero, oh, mis queridos hermanos, hay algunos de ustedes listos para levantarse de sus asientos y decir: “Bien, yo no soy ese hombre,” y ciertamente, como su pastor, puedo ver que a algunos de ustedes se les ha perdonado mucho. No hace mucho tiempo estaban completamente borrachos, podían blasfemar contra Dios. No hace mucho tiempo, tal vez practicabais la deshonestidad, y nunca entrabais en la casa de Dios. Algunos de ustedes eran frívolos, festivos, descuidados, despreciadores de Dios, sin esperanza, sin Cristo, extraños a la comunidad de Israel.
Bien, ¿y qué os ha traído aquí ahora? Pues, la gracia soberana lo ha hecho, ustedes no habrían estado aquí si hubieran sido dejados a sí mismos, si Dios no hubiera hecho más por ustedes que por otros hombres, ustedes habrían sido dejados para seguir en el mismo curso que antes.
Ahora las persianas están subidas, esa tienda que solía estar abierta todo el domingo está cerrada. Ahora la pipa y la cerveza, o disipaciones más refinadas, que solían ocupar toda la tarde del domingo, con cinco o seis alegres compañeros, están guardadas, y ahora hay Biblia y hay oración, y ahora no se oye el juramento como antes. Supongo que usted atribuye este cambio de carácter a la gracia soberana, y está dispuesto a cantar con todos nosotros…
“La gracia condujo mis pies errantes
a hollar el camino celestial,
y nuevas provisiones cada hora encuentro
mientras prosigo en Dios”.
Entonces la misericordia que has recibido es una justificación completa para cualquier cosa que puedas hacer en el servicio de Dios, cualquier emoción que puedas sentir cuando lo estás adorando, y cualquier exceso de liberalidad que puedas mostrar cuando estás ocupado en proseguir hacia el reino de tu Señor y Maestro. Si la iglesia pudiera sentir esto una vez, ¡qué influencia ejercería!
En verdad, puedo decir, sin el menor halago, que nunca me encontré con personas sobre la faz de la tierra que parecieran tener una creencia más profunda en este hecho, que vivieran más verdaderamente de acuerdo con esta doctrina (elegidos por Dios, amados con amor especial, haciendo cosas extraordinarias) que aquellos entre quienes yo ministro.
A menudo me he arrodillado ante Dios para darle gracias por las cosas maravillosas que he visto hacer a algunos de los cristianos ahora presentes. En el servicio han ido más allá de lo que yo hubiera podido pedir. Debería pensar que me habrían considerado poco razonable si lo hubiera solicitado. Lo han hecho sin pedirlo. Arriesgándolo todo, han servido a su Maestro, y no sólo han gastado todo lo que podían gastar, sino que incluso han escatimado lo que no podían gastar para servir a Jesús. Han renunciado a la comodidad social y al bienestar personal para poder servir a su Maestro.
Tales hermanos sin duda encuentran su recompensa, y si alguien dijera de ellos: “es ridículo, es absurdo, se dejan llevar por un celo fanático,” yo pongo en su boca esta respuesta: “sí, yo sería ridículo, yo sería absurdo, si no le debiera a Dios más que ustedes, pero Él me ha amado de tal manera que no puedo amarle lo suficiente, mucho menos amarle demasiado, Él me ha amado a tal grado que no puedo hacer demasiado por Él, de hecho siento que no puedo hacer ni la mitad de lo suficiente”. Siendo tú un carácter especial, has prestado a Dios un servicio especial, y Dios te bendice por ello, sí, te bendice en ello. Tal fue la justificación de David.
III. No menos digna de nuestra atención fue su resolución, de la que paso a hablar brevemente.
¿Qué dijo? ¿Retrocedió y se hizo el cobarde, dobló la espalda ante el látigo de la reprensión y renunció a las extravagancias de su devoción? No. Dijo, y dijo francamente: “Y aun me haré más vil que esta vez, y seré bajo a tus ojos”, y así sucesivamente.
Ahora Dios quiera que tu resolución sea la misma. Siempre que el mundo te reproche, di: “Bien, te agradezco esa palabra, me esforzaré por merecerla mejor, si he incurrido en tu desagrado por mi consistencia, seré más consistente, y te desagradará más, si quieres. Si es una vileza servir a Cristo, le serviré más de lo que lo he hecho nunca, y seré más vil todavía; si es vergonzoso ser contado con la gente pobre, probada y afligida, seré deshonrado. Es más, cuanto más deshonrado esté, más feliz seré, sentiré que la deshonra es honor, que la ignominia es gloria, que la vergüenza y el escupitajo de labios de los enemigos no es sino lo mismo que la alabanza y la gloria de boca de Cristo”.
En vez de ceder, avanza, demuestra a tus enemigos que no sabes retroceder, que no estás hecho del blando metal de estos tiempos modernos.
Dice un viejo escritor que antiguamente los hombres cuidaban de sus casas, pero que ahora las casas cuidan de los hombres, que antes comían en tazones de roble, y entonces eran hombres de roble, pero ahora son hombres de sauce, que pueden doblarse por cualquier cosa, son hombres de barro, que pueden hacerse pedazos. Apenas en la política, en los negocios, o en la religión, tienes a un hombre. Ustedes ven un montón de cosas que se llaman hombres, que giran en la dirección en que sopla el viento; un número de predicadores giran al norte, al sur, al este y al oeste, según lo dicten los tiempos, y sus circunstancias y la esperanza de ganancia los lleven a la deriva.
Ruego a Dios que envíe unos cuantos hombres con lo que los americanos llaman “agallas”, hombres que cuando saben que una cosa es correcta, no se apartan, ni se alejan, ni se detienen, hombres que perseveran tanto más porque hay dificultades que superar o enemigos que encontrar, que permanecen tanto más fieles a su Maestro porque son rechazados, que, cuanto más se les empuja al fuego, más se calientan; que, al igual que el arco, cuanto más tensada esté la cuerda, con más fuerza lanzará sus flechas, y así, cuanto más sean pisoteados, más poderosos se volverán en la causa de la verdad contra el error.
Resuelvan, hermanos y hermanas, cuando sufran cualquier tipo de persecución, enfrentarla con el rostro lleno. Como una ortiga es el perseguidor, tócalo suavemente y te picará, pero agárralo, y no te hará daño. Agarra a los que se te oponen, no con ruda venganza, sino con el fuerte apretón de la decisión tranquila, y habrás ganado la partida.
No cedas ningún principio, no, ni un pelo de ese principio. Defiende cada grano solitario de verdad, contiende por él como por tu vida.
Recuerden a sus antepasados, no sólo a sus antepasados cristianos, sino a aquellos que son sus progenitores en la fe como bautistas. Recordad a aquellos que en el pasado fueron expulsados de la iglesia cristiana con desprecio porque no se adhirieron a los errores de su tiempo. Piensen en las nieves de los Alpes y recuerden a los valdenses y a los albigenses, sus grandes precursores.
Piensa de nuevo en los Lolardos, los discípulos de Wycliffe, piensa en tus hermanos en Alemania, que, no hace muchos siglos, no, sino hace un siglo, fueron cosidos en sacos, les cortaron las manos, y sangraron y murieron: una gloriosa lista de mártires.
Todo tu linaje, desde el principio hasta el fin, está manchado de sangre. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos ha sufrido la violencia de los hombres, y vosotros, ¿os rendiréis? ¿Acaso estos tiempos suaves, estas edades apacibles, os quitarán vuestro valor prístino, os convertirán en los hijos cobardes de padres heroicos? No, si no estáis llamados a los sufrimientos de un mártir, llevad el espíritu de un mártir. Si no podéis arder como él en la carne, arded como él en el espíritu. Si no tenéis que soportar más que la prueba de las burlas crueles, soportadla con paciencia, soportadla con alegría, porque felices sois, en la medida en que sois hechos partícipes de los sufrimientos de vuestro divino Maestro.
Nunca, os ruego, desfallezcáis en vuestro camino, sino que pongáis más amor de vuestros corazones al servicio de vuestras vidas. Nunca cedáis ni una tilde de la verdad que Dios os ha encomendado, tomad la cruz y llevadla, por pesada e ignominiosa que sea, llevadla con valentía. Si el padre se vuelve contra el hijo, y el hijo contra el padre, lloradlo y lamentadlo. Si el marido se vuelve contra la mujer, y la mujer contra el marido, procurad que no sea por culpa vuestra, pero si es por amor de Cristo, llevadlo con alegría, llevadlo con deleite, sois muy honrados.
No puedes llevar la corona de rubíes del martirio y del fuego, esa diadema resplandeciente, sino has conseguido al menos una joya abandonada, dale gracias a Dios por ello, y nunca te acobardes, nunca te avergüences de sufrir por Su nombre, y da a cada Mical que se ríe la respuesta: “Si esto es vil, yo me propongo ser más vil todavía; si esto es vergonzoso, seré más vergonzoso; si esto motiva vuestra burla, os reiréis más fuerte que nunca, vuestras oportunidades para burlaros de mí nunca faltarán, hasta que vuestra disposición para el ridículo cambie”.
Oh, esa es una manera gloriosa de tratar con los adversarios. Si un león te ruge, míralo y sonríe, y dejará de rugir. Cuando un perro grande sale a ladrarte, cállate, es maravilloso lo fácil que es domarlo. Una vez estuve en el norte de Escocia, donde había un perro feroz encadenado. Salió, lo acaricié, saltó con las patas delanteras sobre mí, lo acaricié y parecía que me tenía un cariño especial. Salió el amo. “Váyase, mi querido señor”, dijo, “ese perro lo hará pedazos”. Pero yo no lo sabía, y cuando pasé a su lado pareció saber que yo no le tenía ningún miedo, así que no se metió conmigo.
Del mismo modo, cristianos, no os asustéis ante vuestros adversarios. Pueden rugir, o pueden gruñir, pero no os encojáis de miedo, eso les hará ladrar más. Hacedles el menor caso posible. Ah, pobrecitos, bien puedes decir: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Sólo déjalos en paz, y si necesitan saber la razón, diles lo que David le dijo a Mical: “Dios te ha elegido para mostrar Su alabanza”. Me atrevo a decir que puedes estar lo suficientemente loco a sus ojos.
Un buen amigo mío, cuando le dijeron que estaba loco, dijo: “Bueno, sí estoy loco, deberías ser muy paciente conmigo, por miedo a que empeore. Si estoy loco ahora, tal vez me vuelva salvaje. Así que sé amable conmigo”. Hay una manera de responder con buen humor, pero sin amargura. Dile a la gente que se ofende innecesariamente que deben tratar de enseñarte mejor, que si te has desviado tanto deben guiarte de nuevo. Con el tiempo se habrán cansado de esas burlas y empezarán a respetarte.
Si hay alguien en una familia a quien se admira más que a nadie, suele ser aquel a quien toda la familia maltrató alguna vez. Ha soportado el peso de la oposición, se ha mantenido firme y se ha ganado la palma de la coherencia. Cede un centímetro y tendrás que ceder un codo. Cede un solo metro y tu enemigo te expulsará. Quédate quieto, tranquilo, en silencio, con la determinación de que puedes morir, pero no puedes escapar, que podrías sufrir cualquier cosa, pero no podrías negar a tu Maestro, y tu victoria se gana.
Nunca des una palabra o una mirada airada, no imites a Pedro en ese aspecto, a los mejores hombres sólo hay que seguirlos en la medida en que se parezcan a su Maestro. “Cuando seas injuriado, no devuelvas la injuria”. Sufre con paciencia todo lo que se te diga, pero cuando sufras no cedas.
Recuerda el lema de los antiguos mártires, ¿lo conoces? En algunos de los antiguos libros de mártires verás la imagen de un yunque, y te preguntarás: “¿Qué significa eso? Era un dicho común de Calvino: “El Evangelio es un yunque que ha roto muchos martillos, y romperá muchos martillos todavía”. Que tu adversario sea el martillo, y tú el yunque. El martillo se romperá y el yunque se mantendrá firme, recuerda esto: “El que persevere hasta el fin será salvo”.
Ahora, creo que escucho a algunos cristianos decir: “Este sermón no es aplicable a mí”. “Bueno, hermano, me alegra que no lo sea. Me alegro si Dios te ha puesto en una posición tan generosa de providencia. Pero oh, es aplicable a muchos, muchísimos, les digo entonces, oren por los tales, mencionen a los que están en prisiones como atados con ellos.
Cuando estéis en oración y tengáis que dar gracias a Dios por ser hijos de padres piadosos que, lejos de oponerse a vosotros, han hecho cuanto han podido para ayudaros, agradecedlo mucho, como un privilegio que hay que apreciar, porque tantos carecen de él. Es una felicidad para algunas de vuestras flores que crezcan en un invernadero donde el aire es tan cálido y tan suave, pero hay algunas que tienen que estar fuera bajo la escarcha, orad por ellas. Cuando penséis en las ovejas del redil, tened cuidado de pensar en las que están en el desierto, expuestas a la tormenta de nieve que se avecina, tal vez enterradas en un hueco y a punto de morir. Piensa en ellas.
Usted puede suponer que hay muy poco sufrimiento por Cristo ahora. Yo digo lo que sé: todavía hay mucho sufrimiento. No me refiero a la hoguera, no me refiero a la horca, no me refiero a la persecución por la ley, es una especie de martirio lento. Puedo decirle cómo se lleva a cabo. Todo lo que hace un joven se le echa en cara. Cosas inofensivas e indiferentes en sí mismas, se tergiversan en acusaciones de que hace mal, si habla, sus palabras se vuelven contra él, si calla es peor. Todo lo que hace es tergiversado, y de la mañana a la noche siempre está lista la burla.
Generalmente se usa todo lo que se puede decir en contra de su ministro, porque el mundo sabe que cuando encuentran faltas en el ministro, esto afecta al pueblo, si es un pueblo amoroso, hasta la médula, y se lanzan insinuaciones en contra del ministro por sus motivos, también se dicen todas las cosas acerca del pueblo de Dios, uno dice que el ministro es un predicador de “sí y no”, otro dice que es demasiado elevado en doctrina, uno lo acusará de ser santurrón, otro lo acusará de flojera.
Ah, hermanos, no debéis temer, podéis dar testimonio de la verdad digan lo que digan, debéis soportar al calumniador y resistir. Si os echan en cara algo, seguid defendiendo a vuestro Señor Jesús. No te pido que me defiendas, ya lo harás, lo sé. Pero defiende a tu Señor y Maestro, no cedas ni un ápice, y llegará el día en que tendrás honor aun a los ojos de aquellos que en el mundo una vez se rieron de ti y te avergonzaron abiertamente.
Antes de terminar, permítanme decir una o dos palabras más en general a toda esta congregación. Hay tres clases de personas a las que mi texto mira con un ceño oscuro y terrible. Primero, están aquellos cuyos labios son siempre rápidos para torcerse, cuyo semblante es siempre presto para la burla, cuyas lenguas están siempre listas para una broma profana cuando el servicio de Dios se cruza en su camino.
Sólo les digo que tengan cuidado, no sea que eso les sobrevenga: “Como amó la maldición, que le sobrevenga; como no se deleitó en la bendición, que esté lejos de ella”.
En segundo lugar, hay quienes hasta cierto punto están a favor de la adoración de Dios y de los servicios de la Iglesia. Pero llega una temporada de servicio extraordinario, un avivamiento que exige una energía fuera de lo común, y casi antes de que ellos mismos se den cuenta, la repugnancia de sus corazones encuentra alguna expresión fuerte y poco amable. Ahora permítanme señalarles a la hija de Saulo, y recordarles cómo en una hora demostró su linaje, se identificó con una familia que el Señor había rechazado, y selló su propia condenación irrevocable.
Luego, en tercer lugar, está el profesante de religión, que con la prueba de David espera la constancia de David. ¿He sembrado la semilla de la verdad del Evangelio difundida entre ustedes tan a menudo, y no ha caído ninguna en pedregales? Puede que hayáis oído la Palabra, y enseguida con gozo la hayáis recibido, y puede que hayáis “durado algún tiempo, aunque no tengáis raíz en vosotros”. Pero permítanme preguntarles, cuando surge la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, ¿se sienten ofendidos? Si es así, su caso es deplorable.
¿Rechazas el primer soplo de burla con una lengua frívola? ¿Escuché que el otro día dijiste: “Oh, yo no profeso nada, sólo voy a esa capilla de vez en cuando para escuchar al predicador, me gusta bastante”? ¡Ah, joven! que tu conciencia sea testigo de que estás retrocediendo indignamente. Puede que sólo disimules un poco al principio, pero si eres lo bastante cobarde para disimular, puede que, dentro de poco, demuestres ser lo bastante infiel para apostatar. Hermanos y hermanas en el Señor, “manteneos firmes en un mismo espíritu, unánimes en la lucha por la fe del Evangelio, en nada aterrorizados por vuestros adversarios”. “Porque a vosotros se os ha concedido en favor de Cristo, no sólo creer en su nombre, sino también padecer por su causa. Amén”.
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