SERMÓN #309 – REDENCIÓN COMPLETA – Charles Haddon Spurgeon

by Mar 21, 2023

“No quedará ni una pezuña”
Éxodo 10:26

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La controversia entre Jehová, el Dios de toda la tierra, y Faraón, rey de Egipto, estaba destinada a ser recordada y mencionada a través de todas las generaciones. En aquella ocasión Dios permitió que la naturaleza humana llegara a su más alto grado de terquedad y obstinación, pero, no obstante, la sometió y la venció.

Ciertamente levantó a Faraón con este propósito, para mostrar Su poder en él. A Faraón, como monarca absoluto, se le permite llegar al grado máximo de dureza de corazón, y sin embargo el Señor mostraría a todas las generaciones venideras que Sus decretos permanecerán, y que Él hará todo lo que le plazca.

Recordarán que la disputa era de esta índole, Dios había enviado a su pueblo a Egipto en tiempos antiguos, para que habitara en la tierra de Gosén. Se habían multiplicado en gran manera, habían sido tratados favorablemente por los reyes sucesivos, hasta que finalmente se levantó un nuevo rey que no conocía a José. Comenzó a oprimir al pueblo, pero cuanto más lo oprimía, más aumentaba. Les amargó la vida con una dura servidumbre. En hacer barro y ladrillo, y en toda clase de servicio del campo, les hizo servir con rigor.

Probablemente fueron empleados en la construcción de muchos de esos poderosos pilares, las pirámides, que ahora se alzan sobre las llanuras de Egipto. Los sometía a las tareas más rigurosas, trabajaban bajo el látigo continuamente, y tenían que fabricar ladrillos sin paja, la más dura exacción posible que incluso un tirano hubiera podido imaginar.

Finalmente, el clamor del pueblo subió a su Dios en el cielo. Él vio su aflicción, escuchó su clamor, conoció sus penas, y determinó, con Su propio brazo desnudo, vengarse del Faraón y sacar a todo Su pueblo, la simiente de Jacob, de su casa de esclavitud.

Levantó a Moisés y lo envió con este mensaje al Faraón: “Así dice Jehová: Deja ir a mi pueblo para que me sirva”.

Faraón se ríe de ello: “Estáis ociosos”, dice, “estáis ociosos, no iréis”. Una plaga al instante es la respuesta de Dios a la risa del Faraón, convierte sus aguas en sangre y los peces que estaban en el río murieron.

El faraón cede un poco, pues si ha de ceder, ha de ser poco a poco. “Tendréis”, dice, “dos o tres días de descanso para servir a vuestro Dios, pero debe ser en esta tierra”. “No,” dice Moisés, “no podemos servir a nuestro Dios en esta tierra, debemos salir al desierto”. El faraón les ordena que se vayan. Otra plaga, y otra más. Y ahora el faraón cede. “Pueden ir al desierto, pero no deben ir muy lejos”. “No, pero”, dice Moisés, “no aceptaremos tal estipulación”.

El Faraón, pues, vuelve a engañar, vuelve a negarse, vuelve a enojarse y a ensoberbecerse, y Dios hiere la tierra con piojos, con moscas, con una enfermedad muy grave, con toda clase de plagas. Entonces Faraón dice: “Podéis ir, podéis ir al desierto; pero sólo irán los hombres fuertes de entre vosotros; dejaréis a vuestras mujeres y a vuestros pequeños”. “No”, dice Moisés, “debemos ir todos, con nuestras mujeres y con nuestros pequeños, debemos servir al Señor nuestro Dios”.

El Faraón se niega de nuevo, su corazón se endurece, no cede. Moisés, por orden del Señor, extendió entonces su mano hacia el cielo, y se produjo una densa oscuridad en toda la tierra de Egipto, incluso una oscuridad que se podía sentir. Entonces los súbditos del Faraón le clamaron: “Deja ir a estos hombres”. Faraón cede a esto: “Porque”, dice, “iréis vosotros, vuestras mujeres y vuestros niños, pero dejaréis atrás vuestro ganado y vuestros bienes”. “No”, dice Moisés, “Debemos tenerlo todo o nada; no quedará ni una pezuña”.

Ni una sola oveja se quedará en Egipto, todo el ejército de Dios, y todo lo que tienen, sus enfermos, sus jóvenes, sus ancianos, y todas sus posesiones deben salir de Egipto. Y recordarás que el Señor nunca cedió un solo punto al Faraón, sino que le exigió todo, y al fin lo sepultó con sus caballos y sus jinetes en las profundidades del mar.

Ahora me parece que esta gran disputa de antaño no es más que una imagen de la continua contienda de Dios con los poderes de las tinieblas. El mandato se ha extendido a la tierra y al infierno: “Así ha dicho Jehová: Dejad ir a mi pueblo para que me sirva”. “No”, dice Satanás, “no lo harán”. Y si se ve obligado a ceder en un punto, aún conserva su dominio sobre otro. Si tiene que ceder, será poco a poco.

El mal es duro al morir, no será vencido fácilmente. Pero ésta es la exigencia de Dios, y hasta el fin la tendrá. “Todo mi pueblo”, todo, cada uno de ellos, y todo lo que mi pueblo ha poseído, todo saldrá de la tierra de Egipto. Cristo lo tendrá todo, no se contentará con una parte, y esto jura cumplirlo. “Ni una pezuña quedará atrás”.

Creo que ahora comprenderán el sentido del discurso. Utilizo el texto como un aforismo, que espero poder ilustrar. Dios lo bendiga para nuestras almas. “Ni una pezuña quedará atrás”. Cristo tendrá a todos los que ha comprado con su muerte, tendrá a todos los que ha comprado con sangre, no perderá ni una fracción de la posesión comprada.

En primer lugar, Cristo tendrá a todo el hombre: “Ni una pezuña quedará atrás”. En el siguiente lugar, Él tendrá a toda la iglesia: “Ni una pezuña quedará atrás”. En el siguiente lugar, tendrá la totalidad de la herencia perdida de Su iglesia: “Ni una pezuña quedará atrás”, y por último, en el cuarto lugar, para concluir, tendrá al mundo entero para servirle: “Ni una pezuña quedará atrás”.

I.  Primero entonces, Cristo tendrá el hombre entero.

En su pueblo, al que ha comprado con su sangre, reinará sin rival. En cuanto al mundo que yace en el inicuo, el príncipe de este mundo tendrá su poder sobre él, hasta que se cumpla su tiempo. Pero en cuanto al pueblo del Señor que Él ha redimido, en el cual está puesto Su corazón, no permitirá que ni un solo cabello de su cabeza sea ajeno a Él. “Serán míos”, dice el Señor, “serán enteramente míos”. Cristo no será propietario parcial de ningún hombre, no tendrá una parte del hombre y dejará que la otra parte sea entregada a Satanás.

Al entrar en este punto, que Cristo tendrá al hombre entero, tendré que notar que Él ya posee a la totalidad de Su pueblo en su intención y propósito, y que poco a poco, cuando lo haya santificado por completo, entonces poseerá realmente todo el espíritu, el alma y el cuerpo del hombre que ha comprado con Su preciosa sangre.

Observen, entonces, oyentes míos, si son hijos de Dios, si son salvos, pertenecen entera y enteramente a Cristo. Por esto pueden saber esta mañana si son súbditos de ese viejo Faraón, o si Jehová es el Señor su Dios y su gran libertador. ¿Acaso no hay multitudes de hombres que parecen imaginar que si guardan un rincón en sus almas para su religión, todo estará bien? Satanás puede acechar a través de las amplias praderas de su juicio y de su entendimiento, y puede reinar sobre sus pensamientos y sus imaginaciones, pero si en algún tranquilo rincón se conserva la apariencia de la religión, todo estará bien.

¡Oh! no se engañen, hombres y hermanos, en esto Cristo nunca ha estado a medias en un hombre. Él tendrá la totalidad de ustedes, o no tendrá nada de ustedes. Él será el Señor supremo, el Amo supremo, el Señor absoluto, o no tendrá nada que ver con ustedes.

Puedes servir a Satanás, si quieres; pero cuando le sirvas, no servirás también a Cristo. Él no permitirá que tengas tu mano derecha a Su servicio, y tu mano izquierda empleada para los oscuros designios del infierno.

Cristo murió para comprar a todo el hombre, y si ustedes no están enteramente entregados a Dios, si en la intención y propósito de sus almas, cada pensamiento, y deseo, y poder, y talento, y posesión, si no son devotos y consagrados a Cristo, no tienen razón para creer que han sido redimidos por Su preciosa sangre.

Cristo no nos permitirá mantener ni un solo pecado. No podemos seleccionar algún mal favorito y decir: voy a entregar mi corazón enteramente a Dios, pero este vicio ha de ser escatimado. No, no, oyentes míos, ustedes no son de Cristo si tienen una lujuria consentida, un pecado que consienten con cariño. Pecan, aunque sean de Cristo; pero si os complacéis en el pecado, si lo amáis y os deleitáis en él, si no es para vosotros una plaga y una maldición, no tenéis ninguna razón para concluir que vuestro nombre está en Su pecho, o que pertenecéis a Cristo en absoluto.

Supongamos una casa atacada por siete ladrones. El hombre bueno de la casa tiene armas en su interior, y consigue matar a seis de los ladrones, pero si sobrevive un ladrón, y él le permite que asalte su casa, puede que aún le roben, puede que aún le maten. Y si he tenido siete malos vicios, y si por la gracia de Dios seis de ellos han sido expulsados, si todavía consiento y mimo uno que queda, todavía soy un hombre perdido. No soy Suyo mientras me rinda voluntariamente, y alegremente tenga comunión con una sola cosa mala y falsa.

No abogo por la perfección de la criatura, creo que es imposible que la alcancemos en la vida presente, pero sí abogo por la perfección en el propósito, la perfección en el diseño, y si albergamos voluntaria y deliberadamente un solo pecado, no somos amigos de Jesucristo.

Por lo tanto, no se debe reservar ni un solo pecado. Y así como no se ha de evitar ningún pecado, tampoco se ha de descuidar ningún deber. Si soy de Cristo, no he de despreciar Su ley y decir: “Tal y tal precepto me es agradable, lo guardaré”. No, así como aborrezco todo camino necio, así debo amar todo camino recto. “Por eso estimé rectos todos tus mandamientos sobre todas las cosas”. No hemos llegado a ser la propiedad comprobada de Cristo, a ser el pueblo desentrañado de Cristo, a menos que sintamos que en todos los mandamientos de Dios deseamos caminar irreprensiblemente. Ni una pezuña ha de quedar atrás.

Así como no se ha de reservar ningún pecado, ni se ha de rehuir ningún servicio, tampoco se ha de reservar ninguna capacidad de una entera consagración. Cristo compró al hombre entero, y el hombre entero debe ser consagrado a Cristo, no he de usar mi juicio para el Salvador, y dejar que mi imaginación esté ociosa, no he de reservar para el pecado la libertad de mi voluntad, mientras doy a Dios mi conciencia, sino que el hombre entero ha de ser entregado a Cristo, no está enlistado en el ejército de Jesucristo, quien no ha entregado a Cristo, cabeza, y manos, y pies, y corazón, y todo.

Me han dicho que en Escocia, en los viejos tiempos, los granjeros solían guardar un campo que no sembraban, lo guardaban para el diablo, lo llamaban “The good man’s croft”, para que Satanás pudiera merodear por allí todo lo que quisiera, y no perturbar las cosechas en otros lugares. Un extraño capricho.

¡Oh! Cuántos cristianos han tratado de hacer lo mismo en sus corazones. Han tenido sólo “la parcela del hombre bueno”, un pequeño rincón donde Satanás puede salirse con la suya, pero ¡oh! esto nunca servirá, toda la tierra debe ser labrada, cada acre debe ser sembrado con la buena semilla, porque todo es de Cristo, o de lo contrario nada es de Cristo, estamos totalmente consagrados, o no consagrados. Pertenecemos a Cristo desde la coronilla hasta la planta del pie, o no pertenecemos a Cristo en absoluto. El hombre, la naturaleza entera, debe rendirse. La exigencia es imperativa, al pie de la letra se verificará, “no quedará ni una pezuña”.

Pero, además, si ninguna capacidad debe estar sin consagrar, cuánto menos permitirá Cristo que nuestros corazones estén divididos. Si tratamos de servir a Dios y a las riquezas, a Dios y al yo, a Dios y al placer, no servimos a Dios en absoluto.

Cuando los romanos erigieron la estatua de Cristo, y la pusieron en su panteón, diciendo que debía ser uno entre sus dioses, su homenaje no valía nada. Y cuando volvieron sus cabezas, primero a Júpiter, luego a Venus, y después a Jesucristo, no honraron a nuestro Señor, sino que lo deshonraron. Su servicio no era aceptable, y así, si imaginas en tu corazón que a veces puedes servir a Dios, y a veces servirte a ti mismo y ser tu propio amo, has cometido un error.

Cristo no tendrá un servicio como este, lo tendrá todo o nada, y en verdad, hermanos, es necesario que escapemos enteramente de las trampas del pecado, pues de lo contrario no podremos ser salvos. Un antiguo y particular teólogo usa la siguiente figura: “Si”, dice él, “un ciervo es capturado en una trampa, y se libra de toda su miembros excepto una pata, no ha escapado mientras la pata esté en la trampa, y si se coge un pájaro, y si con mucho forcejeo consigue su libertad todo excepto un ala, sin embargo cuando el cazador venga lo cogerá a menos que esa ala también se libere”.

Lo mismo sucede con ustedes y conmigo; si una parte de nuestro corazón está entregada a Satanás, bien podríamos entregarlo todo, pues seguimos siendo sus esclavos atados. Si dices: “Bien, una vez estuve atado de pies y manos, pero ahora he roto la cadena de mi mano”. Sí, pero si el anillo de hierro rodea un pie, y está sujeto al suelo, sigues siendo un esclavo. Puedes haber roto la cadena de tu embriaguez, pero si no has roto la cadena de tu justicia propia, sigues siendo tan esclavo como siempre.

Es en vano que luches la mitad de la batalla, no es la mitad sino el todo lo que da la victoria. No se trata de matar aquí y allá un pecado, como detener aquí y allá una fuga en la embarcación; debe volver a establecerse la quilla, o de lo contrario se hundirá; hay que ponerle un nuevo fondo y hacerlo nuevo, y tú también debes hacerlo. Todas esas ligeras enmiendas y mejoras, por buenas que sean en el aspecto moral, son inútiles para la salvación espiritual de tu alma. Recuerda esto, tú que piensas que eres un creyente, fíjate si se puede decir de ti: “He salido enteramente de Egipto en la intención de mi corazón, “ni una pezuña ha quedado atrás”.

Pero para proceder, lo que ya es verdad en nuestra intención y propósito, dentro de poco será verdad en la realidad. Espera un poco, cristiano, unas cuantas luchas más contra la carne, un poco más de batalla y de guerra contra los poderes malignos dentro de ti, y pondrás tu pie sobre el cuello de tus viejas corrupciones, el pecado y el yo serán muertos, y Jesucristo reinará triunfante.

Qué alegría es para el cristiano creer que un día será perfecto. Así como hemos llevado la imagen de lo terrenal, así también llevaremos la imagen de lo celestial. La lengua que ha hablado muchas cosas malas, comprada con la sangre de Cristo, un día estará llena de los sonetos del paraíso. No habrá contienda en el alma, el cananeo no habitará más en la tierra, seremos vasos completamente purificados como por el fuego, completamente santificados y hechos aptos para el uso del Maestro.

Cuando subamos empapados de las riberas del Jordán, habremos dejado atrás todos nuestros pecados, nuestros pies subirán por esas colinas celestiales y nuestras vestiduras serán más blancas de lo que ningún batanero pueda hacerlas. Ni Jesús en su transfiguración será más completo y perfecto que nosotros en la nuestra.

Las negras gotas de depravación habrán sido quitadas de nuestros corazones, el virus de la profunda corrupción habrá sido extraído, y ocuparemos nuestro lugar entre los ángeles, puros como ellos, entre los espíritus perfectos, los profetas y la gloriosa hueste de mártires, tan verdaderamente santificados, tan plenamente redimidos, tan eficazmente liberados del pecado, como ellos mismos. La redención será completa, “no quedará ni una pezuña atrás”.

Antes de dejar este punto, permítanme señalar que hay una parte del hombre que parece ser la más despreciable, y que a veces pensamos que será abandonada. El pobre cuerpo será puesto en la tumba, los gusanos tendrán un carnaval dentro de él, y pronto se desmoronará hasta convertirse en unos cuantos átomos de polvo, pero Cristo, que redimió a Su pueblo, compró su carne y sus huesos, así como sus almas, “y no quedará ni una pezuña”. Ni el ojo quedará más que el juicio, ni el brazo más que el vigor espiritual, pues el Redentor reclama los órganos del cuerpo así como las facultades de la mente.

Él resucitará de entre los muertos los mismos huesos de Su pueblo, y mientras todo el ejército marchará detrás de su Líder conquistador, Él clamará: “De los que me has dado no he perdido a ninguno, ni un hueso de mi propio cuerpo ha sido quebrado, y ni un hueso de sus cuerpos ha quedado atrás.” El hombre entero, cuerpo, alma y espíritu, todo consagrado, todo lleno del Espíritu, estará de pie ante el trono y aplaudirá, y cantará el cántico eterno de gloria a Dios por los siglos de los siglos. “Ni una pezuña será dejada atrás”.

II. Esto, para proceder a la segunda parte de nuestro discurso, es igualmente cierto de toda la iglesia como de todo el hombre: “No quedará ni una pezuña atrás”.

Nunca me he adherido, y creo que nunca lo haré, a la doctrina de la redención universal. Creo en la eficacia ilimitada de la sangre de Cristo. No diría, con algunos de los primeros Padres, que una sola gota de la sangre de Cristo habría bastado para la redención del mundo. Me parece una expresión demasiado forzada, aunque sin duda su significado era correcto.

Creo que hay suficiente eficacia en la sangre de Cristo, si se aplica a la conciencia, para salvar a cualquier hombre y a todos los hombres. Pero cuando llego al asunto de la redención, me parece que cualquiera que haya sido el designio de Cristo al morir, ese designio no puede ser frustrado, ni de ninguna manera defraudado. Cuando miro a la persona de nuestro Señor Jesucristo, no puedo imaginar que alguien así, que ofrece tal sacrificio, pueda alguna vez ser frustrado en el designio de Su alma.

Por eso pienso que salvará a todos los que vino a salvar a propósito, a todos los que fueron grabados en los fuertes afectos de Su corazón como la compra de Su sangre. Todo lo que Su Padre celestial le dio vendrá a Él. A todos los que escogió desde antes de la fundación del mundo, los resucitará en el día postrero. Todos los que estaban incluidos entre los miembros de Su cuerpo místico, cuando fue clavado en el madero, serán uno con Él en Su gloriosa resurrección, y “ni una pezuña quedará atrás”.

Sé que hay algunos que creen en un Cristo decepcionado, que se lamentan de un designio no cumplido, de una cruz frustrada, de agonías gastadas en vano, de sangre derramada en tierra como agua que no se puede recoger. Yo no creo en tal cosa. Dios no crea nada en vano, ni creeré que Jesucristo murió en la cruz en vano en ningún sentido ni en ningún grado. Ni una pezuña de todo Su rebaño comprado quedará atrás.

Ven, pues. Creo imaginar las incontables multitudes que Jesús compró con Su sangre. Llegará el día en que su grandioso Pastor, caminando al frente de ellos, conducirá detrás de Sí a todo el rebaño, y no faltará ni uno. Pero supongan por un instante (tomemos ese terreno para ver cuán insostenible es), supongan por un instante que uno de esos comprados esté ausente, ¿de qué tipo será?

Supongamos que se trata de una discípula que sufre, que se ha revolcado en el lecho del dolor durante muchos meses y años, alguna discípula anciana llena de espasmos y convulsiones, que durante los últimos años parecía sufrir dolores como los del infierno, aunque yacía en las fronteras del paraíso: ¿se la dejará atrás? Tal suposición impugna el amor de Cristo. Si Él dejara a alguien, ciertamente no sería a los que sufren.

Si uno fuera desechado, ciertamente no de ese grupo de mártires que por Su causa sufrieron, ni de ese grupo peregrino de los despreciados que a través de mucha tribulación heredan el reino de los cielos. ¿Quién será entonces?

¿Serán los fuertes los que se pierdan? Imagínatelo. Pero, ¿cómo eran fuertes? Fueron fortalecidos por medio de Cristo, y sin embargo, ¿pueden perecer? Tal suposición impugna la inmutabilidad de Dios. ¿Los ciñó de fortaleza un día y los dejó indefensos al siguiente? ¿Acaso derramó Dios todo el vigor de Su gracia en un corazón y luego refrenó ese vigor, y permitió que el fuerte pereciera? Sansón, ¿te perderás después de haber matado montones y montones de tus mil hombres? ¿Morirás al fin sin gloria? No, si mueres en la tierra oirás los gemidos de tus enemigos filisteos a tu alrededor, y morirás como debe morir un guerrero, en medio de la batalla, un invicto.

¿Acaso el ministro de Cristo, a quien Dios ha bendecido grandemente, será abandonado por el Dios fiel, y la vergüenza de su caída resonará en todo el mundo y se convertirá en el escarnio y la burla del borracho y la ramera? Dios no lo quiera, Él guardará a los fuertes y ellos entrarán en la vida.

Pero supongan por un momento que fuera uno de nuestros débiles, nuestro pobre amigo, el Sr. Mente débil, o nuestra excelente hermana, la Srta. Desaliento, supongan que éstos han de perecer. ¡Ah! entonces esto impugnaría el poder de Dios, pues entonces el enemigo clamaría: “¡Ajá! ¡Ajá! Él guardó a los fuertes, pero no pudo guardar a los débiles. A los que se cuidaban de sí mismos los guardó, pero a los débiles los dejó perecer”.

Ay, amados, pero “ni una pezuña quedará atrás”, no esa pobre oveja rezagada, no ese pobre cordero recién nacido y débil, cada uno de ellos será traído, no, “ni una pezuña quedará atrás”.

“Pero”, dice uno, “tal vez serán los descarriados entre ellos”. Ah, pero si se pierden los que yerran en la iglesia, entonces se perderán todos, porque todos yerran. “Pero supongamos que hay algunos que yerran especialmente”. Bien, si éstos se perdieran, sería impugnar la gracia de Dios, porque entonces podría decirse, y decirse con verdad: “Fue por obras y no por gracia”, porque si es por gracia, entonces los descarriados deben ser traídos de vuelta y perdonados, e incluso aquellas ovejas que rompen el cerco y abandonan el pasto, éstas deben ser traídas, para que pueda decirse en la tierra y cantarse en el cielo que fue por gracia, por gracia gratuita, y sólo por gracia, que algunos fueron salvados, todos ellos salvados, que ninguno fue dejado atrás.

Creo que ahora veo al gran Pastor, y ahí están todas sus ovejas. Han estado vagando. Se han metido en una cañada oscura en las montañas y se acerca una tormenta de nieve y Él va a buscarlas. Allí están. El sombrío espíritu de la tempestad, el príncipe del poder del aire se encuentra con Él y le dice: “¡Atrás, Pastor! ¿Qué haces aquí?” “He venido a reclamar a los míos”. “Ya no son tuyos”, dice él, “se han extraviado en mi terreno y son míos, no tuyos”.

“Es más, demonio”, dice Él, “son Mías, tienen Mi marca de sangre en ellas, me fueron dadas por Mi Divino Padre, y estoy obligado por solemnes obligaciones a guardar cada una de ellas a salvo”.

“No los tendrás”, dice el demonio. “Debo hacerlo, lo haré”, dice Él. Lucharon y el Buen Pastor venció. Derribó al enemigo, lo pisoteó y lo aplastó, aplastó a la serpiente. Entonces la serpiente, con astucia, replicó: “Tuyos son; tuyos confieso, y te daré algunos de ellos, los más gordos”. “No”, dijo Él, “No, demonio, los he comprado todos, y los tendré todos”.

Y allí vienen, una buena compañía, pero él retiene a unos pocos. “No están todas”, dice el Pastor, “y quiero tenerlas todas”. “Pero”, dice el demonio, “hay algunas de ellas que son ovejas moteadas, y algunas que son negras y enfermas, ¿las quieres? Déjame al menos unas pocas”. “No”, dice Él, “No, debo tener las negras, las manchadas, las enfermas, que vengan todas. demonio, apártate, que vengan te digo, o mi brazo derecho te derribará al suelo otra vez”.

Y ahora vienen todos menos uno, y Satanás dice: “Aún más, ésta es tan pequeño, ésta es tan débil. No querrías tener uno tan deteriorada y enferma como ésta en tu brillante rebaño, hermoso Pastor de Dios”. “Sí”, dice Él, “pero antes que perder a uno de ellos moriré de nuevo, y derramaré Mi sangre una vez más para comprarlo de nuevo. ¡Aléjate! Todo lo que mi Padre me dio lo tendré”.

Y ahora pienso que lo veo en el último día terrible, cuando las ovejas pasen de nuevo bajo la mano de Aquel que se las lleva. Él clama: “De todas las que me has dado, no he perdido ninguna”. Ninguna ha perecido. El león no las ha devorado, ni el frío las ha destruido. Las he traído a todas sanas y salvas aquí, ‘ni una pezuña ha quedado atrás'”.

III. El tercer punto debía ser éste: Jesucristo no sólo tendrá todo de un hombre, y todos los hombres que compró, sino que tendrá todo lo que siempre perteneció a todos estos hombres.

Es decir, todo lo que Adán perdió, Cristo lo recuperará, todo aquello de lo que caímos en Adán, Cristo nos lo restaurará, y eso sin la disminución de una sola jota o tilde. No se cederá ni una pulgada del paraíso, ni se renunciará siquiera a un puñado de su polvo. Cristo lo tendrá todo, o no tendrá nada: “Ni una pezuña quedará atrás”.

Muy brevemente, permítanme hacer una breve lista de todas esas cosas preciosas que perdimos en Adán. Y primero con referencia a Dios. Los comprados por la sangre de Cristo disfrutaron una vez en su padre Adán de la semejanza divina. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, dice Dios. Desgraciadamente, esa semejanza ha sido contaminada y degradada.

Al igual que la inscripción del rey en la moneda, que se ha usado durante muchos años, no se puede decir de quién es la imagen y la inscripción ahora. Ay, pero la tendremos de nuevo. Dios volverá a estampar Su imagen preciosa, volverá a grabar Su nombre en Sus gemas, y llevaremos la semejanza de Dios como la llevó Adán, cuando salió de la mano de su Hacedor.

Hemos perdido también, como sabemos a nuestra costa, el favor divino por naturaleza. Dios amaba a Adán, le mostró ese amor, pero cuando Adán pecó, aunque Dios era misericordioso, no podía mostrar amor a quien se había convertido en un rebelde, quiero decir, no el amor de complacencia, aunque el amor de benevolencia no cesó ni por un momento.

Ay, pero Dios se deleita en Su pueblo ahora en Cristo. Cristo nos ha devuelto la plena luz del favor de Dios. El sol brilló sobre Adán plenamente, y no brillará sobre nosotros con menos resplandor. Dios amó a Adán con mucha ternura, pero nos ama a nosotros con la misma ternura. Hemos recuperado los dos privilegios divinos de la semejanza celestial y el favor celestial.

Pero recordarán también que Adán tuvo la bendición celestial de la comunión divina: “Jehová Dios se paseó con Adán en el huerto, al aire del día”. Y algunos de ustedes saben lo que es tener eso de nuevo, pues Él ha caminado con nosotros, y Dios ha hablado con su pueblo hasta que nuestros ojos han brillado, y nuestros corazones han estado a punto de quebrarse de alegría. Nuestro pobre y débil cuerpo no era capaz de contener su desbordante dicha.

Cristo recuperará para Su pueblo toda la semejanza de Dios, todo el favor de Dios, y toda la comunión con Dios, de la que Satanás los despojó. No tendrán ni una partícula menos, sino que creo que puedo aventurarme a decir que incluso más, pues Dios amó a Adán por causa de Adán, Él nos ama a ustedes y a mí por causa de Cristo, y ese es un motivo mejor, una consideración más elevada, más profunda y más grandiosa, que incluso amar a un hombre por causa de sí mismo.

Por causa de Su Hijo unigénito y bienamado, Él ama a todo Su pueblo con un afecto infinito e indefectible. Esta es la primera parte de la herencia que perdimos, y que Cristo nos devolverá.

Por otra parte, Adán perdió la felicidad, y nosotros también la hemos perdido, y nos hemos convertido en herederos de la tristeza, y como nuestro Maestro estamos familiarizados con el dolor. Ay, pero Él nos devolverá nuestra felicidad, ya hemos tenido alguna porción de ella. Aquel pozo de agua viva en el que Satanás arrojó una gran piedra para que no brotara, Cristo ha hecho rodar la piedra, y ahora bebemos el agua, de la que si un hombre bebe, nunca tendrá sed, y nunca necesitará ir a fuentes terrenales para beber.

¡Oh! ánimo, ánimo, cristiano, en todas tus penas, Cristo te devolverá esa gloriosa felicidad que Adán perdió por ti. Además, todos ustedes saben que en Adán perdimos el derecho a vivir. “El día que de él comieres, ciertamente morirás”. El hombre se convirtió en un alma moribunda, y ya no en un alma viva. Pero Cristo ha sacado a la luz la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio, y porque Él vive, nosotros también viviremos.

Y una vez más, el antiguo Adán era rey. Dondequiera que iba, había una dignidad en él, que hacía que el león señorial se agachara y lamiera sus pies, las aves del cielo le rendían homenaje, él ordenaba a los peces del mar que saltaran en sus aguas, y lo hacían porque él era el rey, el querubín coronado de Dios que caminaba en el jardín del Edén como un rey en sus palacios.

Pero ahora, ¿qué somos? Los siervos de los siervos, criaturas trabajadoras que nos secamos el sudor de la cara, y tensamos nuestros nervios, y vaciamos nuestras venas con el trabajo. Ay, pero esa dignidad ya ha sido restaurada al pueblo de Dios, porque Él nos ha resucitado juntos, y nos ha hecho sentar juntos en los lugares celestiales en Cristo Jesús nuestro Señor.

Y esa dignidad volverá visiblemente a nosotros, cuando el leopardo se acueste con el cabrito, cuando el león coma paja como el buey, y el hombre en la tierra sea señor de la creación como lo fue en otro tiempo. El amo del mar, el Leviatán, cumplirá sus órdenes, y el Behemoth lo detendrá en su camino para acudir a la voz del hombre débil, pero redimido. Creo que tendremos de vuelta todo lo que Adán tenía, y mucho más. “Ni una pezuña quedará atrás”.

Y aún más, para no retenerlos más, creemos que en Adán perdimos la filiación, pero en Cristo hemos recibido la adopción. En Adán perdimos la seguridad, pero Él nos sacó del lodo cenagoso, y puso nuestros pies sobre la roca. En Adán perdimos la justicia, pero el que cree es justificado completamente. Todo lo que Adán perdió, Cristo lo ha hallado, e infinitamente más.

Un hombre escribió una vez un libro para demostrar que el diablo era un tonto. Ciertamente, cuando todos los asuntos lleguen a su consumación destinada, Satanás demostrará haber sido un magnífico necio. La locura, ampliada al más alto grado por la sutileza, se desarrollará en Satanás.

Ah, serpiente que te arrastras, ¿qué tienes ahora después de todo? Te vi hace sólo unos miles de años, enroscándote alrededor del árbol de la vida y silbando tus palabras engañosas. Qué gloriosa era entonces la serpiente, una criatura alada con sus escamas azules. Sí, y buscaste imponerte a Dios. Te oí mientras bajaste siseando a tu guarida, te oí decir a tus crías, igualmente víboras en la cueva: “Hijas míos, he manchado las obras del Todopoderoso, he desviado a sus súbditos señoriales, he inyectado mi veneno en el corazón de Eva, y Adán también ha caído, hijas míos, celebremos un jubileo, pues he vencido a Dios”.

Ah, demonio, creo que te veo ahora, con la cabeza rota, y los dientes destrozados, y tus bolsas de veneno vacías, y tú mismo en una fatigosa agonía, rodando millas a lo largo de un mar de fuego torturado, destruido, vencido, atormentado, avergonzado, cortado, despedazado, y hecho un silbido, y un escarnio para que se rían los niños, y una burla por toda la eternidad.

¡Ah! bien, hermanos, el gran Goliat no ha ganado nada con sus fanfarronadas, Cristo y Su pueblo realmente no han perdido nada por Satanás. Todo lo que perdieron una vez, ha sido recuperado. La victoria no ha sido simplemente una captura de lo que se había perdido, sino una ganancia de algo más. Somos en Cristo más de lo que éramos antes de caer. “Ni una pezuña quedará atrás”.

IV. Necesitaré de su paciencia y de sus oraciones mientras intento detenerme en mi última ilustración. Cristo tendrá toda la tierra: “ni una pezuña quedará atrás”.

Dios ha hecho este mundo para Sí mismo, y cuando lo hizo miró a su alrededor todas sus obras y dijo: “Eran muy buenas”. Toda la creación estaba destinada a ser una gran orquesta, los ángeles ocupando los asientos más altos, y sonando las notas más agudas, mientras que descendiendo en la escala, los habitantes de los diversos mundos, que son quizás incontables en multitud, ocupando sus lugares en la única canción armoniosa.

En un lugar había un sitio viejo y casi vacío sin cantor, bendito sea Dios, los cantores muchos de ellos ya han ocupado sus lugares, y hay otros en camino. Aquel lugar se dejó para que cantaran hombres que alabaran a Dios y engrandecieran siempre su nombre.

Ay, pero Satanás vino y se llevó a todos los cantantes, estropeó sus voces y los arruinó, y ahora este mundo, en lugar de ser una orquesta para la alabanza de Dios, se ha convertido en una arena para las malas pasiones, un campo de batalla para la lujuria y la rapiña, y el asesinato y el pecado.

Pero fíjense en esto: Dios no se verá defraudado en su propósito; este mundo arruinado cantará todavía sus alabanzas, y sin una voz estropeada o discordante, todas sus criaturas magnificarán su santo nombre. Satanás es ahora el señor de la mayor parte del mundo, y parece decir hoy: “Tú, Rey de reyes, toma Inglaterra para ti, y América será tuya, aquí y allá tomarás una isla, o una ciudad, pero déjame tener las masas de la humanidad, seré el señor de las pululantes multitudes de China, y la India estará bajo mis garras”.

Hermanos, ¿será así?  ¿estaréis contentos, en nombre de vuestro Maestro, de renunciar a esos poderosos imperios en favor del príncipe de las tinieblas? Unánimemente vuestros corazones hablan el lenguaje de vuestro Maestro, no debe ser, y no será. El paso de los héroes cristianos sacudirá aún a esas naciones, y la trompeta del Jubileo proclamará la libertad a los esclavizados hijos de Adán que allí lloran. Ellos deben; ellos pertenecerán a Cristo.

Y ahora el príncipe negro se adelanta y propone otra cosa. “¡Oh!” dice él, “gran Rey, ¿por qué este duelo perpetuo, por qué tus siervos deben luchar y vivir, y mis siervos ser continuamente derrotados? Dividamos el imperio”.

Recordáis que en los viejos tiempos de Inglaterra, cuando Canuto y los daneses luchaban contra los sajones bajo Edmundo, se decidió al final que los dos reyes se enfrentaran. Un método de lo más agradable y apropiado, sólo desearía que se tomara siempre en cuenta, y que todos los reyes que decidieran entrar en guerra, tuvieran que librar sus propias batallas.

Estoy seguro de que todos seríamos espectadores de sus encuentros, y agradeceríamos sinceramente a Dios que se hubiera ahorrado tanta sangre; que luchen si quieren, pero ¿por qué han de morir sus pobres súbditos? La lucha continuó con diversos éxitos, y al final, habiéndose separado los campeones, se decidió que uno tomara una parte de Inglaterra y el otro la otra, y así se hizo una tregua.

Y así, maligno desalmado, propones esto al rey del cielo, ¿verdad? Una división, ¿será que se suspenderá la lucha, Cristo tendrá la mitad, y Satanás la otra mitad? No, escucha el grito de esa mitad, a la que podríamos renunciar. “Hombres, hombres de Israel, venid aquí, socorro, socorro, venid en ayuda del Rey del cielo. ¡Señor contra los poderosos! ¿Por qué hemos de ser entregados a una tiranía intolerable, y consagrados para siempre al monarca del infierno y a su poderoso poder”?

Es más, no podemos consentir, demonio, que te quedes con la mitad. Imagina, entonces, que el Evangelio se ha extendido en todos los países menos en uno, y ahora Satanás suplica: “No se enviarán misioneros allí para perturbar su paz inmaculada. Dejadme reinar allí”, dice, “y estaré contento”.

Pero no debe ser así, Soldados de Cristo, a la batalla, a la batalla. Toda la línea, toda la muralla debe ser asaltada. Ni un solo castillo debe quedar en posesión del enemigo. Debemos derribarlo de sus colinas y arrancarlo de sus valles. No debe tener un solo lugar donde poner los pies. Ahora lo oigo batir sus alas rotas y volar hacia el sombrío norte. “Hay unos pocos esquimales”, dice, “que viven en la lúgubre región consagrada a mi poder. Me trasladaré a la tierra de los icebergs y de las rocas, del oso salvaje y del perro, y allí tendré mi última morada.”

Hermanos, ¿será, será? ¿Reinará como rey de los témpanos y señor incluso del helado norte? No, por el cielo y por Aquel que redimió la tierra. Hasta de esa región ha de ser arrojado, como antiguamente cayó del cielo, así ha de caer de la tierra.

Y ahora veo a los islandeses inclinándose ante Cristo, y al más vil y depravado de los hombres sometiéndose al dominio de Jehová, pero Satanás tiene un ser de alma oscura, el último hombre que queda inconverso. Mis hermanos hagan sonar las campanas del día de reposo. Suban a su casa de oración, sean felices. Pero veo una tristeza en tu rostro. ¿Qué significa? Tú respondes, queda un hombre sin salvación, Satanás tiene todavía un lugar de alojamiento en el corazón de un hombre, seguramente nuestros cánticos perderían su melodía si ese fuera el caso. Es más, Maestro, es más, “Ni una pezuña quedará atrás”.

Caminarás por este mundo y no te encontrarás más con el pecado. No se encontrará un solo habitante de esta tierra que no sea tu súbdito, ni un solo ser que no esté plenamente consagrado a tu voluntad. Esa sería una consumación devotamente deseada. Igualmente puedo decir que es una consumación que se espera con confianza. Esperad un poco, trabajad un poco más, y el que ha de venir vendrá y no tardará; entonces el mundo verá, y el infierno temblará al ver que Cristo ha vencido y ha recuperado todas sus posesiones. “Ni una pezuña quedará atrás”.

Y ahora, antes de que se retiren, tengo que decirles una o dos palabras de doctrina práctica. Prestadme vuestra solemne atención, no os entretendré más de uno o dos minutos. ¿De qué lado estás, hombre, mujer? ¿Eres de Cristo, o eres de Satanás? Recuerda, si tu alma pertenece al pecado, viviendo y muriendo como estás, las fauces codiciosas del infierno deben devorarte, pues Satanás dice, como Cristo: “No quedará ni una pezuña”.

Las olas del diluvio de la ira ahogarán a todo hombre que no esté en el arca. No se dejará crecer ni una sola espina, ni una sola cizaña; todas deberán ser atadas en manojos para ser quemadas y arrojadas al fuego. Responde entonces a esta pregunta: ¿De quién eres? Responde ahora a otra. Si esperáis ser de Cristo, el lema de Cristo con todo hombre es: “Aut Caesar, aut nullus”. Él será César en vuestros corazones, rey, emperador, o nada en absoluto, Él reinará enteramente sobre vosotros, o nada en absoluto, Cristo no compartirá vuestro corazón.

Entonces, ¿eres totalmente de Cristo? “Oh”, dice uno, “eso espero”. Ay, pero ten cuidado de que no sea mera esperanza, sino que sea un hecho, y levanta tu corazón y ora: “Gran Dios santifícame por completo, espíritu, alma y cuerpo, toma plena posesión de todas mis facultades, de todos mis miembros, de todos mis bienes y de todas mis horas, de todo lo que soy y de todo lo que tengo, tómame y hazme lo que Tú quieres que sea”.

Dios escuche esa oración por ti, y te haga totalmente de Cristo. Sin embargo, otra pregunta. ¿Hay alguien que diga: “Me temo que no soy de Cristo, pero deseo serlo”? ¿Es un deseo sincero? Me alegra, me alegra, me alegra tres veces que te sientas así, pues ni siquiera podrías desear ser de Cristo, a menos que la gracia de Cristo te hubiera hecho desearlo. Oh, recuerda, si deseas tener a Cristo, no hay duda acerca de la voluntad de Cristo de tenerte a ti. Ven, tal como eres, y con una entrega total, di…

“Así como yo estoy sin un motivo,

sino que Su sangre fue derramada por mí,

y que Él me ordena venir,

oh, Cordero de Dios, vengo”.

Confía en Cristo y serás salvo, confía en Jesús, y tus pecados serán perdonados, y tú eres de Cristo, y serás de Cristo en aquel día en que Él conforme Sus joyas. Que Dios bendiga estos pensamientos y meditaciones a todos y cada uno de nosotros. Amén.

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