SERMÓN #307 – IMPORTANCIA DE LAS PEQUEÑAS COSAS EN LA RELIGIÓN – Charles Haddon Spurgeon

by Mar 21, 2023

“Jehová nuestro Dios nos quebrantó, por cuanto no le buscamos según su ordenanza.”
1Crónicas 15:13

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Permítanme explicar los acontecimientos de los cuales se encuentra un resumen en 2 Samuel 6, y 1 Crónicas 13:15. El arca de la alianza era una especie de cofre hecho de madera de acacia y forrado de oro por dentro y por fuera. Dentro de esta arca se conservaban las tablas de piedra que Moisés recibió del cielo cuando estaba en el monte. Allí yacían también la vasija de oro que contenía el maná, y la vara de Aarón que florecía. Sobre la tapa estaban representadas figuras de querubines, y entre las alas de los querubines, cuando el arca estaba quieta, se veía esa luz milagrosamente brillante llamada la Shekhiná, que era la señal de la presencia del Dios Altísimo.

La tapa del arca, como recordarán, se llamaba propiciatorio. El arca entera era una de las cosas más sagradas en el culto simbólico de los judíos, porque si lo entendían bien, era para ellos la expresión de la morada de Dios con ellos, pues donde estaba el arca, Dios descansaba especialmente. Su tapa, llamada propiciatorio, era la representación de Jesucristo, que es nuestra arca: el arca de la alianza en la que Dios habitó entre los hombres, y Él es nuestro propiciatorio por el que tenemos acceso a nuestro Padre Dios.

Recordarán que después de que esta arca fue hecha en el desierto, fue guardada cuidadosamente en el lugar secreto del tabernáculo, en el que nadie entraba jamás, excepto el sumo sacerdote una vez al año, y no sin sangre. Con su incensario, hacía una densa nube de incienso y luego, rociando la sangre sobre el propiciatorio, se acercaba a él, pero no sin sangre.

Esa arca, cuando fue retirada, fue cubierta para que ningún ojo humano la viera jamás, y fue llevada por varas de oro sobre los hombros de los levitas.

Fue por la presencia de esta arca que el Jordán fue hecho retroceder, y un paso fácil fue hecho para los hijos de Israel cuando entraron en Canaán.

En un mal día, el arca fue capturada por los filisteos. Pero cuando se la llevaron a su tierra, dondequiera que iba el arca, hería a los filisteos con pestilencia, hasta que se vieron obligados a regresarla, pues clamaban: “Despide el arca del Dios de Israel, y regrésala a su lugar, para que no nos mate a nosotros y a nuestro pueblo; porque hubo una mortífera destrucción en toda la ciudad; la mano de Dios fue muy pesada allí”.

Colocando la terrible arca cautiva en un nuevo medio de transporte, dejaron que los bueyes la llevaran a su antojo, y por la divina providencia, el arca fue llevada a Beth-Shemesh. Los hombres de Beth-semesh, impactados por una curiosidad maligna, levantaron la tapa y miraron dentro, y allí cayeron muertos muchos miles de ellos por la impía presunción.

El arca fue trasladada a Quiriat-jearim y llevada a la casa de Abinadab, donde se conservó hasta los días de David, que quiso subirla al tabernáculo que había erigido para ella en la cima del monte Sión. Los mensajeros se apresuraron por todo el país llevando el mensaje real: “Subid, tribus de Israel e hijos de Judá, reuníos y subid el arca de la alianza de vuestro Dios con música y alegría”.

Venían de todas las ciudades, de los confines más remotos de Judea y de las fronteras de Egipto. Pero olvidándose de la ley divina, tomaron el arca y la pusieron en un carro nuevo que habían hecho para ella. Pensaron, sin duda, que era demasiado pesada para que los sacerdotes la transportaran tantos kilómetros, o bien, olvidando por completo la ley divina, imitaron el ejemplo de los filisteos. Es una mala hora para el pueblo de Dios, cuando establece su propio juicio, y no rinde obediencia incondicional a la ley divina.

El arca es arrastrada por los bueyes, pero como no hay caminos en Oriente, sino sólo aquí y allá un surco de carro, el carro se sacude y el arca se tambalea. Justo cuando llegan a la era de Quidón, hay un lugar peculiarmente pantanoso en el camino, y el carro casi se vuelca. El arca está a punto de caer en el fango, así lo piensa Uza, y extiende la mano, toca el arca para sostenerla, se rompe en pedazos y cae vuelto un cadáver destrozado.

La procesión se detiene. Empiezan a llorar, echan polvo al aire, el rey mismo se enfada, se enfada con su Dios. Piensa que les está tratando con dureza, y el arca es llevada a la casa de Obed-edom y toda su alegría se suspende.

Ahora tienen ante ustedes el cuadro. Quiero que lo miren, primero, en detalle, para destacar ciertas verdades que creo que nos enseña, y luego, quiero que consideren el cuadro como un todo, que recorran con la vista toda la extensión del lienzo, y vean la plenitud de su significado.

I. En primer lugar, tomaremos el cuadro en su detalle.

1. La primera observación que hago al respecto es que el juicio de Dios sobre el pecado debe diferir mucho del nuestro. ¿Quién de nosotros, al leer esta narración, no ha pensado que Uza fue tratado con dureza? ¿Acaso no lo movía un motivo apropiado? No podía soportar la idea de que el arca cayera en el lodo, y por eso extendió su mano.

Pues, para nuestro modo de pensar, parecía ser sólo una pequeña ofensa, y el motivo tan excelente que casi podría justificarse. Estoy seguro de que hay en nosotros una disposición a excusar a Uza y a pensar que este juicio que cayó sobre él no era merecido.

Permítanme señalar aquí que no estoy seguro de que Uza sufriera algún castigo eterno como resultado de ello. Tal vez era un hombre misericordioso, y Dios puede herir incluso a Sus propios hijos con la muerte como castigo, y sin embargo sus almas pueden ser salvadas eternamente. No tenemos nada que mirar excepto lo que Dios hizo con él en este mundo. Lo hirió de muerte en este mundo por tocar el arca.

En verdad, hermanos míos, el Señor no ve como ve el hombre. No podemos percibir fácilmente el mal, pero hubo pecado, de lo contrario Él no lo habría castigado. Él es demasiado bueno, demasiado justo para castigar a un hombre más severamente de lo que merece. Dios nunca exagera nuestros pecados. Los mira tal como son. Y qué piensan ustedes, oyentes míos, si el mero pecado de tocar el arca trajo la muerte sobre el hombre, ¿qué habrían traído nuestros pecados sobre nosotros si Dios hubiera “ajustado el juicio a cordel, y a nivel la justicia”?

Todos nosotros hemos hecho cosas diez mil veces peores que Uza. Es más, algunos de ustedes están viviendo en la ejecución del pecado en este mismo día. Nunca os habéis arrepentido de vuestros pecados, sino que amáis vuestros malos caminos, y aunque advertidos muchas veces (no como Uza, que fue quitado de en medio de un golpe), aunque advertidos muchas veces, todavía perseveráis en vuestras iniquidades.

Oh, ¿no debe la paciencia de Dios ser presionada bajo tus pecados? ¿No habrá llegado a ser, como dice Amós, como un carro lleno de gavillas, cuyos ejes están a punto de romperse? y entonces te hundes y te hundes para siempre en el pozo de la ira eterna.

Parece extraño que el hecho de que Eva tomara la manzana fuera la ruina del mundo entero, que la mera violación de un árbol sagrado trajera la muerte al mundo, con toda su hilo de desgracias. Pero esto surge del hecho de que no sabemos cuán negro es el pecado.

El menor pecado es un mal tan grande, una abominación tan excesivamente oscura, que Dios sería justo si nos condenara a todos al infierno en el momento en que hubiéramos tenido un pensamiento ocioso, o hubiéramos pronunciado una sola palabra equivocada. El pecado es un mal inconmensurable. El hombre no puede pesarlo. Es un abismo sin fondo. Es un mal desesperado, cuya desesperación nunca conoceremos, a menos que, como Dios no lo quiera, alguna vez lleguemos a sentir su terror en el pozo del infierno.

Creo que esta lección se encuentra en la superficie misma de la narración, que no sabemos lo malo que es el pecado, pues si el mero hecho de tocar el arca trajo la muerte a Uza, ¡qué mal tan desesperante debe ser el pecado!

2. Pero de nuevo, aprendemos, en segundo lugar de esta narración, que todos los cambios a la revelación escrita de Dios son erróneos. Ha surgido en la iglesia de Cristo la idea de que hay muchas cosas enseñadas en la Biblia que no son esenciales, que podemos alterarlas sólo un poco para adaptarlas a nuestra conveniencia, que siempre que estemos bien en lo fundamental, las demás cosas no nos preocupan y no tienen ningún valor.

Ahora, mira nuestro cuadro y deja que tu error se aleje para siempre. Al pueblo de Israel le parecía un asunto muy indiferente si el arca era llevada sobre los hombros de los hombres, o si era arrastrada sobre un carro. Decían: “No puede importar. Es cierto que Dios nos ha dicho que debe ser llevada por los levitas, pero ¿qué significa eso mientras sea llevada? No pasa nada. Lo haremos y si alteramos el modo, no significará mucho”.

Sí, pero significaba algo, porque fue por esta alteración que hicieron en la ley de Dios que el arca primero comenzó a temblar y a tambalearse, y luego Uza tuvo la tentación de extender la mano y tocarla. De modo que la muerte de Uza fue el castigo para todo el pueblo por haber descuidado la observancia de las minuciosas leyes de Dios en cada detalle.

Hermanos míos, cuando Moisés construyó el tabernáculo, no se le dejó construirlo según su propio capricho y gusto. Cada tache y cada lazo, cada tabla y cada ángulo, todo estaba establecido en el plan divino, y Moisés debía construirlo todo según el modelo que había visto en el Monte.

Ahora bien, este es el modelo para un cristiano, este Libro de Dios que está ante mí. El Nuevo Testamento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo es nuestra única regla de práctica.

¿Y ustedes piensan que pueden alterar algunas cosas, que pueden cambiarlas para adaptarse al contexto, o para complacer sus propias ideas de gusto o conveniencia?

¿Piensas que la doctrina, por ejemplo, no es de tan sublime importancia, que si un hombre predica lo fundamental, puede predicar cualquier otra cosa que quiera, y sin embargo todo estará bien; que las ceremonias, que el bautismo y la cena del Señor, por ejemplo, deben ser cortadas y moldeadas para adaptarse a las fantasías modernas, y que no deben mantenerse en su integridad de acuerdo con la regla y precedente apostólicos?

Pero sepan que la más leve violación de la ley divina traerá juicios sobre la iglesia, y ha traído juicios y aun en este día está impidiendo que la mano de Dios nos bendiga. Porque dentro de pocos años podríamos ver que todos los reinos de este mundo se convirtieran en los reinos de nuestro Señor y de su Cristo, si tan sólo lleváramos el arca de Dios como Dios quiere que la llevemos, en vez de estropear el Evangelio con invenciones humanas, y abandonar la sencillez del Evangelio de Jesucristo.

No voy a entrar en detalles esta mañana, sino sólo a establecer el hecho general de que todo lo que Dios ha mandado es importante, y que no tengo derecho a alterar nada, ni lo más mínimo, sino a tomar la Palabra tal como está, tal como Dios me la ha revelado, para que sea mi regla de fe y práctica. Ay, pero hay algunos de ustedes que nunca leen sus Biblias. Tienen una religión de segunda mano que han tomado prestada de otras personas, no vienen a este Libro para beber de la fuente.

Tu abuela pensaba tal y tal cosa, y tú piensas lo mismo. Tu bisabuelo iba a la iglesia o a la capilla, y esa es tu razón para ir, pero no has venido a la Palabra de Dios para someter tu juicio a ella. La razón por la cual hay tantas sectas hoy en día es precisamente esta. Si todos acudiéramos directamente a la Biblia, estaríamos mucho más unidos de lo que estamos ahora.

No es probable que todos coincidamos. No se puede hacer que una docena de relojes marquen la misma hora, y mucho menos que una docena de hombres tengan los mismos pensamientos. Pero aun así, si todos inclináramos nuestros pensamientos a esa única Palabra escrita, y no reconociéramos otra autoridad que la Biblia, la iglesia no podría estar dividida, no podría ser cortada en pedazos como lo está ahora.

Nos unimos cuando acudimos a la Palabra de Dios. Pero siempre me responden cuando hablo de estas cosas: “Bueno, pero no son esenciales”. ¿Quién te dijo que no lo eran? “Ahora”, dice uno, “admitiremos que el bautismo de infantes no está en la Biblia, pero no es una cosa esencial, podemos practicarlo, y ningún daño vendrá de ello”. No, señores, no tienen derecho a alterar una palabra del mandamiento de Dios, no tienen derecho a desviarlos en ningún aspecto ni de ninguna manera.

Las doctrinas de Dios han de predicarse tal como Dios las entrega, y sus ordenanzas han de practicarse según su propio modo y ley. Ay del día en que el arca de Dios sea puesta sobre el carro y arrastrada por bueyes, en vez de ser llevada sobre los hombros de hombres que leen la Palabra de Dios y la toman tal como está, y luego seguirán lo que Dios les mande, y no se dejarán llevar de la manga o de la nariz por ningún hombre o grupo de hombres.

No olviden esta lección hermanos, porque es de la mayor importancia para la iglesia.

3. Ahora, hay una tercera cosa, y es que siempre que las prácticas de los cristianos difieren de las Escrituras, están seguros de incurrir en inconvenientes. Cuando el arca era llevada sobre los hombros de los hombres, no importaba si iba cuesta arriba o cuesta abajo, por un camino escabroso o liso, allí estaba el arca llevada en público como la litera de un rey. Pero una vez colocada en el carro, aunque pensaron que se vería mejor, iba dando tumbos aquí y allá, y amenazando constantemente con caer en el fango. Siempre que alteremos una palabra de la Escritura, nos meteremos en problemas. Tal vez no lo veamos al principio, pero seguramente lo descubriremos con el tiempo.

Un ministro, por ejemplo, piensa: “Bien, ahora, no debo predicar todas las doctrinas del Evangelio, no le convendría a mi gente, hay un gran diácono sentado en el banco verde de la esquina, está el terrateniente de la parroquia, no le gustaría que fuera demasiado severo con él”. Ah, amigo mío, altera una palabra, y habrás caído en una trampa, habrás entrado en un laberinto, y que Dios te ayude a encontrar de nuevo la salida, pues nunca podrás atravesarlo solo.

Apégate a la Palabra de Dios y estarás a salvo. Altera un punto de la i, una cruz de la t, y no estarás en ninguna parte, estarás en un país enemigo, y no podrás defenderte. Cuando tenemos la Escritura para respaldarnos desafiamos al mundo, pero cuando no tenemos nada más que nuestros propios caprichos, o la obra de algún gran predicador, o el decreto de un concilio, o la tradición de los Padres, estamos perdidos, estamos tratando de tejer una cuerda de arena, estamos construyendo un castillo de naipes, que debe tambalearse hasta terminar en el suelo.

La Biblia, toda la Biblia, y nada más que la Biblia, es la religión de la iglesia de Cristo. Y hasta que volvamos a eso la iglesia tendrá que sufrir. Ella no llevará el arca al monte de Sión, ella no verá Su reino venir, o Su voluntad hecha en la tierra como es en el cielo, hasta que ella haya terminado con esos novillos y ese carro nuevo, y regrese al plan del Nuevo Testamento de mantenerse consistentemente a la verdad como es en Jesús, y contendiendo fervientemente por la fe.

4. Además, otra cosa yace en la superficie de este pasaje, a saber, que una innovación sobre la Escritura Sagrada lleva a otra. Un pequeño error lleva a uno grande. Nadie pretendió jamás que Uza tocara el arca. Cuando la levantaron y la pusieron sobre el carro, no pensaron que eso llevaría a la muerte del pobre Uza, y que él cometería el pecado de violar el arca; de lo contrario, seguramente se habrían atenido al plan bíblico.

Así que hay algunos de ustedes, mis queridos hermanos en Cristo, que no están del todo bien en sus puntos de vista de las Escrituras. Bueno, tal vez piensen lo mismo de mí. Entonces hablaremos de alguien más. Hay un hombre en el mundo cuyos puntos de vista no concuerdan del todo con las Escrituras. Él dice: “Bueno, no importa, es una pequeña cosa, una cosa muy pequeña”. Sí, pero ese pequeño error lleva a un gran error. El camino del pecador es cuesta abajo, y cuando das un paso en violación del precepto de la Escritura, tu siguiente paso no sólo es fácil, sino que incluso parece que es impuesto.

Duda de la elección; pronto dudarás de la perseverancia, y pronto puedes llegar a negar la redención. ¿De dónde proceden los errores de la Iglesia de Roma? ¿Nacieron todos en un día? No, vinieron poco a poco. Sucedió así; sólo voy a señalar un error, contra el cual, como denominación, siempre protestamos, y sólo lo tomo como una muestra de la totalidad.

Entre los primeros cristianos, era práctica bautizar a los que creían en Cristo Jesús, sumergiéndolos en el agua en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Pues bien, la primera doctrina errónea que surgió fue la idea de que tal vez había alguna eficacia en el agua. Luego siguió que cuando un hombre se estaba muriendo y nunca había sido bautizado, tal vez profesaba fe en Cristo y pedía que lo bautizaran, pero como se estaba muriendo no podían levantarlo de la cama, por lo que adoptaron la aspersión como un método más fácil por el cual podían satisfacer la conciencia mediante la aplicación de agua.

Hecho esto, no había más que un paso hacia la admisión de niños pequeños en la iglesia, niños, bebés inconscientes, que eran recibidos como miembros del cuerpo de Cristo, y así se adoptó la aspersión infantil.

El error llegó poco a poco, no de golpe. Habría sido demasiado flagrante para que la iglesia lo recibiera, si hubiera mostrado su cabeza de una vez con todos sus cuernos sobre ella. Pero entró lenta y gradualmente, hasta que llegó a ser introducido en la iglesia. No conozco un error que cause la condenación de más almas en la actualidad que ese.

Hay miles de personas que creen firmemente que irán al cielo porque fueron rociados en la infancia, han sido confirmados y han tomado el sacramento. La eficacia sacramental y la regeneración bautismal, todo surge del primer error del bautismo infantil.

Si se hubieran atenido a las Escrituras, si la Iglesia siempre hubiera exigido la fe antes del bautismo, ese error no podría haber surgido. Debe haber muerto ante la luz de la verdad, no podría haber respirado, no podría haber tenido un punto de apoyo en la iglesia cristiana.

Pero un error debe conducir a otro; no necesitan dudar de eso. Si manipulas una verdad de las Escrituras, el que te tienta a manipular una, te tentará a manipular otra, y no tendrá fin, hasta que al final, querrás una nueva Biblia, un nuevo Testamento, y un nuevo dios. No se sabe dónde terminará cuando haya comenzado.

Esta mañana estoy hablando de manera muy directa y muy clara sobre un tema que rara vez se cruza en mi camino. Pero debo ser claro en mi lenguaje cuando hablo de ello, pues no suelo hacer alusiones a esta verdad. Júzguenme como yo juzgo a los demás. Me dices que si doy un paso en falso, no sabes hasta dónde puedo llegar. Os creo. Créeme también cuando digo lo mismo. Vayamos ambos a la Escritura, quedémonos sólo con esto.

Me gusta bastante su libro de oraciones, pero no tanto como mi Biblia. Respeto los decretos de su iglesia, pero no tanto como adoro este Libro. Creo en lo que dice su ministro, hasta donde sea consistente con este Libro. Créame hasta ahí, pero ni una pulgada más. Terminad conmigo cuando yo haya terminado con mi Maestro. No pienses más de cualquier hombre que oigas, cuando se aleja de las Escrituras, y cuando yerra, de lo que pensarías del mismo Satanás, excepto esto, compadécelo por sus errores, pero no sujetes tu fe a su manga.

La Escritura, sólo la Escritura, es el modelo de doctrina, el modelo de práctica, el modelo de experiencia de un cristiano, y todo lo que es más que esto viene del mal.

5. Habiéndome detenido ahora en estos puntos, me referiré a uno más, y luego dejaré esto mirando el cuadro en detalle. Me llama la atención que en la superficie misma de este pasaje hay una refutación de un error muy común, que si hacemos una cosa por un motivo correcto, Dios lo acepta, aunque sea una cosa incorrecta.

El error común de la época es el siguiente: “Bueno”, dice uno, “no me cabe duda de que si un hombre es un buen mahometano y se atiene a lo que sabe, irá al cielo”. “Ah”, dice otro, “y si es un buen católico romano, y se atiene a lo que sabe, está a salvo”. “Sí”, dice otro, “no debemos juzgarnos con dureza unos a otros, sin duda los que se inclinan ante el destructor, si viven bajo lo que saben se salvarán”.

¿Aceptas también a los adoradores del diablo y de las serpientes? Debes dejarlos entrar a todos. Has abierto la puerta lo suficiente para que entren todos. Y los matones que van por la India degollando a los hombres, que lo hacen por principio, es parte de su religión y lo consideran correcto, ¿crees que irán al cielo porque han hecho lo que consideraban correcto?

“No”, dice uno, “no llegaré tan lejos”. Sí, pero si el principio es correcto en un caso, también lo es en el otro. Un principio llegará hasta el final, se extenderá en cualquier dirección, y será tan aplicable a uno como a otro. Pero todo es engaño y falsedad.

Dios nos ha revelado la única religión verdadera, y ningún hombre puede poner otro fundamento que el que está puesto. Somos responsables ante Dios de nuestra fe, estamos obligados a creer lo que Él nos dice que creamos, y nuestro juicio está tan obligado a someterse a la ley de Dios como cualquier otro poder de nuestro ser. Cuando nos presentemos ante Dios, no será excusa para nosotros decir: “Mi Señor, hice mal, pero pensé que estaba haciendo bien”. “Sí, pero te di Mi ley, pero no la leíste, o si la leíste, la leíste tan descuidadamente que no la entendiste, y entonces hiciste mal, y me dices que lo hiciste con un motivo correcto. Ay, pero de nada sirve”.

Como en el caso de Uza, ¿no le pareció lo más correcto del mundo extender la mano para evitar que el arca se deslizara? ¿Quién podía culpar al hombre? Pero Dios había ordenado que ninguna mano no sacerdotal la tocara jamás, y como Uza la tocó, aunque fue con un motivo correcto, Uza debía morir. Dios quiere que se cumplan sus leyes.

Además, mis queridos hermanos, no estoy seguro de la rectitud de sus motivos, después de todo. El Estado ha emitido una proclama; está grabada en latón a la antigua usanza romana. Un hombre sube con su lima y comienza a trabajar sobre el bronce, borra aquí y enmienda allá. Dice: “Lo hice por un buen motivo, la ley no me parecía buena, me parecía demasiado anticuada para estos tiempos, así que pensé en modificarla un poco y hacerla mejor para el pueblo”.

Ah, cuántos han sido los que han dicho: “Los viejos principios puritanos son demasiado duros para estos tiempos, los alteraremos, los suavizaremos un poco”. ¿Qué pretende, señor? ¿Quiénes son ustedes que se atreven a tocar una sola letra del Libro de Dios que Dios ha cercado con truenos en esa tremenda sentencia, en la que ha escrito: “A cualquiera que añadiere a estas cosas, Dios le añadirá las plagas que están escritas en este libro; y a cualquiera que quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad”.

Cuando pensamos en ello, es terrible que los hombres no se formen un juicio correcto y apropiado acerca de la Palabra de Dios, que dejen un solo punto de ella sin explorar, un solo mandato sin estudiar, no sea que descarriemos a otros, mientras nosotros mismos actuamos en desobediencia a Dios. El hecho es que hay un camino al cielo, y no hay cincuenta caminos, hay una puerta al cielo, y ni siquiera hay dos puertas. Cristo es el camino. Confiar en Jesús es el camino al paraíso. El que no crea en Jesús será condenado.

La religión de Cristo es intolerante, no es que toque jamás al hombre en su carne y en su sangre, aunque éste la rechace, pero no permite un segundo método de salvación. Exige tu plena obediencia, tu fe infantil, o de lo contrario te amenaza con el castigo más severo si te niegas a ceder a ella. Esa idea del librepensamiento y similares, y el derecho del hombre a pensar como quiera, no tiene cabida en las Escrituras. Estamos obligados a creer lo que Dios nos dice, tal como Él nos lo dice, obligados a no alterar ni una sola palabra, sino a tomar la Biblia tal como es, o de lo contrario negarla y asumir las consecuencias.

Todo esto me parece que yace en el cuadro que tenemos ante nosotros de la muerte de Uza.

II. Pero dejando estos puntos, que me parecieron muy necesarios para la advertencia de todos los cristianos, pues juzgando con caridad, no podemos creer que los errores que prevalecen entre nosotros puedan haber surgido de la atención a la Palabra; deben haber surgido de la idea de que las pequeñas cosas de Cristo no tenían importancia alguna. Ahora llego al segundo punto, que es mirar el cuadro en su totalidad.

Aquí tengo dos cuadros, uno para el pueblo de Dios, el otro para los impíos. Me detendré brevemente en el y detenidamente en la segundo.

Hermanos en Jesús, a pesar de nuestros errores, y que nos equivocamos en algunas cosas, Dios nos perdone, a pesar de nuestros errores, somos uno en Jesús. Sin embargo, aunque uno en Cristo Jesús, no debemos pensar que nuestros errores no tienen importancia, sino que cada uno de nosotros, de rodillas, debe buscar la enseñanza divina, para que seamos sacados de todo camino falso, y para que seamos conducidos por el camino de la obediencia divina, hasta el fin.

Estoy seguro, hermanos míos en Jesús, de que el único objeto de vuestra vida, como puedo decir que es el objeto de la mía, es la realización del Reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Queremos sacar el arca de su oscuridad, al lugar de gloria. Cada vez que doblamos la rodilla, hay una oración que nunca podemos olvidar: “Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”.

Ahora, durante mil ochocientos sesenta años, la iglesia de Cristo ha estado tratando de traer el reino de Cristo a la tierra. ¿Ha llegado? ¿Ha llegado? Sí, bendito sea Dios, esto ha sido en su medida. Aquí en esta tierra, y al otro lado del Atlántico, y en otras naciones, se encuentran muchos que aman y sirven a nuestro Maestro.

Pero, ¿hemos obtenido todos los frutos de los mil ochocientos sesenta años de trabajo? Creo que no. Doscientos años después de la muerte de Cristo, creo que puedo decir, la religión de Jesús era casi tan poderosa en sobre la faz de la tierra, como lo es ahora. Y todo el tiempo transcurrido desde entonces, Dios me libre de decir que ha sido un tiempo perdido, ha sido, sin embargo, un período de retroceso, más que de avance; de retirada, más que de victoria precipitada.

Ahora bien, ¿cómo se explica esto? ¿No había en la religión de Cristo algo que empujara a sus enemigos hasta los confines de la tierra? Dejemos que Pablo se levante en Roma, y aunque después de un tiempo su cabeza sea separada de su cuerpo, el mismo imperio de las siete colinas se tambalea mientras él habla.

Que otros de los apóstoles pasen las Columnas de Hércules y lleguen a Gran Bretaña, y el druida pierde su poder, los que se inclinan ante dioses sangrientos que se deleitan en sacrificios humanos renuncian a sus idolatrías, y se fundan iglesias por toda Inglaterra, Irlanda y Escocia. No tienen más que entrar en un país, y ese país cede. Es cierto que los mártires sangran, y los apóstoles mueren, y los confesores son quemados, pero la verdad vive, conquista y vence.

Dentro de dos o tres siglos, el nombre de Jesús es más conocido que el de cualquier hombre, y Su religión tiene más poder que cualquier otra sobre la faz de la tierra. Y aquí estamos nosotros, ahora, enviando a nuestros misioneros por todas partes, ¿y cuál es el éxito? Gracias a Dios por lo que es, es una excelente recompensa por toda nuestra labor, y mucho más de lo que merecemos.

Pero no hay el poder en nuestros misioneros que había en los apóstoles. Nuestras victorias de la iglesia no han sido como las victorias de los viejos tiempos. ¿A qué se debe esto? Mi teoría para explicarlo es la siguiente. En primer lugar, la ausencia del Espíritu Santo en gran medida de nosotros. Pero si llegan a la raíz del asunto para conocer la razón, mi respuesta más completa es ésta: la iglesia ha abandonado su pureza original y, por lo tanto, ha perdido su poder.

Si una vez que hubiéramos acabado con todo lo erróneo, si por la voluntad unánime de todo el cuerpo de Cristo, toda ceremonia maligna, toda ceremonia no ordenada por la Escritura fuera cortada y acabada, si toda doctrina que no está sostenida por la Sagrada Escritura fuera rechazada, si esta iglesia fuera pura y limpia, su camino sería hacia adelante, triunfante, victorioso. Pondría sus pies sobre Brahma y aplastaría a Visnú bajo sus pies. Ella le diría a la luna de Mahoma, “¡Establecida para siempre!” Arrojaría de su trono al Papa, arrancaría de raíz las falsas religiones, se sentaría como emperatriz de la tierra, y Cristo, su Esposo, reinaría con ella, y los tabernáculos de Dios estarían entre los hombres.

Pero no somos puros, no estamos limpios, no podemos subir el arca de Dios. Bendito sea Dios, todavía permanece en la casa de Obed-Edom. La verdadera religión se encuentra en los corazones del pueblo de Dios, y en algunas iglesias todavía se conserva la verdad, pero hasta que toda la iglesia salga clara como la luna, hermosa como el sol, nunca será terrible como un ejército con estandartes.

Esto puede parecerles de poca importancia, pero realmente es un asunto de vida o muerte. Yo le suplicaría a cada cristiano, piénsalo bien, mi querido hermano. Cuando algunos de nosotros predicamos el calvinismo y otros el arminianismo, ambos no podemos estar en lo correcto; es inútil tratar de pensar que podemos estarlo; “sí” y “no” no pueden ser ambos verdaderos. Cuando algunos de nosotros sostenemos un cristianismo libre de toda autoridad excepto Cristo, y otros sostienen una Iglesia de Estado, no podemos estar ambos en lo correcto de ninguna manera. Puede que ambos tengamos razón en las grandes cosas, pero no podemos tener razón en todo, uno u otro de nosotros debe estar equivocado. Cuando unos rocían al infante y otros bautizan al creyente, no podemos tener razón los dos, es vano que lo pensemos.

Cristo no ha hecho una religión indefinida que acogerá a toda clase de personas en ella, y sin embargo todos serán igualmente obedientes. La verdad no vacila como el péndulo que se mueve hacia adelante y hacia atrás, no es como el cometa, que está aquí, allá y en todas partes. Una debe tener razón, la otra no. No me corresponde a mí decir quién tiene razón y quién no. No soy infalible. Me corresponde a mí juzgar por las Escrituras, como bajo la mirada de Dios, por mí mismo. Te ruego que hagas lo mismo. No consideren ningún error como sin importancia, sino prueben los espíritus, prueben si estas cosas son así.

Estoy seguro de que la mejor manera de promover la unión es promover la verdad. No servirá de nada que estemos todos unidos cediendo a los errores de los demás. Debemos estar unidos de corazón, espero que lo estemos. Hemos de amarnos unos a otros en Cristo, pero no hemos de estar tan unidos que no seamos capaces de ver las faltas de los demás, y especialmente que no seamos capaces de ver las nuestras. No, purificad la casa de Dios, y entonces amanecerán para nosotros tiempos grandes y benditos.

Y ahora, habiendo terminado con ese tema, me dirijo a aquellos de ustedes que no están convertidos, pero que anhelan oír la predicación del Evangelio de Jesucristo. Creo que lo que ya he dicho es importante, pero esta última parte del servicio lo es todo.

Mi querido oyente, voy a suponer que en tu corazón hay un ansioso deseo de ser salvo, pero no entiendes el plan de salvación, me aflijo por ti, pues si no lo entiendes, aunque busques a Cristo, cometerás muchos errores, y sufrirás muchos inconvenientes.

Fue algo correcto en David el querer subir el arca, pero tal vez ignoraba la manera de subirla, y vean que inconvenientes tuvo que sufrir, el arca fue sacudida, los bueyes la sacudieron. Ahora, si no tienes claro el plan de salvación, tendrás muchas sacudidas, muchos temblores, muchas dudas, muchos temores.

Permítanme pedirles y suplicarles, entonces, que escudriñen las Escrituras, pues en ellas piensan que tienen la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de Cristo, y permítanme rogarles que se esfuercen, con la ayuda de Dios, por mantener siempre en su mente una clara visión del hecho de que han de ser salvos, si es que son salvos, confiando en Jesucristo, y sólo en Jesucristo. El plan de salvación es: “Confía en Jesús”. Si cometes errores en otras cosas, sufrirás inconvenientes, pero si cometes un error aquí, será fatal para ti.

Me parece oír a algún hombre que dice: “Señor, he anhelado ser salvo, pero todavía estoy inquieto y turbado en mi mente, pienso que si hiciera buenas obras y luego me salvara por ellas, podría confiar en Cristo”. Retrocede, Uza, retrocede, estás a punto de tocar el arca de Dios, ten cuidado no sea que mueras mientras lo haces, otros errores te inquietarán, ese error será fatal para ti. Toca la expiación de Jesucristo y no habrá salvación si la tocas con mano legalista, buscando añadirle tu propia justicia propia.

“Nadie más que Jesús, nadie más que Jesús,

puede hacer bien a los pecadores indefensos”.

Él no quiere ayuda de ti, déjalo que lo haga todo, tómalo como Él es y ve a Él tal como eres, no busques aportar nada, sino ve tal como eres y serás salvo. Busca ayudar a Cristo y no podrás ser salvo. Hasta que hayas terminado con ese pensamiento, debes permanecer en tu dolor, y en tu muerte. No te mezcles con Jesús, Él nunca vino para ser un peso. Cristo debe ser todo, y tú no debes ser tu todo. Si intentas remendar Su manto perfecto, ese manto nunca cubrirá tu desnudez. Está adornado con joyas, pon una elemento de tu bisutería sobre él y no será tuyo. Debes tener a Cristo entero y nada más que a Cristo.

Conocen el viejo proverbio: “Entre los dos taburetes cayó al suelo”. Cuando un hombre espera apoyarse en parte en Cristo, y en parte en sí mismo, vendrá al suelo con una venganza. Descansa simplemente en Jesús, y serás salvo; descansa en Cristo y en ti mismo, y serás como Uza; has tocado el arca, has tratado de mezclar las obras del hombre con las obras de Dios, los méritos del hombre con los méritos de Cristo, y tiembla, no sea que la ira de Dios venga contra ti y te destruya.

Pero después de todo, queridos amigos, ustedes no tienen méritos. Cristo se ofrece libremente a ustedes, si lo aceptan a cambio de nada.

Ustedes pensaron comprarlo con sus méritos. ¿Por qué no tienen méritos? Les contaré una pequeña parábola que les mostrará su posición.

Había un hombre rico que tenía un corazón generoso, y en cierta ocasión resolvió dar una gran hacienda a un vecino pobre, así que lo mandó llamar y le dijo: “Amigo mío, estoy dispuesto a darte una gran hacienda a cambio de nada”. El hombre se sintió agradecido y se retiró a su casa, pero mientras yacía en su cama pensó: “Me gustaría esa finca, pero no me gustaría estar en deuda con nadie por ella, creo que la pagaré”.

Así que se puso en camino a la mañana siguiente con una pesada bolsa a la espalda, y cuando llegó a la puerta del hombre rico y el amigo salió, le dijo: “Señor, valoro mucho su hacienda, usted prometió dejármela gratis, pero no quiero estar obligado con usted, así que he traído una bolsa toda llena de oro para comprarla”.

El rico dijo: “Nunca te lo ofrecí en venta, dije que te lo daría, pero ven, veamos tu bolsa de oro”. Entonces el pobre abrió de par en par la boca de la bosa, se ruborizó y tartamudeando dijo: “Oh, señor, no se enfade conmigo, ahora vengo a mirarlo, no es más que una bolsa de plata”. El amigo le dijo: “Mírala otra vez”. Volvió a mirar, se ruborizó y exclamó: “Que no se enfade mi señor, pero descubro que no es más que una bolsa de cobre”. “Mira una vez más”, dijo él. Volvió a mirarla, y cayendo de rodillas, dijo: “Perdóneme, perdóneme, pero, señor, me parece que es una bolsa de inmundicia. Ya ves que te he traído una bolsa de inmundicia con la que comprar tu rica hacienda”.

Conoces el significado de esa parábola, ¿verdad? Habéis traído a Dios lo que creíais que eran buenas obras, obras de oro, miradlas, las veréis palidecer ante vosotros, y diréis: “Señor mío, no son tan buenas como yo creía, después de todo no son más que obras de plata”. Míralas de nuevo y se convertirán en obras sucias, marrones, de cobre. “Oh”, dirás, “ahora no valen más que un cuarto de penique”. Mira otra vez, y verás que tus oraciones, tus lágrimas, tus buenas obras, no son nada mejor que inmundicia, después de todo. Son sólo otra forma de pecado, otra forma de iniquidad.

Oh, pecador, toma a Cristo tal como es, tómalo ahora, tal como eres. El Evangelio es precisamente esto: confía en Cristo y serás salvo. Confía en lo que Él hizo y serás liberado. Simplemente deja de confiar en cualquier ceremonia, en cualquier doctrina, en cualquier forma, en cualquier obra, sino confía en Jesús y serás salvo.

“Bueno”, dice uno, “pero si sigo en pecado”. No puedes seguir en pecado después de haber confiado en Jesús, eso te detendrá en este pecado, nada más puede, pero la fe lo hará. “No”, dice otro, “pero no tengo nada en el mundo, ninguna razón para ser salvo, no tengo nada bueno”.

Yo sé que usted no lo tiene, pero todavía usted es llamado a confiar en Jesús aunque tenga alguna cosa buena o no.

Me parece oír a alguien decir: “No debo confiar en Jesús, no tengo derecho a hacerlo”. Pero mi querido amigo, se te ordena hacerlo. “Dios manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan”. Este es el mandamiento: que creáis en Jesucristo, a quien él ha enviado. ¿No es éste el Evangelio mismo: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”? Ahora bien, lo que Dios me manda hacer, tengo derecho a hacerlo; no puede ser malo que yo haga lo que Dios me dice que haga.

El ministro que le dice a un hombre que tiene su derecho encontrado en su propio sentido de necesidad, hace que el pecador se mire a sí mismo, pero si le dice: “Sientas o no sientas, Dios te ha ordenado que creas”, eso hace que el pecador se vuelva a Cristo y sólo a Cristo, esto vuelve su mirada de sí mismo al Salvador.

Para concluir, les contaré una pequeña anécdota que he contado a menudo antes, les trae a la mente más claramente que cualquier otro medio, su derecho a creer en Cristo. Me dirijo a los que dicen: “No tengo derecho a confiar en Cristo”. Pero si Cristo te ordena que lo hagas, y si además te dice: “ya estás condenado porque no crees”, ciertamente tienes derecho a creer.

Sentado un día en el tribunal con un juez, interesándome por algunos juicios que se estaban celebrando, se buscó a un testigo. No tengo claro su nombre, pero creo que era Brown. Así que se dijo desde el estrado que Brown era el siguiente buscado. El guardia en el tribunal gritó: “¡Brown!”. Alguien cerca de la puerta gritó: “¡Brown!” y pude oírlos gritar en la calle dos o tres veces: “¡Brown! ¡Brown! Brown!”

El tribunal estaba muy concurrido. De un momento a otro entró por la puerta del tribunal, con mucha dificultad, una criatura pequeña, fea y de aspecto mezquino, que se abrió paso a empujones y codazos. En el tribunal había un caballero muy alto que miraba. No le gustaba que le empujaran, y dijo de manera muy autoritaria: “¿Quién es usted?”. “Brown”, respondió el hombre, “yo soy Brown”. “Bien”, dijo el otro, “¿quién es Brown?”. “Nadie”, dijo él, “sólo me dijeron que viniera”.

Era asombroso ver cómo todos le abrían paso a Brown, porque le habían dicho que viniera. Acababan de abrirle paso, y supongo que no habrían hecho sitio para mi rey y el duque, pues estaban muy apretados, pero Brown debía entrar de todos modos, porque lo necesitaban. No importaba lo pobre que pareciera, lo andrajoso, lo grasiento, lo sucio, Brown era requerido y tenía derecho a venir.

Así que ahora, Dios te ordena confiar en Cristo. Pero tú dices: “Hay un gran pecado que se ha levantado”. Y Él dice: “¿Quién eres?” Tú dices: “Un pobre pecador”. “¿Y qué es un pobre pecador?” dice Él. “Nada en absoluto”, dices, “pero Jesucristo me dijo que confiara en Él. Si se equivoca le dejo la culpa a Él, no me apartaré de Él”.

Él dice: “Salta a Mis brazos”. Estoy en lo alto de una casa en llamas, Él grita, “salta, y te cogeré”. Entonces caigo. Hecho pedazos o salvado, no tengo otro camino de salvación sino caigo a Sus brazos. Me estoy hundiendo, las aguas están a punto de devorarme. Cristo dice: “Agárrate a esa cuerda”. Parece una cuerda frágil, pero me agarro a ella. Me hunda o nade, no me agarraré a nada más que a eso y sólo a eso, y estaré a salvo.

Hazlo, pobre pecador, quienquiera que seas. Si no has entrado a un lugar de adoración en los últimos seis meses, confía en Cristo ahora. Ahora, te ruego, mientras la hora aceptada está aquí, que Dios el Espíritu Santo te capacite para confiar en Cristo, y aunque hayas entrado aquí cubierto de pecado, puedas salir con tu pecado lavado, paz y gozo en tu corazón, porque el Espíritu de Dios te ha guiado dulcemente a confiar en Jesús y eres salvo.

Que Dios añada ahora su bendición, por amor de Jesús. Amén.

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