“Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”
Apocalipsis 22:17
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El clamor de la religión cristiana es la simple palabra: “Ven”. La ley judía decía: “Ve, y cuida tus pasos en cuanto a la senda en que andarás. Ve, y quebranta los mandamientos, y perecerás; ve, y guárdalos, y vivirás”. La ley era una dispensación del látigo, que conducía a los hombres ante ella; el Evangelio es justamente del tipo opuesto. Es la dispensación del Pastor. Él va delante de sus ovejas, y les ordena que le sigan, diciéndoles: “Venid”. La ley repele, el Evangelio atrae. La ley muestra la distancia entre Dios y el hombre, el Evangelio salva esa distancia, y lleva al pecador a través de ese gran abismo fijo que Moisés nunca pudo salvar.
El hecho es, como todos ustedes tendrán que aprender, si conocen algo de la experiencia de la gracia, que desde el primer momento de su vida espiritual hasta que sean conducidos a la gloria, el clamor de Cristo hacia ustedes será: “Ven, ven a mí”. Él siempre estará delante de ti, pidiéndote que lo sigas como el soldado sigue a su líder. Irá siempre delante de ti para pavimentar tu camino, y para preparar tu senda, y te ordenará que vayas tras Él durante toda la vida, y en la solemne hora de la muerte, cuando yazcas jadeante en tu lecho, Su dulce palabra con la que te conducirá al mundo celestial será: “Ven, ven a mí. Extiende tus alas y vuela derecho a este mundo de gozo donde Yo habito. Ven y quédate conmigo donde Yo estoy”.
Más aún, este no es sólo el grito de Cristo para ti, sino que, si eres creyente, este es tu grito para Cristo: “¡Ven! ¡Ven! Estarás anhelando Su segundo advenimiento, estarás diciendo: “Ven pronto, así que ven, Señor Jesús”. Y siempre estarás jadeando por una comunión más cercana y más íntima con Él. Así como Su voz es: “Ven,” así será tu oración a Él: “Ven, Señor, y quédate en mi casa. Ven y conságrame más plenamente a Tu servicio, ven, y sin rival reina, ven, ocupa solo el trono de mi corazón”.
“Venid”, entonces, es la propia palabra-lema del Evangelio. Espero expandir esa palabra, esta mañana, para convertir el grano de oro en pan de oro, y que Dios el Espíritu Santo hable este día con Su ministro, y que algunos que nunca han venido a Jesús antes, vengan ahora a Él por primera vez.
Vayamos de inmediato a nuestro texto: “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Ahora, hay cuatro cosas muy claras en nuestro texto, a saber, primero, que hay un “agua de vida”; segundo, que la invitación es muy amplia: “El que quiera”; tercero, que el camino es claro, pues dice: “El que quiera, venga”; y además, que la única regla que se prescribe es: que la tome “gratuitamente”. “Ese es el único precio exigido, y la única condición, que de hecho no es una condición, sino un golpe mortal a todas las condiciones”. “Que venga y tome el agua de la vida libremente”.
I. Primero entonces, recuerden que estoy a punto de predicar un sermón muy sencillo esta mañana, que trata de almas sencillas. Anhelo ver a los pecadores traídos a Cristo, mi corazón anhela a la multitud de hombres que no ven ninguna belleza en Él como para desearle. Dios ha salvado a muchos en este lugar, que se complazca esta mañana en traer a algún errante a la casa del Padre, a través del mérito de la cruz del Hijo por la influencia del Espíritu. Pues bien, HAY UN “AGUA DE VIDA”.
El hombre está completamente arruinado y deshecho. Está perdido en un desierto salvaje. El odre de su justicia se ha secado, y no hay en él ni una gota de agua. Los cielos le niegan la lluvia, y la tierra no puede darle humedad. ¿Debe perecer? Mira hacia arriba, hacia abajo, a su alrededor, y no encuentra forma de escapar. ¿Debe morir? ¿Debe devorarlo la sed? ¿Debe caer en el desierto y dejar que sus huesos se blanqueen bajo el sol ardiente? No, pues el texto declara que hay una fuente de vida.
Ordenada en la eternidad pasada por Dios en solemne pacto, esta fuente, este divino pozo, brota de los profundos cimientos de los decretos de Dios. Brota de la profundidad que se oculta debajo, viene de ese lugar que el ojo del águila no ha visto, y que el cachorro del león no ha atravesado. Los fundamentos profundos del gobierno de Dios, la profundidad de su propia bondad esencial y de su naturaleza divina, éstos son los manantiales misteriosos de donde brota esa fuente de “agua de vida” que hará bien al hombre.
El Hijo ha excavado este pozo y ha perforado las enormes rocas que impedían que esta agua viva brotara hacia arriba. Utilizando su cruz como el gran instrumento que ha atravesado las rocas, Él mismo ha descendido a la profundidad más baja, y ha abierto un paso por el cual el amor y la gracia de Dios, el agua viva que puede salvar el alma, puede brotar y desbordarse para saciar la sed de los hombres moribundos.
El Hijo ha ordenado que esta fuente fluya libremente, ha quitado la piedra que estaba sobre la boca de la misma, y ahora, habiendo ascendido a lo alto, está allí para ver que la fuente nunca se detendrá en su curso dador de vida, que sus aguas nunca se secarán, que sus profundidades nunca se agotarán. Esta fuente sagrada, establecida según la buena voluntad y la complacencia de Dios en el pacto, abierta por Cristo cuando murió en la cruz, fluye hoy para dar vida y salud, gozo y paz a los pobres pecadores muertos en el pecado y arruinados por la caída. Hay un “agua de vida”.
Detengámonos un momento y contemplemos sus aguas que brotan hacia arriba, desbordándose por todas partes y calmando la sed de los hombres. Miremos con ojos alegres. Se la llama “agua de vida”, y bien merece ese nombre. El favor de Dios es vida, y en Su presencia hay placer para siempre; pero esta agua es el favor de Dios y, por consiguiente, la vida. Por esta agua de vida se entiende la gracia gratuita de Dios, el amor de Dios por los hombres, de tal manera que si vienes y bebes, encontrarás que esto es verdaderamente vida para tu alma, pues al beber de la gracia de Dios, heredas el amor de Dios, estás reconciliado con Dios, Dios está en una relación paternal contigo, te ama, y Su gran corazón infinito anhela por ti.
De nuevo, es agua viva no sólo porque es amor, y eso es vida, sino que salva de la muerte inminente. El pecador sabe que debe morir porque está sucio. Ha cometido pecados tan tremendos que Dios debe castigarlo. Dios dejaría de ser justo si no castigara los pecados del hombre. El hombre, cuando es consciente de que ha sido muy culpable, se queda temblando en presencia de su Hacedor, sintiendo en su alma que su condena está firmada y sellada, y que ciertamente debe ser desechado de toda esperanza, vida y gozo.
Venid aquí, condenados por el pecado, esta agua puede lavar vuestros pecados, y cuando vuestros pecados hayan sido lavados, entonces viviréis, porque el inocente no debe ser castigado. Aquí hay agua que puede hacerte más blanco que la nieve. Aunque seas negro como las tiendas humeantes de Cedar, aquí hay agua que puede purgarte y lavarte hasta la blancura de la perfección, y hacerte hermoso como las cortinas del rey Salomón.
Estas aguas bien merecen el nombre de vida, pues el perdón es condición de vida. Sin perdón morimos, perecemos, nos hundimos en las profundidades del infierno; perdonados vivimos, resucitamos, ascendemos a las mismas alturas del cielo. He aquí, pues, que esta fuente que brota sin cesar dará a todos los que la reciban la vida de entre los muertos, por el perdón de sus pecados.
“Pero”, dice la pobre alma condenada, “esto no es todo lo que quiero, pues si todos los pecados que he cometido fueran borrados, en diez minutos cometería muchos más. Si ahora fuera completamente perdonada, no pasarían muchos segundos antes de que destruyera mi alma y volviera a hundirme desamparadamente”. Ay! pero mira aquí, ésta es agua viva, puede saciar tu sed de pecado, entrando en tu alma, vencerá y cubrirá con sus inundaciones tus propensiones al mal. Primero las cubrirá, después las ahogará, y, al final, se los llevará por completo, succionándolos hacia las profundidades de su remolino, donde nunca más se los encontrará para siempre.
Oh pecadores, esta fuente de gracia evangélica puede lavar vuestros corazones de tal manera que ya no améis el pecado, sí, tan perfectamente puede esta agua refinar el alma que un día os hará tan inmaculados como los ángeles que están ante el trono de Dios, y vosotros también, como ellos, obedeceréis los mandatos de Dios, escuchando sus órdenes y regocijándoos de ser sus siervos. Esta es la vida en verdad, porque aquí está el favor, aquí está el perdón, aquí está la santidad, la renovación del alma por el lavado del agua, a través de la Palabra.
“Pero”, dice uno, “tengo un anhelo dentro de mí que no puedo satisfacer. Estoy seguro de que, si se me perdona, hay algo que deseo y que nada de lo que he oído, visto o tocado puede satisfacer, tengo dentro de mí un vacío doloroso que el mundo nunca podrá llenar”. “Hubo un tiempo”, dice uno, “en que me satisfacía el teatro, en que las diversiones, los placeres de los hombres del mundo, me eran muy satisfactorios. Pero he aquí que he exprimido esta aceituna hasta que ya no produce el generoso aceite, no es más que el espeso excremento de ella lo que ahora puedo obtener. Mis alegrías se han desvanecido, la belleza de mi gordo valle se ha vuelto como una flor marchita. Ya no puedo regocijarme en la música de este mundo”.
Ah, alma, me alegro de que tu cisterna se haya secado, pues hasta que los hombres no estén insatisfechos con este mundo, nunca buscarán el siguiente, hasta que el dios de este mundo los haya engañado por completo, no mirarán a Aquel que es el único Dios vivo y verdadero. Pero escucha, tú que eres desdichado y miserable, aquí hay agua viva que puede saciar tu sed. Venid aquí y bebed, y seréis saciados, porque el que es creyente en Cristo encuentra en Cristo lo suficiente para él ahora, y lo suficiente para siempre.
El creyente no es el hombre que tiene que pasearse por su habitación, diciendo: “No encuentro diversiones ni deleite”. No es el hombre cuyos días son fatigosos y cuyas noches son largas, porque encuentra en la religión tal manantial de alegría, tal fuente de consuelo, que está contento y feliz.
Pónganlo en una mazmorra y encontrará buena compañía, colóquenlo en un yermo estéril, aun así podría comer el pan del cielo, aléjenlo de la amistad, encontrará al “amigo que es más unido que un hermano”.
Vuela todas sus calabazas, y encontrará sombra bajo la roca de los siglos, socavando el fundamento de sus esperanzas terrenales, pero puesto que el fundamento de su Dios permanece firme, su corazón seguirá fijo, confiando en el Señor. Hay tal plenitud en la religión, que puedo testificar honestamente por experiencia,
“No cambiaría mi mejor estado,
por todo lo que la tierra llama bueno o grande”.
Nunca supe lo que era la felicidad hasta que conocí a Cristo, creí que lo sabía. Calenté mis manos ante el fuego del pecado, pero era un fuego pintado. Pero oh, cuando una vez probé el amor del Salvador, y había sido lavado en la sangre de Jesús, eso era el cielo comenzado abajo.
“Es el cielo en la tierra y en lo alto,
ver Su rostro, deleitarme en Su amor.”
Oh, si conocieras las alegrías de la religión, si conocieras la dulzura del amor a Cristo, seguramente no podrías permanecer al margen. Si pudieras vislumbrar al creyente cuando baila de gozo, renunciarías a tu alegría más salvaje, a tu mayor gozo, para convertirte en el hijo más pequeño de la familia de Dios. Así pues, es el agua viva, es el agua de la vida, porque sacia nuestra sed, y nos da la realidad de la vida que nunca podremos encontrar en nada bajo el cielo.
Y aquí, permítanme agregar muy brevemente, quien bebe una vez de esta agua de vida, bebe aquello que saciará su sed para siempre. Nunca volverás a tener sed, a menos que anheles beber profundamente de esta fuente viva.
De esa dulce manera tendrás sed. No será una sed de dolor, será una sed de gozo amoroso, una sed feliz, encontrarás que es algo dulce estar sediento de más amor de Cristo. Conviértete en cristiano, y estarás satisfecho de por vida; entonces podrás decir: “Vuelve a tu reposo, oh mi alma, porque Jehová te ha hecho bien”. Encontrarás un árbol siempre vivo sobre el que construirás tu nido, y ningún hacha lo derribará jamás, ningún viento sacudirá jamás tu tranquilo lugar de descanso, sino que descansarás para siempre en el amado seno del Salvador, donde encontrarás descanso eterno, gozo y paz eternos. Oh, ven y toma de Él, y bebe del agua de la vida libremente.
Y además, el que beba de esta agua viva no morirá jamás. Su cuerpo se corromperá por un tiempo, pero su alma se elevará y morará con Jesús. Y su propio cuerpo, cuando haya pasado por el proceso de purificación, resucitará más glorioso que cuando fue sembrado en la debilidad. Resucitará en gloria, en honor, en poder, en majestad, y unido al alma, heredará eternamente los gozos que Cristo ha preparado para los que le aman. Esta es el agua viva, veo la fuente fluyendo ahora, fluyendo libremente, centelleando con todas estas excelentes propiedades. ¿Quién no desearía venir y beber de ella?
II. En segundo lugar, observamos en el texto que la invitación es muy amplia: “el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”.
¡Qué amplia es esta invitación! Hay algunos ministros que tienen miedo de invitar a los pecadores, ¡entonces por qué son ministros! Porque tienen miedo de realizar la parte más importante del oficio sagrado. Debo confesar que hubo un tiempo en que vacilé un poco cuando estaba a punto de hacer una invitación gratuita. Mis sentimientos doctrinales me obstaculizaron un poco en ese momento.
Proclamo audazmente que no he cambiado en cuanto a las doctrinas que he predicado, predico el calvinismo tan alto, tan severo y tan sólido como siempre, pero siento y siempre he sentido la ansiedad de invitar a los pecadores a Cristo. Y también siento que no sólo tal curso es consistente con las doctrinas más sanas, sino que el otro curso es después de todo el que no es sano, y no tiene ningún título para alegar las Escrituras en su favor.
En muchas iglesias bautistas ha surgido la idea de que sólo se llama a Cristo a lo que ellos llaman pecadores sensatos. A veces refuto eso señalando que yo llamo a Cristo tanto a los pecadores estúpidos como a los sensibles, y que los pecadores estúpidos constituyen, con mucho, la mayor proporción de los impíos. Pero me glorío en la confesión de que predico a Cristo incluso a los pecadores insensibles; que diría incluso a los huesos secos del valle, como lo hizo Ezequiel: “¡Vivid, huesos secos!”, haciéndolo como un acto de fe, no fe en el poder de los que escuchan para obedecer el mandato, sino fe en el poder de Dios que da el mandato para dar fuerza también a aquellos a quienes se dirige, para que se vean obligados a obedecerlo.
Pero ahora escuchen mi texto, porque aquí al menos, no hay limitación. Pero sensible o insensible, todo lo que dice el texto es: “El que quiera, venga y tome gratuitamente del agua de la vida”.
La única pregunta que tengo que hacer esta mañana es: ¿estás dispuesto? Si es así, Cristo te invita a tomar el agua de la vida. ¿Estás dispuesto? Si es así, sé perdonado, sé santificado, sé sanado. Porque si estás dispuesto, Cristo también lo está, y te invita libremente a que vengas y seas bienvenido a la fuente de la vida y de la gracia.
Ahora fíjense, la pregunta tiene que ver con la voluntad. “Oh”, dice uno, “soy tan tonto que no puedo entender el plan de salvación, por lo tanto no puedo venir y beber”. Pero mi pregunta no tiene nada que ver con su entendimiento, tiene que ver con su voluntad. Puedes ser tan tonto como quieras, pero si estás dispuesto a venir a Cristo estás invitado libremente. Aunque no pudieras leer ni una sola letra del alfabeto, o deletrear una palabra del libro, que tus labios, aunque sean labios ignorantes, beban ahora de esta agua de vida.
No tiene nada que ver con tu entendimiento, no dice, “El que entienda que venga”, sino “El que quiera”, y no dudo, sino que hay muchas almas que cuando vienen a Cristo por primera vez tienen muy poco entendimiento del camino de la salvación, y muy poco conocimiento de la manera en que Él salva, pero vienen a Cristo, el Espíritu Santo los hace querer venir, y así son salvos.
Oh, tú que has estado durante muchos años vistiendo el traje de un indigente, tú que vienes aquí del asilo, tú que eres ignorante, tú que eres despreciado entre los hombres, ¿estás dispuesto a ser salvado? ¿Puedes decir de corazón: “Señor, Tú sabes que quiero que mis pecados sean perdonados”? Entonces ven y sé bienvenido. Jesús te invita a venir. Que tu ignorancia no te impida venir. Él apela, no a tu entendimiento, sino a tu voluntad.
“Oh”, dice uno, “puedo entender el plan de salvación, pero no puedo arrepentirme como quisiera. Señor, mi corazón es tan duro, no puedo derramar lágrimas. No puedo sentir mis pecados como desearía”.
“Mi corazón qué terriblemente duro es,
Qué cargado aquí yace;
cargado y frío dentro de mi pecho,
como una roca de hielo”.
Ay, pero este texto no tiene nada que ver con tu corazón, sino con tu voluntad. ¿Estás dispuesto? Entonces, aunque tu corazón sea duro como la piedra del molino, si estás dispuesto a ser salvo, se me ordena invitarte. “El que quiera”, no “El que sienta”, sino “El que quiera, venga y tome gratuitamente del agua de la vida”.
“Sí”, dice uno, “puedo decir honestamente que estoy dispuesto, pero mi corazón no se ablanda. Desearía que la gracia me cambiara. Puedo decir que deseo que Cristo ablande mi corazón. Deseo que Él ponga el fuego vivo dentro de mi frío pecho y me haga arrepentirme, y me haga amarlo, y me haga creer en Él. Estoy dispuesto”. Pues bien, el texto es para ti. “El que quiera, que venga”. Si estás dispuesto, estás libremente invitado a Cristo.
“No”, dice uno, “pero soy un gran pecador. He sido un borracho, he sido un hombre lascivo, me he desviado mucho de los caminos de la rectitud. No quisiera que mis semejantes conocieran todos mis pecados. ¿Cómo puede Dios aceptar a un desgraciado como yo, a una criatura tan inmunda como he sido?”.
¡Nota hombre! Aquí no se hace referencia a tu vida pasada. Simplemente dice: “El que quiera”. ¿Estás dispuesto? ¿Estás dispuesto a ser salvo? ¿Puedes decir: “Ahora, Señor, estoy dispuesto a ser salvo, dame un corazón nuevo, estoy dispuesto a renunciar a mis pecados, estoy dispuesto a ser cristiano, estoy dispuesto a creer y dispuesto a obedecer, pero oh para esto no tengo fuerzas, Señor, tengo la voluntad, dame el poder”.
Entonces estás libremente invitado a venir, si estás dispuesto. No hay ninguna barrera entre tú y Cristo, excepto tu obstinada voluntad. Si tu voluntad está sometida, y si dices: “Sí, Señor, estoy dispuesto”, entonces estás libremente invitado. Oh, no rechaces la invitación, sino ven y sé bienvenido, pecador, ven.
“Pero”, dice uno, “no puedo venir, no puedo creer, no puedo hacer lo que quisiera”. Bueno, pero no dice: “El que pueda, que venga”, sino “El que quiera, que venga”. ¿Está usted dispuesto? Sabes que hay muchos hombres que tienen más voluntad que poder, pero Dios nos estima no por nuestro poder, sino por nuestra voluntad.
Ves a un hombre a caballo, tiene prisa por ir a buscar a un médico para algún moribundo, el caballo es un miserable jade, y no va tan rápido como el hombre quisiera, pero no puedes reñirle porque le ves azuzar y espolear, y demostrar así que iría si pudiera, y así el amo toma la voluntad del hombre para la hazaña.
Lo mismo te pasa a ti, tu pobre corazón no quiere ir, es un triste jade inválido, pero iría si pudiera. Por eso Jesús te invita, no según lo que puedas, sino según lo que quieras. “El que quiera, que venga y tome del agua de la vida gratuitamente”. Todo lo que se estipula es: ¿estás dispuesto, verdaderamente dispuesto? Si es así, eres bienvenido. Se te invita encarecidamente a que tomes del agua de la vida, y también libremente.
Seguramente cuando esto recorra la sala, se encontrarán muchos que sí respondieron a ella, y que dirán, de todo corazón: “Estoy dispuesto, estoy dispuesto”. Vamos, que la pregunta vaya personalmente por ahí. Que no os hable en masa, sino que la flecha alcance al individuo. Cabeza gris, da tu respuesta, y deja que ese muchacho rubio responda también. ¿Estás dispuesto ahora a ser salvo, estás dispuesto a abandonar el pecado, estás dispuesto a tomar a Cristo como tu Señor desde hoy y para siempre? ¿Estás dispuesto a ser lavado en Su sangre? ¿Dispuesto a ser vestido con Su justicia? ¿Estás dispuesto a ser feliz, dispuesto a escapar del infierno y dispuesto a entrar en el cielo?
Es extraño que sea necesario hacer tales preguntas, pero aún así lo es. ¿Estás dispuesto? Entonces recuerda que, sea lo que sea lo que haya contra ti, sea lo que sea lo que te haya manchado, por negro, por sucio, por despreciable que seas, se te invita hoy a tomar libremente de la fuente del agua de la vida, porque estás dispuesto y se dice: “El que quiera, que venga”.
“¡Ah!”, dice uno, “Dios sabe que estoy dispuesto, pero aun así no me creo digno”. No, sé que no lo eres, pero ¿qué tiene eso que ver? No es “El que sea digno”, sino “El que quiera, que venga”. “Bueno”, dice uno, “yo creo que puede venir el que quiera, pero yo no, porque soy el más vil pecador del infierno”.
Pero escucha, pecador, dice: “Cualquiera”. ¡Qué gran palabra es esa! Cualquiera. Aquí no hay una altura estándar. Es de cualquier altura y de cualquier tamaño. Pecadores pequeños, pecadores grandes, pecadores negros, pecadores rubios, pecadores doblemente teñidos, pecadores viejos, pecadores agravados, pecadores que han cometido cada crimen en todo el catálogo: cualquiera. ¿Esto exime a alguien? ¿Quién puede ser excluido de este cualquiera? No importa quién seas, ni lo que hayas sido, si estás dispuesto a ser salvo, libre como el aire que respiras es el amor y la gracia de Dios. “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”.
Así he tratado de mostrarles la amplitud de la invitación.
III. Y ahora voy a mostrarles, en tercer lugar, cuán claro es el camino, “el que quiera, que tome del agua de la vida gratuitamente”.
Esa palabra “tomar” es una palabra muy curiosa, porque significa dos cosas opuestas. “tomar” es una palabra anticuada que a veces significa, “estorbar”. “El que tome será quitado de en medio”, es decir, “El que estorba”. Pero aquí, en nuestro texto, significa la eliminación de todo obstáculo. “Dejadle venir”, Me parece oír a JEHOVÁ hablando así. Aquí está la fuente del amor y la misericordia. Pero tú eres demasiado indigno, eres demasiado vil. ¡Escucha a Jehová! Él grita: “Déjalo venir, él está dispuesto. Atrás! dudas y temores, lejos de ti, déjale venir, haz un camino recto, déjale venir si está dispuesto”.
Entonces el mismo diablo se adelanta, y atravesando el camino a grandes zancadas, le dice a la pobre alma temblorosa: “Derramaré tu sangre, nunca tendrás misericordia. Te desafío, nunca creerás en Cristo, y nunca serás salvado”. Pero Cristo dice: “Déjalo venir”, y Satanás, por fuerte que sea, se acobarda ante la voz de Jehová, y Jesús lo ahuyenta, y el camino queda libre esta mañana, ni el pecado, ni la muerte, ni el infierno, pueden bloquear el camino, cuando Jehová Jesús dice: “Déjalo venir”.
Creo ver a varios ministros obstaculizando el camino. Son de una doctrina tan elevada que no se atreven a invitar a un pecador, y por tanto atascan el Evangelio con tantas condiciones.
Quieren que el pecador sienta una cierta cantidad de experiencia antes de ser invitado a venir, y por eso levantan sus sermones y dicen: “no estás invitado, eres un pecador muerto, no debes venir, no estás invitado, eres un rebelde endurecido”. “Apartaos”, dice Cristo, “cada uno de vosotros, aunque seáis mis siervos. Dejadle venir, si quiere; no le estorbéis”.
Es algo triste que los ministros de Cristo se conviertan en ayudantes e instigadores del diablo, y sin embargo a veces lo son, pues cuando le dicen a un pecador cuánto debe sentir, y cuánto debe saber antes de venir a Cristo, están virtualmente poniendo grandes piedras en el camino, y diciéndole al pecador dispuesto: “No puedes venir”.
En el nombre de Dios Todopoderoso, aleja esta mañana todo lo que aleja al pecador dispuesto de Cristo. ¡Aléjate, aléjate! Cristo rocía Su sangre sobre el camino, y te grita: “Desaparece, vete, deja el camino libre, déjale venir, no te interpongas en su camino, endereza ante él su senda, allana los montes y llena los valles, endereza a través del desierto una calzada para que venga, para que beba de esta agua de vida gratuitamente. Dejadle venir”.
Oh, no es esa una preciosa palabra de mandato, pues contiene todo el poder de la omnipotencia. Dios dijo: “Sea la luz, y fue la luz,” y dice: “Venga,” y vendrá y debe venir, que no es sino querer venir. “El que quiera, que tome del agua de la vida gratuitamente”.
Y ahora, pecador, recuerda que Dios dice: “Ven”. ¿Hay algo en tu camino? Recuerda, Él añade, “Déjalo venir”. Pide que todo se aparte de su camino.
Estando un día en el palacio de justicia, algún testigo fue requerido, olvido su nombre, puede haber sido Brown, por ejemplo, en un momento, el nombre fue anunciado, “Brown, Samuel Brown”, por y por, otros veinte toman el grito, “Samuel Brown, Samuel Brown”. Se vio a un hombre que se abría paso, “Hagan sitio”, dijo, “hagan sitio, su señoría me llama”, y aunque había muchos en su camino, cedieron, porque el hecho de que lo llamaran era una orden suficiente para que no se lo impidieran, sino que lo dejaran venir.
Y ahora, alma, si eres una pecadora dispuesta, aunque no se mencione tu nombre, si eres una pecadora dispuesta, eres tan verdaderamente llamada como si se te llamara por tu nombre, y por lo tanto supera tus temores. Hazte espacio y ven; los que quieren detenerte son cobardes pusilánimes. Él ha dicho, “Déjalo venir”, y ellos no pueden retenerte, Jehová ha dicho, “Déjalo venir”, y es tuyo ahora decir, “Iré. No hay nada que me lo impida, voy a superar todo y,
“Me dirigiré al Rey bondadoso,
cuyo cetro da la misericordia”.
Iré a la fuente y tomaré gratuitamente del agua de la vida”.
IV. Y ahora, esto me lleva al último encabezado, la condición que es el fin de todas las condiciones: que la tome gratuitamente.
Me parece ver aquí a uno que está diciendo: “quiero ser salvo, y haré lo que pueda para ser digno de ello”. La fuente es gratis, y él viene con su medio penique en la mano, y que uno malo, y él dice, “Aquí, señor, deme una taza de esta agua viva para beber, yo soy bien digno de ella, para ver el precio está en mi mano.” Pues, hombre, aunque pudieras traer la riqueza de Potosí, o todos los diamantes de Golconda, y todas las perlas de Ormuz, no podrías comprar esta cosa costosísima. Pon tu dinero, no podrías tenerlo ni por oro ni por plata.
El hombre aporta su mérito, pero el cielo no se vende a los méritos. O tal vez digan: “Iré a la iglesia regularmente, daré a los pobres, asistiré a mi casa de reuniones, tomaré asiento, me bautizaré, haré esto y lo otro, y entonces sin duda tendré el agua de la vida”. Atrás, rebaño miserable, no traigáis vuestros harapos y basura a Dios, Él no los quiere. Atrás, insultáis al Todopoderoso cuando ofrecéis cualquier cosa como pago.
De vuelta contigo, Él no invita a los que son como tú a venir. Dice que vengas libremente. No quiere que le recomienden nada. No necesita ninguna recomendación. No quiere buenas obras. No traigas ninguna. Pero no tienes buenos sentimientos. Sin embargo, estás dispuesto, por lo tanto ven. Él no quiere buenos sentimientos de ti. No tienes fe ni arrepentimiento, sin embargo, estás dispuesto.
“La verdadera creencia y el verdadero arrepentimiento,
cada gracia que nos acerca,
sin dinero,
ven a Jesucristo y compra”.
No trates de conseguirlos por ti mismo; ven a Él, y Él te los dará. Ven tal como eres, es “gratuitamente”, “sin dinero y sin precio”.
Los bebederos en las esquinas de nuestras calles son instituciones valiosas, pero no puedo imaginar a nadie tan tonto, como cuando llega a los bebederos buscando a tientas su monedero y diciendo: “No puedo beber porque no tengo cinco libras en el bolsillo”. Pues bien, por pobre que sea el hombre, ahí está la fuente, y por pobre que sea puede beber de ella. Está allí para el público. Las almas sedientas, al pasar, ya sea que estén vestidas de fustán o de paño, no buscan ninguna orden para beber, vienen y beben de ella libremente. Aquí está, la liberalidad de algún buen amigo lo ha puesto allí, y ellos lo toman y no preguntan nada.
Tal vez las únicas personas que alguna vez necesitan pasar sed por la calle donde hay una fuente para beber, son las damas y caballeros finos que van en sus carruajes. Tienen mucha sed y no se les ocurre ser tan vulgares como para salir a beber. Les parecería indigno beber en una fuente común, así que van con los labios resecos.
Oh, cuántos hay que son ricos, ricos en sus propias buenas obras, que no pueden venir a Cristo. “No seré salvo”, dicen, “de la misma manera que una ramera o un blasfemo. ¡Qué! ir al cielo de la misma manera como un deshollinador. ¿No hay otro camino a la gloria que el que puede tomar una Magdalena? No me salvaré por ese camino”. Entonces, ustedes, la alta burguesía, pueden quedarse afuera. No se os pide que vengáis, porque no estáis dispuestos. Pero recuerden,
“De aquí no se excluye a nadie,
sino a los que se excluyen a sí mismos;
bienvenidos los sabios y educados,
los ignorantes y necios”.
“El que quiera, que venga”. Que no traiga nada que lo recomiende. Que no imagine que puede dar algún pago a Dios, o algún rescate por su alma, porque la única condición que excluye todas las condiciones es: “Que venga y tome el agua de la vida gratuitamente.”
Hay un hombre de Dios aquí, que ha bebido del río del agua de vida muchas veces, pero dice: “Quiero saber más de Cristo, quiero tener una comunión más estrecha con Él, quiero entrar más de cerca en el misterio de Su sacrificio, quiero entender más y más de la comunión de Sus sufrimientos, y ser hecho conforme a Su muerte”.
Bien creyente, bebe libremente. Usted ha llenado su tazón de fe una vez, y usted que bebió el trago, llénelo otra vez, beba otra vez, y siga bebiendo. Acerca tu boca a la fuente, si quieres, y sigue bebiendo. Como dice el buen Rutherford en una de sus cartas: “He estado hundiendo mi cubo en el pozo muchas veces, pero ahora mi sed de Cristo se ha vuelto tan insaciable, que anhelo poner el pozo mismo en mis labios, y vaciarlo todo, y seguir bebiendo”. Pues tómalo libremente tanto como puedas.
Ahora has entrado en el campo de Booz, puedes recoger todas las espigas que encuentres, es más, puedes llevarte las gavillas si quieres, y más aún, puedes reclamar todo el campo como tuyo si quieres. El comer y el beber en la mesa de Cristo es como en la de Asuero, sólo que en sentido contrario. Se dice de aquella mesa, nadie obligó, se dice de ésta, nadie retiene, nadie puede restringir.
Si hay una vasija grande llena de esta agua bendita, bébanla toda, y si hay una que contenga doce cántaros, bébanla, sí, bébanla toda, y descubrirán que incluso entonces hay tanta como siempre. En Cristo, hay suficiente para todos, suficiente para cada uno, suficiente para siempre, y nadie tendrá jamás necesidad de decir que no hubo suficiente en Cristo para él. Bebed libremente. Así que ven que hay dos significados: beban sin precio, y beban sin escatimar.
Por otra parte, tenemos un viejo proverbio que dice que hay ciertos invitados que vienen a nuestras casas que son más libres de lo que son bienvenidos. Ellos mismos se liberan y van más allá de lo que podemos darles la bienvenida. Pero con respecto a los que vienen a la fuente de aguas vivas, pueden ser tan libres como quieran y son bienvenidos, sean tan libres como puedan, tomen esta agua como quieran, Cristo no se los negará. El que está junto a la fuente nunca se lamentará porque bebas demasiado, nunca estará descontento porque un negro como tú se haya atrevido a lavarse en la corriente viva.
No, pero cuanto más negro seas, más se alegrará Él de que hayas sido lavado, cuanto más sediento estés, más se alegrará Su alma de que bebas hasta saciarte y quedes satisfecho. Él no se enriquece reteniendo, más bien se enriquece en gozo dando. Es tanto un placer para Cristo salvarte como lo será para ti ser salvado. Él se complace tanto en ver a los pobres, a los cojos, a los cojos y a los ciegos sentarse a Su mesa, como en verlos sentarse allí. Se complace tanto en llevar a los hombres al cielo como ellos mismos pueden complacerse cuando beben del río de gozo en la fuente de la eternidad. “El que quiera, que tome del agua de la vida gratuitamente”.
Y ahora, no sé qué más decir. Mi texto es tan precioso que no puedo entrar en la plenitud de su libertad y dulzura. Recuerden, mis queridos amigos, que si están dispuestos a ser salvos, Dios no requiere nada de ustedes excepto que se entreguen a Cristo. Si están dispuestos a ser salvos, nadie puede impedirlo, no hay obstáculo. Ustedes no van, como las hijas de Hobab, a un pozo del que serán expulsadas por la grosería y la rudeza de los pastores. Venís donde Jesús está con los brazos abiertos, está con la boca abierta, clamándoos hoy: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba; y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida.”
Y ahora, ¿rechazarán la invitación? No rechaces al que habla. ¿Irás este día y abusarás de la misericordia gratuita de Dios? ¿Esta misma misericordia te llevará a pecar más? ¿Serás tan malvado como para decir que porque la gracia de Dios es gratuita, por lo tanto continuarás en el pecado año tras año?
Oh, no lo hagas, no contristéis al Espíritu de Dios, hoy es el tiempo aceptable, hoy es el día de salvación. Si no te vuelves, Él afilará Su espada, Él ha doblado Su arco, y lo ha preparado.
Has sido advertido, tu conciencia te ha aguijoneado a menudo, ahora este día eres dulcemente invitado. Pero el tiempo de las advertencias y las invitaciones no durará para siempre, pronto terminará, y cuando suene su toque fúnebre, usted estará en ese lago de fuego, esa tierra de miseria y dolor, donde ni una gota de agua refrescará jamás su lengua ardiente.
Si quieres escapar de las llamas del infierno, si quieres ser liberado de los tormentos eternos que Dios ciertamente arrojará sobre ti como piedras de granizo, te ruego que consideres ahora tus caminos, y si ahora estás dispuesto, eres invitado, y nadie puede apartarte de Su misericordia. “El que quiera tome del agua de la vida gratuitamente”.
¿Predicaré en vano? ¿Se irán todos y no tomarán el agua de la vida? Vamos, alma, ¿no hay al menos uno que Dios me dé hoy por mi salario, ni uno solo? ¿No puedo tomar a uno de ustedes de la mano, a algún pobre hermano pecador descarriado? Vamos, hermano, bebamos juntos. Que el Espíritu Santo te incline.
Tómalo, hermano mío. Mira en ese árbol sangriento Jesús cuelga, he aquí Él paga Su vida un rescate por tus pecados y los míos. Cree en Él, confía en Él, encomiéndale tu alma y sé salvo. ¿No dirás en tu alma…
“Así como estoy sin una petición,
no obstante tu sangre fue derramada por mí.
Y que me mandaste venir a Ti,
oh cordero de Dios vengo, vengo”?
Y como mi Maestro es verdadero y fiel, no puede desechar ni un alma que venga, porque “al que a mí viene, no le echo fuera”. Oh Espíritu, atrae ahora los corazones renuentes, y da ahora a las almas tímidas valor para creer por amor de Jesús. Amén.
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