SERMÓN #277 – LA SANGRE DEL PACTO ETERNO – Charles Haddon Spurgeon

by Mar 7, 2023

“Por la sangre del pacto eterno”
Hebreos 13:20

Puede descargar el documento con el sermón aquí

Todos los tratos de Dios con los hombres han tenido un carácter de pacto. Le ha agradado tanto disponerlo que no tratará con nosotros sino por medio de un pacto, ni nosotros podemos tratar con Él sino de la misma manera. Adán en el huerto estaba bajo un pacto con Dios y Dios estaba en pacto con él. Él rompió rápidamente ese pacto. Hay un pacto que todavía existe en todo su terrible poder; digo terrible, porque ha sido quebrantado por parte del hombre, y por tanto Dios cumplirá con toda seguridad sus solemnes amenazas y sanciones. Ese es el pacto de obras. Por medio de él trató con Moisés, y en él trata con toda la raza humana representada en el primer Adán.

Después, cuando Dios trató con Noé, lo hizo por medio de un pacto, y cuando en épocas sucesivas trató con Abraham, todavía se complació en vincularse a él por medio de un pacto. Ese pacto conservó y guardó, y fue renovado continuamente a muchos de su descendencia.

Dios no trató ni siquiera con David, el hombre según Su propio corazón, excepto con un pacto. Él hizo un pacto con Su ungido, y, amados, Él trata con ustedes y conmigo en este día todavía por medio de un pacto. Cuando Él venga en todos Sus terrores para condenar, Él herirá por pacto, es decir, por la espada del pacto del Sinaí, y si Él viene en los esplendores de Su gracia para salvar, Él todavía viene a nosotros por pacto, es decir, el pacto de Sión, el pacto que Él ha hecho con el Señor Jesucristo, la Cabeza y Representante de Su pueblo.

Y fíjense, siempre que entramos en un trato íntimo y cercano con Dios, es seguro que es, por nuestra parte, también por pacto. Hacemos con Dios, después de la conversión, un pacto de gratitud, nos acercamos a Él conscientes de lo que ha hecho por nosotros, y nos consagramos a Él. Sellamos ese pacto cuando en el bautismo nos unimos a su Iglesia, y día tras día, cada vez que nos reunimos en torno a la mesa para partir el pan, renovamos el voto de nuestra pacto, y así tenemos comunión personal con Dios.

No puedo orarle sino a través del pacto de gracia, y sé que no soy Su hijo a menos que sea Suyo, primero a través del pacto por el cual Cristo me compró, y segundo, a través del pacto por el cual he renunciado a mí mismo, y le he dedicado todo lo que soy y todo lo que tengo. Es importante entonces, ya que el pacto es la única escalera que va de la tierra al cielo, ya que es la única manera en que Dios tiene comunión con nosotros, y por la cual podemos tratar con Él, que sepamos discriminar entre pacto y pacto, y que no estemos en ninguna oscuridad o error con respecto a lo que es el pacto de gracia, y lo que no lo es.

Me esforzaré esta mañana por hacer tan simple y tan claro como sea posible el asunto del pacto del que se habla en nuestro texto, y hablaré así: primero, del pacto de gracia; segundo, de su carácter eterno; y tercero, de la relación que la sangre tiene con él. “La sangre del pacto eterno”.

I. En primer lugar, pues, tengo que hablar esta mañana del pacto mencionado en el texto, y observo que podemos descubrir fácilmente a primera vista lo que no es el pacto.

Vemos de inmediato que éste no es el pacto de obras, por la sencilla razón de que éste es un pacto que se hizo por primera vez en el jardín del Edén. Tuvo un principio, ha sido quebrantado, será violado continuamente, y pronto se terminará y pasará, por lo tanto, no es eterno en ningún sentido.

El pacto de obras no puede llevar un título eterno, pero como el de mi texto es un pacto eterno, por lo tanto, no es el pacto de obras. Dios hizo un pacto en primer lugar con la raza humana, que decía así: “Si tú, oh hombre, eres obediente, vivirás y serás feliz, pero si eres desobediente, perecerás. El día que me desobedezcas morirás”.

Ese pacto se hizo con todos nosotros en la persona de nuestro representante, el primer Adán. Si Adán hubiera guardado ese pacto, creemos que cada uno de nosotros habría sido preservado. Pero en la medida en que él rompió el pacto, tú y yo, y todos nosotros, caímos y fuimos considerados en adelante como herederos de la ira, como herederos del pecado, como propensos a todo mal y sujetos a toda miseria. Ese pacto ha pasado con respecto al pueblo de Dios, ha sido abolido por el nuevo y mejor pacto que lo ha eclipsado total y completamente por su gloria de gracia.

Una vez más, debo señalar que el pacto al que nos referimos aquí no es el pacto de gratitud que se hace entre el hijo amoroso de Dios y su Salvador. Tal pacto es muy correcto y apropiado. Confío en que todos los que conocemos al Salvador hemos dicho en nuestros corazones…

“¡Está hecho! La gran transacción está hecha;

yo soy de mi Señor, y Él es mío”.

Hemos renunciado a todo por Él. Pero ese pacto no es el del texto, por la sencilla razón de que el pacto de nuestro texto es eterno. Ahora bien, el nuestro se escribió hace pocos años. Habría sido despreciado por nosotros en las primeras etapas de nuestra vida y, como mucho, no puede ser tan antiguo como nosotros mismos.

Habiendo mostrado ya lo que este pacto no es, puedo observar lo que este pacto es. Y aquí será necesario que vuelva a subdividir este tema, y que hable de él de la siguiente manera: para entender un pacto debes saber quiénes son las partes contratantes; en segundo lugar, cuáles son las estipulaciones del contrato; en tercer lugar, cuáles son los objetos del mismo; y luego, si quieres profundizar aún más, debes entender algo de los motivos que llevan a las partes contratantes a formar el pacto entre ellas.

1. Ahora bien, en este pacto de gracia, debemos observar en primer lugar las altas partes contratantes entre las cuales fue hecho. El pacto de gracia fue hecho antes de la fundación del mundo entre Dios el Padre y Dios el Hijo, o para ponerlo en una luz aún más bíblica, fue hecho mutuamente entre las tres divinas personas de la adorable Trinidad.

Este pacto no se hizo mutuamente entre Dios y el hombre. El hombre no existía entonces, pero Cristo participó en el pacto como representante del hombre. En ese sentido permitiremos que fue un pacto entre Dios y el hombre, pero no un pacto entre Dios y cualquier hombre personal e individualmente. Era un pacto entre Dios y Cristo, y a través de Cristo indirectamente con toda la simiente comprada por sangre que fue amada por Cristo desde antes de la fundación del mundo.

Es un pensamiento noble y glorioso, la poesía misma de esa vieja doctrina calvinista que enseñamos, que mucho antes de que el sol conociera su lugar, antes de que Dios hubiera hablado de la existencia a partir de la nada, antes de que las alas de los ángeles hubieran agitado el éter no navegado, antes de que un canto solitario hubiera distribuido la solemnidad del silencio en el que Dios reinaba supremo, había entrado en consejo solemne consigo mismo, con su Hijo y con su Espíritu, y en ese consejo había decretado, determinado, propuesto y predestinado la salvación de su pueblo. Además, en el pacto había dispuesto los caminos y los medios, y fijado y establecido todo lo que debía obrar conjuntamente para la realización del propósito y del decreto.

Mi alma vuela ahora hacia atrás, alada por la imaginación y por la fe, y mira dentro de esa misteriosa cámara del concilio, y por la fe veo al Padre comprometiéndose con el Hijo, y al Hijo comprometiéndose con el Padre, mientras el Espíritu da su promesa a ambos, y así ese pacto divino, que por mucho tiempo estuvo oculto en la oscuridad, es completado y establecido, el pacto que en estos últimos días ha sido leído a la luz del cielo, y se ha convertido en el gozo, la esperanza y la jactancia de todos los santos.

2. Y ahora, ¿cuáles fueron las estipulaciones de este pacto? Eran más o menos así. Dios había previsto que el hombre, después de la creación, quebrantaría el pacto de obras, que por suave y gentil que fuera la tenencia sobre la cual Adán tenía posesión del paraíso, sin embargo, esa tenencia sería demasiado severa para él, y con seguridad daría un puntapié en contra de ella, y se arruinaría. Dios también había previsto que sus elegidos, a quienes había escogido del resto de la humanidad, caerían por el pecado de Adán, ya que ellos, al igual que el resto de la humanidad, estaban representados en Adán. Por tanto, el pacto tenía como fin la restauración del pueblo elegido.

Y ahora podemos comprender fácilmente cuáles eran las estipulaciones. Por parte del Padre, así reza el pacto. No puedo decíroslo en la gloriosa lengua celestial en que fue escrito, sino que prefiero bajarlo al lenguaje que conviene al oído de la carne y al corazón de los mortales.

Así, digo, corre el pacto, en palabras como éstas: “Yo, el Altísimo JEHOVÁ, doy por la presente a mi Hijo unigénito y bienamado, un pueblo, incontable más allá del número de las estrellas, que será por Él lavado del pecado, por Él preservado, y guardado, y conducido, y por Él, al fin, presentado ante mi trono, sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante. Me comprometo por juramento y juro por Mí mismo, porque no puedo jurar por nadie más grande, que estos a quienes ahora entrego a Cristo serán para siempre los objetos de Mi amor eterno. A ellos perdonaré por el mérito de Su sangre. A éstos les daré una justicia perfecta, a éstos los adoptaré y los haré Mis hijos e hijas, y éstos reinarán Conmigo por Cristo eternamente”.

Así transcurre ese lado glorioso del pacto eterno.

El Espíritu Santo también, como una de las altas partes contratantes en este lado del pacto, dio su declaración: “Yo por el presente pacto”, dice Él, “que a todos los que el Padre da al Hijo, yo a su debido tiempo los vivificaré. Les mostraré su necesidad de redención, les quitaré toda esperanza infundada y destruiré sus refugios de mentira. Los llevaré a la sangre de la aspersión, les daré la fe mediante la cual se les aplicará esta sangre, obraré en ellos toda gracia, mantendré viva su fe, los limpiaré y expulsaré de ellos toda depravación, y al fin serán presentados sin mancha y sin defecto”. Esta era la única parte del pacto, que en este mismo día se está cumpliendo y guardando escrupulosamente.

En cuanto al otro lado del pacto que era la parte del mismo, comprometida y pactada por Cristo, Él así declaró y pactó con Su Padre: “Padre mío, por Mi parte pacto que en la plenitud de los tiempos me haré hombre. Tomaré sobre Mí la forma y la naturaleza de la raza caída. Viviré en su mundo miserable, y por Mi pueblo guardaré la ley perfectamente. Elaboraré una justicia sin mancha que sea aceptable a las exigencias de tu ley justa y santa. A su debido tiempo cargaré con los pecados de todo Mi pueblo. Exigirás sus deudas sobre Mí, el castigo de su paz soportaré, y por Mis azotes serán curados. Padre mío, pacto y prometo que seré obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Magnificaré Tu ley, y la haré honorable. Sufriré todo lo que ellos deberían haber sufrido. Soportaré la maldición de Tu ley y todas las ampollas de Tu ira serán vaciadas y gastadas sobre Mi cabeza. Entonces resucitaré, ascenderé a los cielos, intercederé por ellos a Tu diestra, y me haré responsable de cada uno de ellos, para que ni uno solo de los que Me has dado se pierda jamás, sino que llevaré a todas Mis ovejas de las que, por Mi sangre, Me has constituido Pastor, llevaré a cada una a salvo hasta Ti al fin”.

Así transcurrió el pacto, y ahora, creo, tienen una idea clara de lo que era y cómo sigue siendo el pacto entre Dios y Cristo, entre Dios el Padre y Dios el Espíritu, y Dios el Hijo como la Cabeza del pacto y Representante de todos los elegidos de Dios.

Les he dicho, tan brevemente como he podido, cuáles eran las estipulaciones del mismo. Les agradará observar, mis queridos amigos, que el pacto está, por un lado, perfectamente cumplido. Dios el Hijo ha pagado las deudas de todos los elegidos. Por nosotros, los hombres, y por nuestra redención, ha sufrido toda la ira divina. Nada queda ahora en este lado de la cuestión, excepto que Él continuará intercediendo, para que pueda llevar con seguridad a todos Sus redimidos a la gloria.

Por parte del Padre, esta parte del pacto se ha cumplido en innumerables miríadas. Dios Padre y Dios Espíritu no se han quedado atrás en su contrato divino. Y fíjense, esta parte será tan plena y completamente terminada y llevada a cabo como la otra. Cristo puede decir de lo que prometió hacer: “Consumado es”. Y lo mismo dirán todos los gloriosos pactantes.

Todos aquellos por quienes Cristo murió serán perdonados, todos justificados, todos adoptados. El Espíritu vivificará a todos ellos, les dará a todos fe, los llevará a todos al cielo, y todos ellos, sin impedimento ni obstáculo, serán aceptos en el Amado, en el día en que el pueblo sea contado, y Jesús sea glorificado.

3. Y ahora, habiendo visto quiénes fueron las altas partes contratantes y cuáles fueron los términos del pacto hecho entre ellas, veamos cuáles fueron los objetos de este pacto. ¿Fue hecho este pacto para cada hombre de la raza de Adán? Seguramente no, descubrimos el secreto por lo visible. Lo que hay en el pacto ha de verse a su debido tiempo con el ojo y oírse con el oído.

Veo a multitudes de hombres que perecen, que continúan gratuitamente en sus malos caminos, que rechazan la oferta de Cristo que se les presenta en el Evangelio día tras día, que pisotean la sangre del Hijo del Hombre, que desafían al Espíritu que lucha con ellos; veo a estos hombres que van de mal en peor y que finalmente perecen en sus pecados. No tengo la necedad de creer que tengan parte alguna en el pacto de la gracia.

Se prueba claramente que los que mueren impenitentes, las multitudes que rechazan al Salvador, no tienen parte ni suerte en el sagrado pacto de la gracia divina, pues si estuvieran interesados en ello, habría ciertas marcas y evidencias que nos lo mostrarían. Encontraríamos que a su debido tiempo en esta vida serían llevados al arrepentimiento, serían lavados en la sangre del Salvador y serían salvos.

El pacto, para ir de inmediato directo al asunto, por ofensiva que pueda ser la doctrina, el pacto tiene relación con los elegidos y con nadie más. ¿Les ofende esto? Oféndase aún más. ¿Qué dijo Cristo? “Yo ruego por ellos. No ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque son tuyos”. Si Cristo no ruega por nadie sino por sus escogidos, ¿por qué os enojáis porque también se os enseña de la Palabra de Dios que en el pacto se hizo provisión para los semejantes, a fin de que recibieran la vida eterna? Todos los que crean, todos los que confíen en Cristo, todos los que perseveren hasta el fin, todos los que entren en el descanso eterno, ésos y no otros son los interesados en el pacto de la gracia divina.

4. Además, tenemos que considerar cuáles fueron los motivos de este pacto. ¿Por qué se hizo el pacto? Dios no estaba obligado a nada. Todavía no había criaturas. Incluso si la criatura pudiera influir en el Creador, no existía ninguna en el período en que se hizo el pacto. No podemos buscar en ninguna parte el motivo de Dios en el pacto, excepto en Él mismo, porque de Dios se podía decir literalmente en aquel día: “YO SOY, y no hay nadie fuera de mí”.

¿Por qué entonces hizo el pacto? Yo respondo que lo dictó la soberanía absoluta. Pero ¿por qué ciertos hombres fueron objeto del mismo y por qué no otros? Respondo: la gracia soberana guio la pluma. No fue el mérito del hombre, no fue nada de lo que Dios previó en nosotros lo que le hizo elegir a muchos y dejar que otros siguieran en sus pecados. No fue nada en ellos, fue la soberanía y la gracia combinadas lo que hizo la elección divina.

Si ustedes, mis hermanos y hermanas, tienen una buena esperanza de que están interesados en el pacto de gracia, deben cantar esa canción:

“¿Qué había en mí para merecer estima,

o para deleitar al Creador?

Así, Padre, he de cantar siempre,

porque así te pareció bien”.

“Tendrá misericordia de quien Él quiera tener misericordia”, “Porque no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”. Su soberanía eligió, y Su gracia distinguió, y la inmutabilidad decretó. Ningún motivo dictó la elección de los individuos, excepto un motivo en Sí mismo de amor y de la soberanía divina. Sin duda, la gran intención de Dios al hacer el pacto era su propia gloria; cualquier motivo inferior a ése estaría por debajo de su dignidad. Dios debe encontrar sus motivos en sí mismo, no tiene que buscar en polillas y gusanos los motivos de sus obras. Él es el “YO SOY”.

“No se sienta en un trono precario,

Ni pide prestado permiso para estar”.

Él hace lo que quiere en los ejércitos del cielo. ¿Quién puede detener Su mano y decirle: “¿Qué haces?” ¿Pedirá la arcilla al alfarero el motivo por el que la convierte en vasija? ¿Debe la cosa formada antes de su creación dictar a su Creador? No, dejemos que Dios sea Dios, y dejemos que el hombre se encoja en su nada nativa, y si Dios lo exalta, que no se jacte como si Dios encontrara un motivo para este acto en el hombre. Él encuentra sus motivos en sí mismo. Él es autosuficiente, y no encuentra nada más allá ni necesita nada de nadie más que de sí mismo. De esta manera, tan completamente como el tiempo me lo permite esta mañana, he discutido el primer punto concerniente al pacto. Que el Espíritu Santo nos conduzca a esta sublime verdad.

II. Pero ahora, en segundo lugar, venimos a notar su carácter eterno.

Se le llama pacto eterno. Y aquí se observa de inmediato su antigüedad. El pacto de gracia es la más antigua de todas las cosas. A veces es motivo de gran alegría para mí pensar que el pacto de gracia es más antiguo que el pacto de obras. El pacto de obras tuvo un principio, pero el pacto de gracia no lo tuvo, y bendito sea Dios, el pacto de obras tiene su fin, pero el pacto de gracia permanecerá firme cuando pasen el cielo y la tierra.

La antigüedad del pacto de gracia exige nuestra atención agradecida. Es una verdad que tiende a elevar la mente. No conozco doctrina más grandiosa que ésta. Es el alma misma y la esencia de toda poesía, y al sentarme y meditar sobre ella, confieso que mi espíritu se ha extasiado a veces con deleite.

¿Puedes concebir la idea de que antes de todas las cosas Dios pensó en ti? ¿Que, cuando aún no había hecho sus montañas, pensó en ti, pobre gusano insignificante? Antes de que las magníficas constelaciones comenzaran a brillar y antes de que el gran centro del mundo hubiera sido fijado, y todos los poderosos planetas y muchos mundos hubieran sido hechos girar alrededor de él, entonces Dios había fijado el centro de Su pacto, y ordenado el número de esas estrellas menores que deberían girar alrededor de ese bendito centro, y derivar luz de él.

¿Por qué, cuando uno está absorto con algunas concepciones grandiosas del universo ilimitado, cuando con los astrónomos volamos a través del espacio, cuando lo encontramos sin fin, y las huestes estelares sin número, no parece maravilloso que Dios diera al pobre hombre insignificante la preferencia más allá incluso de todo el universo además? Oh, esto no puede enorgullecernos, porque es una verdad divina, pero debe hacernos sentir felices.

Oh creyente, tú te consideras nada, pero Dios no piensa así de ti. Los hombres te desprecian, pero Dios se acordó de ti antes de hacer nada. El pacto de amor que hizo con Su Hijo en tu favor es más antiguo que las edades vetustas, y si vuelas atrás cuando todavía el tiempo no había comenzado, antes de que esas macizas rocas que llevan las marcas de la vejez gris sobre ellas, hubieran comenzado a ser depositadas, Él te había amado y elegido, y había hecho un pacto en tu favor. Recuerda bien estas cosas antiguas de las colinas eternas.

Además, es el pacto eterno por su seguridad. Nada es eterno si no es seguro. El hombre puede erigir sus estructuras y pensar que pueden durar para siempre, pero la Torre de Babel se ha derrumbado, y las mismas Pirámides muestran signos de ruina. Nada de lo que el hombre ha hecho es eterno, porque no puede asegurarlo contra el deterioro. Pero en cuanto al pacto de gracia, bien dijo David de él: “Es ordenado en todas las cosas y seguro”. Es…

“Firmado, y sellado, y ratificado,

en todas las cosas bien ordenado”

No hay un “si” o un “pero” en todo ello, de principio a fin. El libre albedrío odia los “deberá” y “querrá” de Dios, y le gustan los “si” y “pero” del hombre, pero no hay “si” ni “pero” en el pacto de gracia. Así, la tenencia corre, “Yo haré” y “ellos harán”. JEHOVÁ lo jura y el Hijo lo cumple. Es y debe ser verdad. Debe ser seguro, porque “YO SOY” lo determina. “¿Dijo, y no lo hará; o habló, y no lo cumplirá?”. Es un pacto seguro.

A veces he dicho que si alguien estuviera a punto de construir un puente o una casa, si me dejara una sola piedra o un solo madero para ponerlos donde yo quisiera, me comprometería a que su casa se derrumbara. Si alguien está a punto de construir un puente, permítanme simplemente que coloque una sola piedra, yo elegiré qué piedra será, y le desafiaré a que construya un puente que se mantenga en pie. Yo simplemente seleccionaría la piedra clave, y entonces él podría erigir lo que quisiera y pronto caería.

Ahora, el pacto del arminiano es uno que no puede sostenerse porque hay uno o dos ladrillos en él (y eso es ponerlo en la forma más leve, yo podría haber dicho, “porque cada piedra en él”, y eso estaría más cerca de la marca) que dependen de la voluntad del hombre. Se deja a la voluntad de la criatura si se salvará o no. Si no quiere, no hay ninguna influencia que pueda dominar y vencer su voluntad. No hay promesa de que alguna influencia será lo suficientemente fuerte para vencerlo, según el arminiano.

Así que la cuestión queda en manos del hombre, y Dios, el poderoso Constructor, aunque pone piedra sobre piedra, macizo como el universo, puede ser derrotado por su criatura. ¡Fuera semejante blasfemia! Toda la estructura, de principio a fin, está en manos de Dios. Los mismos términos y condiciones de ese pacto se han convertido en sus sellos y garantías, ya que Jesús los ha cumplido todos. Su pleno cumplimiento en cada jota y tilde es seguro, y debe ser cumplido por Cristo Jesús, ya sea que el hombre quiera o no quiera.

No es el pacto de la criatura, es el del Creador. No es el pacto del hombre, es el pacto del Todopoderoso, y Él lo llevará a cabo y lo cumplirá, a pesar de la voluntad del hombre. Pues esta es la propia gloria de la gracia, que el hombre odia ser salvado, que está enemistado con Él, y, sin embargo, Dios lo redimirá; que el pacto de Dios es: “tú lo harás,” y la intención del hombre es: “yo no lo haré,” y el “lo haré” de Dios vence al “yo no lo haré” del hombre. La gracia todopoderosa cabalga victoriosamente sobre el cuello del libre albedrío, y lo lleva cautivo en glorioso cautiverio al poder omnímodo de la gracia y el amor irresistibles. Es un pacto seguro, y por lo tanto merece el título de eterno.

Además, no sólo es seguro, sino que es inmutable. Si no fuera inmutable, no podría ser eterna. Lo que cambia pasa. Podemos estar seguros de que cualquier cosa que contenga la palabra “cambio”, tarde o temprano morirá y será desechada como algo sin valor. Pero en el pacto todo es inmutable. Todo lo que Dios ha establecido debe cumplirse, y ninguna palabra, línea o letra puede ser alterada. Todo lo que el Espíritu promete se cumplirá, y todo lo que Dios Hijo prometió se ha cumplido, y se consumará en el día de su aparición.

Oh, si pudiéramos creer que las líneas sagradas pueden ser borradas, que el pacto puede ser borrado y desdibujado, entonces, queridos amigos, podríamos yacer en la desesperación. He oído decir a algunos predicadores que cuando el cristiano es santo, está en el pacto, que cuando peca, es tachado de nuevo, que cuando se arrepiente, es metido de nuevo, y luego, si falla, es tachado una vez más, y así entra y sale de la puerta, como entraría y saldría de su propia casa. Entra por una puerta y sale por otra. A veces es hijo de Dios y a veces hijo del diablo; a veces heredero del cielo y a veces heredero del infierno.

Y conozco a un hombre que llegó a decir que aunque un hombre hubiera perseverado por gracia durante sesenta años, si cayera el último año de su vida, si pecara y muriera así, perecería eternamente, y toda su fe y todo el amor que Dios le había manifestado en los días pasados serían en vano.

Me complace decir que tal noción de Dios es exactamente la misma noción que tengo del diablo. No podría creer en un dios así, y no podría inclinarme ante él. Un dios que ama hoy y odia mañana, un dios que da una promesa, y sin embargo sabe después de todo que el hombre no verá la promesa cumplida, un dios que perdona y castiga, que justifica y después ejecuta, es un dios que no puedo concebir.

No es el Dios de las Escrituras, estoy seguro, pues es inmutable, justo, santo y verdadero, y habiendo amado a los Suyos, los amará hasta el fin, y si ha hecho una promesa a algún hombre, la promesa se cumplirá, y ese hombre, una vez en gracia, está en gracia para siempre, y sin falta entrará en la gloria.

Y luego, para terminar este punto. El pacto es eterno porque nunca se agotará. Se cumplirá y permanecerá firme. Cuando Cristo haya completado todo, y haya llevado a cada creyente al cielo, cuando el Padre haya visto a todo Su pueblo reunido, el pacto, es cierto, llegará a una consumación, pero no a una conclusión, pues así corre el pacto, los herederos de la gracia serán bendecidos para siempre, y mientras dure “para siempre”, este pacto eterno exigirá la felicidad, la seguridad, la glorificación, de cada objeto del mismo.

II. Habiendo notado así el carácter eterno del pacto, concluyo con la porción más dulce y preciosa de la doctrina: la relación que la sangre tiene con él: la sangre del pacto eterno.

La sangre de Cristo tiene una cuádruple relación con el pacto. Con respecto a Cristo, su preciosa sangre derramada en Getsemaní, en Gabata y en el Gólgota, es el cumplimiento del pacto. Por esta sangre el pecado es cancelado, por las agonías de Jesús la justicia es satisfecha, por Su muerte la ley es honrada, y por esa preciosa sangre en toda su eficacia mediadora, y en todo su poder limpiador, Cristo cumple todo lo que estipuló hacer en favor de Su pueblo hacia Dios.

Oh, creyente, mira a la sangre de Cristo, y recuerda que allí está la parte de Cristo del pacto cumplida. Y ahora, no queda nada por cumplir sino la parte de Dios, no hay nada que tú tengas que hacer, Jesús lo ha hecho todo, no hay nada que el libre albedrío pueda suplir, Cristo ha hecho todo lo que Dios puede exigir. La sangre es el cumplimiento de la parte del deudor del pacto, y ahora Dios queda obligado por Su propio juramento solemne a mostrar gracia y misericordia a todos aquellos a quienes Cristo ha redimido por Su sangre.

Con respecto a la sangre en otro aspecto, es para Dios Padre el vínculo del pacto. Cuando veo a Cristo muriendo en la cruz, veo al Dios eterno desde ese momento, si puedo usar el término de Aquel que siempre debe ser libre, obligado por Su propio juramento y pacto a cumplir toda estipulación.

¿Dice el pacto: “Te daré corazón nuevo, y pondré dentro de ti espíritu recto”? Debe hacerse, porque Jesús murió, y la muerte de Jesús es el sello del pacto. ¿Dice: “Rociaré sobre ellos agua pura, y serán limpios; de todas sus iniquidades los limpiaré”? Entonces debe hacerse, pues Cristo ha cumplido su parte.

Y por lo tanto, ahora podemos presentar el pacto ya no como algo dudoso, sino como nuestro reclamo a Dios por medio de Cristo, y viniendo humildemente de rodillas, suplicando ese pacto, nuestro Padre celestial no negará las promesas contenidas en él, sino que hará cada una de ellas sí y amén para nosotros por medio de la sangre de Jesucristo.

Además, la sangre del pacto tiene relación con nosotros como objetos del pacto, y esa es su tercera luz, no sólo es un cumplimiento en cuanto a Cristo, y un vínculo en cuanto a Su Padre, sino que es una evidencia en cuanto a nosotros mismos. Y aquí, queridos hermanos y hermanas, permítanme hablarles afectuosamente. ¿Están confiando enteramente en la sangre? ¿Ha sido puesta Su sangre, la preciosa sangre de Cristo, en tu conciencia? ¿Han visto sus pecados perdonados por medio de Su sangre? ¿Has recibido el perdón de tus pecados por medio de la sangre de Jesús? ¿Te estás gloriando en Su sacrificio, y es Su cruz tu única esperanza y refugio? Entonces, estás en el pacto.

Algunos hombres quieren saber si son elegidos. No podemos decirles a menos que ellos nos digan esto: ¿Crees? ¿Está fijada tu fe en la sangre preciosa? Entonces estás en el pacto. Y oh, pobre pecador, si no tienes nada que te recomiende, si te quedas atrás y dices: “¡no me atrevo a venir! ¡Tengo miedo! Cristo te pide que vengas. “Ven a mí,” dice Él.

“Si no puedes venir al Padre del pacto, ven a la Garantía del pacto. Ven a mí, y yo te haré descansar”. Y cuando hayas venido a Él, y Su sangre te haya sido aplicada, no dudes, porque el rojo rollo de la elección contiene tu nombre. ¿Puedes leer tu nombre en los caracteres sangrientos de la expiación de un Salvador? ¡Entonces lo leerás un día en las letras doradas de la elección del Padre! ¡El que cree es elegido!

La sangre es el símbolo, la señal, la seriedad, la garantía, el sello del pacto de gracia para ustedes. Debe ser siempre el telescopio a través del cual puedes mirar para ver las cosas que están lejos. No puedes ver tu elección a simple vista, pero por medio de la sangre de Cristo puedes verla con suficiente claridad. Confía en la sangre, pobre pecador, y entonces la sangre del pacto eterno es una prueba de que eres un heredero del cielo.

Por último, la sangre está en relación con los tres, y aquí puedo añadir que la sangre es la gloria de todos. Para el Hijo es el cumplimiento, para el Padre el vínculo, para el pecador la evidencia, y para todos, Padre, Hijo y pecador, es la gloria común y la jactancia común.

En esto el Padre se complace, en esto el Hijo también, con gozo, mira hacia abajo y ve la compra de Sus agonías, y en esto el pecador debe encontrar siempre su consuelo y su canto eterno: “Jesús, tu sangre y tu justicia, son mi gloria, mi cántico, por los siglos de los siglos”.

Y ahora, mis queridos oyentes, tengo una pregunta que hacer y la he hecho. ¿Tenéis la esperanza de que estáis en el pacto? ¿Han puesto su confianza en la sangre? Recuerden, aunque tal vez imaginen, por lo que he estado diciendo, que el Evangelio está restringido, que el Evangelio es predicado libremente a todos. El decreto es limitado, pero las buenas nuevas son tan amplias como el mundo. El buen hechizo, la buena nueva, es tan amplia como el universo. Se lo digo a toda criatura bajo el cielo, porque se me ha dicho que lo haga. El secreto de Dios, que consiste en ocuparse de la aplicación, eso está restringido a los elegidos de Dios, pero no el mensaje, pues éste ha de ser proclamado a todas las naciones.

Ya has oído el Evangelio muchas y muchas veces en tu vida. Dice así: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos, que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. ¿Creen eso? Y esta es tu esperanza, algo así: “Soy un pecador. Confío en que Cristo ha muerto por mí, pongo mi confianza en el mérito de Su sangre, y nade o se hunda, no tengo otra esperanza sino ésta”.

‘Nada en mis manos traigo,

simplemente a Tu cruz me aferro’.

Si lo has oído, si lo has recibido en tu corazón y te has aferrado a él, entonces eres uno de los que están en el pacto. ¿Y por qué debería asustarte la elección? Si has elegido a Cristo, puedes estar seguro de que Él te ha elegido a ti. Si tu ojo lloroso lo está mirando, entonces Su ojo omnisciente te ha mirado desde hace mucho tiempo, si tu corazón lo ama, Su corazón te ama mejor de lo que tú puedas amar jamás, y si ahora estás diciendo: “Padre mío, Tú serás el guía de mi juventud”, te diré un secreto: Él ha sido tu Guía, y te ha llevado a ser lo que ahora eres, un humilde buscador, y Él será tu guía y te traerá a salvo al fin.

Pero si eres un orgulloso, un fanfarrón, un libre albedrío, que dice: “me arrepentiré y creeré cuando yo quiera, tengo tanto derecho a ser salvado como cualquiera, pues cumplo con mi deber tan bien como los demás, y sin duda obtendré mi recompensa”; si estás reclamando una expiación universal, que ha de ser recibida a opción de la voluntad del hombre, ve y reclámala, y serás defraudado en tu reclamo. Descubrirán que Dios no tratará con ustedes en absoluto sobre esa base, sino que dirá: “Vete de aquí, nunca te conocí. El que no viene a mí por el Hijo, no viene”.

Creo que el hombre que no está dispuesto a someterse al amor electivo y a la gracia soberana de Dios, tiene una gran razón para cuestionar si es cristiano del todo, porque el espíritu que se opone a eso es el espíritu del diablo, y el espíritu del corazón no humillado y no renovado. Que Dios quite la enemistad de tu corazón a Su propia verdad preciosa, y te reconcilie con ella y luego te reconcilie con Él mismo por medio de la sangre de Su Hijo, que es el vínculo y el sello del pacto eterno.

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