SERMON#994 – La Oración de Jabes. – Charles Haddon Spurgeon

by Jun 29, 2022

 

“¡Oh, si en verdad me bendijeras!” — 1 Crónicas 4:10

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Muy poco es lo que sabemos acerca de Jabes, excepto que era más ilustre que sus hermanos, y que fue llamado Jabes porque su madre lo dio a luz con dolor. A veces sucede que cuando hay muchísimo dolor en los antecedentes, habrá sumo placer en las consecuencias. Así como la furiosa tormenta da lugar a la clara luz del sol, así la noche de llanto precede a la mañana de gozo. El dolor es el heraldo; la alegría es el príncipe anunciado. Cowper dice:

“La senda del dolor, y solamente esa senda,
Conduce al lugar donde el dolor es desconocido.”

En gran medida descubrimos que debemos sembrar con lágrimas antes que podamos cosechar con gozo. Muchos de nuestros trabajos por Cristo nos han arrancado lágrimas. Las dificultades y los desengaños han envuelto nuestra alma en angustias. Sin embargo, aquellos proyectos que nos han costado un mayor dolor que el ordinario, han resultado ser a menudo nuestras empresas más honorables.

Aunque nuestra pena llamó al vástago del deseo, “Benoni,”: (‘hijo de mi dolor’), nuestra fe ha sido capaz de darle posteriormente un nombre de deleite: “Benjamín,” el hijo de mi mano derecha (es decir, ‘afortunado’). Puedes esperar una bendición al servir a Dios si estás capacitado para perseverar bajo muchos desalientos. Con frecuencia el barco tarda bastante en regresar a puerto y es porque está detenido en el camino debido al exceso de carga. Puedes estar seguro que su mercancía será excelente cuando llegue al puerto.

Más ilustre que sus hermanos fue el niño que en dolor fue dado a luz por su madre. Este Jabes, cuya meta estaba muy bien trazada, su fama muy bien extendida, su nombre tan perdurablemente inmortalizado, era un hombre de oración. El honor que disfrutaba no hubiera valido de nada si no lo hubiera disputado vigorosamente y ganado equitativamente. Su devoción fue la clave de su promoción. Los honores que vienen de Dios son los mejores: el premio de la gracia conjuntamente con el reconocimiento del servicio.

Cuando Jacob fue llamado Israel recibió su principado después de una memorable noche de oración. Ciertamente esto fue mucho más honorable para él, que si lo hubiera recibido de algún emperador terrenal como una distinción aduladora. El mejor honor es aquel que el hombre recibe en comunión con el Altísimo. Se nos dice que Jabes era más ilustre que sus hermanos y su oración quedó registrada para indicarnos que él también era un hombre más lleno de oración que sus hermanos.

Se nos dice en qué consistían las peticiones de su oración. Toda su oración fue muy significativa e instructiva. Sólo tenemos tiempo de tomar una frase de ella, y por cierto, se puede decir que esa única frase comprende al resto, “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” La recomiendo como una oración para ustedes mismos, queridos hermanos y hermanas; es una oración que estará disponible en cualquier circunstancia; una oración para comenzar la vida cristiana; una oración al terminar nuestra vida; una oración que nunca estará fuera de lugar en nuestras alegrías o en nuestras tristezas.

¡Oh, que Tú, el Dios de Israel, el Dios del pacto, en verdad me bendijeras! La misma esencia de la oración parece descansar en esas palabras, “en verdad.” Hay muchas variedades de bendición. Algunas son bendiciones sólo de nombre, gratifican nuestros deseos por un instante, pero permanentemente defraudan nuestras expectativas. Encantan al ojo pero hartan al gusto. Otras son simples bendiciones temporales: perecen con el uso. Aunque por un momento deleiten a los sentidos, no pueden satisfacer los más elevados anhelos del alma. Pero, “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” Yo sé que, a quien Dios bendice, será bendecido. La cosa que es buena en sí misma, y es otorgada con la buena voluntad del donante, producirá tanta buena fortuna a quien la recibe que bien puede ser estimada como una bendición “en verdad,” porque nada hay comparable a ella.

Que la gracia de Dios la impulse, que la elección de Dios la escoja, que la prodigalidad de Dios la confiera, y entonces la donación será algo divino; en verdad algo digno de los labios que pronuncian la bendición, y ciertamente algo anhelado por cualquiera que busque un honor que sea sustancial y perdurable. “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” Considérenlo, y verán que hay una profundidad de significado en la expresión.

Podemos contrastar esto con las bendiciones humanas, “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” Es muy deleitable ser bendecidos por nuestros padres y por aquellos venerables amigos cuyas bendiciones nacen de sus corazones, y están respaldadas por sus oraciones. Muchos pobres no han tenido otro legado que dejar a sus hijos excepto sus bendiciones; pero la bendición de un padre cristiano, honesto y santo, es un rico tesoro para su hijo. Podemos pensar que sería algo muy deplorable por el resto de nuestras vidas, si perdemos la bendición de nuestro padre. Queremos tener esa bendición. La bendición de nuestros padres espirituales es consoladora. Aunque no creemos en las supercherías sacerdotales, nos gusta vivir en los afectos de quienes fueron los medios para traernos a Cristo y de cuyos labios hemos sido instruidos en las cosas de Dios.

¡Y cuán verdaderamente preciosa es la bendición del pobre! No me extraña que Job la atesorara como algo dulce. “Los oídos que me oían me llamaban bienaventurado.” Si has aliviado a la viuda y al huérfano, y el agradecimiento de ellos te es devuelto en bendiciones, la recompensa es grande.

Pero después de todo, queridos amigos, todo lo que los padres, familiares, santos y personas agradecidas pueden hacer al bendecirnos, se queda muy corto de lo que deseamos tener. Oh, Señor, queremos tener las bendiciones de las personas que nos rodean, las bendiciones que nacen de sus corazones. Pero, “¡oh, que  en verdad me bendijeras!”, pues Tú puedes bendecir con autoridad.

Las bendiciones de ellos no pueden ser más que palabras, pero las Tuyas son eficaces. Ellos desean a menudo lo que no pueden hacer, y quieren ofrecer lo que no tienen a su disposición, pero Tu voluntad es omnipotente. Creaste al mundo con una sola palabra. ¡Oh, que tal Omnipotencia quisiera pronunciar Tu bendición! Otras bendiciones pueden traernos algún contento pequeño, pero en Tu favor está la vida. Otras bendiciones son simples tildes comparadas con Tu bendición. Tu bendición es el título de derecho “para una herencia incorruptible” y que no se marchita, para “un reino inconmovible.” Bien pudo orar David en su momento, “Ten ahora a bien bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente.”

Tal vez en este lugar Jabes pudo haber contrastado la bendición de Dios con las bendiciones de los hombres. Los hombres te bendicen cuando te va bien. Alabarán al exitoso hombre de negocios. Nada tiene más éxito que el éxito. Nada recibe más la aprobación del público en general que la prosperidad de un hombre. ¡Ay!, ese público no pesa las acciones de los hombres en las balanzas del santuario, sino en otras balanzas muy diferentes.

Hallarás siempre gente alrededor de ti que te alabará si eres próspero. O al igual que los amigos de Job, te condenará si sufres la adversidad. Tal vez hay algún rasgo en sus bendiciones que pueda gustarte porque sientes que te lo mereces. Te alaban por tu patriotismo: has sido un patriota. Te alaban por tu generosidad: tú sabes que has sido abnegado. Pero después de todo, ¿qué hay en el veredicto del hombre? En un juicio, el veredicto del policía que está en la corte, o el de los espectadores que se sientan en el tribunal, no cuentan para nada. El hombre que está siendo juzgado siente que la única cosa que tiene alguna importancia es el veredicto del jurado, y la sentencia del juez. Así de poco nos servirá todo lo que hagamos, cómo nos alaban o nos censuran los demás. Sus bendiciones no tienen gran valor. Pero, “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” Que Tú Señor, quisieras decir, “Bien, buen siervo y fiel.” Alaba Tú el endeble servicio que por Tu gracia mi corazón te ha brindado. Eso sería bendecirme, en verdad.

Los hombres son a veces bendecidos por la adulación, en un sentido muy ofensivo. Siempre hay quienes, como la zorra de la fábula, esperan ganar el queso alabando al cuervo. Nunca vieron tal plumaje, y ninguna voz es tan dulce como la tuya. Toda su mente está fija, no en ti, sino en lo que pueden ganar de ti. La raza de los aduladores nunca se extingue, y el adulado usualmente los adula también a ellos. Los adulados pueden concebir que los hombres adulen a otros, pero todo es tan palpable y transparente cuando la adulación se acumula sobre ellos mismos, que aceptan la adulación con gran auto complacencia, considerándola, tal vez, como un poco exagerada, pero después de todo, sumamente cercana a la verdad.

No somos muy capaces de aplicarle un gran descuento a las alabanzas que otros nos ofrecen. Sin embargo, si fuéramos sabios, acercaríamos a nuestro pecho a quienes nos censuran; y deberíamos mantener a distancia a quienes nos alaban, pues aquellos que nos censuran en nuestra cara no pueden en manera alguna hacer un negocio con nosotros. Pero en lo que respecta a los que se apresuran a enaltecernos, utilizando sonoras frases de alabanza, podemos sospechar, y rara vez seremos injustos al sospecharlo, que hay en la alabanza que nos otorgan un motivo diferente del que aparece en la superficie.

Tú joven, ¿estás colocado en una posición en la que Dios te honra? Cuídate de los aduladores. ¿Has obtenido grandes propiedades? ¿Tienes riquezas? Allí donde hay miel siempre hay moscas. Cuídate de la adulación.

Tú jovencita, ¿la gente te encuentra bella? Siempre habrá a tu alrededor quienes tengan sus intenciones, tal vez malas intenciones, al alabar tu belleza. Cuídate de los aduladores. Huye de aquellos que tienen miel sobre su lengua para ocultar el veneno de áspides que está bajo su lengua. Piensa en la advertencia de Salomón, “No te entremetas, pues, con el suelto de lengua.”

Clama a Dios, “Libérame de toda esta vana adulación, que asquea a mi alma.” Así orarás a Dios más fervientemente: “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” Dame Tu bendición, que nunca dice más de lo que quiere decir, que nunca otorga menos de lo que promete. Si tomas, entonces, la oración de Jabes para contrastarla con las bendiciones que provienen de los hombres, verás mucha fuerza en ella.

Pero podemos ponerla bajo otra luz y comparar la bendición que anhelaba Jabes con aquellas bendiciones que son temporales y pasajeras. Hay muchas mercedes que Dios nos da misericordiosamente, por las que debemos estar muy agradecidos. Pero no debemos apartar mucho espacio para ellas. Las podemos aceptar con gratitud, pero no las debemos convertir en nuestros ídolos. Cuando las poseemos, tenemos mucha necesidad de clamar: “¡Oh, si en verdad me bendijeras e hicieras que estas bendiciones inferiores sean bendiciones reales.” Y si no las tenemos, debemos clamar con mayor vehemencia: “Oh, que podamos ser ricos en fe, y si no somos bendecidos con estos favores externos, que seamos bendecidos espiritualmente, y entonces en verdad seremos bendecidos.”

Revisemos algunas de estas misericordias, y digamos una o dos palabras acerca de ellas. Uno de los principales anhelos del corazón del hombre es la riqueza. Es tan universal el deseo de obtenerla que casi podríamos decir que es un instinto natural. ¡Cuántos han pensado que si la poseyeran alguna vez, en verdad serían bendecidos! Pero hay diez mil evidencias de que la felicidad no radica en la abundancia que un hombre posea. Hay tantos ejemplos conocidos por todos ustedes, que no necesito mencionarlos para demostrar que las riquezas en verdad no son una bendición. Son más bien bendiciones aparentes que reales.

De ahí se ha dicho correctamente que, cuando vemos cuánto tiene un hombre, lo podemos envidiar, pero si comprendiéramos cuán poco lo disfruta, lo compadeceríamos. Algunos que han tenido las circunstancias más favorables han tenido las mentes más desasosegadas. Aquellos que han adquirido todo lo que han deseado, aunque sus deseos hubieran sido todos sanos, han sido conducidos al descontento por la posesión de lo que han tenido, ya que siempre han querido más.

“Así muere de hambre el ruin avaro en su tienda,
Cavilando sobre su oro, y renegando por querer más,
Sentado, languidece tristemente y cree que es pobre.”

Nada es más claro para quien decide observarlo, que la riqueza no es el bien más importante a cuya llegada huye el dolor, y en cuya presencia el gozo perenne brota. Muy a menudo la riqueza decepciona al que la posee. Los bocadillos exquisitos se extienden sobre su mesa pero su apetito falla. Los músicos esperan sus órdenes, pero sus oídos están sordos a todas las melodías. Puede contar con todas las vacaciones que quiera, pero para él la recreación ha perdido todo su encanto.

Si es joven, la fortuna le ha venido por herencia, y hace del placer su propósito hasta que ese juego llega a ser más fastidioso que trabajar, y la disipación se torna peor que el trabajo monótono. Ustedes saben que las riquezas tienen alas y como el pájaro que se posa en el árbol, de repente vuelan. En la enfermedad y en el desaliento estos abundantes medios que una vez parecían susurrar, “Alma, repósate,” comprueban ser pobres consoladores.

En el momento de la muerte tienden a hacer más agudo el dolor de la separación, porque entre más se deja más se pierde. Bien podemos decir si somos ricos: “Dios mío, no me deseches juntamente con estas cáscaras. No permitas jamás que haga un dios de la plata y del oro, de los bienes y de los muebles, de las propiedades y de las inversiones que en Tu Providencia me has dado. Te suplico que en verdad me bendigas. En cuanto a estas posesiones mundanas, serán mi perdición a menos que tenga Tu gracia con ellas.”

Y si no tienen riquezas, y tal vez la mayoría de ustedes nunca las tendrán, digan: Padre mío, me has negado este bien externo y aparentemente bueno, pero enriquéceme con Tu amor. Dame el oro de Tu favor, en verdad bendíceme. Y concédeles a otros lo que Tú quieras, Tú dividirás mi porción, mi alma esperará Tu voluntad de cada día. En verdad bendíceme y estaré contento.”

Otra bendición pasajera que nuestra pobre humanidad codicia con afecto y persigue con ansias, es la fama. En este respecto deseamos vehementemente ser más honorables que nuestros hermanos y superar a todos nuestros competidores. Nos parece natural desear hacernos de un nombre y ganar alguna distinción en el círculo en el que nos desenvolvemos a como dé lugar, y deseamos hacer ese círculo más amplio si pudiéramos. Pero aquí, como en las riquezas, es innegable que la fama más grande no trae con ella una medida igual de gratificación.

En la búsqueda de notoriedad y honor, los hombres tienen un grado de placer tratando de alcanzar lo que no siempre poseen cuando ellos han alcanzado su objetivo. Algunos de los hombres más famosos también han sido de los más infelices de la raza humana. Si tú tienes honor y fama, acéptalos. Pero eleva esta oración: “Dios mío, en verdad bendíceme, pues qué beneficio sería que mi nombre estuviera en diez mil bocas pero que Tú lo escupieras de la Tuya. Qué importa que mi nombre estuviera inscrito en mármol, si no está inscrito en el libro de la vida del Cordero. Estas bendiciones son sólo bendiciones aparentes, bendiciones de viento, bendiciones que se burlan de mí. Dame tu bendición, entonces el honor que viene de Ti me bendecirá, en verdad.”

Si sucede que has vivido en la oscuridad y nunca has entrado en las listas de honores hechas por quienes te rodean, quédate contento de correr bien tu propia carrera y cumplir verdaderamente con tu propia vocación. La falta de fama no es el más penoso de los males. Es peor tener eso que es tan fugaz como la nieve, que en la mañana cubre de blanco el suelo y desaparece cuando calienta el día. ¿Qué le importa a un muerto lo que los hombres hablen de él? Obtén en verdad la bendición.

Hay otra bendición temporal que los hombres sabios desean y legítimamente pueden anhelar por sobre las otras dos: la bendición de la salud. ¿Podremos jamás valorarla lo suficiente? Menospreciar tal bendición es la locura de la insensatez. Los más grandes elogios que puedan darse a la salud no serían extravagantes. Quien tiene un cuerpo sano es infinitamente más bendecido que el que está enfermo, independientemente de cuántas propiedades tenga. Sin embargo si yo tengo salud y mis huesos son sólidos y mis músculos están bien firmes, si escasamente conozco lo que es una dolencia o una pena, y me puedo levantar en la mañana y con paso elástico y firme dirigirme a mi labor; si me puedo acostar en mi cama en la noche y dormir el sueño de quienes son felices, ¡oh, que no me gloríe en mi fortaleza! En un instante mi salud me puede fallar. Unas cuantas semanas breves pueden convertir al hombre fuerte en un esqueleto. Me puedo volver tísico y las mejillas pueden palidecer con la sombra de la muerte. Que no se gloríe el hombre fuerte en su fortaleza. El Señor “No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre.” Y no debemos jactarnos en lo relativo a estas cosas.

Ustedes que gozan de buena salud deben decir: “mi Dios, en verdad bendíceme. Dame un alma sana. Sáname de mis males espirituales. Jehová mi sanador, ven y límpiame de la lepra que está en mi corazón por naturaleza: hazme sano en sentido celestial, para que no sea apartado entre los inmundos, sino que se me permita estar en medio de la congregación de Tus santos. Bendice mi salud corporal para que la pueda usar rectamente, gastando la fuerza que tengo en Tu servicio y para Tu gloria; pues si no, aunque sea bendecido con salud, podría no ser bendecido en verdad.”

Algunos de ustedes, queridos amigos, no poseen el gran tesoro de la salud. Tienen asignados días y noches pesados. Los huesos de ustedes se han convertido en un almanaque en el que observan los cambios del clima. Hay muchas cosas en ustedes que excitan a la piedad. Pero yo ruego para que puedan tener en verdad la bendición y yo sé lo que es eso. Puedo comprender de todo corazón a la hermana que me dijo el otro día: “Yo tenía mucha cercanía con Dios cuando estaba enferma, una seguridad muy completa, y mucha alegría en el Señor. Y lamento decir que esa cercanía la he perdido ahora; casi desearía estar enferma otra vez, para tener una renovación de la comunión con Dios.”

Muchas veces he mirado con agradecimiento a mi habitación de enfermo. Tengo la certeza que nunca he crecido en la gracia divina, ni aun en la mitad de ella, como en la cama del dolor. No debería ser así. Nuestras misericordias gozosas deberían ser grandes fertilizantes para nuestro espíritu. Pero con frecuencia nuestras aflicciones son más saludables que nuestras alegrías. El cuchillo que poda es mejor para algunos de nosotros. Después de todo, lo que tengan que sufrir ustedes a causa de debilidad, de pena, de angustia, puede ser enfrentado con la divina presencia para que esta ligera aflicción pueda producirles un peso eterno de gloria, y así ustedes puedan ser en verdad bendecidos.

Solamente voy a considerar una misericordia temporal más, la cual es muy preciosa. Me refiero a la bendición del hogar. No pienso que nadie la pueda valorar excesivamente, o hablar demasiado bien de ella. ¡Qué bendición es tener la chimenea, y las amadas relaciones que se reúnen alrededor de la palabra “hogar”, esposa, niños, padre, hermano, hermana! No hay canciones en ningún idioma que estén más llenas de música que aquellas dedicadas a la “Madre.” Oímos nosotros mucho acerca de la frase “Madre Patria”, nos gusta el sonido pero la palabra, “Madre”, lo constituye todo. La “tierra” no es nada. “Madre” es la clave de la música. Muchos de nosotros, así lo espero, somos bendecidos con varias de estas relaciones. No debemos contentarnos en solazar nuestras almas con lazos que deben ser pronto cercenados. Debemos pedir que sobre ellos pueda venir en verdad la bendición.

Te doy las gracias, mi Dios, por mi padre terrenal. Pero oh, ¡sé  mi Padre, y entonces soy bendecido en verdad! Te agradezco, mi Dios, por el amor de una madre. Pero consuela  mi alma como consuela una madre; entonces soy en verdad bendecido. Te agradezco a Ti, Salvador por el lazo del matrimonio pero ¡sé  el novio de mi alma! Te agradezco por el lazo de la hermandad. Pero sé  mi hermano nacido para apoyo en la adversidad, hueso de mi hueso, y carne de mi carne.

Valoro el hogar que Tú me has dado, y te doy las gracias por él. Pero yo quisiera habitar en la casa del Señor para siempre. Quisiera ser un niño que nunca se extravía (no importa donde vayan mis pies) de la casa de mi Padre con sus muchas mansiones. Así puedes en verdad ser bendecido. Si no estás ubicado bajo el cuidado paterno del Todopoderoso, aún la bendición del hogar, con todos sus dulces consuelos familiares, no alcanza a la bendición que Jabes deseaba para sí mismo.

¿Pero le hablo hoy a alguien que esté separado de sus parientes y amigos? Yo sé que algunos de ustedes han dejado atrás, en el campamento temporal de la vida, tumbas donde partes de sus corazones están enterradas y lo que queda de su corazón está sangrando a través de muchas heridas. ¡Ah, bien, que el Señor los bendiga, en verdad!

Viuda, tu Hacedor es tu esposo. Huérfano, Él ha dicho. “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.” Oh, descubrir todas las relaciones integradas en Él, ¡entonces serás en verdad bendecido! He pasado tal vez demasiado tiempo mencionando estas bendiciones temporales, así que déjenme poner el texto bajo otra luz. Confío que hemos tenido bendiciones humanas y bendiciones temporales como para llenar nuestros corazones de alegría, pero no para ensuciar nuestros corazones con las cosas del mundo, o distraer nuestra atención de las cosas que pertenecen a nuestro bienestar eterno.

Procedamos, en tercer lugar, a hablar de las bendiciones imaginarias. Hay bendiciones de ese tipo en el mundo. Que Dios nos libre de ellas. “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” Vean al fariseo. Él estaba en la casa del Señor, y pensó que tenía la bendición del Señor, y eso lo hizo atrevido, y habló con auto complacencia untuosa, “Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres,” y otras cosas. Pensó que tenía la bendición, y en verdad él suponía que la merecía. Había ayunado dos veces a la semana, había pagado los diezmos de todo lo que poseía, hasta un centavo por la menta, y otra monedita por el comino que había usado. Sintió que ya había hecho todo. La suya era la bendición de una quieta conciencia tranquila. Él era un hombre bueno y sin complicaciones. Un ejemplo para la comunidad. Era una pena que todos no vivieran como él. Si así lo hubieran hecho, no hubieran requerido de la policía. Pilatos habría dado de baja a sus guardias y Herodes a sus soldados. Era una de las más excelentes personas que hayan respirado jamás. ¡Adoraba a la ciudad de la cual era ciudadano! Ay, pero no había sido bendecido, en verdad. Todo esto era su presuntuosa arrogancia. No era sino un simple charlatán, nada más; y la bendición que creía que había caído sobre él, no había llegado jamás.

El pobre publicano a quien él creyó maldecido, regresó a su hogar justificado, en vez de él. La bendición no había caído sobre el hombre que pensó que la tenía. Oh, que todos nosotros sintamos el aguijón de este reproche, y oremos: “Grandioso Dios, sálvanos de imputarnos una justicia que no poseemos. Sálvanos de envolvernos en nuestros propios harapos e imaginar que nos hemos puesto vestidos para la boda. Bendíceme, en verdad. Permíteme tener la verdadera justicia. Permíteme tener aquello valioso que Tú puedes aceptar, que es la fe en Jesucristo.”

Otra forma de esta bendición imaginaria se encuentra en personas que despreciarían que se les considere como que tienen justicia propia. Su engaño, sin embargo, es pariente cercano de aquel. Los oigo cantar,

“Yo creo, yo creeré
Que Jesús murió por mí,
Y en su Cruz vertió Su sangre,
Para liberarme del pecado.”

Tú lo crees, dices. Bien, pero ¿cómo lo sabes? ¿Sobre la base de cuál autoridad estás tan seguro? ¿Quién te lo dijo? “Oh, yo lo creo.” Sí. Pero debemos cuidarnos de lo que creemos. ¿Tienes una clara evidencia de un interés especial en la sangre de Jesús? ¿Puedes dar algunas razones espirituales para creer que Cristo te ha liberado del pecado? Me temo que algunos poseen una esperanza que no tiene ninguna base sólida, como un ancla sin sus ganchos, nada para aferrarse, nada para afirmarse. Dicen que son salvos, y se apegan a ello, y piensan que es malo dudarlo.

Pero sin embargo no tienen razón para garantizar su confianza. Cuando los hijos de Coat llevaron el arca y la tocaron con sus manos, lo hicieron correctamente. Pero cuando Uza la tocó, murió. Hay quienes están inclinados a estar completamente seguros. Hay otros para quienes será la muerte hablar de ello. Hay una gran diferencia entre la suposición y la completa seguridad.

La completa seguridad es razonable, está basada en terreno sólido. La suposición da por hecho y con descaro pronuncia que es suyo aquello a lo que no tiene ningún derecho. Les ruego que tengan mucho cuidado en suponer que son salvos. Si con tu corazón confías en Jesús, entonces eres salvo. Pero si tan sólo dices, “Confío en Jesús,” eso no te salva. Si tu corazón ha sido renovado, si odias las cosas que antes amaste, y amas las cosas que antes odiaste; si te has arrepentido realmente; si hay un cambio completo en tu mente; si has nacido de nuevo, entonces tienes razón para alegrarte. Pero si no hay un cambio vital, si no hay una piedad interna, si no hay amor a Dios, ni oración, ni ninguna obra del Espíritu Santo, entonces cuando dices: “soy salvo,” no es sino tu propia afirmación. Podrá engañarte, pero no te librará.

Nuestra oración debe ser, “Oh, si en verdad me bendijeras con una fe real, con una salvación real, con la confianza en Jesús que es lo esencial de la fe. No con la vanagloria que engendra credulidad. ¡Que Dios nos preserve de bendiciones imaginarias!” He conocido a personas que dicen: “Creo que soy salvo porque lo soñé.” O, “recibí un texto de la Escritura que se aplicaba a mi caso. Un predicador que es un buen hombre dijo esto y esto en su sermón.” O, “porque me puse a llorar y estaba emocionado y sentí lo que nunca había sentido.” ¡Ah!, pero nada se sostendrá en el juicio sino esto, “¿Renuncias a toda confianza en todo lo que no sea la obra terminada de Jesús, y vienes a Cristo para ser reconciliado en Él con Dios?” Si no, tus sueños, tus visiones y tus fantasías no son sino sueños, visiones y fantasías, y no te servirán de nada cuando más las necesites. Ruega al Señor que te bendiga en verdad, pues hay una gran escasez de esa verdad preciosa en tu caminar y en tu hablar.

Demasiado me temo, que inclusive aquellos que son salvos, salvos en el tiempo y la eternidad, necesitan esta advertencia, y tienen una buena causa para decir esta oración, para que puedan aprender a hacer distinción entre algunas cosas que creen que son bendiciones espirituales, y otras que son verdaderas bendiciones. Déjenme mostrarles lo que quiero decir. ¿Es en verdad una bendición que obtengas una respuesta a tu oración surgida de tu capricho? A mí me gusta siempre restringir mi oración más sincera con, “pero no sea como yo quiero, sino como tú.” No sólo debo hacerlo sino que así quiero hacerlo, porque de otra manera podría pedir algo que sería peligroso que yo recibiera. Dios en ira podría dármelo y encontraría poca dulzura en ese otorgamiento, y mucho dolor en la aflicción que me causaría. Ustedes recuerdan cómo el Israel de la antigüedad pidió carne, y dios le dio codornices. Pero cuando todavía estaba la carne en sus bocas, la ira de Dios cayó sobre ellos. Pidan la carne, si quieren, pero siempre agreguen, “Señor, si esto no es una bendición real, no me la des.” “En verdad bendíceme.”

Rara vez me gusta repetir la vieja historia de la buena mujer cuyo hijo estaba enfermo, un niñito a las puertas de la muerte. Ella le rogó al ministro, un puritano, que orara por su vida. Él oró fervorosamente, pero agregó, “si es Tu voluntad, salva a este niño.” La mujer dijo, “no puedo tolerar eso, debo pedirle que ore para que el niño viva. No agregue ni si, ni pero.” “Mujer, dijo el ministro, puede ser que vivas para lamentar el día que deseaste poner tu voluntad contra la voluntad de Dios.” Veinte años después se la llevaron víctima de un desmayo que había sufrido bajo la horca de Tyburn, en donde ese hijo fue ejecutado por ser un criminal. Aunque había vivido para ver a su hijo crecer y llegar a ser hombre, hubiera sido infinitamente mejor para ella que el niño hubiera muerto, e infinitamente más sabio que lo hubiera dejado a la voluntad de Dios. No estén tan completamente seguros que lo que consideran una respuesta a una oración es prueba de amor divino. Puede abrirte mucho espacio si buscas al Señor, diciendo, “¡Oh, si en verdad me bendijeras!”

Así que un gran alborozo de espíritu y una vivacidad del corazón, aunque sean alegría religiosa, pueden no ser siempre una bendición. Nos deleitamos en ello, y oh, algunas veces, hemos tenido reuniones de oración aquí, ¡y el fuego ha ardido, y nuestras almas se han encendido! Sentíamos en ese momento cómo podíamos cantar,

“Con gusto mi alma permanecería
En un cuerpo como este,
Y sentada se pasaría cantando
A la eterna dicha.”

En la medida que eso era una bendición estamos agradecidos por ello. Pero yo no podría destacar estas ocasiones como si mis regocijos fueran la principal prueba del favor de Dios. O como si fueran los principales signos de Su bendición. Tal vez sería una mayor bendición para mí, estar quebrantado en espíritu y yacer humillado ante el Señor en el tiempo presente. Cuando tú pides la máxima alegría, y ruegas estar sobre la montaña con Cristo, recuerda que puede ser una grande bendición, sí, en verdad una bendición ser llevado al Valle de la Humillación, yacer muy bajo y estar obligado a exclamar con angustia, “¡Señor, sálvame, o perezco!”,

“Si hoy Él se digna bendecirnos
Con un sentido de pecado perdonado,
Él mañana puede angustiarnos,
Hacernos sentir la plaga interior,
Todo para que nos sintamos
Enfermos de nosotros, y apegados a Él.”

Estas experiencias variables nuestras, pueden ser bendiciones en verdad para nosotros. Si hubiéramos estado siempre regocijándonos, podríamos haber sido como Moab, reposando sobre nuestros sedimentos, y sin ser vaciados de vasija en vasija.

Les va mal a aquellos que no tienen cambios. No temen a Dios. Queridos amigos, ¿no hemos envidiado algunas veces a aquellas personas que están siempre en calma y sin preocupaciones, y nunca tienen su mente perturbada? Bien, hay cristianos cuya uniformidad de temperamento merece ser emulada. Y en cuanto a ese reposo calmado, esa inquebrantable seguridad que viene del Espíritu de Dios, es un logro delicioso. Pero no estoy seguro que debamos envidiar la suerte de nadie porque esté más tranquilo o menos expuesto a tormentas y tempestades que las nuestras.

Hay peligro en decir, “paz, paz,” en donde no hay paz, y hay una calma que es originada por la insensibilidad. Hay tontos que engañan a sus propias almas, “no tienen dudas,” dicen, pero es porque escudriñan muy poco en su corazón. No tienen ansiedades, porque no tienen mucha iniciativa ni muchas ocupaciones que los muevan. O puede ser que no tengan penas porque no tienen vida. Mejor ir al cielo cojo o mutilado, que ir marchando con confianza hacia el Infierno. “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” Dios mío, no envidiaré a nadie por sus dones o sus gracias, mucho menos por su estado de ánimo íntimo o sus circunstancias externas, si tan solo Tú “en verdad me bendijeras.”

No tendré consuelo a menos que Tú me consueles, ni tendré ninguna paz sino en Cristo, mi paz, ni descanso alguno sino el que viene por el dulce sabor del sacrificio de Cristo. Cristo será todo en todo, y nada será algo para mí, excepto Él mismo. ¡Oh que pudiéramos sentir siempre que no debemos juzgar la manera de la bendición, sino dejarla a Dios para que nos dé lo que debemos tener! No la bendición imaginaria, la bendición superficial y aparente, sino la bendición verdadera.

Igualmente, también, en lo que respecta a nuestro trabajo y servicio, creo que nuestra oración debería ser siempre, “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” Es lamentable ver el trabajo de algunos buenos hombres, aunque no está en nosotros juzgarlos. Cuán pretencioso, pero cuán poco real es. Es realmente chocante pensar cómo algunos hombres pretenden construir una Iglesia en el curso de dos o tres noches. Reportarán en una sección de los periódicos que hubo cuarenta y tres personas convictas de pecado, y cuarenta y seis justificadas, y algunas veces treinta y ocho santificadas. No sé qué dan, además de estadísticas maravillosas, para todo lo que es realizado.

He observado congregaciones que han sido reunidas velozmente y grandes adiciones se han hecho de repente a la iglesia. ¿Y qué ha sido de ellas? ¿Dónde están esas iglesias en el momento presente? Los desiertos más lúgubres de la cristiandad son aquellos lugares que fueron fertilizados por el estiércol ostensible de ciertos avivamientos falsos. Toda la iglesia pareció haber gastado su fuerza en un arrebato y en un esfuerzo por buscar algo y terminó en nada. Construyeron su casa de madera y apilaron el heno, e hicieron una pila de rastrojos que parecía alcanzar los cielos, y entonces cayó una chispa, y todo se fue en humo. Y el que vino a laborar la siguiente ocasión, el sucesor del gran constructor, tuvo que hacer que se barrieran las cenizas antes de que él pudiera hacer algo bueno.

La oración de todos los que sirven a Dios debería ser, “¡Oh, si en verdad me bendijeras!” Trabajemos con perseverancia, trabajemos con perseverancia. Aunque sólo construya una pieza pequeña en mi vida, y nada más, si es de oro, o de piedras preciosas, es mucho para que un hombre lo haga. De tan precioso material como ese, aun construir una esquina pequeña que no se vea, es un servicio digno. No se hablará mucho de él, pero durará. Ahí está el punto, durará. “Y la obra de nuestras manos confirma sobre nosotros; sí, la obra de nuestras manos confirma.” Si no somos constructores en una iglesia establecida, es de poca utilidad intentarlo. Lo que Dios establece permanecerá, pero lo que los hombres construyen sin Su establecimiento ciertamente se convertirá en nada. “¡Oh, si en verdad me bendijeras!”

Maestro de escuela dominical, que ésta sea tu oración. Distribuidor de folletos, predicador local, cualquier cosa que seas, querido hermano o hermana, cualquiera que sea tu forma de servicio, pídele al Señor que no seas uno de esos constructores de yeso que usan componentes falsos que solamente requieren una cierta cantidad de hielo e intemperie para que se deshagan en pedazos. Si no puedes construir una catedral, construye cuando menos una parte del maravilloso templo que Dios está apilando para la eternidad, el cual durará más que las estrellas.

Tengo que mencionar otra cosa antes de concluir este sermón. Las bendiciones de la gracia de Dios son bendiciones en verdad, las cuales debemos buscar con denuedo. Por estas marcas las conocerás. Bendiciones, en verdad, son las que nos vienen por la Mano perforada, bendiciones que vienen del sangriento árbol del Calvario, que fluyen del costado herido del Salvador, tu perdón, tu aceptación, tu vida espiritual, el pan que es carne en verdad, la sangre que es bebida en verdad, tu unión con Cristo, y todo lo que viene de ello, esas son en verdad bendiciones.

Cualquier bendición que viene como resultado de la obra del Espíritu es en verdad una bendición. Aunque te humille, aunque te despoje, aunque te mate, es en verdad una bendición. Aunque abra surco tras surco en tu alma y el arado corte profundamente en tu mismo corazón, aunque quedes manco y herido, y te den por muerto, aún así, si el Espíritu de Dios lo hace, es en verdad una bendición. Si Él te da convicción de pecado, de justicia y de juicio, aunque hasta ahora no hayas sido traído a Cristo, es en verdad una bendición.

Cualquier cosa que Él haga, acéptala. No dudes de ello. Debes orar para que Él continúe Su bendita obra en tu alma. Cualquier cosa que te conduzca a Dios es, de la misma manera, una bendición en verdad. Las riquezas no lo pueden hacer. Puede haber una pared de oro entre Dios y tú. La salud no lo puede hacer, aun la fuerza y la médula de tus huesos te pueden mantener a distancia de tu Dios. Pero todo lo que te traiga más cerca de Él es en verdad una bendición. ¿Y qué pasa si es una cruz la que te levanta? Si te levanta hacia Dios, será una bendición, en verdad.

Cualquier cosa que llegue hasta la eternidad, como una preparación para el mundo venidero; cualquier cosa que podamos transportar a través del río, el santo gozo que florecerá en esos campos más allá de la crecida corriente, el amor puro sin nubes de la hermandad que constituirá la atmósfera de la verdad para siempre, cualquier cosa de este tipo que tenga la ancha flecha eterna, la marca inmutable, es en verdad una bendición. Y cualquier cosa que me ayude a glorificar a Dios es en verdad una bendición. Si estoy enfermo y eso me ayuda a alabarlo, es en verdad una bendición. Si soy pobre, y puedo servirlo mejor a Él en la pobreza que en la abundancia, es en verdad una bendición. Si soy despreciado me regocijaré en ese día y daré saltos de gozo si es por causa de Cristo, porque entonces, es en verdad una bendición. Si mi fe se quita el disfraz, y arrebata la visera de la bella frente de la bendición, y cuenta como alegría caer en diversas pruebas por causa de Jesús y la recompensa del premio que Él ha prometido, es en verdad una bendición. “¡Oh, si en verdad me bendijeras!”

Ahora los envío a casa con estas tres palabras. “Escudriñen.” Vean si las bendiciones son en verdad bendiciones, y no se den por satisfechos a menos que sepan que son de Dios, señales de Su gracia y prendas de Su propósito de salvación. “Pesen.” Esa será la siguiente palabra. Cualquier cosa que tengan pésenla en la balanza, y verifiquen que sea en verdad una bendición que les confiera tal gracia que los haga abundar en amor, y abundar en toda buena palabra y obra. Y, por último, “Oren.” Sí, oren, para que esta oración se pueda mezclar con todas sus oraciones, para que por todo lo que Dios conceda o por todo lo que Él retenga puedan ser bendecidos, en verdad.

¿Es tiempo de alegría para ustedes? Oh, que Cristo pueda sazonar la alegría de ustedes e impedir que la intoxicación de las bendiciones terrenales los aparten de caminar cerca de Él. En la noche del dolor rueguen para que Él los bendiga, en verdad, no sea que el ajenjo los intoxique y los emborrache, no sea que las aflicciones de ustedes los hagan pensar duramente de Él.

Oren por la bendición, que al recibirla, los hace ricos para todos los propósitos de gloria, o que si falta, los hace pobres y desamparados, aunque su bodega esté completamente llena. “Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí.” Pero, “¡Oh, si en verdad me bendijeras!”

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