“Y les dijo: ‘Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que cree y es bautizado será salvo, pero el que no cree será condenado.'” — Marcos 16: 15,16
Puede descargar el documento con el sermón aquí: Sermón #900 – Predicad, Predicad, Predicad por Todo el Mundo
Antes de que nuestro Señor diera esta comisión a sus discípulos, se había dirigido a ellos en un tono de serio reproche. Ustedes podrán observar que, luego, apareció a los once cuando estaban sentados a la mesa, “y les reprendió por su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado.” Debido a que Él otorgaba un valor muy honorable al testimonio, Él pronunció una censura muy marcada sobre quienes lo desatendieron. La reprimenda que ellos recibieron en esa ocasión puede muy bien servirnos de llamada de atención a nosotros, pues la incredulidad incapacita al cristiano para el servicio. En la medida en que tenemos una fe personal en el Evangelio, en esa medida nos convertimos en testigos competentes para enseñarlo a los demás. Cada uno de nosotros si fuera realmente sincero, debería repetir las palabras de David: “Creí; por tanto, hablé,” pues de lo contrario nuestra falta de fe le va a quitar efectivamente a nuestro discurso todo su poder en las personas que nos escuchan.
Muy poca duda cabe que una de las razones por las cuales el cristianismo no es tan agresivo ahora como lo era al principio, y no ejerce la influencia que tenía en los tiempos apostólicos, es la debilidad de nuestra fe en Cristo comparada con la total seguridad de fe que poseían los hombres de aquellos tiempos. En vano esconden su tímido corazón tras una cara modesta, cuando la actitud que deberíamos mostrar y la fuerza viva que nos debería guiar es una confianza valiente en el poder del Espíritu Santo, y una profunda convicción del poder de la verdad que se nos pide que entreguemos. Hermanos, si esperamos un avivamiento de la religión, este debe comenzar en casa. Nuestras propias almas deben primero que nada estar llenas de una santa fe y deben arder de entusiasmo, y después seremos fuertes para realizar proezas y ganar provincias para el cetro del Rey Jesús.
Habiendo hecho así una observación acerca del contexto, quiero que se refieran a un pasaje paralelo en Mateo. Allí vemos que al darles esta comisión, nuestro Señor argumentó una razón notable para ella, y una que le concernía de manera íntima. “Toda autoridad,” dijo, “ME ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id (USTEDES) y haced discípulos a todas las naciones.” Estas palabras estaban adaptadas para fortalecer la fe de Sus discípulos, de quienes acababa de hacer la observación de “su incredulidad.” ¿Acaso no ven el punto de este anuncio? Jesús de Nazaret, habiendo sido resucitado de los muertos, dice a Sus apóstoles que ha sido investido ahora con la supremacía universal como el Hijo del hombre. Por lo tanto Él emite un decreto de gracia, llamando a toda la gente de todo clima y nación, para creer ese Evangelio que lleva la promesa de salvación personal para cada persona que crea. Este mandamiento está revestido de tal autoridad, y es tan imperativo el deber de todos los hombres en todas partes de arrepentirse, que aquellos que no creen reciben la amenaza del castigo seguro de la condenación.
Él va a hacer que se publique esta ordenanza real a través del mundo entero; pero Él ordena a todos los mensajeros que quienes llevan el mensaje deben ser marcados por completo con la soberanía de Quien los envía. Dejen que esas palabras suenen en sus oídos: “Por tanto, id.” Suenan como la música de esa aclamación llena de gozo que aclama al Redentor revestido con poder, sosteniendo la insignia de poder que posee, ejerciendo los plenos derechos del poder legítimo, y confiando a sus discípulos una comisión fundada en ese poder: “Id por todo el mundo.”
Una observación más antes de que continuemos con el texto. La comisión con la que estamos a punto de tratar fue la última que el Señor dio a sus discípulos antes de que fuera separado de ellos. Valoramos grandemente las últimas palabras de sus siervos que parten, ¿cómo podremos valorar lo suficiente las palabras de despedida de nuestro Señor en su ascensión? Las órdenes que nos dejan los que ya se han ido a la gloria, tienen un gran peso en nuestros espíritus; que los obedientes amantes de Cristo se aseguren de actuar conforme a Su última voluntad y testamento, el último deseo expresado por su Señor resucitado. Pido para mi texto una atención especial de cada discípulo de Jesús, ciertamente no como una petición fúnebre, sino más bien como un encargo solemne.
Ustedes recuerdan la propia parábola de Cristo: “Porque el reino de los cielos será semejante a un hombre que al emprender un viaje largo, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes.” Miren esto como la última instrucción que Jesús da a sus siervos: “Cierto hombre de noble estirpe partió a un país lejano para recibir un reino y volver.” Me parece que como cuando el manto de Elías cayó sobre Eliseo, Eliseo sería de culpar si lo hubiera dejado caer, así cuando estas palabras cayeron del Salvador que subía antes que las nubes lo ocultaran de la vista de sus discípulos, debemos tomarlas con santa reverencia. Puesto que Él las ha dejado al partir como si fueran su manto, esas palabras deben ser guardadas con amor y obedecidas escrupulosamente.
Entonces ahora queremos invitarlos para que presten toda su atención al mandamiento que el Señor nos da aquí: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” Fue dado a los apóstoles de manera representativa. Ellos representan a todo el cuerpo de los fieles. Este mandamiento es dado a cada hombre o mujer convertidos. Concedo que hay un llamado especial para quienes son equipados y llamados a entregarse de lleno a la obra del ministerio, pero su oficio en la iglesia visible no es una excusa para no desempeñar las funciones que pertenecen a cada miembro del cuerpo de Cristo en particular. El mandamiento universal de Cristo a cada creyente es: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.”
I. Al reflexionar sobre este mandamiento, primero consideremos QUÉ ES LO QUE TENEMOS QUE LLEVAR A CADA CRIATURA: EL EVANGELIO.
Tal vez no es necesario, hermanos míos, que les tenga que decir a ustedes qué es el Evangelio, pero para completar nuestro tema debemos declararlo. El “Evangelio” que debe decirse a “toda criatura” es, me parece a mí, la grandiosa verdad que “Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándoles en cuenta sus transgresiones;” “encomendándonos a nosotros la palabra de la reconciliación.” Dios ha mirado con compasión al hombre pecador. Él ha enviado a Su Hijo para que asumiera la naturaleza del hombre. Su Hijo ha venido en la carne. Él ha obrado una justicia perfecta por Su vida de obediencia. Él ha muerto en el madero, el justo por los injustos, para que aquel que confíe en Él, pueda ser perdonado. Luego viene el punto y la esencia del Evangelio: cree en Él y sé bautizado, y serás salvo; si lo rechazas, entonces tu peligro es inminente, pues Dios lo declara así, debes ser condenado.
Entonces, cuando predicamos el Evangelio, debemos declarar a los hijos de los hombres que ellos están caídos, que están llenos de pecados, que están perdidos, pero que Cristo ha venido para buscar y para salvar lo que estaba perdido; que hay en Cristo Jesús, que ahora está en el cielo, toda la gracia que es suficiente para satisfacer la necesidad de cada pecador, para que cualquiera que crea en Él, reciba el perdón de todos sus pecados, y reciba al Espíritu Santo, por quien le será dada la ayuda para llevar una nueva vida, será preservado en santidad, y será llevado con seguridad al cielo.
Predicar el Evangelio es predicar a Cristo. No es, yo lo creo así, predicar alguna forma de gobierno eclesiástico, o algún credo en particular, aunque estas dos cosas pueden ser necesarias para aquellos que han oído y recibido el Evangelio. El primer mensaje que debemos predicar a cada criatura, es que hay un Salvador: “Vida al mirar al Crucificado, vida al instante,” para todos los que Lo miran. Este es el Evangelio que debemos predicar.
Ahora, ¿qué significa la palabra “predicar“? Entiendo que su significado en este contexto es muy extenso. Algunas personas pueden predicar literalmente, es decir, actúan como heraldos, proclamando el Evangelio como el pregonero proclama en la calle el mensaje que se le ha encargado pregonar. El pregonero es, de hecho, el predicador del mundo, y el predicador del Evangelio debe ser un pregonero, pregonando en voz alta sin dejar de hacerlo nunca, la verdad de Cristo. No creo que Cristo nos pida ir para ser oradores frente a toda criatura. Tal mandato no sería práctico para la mayoría de nosotros, y sería inútil para cualquiera de nosotros. De todas las cosas que profanan el día del Señor y entristecen al Espíritu, los intentos de la oratoria de alta escuela y la elocuencia que gorjea cuando se predica, son las peores creo yo. Nuestra labor es justamente declarar el Evangelio de manera sencilla y clara a toda criatura. En realidad no predicamos el Evangelio a un hombre si no logramos que entienda el tema del que estamos hablando. Si nuestro lenguaje no se rebaja a su nivel, podrá ser el Evangelio, pero no es el Evangelio para él. El predicador debe adoptar un lenguaje que sea el adecuado para toda su congregación. Al predicar debe esforzarse por instruir, fortalecer, explicar, exponer, suplicar y hacer entender al corazón y a la conciencia de cada hombre, como ante Dios, hasta donde sus habilidades se lo permitan, la verdad que más allá de todo argumento y de toda duda tiene el sello y la marca de la revelación divina.
Aunque no todos los miembros de una iglesia pueden predicar literalmente en este sentido, sin embargo, si este mandamiento es para todos, entonces todos deben dar ese testimonio al mundo de alguna u otra manera que sea clara. Su predicación puede ser de diversas maneras. Algunos deben predicar por medio de sus vidas santas. Otros deben predicar hablando a una o a dos personas, como el Maestro junto al pozo, que predicaba de la misma manera cuando conversaba con la mujer de Samaria como cuando se dirigía a la multitud en la ribera del lago de Genesaret, y expresaba una doctrina tan sublime en esa pequeña aldea de Sicar como cuando predicaba en la puerta del templo que se llama Hermosa. Otros deben predicar distribuyendo la verdad impresa para su circulación; y este es un servicio verdaderamente noble, especialmente cuando la palabra pura de vida, la propia Biblia, es sembrada ampliamente en esta y en otras tierras. Si no podemos hablar con nuestra propia lengua, debemos pedir prestadas las lenguas de otros hombres; y si no podemos escribir con nuestras propias plumas, debemos pedir prestadas las plumas de otros hombres; pero debemos hacerlo de una forma o de otra.
La esencia de este mandamiento es que debemos dar a conocer el Evangelio a toda criatura por un medio o por otro, dejarlo enfrente del camino de cada quien, hacerle saber que hay un Evangelio, y provocar su curiosidad para saber lo que significa. No pueden hacer que lo acepte, o que lo crea. Esa es la obra de Dios. Pero ustedes sí pueden y deben darles a conocer el Evangelio y suplicarles que lo reciban, y no se sientan culpables si no lo reciben. Hagan todo lo que esté a su alcance, para dar a conocer a toda criatura lo que es el Evangelio, de tal forma que si no lo aceptan sin embargo el reino de Dios les habrá sido traído muy cerca. La responsabilidad de su aceptación o su rechazo será entonces problema de esas criaturas, y no de ustedes.
Entonces, esta es la comisión de Jesucristo a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.”
Y para que no nos equivoquemos en cuanto a lo que he llamado la punta de la flecha, la fuerza y la esencia del Evangelio, Cristo lo ha dicho con palabras muy sencillas: “El que cree y es bautizado será salvo.” Es decir, si un hombre quiere participar de la completa salvación que Cristo ha logrado, debe creer en Cristo, debe confiar en Cristo, debe creer que Cristo es el Salvador designado por Dios, y que es capaz de salvarle. Debe actuar sobre la base de esa creencia, y confiarse a los brazos de Jesús, y si lo hace así, será salvo.
Más aún, el texto dice que debe ser bautizado. No que haya alguna virtud de algún tipo en el bautismo. Pero Cristo espera que un hombre que confía ser salvado por Él, debe reconocer y dar testimonio de su unión con Él. Quien quiere tener a Cristo como su Salvador, debe estar preparado para reconocer abiertamente que él está del lado de Cristo. El bautismo se convierte así en una señal del discipulado, el símbolo externo de la fe interna, por medio del cual un hombre dice a todos los que lo contemplan: “Me confieso muerto para el mundo; me confieso sepultado con Cristo; me confieso resucitado a una nueva vida en Él; piensen lo que quieran o ríanse tanto como quieran, pero en la fe de Jesús como mi Señor, lo he abandonado todo para seguirlo a Él.”
Es un punto de obediencia. Algunas veces alguien ha dicho en su corazón: “Qué lástima que el bautismo haya sido introducido en este lugar; se convierte en una viga de madera en donde los hombres pueden colgar su gancho ritualista.” Pero el propio Hijo de Dios lo ha puesto allí, y no podemos cambiarlo. Si no estuviera allí, yo no lo habría puesto allí, pero está allí, y estando allí, es a riesgo de tu alma, hombre, hacerlo a un lado. Yo creo de todo corazón que si crees en Jesucristo serás salvo, te bautices o no, pero no me gustaría correr ningún riesgo, pues en mi texto no leo nada al respecto. Es: “El que cree y es bautizado será salvo,” y yo quiero juntar los dos mandamientos y obedecer enteramente la voluntad de mi Señor, y no hacer a un lado lo que no me gusta, y aceptar solamente lo que me gusta. No debo dejar nada por fuera, sino que debo aceptar ambos mandamientos. Con tu corazón debes creer, y con tu boca debes confesar, y si cumples sinceramente con ambos entonces serás salvo.
II. Teniendo claramente ante nosotros cuál es nuestro trabajo: proclamar y explicar a cada criatura el Evangelio de Jesucristo, consideremos solemnemente (pues es una tarea muy solemne que incumbe a cada persona que profesa a Cristo) CUÁL ES EL ALCANCE DE ESTA COMISIÓN.
Juzgando por el hecho que no hay ninguna mención de tiempo, deduzco que en tanto que haya una iglesia en el mundo la obligación de predicar el Evangelio estará vigente, y si esa iglesia alguna vez llega a tener sólo un miembro o dos, debe a pesar de eso, con toda su fuerza, continuar promulgando el Evangelio de Jesucristo. Debe predicarse todo el tiempo; y hasta que Cristo mismo venga, y se cierre la dispensación, la misión de la iglesia es ir por todo el mundo, todos ustedes, proclamando el Evangelio a cada criatura.
Sin embargo, no me voy a detener allí, porque no es un punto muy práctico, pero simplemente observen que no hay ningún límite establecido en cuanto a dónde debe predicarse el Evangelio. Debe predicarse en “todo el mundo.” En Labrador, en África, donde la Cruz del Sur brilla en lo alto, y donde Arturo con sus soles conduce a la noche; en todas partes, en cada lugar; ninguna nación debe quedar fuera porque es muy degradada; ninguna raza debe ser olvidada porque está en un lugar muy remoto. La misión de la iglesia trata con el centro de África, con hombres que todavía no han visto nunca, cara a cara, al hombre de cara pálida. Trata con naciones cultas, como el agudo y escéptico hindú, y con tribus degradadas, como los hotentotes en sus poblaciones, y las tribus Bechuana y Bushman. No debe existir ninguna omisión en ninguna parte. Las órdenes de marcha de nuestro gran Comandante para Sus tropas son: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.”
Aun este no es un punto tan práctico como el punto sobre el que quiero insistir. Es la obligación de la iglesia, de conformidad con este mandato, de dar a conocer el Evangelio a toda criatura. Cada uno de ustedes individualmente, por supuesto, no puede darlo a conocer a toda criatura, pero cada uno, en casa y fuera de ella, de acuerdo a su esfera de acción y a su capacidad, debe esforzarse al respecto. Tan pronto como estén listos para entenderlo, ustedes deben estar listos con este Evangelio de Jesucristo para ellos. La Escuela Dominical no necesita un texto directo para su institución o su fundación. Es una maravilla que no fue instituida mucho antes, pues el verdadero espíritu del trabajo de la Escuela Dominical yace en estas palabras: “toda criatura.” Al preocuparse de la educación de los niños, no deben incluir solamente a las clases privilegiadas y excluir a los necesitados y a los depravados: el árabe en la ciudad es por lo menos una “criatura,” y estás tan obligado a predicarle el Evangelio a él de la misma manera que a tu querido hijo, que es el objeto de tu amor más tierno. Es a toda criatura.
Entonces la iglesia cristiana debe ir tras el rico. El rico necesita el Evangelio, tal vez más que cualquier otro grupo en la comunidad. Muy pocas veces lo oyen, y lo poco que oyen es un pobre material diluido. Nadie se atreve a decirles sus pecados en su cara, ni son censurados como lo son los pobres. Deben ser buscados por la iglesia; y aunque es difícil tener acceso a ellos, sin embargo no habremos cumplido nuestro deber hasta que no hayamos hecho lo que podamos por ellos.
Los pobres deben ser cuidados. Su pobreza nunca debe llevarnos a decir que no vale la pena enseñarles. Es la gloria del Evangelio que debe ser predicado a los pobres. Tanto los ricos como los pobres son criaturas, y por lo tanto la iglesia tiene sus obligaciones en relación a ambos. El Evangelio debe de ser predicado a quienes se congregan el domingo. Es un placer recordar que hay muchas personas que quieren venir para escuchar el Evangelio, pero la responsabilidad del ministro no se limita a aquellos que se congregan voluntariamente dentro de cuatro paredes. Debemos predicar el Evangelio a toda criatura, por lo tanto también a los que se quedan en la cama los domingos por la mañana, los que leen los periódicos en su edición dominical, los que se pasean por las tardes con negligente indiferencia, a quienes no saben tal vez lo que significa el culto cristiano.
No has hecho lo que tu Señor te ha dicho que hagas hasta tanto no los hayas alcanzado a todos ellos, y les hayas dado a conocer, los hayas forzado a conocer lo que es el Evangelio. Es un pobre deportista el que se sienta en su casa y espera que la actividad deportiva venga a él. Quien quiere practicarla debe salir fuera y buscarla, y quien quiere servir al Señor debe salir a los caminos y a los callejones y forzarlos a entrar.
No debo señalar aquí, hermanos, que espero que la iglesia cristiana está viva y cuida de todas las clases en la sociedad, pero lo que quiero enfatizar hoy de manera personal es simplemente esto, que nosotros, como una iglesia aquí, con tantas ventajas, tan numerosa, debemos participar al menos de este mandamiento, y debemos extender nuestros esfuerzos a “tantas criaturas” como podamos. ¡Oh! no podemos cumplir con el trabajo que Dios nos ha encomendado, hasta que no hayamos buscado por estos caminos y por estos callejones, estas plazas y estos oscuros lugares, y hayamos hecho todo lo posible para llevar el Evangelio de Jesucristo a todos sus habitantes. Sé que tienen sus escuelas dominicales, y estoy agradecido por el trabajo que desarrollan allí, pero no limiten sus aspiraciones a esa actividad. Sé que tengo suficiente trabajo con esta congregación, sin embargo no estoy obligado a limitarme a una parroquia o a una localidad, pero si puedo, para hacer bien, en lo que a mí corresponda ir en todas direcciones, y a todo tipo de lugares para dar a conocer el Evangelio a toda criatura. ¿Han sido ustedes el instrumento de conversión de cincuenta personas? Eso no es todavía “toda criatura.” Continúen siendo instrumentos. ¿Se agregaron cien personas a esta iglesia el otro día? Eso no es “toda criatura.” Hay millones todavía que no conocen a Cristo. Prediquen entonces el Evangelio en todas partes.
La majestad de este mandamiento lo sobrecoge a uno. Nunca fue dada una comisión tal, antes o después. ¡Oh iglesia de Dios! Tu Señor te ha dado un trabajo casi tan inmenso como la creación de un mundo; más aún, es un trabajo todavía más grande que eso; es recrear un mundo. ¿Qué puedes hacer en esto? No puedes hacer nada efectivamente, a menos que el Espíritu Santo bendiga lo que intentas hacer. Pero eso hará Él, y si te ciñes los lomos, y tu corazón está involucrado en este empeño, tu podrás todavía predicar a Jesucristo a toda criatura bajo el cielo.
No debo extenderme mucho, pues el tiempo vuela. Será suficiente si pongo un pensamiento en sus corazones, que para la sirvienta y para la duquesa, para el que limpia chimeneas y para el diputado, el habitante de una pobre casa o el de un palacio, debemos sentirnos obligados por Cristo a predicarles el Evangelio según nuestra capacidad, sin limitar la esfera de nuestra actividad donde se pueda encontrar una oportunidad para llevar el Evangelio a toda criatura.
III. Pero ahora, en tercer lugar, algunos de ustedes se estarán preguntando acerca de los ALICIENTES PARA ENROLARSE EN ESTE SERVICIO, Y OBEDECER ESTE MANDAMIENTO.
Será suficiente respuesta para muchos de ustedes, decir que la razón para predicar el Evangelio a toda criatura es, que Dios lo ha dicho. Oh, fue una gran exclamación (si hubiera sido para un mejor propósito) cuando miles de miles se congregaron para oír la elocuencia fogosa del eremita, cuando les pedía que atacaran a los sarracenos, y rescataran al santo sepulcro y a los lugares sagrados de los infieles. Entonces se elevó el clamor “Deus vult” “Dios lo quiere,” y en la fuerza de esa creencia, que era la voluntad de Dios, “un gran bosque de lanzas se puso en ristre,” y diez mil espadas fueron desenvainadas, y los hombres se apresuraron a la batalla y a la muerte. ¡Oh, si la iglesia cristiana pudiera tener la convicción del “Deus vult,” “Dios lo quiere,” que ahora, en este año de gracia de 1869, toda criatura oiga el Evangelio! Creo que tenemos un número suficiente de cristianos aquí en Londres para lograr que Londres oiga el Evangelio. Quiero decir que tenemos suficientes convertidos, hombres y mujeres, si todos tuvieran la suficiente motivación, para hacer que Londres resuene de extremo a extremo, como le ocurrió antes a Nínive. Un hombre despertó a Nínive con la monótona proclamación: “¡De aquí a cuarenta días Nínive será destruida!” Seguramente miles serían como carbones en medio del grano, si tuviéramos la convicción acerca de este grandioso mandamiento, “Deus vult.” Creyente: Dios te exige esto ¿no es suficiente?
Pero si buscamos argumentos, recordemos que la predicación del Evangelio es en todas partes una delicia para Dios. Los católicos nos dicen que el ofrecimiento de lo que ellos llaman un “sacramento,” es una ofrenda aceptable a Dios. Ellos están errados. La predicación de Cristo, esa es la verdadera ofrenda. Dios huele un olor agradable dondequiera que el nombre de Jesús es correctamente proclamado. Escuchen estas palabras: “Porque para Dios somos olor fragante de Cristo en los que se salvan y en los que se pierden.” Dondequiera que se predica a Cristo, Dios está contento. Él es honrado, Cristo es honrado. Aun si no hay ningún resultado (¡imposible suposición!) aun así la simple predicación de Cristo es como olor de incienso vespertino que sube hasta Dios, y Él lo acepta.
Más aún, recuerden que se les pide predicar a toda criatura, a cada uno de ustedes, hasta donde puedan, porque es por este medio que los elegidos van a ser reunidos de entre los hijos de los hombres. Ustedes no saben quiénes son, por tanto prediquen a Cristo a todo mundo. Ustedes no saben quién lo aceptará; ustedes no saben qué corazones van a ser quebrantados por el martillo divino. Corresponde a ustedes probar el martillo de la verdad golpeando el duro corazón. Ustedes no son los descubridores de los elegidos de Dios, eso corresponde al Evangelio, y conforme es predicado atraerá a sí, por su propio poder, por medio del Espíritu Santo, a todos los que Dios ha ordenado para vida eterna.
Hermanos y hermanas, les suplico que prediquen el Evangelio de Jesucristo, para beneficio de ustedes mismos, si no hubiera otra razón. Pueden estar seguros de ello, su propio vigor espiritual será fortalecido por sus labores de amor, y su celo por el servicio de Cristo. Ya lo he señalado, que es un termómetro invariable por el cual se puede medir la espiritualidad del corazón de un hombre. Si está haciendo algo o no por Cristo, se verá reflejado en su vida y conversación. El árbol no sólo se conoce por sus frutos, en cuanto a qué tipo de árbol es, sino tan bien al grado de vida. “Si guardan sus mandamientos, y dan mucho fruto, ustedes son ciertamente discípulos,” pero si hay muy poco fruto y está medio marchito en las altas ramas, no vale la pena recogerlo. Ustedes son Sus discípulos, pero escasamente pueden afirmar que lo son.
¿Alguna vez experimentaron el gozo de ganar un alma para Cristo? Si es así, no necesitan un mejor argumento para intentar difundir el conocimiento de su Nombre entre todas las criaturas. Yo les digo, no hay gozo fuera del cielo que lo sobrepase, cuando alguien te toma de la mano y te dice: “Por tu medio yo fui llevado de las tinieblas a la luz; fui rescatado de la borrachera, o de los más viles vicios, y llevado a amar y servir a mi Salvador;” ver a tus hijos espirituales a tu alrededor, y poder decir: “Heme aquí, y estos que Tú me has dado.” ¡Oh! las pruebas y penas de la vida son algo superficial allí donde los triunfos de la gracia están presentes. Un hombre puede muy bien soportar pararse para predicar sobre un leño ardiente, si puede estar seguro que su cuerpo quemado va a servir de medio para lograr la salvación de su congregación. Les suplico, por su propia felicidad, que traten de enseñar a otros lo que el Señor les ha enseñado primero a ustedes.
Puedo multiplicar estas razones, pero tal vez será mejor regresar a la primera de todas: su Señor lo quiere, y por tanto prediquen Su Evangelio a toda criatura. Viene el día en que Su Evangelio será conocido en todo el mundo. Muchas cosas lo han impedido. Noches de oscuridad, años de opresión han durado bastante, y las mentes de los hombres han andado en valle de sombra de muerte. Pero, tan cierto como que Dios es Dios, vienen mejores días. “La luz que brilla en la colina de Sión” adornará las cumbres de todas las montañas. Todas las tierras todavía verán los pies de los mensajeros que traen las buenas nuevas, que publican la salvación. A pesar de las profecías de algunos hombres en nuestros días, yo todavía me apego a la vieja fe de la iglesia, que habrá un triunfo universal de nuestra santa fe, aún antes que el mundo sea entregado al elemento que lo va disolver.
Los dioses de los paganos serán sacudidos de sus pedestales. La dispensación no llegará a su fin, hasta que esas cosas que los hombres han adorado sean arrojadas a los topos y a los murciélagos. Dios va a arrastrar a la ramera de las Siete Colinas de su trono ensangrentado, y hará que los reyes de la tierra la quemen en el fuego. El día de la venganza de nuestro Dios por la sangre de los mártires todavía ha de venir, y Cristo no terminará este conflicto hasta que no haya descargado su espada de doble filo sobre la cabeza de su adversario, y lo haya dejado tumbado en el polvo.
¡Tengan paciencia, señores; tengan paciencia! Las cosas se van desenvolviendo de manera adecuada ahora. Nuestros corazones pueden llenarse de ánimo. Hemos visto lo que la diestra de Dios ha hecho por la libertad en esta tierra nuestra. Ahora el gran pulso del tiempo late animado y con salud, y por la buena gracia de Dios y Su providencia que gobierna, muy pronto se verá que:
El día señalado del Señor.”
Pero, si va a venir algún día, de acuerdo al pasado, debe venir por medio de los esfuerzos de los hijos de Dios, pues Dios siempre usa instrumentos, y lo seguirá haciendo. A la carga, servidores de Dios, cumplan su labor con diligencia, con perseverancia, predicando continuamente el Evangelio a toda criatura, pues ustedes son colaboradores de Dios; ustedes son los labradores de Dios, sus amigos y servidores. ¡Oh! que ustedes quisieran compartir el gozo de aquellas brillantes épocas; si pudieran ver a través del tiempo con un ojo que ha recibido bendición, y comprobar que las espadas se convierten en rejas de arado, conociendo con anticipación el día cuando los tronos de los opresores se derrumbarán convertidos en polvo. No pueden mirar con un ojo esperanzado, con un nervio fuerte, a todo esto, a menos que alarguen su mano y digan: “Yo voy a participar en eso; voy a participar en eso hoy; voy a poner mi pequeña onza de poder en la iglesia; voy a lanzar mi pequeña dracma en la misión de la iglesia, tratando de decir a toda criatura el Evangelio de Jesucristo.”
IV. Pero ahora, para concluir este sermón, tenemos la labor ante nosotros, y tenemos a nuestro Dios que nos ayuda, y aceptamos el reto. Hermanos y hermanas, yo los convoco a todos ustedes de la misma manera que el capataz convoca a todos sus camaradas cuando hay un trabajo por realizar y dice: “Esto es lo que debemos hacer: ¿QUÉ RECURSOS TENEMOS PARA REALIZAR NUESTRO TRABAJO, Y CÓMO PODEMOS HACERLO?
Los que hemos recibido un llamamiento especial para predicar el Evangelio debemos asumir nuestra parte, y predicar continuamente con todo nuestro poder. ¡Oh! es un bendito empleo, y los ángeles nos envidian, porque se nos ha dado tal oficio como es predicar el Evangelio. Pero, hermanos, no deben cargar todo el trabajo o toda la responsabilidad en un solo hombre. El ministerio de un solo individuo es una maldición para cualquier iglesia, si ese es el único ministerio de la iglesia. Todos los ministerios deben usarse.
¿Acaso muchos de ustedes no podrían predicar? Déjenme implorarles de todo corazón que prediquen si pueden hacerlo. Que ningún hombre que posea dones se los guarde para él. Allí están las calles, si no pueden encontrar ningún otro lugar, y permítanme decir que no hay mejor trabajo desarrollado en Londres que ese que se lleva a cabo en las calles, en servicios al aire libre. Hay muchos que oyen el Evangelio allí que nunca lo hubieran oído si los doce apóstoles hubieran estado predicando solamente en cualquiera de nuestros lugares de adoración. Usen sus habilidades en otros lugares si pueden, y que toda lengua que pueda hablar, que lo haga.
Pero no todos tienen la habilidad de predicar. Tenemos a algunos que pueden enseñar a los jóvenes. ¿Puedo preguntar si todos los que pueden enseñar a los jóvenes están ocupados en ese trabajo? En cualquier noche hay muchas escuelas a nuestro alrededor donde hay por lo menos el doble de niños del que los maestros allí presentes pueden instruir. No es así con ninguna institución de las nuestras, pero hay docenas de escuelas a nuestro alrededor que son ineficientes simplemente por falta de maestros. Nuestra gente siempre se involucra en sus escuelas. Siempre he repetido: “No se preocupen en relación a cuál secta es la que está involucrada; si pueden, vayan y enseñen allí;” pero debo repetirlo de nuevo, pues no me gusta ver a esas escuelas paralizadas por falta de maestros. Es algo muy bueno oír un sermón, pero si pueden enseñar a los niños, no tienen derecho de preferir su propio placer a la enseñanza.
¿No podrían algunos de ustedes hacer el bien en su propia casa? Las reuniones en las casas, en los salones, en lugares de ese tipo: todos son medios de ser útiles. ¿Los han probado? “¿Cuántos panes tenéis?” Eso preguntó mi Señor. Quiero contar los panes para poder responder a mi Señor, y soy de la opinión que hay algunos panes que no han sido traídos todavía a la canasta del panadero; algunas oportunidades que nunca han sido puestas a Su servicio. Investiguen y vean.
¿Cuánto bien no harían muchos de ustedes escribiendo cartas a otras personas con el tema de Cristo? Cuánto bien no harían muchos de ustedes circulando la palabra escrita: Biblias, folletos evangélicos, y todos aquellos sermones capaces de beneficiar a ciertas personas si leyeran esa literatura. Puede ser que a algunos se les haya confiado el talento del dinero. Si no tienen una lengua de oro, pueden estar agradecidos por tener un bolsillo lleno de oro. Hablen con eso. Están tan obligados a hablar con eso como otros con su boca de oro. Cualesquiera que sean los dones que posean, obtengan intereses, como el siervo bueno, para su Señor.
Algunos de ustedes tal vez no tienen capacidad de hablar o de dar, pero que su santidad, y cada uno de los poderes que tengan, de conformidad a su habilidad y oportunidad, contribuyan al gran resultado de la predicación del Evangelio a toda criatura.
Mi gozo y mi corona, mi esperanza y mi delicia ante Dios, son ustedes en el Señor, cuando puedo percibir en ustedes un corazón sincero, oh ustedes, las personas a mi cargo. Hay algunos aquí de quienes no me da vergüenza hablar, cuya piedad es apostólica, cuya generosidad y celo se compara al de los primeros cristianos; pero hay otros de quienes hablamos con duda, pues si se han consagrado de alguna manera al Señor, la consagración parece haber tenido un efecto mínimo. Son muy diligentes en el negocio, pero en cuanto a un espíritu ferviente, ¿dónde está? ¿En qué aspectos se puede decir de ellos que sirven al Señor? Que cada uno comience a hacerse la pregunta: “¿Qué he hecho para obedecer el mandamiento del Señor?” y si el inventario refleja un resultado lamentable, no se queden ahí parados perdiendo su tiempo con vanos remordimientos, sino humíllense y pídanle a Dios que la sangre de ninguno sea depositada a sus puertas.
Les exhorto, ¡oh de qué manera lo haría si mi lengua tuviera el lenguaje que deseo poseer! pero quiero exhortarlos, a cada uno de ustedes, a poner en el futuro la totalidad de su fortaleza por Él cuyo sudor sangriento, y cruz y pasión, los han convertido a ustedes en deudores hacia Él a causa de sus vidas. Por Él que murió en ese madero, maldito por ustedes, por Él que se ha ido para preparar un lugar para ustedes, y que está intercediendo todavía a la diestra de Dios con un celo incesante a favor de ustedes, vengo en Su nombre y a causa de Su mandamiento para pedirles, para exhortarlos a gastar y ser gastados para glorificar Su nombre en medio de los hijos de los hombres. Investiguen y vean lo que pueden hacer y lo que sea que su mano encuentre para hacer, háganlo con todas sus fuerzas, pues la tumba pronto se abrirá para recibirlos, y no hay trabajo ni mecanismos en la tumba hacia donde se dirigen con rapidez.
“¡Adelante, guardias, al ataque!” era el grito de batalla, y todavía se lo puedo decir a cada cristiano. En estos días, cuando los dirigentes de la iglesia católica reúnen sus fuerzas, y la infidelidad dispara sus flechas envenenadas, que no nos falte nada en el día de la batalla, para que los ángeles no digan, como dijo el ángel del Señor: “¡Maldecid a Meroz!, dijo el ángel de Jehovah. ‘Maldecid severamente a sus moradores, porque no vinieron en ayuda de Jehovah, en ayuda de Jehovah con los ‘valientes'” Lo mejor que se puede hacer por la verdad y la justicia es promover la piedad personal, y traerá como consecuencia el aumento del esfuerzo personal. No bendeciremos al mundo utilizando grandes esquemas, teorías poderosas, planes gigantescos.
Poco a poco crecen los arrecifes de coral sobre los que luego crecen los jardines. Poco a poco debe venir el reino, y cada hombre debe traer su pequeña porción y ponerla a los pies de Jesús. Así también viene la luz. Viene con un rayo después del otro. Una a una vienen las flechas del arco del sol, y al fin huye la oscuridad. Así vendrá la mañana eterna. Gocémonos. Aunque el trabajo sea lento es seguro. Dios verá el trabajo terminado, y cuando venga la mañana la noche ya no podrá regresar, y la oscuridad se desvanecerá para siempre. El sol de justicia ya no se ocultará. El día de la mañana del mundo no se demorará. El tiempo de sus días felices vendrá, cuando la luz del sol será como la luz de siete días, y el Señor Dios habitará entre nosotros, y manifestará su gloria a los hijos de los hombres.
Estos últimos instantes los utilizaremos para decir que hay algunas personas a las que no podemos decirles que vayan y prediquen el Evangelio, pues ellos mismos no lo conocen; y Dios les dice a los impíos: “¿Por qué tienes tú que recitar mis leyes y mencionar mi pacto con tu boca?” A esas personas les decimos: inclina tu oído y oye. Jesucristo ha sufrido para que los pecadores no sufran. Él era el Hijo de Dios. Él tomó los pecados de los creyentes. Él fue castigado en el lugar de los pecadores, y si confías en Él serás salvo. Confía en Él, pecador, confía en Él. Que el Espíritu Santo te convenza, y te dé fe, y toda la gloria sea para el Señor Jesús, por toda la eternidad. Amén.
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