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“Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias”. Mateo 15: 19
Puede descargar el documento con el sermón aquí: Sermón #732 – El Corazón: una Guarida del Mal
No podemos declarar con demasiada frecuencia e insistencia que la religión es un asunto del corazón. Un pecado que acosa al hombre es olvidar que Dios es espíritu y que la adoración que se le debe rendir tiene que ser de tipo espiritual. La idolatría no es sino ejecutar de lleno esta perversa inclinación. En vez de adorar al Gran Invisible y ofrendarle el amor del corazón, el hombre erige un bulto de madera o de piedra, quema incienso y hace genuflexiones ante él, y exclama: “Éste es mi dios”. En los casos en que dicha idolatría no asume la forma más descarada, adopta otra forma que es igualmente objetable a los ojos de Dios.
El hombre argumenta que no puede adorar a Dios con su corazón a menos que su memoria reciba la ayuda de algún objeto externo y, entonces, mete de contrabando a su ídolo y gratifica a su naturaleza depravada con un culto adaptado a su capricho y un formalismo exterior.
Dios exige la adoración del alma pero los hombres le rinden una adoración corporal; Él pide el corazón y ellos le ofrecen sus labios; Él exige sus pensamientos y sus mentes, y ellos le presentan estandartes y ornamentos y cirios. Cuando de pura vergüenza, el hombre se ve impedido de practicar sus supersticiones externas, se entrega a lo que sea pero no acepta rendir el amor de su corazón a su Hacedor, ni someter su intelecto a la enseñanza del grandioso Creador, ni entregar todas sus facultades al servicio del Altísimo.
Por muy dolorosa que sea la mortificación, por muy rígida que sea la penitencia, por severa que sea la abstinencia y por grande que sea la cantidad de dinero que tenga que sacar de su bolsillo, o del lagar, o del almacén, preferirá sufrir cualquier cosa antes que inclinarse ante el Altísimo con una verdadera confesión de pecado, y confiar en el Salvador designado con una fe sincera e infantil.
En esta época, igual que en tiempos pasados, los vigías de nuestro Israel tienen que insistir sobre la espiritualidad de la adoración, pues el antiguo paganismo vive entre nosotros, alterado en la forma, pero inmutable en su espíritu. Se habla de que la idolatría fue enterrada en Atenas y que fue depositada en su tumba en Roma, pero lo cierto es que pervive en el ‘Puseyismo’ de la hora presente. Los hombres son idólatras naturales y lo que ahora contamina la simplicidad de nuestra adoración, no es otra cosa que una idolatría que está a la venta en las tiendas de juguetes de los ‘tractarianos’. Esto lo llevan a cabo arrojando sus símbolos y emblemas infantiles delante de la sublime verdad de que Dios debe ser adorado en espíritu, y que sólo podemos acercarnos a Él por medio del sacrificio expiatorio de Su unigénito Hijo.
Esta mañana yo espero no ser culpable de atraer ni por un instante su atención hacia algo externo, por muy estridente o sencillo que sea. Yo les pido ahora que vuelvan sus ojos al corazón humano. Queridos oyentes, ustedes que han sido convertidos y también ustedes que no lo han sido, los exhorto ahora a que dirijan sus solemnes pensamientos a sus propios corazones y a una consideración de su propia naturaleza íntima. Mi texto es un espejo en el que cualquier persona puede verse reflejada. Puede ver, no su rostro al que podría contemplar en cualquier otra parte, sino su corazón, su naturaleza moral, su ‘yo’ más íntimo. Aquí el pecado es el corazón del hombre puesto al desnudo, vuelto al revés, disecado y descrito por alguien que no puede mentir y que no puede ser engañado.
Vamos a abordar el texto de inmediato y vamos a observar, primero, la humillante doctrina que enseña; y luego vamos a ocupar el resto del tiempo mencionando algunas doctrinas emparentadas que nos recuerda.
- PRIMERO, NOTEN LA HUMILLANTE VERDAD expuesta aquí por el Salvador. Nos informa que del corazón procede toda clase males morales. No selecciona las formas de pecado más veniales sino los matices más densos. Adulterios, asesinatos y blasfemias no son palabras de significación común sino que representan pecados de un tinte poco común.
La acusación presentada aquí en contra de la naturaleza humana es una de las más solemnes que pudieran ser presentadas con palabras. El Salvador no tuvo empacho en decirlo claramente ni eligió algunas formas atenuadas de expresión, sino que seleccionó precisamente las formas más viles del pecado humano y afirmó que todas estas cosas salen del corazón humano.
Ha habido personas que han aseverado que los pecados son meramente accidentes de la posición del ser humano, pero el Salvador dice que salen de su corazón. Algunos han afirmado que son errores de su juicio, que el sistema social afecta tan duramente en ciertos puntos que los hombres difícilmente pueden evitar ofender, pues su juicio los engaña. Sin embargo, el Salvador no atribuye estas ofensas a la cabeza y a sus juicios errados, sino al corazón y a sus afectos malsanos. Nos dice claramente que la parte de la naturaleza humana que produce esos frutos venenosos no es una rama que pueda ser podada, ni es una extremidad que pueda ser suprimida, sino la propia esencia y sustancia del hombre, es decir, su corazón. En efecto, Él nos dice que la lascivia no sale meramente del ojo, sino que proviene de lo más íntimo de la naturaleza del ser depravado. El asesinato no proviene originalmente de una mano imprudente, sino de un corazón salvaje e ingobernable. Declara que el robo no es el simple resultado de una tentación precipitada, sino que es el producto de un deseo codicioso que mora en el ser, cuya verdadera fuente la constituyen los afectos desordenados.
Todos los males mencionados en nuestro texto salen del ‘yo’ esencial del hombre. Eso es lo que entiendo que quiere decir el Salvador con la palabra ‘corazón’. El corazón es el verdadero hombre, es la propia ciudadela de la ‘Ciudad de Almahumana’, es la fuente y el depósito de la condición humana, y todo el resto de la persona puede ser comparado con las muchas tuberías que corren desde la fuente y van a lo largo de las calles de una ciudad.
El Salvador pone Su dedo en el muelle real de la máquina de la condición humana, y afirma: “Aquí está el mal”. Como un grandioso médico, coloca Su mano sobre el propio meollo de la naturaleza humana y exclama: “Aquí se ubica la enfermedad”. El principal asiento de la lepra del pecado no está en la cabeza, ni en la mano, ni en el pie, sino en el propio corazón; el veneno está en el centro y, consecuentemente, todos los miembros de la periferia comparten del veneno.
Por la palabra ‘corazón’ usualmente entendemos los afectos, y sin duda los afectos del hombre son las fuentes de sus crímenes. Es debido a que el hombre no ama a su Hacedor con todo su corazón, y con toda su alma, y con todas sus fuerzas, sino que se ama a sí mismo, que quebranta las leyes de su Hacedor para darse gusto. Es debido a que el hombre no ama lo que es recto, y bueno y verdadero, antes bien se deleita en lo que es falso y perverso, que sus acciones se vuelven impuras. Pueden ver que da lo mismo que interpreten que la palabra “corazón” quiera decir el núcleo central del hombre, o que signifique los afectos; se llega al mismo resultado, es decir, que lo que está mal es el ‘yo’ vital del hombre, que lo viciado es la esencia real de la condición humana. La condición humana en su más vital esencia está corrompida al revés y al derecho. Usando las palabras del infinito Jehová mismo: “El intento del corazón del hombre es malo desde su juventud”. “Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente”. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso”.
Observen humillados esos torrentes contaminados que el Salvador declara que fluyen del corazón del hombre. Habla de malos pensamientos. Algunos minimizan los pensamientos del mal, pero Dios no lo juzga así, pues Él juzga una acción, no tanto por los movimientos exteriores de la materia corporal mediante los cuales la acción es realizada, como por el movimiento interno del hombre interior a través del cual ese movimiento fue instigado y dictado.
Los malos pensamientos contienen tan ciertamente la esencia absoluta del pecado como las malas acciones, pues cuando rastreamos una acción hasta su mal esencial, hemos de mirar el motivo que la dicta, y ese motivo nos lleva de inmediato a la región del pensamiento. Así que los malos pensamientos, en vez de ser menos evidentemente pecaminosos que las acciones, constituyen de manera sumamente clara el propio nido en el que el principio y el alma del pecado han de encontrarse.
Las personas dicen algunas veces: “No seremos colgados por nuestros pensamientos”, pero sería bueno que supieran que, a menos que se arrepientan de ellos, seguramente serán condenados por sus pensamientos, e incluso si esos pensamientos suyos nunca se concretaran en actos, su culpa permanecería. Si los hombres fueran encerrados en celdas de tal manera que no pudieran cometer aquello que su naturaleza los instigara a cometer, no obstante, en virtud de que habrían sido igualmente pecadores externamente si hubieran podido serlo, delante del Señor sus corazones no son juzgados mejores que los corazones que encontraron una oportunidad de pecar y la aprovecharon.
Un caballo mañoso no tiene un mejor carácter sólo porque le hayan puesto bandas que evitan que patee el carruaje y lo deshaga; y de igual manera un hombre no es realmente nada mejor porque los frenos de la costumbre y de la Providencia prevengan que lleve a cabo aquello que preferiría hacer. La pobre naturaleza humana caída, encerrada tras las barras de las leyes y en la jaula del temor del castigo, sigue siendo una criatura temible. Si su amo quitara la llave de la puerta, pronto veríamos lo que es y lo que haría.
Los malos pensamientos salen del corazón: malos pensamientos acerca de Dios y malos pensamientos acerca de los hombres; pensamientos acerca del mal; los extravíos de la imaginación y los deseos impuros; el disfrute del mal dentro de la boca como si fuese un bocado exquisito y otras cosas parecidas. Muchas personas que no han cometido ningún acto externo de lascivia, lo han acariciado en sus mentes y lo han disfrutado, y de esta forma lo han perpetrado en su alma. Muchas personas que no tenían el valor de ser un ladrón y de realizar el robo, han sido ladronas mil veces en el corazón, y aquél que no se atrevía a blasfemar contra Dios con sus labios, ha maldecido a Dios en su corazón diez mil veces. Estos malos pensamientos son signos de lo que hay en el corazón. No harían burbujas en nuestro interior si no hubieran estado allí primero. No podrían llegar a la mente si no fueran la esencia del alma.
Nuestro Señor habla enseguida de homicidios, y lo que quiere decir con eso -según la interpretación de Juan- es toda forma de ira injustificable. Esas ebulliciones del mal temperamento que nos impulsan a querer ver muerta o lesionada a la gente, y a desear ardientemente aplicar un castigo si pudiéramos, están en la misma categoría que los homicidios.
Los propios asesinatos surgen de las pasiones malignas del corazón humano. Si el fuego no estuviese allí, la tentación no podría soplarlo y convertirlo en flama. ¿Acaso no es debido a que el hombre se ama a sí mismo más que a sus vecinos, que comete asesinatos? Para todos es claro que así tiene que ser. La falla de los afectos para trabajar con precisión es lo que conduce a los hombres a la comisión de este terrible acto. Una naturaleza depravada se sienta junto a la chimenea y asesina a los hombres en el pensamiento, y les arroja dagas que son palabras dentro de la casa, porque es perversa, egoísta y vil.
El inventario menciona en seguida actos de adulterio. Los hombres no caerían nunca en malignas concupiscencias si no fuera porque son apreciadas por sus corazones. Los hombres las siguen porque estas cosas son dulces para el corazón. Si el novillo toma agua es porque tiene sed; si un hombre sigue un vicio es porque su alma lo anhela. Aquellos que nunca se entregaron a tales acciones pudieron haber meditado en ellas y si ese fuera el caso, el corazón cometió inmundicia delante de Dios.
Así también, los daños infringidos a los demás por el hurto provienen del corazón. ¿No es asimismo debido a que nos amamos a nosotros mismos más que a Dios y más que a los demás, que somos tentados a ambicionar y pasamos de la ambición a los actos de deshonestidad?
Y cuando se trata de dar falsos testimonios, de nuevo, ¿qué es esto sino una intensa mentira de nuestro propio ser y una falta de amor por nuestros vecinos y por nuestro Dios?
La lista concluye con blasfemias, ¿qué es ésto sino que el corazón pretende ponerse más alto que Dios, y luego busca hollar a Dios bajo sus pies mediante el uso de epítetos oprobiosos y malvados relativos a Él?
El corazón está en el fondo de todo ello. No habrían homicidios, ni fornicación, ni podría haber blasfemia, si el corazón fuera puro y recto; si Dios fuera amado primero y fuera amado por sobre todas las cosas, estas ofensas no podrían ocurrir; pero el corazón es perverso y por eso se dan estas cosas.
El Salvador no se detiene para demostrar que estas cosas salen del corazón. Él lo asevera, y lo asevera porque es evidente en sí mismo. Si ven que algo sale, no les queda la menor duda de que antes estaba allí. El verano pasado observé unos avispones que volaban continuamente desde unos troncos podridos en mi jardín; los veía entrar y salir constantemente de los troncos y no me pareció irrazonable concluir que se trataba de un nido de avispones; yo supongo que ésa es la inferencia que se le habría ocurrido a cualquiera.
Si vemos que los avispones del pecado salen volando de un hombre, de inmediato suponemos que hay pecado en su interior. Observen aquel manantial; burbujea con agua fresca y transparente; ¿acaso no concluyen que en algún lugar hay una reserva de esta agua de la cual brota? Si no concluyeran eso, serían tan irrazonables que podrían convertirse en blanco de la risa; y cuando sabemos que todo tipo de malos pensamientos, homicidios, y adulterios salen verdaderamente de los corazones de los hombres, no es de ninguna manera una conclusión difícil de creer que tienen que estar en los hombres; y ya que todos los hombres, más o menos, caen en estas exhibiciones de pecado, concluimos que hay en todos los hombres un gigantesco almacén de pecado, una secreta fuente de pecado, un masa de perversión interior de la cual procede la maldad.
Si ésto requiriera de una demostración, yo podría ofrecer unas cuantas observaciones y mencionaría que nadie necesita jamás ningún entrenamiento para cometer pecado. Aunque pueden existir escuelas de virtud, ciertamente no se necesita abrir una escuela para el vicio. Tu hijo tendrá malos pensamientos sin que lo envíes a una diabólica escuela de párvulos; mozalbetes que nunca han visto el acto del robo, niños que han sido educados rodeados de honestidad, serán encontrados culpables de pequeños robos desde muy temprana edad. La mentira y el falso testimonio -que es una forma de mentira- son tan comunes que, tal vez, encontrar una lengua que nunca haya dado falso testimonio sería encontrar una lengua que no haya hablado nunca; ¿es esto producto de la educación o de la naturaleza? Es algo tan común, que incluso en circunstancias en que el oído no ha oído nada excepto la más estricta verdad, los niños aprenden a mentir y los hombres aprenden a mentir y comúnmente mienten y les encanta contar una historia dañina contra sus semejantes, ya sea verdad o no, dando falso testimonio con una avidez que es perfectamente impactante. ¿Es ésto un asunto de educación o se trata de un corazón depravado? Algunas personas inventarán intencionalmente una mentira calumniosa, sabiendo que no tienen que preocuparse de sus resultados, pues pueden colocarla en la calle y el primer transeúnte que pase la tomará y la alimentará, y la mentira será llevada triunfalmente alrededor del mundo; mientras que un trozo de verdad que habría honrado el carácter de algún buen hombre, será dejado en el olvido hasta que Dios lo recuerde en el día del juicio.
No necesitas nunca educar a nadie en el pecado. Tan pronto como el cocodrilo recién nacido abandona su concha, comienza a actuar igual que sus padres y a morder el palo que rompió su cáscara. La serpiente recién nacida se yergue y comienza a silbar. El joven tigre puede ser criado en la estancia de tu casa, pero muy pronto desarrollará la misma sed de sangre como si estuviera en la jungla. Así pasa con el hombre; peca tan naturalmente como el leoncillo busca la sangre o la joven serpiente acumula el veneno. El pecado está tan inmiscuido en su propia naturaleza que contamina lo más íntimo de su alma.
Peor aún, tenemos la certeza de que los hombres pecan bajo todas las circunstancias concebibles. Se ha oído mucho de novelesco sobre la naturaleza carente de sofisticación: existía la teoría de que el salvaje sin educación veía a Dios en cada nube y le oía en el viento. ¡Pero cuando los viajeros salen a ver a estos modelos de salvajes sin educación, comprueban cuán miserables especímenes de la humanidad son! Los propios filósofos que una vez los exaltaron como verdaderos modelos, cambian de opinión, y nos dicen que son un eslabón que conecta al hombre con el mono. En eso se convierte la naturaleza carente de sofisticación. La escoria del convencionalismo es suprimida, los trucos del comercio son eliminados, y el hijo de la naturaleza es presentado desnudo, y ¡cuán hermoso niño es! Que quienes lo admiran vivan con él, y vean si las propias bestias no se avergüenzan de él. El carácter del hombre incivilizado es generalmente tal que sería imposible que lo describiéramos a sus oídos, tan degradado y tan envilecido es el hombre salvaje.
¿No sería mejor, sin embargo, si fuera altamente educado? Yo supongo que no hubo ninguna nación de la antigüedad más altamente educada que la de los griegos. Pero si se le da crédito a la historia, el carácter privado de sus mejores filósofos, tales como Sócrates y Solón, estaba manchado con vicios que repugnan a la mente.
En tiempos modernos ha habido una amplia prueba de que ni la ignorancia ni la instrucción son un freno eficaz para el pecado. El necio aprende el pecado sin un libro de texto, y el estudioso lo aprende sin importar toda su erudición. Una de las naciones más educadas de los tiempos modernos es la India, y, ¿cuál es el carácter moral de la India? Quienes han estado entre los hindúes no se atreven nunca a contar todo lo que han visto, y los misioneros nos informan en un susurro que lo que han visto en los templos en los que los hindúes se congregan para adorar, y donde seguramente los mejores aspectos de su naturaleza deberían ser vistos en la presencia de sus dioses, es tan completamente obsceno, que es degradante para la mente saber que tal cosa existe.
“Sí”, -dices tú- “algunas razas son depravadas lo mismo cuando son educadas bajo una cierta civilización, que cuando permanecen incivilizadas; pero, ¿qué pasa en cuanto a la civilización cristiana?” Bien, los así llamados cristianos son difícilmente algo mejor. Un hombre sin religión no es nada mejor que un hombre sin ella, a menos que la religión cambie su corazón y haga de él un hombre nuevo. El corazón bajo el abrigo de un cristiano es tan vil como el corazón bajo la piel de oveja que cubre a un bosquimano a menos que la gracia lo hubiere renovado.
Si tomaras a un niño y lo instruyeras en todas las observancias externas de nuestra propia santa fe, si vieras que en todo fuera educado según la más estricta denominación que seleccione tu juicio, a menos que el Espíritu Santo venga y le dé un nuevo corazón y un espíritu recto, su corazón encontrará modos de mostrar su pecado, sin importar a qué freno lo sometas.
Es más, ha sido notorio que algunas personas que fueron educadas con la rigidez puritana, han sido las más malvadas en una etapa posterior de su vida, y quienes no lo han sido, se han convertido en lo que es casi tan detestable: en hipócritas pretendientes de practicar una religión de cuyo poder real son desconocedores. “Os es necesario nacer de nuevo”, es una verdad que es tan cierta en la choza de un hotentote como lo es en medio de esta congregación, y tan cierto en el hogar de la piedad como lo es en el antro del vicio. En todas partes, aunque laves a la vieja naturaleza, y la limpies, y la vendes, y la reprimas, y le pongas freno, sigue siendo todavía la vieja naturaleza caída, incapaz de entender las cosas espirituales. Podrías tomar al hombre y tratarlo como trataban antaño a los endemoniados; lo podrías atar con cadenas; podrías intentar domarlo, pero cuando se levanta de nuevo el viejo espíritu, rompe las cadenas de la moralidad y sale corriendo a una forma de pecado o a otra, ya sea hacia el exceso externo de sus pasiones carnales o, de lo contrario, al igualmente vicioso exceso de la hipocresía, el formalismo y la presunción.
Estas cosas pueden dar vigor a esta verdad seguramente. El hombre peca en todo lugar, de todas formas; y lo que es peor, peca después de conocer la maldad del pecado. Así como la mariposa nocturna se dirige a la vela después de chamuscar sus alas, así el hombre volará al pecado después de conocer su amargura. Si se reformara en cuanto a un pecado, adoptaría otro, sin alcanzar ninguna mayor mejoría que el paciente de fiebre del doctor Watts, de quien dice:
“Es un pobre alivio el que ganamos,
Cambiar el lugar pero conservar el dolor”.
Ellos hacen eso: tal vez renuncian a la ebriedad. ¿Qué pasa entonces? Adoptan la justicia propia. Si pudieras alejar a un hombre del vicio externo, ¿cuánto le habrías mejorado si siguiera viviendo en el pecado interno? Le habrías beneficiado en lo que a los ojos de los hombres concierne, pero no delante de Dios.
Un hombre fue asesinado en Holborn Hill esta semana, y me he enterado de que no mostraba señal alguna de lesiones en su cuerpo. Fue aplastado entre un ómnibus y otro vehículo, y todas las lesiones sufridas eran internas, pero murió tan ineludiblemente como si hubiese estado lleno de moretones negros y azules, o mostrara miles de cuchilladas. De igual manera un hombre puede morir de pecados internos; no aparecen externamente por ciertas razones, pero morirá de su pecado de la misma manera aunque sea interno. Muchos hombres han muerto por causa de hemorragias internas, y sin embargo, no hubo ninguna herida de ningún tipo que fuera visible a los ojos.
Mi querido oyente, tú podrías ir al infierno ya fuera muy bien vestido con los adornos de la moralidad o con los andrajos de la inmoralidad. A menos que el propio centro de tu alma y el meollo de tu ser sean conducidos a obedecer al Dios viviente, Él no te aceptará, pues no mira únicamente tus actos externos, sino la secreta lealtad de tu corazón hacia Él o a tu traición hacia Él.
Además, el hombre no peca, -para concluir esta tremenda imputación en contra de la humanidad- el hombre no peca como resultado de un intelecto equivocado, sino como resultado de su vil corazón. Cuando un hombre peca por error y no sabe que es pecado, cuando peca pensando que está actuando bien, tan pronto como llega a conocer su error, abandona con horror el pecado y vuela arrepentido hacia Dios; pero los hombres nunca hacen eso naturalmente. El corazón natural del hombre, si descubre que el pecado es pecado, muy frecuentemente siente mucho más deleite en ello, tal como dice el apóstol que él tampoco conociera la codicia si la ley no dijera: “No codiciarás”. Nuestra naturaleza corrupta ama el fruto prohibido.
Algunas personas no habrían querido trabajar los domingos de no ser que se les hubiera ordenado descansar; a muchos no les interesaría ir al Palacio de Cristal en cualquier día de la semana, pero ansían ir el domingo simplemente porque está prohibido. Algunos individuos son lo suficientemente haraganes el día lunes, y lo convierten en un día santo, y sin embargo, se oponen al descanso del día domingo con todo su poder. Es extraño que el hombre quiera poner límites a lo que Dios ha hecho del dominio común el hombre y lo que Dios limita, el hombre quiere hacerlo del dominio público. Tan pronto como se le dice a un niño que no debe hacer algo, aunque nunca antes hubiera pensado hacerlo, en ese preciso instante quiere hacerlo. Así es nuestra naturaleza. “Pero venido el mandamiento” –dice el apóstol- “el pecado revivió y yo morí”. Ésto no es culpa de la ley, sino culpa nuestra. El agua fresca arrojada sobre cal viva produce un calor de fuego; no es culpa del agua que se produzca el calor; quien carga con la culpa es la cal. Entonces el propio mandamiento de Dios que dice: “No harás ésto”, o “No harás eso”, conduce al hombre al pecado, y así demuestra la perversión innata y completa de la naturaleza del hombre.
“No me gusta” –dice alguien; “no me gusta que se hable tan mal de la naturaleza humana”. ¿Y tú supones que a mí me gusta hablar así de ella? No es más agradable para mí de lo que lo es para ti.
“Bien” –dice otro- “pero yo creo en la dignidad de la naturaleza humana”. ¡Cree en ella, mi querido amigo, y tantéala y ponla a prueba si puedes! Nadie estaría más alegre que yo de ver alguna verdadera dignidad en alguien. Pero, ¿por qué hablamos así? Bien, porque nuestra solemne convicción es que decimos la verdad. Nosotros hablamos así porque creemos que la Palabra de Dios nos enseña eso; y, además, conocemos por una triste experiencia que si la acusación no fuera válida en cuanto a los demás, es verdaderamente cierta en cuanto a nosotros. Hemos sido preservados del pecado conocido y externo, pero tenemos que lamentar los terribles males de nuestro corazón; y estando dispuestos a endosar la acusación y declararnos culpables personalmente, tenemos más confianza de ponerlo al frente y decir: “Este es el caso de toda la raza humana, sin una sola excepción; todos tienen que ser culpables delante de Dios”. No hay ni un solo corazón que por naturaleza sea recto para con Dios; tanto judíos como gentiles están igualmente bajo pecado: “Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.
- Ahora nos desviaremos para notar LAS VERDADES QUE ESTÁN CONECTADAS CON ESTE HECHO HUMILLANTE.
Primero, observen que al recibir el testimonio de nuestro Señor concerniente a nuestros corazones, que se han convertido en una guarida de malignidad y que de ellos salen los malos pensamientos, la fornicación, el robo, etcétera, somos conducidos a creer en la doctrina de la caída. Si estamos en este estado, es inconcebible que Dios nos haya hecho así. Un Ser puro y santo tiene que haber sido el Creador de seres puros y santos. Como dice Job: “¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie.”
Podemos revertir la pregunta y decir: “¿cómo puede salir lo inmundo de lo limpio?” El Dios Santo ha de ser el Padre de hijos santos, y cuando Dios hizo a la humanidad, la debe de haber hecho perfecta; de lo contrario no hubiera actuado conforme a Su propia naturaleza.
Permanece siendo un maravilloso enigma cómo el hombre es lo que es mientras no acudan a este Libro, y cuando ustedes leen la historia de la caída, el enigma es descifrado; entonces vemos cómo pecó nuestro primer padre -quien se presentó por nosotros como nuestro representante- y por ese pecado corrompió a la raza entera, de tal manera que, habiendo nacido de él, somos nacidos a su imagen y a su semejanza, y siendo él un rebelde, nosotros nacemos rebeldes, y siendo él un traidor, nosotros nacemos siendo traidores también.
“He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”. He allí la raíz del asunto. No es por la obra de Dios que nosotros somos pecadores, sino que por la obra destructora de Adán fuimos arruinados y hemos llegado a ser lo que somos: herederos del pecado original y de la corrupción. Si se preguntara: ¿cómo ha de ser explicado aún más este gran misterio y cómo ha de ser probada su justicia? Respondemos que estas son cosas demasiado profundas y excelsas para que pudiéramos ver la justicia de ello, aunque algunas veces hemos admirado la misericordia de ello; pero, sin embargo, no estamos acostumbrados a disputar hechos sólo porque no podamos entenderlos, sino a creerlos si Dios los revela; y puesto que es revelado que por la transgresión de un hombre muchos fueron hechos pecadores, nosotros lo creemos, y no hacemos ninguna otra pregunta. Debemos dejar el hecho como hecho, sintiendo que es algo muy profundo.
Tú pides una explicación de ésto y rehúsas creer si no puedes entender; estamos obligados a referirte a todas las otras cosas de la naturaleza, que en el fondo han de ser asuntos de fe más que de la razón. Hay diez mil misterios en la naturaleza que tú sabes que allí están, pero que no puedes entender. Ni siquiera puedes decirme qué es la electricidad, ni qué es la atracción de la gravitación. Existen estas fuerzas, pues ves sus efectos, pero no sabes cómo se originaron esas fuerzas; y he aquí una gran fuerza que está en la humanidad, la fuerza del mal, y ves sus efectos por doquier, pero no habrías podido decir cómo llegó allí si Dios no te hubiese dicho que llegó allí a través de la herencia de tus padres, como resultado de la caída de Adán; allí debes dejar ese asunto y debes inclinar tu cabeza.
Sólo han de recordar ésto: si cada uno de ustedes hubiera preferido sostenerse o caer por sí mismo, es muy probable que hubieran caído, y si hubieran caído, habrían caído para siempre, pues los demonios que fueron ángeles una vez, estuvieron cada uno sobre su propio apoyo; por tanto, cuando los ángeles cayeron y se convirtieron en demonios, no podían ser salvados nunca y fueron dejados para perecer para siempre; pero debido a que nosotros caímos en otro, y no caímos en primer lugar en nuestras propias personas, se hizo posible restaurarnos por los méritos de otro, y hemos sido restaurados en la persona del Señor Jesús, de tal manera que todo aquel que cree en el Señor Jesús es librado de la caída de Adán y salvado por medio de los méritos del Señor Jesucristo. La manera por la que estamos arruinados fue tal que hubo una posibilidad de que fuéramos rescatados de ella, pero si hubiéramos sido arruinados por nuestro propio pecado real al comienzo, es probable que nuestra ruina hubiera sido como la de esos espíritus malignos para quienes están reservadas cadenas de fuego y la negrura de las tinieblas para siempre. Entonces, esta doctrina del carácter depravado del hombre exige creer en la caída.
A continuación, esta doctrina muestra la necesidad de una nueva naturaleza. Hay un joven presente que dice: “yo quiero llevar una vida perfectamente pura y santa. Yo resuelvo servir a Dios”. Ahora, ¿deberíamos disuadir de su intento a tal hombre? De ninguna manera. Se ha dicho algunas veces que nosotros hablamos en contra de la moralidad. Jamás, jamás diríamos palabra alguna en su contra; pero hemos hablado contra el intento que se hace de producir pureza de la impureza, y hemos dicho que una naturaleza como la nuestra necesita ser renovada antes de que sea santa. Se dirá que hablamos contra la navegación porque decimos que los barcos agujereados no son adecuados para navegar, pero no nos importa que los necios nos juzguen así; por el contrario, sostenemos que estamos hablando a favor del verdadero arte de la navegación cuando le decimos al hombre que tiene su barco anegado en agua: “debes buscar otro buque si quieres navegar en un océano turbulento”.
Joven amigo, tú deseas ser santo y puro; entonces recuerda que si tu corazón está lleno de robos, asesinatos, homicidios, adulterios y otras cosas, ellas siempre estarán buscando salir de ti en palabra y en acto, y tus máximos esfuerzos no serán capaces de refrenar completamente la salida de lo que está dentro, de conformidad a la palabra de Cristo. Sería mejor que, en vez de comenzar en tu propia fuerza, te detengas un momento y calcules el costo. ¿Qué pasa si puedes conseguir un nuevo corazón y un espíritu recto? ¿Qué pasa si esa naturaleza tuya pudiera ser cambiada? ¿Qué pasaría si el Ser Divino que hizo perfecto a Adán te hiciera de nuevo? ¿Qué pasaría si dejara caer dentro de ti una nueva chispa de vida de un orden más elevado que el que posees ahora? Entonces tendrías una naturaleza tan inclinada a la santidad así como tu naturaleza actual tiende al pecado. Entonces, por la fuerza de una nueva naturaleza, irías en pos lo que es recto, así como ahora vas naturalmente en pos de lo que es malo.
“Oh” –dices tú- “¿es posible eso?” ¡Posible! Es el Evangelio de nuestra salvación. Nosotros les decimos que el que cree en el Señor Jesucristo será salvo, y el proceso de salvación consiste en parte en la implantación de una nueva naturaleza. Al confiar en Jesús llegas a amarle y el amor hacia Él, por el poder del Espíritu Divino, se vuelve una pasión dominante, un nuevo corazón por medio del cual combates contra tus viejas pasiones, las pisoteas bajo tus pies y las doblegas. Tan pronto como, por el Espíritu Santo, ves claramente en tu alma que Jesús te amó y que se entregó por ti, tu corazón canta:
“Ahora, por el amor llevo Su nombre,
Lo que era mi ganancia ahora lo considero mi pérdida;
Mi antigua altivez ahora llamo mi vergüenza,
Y clavo mi gloria a Su cruz”.
Entonces tienen un nuevo objeto de su amor; en vez de amar al ‘yo’, aman a Dios en la persona de Su Hijo Jesucristo, y ese nuevo amor se convierte para ustedes en el corazón que vence a la vieja corrupción, y que los impulsa a caminar en santidad y en el temor de Dios todos sus días.
Oh joven amigo, no salgas a esta guerra mientras no hayas considerado los cargos. Hombres tan buenos como tú han tratado de luchar contra el pecado, y han descubierto que sus armas son demasiado fuertes para ellos. Acércate a la cruz y pídele al Salvador que luchó personalmente con la tentación y la venció, pídele que te limpie con Su preciosa sangre de tus pecados pasados; pídele que te conceda que Su Espíritu Divino, el grandioso Regenerador, entre en ti y te haga una nueva criatura; y cuando seas una nueva criatura, entonces se presentarán los nuevos anhelos, las nuevas esperanzas, los nuevos temores que te capacitarán para seguir un nuevo curso para la gloria de Dios. Si tu corazón es depravado, has de obtener un nuevo corazón o no puedes ser santo.
¿Acaso no ves cuán claramente necesario es que seamos regenerados o hechos nuevas criaturas, porque un corazón así como el nuestro no puede entrar de ninguna manera en el cielo? Si el corazón es naturalmente una gran barraca del mal, una suerte de Tebas con cien puertas desde las cuales los guerreros negros del pecado surgen continuamente, ¿cómo podría una abominación como ésa pasar jamás a través de las puertas de perla y estar donde Dios está, delante del trono?
Oh, señores, estos corazones nuestros, estos afectos depravados, tienen que ser eliminados, tienen que ser crucificados con Cristo, tienen que ser vencidos, derribados, pisoteados, o ¿cómo podríamos estar donde Jesús está? ¿Quién podría hacer ésto sino el Espíritu eterno? Él puede hacerlo, Él puede hacerlo ahora, el puede poner dentro de ustedes un nuevo corazón que comenzará a luchar contra este viejo corazón de inmediato, que continuará peleando contra él mientras vivas, contendiendo, forcejeando, luchando, hasta que al fin echará fuera a los viejos amores; sus afectos no estarán puestos más en el ‘yo’ ni en las cosas malas, sino que se volverán tan puros como Dios es puro, porque Dios mismo los ha renovado en el espíritu de sus mentes: entonces entrarán en el cielo, entonces morarán con los ángeles, entonces verán a Dios porque habrán sido hechos perfectamente semejantes a Dios por la obra del Espíritu Santo. Reverencien y estimen, queridos oyentes, a ese bendito Espíritu que puede hacer de nosotros nuevas criaturas. Pídanle en oración que el viejo hombre muera en nosotros, que sea crucificado diariamente; que la vieja naturaleza sea enterrada en la tumba del Salvador, y que un nuevo corazón y un espíritu recto en nosotros puedan acumular fuerzas y potencia continuamente hasta llegar a su última perfección y entrar en nuestro reposo.
Hay otra doctrina que recibe también una gran fuerza procedente de esta verdad. Si el corazón de un hombre no es nada sino una fuente de negrura y de pecado, admiren la gracia de Dios. ¿Qué habría conducido al Señor a salvar a tales criaturas como las que hemos descrito, si son en realidad criaturas así? ¿Quién sino la gracia soberana podría mirar a tales seres desgraciados? Quienes dan gloria al mérito humano siempre tratan de inflar a la naturaleza humana hablando en su alabanza, pero quienes creemos que la naturaleza humana es completamente caída y envilecida, admiramos la maravillosa amabilidad y la bondad sin par de Dios, que puso Su amor en criaturas tan indignas. En admiración a eso Pablo dice: “Su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados”. ¡Yo tenía un corazón lleno de malos pensamientos, y sin embargo, Él me amó! ¡Un corazón lleno de fornicación y adulterio, y sin embargo, Él me amó! ¡Un corazón lleno de homicidio, y sin embargo, Él me amó! Teníamos unos corazones que podían dar falso testimonio, unos corazones que podían blasfemar, y sin embargo, Él nos amó.
Oh hermanos, si pudiéramos vernos a nosotros mismos como Dios nos vio en la caída, nos preguntaríamos cómo pudieron soportarnos los ojos de la Pureza Infinita; cómo pudo posarse en nosotros el corazón del Amor Infinito. Ustedes no fueron amados por su bondad, no fueron escogidos porque hubiera en ustedes algo que fuera amable o digno de afecto. Fueron amados porque Él quiso amarlos; fueron elegidos porque Él quiso hacerlo por causa de Su nombre.
“Él los vio arruinados en la caída,
Pero los amó a pesar de todo;
Él los salvó de su condición perdida,
¡Su misericordia, oh cuán grande es!”
Vamos, amados, tiene que ser la gracia de arriba abajo. La gracia tiene que ser el Alfa y la gracia tiene que ser la Omega. Si éste es el verdadero estado del caso, no me sorprende que tantas personas den coces contra la doctrina de la elección y las doctrinas relacionadas de la gracia, cuando tienen una opinión tan alta de ellos mismos; pero si Dios les hiciera ver sus propios corazones, entonces exclamarían: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, y entenderían que si un hombre es salvado jamás, no es por sus propios actos o por sus propias disposiciones, sino únicamente por la gracia. No depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia y que muestra misericordia, porque Él se compadecerá del que se compadezca. La soberanía de Dios se convertiría en una doctrina fácil de creer si sintiéramos la depravación de nuestros propios corazones; si nos viéramos a nosotros mismos como en el espejo de la Escritura, y nos aborreciéramos a nosotros mismos en polvo y cenizas, entonces en lugar de creer tener derechos sobre Dios, diríamos: “Haga de mí lo que bien le pareciere”, y apelaríamos, no a Su justicia, sino a Su insondable misericordia, clamando: “Según la multitud de Tu piedades y misericordias borra todas mis maldades”.
Adicionalmente, esta doctrina ilustra ampliamente la doctrina de la expiación. Hermanos, el pecado nos corrompe muy horriblemente; su acto corrompe nuestro carácter, pero su esencia ha arruinado nuestra naturaleza. Da la impresión, a partir de la declaración de Cristo, que estamos corrompidos internamente así como externamente, que el pecado no es solamente una erupción de la piel, por decirlo así, sino que está en el centro de nuestra naturaleza. ¡Contemplen, entonces, la necesidad de la preciosa sangre, y admiren su portentosa potencia! La sangre del propio Hijo amado de Dios que brotó del maldito madero del Calvario, nos limpia de nuestro hombre interior. ¡Oh sangre incomparable! ¡Oh maravillosa purificación! Ven a ella, pecador; aunque tus pecados sean como la grana serán como blanca lana, y aunque tu propio corazón sea más rojo que tus acciones, Él puede limpiar tu corazón así como tu vida. Cristo puede limpiar la fuente y también la corriente; Él puede quitar la lepra externa, y sanar también la lepra interna; Él arranca la raíz y la rama.
Oh almas, asómbrense y admiren; inclínense con lágrimas en sus ojos, y luego alcen su mirada con alegría y miren al Hijo de Dios hecho carne, crucificado por los pecadores, pues todo aquel que crea en Él, no perecerá, mas tendrá vida eterna. ¡Vamos, ustedes, que poseen corazones negros! ¡Vamos, ustedes, hijos de Adán, corrompidos y arruinados! ¡Vamos, ustedes, que como los hombres de Zabulón y Neptalí están asentados en tinieblas y en región de sombra de muerte! Vengan y confíen en Cristo, y Él enviará Su Espíritu sobre ustedes, y les dará corazones nuevos y espíritus rectos; los limpiará de todas sus iniquidades, será el nuevo Creador, pues se sienta sobre el trono en este día, y dice: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”.
¡Oh, que Jesús hiciera nuevas a algunas personas que están presentes esta mañana! He puesto el hacha a la raíz del árbol; y todo árbol que está aquí debe ser cortado y arrojado al fuego, a menos que Cristo cambie la naturaleza de ese árbol, y haga que lleve fruto para justicia. Yo he procurado demostrar que el hombre se encuentra completamente arruinado en sí mismo, que se ha convertido en algo semejante a las ruinas de Babilonia, en donde moran horrendos dragones y todo tipo de criaturas abominables. Incluso he de compararlo con el turbulento mar, cuyas aguas remueven cieno y lodo, donde Satanás mora como un leviatán, y con él, innumerables cosas rastreras, cosas obscenas y horribles.
He intentado, tanto como pude, predicar la vieja verdad pasada de moda, y espero ser odiado por hacerlo; pero ahora, sobre todos viene la proclamación de misericordia, es decir, que Dios está en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomando en cuenta a los hombres sus pecados; que todo aquel que cree en Él será liberado del mal de la caída, y levantado para morar donde está Dios, en perfecta pureza y felicidad.
¡Qué portento es esta preciosa misericordia: que una guarida de dragones se convierta en un templo del Espíritu Santo! ¡Qué portento es que el corazón a través del cual la blasfemia despotricó, se convierta en un alma en la que reina la gracia! ¡Que la boca profana se convierta en el órgano del cántico santo! ¡Oh, cuántos miles de maravillas, que ese negro montón de la naturaleza, ese estercolero del corazón, sea hecho puro como alabastro, resplandeciente bajo la santa luz, y brillante con el cielo, refulgiendo como oro puro, semejante a vidrio transparente; y que el Espíritu Santo mismo se digne morar donde moró el diablo! “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?” ¡Qué portento! Una vez nuestros cuerpos fueron templos de la lujuria, de la ira, del lenguaje sucio, de la blasfemia y, sin embargo, pueden ser, y confío que ya lo sean, los templos del Espíritu Santo. ¡Oh, maravilla! ¡Maravilla! Bendigamos a Dios, y pidámosle que comprobemos en nosotros mismos este asombroso milagro, para alabanza y gloria de Su gracia, con cual nos hizo aceptos en el Amado.
Porción de la Escritura leída antes del sermón: Mateo 15: 1-20.
Notas del traductor:
1) Puseyismo: la expresión hace referencia al doctor E. B. Pusey, líder tractario, de fuertes inclinaciones a imitar a la iglesia de Roma en su ritualismo y en otras prácticas católicas externas, como el bautismo infantil. El señor Spurgeon usa frecuentemente las expresiones: Pusey y puseyismo, para designar esas tendencias.
2) Muelle real: muelle en espiral que sirve para hacer andar los relojes.
3) Bosquimano: hombre del bosque.
4) Hotentote: se aplica a los individuos de cierto pueblo de raza negra que vive cerca del cabo de Buena Esperanza.
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