SERMON#679 – El Amén – Charles Haddon Spurgeon

by May 3, 2022

Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí:http://spurgeon.com.mx/sermon679.html

 

“El Amén.” — Apocalipsis 3:14

Puede descargar el documento con el sermón aquí:  Sermón #679 – El Amén

 

La palabra “Amén” tiene mucho más significado de lo que pudiera suponerse, y como título de nuestro Señor Jesucristo es eminentemente sugestiva. Como ustedes saben, se trata de una palabra hebrea que ha sido adoptada adecuadamente no solamente por nuestro idioma, sino por la mayor parte, o más bien por todos los idiomas de la Cristiandad. Es una feliz circunstancia que algunas de estas palabras hayan tenido la suficiente vitalidad en sí mismas para poder ser transplantadas a otras lenguas y aún así florecer. Nos da un tenue presagio de la adoración unida de los espíritus celestiales, e indica la voluntad del Señor de que la raza hebrea no sea olvidada por su iglesia, y que la lengua de Su bien amado Israel aún suene dulcemente en Su oído.

AMÉN significa, verdadero, fiel, cierto, pero su sentido se comprenderá mejor tomando cuidadosa nota de sus usos. Tenía por lo menos tres formas de significado práctico. Primero, era utilizada en el sentido aseverativo. Cuando una persona quería darle una especial autoridad a sus palabras, comenzaba o concluía con la palabra “Amén” y así declaraba como si fuera el solemne “sí, sí,” de un hombre honesto amante de la verdad: ciertamente, con toda seguridad, así es. Nuestro Salvador utiliza el término frecuentemente. La palabra que nosotros traducimos “de cierto, de cierto” es esta palabra “Amén.”

Ustedes deben haber observado que Juan, que tenía una visión aguda para los divinos estados de ánimo del Señor Jesús, observa con una fidelidad que nunca falla, la repetición de esa palabra afirmativa. Cada vez que nuestro bendito Señor estaba a punto de decir algo especialmente solemne, algo a lo que Él quería otorgar todo el peso de Su autoridad, Él lo establecía repitiendo dos veces la palabra “Amén, Amén,” o “de cierto, de cierto,” al principio de lo que iba a decir.

El segundo sentido de la palabra Amén varía ligeramente del sentido aseverativo, y puede ser más adecuadamente descrito como consentir. Hay un ejemplo memorable de esto en el caso de la mujer que tenía que beber las aguas amargas que traen maldición.

Cuando la mujer bebía las aguas amargas, estaba establecido que si había sido culpable del crimen que se imputaba ante su puerta, ciertos resultados terribles seguirían como efecto de esta agua. Ella, al momento que las bebía, decía: “Amén, amén.” Es decir, ella daba su consentimiento para que tales y tales dolores cayeran sobre ella, si había sido realmente culpable de adulterio.

Y un ejemplo más memorable aún es el del pueblo reunido sobre el Monte Ebal y el Monte Gerizim; cuando las amenazas y las bendiciones eran leídas para que todo el pueblo las escuchara, la gente decía “Amén, amén.” Que así sea. De similar carácter es el caso en el libro de Nehemías; cuando Ezra bendecía a Jehová, el grandioso Dios, toda la multitud respondía, Amén, alzando sus manos.

Un tercer significado de la palabra Amén es el que podríamos llamar peticionario. En este sentido lo utilizamos al final de nuestras oraciones. “Padre nuestro que estás en el cielo” no es un modelo completo de oración pública hasta que no concluya con “Amén.”

En la iglesia primitiva era una costumbre que la congregación entera dijera Amén. Pablo alude a esta costumbre en ese pasaje en la carta a los Corintios en donde habla de personas que oran en lenguas desconocidas, y dice, “El que ocupa lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? Pues no sabe lo que has dicho.” Tenemos el reporte de Jerónimo que en Roma la gente estaba acostumbrada a decir Amén en las reuniones de los primeros cristianos, tan sinceramente, y yo agregaría con tanta fuerza, que era como el rugido de una catarata o el estallido de un trueno.

Yo quisiera que nosotros dijéramos Amén de una manera más uniforme y universal, al fin de la oración pública. Estoy seguro que esto es bíblico y apostólico, y creo que sería útil para todos ustedes. Tal vez la costumbre fue abandonada por la forma irregular en la que los hermanos decían Amén. He oído la misma irregularidad en ciertas rústicas congregaciones Metodistas, donde me ha parecido que el Amén se expresaba en el lugar equivocado, habiendo yo deseado que la costumbre se descontinuara completamente, debido a que ciertos ignorantes, atolondrados, pero entusiastas hermanos decían Amén cuando no había nada que llevara a decirlo. Más bien causaban el ridículo que la reverencia, mostrando niveles tanto de insensatez como de fervor. Sin embargo no dudo que un juicioso reavivamiento de la costumbre sería útil en la iglesia de Dios.

También significa, “Así sea, que así sea,” y es virtualmente el consentimiento de la congregación entera a la oración recién formulada. Observen el devoto Amén de Benaía, al cierre de la oración del moribundo David, con la notable adición: “Amén. Así lo diga Jehová, Dios de mi señor el rey.” (1 Reyes 1:36) Observen también cómo finaliza el salmista varios de sus salmos, tales como el cuarenta y uno y el setenta y dos con la enfática conclusión: “Amén y Amén.”

“Que toda criatura se levante y ofrezca
Honores especiales a nuestro Rey;
Ángeles, desciendan con himnos nuevamente,
Y tú, tierra, repite el largo AMÉN.”

Si quisieran investigar aún más el uso y el significado de esta notable palabra, hay un valioso sermón acerca del tema, en las obras de Abraham Booth, que pueden leer como yo lo he hecho, con gran beneficio. Cualquier cosa que lleve a revivir su uso de manera más generalizada en la adoración pública, será asunto de gran congratulación.

Me parece que podría haber dividido mi sermón el día de hoy muy adecuadamente en estas tres categorías: aseveración, consentimiento, petición. Pues en cada una de ellas nuestro adorado Señor Jesucristo es ciertamente “el Amén.” Él afirma la voluntad de Dios, Él asevera a Dios mismo. Dios el Hijo es llamado constantemente el Logos, la Palabra: el que afirma, declara y da testimonio de Dios.

En segundo lugar, sabemos que Jesucristo da su consentimiento a la voluntad, el designio y el propósito de Jehová. Da un Amén a la voluntad de Dios, es de hecho el eco, en su vida y en su muerte, de los propósitos eternos del Altísimo. Y en tercer lugar, Él es “el Amén” en el sentido de petición; pues a todas nuestras oraciones Él les da la fuerza y el poder que tienen. Es Su Amén a nuestras súplicas, lo que las hace prevalecer ante el trono del Altísimo. En estos tres sentidos Cristo puede ser llamado: “EL AMÉN.”

Pero hemos preferido dividir el sermón de otra manera. Nuestro bendito y por siempre adorado Señor Jesús es, primero, “el Amén” en referencia a Dios; segundo, “el Amén” visto en Él mismo; y, tercero, espero que algunos de nosotros hemos confiado claramente en Él como “el Amén” en relación a nosotros mismos.

I. Refresquen su memoria acerca esta gran verdad, nuestro SEÑOR ES, EN GRADO SUMO, EL AMÉN DE DIOS.

Revisemos los varios puntos en los que Él es “el Amén” de Dios. Debemos hablar, por supuesto, de Dios según la manera de los hombres; que se entienda que ese grano de sal es para dar sabor a todo lo que decimos. Jesús es “el Amén” de los propósitos divinos. Hubo un día antes de todos los días, cuando no había día sino el Anciano de días; un tiempo antes de todos los tiempos, cuando Él, que hizo todo el tiempo, habitaba solo.

Entonces en su mente augusta Él concibió el plan de redención. Él vio de antemano al mundo arruinado por el pecado. Él determinó que un número que ningún hombre podría contar, sería redimido para Él para que fueran sus hijos para siempre, amados de Su alma. Él hizo estos propósitos, y los fijó con firmeza: habría un pueblo que declararía Su alabanza por toda la eternidad. Estos propósitos no eran sino propósitos hasta que Dios les dijo Amén, y los convirtió en decretos definitivos y válidos al determinar que daría a Su propio Hijo amado. Si Dios no hubiera resuelto dar al Señor Jesucristo como redentor, el propósito de la redención no hubiera tenido ningún Amén. Si no hubiera designado a Cristo para que fuera la cabeza del cuerpo, a Su propósito relativo al cuerpo le hubiera hecho falta el Amén.

El dar nuestras almas a Cristo de acuerdo a las Escrituras, fue una muy antigua transacción del pacto; y el don del Hijo a nosotros también es de fecha igualmente muy antigua, pues Él es considerado por Dios como el Cordero inmolado desde antes de la fundación del mundo. Ese don de Cristo a nosotros en el pacto eterno fue el sello virtual del Padre poderoso sobre Su decreto para hacerlo válido y bueno. Mucho antes que ustedes y yo tuviéramos el ser, antes de que este grandioso mundo comenzara de la nada, Dios había hecho que todos los propósitos de Su eterno consejo permanecieran seguros y firmes por el don de Su Hijo querido a nosotros. Él fue entonces el Amén de Dios a su propósito eterno.

Cuando nuestro Señor realmente vino a la tierra, Él fue entonces el Amén de Dios a la larga lista de profecías. Uno a uno los siervos de Dios habían testificado en lo concerniente a la llegada del Mesías. Algunos habían hablado evangélicamente, como Isaías; otros con un sabor más legal, como Moisés; pero su testimonio tenía el mismo efecto: que en el cumplimiento del tiempo un profeta sería levantado, y que un hombre nacería de una virgen que sería al mismo tiempo el “Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno.”

Estas promesas se siguieron de manera abundante y veloz, todas ellas coherentes, cada una manifestando la mismísima venida del Justo; pero no había un Amén a ellas, eran cosas esperadas, pero todavía no la sustancia; hasta que por fin, en el silencio de la medianoche, los ángeles cantaron dulcemente su advenimiento, “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” “Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.” Ese niño entre bueyes de largas cornamentas, ese hijo de un carpintero, era la declaración de Dios que la profecía era la voz del cielo. Ahora, ustedes profetas, que duermen en sus tumbas, tenemos el testimonio de que ustedes no mintieron. Ahora el mismo Dios se ha revelado y ha puesto su sello dando testimonio que ustedes son verdaderos. En la forma bendita del hijo de María, el Amén de Dios aparece tanto a los pastores como a los magos del oriente.

En el mismo sentido Cristo fue el Amén de Dios a todos los tipos levíticos. El cordero ofrecido en la mañana y a la caída de la tarde, la vaca alazana, las tórtolas, y los dos pichones cuya sangre rociaba el altar, el novillo del sacrificio, el macho cabrío del sacrificio de expiación, el rociado abundante de la sangre, todos eran el reconocimiento del hombre de su fe en Dios, y a la vez la declaración de Dios diciéndole al hombre que Él había provisto un sacrificio. Aquel novillo humeante ofrecido por Aarón y sus hijos no es nada todavía, es sólo una figura, le falta el Amén que le dé cuerpo, fuerza, sustancia. Ese cuchillo levantado, ese sacerdote vestido de fino lino blanco, esa sangre vertida sobre el altar, todas esas cosas no son nada, necesitan que se ponga un alma en ellos.

Cuando Cristo vino, y especialmente cuando fue a la cruz como una víctima hacia el altar, Él fue colocado en ella, y entonces fue que Dios solemnemente agregó el Amén a lo que de otra manera eran tipos y sombras. “Consumado es,” dijo el Salvador, y entonces fue, como dice nuestro poeta,

“¡Cumplidos son todos los tipos y sombras
De la ley ceremonial!
Cumplido todo lo que Dios había prometido;
La muerte y el infierno ya no atemorizarán:
¡Todo se ha consumado!
Santos, de allí obtengan su consuelo.”

“El Amén” está fijado para los propósitos, para las profecías, y para los tipos. Debe ser sumamente merecedor de la consideración de ustedes, que Cristo es el Amén de Dios a la Majestad de su ley.

Fue un Amén muy solemne el que dio Dios en la cima del Sinaí, cuando llegó acompañado de diez mil de sus santos, y el monte humeaba bajo Sus pies. Cuando oigo esas palabras, “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas;” y ese sonido de la bocina aumentando cada vez más, haciéndose muy fuerte y prolongado, ese estallido del trueno y esos poderosos, potentes resplandores de grandes relámpagos, fueron el Amén de Dios. Un Amén que rodó con estruendos a lo largo del desierto de Kadesh, que hizo a las tiendas de Cedar temblar e hizo parir a las gacelas y hasta quebrantó a los majestuosos cedros del Líbano. Fue un Amén tan terrible que la gente suplicaba para no tener que oír más; sus corazones estaban sobrecogidos por el terror del surgimiento espantoso de la ley de Dios, aunque Él la reveló en las manos de un mediador por medio de ángeles.

Pero queridos amigos, puedo señalarles a ustedes un Amén más solemne que ese, más terrible que el del Sinaí, aunque ustedes puedan soportar mejor su espectáculo. Dios ha dicho, “El alma que pecare, esa morirá.” “Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.” Allí está el Hijo de Dios. Él mismo no ha pecado, pero se le han imputado todos los pecados de su pueblo. Nunca ha quebrantado la ley, pero todas nuestras trasgresiones fueron colocadas sobre Él. Ahora, ¿qué le dirá Dios? Dios lo encuentra como una vez encontró a Adán en el huerto, pero Jesús no se esconde como lo hizo Adán. Él se enfrenta a la severa justicia cara a cara.

Allí está Él, el sustituto del pecador; ¿qué dirá ahora el infinitamente justo Jehová? La ley dice que Él es maldito, pues tiene al pecado sobre Él; ¿consentirá el Padre que su propio Amado sea hecho maldición por nosotros? Escuchen y oigan el Amén del Señor. “Levántate, oh espada, contra el pastor, y contra el hombre compañero mío, dice Jehová de los ejércitos.” ¿Cómo? ¿Acaso Dios el Padre dice Amén? ¿Puede ser eso así? ¡Sí, así es! Él dice: Amén. Y qué terrible Amén, cuando el sudor de sangre que corre brota de todos los poros de Su cuerpo sumamente bendito e inmaculado y cae en terribles coágulos sobre el helado suelo. Oh Dios tu dijiste ciertamente Amén, a todo el terror de Tu ley cuando Cristo tuvo que exclamar: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte.”

Sin embargo es más sonoro ese Amén en el Gólgota donde está el Salvador, escarnecido, despreciado, rechazado; atado a la columna romana, quebrantado por el flagelo y en el asiento de los escarnecedores, coronado con espinas. Ahí la ley pareció decir, “El pecador debe ser despreciado y rechazado, el pecador es algo vergonzoso, que merece que se le escupa, el pecador merece ser coronado con espinas.” Y Dios dice, Amén, y su propio Hijo amado que estaba en el lugar del pecador, tuvo que publicar la temible aprobación de Dios a las demandas de justicia. Allí, a lo largo de las calles de Jerusalén, sobre piedras tan duras como los corazones de los hijos e hijas de Jerusalén, más duros no podrían ser, Él va dejando un rastro de sangre hasta el Monte Calvario.

Y allí, cuando sus manos y sus pies son perforados, y su alma es atravesada con algo peor que clavos, y su corazón es obligado a beber tragos más amargos que el ajenjo mezclado con hiel, y su alma es sujeta a peores tentaciones que el simple desprecio o el abucheo y las burlas de la multitud; allí donde su alma murió en Su interior porque Dios lo abandonó, Él clamó, “Elí, Elí, ¿lama sabactani?” Allí fue que Dios pronunció el severo y terrible Amén a esa sentencia, “Maldito todo el que es colgado en un madero.”

Amados hermanos, si quieren saber hasta qué grado Dios odia al pecado, y con qué venganza persigue la iniquidad, deben verlo perseguir a ese pecado justo hasta el refugio donde pensó que lo iba a encontrar, en Su propio Hijo amado. Aunque nunca fue Su pecado, sino nuestro pecado puesto sobre Él, sin embargo Dios no perdonó a Su propio Hijo. Tan sólo vean cómo fue golpeado duramente por Dios y afligido, porque el castigo de nuestra paz cayó sobre Él, y con sus azotes somos sanados, y de inmediato verán que Jehová no considera que el pecado sea algo sin importancia.

Debe haber sido un espectáculo grandioso estar en el valle entre Ebal y Gerizim y escuchar la lectura de la ley, y luego oír a las seis tribus colocadas sobre el monte Gerizim responder solemnemente a todas las bendiciones: Amén; como un trueno tremendo debe haber brotado ese Amén de los diez mil labios de los hijos de Israel. Y luego cuán terrible, en qué tonos avasallados por el miedo, como el profundo murmullo de una tempestad amenazante, debe haber sonado el terrible Amén en Ebal, cuando todas las amenazas eran leídas: “Maldito el que no confirmare las palabras de esta ley para hacerlas. Y dirá todo el pueblo: Amén.”

Pero consideren esta palabra, fue algo mucho más solemne cuando Dios habló, que cuando las tribus hablaban, y Él ciertamente habló sobre el Calvario en tonos cuyos truenos reverberan a través de todas las edades, y se oyen en murmullos terribles en el abismo del infierno. Jehová, a Quien los querubines cantan como “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos,” entonces dijo “Amén, ¡que así sea! Venganza, ¡sáciate! Justicia, ¡sacrifica a la víctima! Que el inocente sustituya con Su sangre a los hombres.” Nuestro Señor Jesús, lejos de destruir la ley, vino a ser el Amén de Dios para su castigo, y para sancionarla y establecerla como la ley de Dios para siempre

Sin embargo, no hemos terminado con este tema. Jesucristo es, como ustedes saben, el muy bendito Amén de Dios a todas Sus promesas del pacto, porque está escrito que: “Todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén.” El apóstol Pablo parece haber discernido atinadamente acerca del espíritu del nombre de Cristo, Amén, cuando dice, “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Cuando Dios entregó a su Hijo, Él virtualmente dio todas las bendiciones del pacto a su pueblo. En el don de Jesucristo, Dios hizo que cada promesa que había sido hecha antes de la venida de Cristo, fuera segura y cierta. Cristo fue la cera derretida en el fuego sobre la cual Dios puso el sello de Su propio honor de que Él sería fiel a los compromisos del pacto que Él había hecho.

Hermanos, si el decir Amén sobre el Monte Gerizim a la bendición de la ley tenía algo deliciosamente consolador y confortable, ¿cuánto más divinamente dulce no fue el Amén de Jehová cuando Jesucristo se levantó triunfador de la muerte? ¡Cuánto más cuando sobre las colinas eternas se remontó en un glorioso triunfo, y subiendo a lo alto llevó cautiva a la cautividad! Espíritus devotos, vengan y fíjense en el Amén de Dios a las bendiciones del pacto. Vean allá la poderosa multitud de ángeles y oigan su himno cuando cantan: “Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos, vosotras puertas eternas, y entrará el Rey de gloria.”

¿Desean oír ustedes el Amén de Dios? Óiganlo cuando le pide a su Hijo, en medio de aclamaciones universales, que se siente en Su trono y reine con Él, esperando hasta que sus enemigos sean hechos Su escabel. ¡Oh, grandemente benditos son ustedes los santos que son uno con Jesús, pues Dios lo ha bendecido a Él y por consiguiente a ustedes! Ustedes tienen sus tronos en los alto, oh santos, pues Cristo está sobre su elevado trono! Dios lo ha enaltecido y Él ha enaltecido a todos sus santos en Él! Él no sólo se goza por Él, el cristiano más insignificante tiene una participación en todas las glorias del Salvador. La entronización de Cristo es la declaración solemne de Dios y el Amén, que Él bendecirá a todo Su pueblo y lo hará un pueblo de reyes y sacerdotes que reinarán para siempre.

Una vez más, Jesucristo será el Amén de Dios en la conclusión de esta dispensación, en el cumplimiento de los tiempos. No me voy a adentrar en preguntas curiosas acerca de cómo terminará esta dispensación. Tengo mis propias nociones acerca de ello, y otras personas tienen las suyas. Creo que si algunas personas fueran tan reticentes acerca de ellas como yo lo soy de las mías, no venderían tantos libros que valen dos centavos, ni harían tantas adivinaciones insensatas acerca del futuro. Yo solamente sé esto, que Jesucristo vendrá a su debido tiempo, y que cuando Él venga, ya sea inmediatamente, o después de un reino del milenio, sucederán con certeza dos cosas: el justo será recompensado, y el impío será condenado. De esas dos cosas podemos estar completamente seguros.

Ahora, cuando Dios ponga en la boca de Su amado Hijo esas palabras: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo,” eso será un Amén muy solemne al propósito de Dios en lo que concierne a esos santos; ciertamente, será el Amén al pacto en todo su alcance, y a toda la obra de gracia desde el principio hasta el fin: entonces, cuando suban en torrentes al cielo en gloriosa pompa, para reinar con Jesucristo para siempre, la muerte y el infierno, y el mundo reunido observarán con vergüenza y consternación el Amén de Dios a Sus propios propósitos eternos, y al trabajo de Su Hijo glorificado.

Cuando, volviéndose a Su izquierda, el Juez dirá, “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno,” antes que se pronuncie la palabra, los impíos reconocerán que Cristo es “el Amén” a todas las amenazas de Dios; en sus gritos a las rocas para que los oculten, en sus chillidos a las montañas para que caigan sobre ellos, manifestarán ante las multitudes reunidas que ellos perciben que Jesús es “el Amén”, haciendo verdaderas las amenazas de Dios: y cuando su voz los haya maldecido para siempre, será el poderoso Amén a través de toda la eternidad, la enfática reconfirmación tanto de su culpa como de su castigo, que su sentencia vino de Jesús, ese mismo Jesús que murió por los pecadores, y a Quien los pecadores crucificaron y rechazaron.

Si hubiera venido de otros labios, la sentencia no habría sido tan terrible; pero viniendo del Hombre así como de Dios, será la humanidad asintiendo al veredicto de Dios, así como Dios declarando e imponiendo las sanciones de Su ley. ¡OH, pecador! Que Cristo nunca sea el Amén de Dios en ese sentido; sino que, por el contrario, tú puedas esconderte en las heridas de Jesús, y puedas encontrar todas las bendiciones ¡en Él, sí, y en Él, Amén! Así he dicho lo suficiente sobre ese punto si Dios lo bendice para ustedes; y entonces pasemos a nuestro segundo tema.

II. Nuestro redentor tomó esto como un título personal para Sí mismo. Él se llamó a Sí mismo “el Amén;” y lo es. Nuestro segundo punto, entonces, es QUE ÉL ES NUESTRO AMÉN EN SÍ MISMO. Él mismo demostró ser Amén; el Dios de la verdad, sinceridad y fidelidad en Su cumplimiento de los compromisos del pacto. El Señor Jesucristo se comprometió a llevar a muchos santos a la gloria. Su Padre le dio un pueblo para que fuera Suyo para siempre; y se comprometió, con una garantía ineludible, que cada uno de estos sería entregado perfecto y completo cuando se le requiriera de Sus manos. Para hacer esto se comprometió a que sufriría, sangraría, y moriría por su Iglesia; que todas las deudas serían descargadas por sus propias venas; que una perfecta justicia sería obrada para ella, y por tanto será encontrada toda hermosa cuando venga a la vista de Dios.

Hermanos, lo dejo a su propio juicio, ustedes que conocen al Señor Jesús, que respondan si Él no ha guardado fielmente sus compromisos. Él ha sido “el Amén” al máximo, en este respecto. “He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado.” Desde toda la eternidad Él se declaró listo para llevar la obra hasta el fin, y cuando llegó el tiempo Él fue estrechado hasta que la obra fue realizada. Cuando era un siervo en la casa de Su Padre, podría haberse salido libre si lo hubiera querido, podría haber dejado el servicio si lo hubiera deseado, pero Él dijo, “Yo amo a mi Señor, y amo a los hijos de mi Señor;” y así, como un hombre que no aceptaba la libertad bajo la vieja ley judía, Su oreja fue fijada a la puerta de la casa de Dios, y se convirtió en el siervo de su pueblo para siempre. “Has abierto mis oídos.”

Queridos hermanos, Él ha cumplido con Su servicio. Siete años de trabajo por Raquel fueron cumplidos por Jacob, y siete años después, y nuestro Señor ha conseguido lo mismo. Ha pagado el precio de sus Amados hasta el último centavo, y hasta ahora se puede decir de Él, “Como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.” “De los que me diste, no perdí ninguno..” Alabemos y bendigamos Su nombre cuando lo vemos fiel y verdadero en los compromisos del pacto, “el Amén.”

Él fue también “el Amén” en todas Sus enseñanzas. Ya hemos observado que Él constantemente comenzaba con un: “De cierto, de cierto.” Los fariseos en sus enseñanzas comenzaban con dudas insinuantes, nublando la mente con mistificaciones, y presentando dificultades innecesarias. Era considerado lo correcto que un filósofo nunca enseñara dogmáticamente; pero Cristo nunca habló de ninguna otra manera. Lo verán comenzando, “De cierto, de cierto os digo.” Cristo como maestro no recurre a la tradición, ni siquiera al razonamiento, sino que Él se da a Sí mismo como autoridad. Ciertamente Él cita a la autoridad: “Escrito está;” y habla de las cosas que Él había visto y oído de su Padre, pero las presenta con la autoridad de Su propia unidad con el Padre. Él viene revestido con autoridad divina, y no se digna disputar o argumentar, sino que establece que sus palabras son el Amén.

Hemos aceptado sus enseñanzas, así lo espero, en ese mismo espíritu. Yo no abro a los evangelistas para encontrar que se le puede poner objeciones a las palabras de Cristo. No me vuelvo a las epístolas para criticar las enseñanzas de mi Señor, ni hacer preguntas difíciles para discutir con el gran Maestro. La posición de un cristiano está a los pies de su Señor, no disputando sino recibiendo; no cuestionando, sino creyendo; y en este sentido Cristo reclama como profeta y maestro ser “el Amen.”

También Él es “el Amén” en todas Sus promesas. Pecador, quisiera consolarte con esta reflexión. Jesucristo dijo, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” Si vienen a Él, encontrarán que Él no ha revocado esa promesa, sino que les dirá “Amén” en su alma; esa promesa será verdadera para ustedes. Él dijo en los días de su carne, “No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare.” ¡Oh tú, pobre corazón herido, quebrantado, si vienes a Él, Él te dirá Amén, y eso será verdadero para tu alma como ha sido en cientos de casos en años pasados!

Estas son sus propias palabras, que dijo a su siervo Juan: “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente.” Él dice Amén a todos los que vienen, y cuando tú vienes y estás ansioso de beber, Él dirá Amén a tu venida y a tu bebida, porque Él te declara, “al que a mí viene, no le echo fuera.” Desde el trono de Dios en donde es altamente glorificado, pronuncia la mismísima sentencia ahora, y dice Amén a lo que ha declarado antes.

Cristiano, ¿no es muy consolador para ti también, que no hay una sola palabra salida de los labios del Salvador, de la que se haya retractado? “No hablé en secreto, en un lugar oscuro de la tierra; no dije a la descendencia de Jacob: en vano me buscáis.” Nunca se ha detenido el pago de las cuentas de Cristo; serán debidamente honradas cuando llegue el momento. Si tú tienes al menos la mitad de una promesa, la encontrarás verdadera. Cuídate de quien es llamado “Promesa Recortada,” que escapará llevándose mucho del consuelo de la palabra de Dios; pero si tú obtienes aunque sea una promesa recortada, Dios la honrará, Él mantendrá Su palabra. “antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso.” Tú tienes que tratar con Jesucristo, “el mismo ayer, y hoy y por los siglos.” Por consiguiente no tengas miedo:

“Su misma palabra de Gracia es fuerte
Como la que construyó los cielos
La voz que hace rodar las estrellas
Pronuncia todas las promesas.”

Sin embargo, yo no debo detenerme aquí. Jesucristo es sí y Amén en todos sus oficios. Él fue un sacerdote para perdonar y limpiar al mismo tiempo. Él es Amén como sacerdote todavía. Él fue un Rey para mandar y reinar sobre su pueblo, y para defenderlo con Su brazo poderoso. Él es un Rey Amén, siempre el mismo. Él fue un profeta de la antigüedad para decir con anticipación las buenas cosas por venir. Sus labios son muy dulces, y todavía vierten miel; Él es un Profeta Amén. Él es Amén en cuanto al mérito de su sangre:

“Amado Cordero moribundo,
Tu preciosa sangre
Nunca perderá su poder.”

Él es Amén lo que respecta a Su justicia. Ese sagrado manto permanecerá sumamente bello y glorioso cuando la naturaleza se corrompa. Él es Amén en cada uno de los títulos que Él posee: tu Esposo, que nunca busca un divorcio, tu Cabeza, a la que nunca se le dislocará el cuello. Tu Amigo, que está más cerca aún de ti que un hermano, tu Pastor, acompañándote en el oscuro valle de la muerte; tu Ayuda y tu Liberador. Tu Castillo y tu Torre Alta, el cuerno de tu fortaleza, tu confianza, tu gozo, tu todo en todo y Amén en todo.

Debo concluir esto recordándote que Él es Amén en lo relativo a Su persona. Él es siempre fiel y verdadero, inmutablemente el mismo. ¡No menos que Dios! No hay arrugas en esa frente eterna, no hay parálisis en ese poderoso brazo, no hay desmayo en ese corazón Todopoderoso. No hay falta de plenitud en toda Su suficiencia, ni disminución en la agudeza de sus ojos, no hay malversación en el propósito de su corazón. ¡Siempre omnipotente, inmutable, eterno, omnipresente! Dios sobre todo, bendito por siempre. ¡Oh, Jesús, te adoramos, Tú que eres el grandioso Amén!

Él es el mismo, también, en lo que respecta a su humanidad. Todavía es hueso de nuestro hueso; todavía afligido en todas nuestras aflicciones. Nuestro Hermano con lazos de sangre tanto como cuando usaba la ropa de un campesino, y dijo, “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza.” Él tiene el mismo corazón de comprensión, las mismas entrañas de compasión, recordándonos y pidiéndonos que lo recordemos a Él. Ni por un momento ha cambiado debido al cambio de Su condición. Ni por un instante nos ha descuidado por causa de las arpas de los ángeles y los himnos de los redimidos. Tan presto hoy para oír un suspiro o recoger una lágrima, como cuando en los días de su carne, Él consolaba a Su pueblo y cargaba a los corderos en su regazo”.

¡El Salvador Amén! ¡Oh! bendito sea su nombre. Adorémosle como el grandioso Mediador entre Dios y nuestras almas, sintiendo gozo al pensar que en todo esto Él no sufre ni una sombra de cambio:

“Bendiciones para siempre sean al Cordero
Que llevó la maldición por los hombres desdichados.
Que los ángeles proclamen su nombre sagrado,
Y toda criatura diga, AMÉN.”

III. Pero debo enrollar todo esto y dejar que ustedes digieran y disfruten las dulzuras de las verdades de Dios que están contenidas en ese título tan corto, “el Amén.”

Tengo que terminar ahora diciendo que EL SEÑOR JESÚS ES POR EXPERIENCIA EL AMÉN DE DIOS PARA TODA ALMA CREYENTE. Podemos decir en primer lugar que Él es el Amén de Dios en nosotros. Amados hermanos, no es imposible probar la existencia de Dios por argumentos. De ninguna manera es difícil demostrar la validez del Evangelio por medio de silogismos y de lógica. Nadie sino el hombre que tiene deficiencias en su cerebro, pienso, necesita mucho para asegurarse de la autenticidad de la Escritura.

Pero déjenme decirles que, todo lo que esos argumentos, razonamientos y lógica pueden hacer por ustedes es menos que nada y vanidad. Ustedes dudarán a pesar de la fuerza de un argumento, y serán escépticos ante una demostración mientras el corazón de ustedes no ame la verdad. Su mente puede estar convencida pero el corazón de ustedes le suministrará suficiente ateísmo para que la cabeza se mantenga trabajando. Y su mente siempre estará deseosa de recibir una cantidad abundante del suministro de la caverna más profunda de la depravación de ustedes. Pero déjenme decirles si quieren conocer a Dios deben conocer a Cristo. Sin quieren estar seguros de la verdad de la Biblia deben creer en Jesús. Y les garantizo que cuando hayan levantado la mirada y hayan visto al Dios encarnado cargando con sus pecados; cuando ustedes se hayan arrojado sobre la Roca de la Edades y hayan sentido la alegría íntima y la paz que fluye de la fe en Dios, ustedes habrán oído un Amén para ese viejo Libro, y un Amén para la existencia de Dios, y un Amén para el Evangelio que ni el mismo Satán podrá nunca eliminar de sus recuerdos. Ustedes tendrán ahora confianza allí donde alguna vez fueron desconfiados. Ustedes creerán con un vigor luterano cuando se hayan aferrado a Jesucristo. Yo creo que ésta es la nota principal de todo verdadero creyente, aferrarse a Jesucristo.

“Hasta que no vea a Dios en carne humana
Mis pensamientos no hallarán consuelo.”

Pero cuando tengo a Cristo, mis pensamientos no solamente tienen consuelo sino que tienen una convicción sólida de que las cosas son verdaderas. Tal vez haya unos cuantos de ustedes que están afligidos con dudas escépticas. Las dudas siempre afligirán a algunos de nosotros, y puedo decir en lo que respecta a esas dudas, cuando se cruzan en mi alma llevando cualquier forma o figura, encuentro que la respuesta breve y rápida es ésta: yo sé una cosa, a saber, que no soy el que solía ser. Sé que he entrado en un nuevo mundo. Yo siento una palpitación espiritual en mi alma, anhelos espirituales, emociones, deseos, que anteriormente eran totalmente desconocidos para mí.

Yo sé que ha sido una metamorfosis tan grande en mí como si un cerdo repentinamente se convirtiera en un serafín. Sé que el mero pensamiento de Jesús me preserva del pecado y me impulsa en la senda del deber. Yo sé que su nombre ejerce tal encanto sobre mí que ni la vara de un mago jamás ejecutó maravillas tales. Mi corazón de roca se derrite, mi alma congelada se disuelve al toque de Su amor. Y yo, un terrón de tierra muerta, de repente poseo alas y vuelo y tengo comunión con el Dios eterno. Debe ser verdadero eso que ha hecho todo esto por mí. No puede ser mentira, tiene que ser verdad.

Yo siento dentro de mí que mi propia conciencia me dice la verdad, y que el Señor Jesús se ha entretejido y entrelazado con mi ser, más aún, que reviste y cubre mi ser, que aunque yo dudara de todo lo demás, no podría dudar de la existencia y el poder divino de mi Señor Jesucristo. Puedes estar seguro, querido amigo, que si quieres conocer el Evangelio debes recibir a Jesucristo, y cuando lo conozcas, conocerás el Evangelio. Mahoma, tú sabes, no es el mahometanismo, pero Jesús es el Cristianismo. Jesús mismo es la Biblia; Jesús es la Palabra de Dios. Confía en Él y no dudarás más.

A continuación, Jesucristo es “el Amén,” no solamente en nosotros, sino “el Amén” para nosotros. Cuando oras, querido amigo, dices Amén. ¿Pensaste en Cristo? ¿Miraste sus heridas? ¿Ofreciste tu oración por medio de Él? ¿Le pediste que Él la presentara ante Dios? ¿Esperaste ser oído en virtud de su intercesión? Si no es así, no hay Amén a tu oración. ¡Pero si has orado aunque no fuera sino un suspiro o una lágrima, si mirabas hacia la cruz, la sangre de Cristo dijo Amén y es tan cierto que tu oración será oída en el cielo como fue oída en la tierra! Tan seguro como que si viniera desde lo más interno de tu alma y la súplica fuera por medio de Cristo, la respuesta debe llegar ciertamente.

Y ahora quiero, queridos amigos, que Jesucristo sea el Amén de Dios en los corazones de ustedes, en relación a todas las buenas cosas del pacto de gracia el día de hoy. Estoy seguro que Él lo será, si ustedes lo reciben.

Nosotros que hemos creído hemos entrado en el descanso. Si tú tienes a Cristo has entrado en el descanso. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios.” Ustedes que tienen a Cristo, tienen paz con Dios esta mañana. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios.” “El que creyere y fuere bautizado, será salvo;” si tienes a Cristo, eres salvo. Cristo es el Amén de Dios. Si obtienes a Cristo, tienes las promesas; obtén a Cristo, y serás como el hombre que posee un bien raíz y está seguro de su propiedad porque es dueño de las escrituras. Dice: “tengo la propiedad” ¿Dónde está? Él te muestra las escrituras. “Oh” dice otro hombre “esa no es la propiedad; eso está muy lejos, al norte del país.” “Sin embargo, tengo la propiedad,” dice el propietario y dobla sus escrituras, las ata con una cuerda y las guarda cuidadosamente en su baúl. “Tengo la posesión de la propiedad.”

Bien, queridos amigos, nosotros tenemos el cielo, tenemos al propio Dios, porque tenemos a Cristo, y Cristo es la escritura de propiedad de todas las cosas. Que ustedes puedan:

“Leer claramente sus títulos,
Para las mansiones de los cielos,”

Y que el Señor haga que Jesús sea para los corazones de ustedes, hoy, con mucho gozo y bendición, Su propio Amén.

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