SERMON#672 – El Graznido de los Cuervos – Charles Haddon Spurgeon

by May 3, 2022

Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí:http://spurgeon.com.mx/sermon672.html

 

“El da a la bestia su mantenimiento, y a los hijos de los cuervos que claman.” Salmo 147: 9.

“El da su alimento al ganado y a la cría de los cuervos cuando chillan.” Salmo 147: 9. La Biblia de las Américas.

Puede descargar el documento con el sermón aquí:  Sermón #672 – El Graznido de los Cuervos

 

Voy a dar comienzo a este sermón con una cita. Debo darles, en las propias palabras de Caryl, su comentario sobre los cuervos. “Los naturalistas nos informan que cuando el cuervo ha alimentado a sus polluelos en el nido hasta que están bien emplumados y son capaces de volar, entonces los arroja fuera del nido, y no les permite permanecer allí, sino que los obliga a obtener su propio sustento.” Ahora, cuando estas crías de los cuervos vuelan por primera vez lejos del nido, y están poco enterados de los medios a su alcance para proveerse de alimentos, entonces el Señor les da su alimento. Algunas autoridades confiables nos informan que el cuervo es maravillosamente estricto y severo en esto, pues tan pronto como sus crías son capaces de valerse por sí mismas, no les proporciona más su alimento. Sí, algunos afirman que los cuervos adultos no permiten que los polluelos se queden en la misma región en la que crecieron. Si es así, entonces tienen necesariamente que emigrar.

Decimos proverbialmente: ‘la necesidad hace trotar a la vieja esposa’; y podríamos decir: ‘y hace trotar a los jóvenes también’. Ha sido, y, posiblemente sea también la práctica de algunos padres para con sus hijos que, tan pronto como pueden valerse por sí mismos y son capaces de conseguir su pan de alguna manera, los echan fuera de la casa, igual que el cuervo echa fuera del nido a sus crías.

Ahora, dice el Señor en el texto: “cuando las crías de los cuervos se encuentran en ese aprieto, cuando son arrojadas del nido y merodean por falta de comida, ¿quién les provee el alimento? ¿No soy Yo quien lo hace? ¿No soy Yo, el que da el alimento a los cuervos adultos, quien también da a sus crías mientras están en el nido y también cuando andan errantes por falta de comida?”

Salomón le indicó al perezoso que estudiara a la hormiga, y él mismo aprendió lecciones de los conejos, de los galgos y de las arañas: hemos de estar dispuestos a ser instruidos por cualquiera de las criaturas de Dios, y nos aproximaremos esta noche al nido de los cuervos para aprender como en una escuela.

Para los puros nada es inmundo y para los sabios nada es trivial. Dejemos que los supersticiosos teman al cuervo como a un ave de mal agüero, y que los irreflexivos no vean nada sino algo alado de un negro brillante, pero nosotros hemos de estar dispuestos a ver algo más, y, sin duda, no nos quedaremos sin recompensa si somos susceptibles de ser enseñados.

El cuervo de Noé no le llevó de regreso una hoja de olivo, pero el nuestro podría hacerlo esta noche; y podría llegar a suceder que los cuervos nos traigan comida esta noche, igual que alimentaron a Elías junto al arroyo de Querit. Nuestro bendito Señor extrajo una vez un argumento muy potente de los cuervos, un argumento que tenía por propósito consolar y alentar a aquellos de Sus siervos que estaban oprimidos por ansiedades innecesarias en cuanto a sus circunstancias temporales. A los tales les dijo: “Considerad los cuervos, que ni siembran, ni siegan; que ni tienen despensa, ni granero, y Dios los alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que las aves?” Siguiendo la lógica del Maestro, –que todos ustedes acordarán que debe de haber sido perfecta, pues Él no fue nunca falso en sus razonamientos como tampoco lo fue en Sus aseveraciones– voy a argumentar esta noche en este sentido: Consideren a los cuervos cuando graznan; con notas ásperas, inarticuladas y con chillidos hacen saber sus carencias, y su Padre celestial responde a sus oración y les envía el alimento; ustedes, también han comenzado a orar y a buscar Su favor; ¿no valen ustedes más que ellos? Si Dios se preocupa por los cuervos, ¿no se ocupará de ustedes? ¿No presta atención a los chillidos de los cuervos sin emplumar cuando claman hambrientos a Él y esperan ser alimentados? ¿No les provee alimento, pregunto, en respuesta a sus clamores, y acaso no les responderá a ustedes, pobres hijos trémulos de los hombres que buscan Su rostro y Su favor a través de Cristo Jesús? Toda la predicación de esta noche consistirá simplemente en elaborar sobre ese único pensamiento.

Esta noche, con la guía del Espíritu Santo, tendré por objetivo decir algo a quienes han estado pidiendo misericordia pero que aún no la han recibido; a quienes se han puesto de rodillas, tal vez durante meses, elevando un clamor sumamente grande y amargo, pero todavía no conocen la senda de la paz. Su pecado todavía cuelga como rueda de molino alrededor de su cuello; se sientan en el valle de sombra de muerte; ninguna luz les ha alumbrado y retuercen sus manos y gimen diciendo: “¿Ha olvidado Dios ser clemente? ¿Ha cerrado su oído contra las oraciones de las almas que le buscan? ¿Ya no estará más atento a los clamores lastimeros de los pecadores? ¿Caerán al suelo las lágrimas de los penitentes y ya no le moverán a compasión?”

También Satanás les está diciendo, queridos amigos que se encuentran ahora en este estado mental, que Dios no les oirá nunca, que les dejará clamar hasta que mueran, que se desvivirán en jadeos y lágrimas, y que al final serán arrojados al lago de fuego. Yo anhelo esta noche darles algún consuelo y ánimo. Quiero exhortarlos a clamar todavía con mayor vehemencia; quiero que se acerquen a la cruz y que se aferren a ella, y hagan votos de que nunca abandonarán su sombra hasta encontrar la bendición que sus almas ambicionan. Quiero moverlos, con la ayuda de Dios el Espíritu Santo, al punto que digan en su interior, como la reina Ester: “Entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca”; y que agreguen a ello el voto de Jacob: “¡No te dejaré, si no me bendices!”

Entonces, aquí está la pregunta que tenemos entre manos: DIOS OYE A LOS JÓVENES CUERVOS; Y ¿ACASO NO TE OIRÁ A TI?

  1. Yo argumento que te oirá, primero, cuando recuerdo que es solamente un cuervo el que clama, y que tú, en algunos sentidos, eres mucho más que un cuervo. El cuervo es sólo un pobre pájaro inmundo, cuya muerte instantánea no abriría ninguna penosa brecha en la creación. Si se les retorciera mañana el cuello a miles de cuervos, no creo que habría alguna aflicción o dolor vehemente en el universo por causa de ellos; representarían simplemente un cierto número de pobres pájaros muertos, y eso sería todo. Pero tú eres un alma inmortal. El cuervo desaparece cuando termina su vida y, ya no hay más cuervo; pero cuando pasa tu vida presente, tú no has cesado de ser; acabas de ser botado al agua en el mar de la vida; sólo has comenzado a vivir para siempre. Tú verás a los vetustos montes de la tierra desmoronarse hasta convertirse en nada antes de que tu espíritu inmortal expire; la luna habrá palidecido su débil luz, y los más potentes fuegos del sol habrán sido extinguidos y convertidos perpetuas tinieblas, y, sin embargo, tu espíritu estará marchando todavía en su curso eterno, un sempiterno curso de miseria, a menos que Dios oiga tu clamor.

“¡Oh, esa verdad inmensa,

Que este mortal, inmortalidad vestirá!

El pulso de la mente nunca cesará de vibrar;

Revivido por Dios, por siempre late,

¡Eterno como Su propia eternidad!

Sobre los ángeles, o debajo de los demonios;

A remontarse en gloria, o a descender en vergüenza:

La humanidad está destinada por irresistible sino.”

¿Piensas, entonces, que Dios oirá al pobre pájaro que es y no es, y que está aquí un momento y luego es borrado de la existencia, y no te oirá a ti, un alma inmortal, cuya duración ha de ser co-igual con la Suya propia? Pienso que seguramente ha de convencerte que si oye al cuervo que muere, también oirá a un hombre que no muere. Los antiguos decían que Júpiter no tenía tiempo de ocuparse de cosas pequeñas, pero Jehová condesciende a cuidar a las más ínfimas de Sus criaturas e incluso toma en cuenta los nidos de los pájaros; ¿no cuidará misericordiosamente de los espíritus que son herederos de una aterradora eternidad?

Además, nunca he sabido que los cuervos fueran hechos a imagen de Dios; pero, ciertamente, encuentro que, por impura, deformada y corrompida que sea nuestra raza, Dios dijo originalmente: “Hagamos al hombre a nuestra imagen.” Hay algo acerca del hombre que no puede encontrarse en las criaturas inferiores, las mejores y las más nobles de las cuales están inconmensurablemente debajo del más insignificante hijo de Adán.

Un consejo fue celebrado en cuanto a la creación del hombre; y en su mente, e incluso en la adaptación de su cuerpo para servicio de la mente, hay un maravilloso despliegue de sabiduría del Altísimo. Traigan aquí a los más deformes, oscuros y perversos seres de la raza humana y, –aunque no me atrevería a adular moralmente a la naturaleza humana– sin embargo, hay una dignidad en torno al hecho de la condición humana que no ha de encontrarse en todas las bestias del campo, sean las que sean. Behemot y leviatán son puestos en sujeción bajo el pie del hombre. El águila no puede remontarse tan alto como se remonta su alma, ni el león se alimenta con la carne real que el espíritu del hombre ansía.

Y, ¿piensas tú que Dios oye a una criatura tan baja y tan insignificante como el cuervo y que, sin embargo, no te oirá a ti, cuando tú eres uno de la raza que fue formada a Su propia imagen? ¡Oh, no pienses tan dura e insensatamente de Aquel cuyos caminos son siempre iguales! Les voy a plantear esto. ¿Acaso la propia naturaleza no enseña que el hombre ha de ser cuidado por encima de las aves del cielo? Si ustedes oyeran los chillidos de los jóvenes cuervos, tal vez podrían sentir la suficiente compasión por esos pájaros para darles alimento, si supieran cómo alimentarlos; pero no puedo creer que alguno de ustedes socorrería a los pájaros pero que no vuele sobre las alas de la compasión al rescate de un infante que perece, cuyos clamores pudiera oír provenientes del lugar donde fue arrojado por el cruel descuido. Si en la quietud de la noche oyeras el clamor lastimero de un hombre que expira en las calles por la enfermedad, desprovisto de toda misericordia, ¿no te levantarías para ayudarle? Estoy seguro de que le ayudarías, si eres alguien que ayudaría a un cuervo. Si sientes alguna compasión por un cuervo, con mayor razón tendrías piedad por un hombre. Yo sé que se rumora que hay algunos simplones que se preocupan más por los perros callejeros que por los hombres y mujeres sin hogar; y, sin embargo, es mucho más probable que, aquellos que se conduelen de los perros sean los que se preocupen más enternecidamente por los hombres; de cualquier manera, debería presumir intensamente a favor de ellos si necesitara ayuda. ¿Y no crees que Dios, el Ser Omnisciente, si se preocupa por estos pájaros sin plumas que están en el nido, no cuidará con seguridad de ti? Tu corazón dice: “Sí”; entonces, a partir de ahora, responde a la incredulidad de tu corazón volviendo su propio y justo razonamiento en contra ella.

Pero te oigo decir: “¡Ah!, el cuervo no es tan pecaminoso como yo; podrá ser un pájaro inmundo, pero no puede ser tan inmundo como yo lo soy moralmente; podrá ser negro en su tinte, pero yo soy negro por el pecado; un cuervo no puede quebrantar el día domingo, no puede jurar, no puede cometer adulterio; un cuervo no puede ser un borracho; no puede contaminarse a sí mismo con vicios semejantes a aquellos con los que yo estoy contaminado.” Yo sé todo eso, amigo, y podría parecerte que eso hace tu caso más irremediable; pero yo no creo que lo haga realmente. Sólo piensa un minuto en ello. ¿Qué demuestra esto? Vamos, que tú eres una criatura capaz de pecar, y, consecuentemente, que tú eres un espíritu inteligente que vive en un sentido en el que el cuervo no vive. Tú eres una criatura que se mueve en el mundo del espíritu; tú perteneces al mundo de las almas, en el que el cuervo no tiene ninguna porción. El cuervo no puede pecar, porque no tiene espíritu, ni alma; pero tú eres un agente inteligente y tu alma es la parte más valiosa. Ahora, como el alma es infinitamente más preciosa que el cuerpo, y como el cuervo –hablo popularmente ahora– no es sino sólo cuerpo, mientras que tú eres, evidentemente, así alma como cuerpo, pues de lo contrario no serías capaz de pecar, yo veo inclusive algún rayo de luz en ese negro pensamiento descorazonador. ¿Acaso Dios cuida la carne, y la sangre, y los huesos y las negras plumas, y no cuidará tu razón, tu voluntad, tu juicio, tu conciencia y tu alma inmortal? Oh, si sólo pensaras en ello, deberías ver que no es posible que el chillido de un cuervo logre la atención del oído de la benevolencia divina, y, sin embargo, a pesar de tu oración, que seas despreciado y desatendido por el Altísimo.

“El insecto que con un ala insignificante,

Sólo traspasa el rayo de un verano;

La florecilla que el aliento de la primavera

Despierta a la vida sólo medio día;

La mínima mota, el cabello más tierno,

Todos sienten el cuidado de nuestro Padre celestial.”

Seguramente, entonces, Él tendrá respeto por el clamor de los humildes y no rechazará su oración. Difícilmente puedo dejar este punto sin señalar que la mención de un cuervo debería animar a un pecador. Tal como escribe un antiguo autor: “Entre las aves no menciona al halcón o al azor, que son altamente valorados y alimentados por príncipes; ni al ruiseñor de dulce canto, o similares aves canoras muy preciosas, que los hombres mantienen selectamente y en quienes se deleitan abundantemente; sino elige ese pájaro odioso y malicioso, al cuervo que grazna, que ningún hombre valora excepto como ave que come la carroña que podría serle molesta. Contemplen, entonces, y maravíllense ante la providencia y amabilidad de Dios, que provee alimento para el cuervo, una criatura de un tinte muy lúgubre y de un timbre muy destemplado, una criatura que es muy odiosa para la mayoría de los hombres, y ominosa para algunos.

Hay una grandiosa providencia de Dios que es vista en la provisión para la hormiga, que recoge su alimento en el verano; pero hay una mayor provisión para el cuervo, que, aunque olvida proveerse o es negligente para hacerlo, sin embargo, Dios provee y almacena para él. Uno pensaría que el Señor podría decir de los cuervos: ‘que se las arreglen por sí mismos o perezcan’; no, el Señor Dios no desprecia ninguna obra de Sus manos; el cuervo recibió su ser de Dios, y, por tanto, el cuervo será provisto por Él; no solamente la blanca paloma inocente, sino el repugnante cuervo reciben su alimento de Dios. Lo cual demuestra claramente que la falta de excelencia en ti, negro pecador semejante al cuervo, no impedirá que tu graznido sea oído en el cielo. La sangre de Jesús quitará la indignidad y Él eliminará por completo la corrupción. Únicamente cree en Jesucristo y encontrarás la paz.

  1. Entonces, en siguiente lugar, hay mucha diferencia entre tu clamor y el graznido de un cuervo. Cuando los jóvenes cuervos chillan, yo supongo que difícilmente saben qué quieren. Tienen un instinto natural que los lleva a chillar por la comida, pero su graznido no expresa en sí mismo su necesidad. Pronto descubrirías, supongo, que piden alimento; pero no tienen un lenguaje articulado; no expresan ni siquiera una sola palabra; es sólo un graznido constante y pedigüeño y eso es todo.

Pero tú sí sabes qué es lo que necesitas, y aunque tus palabras sean pocas, tu corazón conoce su propia amargura y su horrenda turbación. Tus suspiros y tus gemidos tienen un obvio significado; tu entendimiento está a la diestra de tu menesteroso corazón. Tú sabes que necesitas paz y perdón; tú sabes que necesitas a Jesús, Su preciosa sangre y Su perfecta justicia.

Ahora, si Dios oye un clamor tan extraño, chillante y confuso como el del cuervo, ¿no crees que oirá también la oración racional y expresiva de una pobre alma necesitada y culpable que está clamando a Él: “Dios, sé propicio a mí, pecador”? ¡Ciertamente tu razón te dice que sí!

Además, las crías de los cuervos no pueden usar argumentos, pues no tienen entendimiento. Ellos no pueden decir como tú:

“Él sabe qué argumentos llevaría

Para luchar con mi Dios,

Yo pediría basándome en Su propia misericordia,

Y en la sangre de un Salvador.”

Ellos tienen un argumento, es decir, su tremenda necesidad que les obliga a emitir un graznido, pero no pueden ir más allá de eso; e incluso eso no pueden expresarlo en orden ni describirlo en un lenguaje.

Pero tú tienes una multitud de argumentos listos a mano, y tú tienes un entendimiento con el que ponerlos en un orden de batalla para sitiar el trono de la gracia. Ciertamente, si la mera argumentación de la inexpresada necesidad del cuervo prevalece con Dios, con mayor razón prevalecerás tú con el Altísimo, si puede argumentar tu caso delante de Él, y acercarte a Él con argumentos en tu boca. ¡Ven, tú que estás desesperado, y prueba a mi Señor! ¡Te suplico que dejes ahora que esa lúgubre cantinela ascienda a los oídos de la misericordia! Abre ese corazón desbordante y derrámalo en lágrimas, si acaso las palabras están más allá de tu poder.

Me temo, sin embargo, que un cuervo tiene a veces una gran ventaja sobre algunos pecadores que buscan a Dios en oración, y consiste en esto: los cuervos jóvenes son más vehementes acerca de su alimento de lo que son algunos pecadores en cuanto a sus almas. Esto, sin embargo, no es un desaliento para ti, sino más bien una razón de por qué deberías ser más vehemente de lo que has sido hasta aquí. Cuando los cuervos necesitan alimento, no cesan de graznar hasta obtenerlo; no hay forma de tranquilizar a un joven cuervo hambriento mientras su pico no se llene, y no hay tranquilidad para un pecador, cuando es realmente sincero, hasta que llena su corazón de la divina misericordia. ¡Yo quisiera que algunos de ustedes oraran más vehementemente! “El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.” Un viejo puritano dijo: “La oración es un cañón colocado ante las puertas del cielo para forzar sus puertas”: has de tomar la ciudad por asalto si quieres poseerla. No viajarás al cielo sobre una cama de plumas, debes ir en peregrinaje; no hay forma de ir a la tierra de gloria mientras estás profundamente dormido; los holgazanes soñadores habrán de despertarse en el infierno.

Si Dios te ha hecho sentir en tu alma la necesidad de salvación, clama como alguien que está despierto y vive; sé sincero; clama fuerte; no te detengas; y entonces yo pienso que descubrirás que mi argumento es muy convincente, que en todos sentidos una oración razonable, argumentativa e inteligente tiene más probabilidad de prevalecer con Dios que el mero ruido que constituyen los graznidos y los chillidos del cuervo; y que si Él oye un graznido como el del cuervo, es mucho más cierto que oirá tu clamor.

  1. Recuerda que el tema de tu oración es más agradable al oído de Dios que el graznido del cuervo pidiendo comida. Los jóvenes cuervos sólo chillan por comida; dales un poco de carroña y quedarán satisfechos. Tu clamor tiene que ser mucho más agradable para el oído de Dios, pues tú imploras el perdón por medio de la sangre de Su amado Hijo. Para el Altísimo es una ocupación más noble otorgar dones espirituales que naturales. Los torrentes de la gracia fluyen desde las fuentes más altas. Yo sé que Él es tan condescendiente que no se deshonra incluso cuando deja caer comida en el pico de las crías de los cuervos; pero todavía hay más dignidad en el trabajo de dar la paz y el perdón y la reconciliación a los hijos de los hombres.

El amor eterno estableció un camino de misericordia desde antes de la fundación del mundo, y la infinita sabiduría está involucrada con ilimitado poder para llevar a cabo el designio divino; seguramente el Señor ha de sentir mucho placer al salvar a los hijos de los hombres. Si a Dios le agrada proveer a la bestia del campo, ¿no piensas que Él se deleita mucho más en proveer a Su propio hijo? Pienso que te parecería un empleo más agradable enseñar a tus propios hijos que simplemente alimentar a tu becerro, o esparcir cebada entre las aves a la puerta del establo, porque en el primer trabajo habría algo más noble, que convoca más plenamente todos tus poderes y exterioriza tu yo interno. No estoy haciendo aquí simples conjeturas. Está escrito: “Se deleita en misericordia”. Cuando Dios usa Su poder, no puede estar triste, pues es un Dios feliz; pero si fuera posible tal cosa como que la Infinita Deidad fuera más feliz en un momento que en otro, es cuando perdona a los pecadores por medio de la preciosa sangre de Jesús.

¡Ah!, pecador, cuando clamas a Dios le das la oportunidad de hacer lo que más ama, pues Él se deleita en perdonar, en apretujar a Su Efraín contra Su pecho, en decir de Su hijo pródigo: “Este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.” Esto es más consolador para el corazón del Padre que alimentar al becerro gordo, o cuidar los millares de animales en los collados. Queridos amigos, ya que ustedes están pidiendo algo que honra mucho más a Dios cuando lo da, que el mero don del alimento a los cuervos, yo pienso que se asesta esta noche un golpe muy potente de mi martillo argumentativo para hacer pedazos su incredulidad. ¡Que Dios el Espíritu Santo, el verdadero Consolador, obre en ustedes poderosamente! Ciertamente el Dios que da el alimento a los cuervos no les negará la paz y el perdón a los pecadores que buscan. ¡Pruébenlo! ¡Pruébenlo en este momento! ¡No, no se muevan! Pruébenle ahora.

 

  1. No debemos demorarnos en ninguno de los puntos ya que el tema completo es muy prolífico. Hay otra fuente de consuelo para ustedes, es decir, que a los cuervos no se les manda clamar en ninguna parte. Cuando claman su petición no cuenta con ninguna garantía de alguna exhortación específica proveniente de la boca Divina, mientras que ustedes tienen una garantía derivada de las exhortaciones Divinas de aproximarse al trono de Dios en oración. Si un hombre rico abriera su casa a aquellas personas que no fueron invitadas, ciertamente recibiría a aquellos que fueron invitados. Los cuervos vienen sin ser invitados, y, sin embargo, no son enviados de regreso sin respuesta; tú vienes como huésped invitado y convidado; ¿cómo pudieras ser rechazado? ¿Piensas que no eres convidado? Escucha esto: “Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” “Invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás.” “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere será condenado.” “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.” “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo.” Estas son exhortaciones dadas sin ninguna limitación en cuanto al carácter. Te invitan libremente; es más, te ordenan venir. ¡Oh!, después de todo esto, ¿puedes pensar que Dios te va a menospreciar? La ventana está abierta, el cuervo entra volando, y el Dios de la misericordia no lo obliga a salir; la puerta está abierta, y la palabra de la promesa te invita a venir; no pienses que Él te rechazará, sino que debes creer más bien que Él “te aceptará y te amará de pura gracia”, y entonces, tú le ofrecerás la ofrenda de tus labios.” ¡De cualquier manera pruébale! ¡Pruébale ahora mismo!

  1. Además, hay otro argumento que es muchísimo más poderoso todavía. El chillido de un joven cuervo no es sino el clamor natural de una criatura, pero tu clamor, si es sincero, es el resultado de una obra de gracia en tu corazón. Cuando el cuervo clama al cielo no es nada sino el propio ser del cuervo el que clama; pero cuando tú clamas: “Dios, sé propicio a mí, pecador”, quien clama en ti es Dios el Espíritu Santo. Es la nueva vida que Dios te ha dado la que clama a la fuente de donde provino para tener mayor comunión y comunicación con su grandioso Original. Se necesita a Dios mismo para poner a un hombre a orar en sinceridad y en verdad. Nosotros podemos, si lo consideramos correcto, enseñar a nuestros hijos a “decir sus oraciones”, pero no podemos enseñarles a “orar”. Tú puedes hacer un “libro de oración”, pero no puedes poner un grano de “oración” dentro de un libro, pues es un asunto demasiado espiritual para ser encerrado entre las hojas. Tal vez, algunos de ustedes puedan “leer oraciones” en familia; no voy a denunciar esa práctica, pero voy a decir al menos esto al respecto: podrían leer esas “oraciones” durante setenta años, y, sin embargo, podrían no haber orado ni una sola vez, pues la oración es algo muy diferente de las simples palabras. La verdadera oración es el comercio del alma con Dios, y el corazón nunca llega al comercio espiritual con los puertos del cielo hasta que Dios el Espíritu Santo hace soplar el viento en las velas y acelera al barco para que llegue a su abrigo. “Os es necesario nacer de nuevo”. Si hay una oración real en tu corazón, aunque pudieras desconocer el secreto, Dios el Espíritu Santo está allí. Ahora, si Él oye clamores que no vienen de Él mismo, ¡cuánto más oirá aquellos que sí provienen de Él! Quizás ustedes mismos han estado rompiéndose la cabeza procurando saber si su clamor es natural o espiritual. Esto pudiera parecer muy importante, y, sin duda, lo es; pero independientemente de que tu clamor sea de una u otra naturaleza, continúa todavía buscando al Señor. Posiblemente dudes de que los clamores naturales sean escuchados por Dios; permíteme asegurarte que lo son.

Recuerdo haber dicho en una ocasión algo sobre este tema, en un cierto lugar de adoración ultra calvinista. En aquel momento estaba predicando a unos niños, y los exhortaba a orar, y sucedió que dije que mucho antes de cualquier conversión real mía, yo había orado pidiendo misericordias comunes y que Dios había escuchado mis oraciones. Esto no les gustó a mis buenos hermanos de esa escuela superfina; y, después, todos me rodearon supuestamente para saber qué había querido decir yo, pero realmente lo hicieron para poner reparos y objetar lo dicho de conformidad a su naturaleza e inclinación. “¡Me rodearon como abejas; sí, como abejas me rodearon!” Después de un rato, tal como me lo esperaba, cayeron en su diversión usual de poner apodos. Comenzaron a decir que yo era un arminiano muy degradado; y dijeron otra expresión con la que se dignaron honrarme, con el título de “fullerismo”, (combinación de calvinismo y arminianismo), un título, a propósito, tan honorable, que pude haberles agradecido de corazón por anexarlo a lo que yo había expresado. Pero decir que Dios ha de oír la oración de los hombres naturales fue algo peor que arminianismo, si, en verdad, pudiera haber algo peor para ellos. Ellos citaron ese pasaje falsificado “La oración de los impíos es abominación a Jehová”, a lo que yo prontamente respondí pidiéndoles que me encontraran ese texto en la Palabra de Dios, pues yo me aventuraba a aseverar que el diablo era el autor de ese dicho, y que no se encontraba para nada en la Biblia. “El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová” está en la Biblia, pero eso es algo muy diferente a “la oración de los impíos”; y, además, hay una decidida diferencia entre la palabra impío cuyo significado se pretende allí, y el hombre natural acerca del cual teníamos la controversia. Yo no creo que algún hombre que comienza a orar en cualquier sentido, pueda ser considerado como que está completamente entre “los impíos” en quienes pensaba Salomón, y ciertamente no está entre aquellos que apartan su oído de oír la ley, de quienes está escrito que su oración es una abominación. Pero ellos replican: “bien, pero, ¿cómo puede ser que Dios oiga una oración natural?” Y, mientras hice una pausa momentánea, una anciana cubierta con una capa roja se abrió paso a través del pequeño círculo que me rodeaba, y les dijo de una manera muy enérgica, como la madre en Israel que era: “¿Por qué hacen esta pregunta, olvidando lo que el propio Dios ha dicho? ¿Qué es esto que dicen, que Dios no oye la oración natural? Vamos, ¿acaso no oye a los jóvenes cuervos cuando claman a Él, y piensas tú que ofrecen oraciones espirituales?” Al instante, los hombres de guerra se batieron en retirada; ninguna derrota fue más completa; y por una vez en su vida deben de haber sentido que les era posible estar errados.

Seguramente, hermanos, esto puede alentarlos y consolarlos a ustedes. No voy a ponerles justo ahora la tarea de descubrir si sus oraciones son naturales o espirituales, si vienen del Espíritu de Dios o no, porque eso podría, tal vez, desconcertarlos; si la oración procede de su propio corazón, nosotros sabemos cómo llegó allí, aunque ustedes no lo sepan. Dios oye a los cuervos, y yo creo, en verdad, que Él les oirá, y yo creo, además, –aunque ahora no quiero plantear esta pregunta en su corazón– que Él oye su oración, porque –aunque ustedes tal vez no lo sepan– hay una obra secreta del Espíritu de Dios que está teniendo lugar dentro de ustedes y que les está enseñando a orar.

  1. Pero tengo argumentos más poderosos, y más cercanos al blanco. Cuando los jóvenes cuervos chillan, chillan solos, pero cuando tú oras tienes a Uno más poderoso que tú que ora contigo. Oye a aquel pecador que clama: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. ¡Escucha atentamente! ¿Oyes ese otro clamor que se eleva juntamente con el del pecador? No, tú no lo oyes, porque tus oídos son sordos y pesados, pero Dios sí lo oye. Hay otra voz, mucho más fuerte y dulce que la primera, y mucho más prevaleciente, que se está remontando al mismo tiempo y que está implorando: “Padre, perdónalos por causa de mi preciosa sangre.” El eco del susurro del pecador es tan majestuoso como el estallido del trueno. Nunca un pecador ora verdaderamente sin que Cristo ore al mismo tiempo. Tú no puedes verle ni oírle, pero Jesús nunca sacude las profundidades de tu alma por Su Espíritu sin que Su alma sea sacudida también. ¡Oh, pecador!, tu oración, cuando llega delante de Dios, es algo muy diferente de lo que es cuando sale de ti.

Algunas veces, la gente pobre se acerca a nosotros con peticiones que desean enviar a alguna Compañía o a algún gran Personaje. Traen la petición y nos piden que la presentemos por ellos. Contiene muchos errores de ortografía, y está escrita muy extrañamente, y a duras penas podemos descifrar su significado; pero todavía hay lo suficiente para dejarnos saber qué es lo que quieren. Ante todo hacemos una copia fiel para ellos, y luego, habiendo expresado su caso, ponemos nuestro propio nombre abajo, y si despertamos algún interés, por supuesto que obtienen lo que desean a través del poder del nombre firmado al pie de la petición. Esto es justo lo que el Señor Jesucristo hace con nuestras pobres oraciones. Hace una copia fiel de ellas, las sella con el sello de Su propia sangre expiadora, pone Su propio nombre al pie, y así se remontan al trono de Dios. Es tu oración, pero, ¡oh!, es Su oración también, y es por eso que prevalece.

Ahora, este es un argumento demoledor: si los cuervos prevalecen cuando claman completamente solos, si sus pobres graznidos les traen lo que quieren por sí solos, cuánto más prevalecerán las peticiones quejumbrosas del pobre pecador trémulo que dice: “por Jesucristo nuestro Señor”, y que puede enlazar todas sus propias peticiones con el bendito argumento: “El Señor Jesucristo lo merece; oh Señor, otórgamelo por Su causa.”

Yo en verdad confío que estos buscadores a quienes me he estado dirigiendo, que han estado clamando por tanto tiempo y que, sin embargo, tienen miedo de no ser escuchados nunca, no tengan que esperar más tiempo, sino que reciban pronto una benevolente respuesta de paz; y si ellos no reciben todavía el deseo de sus corazones, yo espero que sean animados a perseverar hasta que amanezca el día de gracia. Tú tienes una promesa que los cuervos no tienen, y eso constituiría otro argumento si el tiempo nos permitiera reflexionar sobre eso. ¡Hombre trémulo, puesto que tienes una promesa como argumento, no dudes nunca de que saldrás victorioso ante el trono de la gracia!

Y ahora, para concluir, déjenme decirle al pecador: SI HAS CLAMADO SIN ÉXITO, CONTINÚA CLAMANDO. “Vuelve siete veces”, ay, y setenta veces siete. Recuerda que la misericordia de Dios en Cristo Jesús es tu única esperanza; aférrate a ella, como alguien que se está ahogando se aferra a la única cuerda a su alcance. Si tú pereces orando por misericordia por medio de la preciosa sangre, serías el primero que hubiere perecido así. Continúa clamando; sólo continúa clamando; pero, ¡oh!, cree también; pues la fe trae la estrella de la mañana y el amanecer.

Cuando, Betty, la esposa de John Ryland estaba en su lecho de muerte, tenía una gran turbación de mente, aunque había sido cristiana por muchos años. Su esposo le preguntó, de esta extraña aunque sabia manera: “Bien, Betty, ¿qué te aflige?” “¡Oh, John, me estoy muriendo y no tengo esperanza, John!” “Pero, querida, ¿adónde vas entonces?” “¡Me voy a ir al infierno!” “Bien”, dijo él, encubriendo su profunda angustia con su humor usual y con la intención de dar un golpe que diera con seguridad en la cabeza del clavo y ahuyentara de inmediato sus dudas: “¿qué intentas hacer cuando llegues allá, Betty?” La buena mujer no pudo dar una respuesta, y el señor Ryland continuó preguntándole: “¿piensas que vas a orar cuando llegues allí?” “¡Oh, John,” –respondió ella– “yo oraría en cualquier lugar; no puedo dejar de orar!” “Bien, entonces”, –dijo él– “dirán allí, ‘Betty Ryland está orando aquí; sáquenla de aquí; no aceptaremos que alguien ore aquí; ¡sáquenla de aquí!’” Esta extraña forma de expresarlo iluminó su alma, y ella vio de inmediato lo absurdo de la propia sospecha de un alma que busca a Cristo, y, sin embargo, es arrojado para siempre de Su presencia.

¡Continúa clamando, alma; continúa clamando! Mientras el niño pueda gritar, vive; mientras tú puedas asediar el trono de la misericordia, hay esperanza para ti: pero oye a la vez que clamas, y cree en lo que oyes, pues la paz se obtiene por creer.

Pero quédense todavía por unos momentos, puesto que tengo algo más que decir. ¿Es posible que pudieras haber obtenido ya la propia bendición por la que estás clamando? “Oh”, –dices tú– “yo no pediría por algo que ya poseo; si yo supiera que lo tengo, dejaría de clamar, y comenzaría a alabar y a bendecir a Dios.” Ahora, yo no sé si todos ustedes, buscadores, se encuentran en un estado tan seguro, pero estoy persuadido de que hay algunas almas buscadoras que han recibido la misericordia por la que han estado pidiendo. El Señor, en lugar de decirles esta noche: “Buscad mi rostro”, está diciendo: “¿Por qué clamas a mí? En tiempo aceptable te oí, y en el día de salvación te ayudé; Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; Yo te he salvado; Tú eres mío; Yo te he limpiado de todos tus pecados; sigue tu camino y regocíjate.” En tal caso, la alabanza creyente es más conveniente que la oración agonizante.

“Oh”, –dices– “pero no es probable que alcance la misericordia mientras estoy buscándola todavía.” Bien, yo no lo sé. La misericordia cae a veces en un ataque de desvanecimiento afuera de la puerta; ¿no es posible que sea llevada adentro mientras se encuentra desvanecida, y que ella piense todo el tiempo que todavía está afuera? Ella todavía puede oír al perro que está ladrando; pero, ah, pobre alma, cuando vuelva en sí, descubrirá que está dentro de la puerta angosta y que está a salvo. De igual manera, algunos de ustedes podrían haber caído en un desvanecimiento de desaliento justo cuando están viniendo a Cristo. Si es así, que la gracia soberana los restaure, y, tal vez, yo pueda ser esta noche el instrumento de que se haga.

¿Qué es lo que estás buscando? Algunos de ustedes están esperando ver deslumbrantes visiones, pero espero que no sean gratificados nunca, pues no valen nada. Todas las visiones del mundo desde los días de los milagros, puestas juntas, son sólo meros sueños después de todo, y los sueños sólo son vanidad. La gente cena muy opíparamente y entonces sueña; es la indigestión, o una mórbida actividad del cerebro, y eso es todo. Si esa fuera toda la evidencia que tienes de la conversión, harías bien en dudar de ella: te pido que no te quedes satisfecho nunca con eso; es sólo mísera basura para que construyas tu esperanza eterna sobre eso. Tal vez estés esperando sentimientos muy extraños, sin llegar al punto de un choque eléctrico, pero algo muy singular y peculiar. Créeme que no necesitas sentir nunca las extrañas mociones que valoras tan altamente. Todos esos extraños sentimientos de los que hablan algunas personas en conexión con la conversión, pueden ser o no pueden ser de algún bien para ellos, pero estoy seguro que realmente no tienen nada que ver con la conversión como para ser necesaria a ella en absoluto.

Te haré una o dos preguntas. ¿Crees tú mismo que eres un pecador? “Sí”, –dices–. Pero suponiendo que suprimo esa palabra, “pecador”: ¿quieres decir que tú crees que has quebrantado la ley de Dios, que eres un ofensor bueno-para-nada en contra del gobierno de Dios? ¿Crees que has quebrantado en tu corazón, de cualquier manera, todos los mandamientos, y que mereces consiguientemente el castigo? “Sí”, respondes. No sólo creo eso, sino que lo siento: es una carga que llevo conmigo diariamente.” Ahora preguntaré algo más: ¿crees que el Señor Jesucristo puede quitar todo tu pecado? Sí, tú crees en verdad eso. Entonces, ¿puedes confiar en que Él te salva? Tú necesitas la salvación; tú no puedes salvarte a ti mismo; ¿puedes confiar en que Él te salve? “Sí”, –dices– “ya confío”. Bien, mi querido amigo, si realmente confías en Jesús, es seguro que eres salvo, pues tienes la única evidencia de salvación que es consistente con cualquiera de nosotros. Hay otras evidencias que se dan posteriormente, tal como la santidad y las gracias del Espíritu, pero la única evidencia que es consistente con la de los mejores hombres es esta:

“Nada en mis manos traigo,

Simplemente a Tu cruz me aferro.”

¿Puedes usar el verso de Juanito el buhonero:

“Soy un pobre pecador, y nada más,
Pero Jesucristo es mi Todo en todo”?

Yo espero que ustedes avancen muy pronto muchísimo más en algunos de estos puntos por su cuenta, pero no quiero que avancen ni una pulgada más allá en relación a la base de su evidencia y la razón de su esperanza. Sólo deténganse allí, y ahora, si miran lejos de todo lo que está dentro de ustedes o fuera de ustedes y miran a Cristo, y confían en Sus sufrimientos en el Calvario y en toda Su obra expiatoria como la base de su aceptación ante Dios, ustedes son salvos. No necesitan nada más; ustedes han pasado de muerte a vida. “El que en él cree, no es condenado.” “El que cree en el Hijo tiene vida eterna.” Si yo fuera a encontrarme en breve con un ángel en aquel pasillo al momento de entrar en la sacristía, y me dijera: “Charles Spurgeon, he venido del cielo para decirte que eres perdonado”, yo le respondería: “yo sé eso sin que tengas que decirme nada al respecto; lo sé sobre la base de una autoridad sustancialmente mayor que la tuya”. Y si me preguntase cómo lo sabía, yo le respondería: “la palabra de Dios es mejor para mí que la palabra de un ángel, y Él lo ha dicho: ‘El que en él cree, no es condenado’. Yo creo verdaderamente en Él, y, por tanto, no soy condenado, y lo sé sin necesidad de que un ángel me lo diga.”

Ustedes que están turbados, no estén en busca de los ángeles, y  de señales, y de evidencias y de signos. Si ustedes se apoyan en la obra terminada de Jesús ya tienen la mejor evidencia de su salvación en el mundo; tienen la palabra de Dios para ello; ¿qué más se necesita? ¿No pueden aceptar la palabra de Dios? Ustedes pueden aceptar la palabra de sus padres; pueden aceptar la palabra de su madre; ¿por qué no podrían aceptar la palabra de Dios? ¡Oh, qué corazones tan rastreros debemos de tener para desconfiar de Dios mismo! Tal vez digas que no harías una cosa así. ¡Oh, pero en verdad dudas de Dios, si no confías en Cristo!; pues “el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso”. Si no confías en Cristo, en efecto dices que Dios es un mentiroso. Tú no querrías decir eso, ¿no es cierto?

¡Oh, confía en la veracidad de Dios! ¡Que el Espíritu de Dios los constriña a creer en la misericordia del Padre, en el poder de la sangre del Hijo, y en la disposición del Espíritu Santo, para traer al pecador a Sí! Vamos, mis queridos oyentes, únanse en oración conmigo para que puedan ser conducidos por la gracia a ver en Jesús todo lo que necesitan.

“La oración es un poder de la criatura, su propio aliento y ser;

La oración es la llave de oro que puede abrir la ventanilla de la misericordia;

La oración es el sonido mágico que le dice al destino: así sea;

La oración es el delgado nervio que mueve los músculos de la Omnipotencia.

Por esa razón, ora, oh criatura, y encomienda tu ser y tus necesidades a la oración,

La cura de todos los cuidados, la grandiosa panacea de todos los dolores,

La destructora de la duda, el remedio de la ruina, el antídoto de todas las ansiedades.”

Porción de la Escritura leída antes del sermón: Salmo 147.

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