Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí:http://spurgeon.com.mx/sermon640.html
“Solamente procurad que vuestra conducta como ciudadanos sea digna del evangelio de Cristo.” — Filipenses 1:27
Puede descargar el documento con el sermón aquí: Sermón #640 – El Poder del Evangelio en la Vida del Cristiano
La palabra “conversación” no significa simplemente hablar o platicar con otras personas, sino también comprende todo el curso de nuestra vida y de nuestro comportamiento en el mundo. La palabra griega significa las acciones y los privilegios de ciudadanía, y nosotros debemos darle forma a toda nuestra ciudadanía, a todas nuestras acciones como ciudadanos de la nueva Jerusalén, para que sean dignas del Evangelio de Cristo. Observen, queridos amigos, la diferencia entre las exhortaciones de los legalistas y las del Evangelio. Quien quiere que sean perfectos en la carne, los exhorta a trabajar para su salvación, para que puedan lograr una justicia meritoria de carácter propio, y así ser aceptados por Dios. Pero quien es enseñado en las doctrinas de la gracia, los exhorta a la santidad por una razón completamente diferente. Él cree que ustedes son salvos, puesto que ustedes creen en el Señor Jesucristo, y les habla a todos lo que son salvos en Jesús, y luego les pide que hagan que sus acciones se conformen a su posición; sólo busca lo que razonablemente espera recibir: “Solamente procurad que vuestra conducta como ciudadanos sea digna del evangelio de Cristo. Ustedes han sido salvados por ese Evangelio; ustedes aseguran gloriarse en él, deseando difundirlo; procurad entonces que vuestra conducta sea digna de ese evangelio.” Ustedes se dan cuenta que uno los invita a trabajar para entrar al cielo por medio de sus obras; el otro los exhorta a laborar porque el cielo es de ustedes como un don de la gracia divina, y quiere que actúen como alguien digno de participar de la herencia de los santos en la luz.
Algunas personas no pueden oír una exhortación sin exclamar de inmediato que somos legalistas. Tales personas siempre van a encontrar que este Tabernáculo no es el lugar conveniente para que ellos puedan alimentarse. Nos encanta predicar la buena doctrina de la gracia soberana, y nos gusta insistir en que la salvación es solamente por gracia; pero nos encanta igualmente predicar acerca de la práctica estricta e insistir en ella. Decimos que esa gracia que no hace a un hombre mejor que sus vecinos, es una gracia que nunca lo llevará al cielo, ni lo hará aceptable ante Dios.
Ya he señalado que la exhortación es dada en una forma que es altamente razonable. Los seguidores de cualquier otra religión, como regla, son conformados a su religión. Ninguna nación se ha elevado todavía por encima de sus llamados dioses. Vean a los discípulos de Venus, ¿acaso no estaban hundidos en lo profundo del libertinaje? Miren a los adoradores de Baco; permitan que las fiestas bacanales les revelen cómo habían entrado en el carácter de su deidad. Todavía en nuestro días los adoradores de la diosa Kalé (la diosa de los ladrones y de los asesinos) – que son los miembros de una secta de asesinos fanáticos de la India – se entregan completamente al espíritu del ídolo que ellos adoran. No nos sorprendemos de los crímenes de las personas de otros tiempos cuando recordamos a los dioses que ellos adoraban; Moloc, que se deleitaba con la sangre de los niños; Júpiter, Mercurio, y todos los dioses similares, cuyas acciones almacenadas en el diccionario clásico son suficientes para contaminar las mentes de la juventud. No nos sorprende que el libertinaje haya abundado, pues “como son sus dioses-así es la gente:” “un pueblo nunca es superior a su religión,” se ha dicho a menudo, y en la mayoría de los casos ese pueblo es peor. Es estrictamente natural que la religión de un hombre ponga el condimento de su conversación. Pablo dice a todos los que profesan ser salvos por Jesucristo; “Solamente procurad que vuestra conducta como ciudadanos sea digna del evangelio de Cristo.”
Para llegar a ese punto debemos meditar durante dos o tres minutos acerca de qué es el Evangelio, luego ver los puntos en que nuestra conversación debe ser evangélica; y finalmente, decir unas pocas palabras sinceras para recordar aquí a quienes profesan la religión, la imperiosa necesidad de que su conversación sea digna del Evangelio de Cristo.
I. “¡EL EVANGELIO DE CRISTO!” ¿QUÉ ES? Nos concentramos en las dos últimas palabras, “de Cristo.” Con seguridad, si ustedes entienden a Cristo, entonces entienden el Evangelio. Cristo es su autor; Él, en la sala del consejo de la eternidad propuso convertirse en la garantía del pobre hombre caído; Él, en el cumplimiento de los tiempos, llevó a cabo la redención eterna para todos aquellos que Su Padre le había dado. Él es su autor como su arquitecto y como su constructor. Vemos en Cristo Jesús al Alfa y la Omega del Evangelio. Él ha provisto del tesoro de Su gracia todo lo necesario para hacer que el Evangelio sea el Evangelio de nuestra salvación. Y así como Él es su autor, Él es su contenido. Es imposible predicar el Evangelio sin predicar la persona, la obra, los oficios, y el carácter de Cristo. Si se predica a Cristo entonces el Evangelio es promulgado, y si se pone a Cristo en segundo plano, entonces ningún Evangelio es declarado. “Porque me propuse no saber nada entre vosotros,” dijo el apóstol, “sino a Jesucristo, y a él crucificado,” y al decir esto, estaba llevando a cabo su comisión de predicar el Evangelio tanto a los judíos como a los gentiles. El compendio, la médula, el meollo; lo que los antiguos puritanos llamaban la quintaesencia del Evangelio es: Cristo Jesús; así que cuando terminamos de predicar el Evangelio podemos decir: “el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote,” y podemos verlo y referirnos a Él en el pesebre, en la cruz, en Su resurrección, Su segunda venida, Él, que reina como príncipe de los reyes de la tierra, sí, apuntar a Él en todas partes, como la suma total del Evangelio.
También es llamado “el Evangelio de Cristo,” porque Él es quien lo completará; Él dará el toque final a la obra, así como fue Él quien puso los cimientos. El creyente no comienza en Cristo y luego busca la perfección por sí solo. No, conforme corremos la carrera celestial, estamos todavía mirando a Jesús. Como su mano arrancó al principio el pecado que tan fácilmente nos asedia, y nos ayudó a correr la carrera con paciencia, así esa misma mano sostendrá la rama de olivo de la victoria, que luego formará parte de la guirnalda de gloria que pondrá alrededor de nuestra frente.
Es el Evangelio de Jesucristo: es Su propiedad; da gloria a Su persona, es dulce con el sabor de Su nombre. Por todos lados muestra las huellas de Sus dedos artísticos. Si los cielos son la obra de los dedos de Dios, y la luna y las estrellas existen por su mandato, lo mismo podemos decir de todo Su plan de salvación. Absolutamente todo él ¡gran Jesús! es tu obra, y por tu mandato se mantiene firme.
Pero también es “el Evangelio de Jesucristo,” y aunque esto ha sido explicado cientos de veces, no estará fuera de lugar hacerlo de nuevo. Son “las buenas noticias” “el buen tiempo” de Jesucristo, y son enfáticamente “buenas noticias” porque limpia el pecado, el peor pecado sobre la tierra. ¡Mejor aún, barre con la muerte y el infierno! Cristo vino al mundo para llevarse sobre sus hombros al pecado muy lejos, y lanzarlo al mar rojo de su sangre de la expiación. Cristo, el chivo expiatorio, tomó el pecado de su pueblo sobre su cabeza y lo llevó lejos al desierto del olvido, donde, si fuera buscado nunca podría ser encontrado. Estas son “buenas noticias,” porque afirma que el cáncer que carcome los puntos vitales de la humanidad ha sido curado; que la lepra que ha cubierto aún al propio rostro de la humanidad has sido suprimida; Cristo ha preparado un torrente mejor que el río Jordán, y dice ahora a los hijos de los hombres, “Vé, lávate, y serás limpio.”
Además de eliminar el peor de los males, el Evangelio es “buenas noticias,” porque trae consigo la mejor de las bendiciones. ¿Qué es lo que hace sino dar vida a los muertos? Abre labios que son mudos, oídos que son sordos, y quita el sello de ojos que están ciegos. ¿Acaso no hace de la tierra la morada de la paz? ¿No ha cerrado las puertas del infierno para los creyentes, y no ha abierto las puertas del cielo a todos aquellos que han aprendido a confiar en el nombre de Jesús? “¡Buenas noticias!” Esa palabra “buenas” tiene un doble significado cuando se aplica al Evangelio de Jesucristo. No podían tener mejor ocupación los ángeles cuando fueron y lo anunciaron, y dichosos los hombres que se dedican y se desgastan en la proclamación de tan buenas noticias de gran gozo. “¡Dios es reconciliado!” “¡En la tierra paz!” “¡Gloria a Dios en las alturas!” “¡Paz entre los hombres de buena voluntad!” Dios es glorificado en la salvación, los pecadores son librados de la ira venidera, y el infierno no recibe las multitudes de hombres, sino por el contrario el cielo se llena de una muchedumbre incontable de redimidos por la sangre.
Son “buenas nuevas” también, porque es algo que no pudo ser inventado por el intelecto humano. ¡Fueron buenas noticias para los ángeles! No han cesado todavía de maravillarse por eso, todavía están allí mirando al propiciatorio, y deseando saber más acerca de él. Serán noticias en la eternidad; estaremos:
Su misericordia en los cielos.”
Las “buenas noticias” dichas sencillamente en pocas palabras, son justamente estas “que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándoles en cuenta sus transgresiones.” “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna.” “Fiel es esta palabra y digna de toda aceptación: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.” Suficiente, pues, en cuanto al tema de ¿qué es el Evangelio?
II. Ahora no voy a hablarles a quienes no le dan la bienvenida al Evangelio. Les hablaré en otro momento; ruego a Dios que les ayude a creerlo: pero tengo que hablar en especial a los creyentes. El texto dice que debemos HACER QUE NUESTRA CONVERSACIÓN SEA DIGNA DEL EVANGELIO.
¿Entonces qué tipo de conversación debemos tener? En primer lugar el Evangelio es muy sencillo; no tiene adornos; no está saturado de ornamentos engañosos. Es sencillo: “Ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría;” es grandemente sublime en su sencillez. Que así sea el cristiano. No es conveniente que el ministro cristiano se vista de azul y grana, y lino fino, y vestimentas ceremoniales, y sotanas, pues todo pertenece al Anticristo, y son descritos en el libro de Apocalipsis como las marcas ciertas de la ramera de Babilonia. No le conviene al hombre cristiano o a la mujer cristiana ser culpable de pasar horas y horas en el adorno de sus personas. Nuestro ornamento debe ser: “no el exterior, sino que sea la persona interior del corazón, en lo incorruptible de un espíritu tierno y tranquilo.” Nuestras maneras, nuestro hablar, nuestra forma de vestir, todo nuestro comportamiento deben tener esa sencillez que es verdaderamente el alma de la belleza. Esos que se esfuerzan por hacerse admirables en su apariencia por medio de ornamentos engañosos, se extravían en el camino; la belleza se adorna a sí misma, y “está mejor adornada cuando no tiene ningún adorno.”
El hombre cristiano debe ser sencillo en todos los aspectos. Pienso que dondequiera que encuentres uno, deberías saber de inmediato que es cristiano. No debería ser como esos libros que no puedes entender a menos que alguien te explique todas esas palabras difíciles. El cristiano debe ser un hombre transparente como Natanael: “un verdadero israelita, en quien no hay engaño.” El hombre que entiende el espíritu de su Señor es, como Cristo, un niño-hombre, un hombre-niño. Saben ustedes que lo llamaban “ese santo niño Jesús;” así debe ser nuestro comportamiento, recordando que “si no os volvéis y os hacéis como los niños,” que son eminentemente sencillos y sin complicaciones, no podremos entrar al reino de los cielos.
A continuación, si queremos que nuestra conversación sea digna del Evangelio, debemos recordar que el Evangelio es pre-eminentemente verdadero. No hay nada en el Evangelio que sea falso, ninguna mezcla, nada agregado como un argumento para el hombre, para captar el interés popular; dice la verdad, la verdad desnuda, y si a los hombres no les gusta, el Evangelio no puede evitarlo, pero dice la verdad. Es oro libre de impurezas; agua pura sin mezcla. Así debe ser el cristiano. Debe hacer que su conversación sea verdadera. Los santos son hombres de honor, pero a veces, hermanos, pienso que muchos de nosotros hablamos demasiado para decir simplemente la verdad. No sé cómo puede la gente sacar cada mañana gruesos periódicos con tantas noticias, como si todo fuera verdad; supongo que deben incluir un poco de relleno para completar el tiraje, y mucho de ese relleno es de un material muy pobre. Y la gente que habla y habla y habla, no puede moler todo el grano; seguramente debe ser, al menos en parte, afrecho ordinario. Y en la conversación de un buen número de cristianos que profesan, cuánto no hay de escándalo, para no mencionar la difamación, expresada en contra de otros cristianos. Cuánta falta de caridad, cuánta falsedad voluntaria es expresada por gente que profesa el cristianismo; porque a menudo a la reprensión recibida no se le presta la suficiente atención, y luego se repite de manera descuidada sin importar si la repetición es verdadera o no.
Los labios del cristiano deben conservar la verdad cuando la falsedad se derrama de los labios de todos los demás hombres. Un cristiano no necesita hacer un juramento nunca, porque su palabra es tan buena como un juramento; su “sí” debe ser “sí”; y su “no, no.” Debe vivir y hablar de tal manera que tenga muy buena reputación en toda la sociedad; no tanto por la suavidad de sus maneras, como por la veracidad de sus expresiones. Muéstrenme a un hombre que sea un mentiroso habitual o frecuente, y me estarán mostrando a un hombre que tendrá su porción en el lago hirviendo de fuego y azufre. No me importa a cuál denominación cristiana pueda pertenecer, si un hombre dice lo que no es, estoy seguro que no pertenece a Cristo; y es muy triste saber que en todos los grupos hay algunos que tienen esta grave falta deplorable, que no se puede confiar en lo que dicen. ¡Que Dios nos libre de eso! Nuestra conversación debe ser digna del Evangelio de Cristo, y entonces invariablemente será verdadera; o, si hay algún error en ella, será a causa de un error involuntario y nunca como consecuencia de un propósito o de un descuido.
A continuación, el Evangelio de Jesucristo es un Evangelio valiente. Es completamente lo contrario de esa cosa bonita llamada “caridad moderna.” El último demonio creado es la “caridad moderna.” La “caridad moderna” pasa a nuestro alrededor con su sombrero en la mano, y dice: “Ustedes están bien, todos ustedes están bien. Ya no discutan más; el Sectarismo es una cosa horrible, ¡desháganse de él, desháganse de él!” y así trata de inducir a todo tipo de personas a guardarse una parte de lo que creen, a silenciar el testimonio de todos los cristianos sobre aquellos puntos en los que tienen diferencias. Yo creo que esa cosa llamada Sectarismo en nuestros días no es otra cosa que honestidad verdadera. Sé un Sectario, mi hermano, sé profundamente un Sectario. Quiero decir con ello, mantén todo lo que ves que está en la Palabra de Dios y hazlo con firmeza, y no renuncies ni siquiera a los pequeños fragmentos de la verdad. Al mismo tiempo, aparta ese Sectarismo que hace que odies a otro hombre porque no ve lo que tú ves, ¡apártalo lejos de ti! pero nunca consientas en esa alianza impía, en ese pacto que parece que está controlando todo el país, que quiere poner un candado en la boca de cada hombre y enviarnos por todas partes como si fuéramos mudos: que me dice: “No debes hablar en contra de los errores de tal Iglesia,” y a otro dice: “No debes responder.” ¡No podemos evitar hablar! Si no lo hiciéramos, las piedras de las calles podrían gritar en contra de nosotros. Esa clase de caridad es desconocida para el Evangelio. ¡Ahora escuchen la Palabra de Dios! “El que cree y es bautizado será salvo; el que no cree”–¿Qué? “Llegará al cielo por cualquier otra vía?”-“será condenado;” ese es el Evangelio. Ustedes pueden percibir con qué valentía lanza su censura. No pretende: “¡puedes rechazarme e irte por otro camino, y llegar de alguna manera con seguridad al fin de tu camino!” No, no, no; dice: “serás condenado” ¿Acaso no percibes la forma en que lo pone Cristo? Algunos maestros vienen al mundo y le dicen a todos los demás: “Sí, señores, con el permiso de ustedes, todos están en lo correcto. Sólo tengo uno o dos puntos que ustedes no han enseñado, déjenme un espacio; no los voy a echar fuera; puedo estar en el mismo templo con ustedes.” Pero oigan lo que dice Cristo: “Todos los que vinieron antes de mí eran ladrones y asaltantes, pero las ovejas no les oyeron.” Oigan lo que Su siervo Pablo dice: “Pero aun si nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio diferente del que os hemos anunciado,” –¿Qué pues? “¿Que sea disculpado por su error?” No; sino que: “sea anatema.” Ahora, ese es un lenguaje muy fuerte, pero observen, que así es justamente como debe vivir el cristiano. Así como el Evangelio es muy valiente en lo que tiene que decir, que así sea siempre también el cristiano. Me parece que “vivir” de una manera digna del Evangelio, es siempre una forma valiente e intrépida de vivir.
Algunas personas van arrastrándose por el mundo como si le pidieran permiso a algún gran hombre para vivir. No conocen sus propias mentes; toman sus palabras salidas directamente de sus bocas y las miran y solicitan de uno o dos amigos. “¿Qué piensas de estas palabras?” y si estos amigos las censuran las guardan y no las vuelven a mencionar. Como aguamala, no tienen médula espinal. Ahora Dios ha hecho que los hombres caminen erectos, y es una cosa noble que un hombre se pare derecho sobre sus pies; y es todavía una cosa más noble que un hombre afirme que en Cristo Jesús ha recibido esa libertad que es verdaderamente libertad, y por lo tanto no será esclavo de ningún hombre. “Oh Jehovah,” dice David, “soy tu siervo. Tú rompiste mis cadenas.” ¡Feliz el hombre cuyas cadenas han sido rotas! Que tus ojos sean como los ojos de un águila, sí, más brillantes aún; que nunca sean opacados por los ojos de otro hombre. Que tu corazón sea como el corazón del león, sin ningún miedo, excepto de ti mismo:
la estima de los hombres agonizantes.”
Yo debo vivir como si Dios me vé, como creo que debo vivir, sin importar que los hombres digan lo mejor o lo peor, pues todo eso será para ti como el chirrido de un grillo al ponerse el sol. “¿Quién eres tú para que le tengas miedo a un hombre que va a morir, o al hijo del hombre que no es sino un gusano?” ¡No temas a los hombres! ¡Sé fuerte! ¡Sé valiente! pues sólo así tu conversación será digna del Evangelio de Cristo.
Asimismo, el Evangelio de Cristo es muy tierno. ¡Óiganlo hablar! “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.” He aquí el espíritu de Su fundador: “No quebrará la caña cascada, ni apagará la mecha que se está extinguiendo.” Más aún, el mal carácter, dar coscorrones en la cabeza a la gente, ofenderse por una palabra, todo esto es contrario al Evangelio. Hay algunas personas que parecen haber sido amamantadas con vinagre, y cuyo aspecto en su totalidad va mejor con el Sinaí que con Sión; pensarías que siempre han subido al monte para ser tocados, el monte que arde con un incendio de fuego, pues ellos mismos parecen arder con fuego. Puedo decirles que lo mejor de ellos es más puntiagudo que un seto de espinas. Pero, queridos amigos, que no suceda eso con nosotros. Sean firmes, sean valientes, no tengan miedo, pero sean cautelosos. Si tienen el corazón de un león, tengan la mano de una dama; que haya tal ternura en su comportamiento que los niños no sientan ningún temor de acercarse a ustedes, y que el publicano y la ramera no se vayan huyendo por su hostilidad, sino que reciban una invitación por la ternura de sus palabras y de sus hechos.
De la misma manera, el Evangelio de Cristo está lleno de amor. Es el mensaje del Dios de amor a la raza caída y perdida. Nos dice: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna. Proclama en cada palabra Su gracia: “que nos amó y quien se dio a sí mismo por nosotros.” “Nadie tiene mayor amor que éste, que uno ponga su vida por sus amigos.” Esta misma mente que estaba en Cristo Jesús debe morar ricamente en nosotros. Su último mandamiento a sus discípulos fue: “que os améis los unos a los otros.” Quien ama es nacido de Dios, mientras que sin esta gracia, no importa nuestra opinión de nosotros mismos, o lo que otros piensen de nosotros, somos realmente a los ojos de Dios sólo bronce que resuena o un címbalo que retiñe.
¿No es esta una época en que haríamos bien en dirigir nuestra atención a la flor del paraíso? La atmósfera de la Iglesia debería fortalecer esta planta celestial a su perfección más elevada. El mundo debería señalarnos y decir: “Miren cómo estos cristianos se aman unos a otros. No de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad.” No me importa ese amor que me llama mi queridísimo hermano, y luego si difiero en sentimiento o en práctica, me trata como un cismático, me niega los derechos de hermandad, y si no me suscribo a una contribución forzada e impuesta para recoger fondos, se apodera de todos mis bienes y los vende en nombre de la ley, el orden, la Iglesia y Cristo. De todo ese amor fingido líbranos Señor. ¡Oh! pero que haya una unión real y de todo corazón y amor a todos los santos. Que nos demos cuenta del hecho que somos uno en Cristo Jesús. Al mismo tiempo oren pidiendo más amor para todos los hombres. Debemos amar a todos los que nos oyen, y el Evangelio debe ser predicado por nosotros a todas las criaturas. Odio al pecado en cualquier parte, pero amo y deseo amar cada vez más, cada día, las almas de los peores hombres, de los más viles de los hombres. Sí, el Evangelio habla de amor, y debo transpirarlo en todo lo que hago y todo lo que digo. Si nuestro Señor fue el amor encarnado, y nosotros somos sus discípulos: “Que todos nos conozcan y sepan que hemos estado con Jesús y hemos aprendido de Él.”
El Evangelio de Cristo es también el Evangelio de misericordia, y si un hombre quiere actuar como es digno del Evangelio, debe ser un hombre misericordioso. ¿Lo estoy viendo? Está orando. Ha estado en la mesa de la comunión, y ha estado tomando el vino que representa la sangre del Salvador. ¡Qué buen hombre es! Véanlo el día lunes: tiene a su hermano agarrado del cuello y está diciéndole: “Paga lo que debes.” ¿Acaso eso es digno del Evangelio de Cristo? Allí está sentado; va a dar su contribución a una obra de caridad, pero va a explotar a su costurera, se va a engordar con su sangre y sus huesos; va a apoderarse de los pobres si puede, y los va a vender, y se los va a comer como si fueran pan, y sin embargo, al mismo tiempo: “como pretexto hacen largas oraciones.” ¿Acaso esto es digno del Evangelio de Cristo? No lo considero así. El Evangelio de Cristo es misericordia, generosidad, liberalidad.
Recibe al mendigo y escucha su clamor; elige aun al más vil y sin ningún merecimiento, y esparce abundantes bendiciones sobre ellos, y llena el pecho del desnudo y del hambriento con buenas cosas. Que la conversación de ustedes sea digna del Evangelio de Cristo. Los avaros entre ustedes, los tacaños entre ustedes no tienen una conversación digna del Evangelio de Cristo. Podría haber mucho dinero en el tesoro de Dios, para la Iglesia de Dios y para los pobres de Dios, si no hubieran personas que parecen vivir sólo para acumular y para atesorar; su vida es diametralmente opuesta a toda la corriente y al espíritu del Evangelio de Cristo Jesús. Perdona a todos los que te ofenden, ayuda tanto como te sea posible, vive una vida de generosidad; debes estar preparado, en lo que puedas, a hacer el bien a todos los hombres, y especialmente a los de la casa de la fe, y así tu conversación será digna del Evangelio de Cristo.
Sin embargo no debo dejar de expresar que el Evangelio de Cristo es santo. Nunca lo van a encontrar excusando al pecado. Lo perdona, pero no sin una expiación tan terrible, que el pecado no puede verse nunca más pecaminoso que en el acto de misericordia que lo quita. “¡Santo! ¡Santo! ¡Santo!” es el grito del Evangelio, y tal es la exclamación de los querubines y de los serafines. Ahora, si nuestra conversación debe ser como el Evangelio, debemos ser santos también. Hay cosas que el cristiano no debe ni siquiera nombrar, mucho menos tolerarlas. Los peores vicios son para el cristiano cosas que deben esconderse detrás de la cortina, y ser totalmente desconocidas. Los goces y los placeres del mundo, en la medida que sean inocentes, son suyos, como también lo son de otros hombres; pero cuando son pecaminosos o se vuelven dudosos, los descarta con repugnancia, pues él tiene sus fuentes secretas de gozo, y no necesita ir para beber el agua de ese río lodoso que tanto gusta a los sedientos del mundo. Busca ser santo, como Cristo es santo; y no hay ninguna conversación digna del Evangelio de Cristo excepto esa.
III. Queridos amigos, podría continuar así, pues el tema es muy amplio, y sólo me detengo, porque desafortunadamente para mí, aunque tal vez felizmente para su paciencia, mi tiempo se ha terminado. Habiendo simplemente indicado lo que debe ser la vida cristiana, debo implorarles en pocas palabras, que por el poder de Dios el Espíritu Santo, busquen adecuar sus vidas de esa manera. Podría mencionar muchas razones. Sólo voy a darles una o dos.
La primera es, si no viven una vida así, harán que sus hermanos, que son inocentes de su pecado, sufran. Este debería ser un motivo lo suficientemente poderoso. Si un hombre pudiera deshonrarse a sí mismo, y llevar la culpa él solo, podríamos tolerarlo, pero no puede ser así. Digo, señor, que si te ven intoxicado, o si saben que caes en un pecado de la carne, vas a convertir la vida de cada pobre jovencita en la iglesia más difícil de lo que ya es, y cada joven que tiene que soportar la persecución sentirá que has puesto un aguijón en las flechas de los impíos, que de otra manera no tendrían municiones. Pecas en contra de la congregación del pueblo de Dios. Sé que hay algunos aquí presentes que tienen que sufrir mucho por causa de Cristo. La burla suena en tus oídos desde la mañana hasta la noche, y aprendes a soportarlo virilmente; pero es muy difícil que te puedan decir: “Mira a fulano de tal, él es un miembro de una iglesia, y mira lo que hizo. Todos ustedes son un grupo de hipócritas.”
Ahora, mis queridos amigos, ustedes saben que eso no es verdad; ustedes saben que hay muchas personas en nuestras iglesias de quienes el mundo no es digno. Los excelentes, los devotos, los que se asemejan a Cristo; no pequen, entonces, en razón de ellos, para no afligirlos, y vejarlos cruelmente.
Asimismo, ¿acaso no ven cómo hacen sufrir a su Señor, puesto que ellos no solamente dejan sus pecados en la puerta correspondiente, sino que afirman que eso resulta de su religión. Si ellos imputaran la necedad al necio, no me importaría, pero ellos la imputan a la sabiduría que debió convertir al necio en sabio, si hubiera podido aprender. Lo pondrán en mi puerta (eso no importa mucho) hace mucho tiempo perdí mi carácter; pero no puedo soportar que lo pongan a la puerta de Cristo. A la puerta del Evangelio. Cuando mencioné hace unos momentos que yo he perdido mi carácter, quise decir simplemente esto, que el mundo me desprecia, y no quisiera que fuera de otra manera, que así sea. No hay ningún amor perdido entre nosotros.
Si el mundo odia al ministro de Cristo, sólo puede decir que desea que nunca pueda heredar la maldición de quienes aman al mundo: “el amor del Padre no está en él.” Sin embargo siempre ha sido el destino del verdadero ministro cristiano ser el blanco de la calumnia y, sin embargo, él se gloría en la cruz con toda su vergüenza. Pero sé, queridos amigos, que no quisieran, ninguno de ustedes, que yo soportara los reproches de sus pecados, y sin embargo tengo que hacerlo a menudo. No tan a menudo, para algunos, aunque sí para otros. Hay personas a quienes debo decirles, aún con lágrimas en mis ojos, que son los enemigos de la cruz de Cristo; y algunos otros a quienes arrebatamos del fuego, odiando hasta la ropa contaminada por su carne, pero que acarrean un triste deshonor sobre nosotros, sobre el ministerio, sobre el Evangelio y sobre el propio Cristo. No quieren hacer eso, al menos, espero que no; entonces que su conversación sea digna del Evangelio de Cristo.
Y luego recuerden, queridos amigos, que a menos que su conversación sea así, derribarán todo el testimonio que han dado acerca de Cristo. ¿Cómo pueden creerles sus alumnos de la escuela dominical, cuando ven que sus acciones contradicen su enseñanza? ¿Cómo pueden sus propios hijos en el hogar creer en su religión, cuando ven la impiedad de su vida? Los compañeros trabajadores de la fábrica no podrán creer en su asistencia a reuniones de oración, cuando los ven caminando de manera inconsistente en medio de ellos. ¡Oh! la gran cosa que la Iglesia necesita es más santidad. Los peores enemigos de la Iglesia no son los infieles. Realmente uno no sabe quiénes son los infieles en nuestros días; son tan insignificantes, son tan pocos, que uno tendría que salir de cacería para encontrarlos; pero los peores enemigos de la Iglesia son los hipócritas, los formalistas, los que profesan solamente de palabra, los que siguen de manera inconsistente su camino. Ustedes, (si hay algunos aquí presentes) derriban los muros de Jerusalén, abren sus puertas para que entre el enemigo, y en lo que a ustedes respecta, ustedes sirven al diablo. ¡Que Dios los perdone! ¡Que Cristo los perdone! ¡Que este atroz pecado les sea lavado! ¡Que sean traídos en humildad a los pies de la cruz, para aceptar la misericordia que, al menos hasta ahora, ustedes han rechazado!
Es molesto pensar cómo hay personas que se atreven a permanecer como miembros de iglesias cristianas, y aun apoderarse de un púlpito, cuando están conscientes que su vida privada es detestable. ¿Oh, cómo pueden hacer eso? ¿Cómo es posible que sus corazones se hayan vuelto tan duros? ¡Qué! ¿Acaso el diablo los ha hechizado? ¿Ha logrado el diablo que dejen de ser hombres para convertirlos también en diablos? ¿Que se atrevan a orar en público, tomar la santa cena, y administrar las ordenanzas, mientras sus manos están sucias, y sus corazones no están limpios, y sus vidas están llenas de pecado?
Los exhorto, a aquellos cuyas vidas no sean consistentes, que renuncien a su profesión, o de lo contrario vivan sus vidas como debe ser. ¡Porque el Espíritu eterno, que todavía tiene su aventador en su Iglesia, aventará la paja y dejará solamente el buen trigo dorado sobre el piso! Y si ustedes saben que están viviendo en algún pecado, que Dios les ayude a lamentarlo, a odiarlo, y que vayan a Cristo con ese pecado de inmediato; que se acerquen, le laven Sus pies con sus lágrimas, que se arrepientan sin ningún fingimiento, para comenzar de nuevo en Su fuerza una vida que sea digna del Evangelio.
Me parece que oigo a alguna persona impía que dice: “Como yo no hago ninguna profesión de fe, yo estoy bien.” Ahora bien, ¡escúchame, querido amigo, escúchame! Tengo una palabra para ti. Un hombre es presentado ante los magistrados, y dice: “Nunca he afirmado que soy un hombre honesto.” “oh,” dice el magistrado, “entonces te condeno a seis meses de cárcel:” pues ven que es un villano descarado. Y tú que dices: “Oh, nunca he hecho una profesión de fe,” pues por ponerte en ese terreno, tú mismo te colocas entre los condenados. Pero algunas personas hacen alarde de esto: “Nunca he hecho una profesión de fe.” ¿Acaso nunca has hecho una profesión de cumplir tu deber para con tu Hacedor? ¿Nunca has hecho una profesión de ser obediente al Dios en cuyas manos está tu aliento? ¿Nunca has hecho una profesión de ser obediente al Evangelio?
Pues entonces tu juicio será muy corto, tendrá muy poca duración cuando seas juzgado al fin; no se necesitarán testigos, pues nunca hiciste una profesión, nunca pretendiste ser justo. ¿Qué pensarías de un hombre que dijera: “Bien, yo nunca he profesado decir la verdad?” Otro dice: “Yo nunca he profesado ser casto.” Entonces tú dirías: “¡Alejémonos de la compañía de este individuo ya que evidentemente nada bueno puede salir de él, ya que no es bueno ni para hacer una profesión!” Digo esto de una manera muy fuerte para que lo recuerden; les pido que vayan a casa y simplemente mediten en esto: “Nunca he hecho una profesión de ser salvo. Nunca he hecho una profesión de arrepentirme de mis pecados, y por lo tanto cada día estoy haciendo la profesión de ser enemigo de Dios, de ser impenitente, de no ser un creyente; y cuando el demonio venga por los suyos él me va a reconocer, pues hago la profesión de ser uno de los suyos al no hacer una profesión de ser de Cristo.” El hecho es que le pido a Dios que nos traiga a todos aquí, primero para ser de Cristo, y luego para hacer una profesión de ello. Oh, que el corazón de ustedes pueda ser lavado con la sangre de Cristo, y luego, habiéndole dado ese corazón a Cristo, darlo al pueblo de Cristo. El Señor bendiga mis palabras por Cristo Jesús. Amén.
Nota del traductor: El versículo que utiliza Spurgeon para predicar este sermón está tomado de la Versión King James de la Biblia, en inglés, que dice así “Only let your “conversation” be as it becometh the gospel of Christ. Philipians 1:27
Casi todas las versiones en español utilizan conducta. Sin embargo, el sentido del sermón se mantiene.
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