SERMON#573 – La Regeneración Bautismal – Charles Haddon Spurgeon

by Apr 27, 2022

Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí:http://spurgeon.com.mx/sermon573.html

 

“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” — Marcos 16: 15-16

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En el versículo precedente nuestro Señor Jesucristo nos descubre un poco el carácter natural de los apóstoles que Él había seleccionado para que fueran los primeros ministros de la Palabra. Evidentemente ellos eran hombres con pasiones semejantes a las nuestras y necesitaban ser reprendidos al igual que nosotros. En la ocasión en que el Señor envió a los once para que predicaran el Evangelio a toda criatura, Él “se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado;” de lo cual podemos deducir con seguridad que para la predicación del Evangelio, le agradó al Señor elegir hombres imperfectos; hombres, igualmente, que por sí solos eran muy débiles en la gracia de la fe en la que era de suma importancia que alcanzaran la excelencia.

La fe es la gracia conquistadora, y sobre todas las cosas es el principal requisito para un predicador de la Palabra; y sin embargo, los hombres que habían sido elegidos y honrados para que fueran los líderes de la cruzada divina, necesitaban una reprensión en relación a su incredulidad. ¿Por qué fue esto así? Pues, mis hermanos, fue porque el Señor ha ordenado siempre que nosotros tengamos este tesoro en vasijas de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios y no de nosotros.

Si ustedes encontraran un ministro perfecto, entonces la alabanza y la honra de su utilidad podrían ser atribuidos al hombre; pero a Dios le agrada seleccionar con frecuencia, para una utilidad eminente, a hombres visiblemente honestos y sinceros, pero que poseen una manifiesta debilidad a causa de la cual toda la gloria es suprimida para ellos y otorgada a Él mismo, y únicamente a Él. Nunca debe suponerse que nosotros que somos ministros de Dios, excusamos nuestras faltas o pretendemos poseer la perfección. Nos esforzamos por caminar en santidad, pero no podemos argumentar que somos todo lo que deseamos ser. Nosotros no basamos las demandas de la verdad de Dios sobre nuestros caracteres sin mancha, sino sobre el hecho que vienen de Él. Ustedes han creído a pesar de nuestras debilidades y no a causa de nuestras virtudes; si, en verdad, ustedes hubieran creído nuestra palabra debido a nuestra supuesta perfección, su fe se basaría en la excelencia del hombre y no en el poder de Dios.

A menudo venimos a ustedes con mucho temblor, afligidos por nuestras insensateces y debilidades, pero les presentamos la Palabra de Dios como la Palabra de Dios, y les suplicamos que la reciban no como viniendo de nosotros, pobres y simples mortales, sino como procedente del Eterno y Tres Veces Santo Dios; y si la reciben como tal, y son conmovidos por su propia fuerza vital y son sacudidos hacia Dios y Sus caminos, entonces la obra de la Palabra es una obra segura, y no sería ni podría serlo, si descansara de alguna manera en el hombre.

Habiéndonos dado el Señor de esta manera un vislumbre del carácter de las personas a quienes Él había escogido para que proclamaran Su verdad, prosigue luego a entregar a los campeones elegidos, su comisión para la Guerra Santa. Les ruego que analicen las palabras con un cuidado solemne. Él resume en unas pocas palabras todo su trabajo, y al mismo tiempo les anuncia anticipadamente el resultado del mismo, diciéndoles que, sin duda, algunos creerían y serían salvos, y otros no iban a creer y por lo tanto, con absoluta certeza, serían condenados, esto es, condenados para siempre al castigo de la ira de Dios.

Las líneas que contienen la comisión de nuestro Señor ascendido, son ciertamente de suma importancia, y demandan una devota atención y una obediencia implícita, no solamente de quienes aspiran a la obra del ministerio, sino también de todos los que oyen el mensaje de misericordia. Un claro entendimiento de estas palabras es absolutamente necesario para nuestro éxito en la obra de nuestro Señor, pues si no entendemos la comisión, no es probable que la desempeñemos correctamente. Alterar estas palabras sería algo más que impertinencia; implicaría el crimen de traición en contra de la autoridad de Cristo y de los mejores intereses de las almas de los hombres. Oh, necesitamos gracia para que seamos muy celosos en relación a ésto.

Dondequiera que iban los apóstoles, se encontraban con obstáculos que se oponían a la predicación del Evangelio, y entre más abierta y eficaz era la puerta para la predicación, más numerosos eran los adversarios. Estos hombres valerosos blandían de tal manera la espada del Espíritu, que ponían en fuga a todos sus enemigos; y no lo hacían por habilidad o astucia, sino cortando de manera directa el error que les obstruía el paso. Nunca soñaron ni por un momento en adaptar el Evangelio a los gustos profanos o a los prejuicios de la gente, sino que de inmediato hacían caer con ambas manos la poderosa espada del Espíritu, con arrojo y de manera directa sobre la cabeza del error que se les oponía.

Hoy, en el nombre del Señor de los Ejércitos, mi Ayuda y mi Defensa, voy a intentar hacer lo mismo; y si provoco alguna hostilidad, si por hablar lo que creo que es verdad pierdo la amistad de algunos y provoco la enemistad de más, no me importa. La carga del Señor está sobre mí, y debo liberar mi alma. He sentido renuencia a asumir el trabajo, pero me veo forzado a hacerlo por un terrible y sobrecogedor sentido de un solemne deber. Puesto que pronto me deberé presentar ante el tribunal de mi Señor, voy a dar mi testimonio por la verdad el día de hoy, si voy a hacerlo alguna vez en mi vida, y voy a asumir todos los riesgos. Estaría contento si soy echado fuera como alguien malo, si ese fuera el caso, pero no puedo ni me atrevo a guardar silencio. El Señor sabe que no albergo nada en mi corazón, excepto el más puro amor hacia las almas de quienes siento imperativamente que deben ser llamados a una dura reprensión en el nombre del Señor. Entre mis lectores, un número considerable me va a censurar si es que no me va a condenar, pero no me importa. Si pierdo su amor por causa de la verdad, lo lamento por ustedes, pero ni puedo ni debo hacer otra cosa. Es tanto como el valor de mi alma guardar silencio por más tiempo y ya sea que lo aprueben o no, yo debo hablar.

¿He buscado alguna vez su aprobación? Es dulce que lo aplaudan a uno; pero si por causa de los consuelos de la respetabilidad y de las sonrisas de los hombres, un ministro cristiano no presenta una parte de su testimonio, al final su Señor lo requerirá de sus manos. Hoy, estando en la inmediata presencia de Dios, voy a decir honestamente lo que siento, según la capacidad que me dé el Espíritu Santo; y yo dejaré este asunto para que ustedes lo juzguen, pues ustedes responderán por ese juicio en el último gran día.

Me parece que el gran error con el que tenemos que luchar en toda Inglaterra (y está creciendo cada vez más) es uno que está en oposición directa a mi texto, muy conocido por ustedes como la doctrina de la regeneración bautismal. Vamos a confrontar este dogma con la afirmación que EL BAUTISMO SIN FE NO SALVA A NADIE. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo;” pero independientemente que un hombre sea bautizado o no, afirma “mas el que no creyere, será condenado:” de tal forma que el bautismo no salva al incrédulo, es más, no lo libra de ninguna manera de la condenación común de todos los impíos. Puede haber sido bautizado, o puede no haber sido bautizado, pero si no cree, será invariablemente condenado con absoluta certeza. Ya sea que sea bautizado por inmersión o por aspersión, en su infancia o en su edad adulta, si no es conducido a poner su fe en Jesucristo; si él sigue siendo incrédulo, entonces esta terrible condenación es pronunciada sobre él: “Mas el que no creyere, será condenado.”

Yo no conozco a ninguna iglesia protestante de Inglaterra que enseñe la doctrina de la regeneración bautismal, excepto una, y sucede que esa es la corporación que no con demasiada humildad se llama a sí misma la Iglesia de Inglaterra. Esta denominación que es muy poderosa, no enseña esta doctrina simplemente a través de una sección de sus ministros, que caritativamente podrían ser considerados como los pámpanos malos de la vid, sino que abiertamente, audazmente, y claramente declara esta doctrina en su propio estándar establecido, el Libro de la Oración Común, y lo hace con palabras tan expresas, que mientras el lenguaje es un canal para transmitir un sentido inteligible, ningún proceso que no sea una lucha violenta con su sentido claro podría hacerlas decir jamás algo diferente.

Aquí tenemos sus palabras: y estamos citando el Catecismo que tiene por objetivo la instrucción de los jóvenes, y es naturalmente muy sencillo y muy claro, pues sería una insensatez confundir a los jóvenes con refinamientos metafísicos. Se le pregunta al niño su nombre, y luego se le interroga, “¿Quién te dio este nombre?” “Mis padrinos y mis madrinas en mi bautismo; en el cual fui hecho un miembro de Cristo, un hijo de Dios y un heredero del Reino de los Cielos.” ¿Acaso no está lo suficientemente definido y claro? Yo valoro estas palabras por su candor; no podrían ser más claras. En tres ocasiones se repite lo mismo, para que no haya ninguna duda al respecto. Puede forzarse la palabra regeneración,para que por alguna suerte de malabarismo, signifique otra cosa, pero en este caso no puede existir ningún malentendido. El niño es convertido no solamente en “un miembro de Cristo” (la unión con Cristo no es un don espiritual insignificante) sino que es también hecho en el bautismo “un hijo de Dios;” y puesto que la regla es, “si hijos, entonces herederos,” él es también hecho “un heredero del reino de los cielos.” Nada puede ser más claro. Me atrevo a decir que mientras la honestidad permanezca sobre la tierra, el significado de estas palabras no admitirá disputa alguna. Es tan claro como la luz del mediodía que, como dice la Rúbrica, “Padres, madres, señores y señoras, han de hacer que sus hijos, sirvientes y aprendices,” independientemente de cuán perezosos, inconstantes o malvados puedan ser, aprendan el Catecismo, y digan que en el bautismo fueron hechos miembros de Cristo e hijos de Dios.

La forma para la administración de este bautismo es escasamente menos clara y franca, y se puede ver que se le dan expresamente gracias al Dios Todopoderoso porque la persona bautizada es regenerada. “Entonces el sacerdote dirá, ‘Viendo ahora, amadísimos hermanos, que este niño es regenerado e injertado en el cuerpo de la Iglesia de Cristo, demos gracias al Dios Todopoderoso por estos beneficios; y unánimemente elevemos nuestras oraciones a Él, para que este niño viva el resto de su vida de acuerdo a este comienzo.‘” Y ésto no es todo, pues para que no haya margen de error, tenemos las palabras prescritas de acción de gracias, “Entonces el sacerdote dirá, ‘te damos gracias de todo corazón, Padre misericordiosísimo, porque te ha agradado regenerar a este infante con Tu Espíritu Santo, para recibirlo como tu propio hijo en adopción, y para incorporarlo en Tu santa Iglesia.’

Esta es, entonces, la enseñanza clara y evidente de una iglesia que se llama a sí misma “protestante.” No estoy tratando de ningún modo ahora con el tema del bautismo infantil en sí: no tengo nada que decir acerca de eso el día de hoy. Ahora estoy considerando el asunto de la regeneración bautismal, ya sea en adultos o en infantes, o ya sea atribuida a la aspersión, derramamiento o inmersión. ¡He aquí una iglesia que enseña cada día domingo en la escuela dominical, y debería hacerlo abiertamente a toda la congregación, de acuerdo con la Rúbrica, que fueron hechos miembros de Cristo, hijos de Dios y herederos del reino de los cielos, cuando fueron bautizados! He aquí una iglesia que profesa ser protestante, en la cual, cada vez que su ministro va a la pila bautismal, declara que cada persona que recibe el bautismo allí, es en ese lugar y en ese momento “regenerada e injertada en el cuerpo de la Iglesia de Cristo.”

“Pero,” me parece que escucho a muchas buenas personas que exclaman, “hay muy buenos clérigos en la iglesia que no creen en la regeneración bautismal.” Para ésto tengo una rápida respuesta. Entonces, ¿por qué pertenecen a una iglesia que enseña esa doctrina en los términos más claros? Se me dice que muchas personas en la Iglesia de Inglaterra predican contra esa enseñanza. Yo sé que lo hacen, y me gozo por el entendimiento que poseen, pero yo me cuestiono, seriamente me cuestiono acerca de su moralidad. Si yo juro que yo asiento y consiento sinceramente en una doctrina en la que no creo, parecería a mi conciencia que eso es algo muy parecido al perjurio, si es que no es un perjurio categórico y absoluto; pero los que hacen eso van a ser juzgados por su propio Señor.

Para mí, aceptar dinero para defender aquello en lo que no creo; para mí, aceptar el dinero de una iglesia y luego predicar en contra de lo que de manera sumamente evidente son sus doctrinas; yo digo, para mí, hacer esto (yo juzgo a otros como quisiera que me juzgaran a mí), para mí, o para cualquier otro hombre honesto y sincero, hacer eso sería una atrocidad tan grande, que si yo hubiera perpetrado ese acto, me consideraría fuera del límite de la veracidad, de la honestidad y de la moralidad común.

Señores, cuando yo acepté el oficio de ministro de esta congregación, investigué para saber cuáles eran sus artículos de fe; si no hubiera creído en ellos, no habría aceptado la invitación, y cuando cambie de opinión pueden tener la seguridad que, como un hombre honesto voy a renunciar a mi oficio, pues ¿cómo podría profesar algo que está contenido en su declaración de fe, y en mi propia predicación proclamar algo totalmente diferente? ¿Acaso aceptaría yo su pago para luego pararme en el púlpito cada día domingo y hablar en contra de las doctrinas de su declaración de fe?

Que los clérigos juren o afirmen que dan su solemne asentimiento y consentimiento a aquello en lo que no creen, es una de las más groseras piezas de inmoralidad perpetradas en Inglaterra, y es sumamente pestilencial en su influencia, puesto que directamente enseña a los hombres a mentir en aquellas circunstancias en que se considere necesario para ganarse la vida o para aumentar su supuesta utilidad: de hecho es un abierto testimonio salido de labios sacerdotales, que al menos en los asuntos eclesiásticos, la falsedad puede expresar la verdad, y la verdad en sí es un simple ente sin importancia que en realidad no existe.

No conozco nada más calculado para corromper la mente pública que la falta de sinceridad en los ministros; y cuando los hombres mundanos escuchan a los ministros denunciar las mismas cosas que su propio Libro de la Oración enseña, entonces se imaginan que las palabras no tienen significado en el mundo eclesiástico, y que las diferencias vitales en la religión son meramente trivialidades, y que no importa mucho lo que crea verdaderamente un hombre, en tanto que sea caritativo con los demás. Si el bautismo efectivamente regenera a la gente, entonces ese hecho debe predicarse con voz de trompeta, y que nadie se avergüence de creer en eso. Si este es realmente su credo, entonces deben tener entera libertad para su propagación.

Hermanos míos, en este asunto se comportan con honradez aquellos clérigos que, suscribiéndose al Libro de la Oración, creen en la regeneración bautismal y la predican claramente. Dios no permita que censuremos a quienes creen que el bautismo salva el alma, porque son miembros de una iglesia que enseña esa misma doctrina. Hasta aquí son hombres honestos; y en Inglaterra, como en cualquier otro lado, que nunca les falte una plena tolerancia. Opongámonos a su enseñanza utilizando todos los medios Escriturales y de la inteligencia, pero respetemos su valor al proporcionarnos sus puntos de vista. Yo odio su doctrina pero amo su honestidad; y en la medida que hablen lo que consideran que es la verdad, dejemos que hablen, y entre más claro, mejor. Adelante, señores, dígannos, sea lo que sea, lo que quieran decir. En cuanto a mí concierne, me gusta estar frente a frente a un adversario honesto. Los corazones sinceros no presentan ninguna objeción a una guerra abierta y valiente, excepto en cuanto al terreno de la disputa; es a la enemistad encubierta a la que tenemos mucha razón de temer y la mejor de las razones para aborrecer. La astuta amabilidad que me seduce para que sacrifique los principios es la serpiente en la hierba; resulta mortal para el incauto caminante.

Donde la unión y la amistad no están cimentadas sobre la verdad, se convierten en una confederación impía. Es hora de poner fin a los flirteos de hombres honestos con quienes creen de una manera y juran de otra. Si los hombres creen que el bautismo obra la regeneración, que lo digan; pero si no lo creen en lo íntimo de sus corazones, y sin embargo lo suscriben, y lo que es peor, se ganan la vida al suscribir las palabras que lo afirman, que se busquen socios de la misma calaña entre hombres que pueden usar frases ambiguas y cambiar de opinión, pues los hombres honestos ni les pedirán ni aceptarán su amistad.

Nosotros no tenemos ninguna duda en relación a este punto. Declaramos que las personas no se salvan por ser bautizadas. Con una audiencia como ésta, casi me da vergüenza tocar este asunto, pues ustedes saben lo suficiente como para no ser engañados. Sin embargo, por el bien de otros lo abordaremos.

Nosotros sostenemos que las personas no son salvadas por el bautismo, pues pensamos, primero que nada, que parece inapropiado en relación a la religión espiritual que vino a enseñar Cristo, que hiciera depender la salvación de una simple ceremonia. Posiblemente el judaísmo podría incorporar esta ceremonia, como un tipo, a sus ordenanzas esenciales para la vida eterna; pues era una religión de tipos y sombras. Las religiones falsas de los paganos podrían inculcar la salvación por un proceso físico, pero Jesucristo pide fe en Él, que es puramente espiritual, y ¿cómo podría Él asociar la regeneración con una peculiar aplicación de agua? No puedo ver cómo podría ser un Evangelio espiritual, pero puedo ver cuán mecánico sería, si fuera enviado para enseñar que derramar tantas gotas sobre la frente, o aun sumergir a una persona en el agua, puede salvar el alma.

Esta me parece que es la religión más mecánica existente ahora y que está a la par de los molinos de viento que oran en el Tíbet, o del subir y bajar la escalinata de Pilatos como lo hizo Lutero en sus días de oscuridad. La operación del bautismo de agua no parece tocar el punto involucrado en la regeneración del alma, ni siquiera a mi fe. ¿Cuál es el vínculo necesario entre el agua y la victoria sobre el pecado? Yo no veo que pueda existir ninguna conexión entre la aspersión, o la inmersión, y la regeneración, de tal forma que una esté necesariamente vinculada a la otra, en ausencia de la fe. Usadas por fe, si Dios lo hubiera mandado, podrían hacer milagros; pero sin fe o aun sin conciencia, como sucede con los bebés, ¿cómo pueden estar conectados necesariamente los beneficios espirituales con el derramamiento de agua?

Si tu enseñanza es que la regeneración se da con el bautismo, yo digo que parece la enseñanza de una iglesia que no es auténtica, que astutamente ha inventado una salvación mecánica para engañar a mentes ignorantes, sensuales y rastreras, en vez de ser la enseñanza del más profundamente espiritual de todos los maestros, que censuró a los escribas y fariseos por considerar los ritos externos como más importantes que la gracia interior.

Pero me parece que un argumento que tiene mayor fuerza es que el dogma no se apoya en los hechos. ¿Acaso todas las personas que son bautizadas son hijos de Dios? Bien, echemos una mirada a la familia divina. ¡Observemos su semejanza con su glorioso Padre! ¿Tengo razón si digo que miles de los que han sido bautizados en su infancia se encuentran ahora en las cárceles? Pueden verificar el hecho si ustedes quieren, solicitándolo a las autoridades de la prisión. ¿Creen ustedes que estos hombres, muchos de los cuales han vivido en el saqueo, en el crimen, en el robo, o en la falsificación, son regenerados? Si así fuera, que el Señor nos libre de tal regeneración. ¿Acaso son estos villanos miembros de Cristo? Si es así, Cristo ha cambiado tristemente desde el día en que era santo, inocente, sin mancha y separado de los pecadores. ¿Realmente ha aceptado Él como miembros de Su cuerpo a borrachos y a prostitutas? ¿No se rebelan ustedes ante tal suposición? Es un hecho bien conocido que personas bautizadas han ido a la horca. ¡Ciertamente no puede ser justo que cuelguen a los herederos del reino de los cielos! ¡Nuestros alguaciles tienen mucho que responder por oficiar en la ejecución de los hijos de Dios, y por colgar de la horca a los miembros de Cristo!

Qué farsa tan detestable es la que se lleva a cabo en el sepulcro abierto, cuando “un querido hermano” que ha muerto borracho es enterrado en una “segura y cierta esperanza de la resurrección para la vida eterna,” y con la oración que “cuando partamos de esta vida podemos descansar en Cristo, así como nuestra esperanza es que este nuestro hermano lo haga.” Aquí tenemos a un hermano regenerado, que habiendo contaminado al pueblo con una constante impureza y una borrachera bestial, murió sin ninguna señal de arrepentimiento, y sin embargo, el profeso ministro de Dios le concede ritos funerales que son negados a los inocentes que no han sido bautizados, y deposita al réprobo en la tierra en “segura y cierta esperanza de la resurrección para la vida eterna.” Si la vieja Roma en sus peores días perpetró jamás una pieza de impostura más descarada que ésta, no estoy entendiendo las cosas correctamente; si no se requiere un Lutero para lamentar esta hipocresía semejante a la que han llevado a cabo los Papas, entonces ni siquiera sé que dos más dos suman cuatro.

¿Creemos nosotros (nosotros que bautizamos sobre la base de una profesión de fe, y bautizamos por inmersión de la manera que es reconocida como correcta, aunque algunos no concedan que el método sea absolutamente necesario para su validez), nosotros que bautizamos en el nombre de la sagrada Trinidad como lo hacen otros, acaso creemos que el bautismo regenera? No lo creemos. Ni en el justo ni en el impío encontramos regeneración obrada por el bautismo. Nunca hemos conocido a ningún creyente, independientemente de cuán instruido sea en las cosas divinas, que pudiera atribuir su regeneración a su bautismo; y por otro lado, debemos confesar con tristeza, pero sin embargo sin ninguna sorpresa, que hemos visto a personas a las que nosotros mismos hemos bautizado de conformidad al precedente apostólico, regresar al mundo y cometer los pecados más inmundos, y su bautismo escasamente ha sido un freno para ellos, porque no han creído en el Señor Jesucristo.

Todos los hechos ilustran que cualquier bien que pudiera haber en el bautismo, ciertamente no convierte al hombre en “un miembro de Cristo, un hijo de Dios y un heredero del reino de los cielos,” o de lo contrario muchos ladrones, frecuentadores de prostitutas, borrachos, fornicarios y asesinos, son miembros de Cristo, hijos de Dios y herederos del reino de los cielos.

Los hechos, hermanos, están firmemente en contra de esta doctrina de los Papas; y los hechos son cosas innegables.

Aún más, yo estoy persuadido que la representación llamada bautismo, por el Libro de la Oración, no tiene ninguna posibilidad de regenerar y salvar. ¿Cómo se lleva a cabo ésto? Uno tiene mucha curiosidad por saber, cuando oye de una operación que convierte a los hombres en miembros de Cristo, hijos de Dios y herederos del reino de los cielos, cómo se lleva a cabo ésto. En sí misma debe ser una cosa santa, veraz en todos sus detalles, y edificante en cada porción.

Ahora, vamos a suponer que tenemos a un grupo reunido alrededor del agua, ya sea poca o mucha, y el proceso de regeneración está a punto de llevarse a cabo. Vamos a suponer que todas las personas congregadas son personas piadosas. El clérigo que oficia es un profundo creyente en el Señor Jesús, y el padre y la madre son cristianos ejemplares, y los padrinos y las madrinas son todos personas llenas de la gracia. Vamos a suponer esto: es una suposición elaborada con caridad, pero puede ser correcta. ¿Qué se supone que deben decir estas personas piadosas? Veamos el Libro de Oración. El clérigo debe decirles a estas personas, “Ustedes han oído que nuestro Señor Jesucristo ha prometido en Su Evangelio conceder todas estas cosas por las que ustedes han orado: promesa que Él, por Su parte, guardará y cumplirá con toda certeza. Por lo tanto, de conformidad a esta promesa hecha por Cristo, este infante por su parte debe prometer también fielmente por medio de ustedes que son sus garantías (hasta que llegue a su mayoría de edad y lo asuma por sí mismo) que renunciará al diablo y a todas sus obras, y que creerá constantemente la santa Palabra de Dios, y que guardará obedientemente sus mandamientos.” Este bebé debe prometer hacer esto, o más correctamente, otros deben asumir la responsabilidad de prometer, y aun hacer un voto de que así lo hará. Pero no debemos interrumpir la cita, así que regresemos al Libro. “Yo pregunto, por tanto, ¿renuncias tú, en nombre de este niño, al diablo y a sus obras, a la pompa vana y a la gloria del mundo, con todos los deseos ambiciosos del mismo, y a los mundanos deseos de la carne, de tal forma que no los seguirás ni serás dominado por ellos?” La respuesta es: “Renuncio a todo eso.” Es decir, a nombre y representación de este tierno bebé que está a punto de ser bautizado, estas personas piadosas, estos individuos cristianos inteligentes, y quién sabe qué cosas más, que no son incautos, que saben en todo momento que están prometiendo cosas imposibles; renuncian a nombre de este niño a lo que ellos mismos encuentran muy difícil de renunciar: “a todos los deseos ambiciosos del mundo y a los mundanos deseos de la carne, de tal forma que no los seguirán ni serán dominados por ellos.”

¿Cómo pueden endurecer sus rostros para hacer una promesa tan falsa y pronunciar la renuncia como una burla ante la presencia del Padre Todopoderoso? ¿Acaso no podrían llorar los ángeles al oír esta tremenda promesa? Luego, en la presencia del alto cielo, ellos profesan a nombre de este niño, que cree firmemente en el credo, cuando saben bien o podrían juzgar hábilmente que la pequeña criatura no es todavía un firme creyente en nada, mucho menos en que Cristo descendió al infierno.

Observen bien, no dicen simplemente que el bebé creerá en el credo, sino que afirman que sí cree, pues responden a nombre del niño, “Yo creo firmemente en todo ésto.” No dicen nosotros creemos firmemente, sino que dicen yo, el bebé que está allí, inconsciente de todas sus profesiones y confesiones de fe. En respuesta a la pregunta, “¿Quieres ser bautizado en esta fe?” ellos replican por el niño: “Ese es mi deseo.” Ciertamente el infante no tiene ningún deseo en el asunto, o por lo menos, nadie ha sido autorizado a declarar ningún deseo a nombre suyo. Pero esto no es todo, porque a continuación estas personas piadosas e inteligentes, prometen a nombre del infante que “él guardará obedientemente la santa voluntad y los mandamientos de Dios, y caminará de conformidad a los mismos todos los días de su vida.”

Ahora, yo les pregunto, queridos amigos, ustedes que saben lo que significa la verdadera religión, ¿pueden ustedes caminar de conformidad a todos los santos mandamientos de Dios? ¿Se atreverían a hacer un voto hoy por ustedes mismos, diciendo que quieren renunciar al diablo y a todas sus obras, a las pompas y a las vanidades de este mundo malvado, y a todos los deseos pecaminosos de la carne? ¿Se atreverían, ante Dios, a hacer una promesa como ésa? Ustedes desean la santidad, ustedes se esfuerzan con toda sinceridad por alcanzarla, pero la buscan en la promesa de Dios, y no es su propia capacidad.

Si ustedes se atreven a comprometerse con unos votos así, yo dudo del conocimiento que tienen de sus propios corazones y de la espiritualidad de la ley de Dios. Pero aun si pudieran hacer esto por ustedes, ¿se atreverían a hacer una promesa así por cualquier otra persona? ¿Por el mejor niño nacido en la tierra? Vamos, hermanos, ¿qué dicen? ¿Acaso su respuesta no es inmediata y clara? No hay espacio para dos opiniones entre hombres con la determinación de observar la verdad en todos sus caminos y palabras.

Yo puedo entender que un simple rústico ignorante, que nunca aprendió a leer, haga todo esto cuando se lo ordena un sacerdote o cuando está bajo la mirada del dueño de la hacienda. Yo inclusive puedo entender que algunas personas hicieran esto cuando la Reforma estaba en sus comienzos, y los hombres se acababan de arrastrar fuera de las tinieblas del Papado; pero no puedo entender que gente cristiana y piadosa se pare junto a la pila bautismal para insultar al Padre lleno de gracia, con votos y promesas enmarcados en una ficción, y envueltos en una falsedad práctica. ¿Cómo se atreven inteligentes creyentes en Cristo a expresar palabras que ellos saben en lo íntimo de sus conciencias que están perversamente fuera de la verdad?

Cuando sea capaz de entender el proceso por el cual hombres piadosos pueden acomodar sus conciencias de tal manera, aun entonces tendré una convicción plena que el Dios de la verdad nunca confirmó ni confirmará una bendición espiritual del orden más elevado en conexión con el pronunciamiento de tales falsas verdades y votos insinceros. Hermanos míos, ¿no les parece que esas declaraciones tan ficticias, con toda seguridad no están vinculadas al nuevo nacimiento obrado por el Espíritu de la verdad?

Aun no he terminado con este punto, debo tomar otro caso, y suponer que los padrinos y los otros son impíos, y esa no es una suposición descabellada, porque nosotros sabemos que en muchos casos los padrinos y los padres no tienen un más alto concepto de la religión que la piedra hueca idolátrica alrededor de la cual se reúnen. Cuando estos pecadores han tomado sus lugares, ¿qué es lo que están a punto de decir? Pues bien, ¡están a punto de hacer los solemnes votos que les acabo de comentar! Ellos están totalmente sin religión, y sin embargo prometen a nombre del bebé aquello que nunca hicieron, y que nunca pensaron hacer para ellos; ellos prometen a nombre de este niño: “que renunciará al diablo y a todas sus obras, y que constantemente creerá la santa Palabra de Dios, y guardará obedientemente Sus mandamientos.”

Hermanos míos, no piensen que estoy hablando con severidad. Realmente pienso que hay algo aquí que se presta para que los demonios se burlen. Que cada hombre honesto se lamente que la Iglesia de Dios haya tolerado algo como esto, y que también lamente que hayan personas bondadosas que se sientan agraviadas porque yo, con toda amabilidad de corazón, censure esta atrocidad. ¡Pecadores sin regenerar que promenten por un pobre bebé que guardará todos los santos mandamientos de Dios que ellos mismos quebrantan sin freno cada día!

¿Quién puede soportar ésto sino la longanimidad de Dios? ¡Qué! ¿No hablar en contra de eso? ¡Las mismas piedras de las calles podrían gritar contra la infamia de hombres y mujeres perversos que prometen que otro renunciará al diablo y a todas sus obras, mientras ellos mismos sirven al diablo y realizan sus obras con voracidad! Y como culminación de todo esto, se me pide que crea que Dios acepta esa promesa perversa, y como resultado de ello, regenera a ese niño. No pueden creer en la regeneración por esta operación, ya sea que sean santos o pecadores quienes la llevan a cabo. Supongamos que son piadosos. En ese caso están equivocados por hacer lo que su conciencia debe condenar; si los vemos como impíos, entonces están equivocados al prometer lo que ellos saben que no pueden hacer; y en ningún caso Dios puede aceptar tal adoración, y mucho menos hacer depender la regeneración de un bautismo tal como es éste.

Pero ustedes se preguntarán: “¿Por qué das gritos  contra el bautismo? Yo clamo contra él porque yo creo que el bautismo no salva el alma y que su predicación tiene una influencia negativa y mala sobre los hombres. Nos encontramos con personas que, cuando les decimos que tienen que nacer de nuevo, nos aseguran que nacieron de nuevo cuando fueron bautizadas. El número de estas personas va en aumento, creciendo pavorosamente, al punto que todas las clases sociales serán engañadas por esta creencia.

¿Cómo puede algún hombre pararse en su púlpito y decir a su congregación: “Ustedes tienen que nacer de nuevo” cuando ya les ha asegurado, por su propio “genuino asentimiento y consentimiento” a ello, que los miembros de la congregación, cada uno de ellos, han nacido de nuevo en el bautismo? ¿Qué hará con ellos? Vamos, mis queridos amigos, entonces el Evangelio no tiene ninguna voz; se han atorado con esta ceremonia en mitad de su garganta y no pueden hablar para censurarla.

El hombre que ha sido bautizado o rociado dice: “Yo soy salvo, yo soy un miembro de Cristo, un hijo de Dios, y un heredero del reino de los cielos. ¿Quién eres tú, para que me censures a mí? ¿Llamarme a mí al arrepentimiento? ¿Llamarme a mí a una nueva vida? ¿Qué mejor vida puedo tener? Pues yo soy un miembro de Cristo; una parte del cuerpo de Cristo. ¡Cómo! ¿Censurarme a mí? Yo soy un hijo de Dios. ¿Acaso no puedes verlo en mi cara? Independientemente de cuál sea mi camino y mi conversación, yo soy un hijo de Dios. Más aún, yo soy un heredero del reino de los cielos. Es verdad, yo bebo y maldigo y todo eso, pero tú sabes que soy un heredero del reino de los cielos, pues cuando muera, aunque viva en constante pecado, me pondrás en la tumba, y le dirás a todo el mundo que yo morí “en la segura y cierta esperanza de la resurrección para vida eterna.”

Ahora, ¿cuál puede ser la influencia de una predicación así sobre nuestra amada Inglaterra? ¿Sobre mi amado y bendito país? Cuál sino el peor de los males. Si no la amara, sino que me amara básicamente a mí mismo, podría guardar silencio aquí, pero, amando a Inglaterra, no puedo hacerlo ni me atrevo a hacerlo; y teniendo que dar pronto cuentas a Dios, cuyo siervo espero ser, debo liberarme de este mal así como de cualquier otro, pues de lo contrario sobre mi cabeza puede estar la condenación de las almas.

Permítanme introducir otro punto aquí. Es un hecho muy temible que en ninguna época desde la Reforma, el Papado ha logrado tan terribles avances en Inglaterra como durante últimos años. Yo había creído confortablemente que el Papado se estaba alimentando únicamente con suscripciones extranjeras, de unos nobles pervertidos y de monjes y monjas importados. Yo soñaba que su progreso no era real. De hecho, a menudo he sonreído ante la alarma de muchos de mis hermanos frente al progreso del Papado. Pero, queridos amigos míos, hemos estado equivocados, penosamente equivocados. Si leyeran un valioso artículo de una revista llamada “La Obra Cristiana,” quienes no lo han leído estarán perfectamente sorprendidos con sus revelaciones. Esta gran ciudad está cubierta ahora por una red de monjes, y sacerdotes, y hermanas de la caridad, y las conversiones que han logrado no se cuentan en unidades o pares, sino en cantidades importantes, al punto que Inglaterra está siendo considerada como el punto más esperanzador para la empresa misionera de Roma en todo el mundo; y al presente no hay una misión que esté teniendo de ninguna manera el éxito que la misión inglesa está teniendo. No ambiciono su dinero, desprecio sus argucias, pero me maravilla la manera en la que obtienen sus fondos para la erección de sus edificios eclesiásticos.

Realmente es un tema alarmante ver que tantos de nuestros conciudadanos se adhieren a esa superstición que una vez rechazamos como nación, y que se suponía que no íbamos a recibir otra vez. El Papado está avanzando de una manera difícil de creer, aunque haya testigos que lo confirmen. Cerca de las propias puertas de ustedes, tal vez aún en sus propias casas, pueden tener muy pronto una evidencia del progreso que está alcanzando la iglesia romana. ¿Y a qué debemos atribuir eso? Yo digo, con toda base de probabilidad, que no debe sorprendernos el crecimiento del Papado, cuando tenemos dos cosas que lo hacen crecer: primero que nada, la falsedad de quienes profesan una fe en la que no creen, que es totalmente contraria a la honestidad de los católicos, que guardan su fe independientemente de la reputación de su iglesia, sea buena o mala; y luego tenemos, en segundo lugar, esta forma de error conocido como la regeneración bautismal, llamado comúnmente Puseyismo, que no solamente es Puseyismo, sino Anglicanismo, puesto que está en el Libro de la Oración, tan claramente como las palabras pueden expresarlo; tienen ustedes esta regeneración bautismal preparando los escalones para facilitar a los hombres su camino a Roma. Sólo tengo que abrir mis ojos un poquito para ver anticipadamente un catolicismo desenfrenado por todas partes en el futuro, puesto que sus embriones se están esparciendo por todas partes en el presente. En una de nuestras asambleas legislativas la semana pasada, el presidente de la sala mostró su superstición, cuando habló de “¡el riesgo de la calamidad de niños que mueren sin ser bautizados!”

Entre los disidentes, ustedes ven una veneración por las estructuras, una creencia modificada en la santidad de los lugares, que es pura idolatría; pues creer en la santidad de cualquier cosa que no sea la santidad de Dios y de Su propia Palabra, es idolatrar, ya sea que se trate de creer en la santidad de los hombres, de los sacerdotes, o en la santidad de los ladrillos y la mezcla, o del lino fino, o cualquier otra cosa que puedan usar en la adoración a Dios. Yo veo que esto surge por todas partes: una creencia en la ceremonia, una confianza en la ceremonia, una veneración de los altares, de las pilas bautismales, y de la iglesias; una veneración tan profunda que no debemos aventurarnos a hacer algún comentario, o de inmediato nos convertiremos en el peor de los pecadores. Aquí encontramos la esencia y el alma del Papado, espiando bajo el ropaje de un respeto decente por las cosas sagradas.

Es imposible que la Iglesia de Roma deje de crecer, mientras nosotros que somos los perros guardianes del rebaño estemos callados, y otros estén suave y blandamente rondando el camino, haciéndolo tan suave y plano como sea posible, para que los convertidos puedan descender a lo más profundo del infierno del Papado. Necesitamos que vuelva John Knox. No me hablen de hombres blandos y gentiles, de suaves maneras y palabras dulces; necesitamos al fogoso Knox y aun cuando su vehemencia “le dé porrazos a nuestros púlpitos hasta maltratarlos,” sería muy bueno que despertara nuestros corazones a la acción. Necesitamos a Lutero para que le diga a los hombres la verdad inequívocamente, con frases sencillas. El terciopelo se ha introducido en la boca de nuestros ministros últimamente, pero nosotros debemos desnudarnos del ropaje suave, y decir la verdad, y sólo la verdad; pues de todas las mentiras que han arrastrado a millones al infierno, yo considero a ésta como una de las más atroces; que en una iglesia protestante se encuentren personas que juran que el bautismo salva al alma.

Llamar a un hombre bautista, o presbiteriano, o disidente, o anglicano, eso no significa nada para mí; si afirma que el bautismo salva al alma, fuera con él, fuera con él, él dice algo que Dios nunca enseñó, que la Biblia nunca estableció, y que no debe ser sostenido por hombres que profesen que la Biblia, y toda la Biblia, es la religión de los protestantes.

He hablado todo esto y habrán algunos que dirán: has hablado todo esto amargamente. Muy bien, que así sea. La medicina es a menudo amarga, pero será efectiva, y el médico no es amargo porque su medicina lo sea; o si es considerado así, no importa, en tanto que el paciente sea curado; de todas maneras, no debe importarle al paciente si el médico es amargo o no, su preocupación debe estar centrada en la salud de su propia alma.

Allí está la verdad, y yo se las he presentado; y si hay alguien entre ustedes, o si llega haber alguien entre los lectores de este sermón cuando sea impreso, que está descansando en el bautismo, o descansando en ceremonias de algún tipo, yo les suplico, sacudan esta fe venenosa arrojándola al fuego como lo hizo Pablo con la víbora que se le prendió en la mano. Les ruego que no confíen en el bautismo.

“Ninguna forma externa podrá limpiarte,
Pues la lepra yace profunda dentro de ti.”

Yo les suplico que recuerden que deben tener un nuevo corazón y un espíritu recto, y el bautismo no puede darles estas cosas. Deben arrepentirse de sus pecados y seguir a Cristo; deben tener una fe que vuelva santas sus vidas y devota su conversación, pues de lo contrario no poseen la fe de los elegidos de Dios, y nunca entrarán al reino de Dios. Yo les pido que no se apoyen sobre este cimiento perverso y podrido, esta engañosa invención del anticristo. Oh, que Dios los salve de eso, y los conduzca a buscar la verdadera roca de refugio para las almas cansadas.

En segundo lugar, llego con mucha brevedad, y espero que con mucha sinceridad, a decir que LA FE ES EL REQUISITO INDISPENSABLE PARA LA SALVACIÓN. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” La fe es el único requisito indispensable para la salvación. Esta fe es el don de Dios. Es la obra del Espíritu Santo. Algunas personas no creen en Jesús; no creen porque no son las ovejas de Cristo, como Él mismo se los dijo; pero Sus ovejas oyen Su voz: Él las conoce y ellas lo siguen: Él les da vida eterna, y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de Su mano. ¿En qué consiste la fe? Creer consta de dos cosas; primero es una aceptación del testimonio de Dios relativo a Su Hijo. Dios te dice que Su Hijo vino al mundo y se hizo carne, que vivió en la tierra por los hombres, que después de haber pasado Su vida en santidad fue ofrecido como propiciación por el pecado, que sobre la cruz Él hizo la expiación, allí y en ese momento, de tal modo hizo la expiación por los pecados del mundo que “todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Si quieres ser salvado, debes aceptar este testimonio que Dios nos da concerniente a Su propio Hijo.

Habiendo recibido este testimonio, la siguiente cosa es confiar en él. Ciertamente aquí está, pienso yo, la esencia de la fe salvadora, que confíes para tu eterna salvación en la expiación y la justicia de Jesucristo, y que te deshagas de una vez por todas de toda confianza en sentimientos o en obras, y confíes en Jesucristo y en lo que Él hizo por tu salvación.

Esto es la fe, recibir la verdad de Cristo: primero sabiendo que es verdad, y luego actuando de acuerdo a esa creencia. Una fe como esta, una fe real como esta, hace que el hombre odie el pecado a partir de ese momento. ¿Cómo puede amar aquello que hizo que el Salvador sangrara? Hace que viva en santidad. ¿Qué otra cosa puede hacer sino buscar honrar a ese Dios que lo ha amado tanto como para dar a Su Hijo para que muriera por él? Esta fe es espiritual en su naturaleza y en sus efectos; opera sobre todo el hombre; cambia su corazón, ilumina su juicio, y somete su voluntad; lo sujeta a la supremacía de Dios, y lo conduce a recibir la Palabra de Dios como un niño, deseoso de recibir la verdad sobre la base del ipse dixit (el maestro dijo), esto dijo el Maestro Divino; santifica su intelecto, y lo vuelve deseoso de recibir la Palabra de Dios; limpia por dentro; limpia el interior de la copa y del plato, y embellece por fuera; limpia la conducta exterior y el motivo más íntimo, de tal forma que el hombre, si su fe es real y verdadera, se convierte a partir de ese momento en algo que no había sido nunca.

Ahora, que una fe como ésta salve el alma, es razonable según mi criterio; sí, es más, es cierto, pues hemos visto hombres salvados por ella en esta misma casa de oración. Hemos visto a la prostituta sacada de la zanja estigia (infernal) de su pecado y convertida en una mujer honesta; hemos visto al ladrón reformado; hemos sabido del borracho, en cientos de casos, que se ha vuelto sobrio; hemos observado que la fe obra tales cambios, que todos los vecinos que lo han visto lo han contemplado y admirado, aunque lo odiaran; hemos visto a la fe librar a los hombres en la hora de la tentación, y ayudarlos a consagrarse a Dios, tanto ellos como sus posesiones; hemos visto, y esperamos ver todavía más ampliamente, hechos de consagración heroica a Dios y despliegues de testimonios en contra de la corriente de los tiempos, que nos han demostrado que la fe en efecto afecta al hombre, en efecto salva el alma.

Mis querido lectores, si quieren ser salvos, deben creer en el Señor Jesucristo. Permítanme que los exhorte con todo mi corazón a no mirar a ninguna otra parte sino únicamente a Cristo crucificado para su salvación. ¡Oh!, si ustedes descansan sobre cualquier ceremonia, aunque no sea el bautismo; si descansan sobre alguien más que no sea Jesucristo, deben perecer, tan ciertamente como este Libro es verdadero. Les ruego que no crean en cualquier espíritu, mas si aun yo, o un ángel del cielo, anuncia cualquiera otra doctrina que no sea ésta, sea maldito, pues ésta y únicamente ésta, es la verdad que salva al alma, que regenera al mundo: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo.” ¡Fuera con todo ese desorden, veladoras, y mantillas del Puseyismo! ¡Fuera con toda la pompa esplendorosa de Roma! ¡Fuera con las pilas bautismales de la Iglesia de Inglaterra! Les pedimos que vuelvan sus ojos a esa cruz desnuda, donde cuelga un hombre sangrante, el Hijo de Dios.

“Nadie sino Jesús, nadie sino Jesús,
Puede hacer bien a los pecadores desvalidos.”

Hay vida en una mirada al Crucificado; hay vida en este instante para ti. Cualquiera de ustedes que crea en el grandioso amor de Dios por el hombre en Cristo Jesús, será salvo. Si tú puedes creer que nuestro grandioso Padre desea que nosotros vengamos a Él, que nos anhela, que nos llama cada día con la poderosa voz de las heridas de Su Hijo; si puedes creer ahora que en Cristo hay perdón por las transgresiones pasadas, y limpieza en años por venir; si puedes confiar en Él para que te salve, ya tienes señales de regeneración. La obra de salvación ha comenzado en ti, en lo que concierne a la obra del Espíritu: en lo que concierne a la obra de Cristo, esa obra está terminada.

Oh, yo quisiera suplicarles: aférrense a Jesucristo. Este es el cimiento: construyan sobre él. Esta es la roca de refugio: vuelen a ella. Yo les pido que vuelen a ella ahora. La vida es corta: el tiempo vuela con alas de águila. Ligero como una paloma perseguida por un halcón, vuela, vuela pobre pecador, hacia el amado Hijo de Dios; toca ahora el borde de Su manto; mira ahora en ese amado rostro, una vez desfigurado con aflicciones por ti; mira en esos ojos, que una vez derramaron lágrimas por ti. Confía en Él, y si lo encuentras falso, entonces debes perecer; pero jamás lo encontrarás falso mientras esta palabra sea verdadera: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.” Dios nos da esta fe vital y esencial, sin la cual no hay salvación.

Bautizados, rebautizados, circuncidados, confirmados, alimentados con los sacramentos y enterrados en tierra consagrada: ustedes perecerán, excepto que crean en Él. La palabra es expresa y clara: el que no cree puede argumentar su bautismo, puede argumentar lo que quiera: “Mas el que no creyere, será condenado;” para él no hay nada sino la ira de Dios, las llamas del infierno, la perdición eterna. Así lo declara Cristo, y así debe ser.

Pero ahora, para terminar, hay quienes dicen: “¡Ah!, pero el bautismo se encuentra en el texto; ¿dónde pones eso?” Ese será otro punto, y habremos terminado.

EL BAUTISMO EN EL TEXTO ESTÁ EVIDENTEMENTE VINCULADO CON LA FE. “El que creyere y fuere bautizado, será salvo.” Me parece, y no hay ninguna suposición aquí, que nadie que no creyera, debería ser bautizado; o si existiera esa suposición, está claramente establecido que su bautismo no le serviría de nada, pues sería condenado, bautizado o no, a menos que creyera.

El bautismo del texto, me parece a mí (hermanos míos, si ustedes difieren de lo que digo, lo siento, pero debo sostener mi opinión, y es ésta), me parece a mí que el bautismo está conectado con, o más bien, sigue directamente a la fe. No quiero insistir mucho sobre el orden de las palabras, pero por otras razones, pienso que el bautismo debe seguir a la fe. De todas maneras evita eficazmente el error que hemos estado combatiendo. El hombre que sabe que es salvo por creer en Cristo no eleva su bautismo para convertirlo en una ordenanza salvadora, cuando es bautizado. De hecho, él es el principal opositor a ese error, porque sostiene que no tiene el derecho de ser bautizado hasta que sea salvo. Él da testimonio en contra de la regeneración bautismal, ya que es bautizado cuando profesa ser una persona regenerada.

Hermanos, el bautismo involucrado en esto es un bautismo vinculado con la fe, y a este bautismo, yo lo admito, se le atribuye mucho en la Escritura. No voy a referirme a ese tema ahora; pero ciertamente encuentro algunos pasajes muy notables en los que el bautismo es mencionado con mucha fuerza. Encuentro este: “Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre.” Y encuentro muchos otros pasajes parecidos; yo sé que el bautismo del creyente en sí mismo no lava el pecado; sin embargo es la señal externa y el emblema de que así es para el creyente, que la cosa visible puede ser descrita como la cosa significada. Tal como lo dijo nuestro Salvador: “Esto es mi cuerpo,” cuando no era Su cuerpo, sino pan; sin embargo, en la medida que representaba Su cuerpo, era válido y correcto, de acuerdo al uso del lenguaje, decir: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo.”

Y así, en la medida que el bautismo representa para el creyente la limpieza del pecado (puede ser llamado el lavamiento del pecado) no que lo sea, pero para las almas que son salvas, es el símbolo externo de lo que es llevado a cabo por el poder del Espíritu Santo, en el hombre que cree en Cristo.

¿Qué vínculo tiene este bautismo con la fe? Creo que tiene precisamente éste: el bautismo es una profesión de fe; el hombre era soldado de Cristo, pero ahora en el bautismo se ha puesto el uniforme. El hombre creía en Cristo, pero la fe permanecía entre Dios y su propia alma. En el bautismo le dice a quien lo bautiza: “yo creo en Jesucristo;” le dice a la Iglesia, “yo me uno a ustedes como un creyente de las verdades comunes del cristianismo;” le dice a los espectadores, “No importa lo que ustedes hagan, en cuanto a mí, yo serviré al Señor.” Es la profesión de su fe.

A continuación, nosotros pensamos que el bautismo es también para el creyente un testimonio de su fe; en el bautismo efectivamente le dice al mundo lo que cree. “Estoy a punto,” dice, “de ser enterrado en agua. Yo creo que el Hijo de Dios fue metafóricamente bautizado en sufrimiento: creo que literalmente fue muerto y enterrado.” Salir otra vez fuera del agua proclama a todos los hombres que él cree en la resurrección de Cristo. En la Cena del Señor se muestra la muerte de Cristo, y en el bautismo se muestra el entierro y la resurrección de Cristo. Es un tipo, un signo, un símbolo, un espejo para todo el mundo: un espejo en el cual la religión está reflejada. Decimos al espectador, cuando pregunta cuál es el significado de esta ordenanza: “Queremos manifestar nuestra fe de que Cristo fue enterrado, y que se levantó de los muertos, y proclamamos que esta muerte y resurrección son el fundamento de nuestra confianza.”

Asimismo, el bautismo es también la Fe que toma el lugar que le corresponde. Es, o debe ser, uno de sus primeros actos de obediencia. La razón mira al bautismo, y dice: “Tal vez no hay nada en él; no me puede hacer ningún bien.” “Es cierto,” dice la Fe, “y por lo mismo voy a observarlo. Si me aportara algún bien, mi egoísmo me llevaría a bautizarme, pero en tanto que para mis sentidos no hay ningún bien en él, puesto que mi Señor me ordena que lo haga para cumplir toda justicia, es mi primera declaración pública que una cosa que parece irrazonable y que no es productiva, siendo ordenada por mi Señor, es ley para mí. Si mi Señor me hubiera ordenado que levantara seis piedras y las acomodara en fila, yo lo haría sin preguntarle: ‘¿qué bien hará eso?’ ¿Cui bono? (¿Cuál bien?) no es una pregunta adecuada para los soldados de Jesús. La pura simplicidad y la aparente inutilidad de la ordenanza debería conducir al creyente a decir: ‘Por tanto, lo hago porque se convierte en la mejor prueba para mí de mi obediencia a mi Señor.'”

Cuando le dices a tu sirviente que haga algo, y no puede entenderlo, si se voltea y dice: “Por favor, señor, ¿para qué?, te queda muy claro que difícilmente entiende la relación entre superior y subordinado. Así, cuando Dios me dice que haga algo, si yo pregunto: “¿Para qué?” no he podido tomar el lugar que la Fe debe ocupar, que es el de simple obediencia a cualquier cosa que el Señor haya dicho. El bautismo es una orden, y la Fe obedece porque es una orden, y así ocupa el lugar que le corresponde.

Además, el bautismo es un refrigerio para la Fe. Ya que nosotros estamos compuestos de cuerpo y alma, necesitaremos algunos medios a través de los cuales el cuerpo sea a veces sacudido para trabajar conjuntamente con el alma. En la Cena del Señor, mi fe es ayudada por el signo externo y visible. Yo no veo un misterio supersticioso en el pan y en el vino, no veo nada excepto pan y vino, pero en ese pan y en ese vino ciertamente veo un ayudante para mi fe. Por medio del signo, mi fe ve la cosa significada. Así en el bautismo no hay una eficacia misteriosa en el baptisterio o en el agua. No le otorgamos ninguna reverencia ni a una cosa ni a la otra, pero ciertamente vemos en el agua y en el bautismo mucha ayuda pues hace entender a nuestra fe que somos enterrados con Cristo, y que somos levantados otra vez en novedad de vida con Él.

Expliquen así el bautismo, queridos amigos, y no habrá temor de que el Papado se apoye en él. Explíquenlo así, y no podemos suponer que algún alma será conducida a confiar en él; sino que así toma el lugar que le corresponde en medio de las ordenanzas de la casa de Dios. Elevarlo de otra manera y afirmar que los hombres son salvos por él, ¡ah!, amigos míos, cuánto daño ha causado esa falsedad, y cuánto daño puede causar, sólo la eternidad lo revelará.

Quiera Dios que se levante un nuevo George Fox con toda su singular simplicidad y ruda honestidad para censurar la adoración de los ídolos de esta época; para destruir sus ladrillos y su mezcla, sus santos atriles, sus santos altares, sus santas sobrepellices, sus muy reverendos padres, y no sé cuántas cosas más. Estas cosas no son santas. Dios es santo; Su verdad es santa; la santidad no pertenece a lo carnal ni a lo material, sino a lo espiritual.

Oh, que el sonido de una trompeta clamara contra la superstición de la época. Yo no puedo renunciar, como lo hizo George Fox, al bautismo o a la Cena del Señor, pero preferiría hacerlo, considerándolo el menor de los males, que perpetrar y ayudar a perpetrar la elevación del bautismo y de la Cena del Señor para colocarlos en un lugar que no les corresponde.

Oh, queridos amigos míos, camaradas de mis luchas y de mis testimonios, aférrense a la salvación por fe, y aborrezcan la salvación de los sacerdotes. Si no estoy equivocado, el día vendrá cuando tengamos que luchar por una sencilla religión espiritual, mucho más de lo que lo hacemos ahora. Hemos estado cultivando una amistad con quienes tienen un credo que no es fiel a las Escrituras o con quienes son deshonestos, que creen en la regeneración bautismal o profesan que creen en eso, y juran ante Dios que creen cuando en realidad no creen. El tiempo ha llegado en que no debe haber más tregua o diálogo entre los siervos de Dios y los siervos del tiempo. El tiempo ha llegado en que los seguidores de Dios deben seguir a Dios, y quienes se adornan y se visten por sí mismos y encuentran una vía que es agradable a la carne y condescendiente con sus deseos carnales, deben irse por su lado. Un gran tiempo de aventamiento viene para los santos de Dios, y estaremos más libres de lo que estamos ahora, de la unión con esos que sostienen al Papado, bajo la pretensión de enseñar el Protestantismo. Digo que estaremos libres de quienes enseñan la salvación por el bautismo, en vez de la salvación por la sangre de nuestro bendito Señor Jesucristo.

Oh, que el Señor ciña los lomos de ustedes. Créanme, no se trata de algo sin importancia. Puede ser que sobre este terreno se combata Armagedón. Aquí vendrá la gran batalla entre Cristo y Sus santos por un lado, y el mundo, y las formas, y las ceremonias, por el otro. Si somos dominados en ésto, pueden venir años de sangre y persecución, y sacudimientos para acá y para allá entre las tinieblas y la luz; pero si somos valientes y osados, y no titubeamos en esto, sino que permanecemos firmes en la verdad de Dios, el futuro de Inglaterra puede ser brillante y glorioso. ¡Oh, pidamos por una Iglesia verdaderamente reformada en Inglaterra y una raza piadosa que la mantenga! El futuro del mundo depende de ello, bajo el cuidado de Dios, pues en la proporción en que la verdad sea desfigurada en casa, la verdad será mutilada afuera. De cualquier sistema que enseñe la salvación por medio del bautismo surgirá la infidelidad, una infidelidad que la falsa Iglesia parece ya deseosa de alimentar y nutrir bajo sus alas.

Dios libre a esta tierra favorecida, de las crías de su propia religión establecida. Hermanos, manténganse firmes en la libertad con la que Cristo los ha hecho libres, y no tengan miedo de ningún temor súbito o calamidad cuando vengan, pues quien confía en el Señor será cubierto por la misericordia, y quien es fiel a Dios y a Cristo, escuchará que se le dice al fin, “Bien, buen siervo y fiel, entra en el gozo de tu señor.” Que el Señor bendiga esta palabra, por Cristo nuestro Señor.

Notas del traductor:

1) En muchos aspectos, el servicio más memorable que se llevó a cabo jamás en el Tabernáculo Metropolitano, fue el correspondiente a la mañana del domingo 5 de Junio de 1864, cuando Spurgeon predicó este sermón. De inmediato rompió records de ventas y ha estado desde entonces en constante demanda. Spurgeon mismo comenta: “fue predicado con la plena convicción que la venta de los sermones iba a sufrir gravemente……pero en materia de los sermones, estaba totalmente equivocado, pues su venta se incrementó grandemente de inmediato.”

Un estudiante del Colegio del Pastor en ese año (Samuel Blow) nos informa: “Era costumbre del Sr. Spurgeon revisar sus sermones los lunes por la mañana, y luego, por la tarde, venía al salón de clases y nos hacía preguntas de historia y otros temas. ………Entrando al salón, y tomando su asiento, en esta ocasión particular, nos dijo que acababa de revisar este sermón especial, y tenía la certeza que iba a causar una gran sacudida y levantar tremenda oposición al aparecer impreso. Sugirió que, en vez de tener la clase normal, dedicaran todo el tiempo a orar, pidiendo la bendición para la publicación y circulación de este notable sermón.” Fue el sermón que más se vendió durante la vida de Spurgeon.

Tomado de la “Autobiografía” , Vol III, 1856-1878

2) La Escalinata de Pilatos. El Papa había prometido una indulgencia a quienes subieran de rodillas por esas escaleras. Lutero lo hizo, para ganar la indulgencia, antes de su conversión. Estaba en Roma y se decía que había sido transportada desde Jerusalén de manera milagrosa.

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