SERMON#454 – Luz de Gozo en el Corazón – Charles Haddon Spurgeon

by Apr 15, 2022

Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí:http://spurgeon.com.mx/sermon454.html

 

“Deléitate en Jehovah, y él te concederá los anhelos de tu corazón.” Salmo 37:4

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Hay dos enseñanzas en este texto que seguramente son muy sorprendentes para quienes no están familiarizados con la vida de piedad. Para los creyentes sinceros, estas maravillas son hechos reconocidos, pero para el mundo incrédulo parecen asuntos muy extraños.

En primer lugar, la vida del creyente es descrita aquí como un deleite en el Señor. Así se nos confirma la gran verdad de Dios, que la religión verdadera rebosa de gozo y de felicidad. Los hombres impíos y los que simplemente profesan con los labios, no ven nunca a la religión como algo lleno de deleite. Para ellos la religión es únicamente servicio, deber o necesidad; no puede ser placentera ni deleitable.

¿Por qué tienen que ir a la Casa del Señor? ¿No es debido a una costumbre que evitarían de buen grado si pudieran? ¿Por qué siguen las ordenanzas de la Iglesia? ¿Acaso no es por una esperanza farisaica de acumular méritos o por un temor supersticioso? ¿Cuántos no ven a la religión como un amuleto que permite escapar de las enfermedades, o como un mal menor que ofrece una vía de escape al temible juicio? Para ellos el servicio es siempre monótono y la adoración produce fatiga. Pregunta a quienes pertenecen al mundo su opinión acerca de la religión: a pesar de que practican sus ritos externos, consideran que todo es deprimente y aburrido: “¡qué pesado es todo eso!”

Aman la religión del mismo modo que el burro ama su trabajo, o el caballo el látigo, o el prisionero sus trabajos forzados. Exigen sermones cortos y sería mejor si no se predicara ninguno. Con cuánta alegría no reducirían las horas del domingo. Ciertamente ellos preferirían que el Día de Señor se guardase una vez al mes. La necesidad gravosa de costumbres piadosas pesa sobre ellos como el tributo que paga una provincia conquistada. Desarrollan su práctica de la religión de la misma manera que pagan sus impuestos o las cuotas de una autopista: lo hacen por costumbre.

No saben lo que es una ofrenda voluntaria ni tampoco pueden entender el amor lleno de gozo que produce la comunión de los santos. Sirven a Dios de la manera que Caín lo hizo, quien trajo su ofrenda, es cierto, pero la trajo tardíamente; la trajo porque era costumbre de familia y no iba a permitir que su hermano lo superara; la trajo del fruto común de la tierra y con un sombrío corazón sin amor. Los Caínes de hoy ofrecen las ofrendas que se ven forzados a traer, y no mezclan la fe en la sangre de Jesús con lo que traen. Vienen como con pies de plomo a la Casa de Dios, y se van tan rápidamente como si tuvieran pies de plumas. Sirven a Dios, pero lo hacen porque esperan obtener algún beneficio o porque no se atreven a no servirle. El pensamiento del deleite en la religión es tan extraño para la mayoría de los hombres, que en su vocabulario no existen dos palabras más distantes entre sí que “santidad” y “deleite.”

Ah, pero los creyentes que conocen a Cristo entienden que el deleite y la fe están casados de tan bendita manera que las puertas del infierno no pueden prevalecer para divorciarlos. Los que aman a Dios con todo su corazón, encuentran que Sus caminos son caminos agradables y Sus vías son de paz. Los santos descubren en su Señor tal gozo, tales desbordantes deleites, tal sobreabundante bendición, que lejos de servirle por costumbre, quieren seguirle aunque el mundo entero rechace Su nombre como algo pernicioso. El temor de Dios no es compulsión. Nuestra fe no es una cadena. Nuestra profesión no es una prisión. No somos arrastrados a la santidad, ni forzados a cumplir con el deber. No, señores, nuestra religión es nuestro recreo. Nuestra esperanza es nuestra felicidad, nuestro deber es nuestro deleite.

Sé que siempre circulará una calumnia en contra de la religión de Cristo que afirma que vuelve infelices a los hombres. Pero nunca ha habido un mayor malentendido, una falsedad más vil para maldición del mundo. ¡Debido a que no podemos actuar irresponsablemente, ni pecar descaradamente, ni presumir como siervos del pecado, ustedes piensan que somos infelices! Ah, señores, bien está escrito: “El extraño no se entremeterá en su alegría.” El secreto del Señor está con aquellos que le temen y su gozo no puede ser arrebatado por nadie. Déjenme recordarles, sin embargo, que las agua mansas corren más profundas. El arroyo que murmura sobre las rocas se seca en el verano. Pero el río que corre profundo fluye rápidamente, venga sequía o calor, aunque en su superficie se deslice plácidamente entre los prados.

Nosotros no proclamamos en voz alta nuestros gozos como ustedes divulgan sus diversiones, porque no necesitamos hacerlo. Nuestros gozos se conocen de igual manera en el silencio como en medio de estimulante compañía. No necesitamos de sus relaciones para alegrarnos, ni mucho menos de las variadas distracciones que les dan completa felicidad. No necesitamos la copa, ni la fiesta, ni violines, ni danza, para alegrarnos; ni el toro de engorde ni la bodega repleta de vinos, para sentirnos ricos. Nuestra felicidad no está en la criaturas pasajeras sino en el eterno e inmutable Creador. Sé que a pesar de todo lo que digamos, esta calumnia va a sobrevivir generación tras generación: que el pueblo de Dios es un pueblo desdichado.

Pero permitan que tranquilicemos al menos nuestras conciencias por la preocupación que sentimos por ustedes y que ustedes queden sin excusa si no creen. Ciertamente tenemos gozo. Ciertamente nos deleitamos y no intercambiaríamos ni una onza de nuestros deleites por toneladas de los deleites de ustedes. No cambiaríamos algunas gotas de nuestro gozo por todos los ríos de sus deleites. Nuestros gozos ni son artificiales ni están pintados, sino que son sólidas realidades. Los nuestros, son gozos que podremos llevar con nosotros a nuestra cama en el polvo silencioso; gozos que dormirán con nosotros en la tumba y con nosotros despertarán en la eternidad; gozos a los que podremos mirar de nuevo y vivir en retrospectiva; gozos que podemos anticipar y conocer aquí y luego en la eternidad.

Nuestros gozos no son burbujas que sólo resplandecen y se revientan. No son manzanas de Sodoma que se convierten en cenizas en nuestra mano. ¡Nuestros deleites tienen sustancia, son reales, verdaderos, sólidos, duraderos, eternos! ¿Qué más diré? Saquen de sus mentes ese error. El deleite y la verdadera religión están tan unidos como la raíz y la flor; son tan indivisibles como la verdad y la eternidad. Son, de hecho, dos preciosas joyas engarzadas la una junto a la otra en la misma montura de oro.

Pero hay también en nuestro texto algo muy sorprendente para los mundanos, aunque se trata de una maravilla que entienden fácilmente los cristianos. El texto dice: “Y él te concederá los anhelos de tu corazón.” El mundano dice: “yo creía que la religión era solamente abnegación; nunca me imaginé que al amar a Dios podíamos cumplir nuestros deseos. Yo pensé que la piedad consistía en matar, destruir y suprimir nuestros deseos.” ¿Acaso la religión de la mayoría de los hombres no consiste en una visible abstinencia de pecados que son amados en secreto? La piedad negativa es muy común en esta época. La mayoría de los hombres suponen que nuestra religión está conformada por cosas que no debemos hacer, más que por placeres que podemos disfrutar.

No debemos ir al teatro. No debemos cantar canciones, ni trabajar los Domingos, ni decir groserías, etcétera. No debemos hacer esto, no debemos hacer aquello. Y suponen que somos una categoría de personas huraña y miserable que, sin duda alguna, hacemos en privado lo que nos privamos de hacer en público.

Bien, es cierto que la religión es autonegación. También es igualmente cierto que no es autonegación. Los cristianos tienen dos identidades. Está el viejo yo y en él ciertamente hay que negar la carne con sus afectos y concupiscencias. Pero hay también un nuevo yo. Hay un espíritu nacido de nuevo, el nuevo hombre en Cristo. Y, queridos hermanos, nuestra religión no exige ninguna autonegación de ese nuevo yo. No, dejamos que tenga libre desarrollo en cuanto a sus anhelos y deseos. Puesto que todo lo que pueda desear, todo lo que pueda anhelar, todo lo que quiera gozar, lo puede obtener sin peligro alguno.

Cuando alguien dice: “mi religión contiene algunas cosas que debo de hacer y otras que no debo de hacer”, yo le respondo: “la mía contiene cosas que amo hacer y también comprende cosas que odio y menosprecio.” Mi religión no tiene cadenas; yo soy libre como el hombre más libre. El que teme a Dios y es un verdadero siervo de Dios, no tiene cadenas que le aprisionen. Puede vivir como quiera, pues quiere vivir como debe. Puede ver colmados sus deseos, pues sus deseos son santos, celestiales, divinos. Puede seguir sus anhelos y deseos hasta el límite de su posible realización y obtener todo eso que anhela y desea, puesto que Dios le ha dado la promesa y Dios le dará el cumplimiento de ella.

Pero no se queden con la idea de que no queremos mover un dedo porque hay avisos de Prohibido en nuestro camino. Y no piensen que no vamos por allí, a la derecha, o por allá a la izquierda, porque no nos atrevemos. Oh, señores, no lo haríamos si pudiéramos. No querríamos hacerlo aunque la Ley fuese cambiada. No compartiríamos sus placeres aunque pudiéramos. Aunque pudiéramos ir al cielo viviendo como viven los pecadores, no elegiríamos ni sus caminos ni su conversación. Sería un infierno para nosotros si fuéramos obligados a pecar, aun si el pecado no recibiera ningún castigo. Aunque pudiéramos participar en sus borracheras, y si pudiésemos compartir sus concupiscencias, ¡oh ustedes impíos!, si pudiéramos disfrutar de su júbilo y de su gozo, no los querríamos.

No nos estamos negando a nosotros mismos cuando renunciamos a estas cosas. Despreciamos el júbilo de ustedes. Sentimos abominación por él y lo pisoteamos. Un pájaro dijo a un pez una vez : “no puedo entender cómo es que tú vives todo el tiempo en el elemento frío. Yo no podría vivir allí. Debe de ser un sacrificio continuo para ti no volar hacia los árboles. Mira cómo yo me remonto a las alturas.” “Ah, dijo el pez, no es un sacrificio para mí vivir aquí, es mi elemento. Nunca he aspirado a volar, eso no es para mí. Si fuera sacado de mi elemento me moriría a menos que me regresaran de inmediato y, cuanto antes, mejor.”

Así el creyente siente que Dios es su elemento natural. Él no trata de escapar de su Dios, ni de la voluntad ni del servicio de su Señor. Y si por un algún tiempo fuese apartado, cuanto antes pudiese regresar sería mejor. Si cae en malas compañías se siente miserable y desdichado hasta que se libra nuevamente de ellas. ¿Acaso la paloma se niega a sí misma cuando no come carroña? No, ciertamente la paloma no se podría deleitar en la sangre, no querría alimentarse de ella aunque pudiera. Cuando un hombre ve una piara de cerdos bajo un roble deleitándose con sus bellotas y emitiendo gruñidos de satisfacción, ¿se niega a sí mismo cuando pasa de lejos y no comparte en la fiesta de los cerdos? No, de ninguna manera, él tiene mejor pan para comer en su casa, y el alimento de los cerdos no es ningún bocado exquisito para él. Así pasa con el creyente. Su religión es un asunto de deleite, y algo que le da satisfacción, y no tiene que negarse a sí mismo cuando evita algo y se aleja. Sus gustos han cambiado, sus deseos son otros. Él se deleita en su Dios, y gozoso recibe el anhelo de su corazón.

Todo esto nos ha servido a modo de introducción. Ahora vamos al texto mismo. Hay dos cosas muy claras en el texto. La primera es un precepto escrito sobre brillantes joyas, “Deléitate en Jehová.” La segunda es una promesa mucho más preciosa que los rubíes, “y el te concederá los anhelos de tu corazón.”

I. La primera parte es un PRECEPTO ESCRITO SOBRE BRILLANTES JOYAS. He agregado esas últimas palabras, porque la Ley de los Diez Mandamientos fue escrita sobre piedra, -tal vez duro granito-, en la que los hombres no podían encontrar mayor gozo. Pero esta ley del mandamiento, “Deléitate en Jehovah,” no es una ley de piedra para ser escrita sobre tablas de granito. Contiene un precepto de centelleante brillantez, digno de escribirse sobre amatistas y perlas. “Deléitate en Jehovah.”

Mis queridos hermanos, ¡cuando el deleite se convierte en deber, entonces, ciertamente, el deber es deleite! Cuando mi deber es ser feliz, cuando tengo el mandamiento expreso de ser feliz, entonces ciertamente, ¡debo ser un pecador si rechazo mis propios gozos y me aparto de mi propia bendición! ¡Oh, qué Dios tenemos, que hace que nuestro deber sea ser felices! ¡Qué Dios tan bondadoso, que valora como la obediencia más digna de su aceptación, la obediencia alegre dada con un corazón lleno de gozo! “Deléitate en Jehovah.”

1. Ahora en primer lugar, ¿qué es este deleite? He estado meditando en la palabra “deleite” y no puedo explicarla. Ustedes saben que es una palabra única. Una palabra deleitosa. No puedo usar nada excepto la propia palabra para describirla. Si la miras, resplandece con luz, brilla como una estrella, más aún, como una constelación brillante, radiante con dulces influencias como las Pléyades. Es gozo, pero es más que eso, es gozo sobreabundante; es descanso, pero es un descanso tal que permite la máxima actividad de cada pasión del alma. ¡Deleite! Es júbilo sin frivolidad. ¡Deleite! Es paz, pero es más que eso: es paz celebrada con festividad, con banderitas colgando en todas las calles y toda la música tocando en el alma. ¡Deleite! ¿A qué podré compararla? Es una palabra extraviada que pertenece al lenguaje del Paraíso, y cuando las palabras santas del Edén volaron al cielo después de la caída, ésta se enredó en las tramas plateadas de la red de la primera promesa y fue retenida en la tierra para cantar en los oídos de los creyentes. ¿Dónde podré encontrar metáforas para definirla?

Puesto que lo humano me falla, déjenme buscar en medio de las criaturas sin pecado de Dios. Vamos junto al mar, a la hora de la marea baja, y en algunas partes de la costa verán un pequeño borde al extremo de las olas. Parece como una bruma, pero un examen más detenido revelará que son millones de pequeñísimos camaroncitos, saltando en todo tipo de posturas y formas en la ola que se retira, en una exhuberancia de júbilo y diversión. O en una tarde de verano miren a los mosquitos cómo danzan sin cansarse, ¡casi sin saber cómo poder divertirse más! O miren a las ovejas en el campo, ¡cómo saltan y brincan! Escuchen la canción matutina de los pájaros del aire, y nuevamente oigan sus deliciosas notas vespertinas; miren a los peces saltar en los arroyos, y escuchen el zumbido de los insectos en el aire, y todo esto puede dar débiles indicios de la luz del deleite.

Dirígete al cielo si quieres saber lo que significa el deleite. ¡Mira allí a los espíritus que tocan las cuerdas doradas con sus dedos! ¡Escucha sus voces, cuando con repiques de gozo desconocido a los oídos humanos cantan Al que les amó y les libró de sus pecados con su sangre! Míralos cómo guardan el Día del Señor eternamente en el gran templo del Dios viviente, y mira al trono, y mira, y mira y mira de nuevo, absorto en la gloria, beatificado en Jesús, lleno del cielo, desbordando sumo gozo. ¡Esto es deleite! Sé que no he podido describir la palabra. Tienen que tomar esa palabra y deletrearla letra por letra; y luego deben pedir al Señor que ponga en sus corazones un dulce marco mental, conformado por los siguientes ingredientes: un perfecto descanso de todo cuidado terrenal; una perfecta entrega de ustedes mismos en las manos de Dios; una intensa confianza en Su amor por ustedes; un amor divino hacia Él, de tal manera que estén dispuestos a ser cualquier cosa o a hacer cualquier cosa por Él; después, debe agregarse a todo esto, un gozo en Él; y cuando tengan todo esto, debe ponerse todo a hervir, y entonces tienen el deleite en el Señor su Dios. Matthew Henry dice: ” el deseo es amor en acción, como un pájaro en pleno vuelo; el deleite es amor en descanso, como un pájaro en su nido.” Tal es el significado de la palabra, y tal el deber prescrito. “Deléitate en Jehová.”

2. En segundo lugar, ¿de dónde viene este deleite? El texto nos dice: “Deléitate en Jehová.” Deléitate en Jehovah, en Su misma existencia. Que haya un Dios es motivo suficiente para hacer que el hombre más infeliz sea feliz si tiene fe. Las naciones se derrumban, las dinastías caen, los reinos se tambalean, qué importa, puesto que hay un Dios. El padre se ha ido a la tumba, la madre duerme en el polvo, la esposa se ha ido de nuestro lado, los hijos son arrebatados, pero hay un Dios. Solo esto basta para que sea un manantial de gozo para los verdaderos creyentes para siempre.

Deléitense también en su dominio. “¡Jehovah reina! ¡Regocíjese la tierra!.” ¡Jehovah es Rey! Venga lo que venga, Él se sienta en el trono y gobierna bien todas las cosas. El Señor ha preparado su trono en los cielos y Su reino gobierna sobre todo. De pie en la carroza de la providencia, sostiene las riendas y guía a los veloces caballos de conformidad a su voluntad. Dios es exaltado por sobre los montes y por sobre las colinas: tiene influencia sobre todas las cosas, tanto sobre las cosas magníficas como sobre las minucias. ¡Alégrate mucho, oh hija de Sión, Jehovah es Rey eternamente y para siempre, aleluya, aleluya!

Cada atributo de Dios debe ser un rayo fresco en esta luz de sol llena de deleite. Para nosotros que conocemos nuestra insensatez, que Él sea sabio debe ser motivo de gozo. Para los que temblamos a causa de nuestra debilidad, que Él sea todopoderoso debe ser causa de regocijo. Que Él sea eterno debe ser siempre el tema de nuestra música, cuando nos damos cuenta que somos hierba y nos secamos como la hierba verde. Que Él sea inmutable debe darnos una canción, pues nosotros cambiamos cada hora y no somos los mismos por mucho rato. Que Él esté lleno de gracia, que desborde gracia y que en el pacto, Él nos haya dado esta gracia, que sea nuestra, nuestra para limpiarnos, nuestra para guardarnos, nuestra para santificarnos, nuestra para perfeccionarnos, nuestra para llevarnos a la gloria, todo esto debería impulsarnos a deleitarnos en Él.

Oh creyentes, ustedes están hoy junto a un río muy profundo; a lo mejor ya se han metido en ese río hasta los tobillos y conocen un poco de sus corrientes claras, dulces, celestiales. Pero más adelante la profundidad es mayor y la corriente es más deleitosa aún. ¡Ven y lánzate en ese río! ¡Ahora sumérgete en el mar sin límites de la Divinidad! Piérdete en su inmensidad; deja que Sus atributos cubran toda tu debilidad y toda tu insensatez, y todas las otras cosas que te hacen gemir y que te deprimen. ¡Regocíjate en Él, aunque no puedas regocijarte en ti mismo! Triunfa en el Dios de Israel, aunque en ti mismo exista una razón para desesperar.

El cristiano siente también que puede deleitarse en todo lo que Dios ha hecho en el pasado. Esos Salmos que terminan con: ¡Porque para siempre es su misericordia!, donde encontramos divisiones tales como estas: ‘Og, el Rey de Basán: ¡Porque para siempre es su misericordia! Sejón, el rey amorreo: ¡Porque para siempre es su misericordia!’ Todas estas repeticiones nos muestran que el pueblo de Dios, en tiempos antiguos, estaba habituado a pensar mucho en las acciones de Dios, de tal forma que no las amontonaba en el lomo de un solo versículo, sino que las dividía, con el objeto de tener un cántico para cada una de ellas. ¡Por tanto el pueblo de Dios debe recordar las obras del Señor! Debe contar sus hechos poderosos. Debe cantar: “Tu diestra, oh Jehovah, ha quebrantado al enemigo;” “Jehovah es un guerrero. ¡Jehovah es su nombre!;” “¡Cantaré a Jehovah, pues se ha enaltecido grandemente!” Debe continuar recordando sus obras, hasta llegar a las obras de la gracia en su propio corazón; y al llegar a este punto, debe cantar con mayor dulzura que antes. No debe dejar de cantar, ya que debido a que nuevas misericordias fluyen hacia ellos cada día, cada día debe elevarse una alabanza, y cada noche debe ser un testigo de Su gracia. “Deléitate en Jehovah.”

Si todo eso que ya he mencionado no fuera suficiente, podríamos deleitarnos en todo lo que Dios realizará: en todos los triunfos espléndidos que todavía tiene que lograr; en todas las glorias de los últimos días; en los esplendores de Su trono, cuando todos los ejércitos de Dios se encuentren por fin; en Su triunfo sobre la muerte y el infierno, y en Su victoria final sobre el pecado, cuando haga que toda la tierra se llene con Su alabanza.

Oh, hermanos míos, el tiempo no nos alcanzaría, la eternidad podría no ser suficiente, ciertamente, para hacer una lista de todos los diferentes puntos del santo deleite que los creyentes pueden encontrar en el Señor su Dios, cuando se encuentran en un marco mental que es espiritual. Deben deleitarse en Dios Padre, en su eterno amor por ustedes cuando no había nada amable en ustedes; en la elección de sus almas, en la justificación de ustedes en Cristo, en entregar a Su unigénito Hijo para redimirlos del infierno. Deben deleitarse en Jesús, deben:

“Decir lo que Su brazo ha hecho,
Qué despojos de la muerte obtuvo;
Cantar únicamente a Su amado nombre,
¡Digno es el Cordero!

Deben deleitarse en Dios Espíritu Santo, en Sus operaciones que dan vida, en Sus iluminaciones, en sus consolaciones, en la fortaleza que les da, en la sabiduría que les imparte, en la fidelidad con que les cuida, y en la certidumbre que al final les va a perfeccionar, para ser dignos de participar de la herencia de los santos en la luz. Y podríamos tomar aquí ramificaciones que llevan a miles de temas. Deléitense en Dios como su padre, como su amigo, como su ayudador. Deléitense ustedes en Jesucristo como su hermano, como su prometido, como su pastor, como su todo en todo. Deléitense en Cristo en todos Sus oficios, como profeta, sacerdote, y rey. Triunfen en Él, porque mirra, áloe y casia exhalan todas Sus vestiduras. Deléitense en Cristo, en Su gloria y en Su humillación, en Su cruz y en Su corona, en Su pesebre y en Su triunfo eterno, en Quien llevó cautiva a la cautividad. Deléitense en el Espíritu Santo, en todos Sus varios tratos con las mentes de los hombres. Deléitense en Pentecostés y en los muchos Pentecostés que todavía vendrán. Y. . . , pero mejor concluimos. ¿Qué más podríamos decir? Seguramente podríamos hablar sin parar. Deléitate en Jehovah, ese grandioso tema lleno de gozo y sin fronteras, y deléitate en Él para siempre.

3. Ahora surge otra pregunta. ¿Cuándo debe practicarse este deleite? “Deléitate en Jehovah.” Los preceptos que no tienen límite de tiempo son para observancia perpetua. Mi texto no dice: “Deléitate en Jehovah ocasionalmente, o a veces,” sino siempre.

Hay dos ocasiones en las que es difícil deleitarse en Dios, y por lo tanto voy a mencionarlas. Es difícil deleitarse en Dios cuando todo nos sale bien. “Oh,” te oigo decir, “no puedo entender eso; ese es el tiempo cuando más me deleito en Dios.” Hermano, me temo que ese es el tiempo en que menos te deleitas en Dios. “Bueno, pero cuando estoy rodeado de comodidades, cuando la providencia me sonríe, entonces me puedo deleitar en Dios.” ¡Alto ahí! ¿Estás seguro de eso? ¿No es posible que a menudo estás deleitándote en sus misericordias más que en Él? ¿Deleitándote en la criatura más que en el Creador? Me temo, hermanos míos, que los tiempos de mayor tentación son los días en que el sol brilla para nosotros. Muy bien podemos orar: “En todo tiempo de riqueza, líbranos Señor.” Nos parecemos un poco a la esposa insensata que, cuando recibe de su esposo joyas y anillos, se inclina a amar las joyas más que a su esposo. Hemos conocido a muchos creyentes que han recibido gracias y misericordias, y han tenido grandes privilegios, y han venido a gloriarse más en las misericordias y en los privilegios que en su Dios. Cuando la bodega de vinos se encuentra rebosante, es difícil amar a Dios más que a los viñedos; cuando se tiene una cosecha abundante, es muy difícil pensar más en Dios que en las gavillas; cuando te vas volviendo más rico es difícil decir aun: “este no es mi tesoro.” Los tesoros de la tierra ensucian nuestros vestidos a menos que cuidemos nuestros corazones: nuestra alma se pega al polvo y el polvo no es propicio para la devoción. Oh, presta atención, creyente rico, y deléitate en Dios; no en tus ranchos ni en tus terrenos, en tus jardines ni en tus casas, tus departamentos ni tus bienes raíces; pues si te deleitas en estas cosas, tu oro y tu plata se corrompen y la polilla destruye tus vestidos, y la plaga pronto vendrá sobre tu herencia. Di: “Estas cosas no son mi porción.” “Jehovah es mi porción”, ha dicho mi alma.

Otra circunstancia en la que es difícil deleitarse en Dios, aunque no tan difícil como en la primera: es cuando todo nos sale mal. Entonces podemos tener la tendencia a decir con el viejo Jacob: “¡Contra mí son todas estas cosas!” Cuán noble oportunidad dejó escapar Job, cuando vinieron siervo tras siervo a decirle que todo se había perdido, cuando estaba sentado en medio de las cenizas y tomaba un pedazo de tiesto para rascarse con él. Si se hubiera puesto de pie para decir: “Ciertamente me has alegrado, oh Jehovah, con tus hechos, grito de gozo por las obras de tus manos” qué triunfo de fe habría conseguido. Si hubiera podido ser ese tipo de hombre de fe para con Dios, Job habría sido el carácter más espléndido que tendríamos en todas las Santas Escrituras. En realidad, fue muy lejos cuando dijo: “He aquí, aunque él me mate, en él he de esperar.” Vemos allí hablando a un hombre a quien Dios había hecho poderoso. Pero si hubiera podido deleitarse más en Dios cuando estaba cubierto de llagas y las ampollas se le reventaban, eso habría sido casi sobrehumano. Pienso que puedo decir que eso habría sido equivalente a todo lo que la gracia puede realizar en un hombre.

Sin embargo, cuán a menudo he observado que los creyentes se gozan en Dios más prontamente en medio de las aflicciones que cuando gozan de prosperidad. He visto al hisopo crecer en el Líbano, y he visto al cedro crecer sobre la pared. He visto a grandes santos donde había poca misericordia; y he visto a santos desperdiciados allí donde había grandes bendiciones providenciales. Los pájaros de Dios cantan mejor en jaulas, y la alabanza a Dios suena mejor en la boca del horno de la aflicción que en la cima del monte de la comunión. Me parece a mí que estamos constituidos de tal manera, que a menos que Dios no tense las cuerdas de nuestro corazón con dolor y aflicción, nunca emitiremos una dulce melodía para Él. Es difícil, es muy difícil que un hombre diga cuando todo sostén terrenal ya ha cedido, que aunque la higuera no florezca ni en las vides haya fruto, aunque falle el producto del olivo y los campos no produzcan alimento, aunque se acaben las ovejas del redil y no haya vacas en los establos; con todo eso que diga: yo me alegraré en Jehovah y me gozaré en el Dios de mi salvación. Sin embargo, por gracia, en todo momento debemos deleitarnos en Dios.

Entonces escucho una voz que dice: “¿Pero cuándo debe sentirse miserable el cristiano?” ¡Nunca, hermano, nunca! “¿Pero ni siquiera algunas veces?” No; si cumple con su deber. “¿Pero no debe un santo estar abatido algunas veces?” Los santos se abaten, pero no deberían estarlo. “Bueno, pero muchos de los santos de Dios están llenos de dudas y temores.” Sé que es así, y es lamentable que suceda. ” Pero algunos de los hijos de Dios guardan luto toda su vida.” Por su propia culpa, pues el Señor no les ha pedido eso. Las Escrituras nos enseñan: “¡Regocijaos en el Señor siempre!” dice el Apóstol: “Otra vez os lo digo: ¡Regocijaos!” “Pero, ¿acaso no hay momentos en los que nos podemos entregar a nuestra vena melancólica y cultivar la tristeza?” Bueno si lo haces así, verás que pronto crece. Dios trata a sus hijos a menudo como sé que algunos padres tratan con sus hijos; si sus hijos oran pidiendo aflicciones las tendrán hasta que comiencen a pedir con diez veces más ganas que los libre de ellas. Si el pueblo de Dios no clama por nada, pronto tendrá algo por lo cual clamar. Si quiere agregar miseria a su vida, pronto verá muchas miserias sumadas a la suya. Pero en cuanto a la promesa y en cuanto al precepto, es la responsabilidad constante y el trabajo diario, cada hora, del verdadero creyente, deleitarse en el Señor su Dios.

Antes de dejar este punto, respondo otra pregunta. ¿Por qué es tan raro deleitarse en Dios? ¿Por qué se ve a tantos cristianos deprimidos? ¿Por qué hay tantos cristianos que dudan? ¿Por qué vemos también a tantas personas cuya religión más bien parece un yugo, un yugo muy pesado por cierto? Me temo que se debe a que por un lado hay poca religión genuina y por el otro hay muy poca religión de tonos profundos, en lo poco que hay de genuino. ¡No me sorprende que sea infeliz el hombre que tiene una religión que no es del corazón! Habrán visto gente con perros de ciertas razas que no gustan del agua, y si los meten al agua, ¡con qué prontitud salen de ella! Pero hay perros de otras razas, que nadan horas y horas, y se deleitan en ello. Así, entonces, hay hombres que profesan ser cristianos pero que son reconocidos hipócritas por el hecho que su religión está en contra de su voluntad. Han sido llevados a la religión, y desean salirse pronto. Pero el verdadero cristiano se entrega a su religión con ardor y deleite, por la Gracia Divina. La ama, se deleita en ella. Una de las mejores pruebas para discernir entre un hipócrita y un verdadero cristiano, es esta: Job dice del hipócrita: “¿Se deleitará en el Todopoderoso?” No, el hipócrita estará a disgusto. El hipócrita será infeliz. El hipócrita se tornará tan miserable como lo puede ser alguien, llegado su momento. Nunca pudo, y nunca puede, y nunca podrá deleitarse en Dios como regla.

Puede experimentar cierto gozo en las circunstancias externas, pues aun Herodes escuchaba con agrado a Juan. Pero eso es sólo un espasmo. Sólo el verdadero creyente puede tener una constante y permanente satisfacción y deleite en el servicio y el amor de Dios. Esta es una evidencia tan segura e infalible, que si alguno de ustedes se deleita en Dios, yo concluyo sin ninguna duda, que su alma se ha salvado. Pero si por otro lado alguno de ustedes no experimenta ningún deleite en Dios, de ningún tipo, yo dudaría que haya conocido a Dios, pues de haberlo conocido debería experimentar algún grado de deleite en Él.

“¿Pero, de qué sirve este deleite?” podría preguntar alguien. “¿Por qué los cristianos deben ser personas alegres?” Pues es bueno en todos los sentidos. Es bueno para nuestro Dios. Cuando nosotros somos felices, damos honor a Dios. También es bueno para nosotros. Eso nos fortalece. “No os entristezcáis, porque el gozo de Jehovah es vuestra fortaleza.” Es bueno para los impíos. Porque cuando ven que los cristianos se alegran, ansían ser creyentes ellos también. Es bueno para nuestros hermanos cristianos. Los consuela y les levanta el ánimo. Si por el contrario, nos vemos deprimidos, propagaremos la enfermedad y otros estarán infelices y deprimidos también. Por todas estas razones y por muchas más que podrían argumentarse, es una cosa buena y placentera que un creyente se deleite en Dios.

II. Ahora voy a referirme al segundo punto del tema, brevemente. “Y él te concederá los anhelos de tu corazón.” AQUÍ TENEMOS UNA PROMESA MÁS PRECIOSA QUE LOS RUBÍES. ¿Qué conexión hay entre la primera parte del texto, “Deléitate en Jehovah” y la segunda, “Y él te concederá los anhelos de tu corazón”? Hay esta conexión: los que se deleitan en Jehovah califican para que se cumpla en ellos la promesa. Están calificados, en primer lugar, en cuanto a sus deseos. No sería sensato que Dios cumpliera los deseos de los corazones de todo el mundo; sería más bien la ruina de ellos. Una de las mejores cosas que hace el Señor a favor de ciertos hombres es contenerlos y frustrarles el camino. Muchos hombres han llegado al cielo porque no les fueron cumplidos sus deseos, y, más bien, se habrían ido al infierno si se les hubieran cumplido. Los impíos tienen deseos que los llevarían al hoyo, y cuando rehúsa cumplirles sus deseos, es como si Él hubiera puesto cadenas y postes y barreras en el camino para evitar que fueran en “entrega inmediata” a su propia destrucción. El impío no está calificado para recibir la promesa, porque desea cosas que no dan gloria a Dios ni le benefician a él mismo. Pero cuando un hombre se deleita en Dios, entonces sus deseos son de naturaleza tal que Dios puede ser glorificado al cumplir sus deseos, y el hombre puede beneficiarse al recibir ese cumplimiento.

También, deleitarse en Dios califica al creyente no sólo para desear lo correcto, sino para usarlo en forma correcta. Si algunos hombres obtuvieran lo que desean sus corazones, harían un mal uso de lo que obtienen, a pesar de todo. Y así les ocurriría lo que pasó con los antiguos israelitas, que mientras aún tenían la carne en su boca, les vino la maldición de Dios. Pero el que se deleita en Dios, cualquier cosa que obtenga, la sabe utilizar muy bien. La gente dice que el uso es una segunda naturaleza. Hermanos míos, el abuso es la primera naturaleza. Abusar de las misericordias va más acorde con la naturaleza del hombre, que usarlas adecuadamente. Pero cuando el creyente se deleita en Dios, cualquier cosa que reciba de Dios la gastará adecuadamente. Esto no es un sacrificio para él, ni mucho menos un dios ante el cual se inclinará ni adorará.

Pero, por la gracia de Dios, el creyente convierte todo en un medio de servir mejor a Dios y deleitarse más en su Señor. Los ríos de los hombres del mundo corren en dirección opuesta al mar. En cambio los ríos de los hombres cristianos, corren hacia el mar. Si un hombre del mundo navega sobre el arroyo de sus misericordias, se aleja más y más de Dios y se convierte más y más en un idólatra. Pero cuando el cristiano recibe misericordias, navega cada vez más cerca de su Dios. Y así sus misericordias se convierten en autopistas que conducen al Trono del mismo Dios.

“Sin embargo,” alguien se preguntará, “¿cuáles son esos deseos que nos serán concedidos con seguridad?” Ahora, hermanos míos, debemos identificar a los que se deleitan en Dios, y estoy seguro que el radio de acción de sus deseos es bastante limitado. Si tuviera el deseo de mi Dios hoy, no es mucho decir que no hay cosa terrenal que yo pudiera desear ya que: “Todo lo he recibido y tengo abundancia.” Si el Apóstol Pablo se encontrara aquí, quien no poseía nada, y a menudo se encontraba sin ropa, y pobre, y miserable; estoy persuadido que si viera cumplido su deseo, diría: “No hay nada que deseo, absolutamente nada sobre la tierra, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo.”

Pero si debo tener algún deseo, hermanos míos, sé lo que desearía. Desearía ser perfecto, ser libre de todo pecado, de toda imperfección, de mi yo, de toda tentación, de toda forma de amor al mundo y de todo cuidado de cualquier tipo que sea contrario a la Palabra de Dios. ¿Acaso no es ese el deseo de los que se deleitan en Dios? ¿Acaso no exclamarían ustedes, si un ángel se pusiera frente a ustedes en el lugar en que se encuentren, acaso no dirían: “Si me permites, quiero ser perfectamente libre hasta del nombre del pecado y de la naturaleza del pecado, y de su culpa y de su poder?”

Tu deseo se verá cumplido; el Señor te dará el cumplimiento del deseo de tu corazón. Pero oigo que alguien comenta: “Si pudiera ver mi deseo cumplido sería que yo pudiera vivir más cerca de Cristo. Deseo tener una comunión más constante con Él. Anhelo conocerle a Él y el poder de Su resurrección, ser hecho semejante a Él en Su muerte.” Hermano mío, me uno a tu deseo. Estoy seguro que si te ofrecieran diez reinos por un lado, y esta comunión con Cristo por el otro, ¿me equivoco acaso cuando digo que preferirías tener comunión con Cristo a todos esos reinos? Pues bien, el Señor te concederá los anhelos de tu corazón. Solamente deléitate en Jehovah.

Alguien más dice: “si yo pudiera ver cumplido mi deseo, quisiera tener todas esas cosas pero además quisiera poder ser útil todo el tiempo.” Ah, ¡ser útil! ¿Cuántos hombres no viven como la rana de Belzoni en las pirámides de Egipto, que estuvo allí durante dos mil años? Y qué hizo todo ese tiempo sino dormir a ratos y a ratos estar despierta. De la misma manera algunos hombres viven sin hacer nada. Muchos de ustedes dirán: “Si mi deseo fuera concedido, me gustaría ser útil. Ganar coronas para Cristo, salvar almas para Él , traer al redil ovejas perdidas.” Hermanos y hermanas, deléitense en el Señor y Él les concederá sus anhelos. Tal vez no exactamente de la forma que ustedes lo expresarían. Tal vez no puedan servir en la esfera en que ustedes aspiran, pero sin duda serán de utilidad de la manera que Dios quiere y en la medida que Él quiere.

Sin embargo, debo agregar una cosa. Tengo un deseo, que si lo pudiera compartir, sabiendo que me será concedido, sería este anhelo que todos ustedes se conviertan. Madres y padres, ¿acaso no dicen ustedes: “El anhelo de mi corazón es que mis hijos se salven, no tengo mayor gozo que este, que mis hijos caminen en la Verdad de Dios?” Y yo como ministro les digo, mi más ferviente deseo, mi más caro anhelo, el deseo más elevado que conozco, el que mi alma siente con mayor intensidad, y que espera alcanzar con más ganas, una meta grande y altruista, es que pueda presentar a cada uno de ustedes perfecto ante Dios al final. No sólo para ser inocente de su sangre, lo que en sí mismo es grande, sino para tenerlos junto a mí cuando diga: ” Aquí estoy, Señor, y a los hijos que me diste para Cristo.”

Oh, a ustedes, miembros de esta iglesia, les pido que oren para que su ministro se deleite en Dios, para que así Él le conceda el anhelo de su corazón. Y les pido que ustedes también que se deleiten en Dios, para que cuando vengan a Dios en oración y oren por esta congregación, puedan tener seguridad que Él les concederá los anhelos de su corazón, porque se han deleitado en Él. Cuando Martín Lutero caminaba por las calles, los que le veían susurraban: “Ahí viene un hombre que obtiene todo lo que le pide a Dios.” Se preguntarán: ¿Por qué? Simplemente porque Lutero se deleitaba en Dios. Si tuviéramos hombres de esa talla en esta congregación y en esta iglesia, que amaran al Señor y se deleitaran en Él, ¡qué efecto no tendrían sus oraciones!

Estos son los hombres que poseen las llaves del cielo, y de la muerte y del infierno. Todos estos son los hombres que pueden abrir el Cielo o cerrarlo, hacer que llueva o que no llueva. La iglesia de Roma pretende que ella tiene las llaves. ¡Pero la Iglesia de Cristo tiene las llaves sin pretender tenerlas y estas llaves cuelgan del cinturón de los hombres que se deleitan en Dios! Mediante sus oraciones, ustedes pueden conseguir tales lluvias del Espíritu sobre la Iglesia Cristiana, que el desierto se regocijará y florecerá como una rosa. Y si dejan de deleitarse en Dios pueden cerrar al Cielo mismo, de tal manera que no descienda la lluvia y la Iglesia entera se vuelva estéril y otra vez sin frutos.

Recapitulando. Fíjense bien en esto, esto es lo único en lo que se puede deleitar un hombre y ver cumplidos sus deseos. Hay un hombre que se deleita en el dinero, pero no obtiene su deseo. Obtiene su dinero, pero nunca alcanza la satisfacción que esperaba. Hace unos pocos días leíamos en el periódico acerca de alguien que tenía un éxito notable en su profesión, pero que recientemente había intentado suicidarse bajo la preocupación que iba a perder todo a causa de la guerra en Estados Unidos. Recordamos también en esta gran ciudad (Londres) a uno de los más grandes comerciantes que cuando murió tenía una fortuna mayor a tres millones de libras esterlinas -en esa cantidad fueron valuadas sus propiedades- quien en la última etapa de su vida se había acostumbrado a recibir el mismo salario que su jardinero y estaba convencido que debía de morir en un asilo. (Nota: su insatisfacción en las alturas lo hacía buscar en el valle).

Había recibido todo lo que un hombre podría desear, y dinero en abundancia, pero no vio cumplido el deseo de su corazón. Se había deleitado en su oro, pero no recibió el deseo de su corazón. Así hemos conocido a hombres que se han deleitado en la fama, y cuando la han tenido, habrían hecho cualquier cosa para liberarse de ella. Han sido grandes estadistas, o valerosos guerreros, y han alcanzado gran renombre. Pero habiendo obtenido toda la fama y habiendo llegado a su pináculo, no encontraron lo que ellos esperaban y han dicho: “Hubiera preferido vivir en la oscuridad, porque tal vez así hubiera encontrado alguna satisfacción.”

Y miren a muchos entre ustedes mismos. Cuando eran aprendices, el deseo de su corazón era llegar a ser maestros en su profesión. Pues bien, cuando llegaron a dominar su profesión, ¿qué pasó? Querían especializarse, y luego poder independizarse. Bueno, lo hicieron y prosperaron. ¿Han visto cumplido el anhelo de su corazón? ¡Oh, no! Ése se ha adelantado un poco más. Ahora, esperan hasta poder educar a su gran familia y después cuando sus hijos se hayan independizado, buscarán una residencia en los suburbios donde se puedan retirar y pasar cómodamente el resto de sus días.

Y algunos de ustedes poseen su casa de campo y han concluido sus actividades productivas. ¿Se les ha concedido el anhelo de su corazón? Bien, pues no es así. Hay algo que todavía desean. Ah, sí, obtener el deseo del corazón de un hombre es como perseguir a un fantasma. Está aquí y allí y en todas partes; en un momento está sobre una colina y al ratito está allá abajo en el valle. Saltas sobre él pero ahora ya está sobre la siguiente colina allá, y en la que sigue, y tu búsqueda es inútil. En este mundo la satisfacción es como el diamante que el necio ve colocado al pie del arco iris. Corre para tomarlo pero conforme avanza, el arco iris se aleja para mantener siempre la misma distancia, y nunca puede encontrar lo que esperaba. Si quieres tener el deseo de tu corazón, deléitate en tu Dios. Dale tu amor. Dale tu corazón. Lánzate a lo profundo del arroyo y tendrás todo lo que pudieras desear. El deseo de tu corazón en todo su alcance te será concedido.

¿Hay alguien entre mis lectores que no se puede deleitar en Dios? No puedes. No puedes. ¿No puedes? Tú dices: “¿Cómo me puedo deleitar en Dios? Él está enojado conmigo.” Tienes razón, no puedes. ¿Cómo puede deleitarse en Dios aquel cuyos pecados no han sido perdonados, sobre quien permanece en todo momento la ira de Dios? ¿Puede un hombre deleitarse ante un león rugiente o ante una osa en el campo a la que le han quitado sus crías? ¿Puede un hombre deleitarse en un fuego que consume? ¿Puede un hombre deleitarse ante la espada desnuda que busca traspasar su corazón? Dios es todo eso para ti mientras estés fuera de su gracia. ¿Cómo puedes entonces deleitarte en Dios?

Hay un paso que es necesario: cree en el Señor Jesucristo, y entonces te deleitarás en el Señor. Esto es, confía en que serás salvado por Cristo. Ve y ponte en las manos de Cristo para que tus pecados te sean quitados. Y cuando hayas confiado en Cristo, sabrás que tus pecados te son perdonados, que has sido reconciliado con Dios por la muerte de su Hijo. Y puedes seguir tu camino y deleitarte en Dios, pues la promesa es esta: tu deseo será cumplido.

 

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