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“Sirviendo al Señor con toda humildad.” Hechos 20: 19
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Los peores pecadores son objeto de la misericordia más escogida. Cristo es el grandioso Salvador que paga las grandes transgresiones de los grandes rebeldes. La vasta maquinaria de la redención no se hubiera puesto en movimiento jamás por algún propósito pequeño o insignificante. Era preciso que hubiera un grandioso propósito en un plan tan grande, que fue completado a tan alto costo, garantizado con tan grandes promesas, y destinado a dar tan grande gloria a Dios.
El plan de salvación contiene en sí toda la sabiduría de Dios: la compra de la salvación tiene en sí la plenitud de la gracia de Dios: la aplicación de la salvación es una manifestación de la suma grandeza del poder de Dios; y estos tres atributos en toda su grandeza no pudieron haber conspirado juntos sino con un propósito grande y maravilloso.
Desde el propio inicio de nuestro sermón el día de hoy, pienso que podríamos sacar una conclusión válida, que Cristo contempló salvar a grandes pecadores mediante una gran salvación. Para que todo el asunto sea grandioso, debe haber un gran pecador, que sea, digamos, la materia prima sobre la cual la gran sabiduría, la grande gracia, y el gran poder puedan ser ejercidos para convertirlo en un gran santo.
Yo pienso que tanto los santos como los pecadores tienen una idea muy restringida y limitada de la bondad de Dios. Lo medimos a Él de acuerdo a nuestra condición. Oh, que supiéramos el significado de ese texto, en el que Dios dice, “No ejecutaré el ardor de mi ira, ni volveré para destruir a Efraín; porque Dios soy, y no hombre.” Oseas 11: 9.
Él actúa en cada cosa, no como un rey que regala a otro rey, o como un recto corazón real actúa hacia el necesitado, sino como un Dios. No hay nadie que pueda acercarse a Él. Así como Su gloria es tan sobresaliente que los ojos mortales no pueden contemplarla, así también Él es excelente en Su amor y en Su gracia, de tal forma que el entendimiento mortal nunca puede captar, comprender o sondear la infinitud de Su misericoridia. Él guarda misericordia para miles, y muestra piedad hacia muchedumbres. ¿Quién es Dios como Tú, que pasa por alto la transgresión, la iniquidad y el pecado?
Voy a introducir de inmediato mi texto. Ciertamente es un texto grandioso; está dirigido especialmente a los pecadores del tinte más negro. Ruego que la energía y el poder del Espíritu abra ahora la puerta de todos nuestros corazones para que entre en ellos la misericordia de Dios.
Intentaremos hacer cuatro cosas el día de hoy. Primero, vamos a notar que el texto está dirigido a los pecadores del más negro tinte; en segundo lugar, el texto contiene una invitación a la razón que posee un poder prevalecedor; en tercer lugar, promete perdones sumamente poderosos; y en cuarto lugar, nos presenta un tiempo de un significado muy solemne.
I. Entonces, en primer lugar, nuestro texto está dirigido a los PECADORES DEL MÁS NEGRO TINTE.
Algunos de mis hermanos están grandemente escandalizados por las invitaciones generales que yo tengo el hábito de hacer a los pecadores como pecadores. Algunos de ellos llegan al extremo de afirmar que no hay invitaciones universales en la Palabra de Dios. Su aseveración, sin embargo, no es un argumento tan eficaz como un hecho real, y aquí tenemos uno de esos hechos. Aquí encontramos claramente una invitación dirigida a pecadores que ni siquiera cumplían con el requisito de la sensibilidad. Ellos no sentían su necesidad de un Salvador. Habían sido flagelados y azotados hasta que todo su cuerpo estaba en carne viva, y sin embargo no se querían volver a la mano que los golpeaba, sino que todavía continuaban pecando. Nunca se dio en ninguna otra parte una descripción más precisa de almas indiferentes, indignas, impías y abandonadas.
En el contexto tenemos una de las descripciones más gráficas de la naturaleza humana en su estado de completa perdición e impiedad. No hay un solo rayo de luz en medio de las densas tinieblas. El hombre es malo, malo, malo, de principio a fin. Más aún, todo en él es maldad, y su maldad ha llegado hasta el límite. No hay ni un solo rayo de promesa en su naturaleza, ningún resplandor de algo bueno en la descripción de las personas a quienes está dirigido este texto.
Nuevamente les pido que presten su atención al capítulo que he leído. En el primer versículo ustedes pueden percibir que el texto fue dirigido a pecadores insensibles, tan insensibles que el propio Dios no quiso dirigirse a ellos para censurarlos, sino que invocó a los cielos y a la tierra para que escucharan Sus quejas. Él le habló al firmamento, a las estrellas, al sol y a la luna, y les ordenó que escucharan; pues los hombres se habían vuelto tan sordos a las amonestaciones de Dios, tan completamente muertos a Sus súplicas, que Él rehúsa dirigirse más a ellos con notas de advertencia. “Oíd, cielos, y escucha tú, tierra.” Cuán sutil expresión poética del pensamiento, que Dios apele a criaturas inanimadas en lugar del hombre, pues el hombre se había endurecido más que las piedras del campo; y sin embargo, a tales personas les es enviada la invitación: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.”
A continuación ustedes verán con claridad que el texto es ofrecido a pecadores ingratos. “Crié hijos, y los engrandecí, y ellos se rebelaron contra mí.” ¡Oh, cuántos de nosotros caemos bajo esa descripción! Dios fue muy bueno con nosotros en nuestra niñez. Fuimos mecidos sobre la rodilla de la piedad; nos recostaron en el sillón de la santidad. Dios proveyó para nuestras necesidades. No nacimos esclavos ni en un vacilante cobertizo, sino que el amanecer de nuestros días fue la salida de su cuidado misericordioso, pero cómo hemos pecado en la niñez, y desde que alcanzamos la edad adulta cómo hemos violado todas las amonestaciones de Su amor, y hemos despreciado inclusive la sangre de Cristo y el Espíritu de Dios.
Hemos olvidado Sus misericordias; hemos dado coces contra el aguijón; hemos convertido las bendiciones de Su providencia en asistentes de nuestros pecados, y los dones de Su gracia en excusas para nuestras iniquidades. Oh, muchos de nosotros podemos ponernos de pie aquí hoy y aceptar nuestra culpa, reconociendo que hemos sido ingratos hacia un Dios bueno, paciente y generoso. Y sin embargo, a tales personas como nosotros está dirigido el texto: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.”
Al leer el versículo tercero, ustedes percibirán otra vez que el texto está dirigido a hombres que son peores que las bestias. Nosotros a menudo denigramos a las bestias de la creación. Decimos que un hombre está tan borracho como una bestia. Yo nunca he sabido que las bestias se emborrachen. Algunas veces cuando un hombre ha caído en un vicio degradante, decimos que ha cometido un pecado bestial. Me pregunto si la expresión tiene la menor precisión. ¿Cómo pecan las bestias? ¿Acaso no inclinan sus cuellos y llevan el yugo que les pone el hombre, que es como un dios para ellas? ¿Acaso contienden con la ley en la que Dios ha dicho: “Te he dado señorío sobre las bestias del campo, las aves de los cielos, y los peces del mar”? Si fuésemos la mitad de obedientes a Dios de lo que son las bestias al hombre, habría muy poco pecado en nosotros. Pero los hombres deben sentir en sus conciencias que han sido peores que las bestias. No han servido a Dios como el buey ha servido a su amo; no Lo han reconocido a Él ni siquiera como el asno bruto reconoce su pesebre.
Nadie de nosotros conservaría un caballo durante veinte años, si no trabajara nunca y sólo buscara cómo hacernos daño; y sin embargo, hay personas aquí presentes a quienes Dios ha conservado estos últimos cuarenta o cincuenta años, soplando en su nariz aliento, y poniendo alimento en sus bocas, y vestidos para cubrir sus espaldas, y que no han hecho otra cosa sino maldecirlo, hablar mal de Su servicio, y despreciar Sus leyes.
Él es ciertamente un Dios paciente cuando habla a personas como éstas, diciéndoles: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.” Uno puede asombrarse de que haya un texto así como ese en la Biblia, pero el asombro es bastante mayor cuando se comprueba a qué personas está dirigido; a hombres que están por debajo del nivel de las bestias de la creación.
¡Oh!, mis queridos amigos, ustedes que temen a Dios, no piensen nunca que hay algunos hombres demasiado malos para ser salvados; vayan a los réprobos, a las prostitutas, a los borrachos, a los abandonados. Si Dios invita a hombres que son peores que el buey y que el asno, ustedes pueden ir e invitarlos también, con la esperanza que acepten la invitación, y que ellos puedan ser salvos. Cuántos no hay que han sido elevados del estercolero del pecado hasta los tronos de Dios; por otro lado, cuán pocos han salido de la silla del fariseo para remontarse a los cielos cubiertos de estrellas.
Nuevamente miren con atención el capítulo que tenemos ante nosotros, y la descripción de las personas a quienes este texto está dirigido se volverá todavía más clara y más completa. Por el versículo catorce se tiene la impresión que eran personas cargadas de iniquidad. Cuando un hombre está cargado, oprimido, no puede alcanzar progreso alguno. Estas personas estaban cargadas y cubiertas con tal peso de iniquidad que no podían menearse. Su pecado se había convertido en una parte de su naturaleza; como colores teñidos, el pecado no podía despegarse.
Si ellos buscaban ir a Cristo, su pecado era como una cadena atada a sus pies; si tenían algunos pensamientos de bondad, los viejos hábitos del vicio muy pronto mataban a esos infantes en el propio nacimiento. Estaban cargados de iniquidad. Ellos podían decir: “¿Cómo puedo ser mejor? ¿Cómo puedo ser diferente? El pecado se ha convertido en una traba y un obstáculo para mí, y no puedo moverme. No puedo escapar de él.”
Y sin embargo, inclusive a personas como éstas Dios dice: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.” Es algo terrible cuando el pecado se convierte no sólo en parte de la naturaleza, sino en una segunda naturaleza; cuando la práctica del pecado engendra el hábito del pecado, y el hombre queda enredado en las mallas de una red de hierro de la que no tiene el poder de escapar. Sin embargo a él, inclusive a él, esclavo de muchas concupiscencias, encadenado de pies y manos, y rigurosamente encerrado contra el poder de Dios, inclusive a él es enviada la palabra del Evangelio: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.”
Además, no sólo eran personas cargadas de pecado ellas mismas, sino que eran maestros en el área de las transgresiones: “¡generación de malignos, hijos depravados!” Como el viejo Charnock dice: “se corrompieron unos a otros mediante su compañía y su ejemplo, de la misma manera que las manzanas podridas dañan a las que se encuentran junto a ellas.”
Pues bien, yo conozco a algunos hombres que, sin importar dónde vayan, llevan consigo plagas y muertes. He observado que en casi cada pueblo y en cada grupo social en cada sitio o ciudad, hay un cierto individuo que parece ser el diablo encarnado de esa parroquia; un hombre que enseña a los jóvenes a beber, a jurar, a llevar a cabo actos licenciosos; un hombre a quien Satanás parece haber seleccionado para que cuide a sus ovejas negras en ese distrito particular; que es algo así como un pastor con su cayado en la mano, conduciendo a los jóvenes a pastos peligrosos, haciéndoles descansar junto a arroyos venenosos.
Sin embargo, inclusive a alguien así, y tal vez hay alguien así aquí presente, un perverso viejo impío que se ha graduado en la universidad de Satanás, que se ha convertido en maestro de Belial, un príncipe y el primero de los pecadores, un Goliat entre los filisteos, sin embargo, inclusive a un hombre así, esta palabra es enviada el día de hoy. Las manos de ustedes están llenas de sangre de almas de jóvenes; ustedes han mantenido una casa infernal; ustedes han promovido espectáculos públicos que han corrompido y han depravado a los jóvenes; en sus bolsillos llevan oro que han ganado mediante la sangre de las almas; ustedes tienen los centavos del necio y las monedas de los borrachos, que realmente han llegado a las manos de ustedes desde los corazones de unas pobres mujeres; ustedes han escuchado los llantos de niños hambrientos, y sin embargo han tentado a sus maridos para que se echaran una copa, y para que arruinaran sus cuerpos y sus almas. Ustedes han tenido salones donde el entretenimiento era tan bajo, tan rastrero, que despertaba las pasiones adormecidas en las mentes tanto de los jóvenes como de los viejos, y así ustedes se hundirán en el infierno con la sangre de otros sobre sus cabezas, junto con su propia condenación; no con una piedra de molino alrededor del cuello, sino con muchas. “Llevados,” según dice John Bunyan, “no por un diablo, sino por siete diablos, que los arrastrarán en medio de las maldiciones de las multitudes que engañaron.”
¡Ah!, y usted, señor, conferencista infiel, que se pone de pie para desafiar a la Deidad, sabiendo en lo íntimo de su alma que usted tiembla ante Él, y que está poseído de un terrible miedo cuando está solo; inclusive a usted, lo peor de lo peor, el más vil de los viles, dos veces muerto, arrancado de raíz, podrido, pútrido, corrompido, inclusive a usted Dios le habla hoy: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.”
¿Puedo ir todavía más lejos? Me parece que no; sin embargo, debemos leer todo el capítulo. El bendito texto que tenemos en la mano está dirigido a hombres que habían sido aligerados y alejados de todo tipo de aflicciones. Es una gran agravación de nuestro pecado cuando pecamos bajo la vara. Si un hijo desobedece a sus padres en el momento en que es castigado, es ciertamente una desobediencia. Oh, pero cómo han sido castigadas algunas personas aquí presentes y cuán poco se han beneficiado de ello.
¿Me permitirá usted, señor, que le recuerde de la peste del cólera, y de cuán cerca estuvo usted de las mandíbulas de la muerte en ese momento? ¿Acaso no recuerda esa fiebre, y cuán abatido se encontraba usted, cuando dijo: “Quiera Dios en Su misericordia que yo me pueda levantar un día, y si eso ocurre, seré un hombre diferente”? y en efecto usted fue un hombre diferente, pues usted fue peor que antes, y se endureció más.
¡Oh!, hay algunos de ustedes que tal vez han escapado de un naufragio o de un incendio, que han sido rescatados de los propios dientes del dragón; o han tenido accidentes de la peor naturaleza y además uno tras otro; apenas tienen algún hueso debidamente colocado en su lugar; tienen una vieja fractura que debería sacudir su memoria y recordarles la bondad y la misericordia de Dios; pero todo esto se ha perdido.
¡Ah, señor!, tenga mucho cuidado, tenga mucho cuidado; la justicia de Dios es como el hacha de los romanos; está envuelta en un manojo de varas, y cuando las varas se gastan, entonces debe ser usada; tengan cuidado, si la vara no les trae el arrepentimiento, el hacha les traerá condenación. Si ustedes quieren brincar sobre las cercas y las zanjas para ser condenados, llegarán a final de esta carrera de obstáculos antes de lo que piensan y descubrirán que es algo terrible caer en las manos del Dios vivo. Pero inclusive a ti, sobre quien se han desperdiciado años de aflicción, a ti es enviado el día de hoy el mensaje del Evangelio: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.”
Más aún, pienso que al dar esta descripción, es mejor que me concentre más en la predicación del Evangelio que en las otras partes del sermón. Permítanme recordarles que la invitación del texto es enviada a hombres que parecían ser totalmente depravados desde la planta del pie hasta la cabeza. No había cosa sana en ellos, no se podía hallar ni un solo punto donde no hubiera una herida sangrante, o una hinchazón azul, o una llaga podrida muy profunda debajo de la piel. Todos ellos estaban cubiertos de “herida, hinchazón y podrida llaga.” ¿Te consideras hoy como uno de ellos? ¿Eres tú un pecador tan vil que te preguntas cómo es que te has atrevido a venir donde se congrega el pueblo de Dios? ¿Sientes como si tus heridas son tan corruptas y fétidas que te sorprendes que un hombre piadoso pueda estar a tu lado, o que tu piadosa madre pueda mencionar tu nombre en oración, como lo hace todavía? ¿Te has adentrado tanto en el pecado que ya no puedes avanzar más por ese camino? ¿Te has vuelto tan condenable como puede serlo un hombre en esta vida mortal? Sin embargo a ti, el más vil, el más perdido, el más depravado de los hombres, es enviada la palabra de esta salvación. “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.”
Para coronarlo todo, este mensaje fue enviado una vez a los peores de los hombres, pues fue enviado a algunos a quienes Dios llama “Sodoma y Gomorra.” Cuán terrible fue el crimen de Sodoma. No lo vamos a mencionar. Cuán espantosa fue la lascivia de Gomorra. El oído de la modestia no podría escuchar, aún si la lengua sin vergüenza se atreviera a hablar: “Su pecado se elevó al cielo.” La tierra estaba corrompida; el olor de la podredumbre llegaba hasta el propio cielo. Y sin embargo, a personas así es enviada hoy la invitación del Evangelio: “Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.”
Ellos eran hombres cuya religión misma era abominable a Dios; hombres cuyos salmos e himnos y holocaustos, eran como pecados ante el Altísimo. Ellos habían convertido sus cosas santas en abominaciones, y sus cosas buenas se habían tornado viles; su oro era escoria, y su vino estaba mezclado con agua; su santidad no era aceptable a Dios.
Ay, y cuántas personas de este tipo se pueden encontrar en todas nuestras calles que, cuando cantan un himno en una capilla o en una iglesia, muy bien se podrían preguntar cómo Dios soporta su desfachatez al atreverse a cantar; que cuando se ponen de pie para orar, deberían temer caer fulminadas debido a su hipocresía, pues nunca oran en casa. Hay una multitud de personas que van a la iglesia muy de vez en cuando, que asisten a ceremonias supersticiosas, y que temen que sus hijos mueran sin ser rociados en el bautismo, y sin embargo ellos no temen morir y ser condenados para siempre. Ellos pueden participar en las supersticiones, pero la religión real de Dios los tiene sin cuidado. El próximo Viernes Santo, cuántos asistirán a la iglesia a la que nunca van los domingos. El Viernes Santo es una ordenanza del hombre, y el hombre asiste a eso; pero descuidan el domingo divino.
Hay muchos también, entre los papistas (los católicos romanos), que no comen carne los viernes, pero que roban carne los días jueves; personas que no se arriesgarían ni por un instante a ir en contra de las normas de su devocionario particular, pero que violan las leyes de Dios, y no le dan importancia a hacer todo lo que Dios ordena que no se haga, y dejan sin hacer todo aquello que Él les manda que hagan. Sin embargo, a tales personas, a tales hombres cuya religión es una mentira, cuya profesión es una simple simulación, cuya búsqueda de santidad no es sino un subterfugio para buscar ganancias, aun a esos es enviado el Evangelio. “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.”
Tengo una gran red el día de hoy. ¡Oh, que todos nosotros seamos prendidos en sus mallas! No hay nadie el día de hoy que deba quedar fuera de esta invitación; ni siquiera aquella pobre alma que está allá y que tiembla en sus zapatos porque teme que ha cometido el pecado imperdonable:
Que se excluyen a sí mismos;
Bienvenidos los sabios y los bien educados,
Los ignorantes y los rudos.”
“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros,” les dijo Pedro. Y como comenta John Bunyan, algún hombre de entre la multitud pudo haberse puesto de pie diciendo: “¡Pero yo ayudé a acorralarlo hasta la cruz!” “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros.” “¡Pero yo clavé los clavos en Sus manos!” dice alguien. “Cada uno de vosotros,” dice Pedro. “¡Pero yo atravesé Su costado!” exclama otro. “Cada uno de vosotros,” dice Pedro. Y yo presioné mi lengua contra mi mejilla, señalándolo y mirando Su desnudez y dije: “Si es el Hijo de Dios, descienda ahora de la cruz.” “Cada uno de vosotros,” dijo Pedro. “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros.” Yo me siento verdaderamente triste por muchos de nuestros hermanos calvinistas; lamento decir que no saben absolutamente nada del Calvinismo, pues nunca hubo nadie más caricaturizado por seguidores profesos que Juan Calvino. Muchos de ellos temen predicar basándose en el texto de Pedro: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros.” Cuando yo lo hago, ellos dicen: “no tiene doctrina sana.” Bien, si estoy errado en este punto, tengo a todos los Puritanos de mi lado, a todos ellos sin excepción. John Bunyan de manera predominante predica a los pecadores de Jerusalén; y Charnock, ustedes lo saben, ha escrito un libro: “Los peores pecadores, objeto de la misericordia más selecta.”
Pero eso no me importa para nada; yo sé que el Señor ha bendecido mis llamados a todo tipo de pecadores, y nadie podrá detenerme para que no haga invitaciones libres en tanto que yo las encuentre en este Libro. Y yo ciertamente clamo con Pedro el día de hoy a esta vasta asamblea: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo.”
De esta manera he dirigido mi carta, intentando encontrar a las personas a quienes está enviada la invitación.
II. En segundo lugar, el texto nos presenta un ARGUMENTO CON UN PODER QUE PREVALECE.
¡Oh, que Dios razonara con ustedes hoy y que los inconversos quisieran razonar con Él! Mis pobres labios no pueden razonar con ustedes como puede hacerlo Dios. Yo puedo ser humilde y débilmente el representante del Señor Jesús ante almas temblorosas por un momento. “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta.” Tú dices, “yo soy un pecador demasiado grande para ser salvado.” Yo te respondo esto: ¿Qué pasaje en la Palabra de Dios te prohibe a ti buscar misericordia? Aquí está el Libro; pasa todas las páginas de principio a fin, y ve si puedes encontrar algún pasaje en el que se diga: “tal y tal individuo no puede tocar a las puertas de la misericordia, y no puede buscar un Salvador.” Ustedes saben que hay muchos versículos que dicen en espíritu: “El que quiera venir, que venga.” Vamos, este es un libro cortejador. Siempre te está invitando. Te grita. No, hace algo más que eso. Yo espero que por la gracia de Dios te forzará a venir.
No puedo encontrar ningún pasaje que sea una puerta para dejarte fuera, sino que cientos de pasajes te invitan a venir. Aún así tú dices: “yo sé que soy demasiado vil para ser salvado.” ¿Te ha rechazado alguna vez el Señor? ¿Has ido a Él y has buscado la gracia por medio de Cristo, y te ha dicho Él: “Vete de aquí, tú eres demasiado vil”? Vamos, entonces, ¿vas a limitar al Santo de Israel antes de que lo hayas probado? ¿Acaso tú no has orado? Él no ha prometido responderte conscientemente la primera vez. Dios siempre oye la oración de un pecador, pero no siempre hace saber al pecador que Él la ha escuchado. La misericordia viene rápidamente, pero un sentido de esa misericordia puede demorarse un poco.
Oh, alma, yo te aseguro a ti que todavía no ha habido un pecador que haya buscado a Dios, y Dios lo haya rechazado si lo buscó a través de Cristo. Yo te preguntaría de nuevo: ¿Hay alguno, piensas tú, de los condenados en el infierno que haya ido a ese lugar porque la sangre de Cristo no pudo salvarlo? Pregúntales. Vamos, señores, si alguno de ellos pudiera decir en el infierno: “por culpa de Dios yo estoy aquí,” esto le sacaría el aguijón a su tormento. No hay una sola alma en el infierno que se haya arrepentido alguna vez del pecado. No hay ni una sola alma allí que haya buscado misericordia alguna vez por medio de Cristo; y si tú puedes perecer buscando un Salvador, entonces tú serías el primero: pero eso no puede suceder nunca. Bien, alma, puesto que no hay un solo texto que te rechace: ¡Ven! Puesto que el Señor todavía no te ha rechazado nunca a ti: ¡VEN! Puesto que nadie se ha perdido por falta de poder en Él para salvar: ¡VEN! ¡Ven, te lo suplico!
Pero si estos razonamientos no son suficientes para ti, porque tú quieres colocarte fuera de la esfera de la esperanza, y dices: “yo no soy digno, yo no soy digno,” déjame sugerirte algunos pensamientos. ¿Por qué fue que nuestro Dios y Señor, cuando vino al mundo, eligió nacer de un linaje de mujeres pecadoras. Es notable que esas mujeres cuyos nombres son mencionados como antepasados de Cristo, son tal vez, con una excepción, del carácter más vil. Allí encontramos a Tamar, que comete incesto con su suegro; allí está Rahab la ramera; allí está Betsabé la adúltera; y sin embargo, Cristo brotó de sus lomos. ¿Por qué mezclar este negro arroyo con la corriente de la cual saldría Cristo? Vamos, alma, seguro que fue para mostrarte que Él era un Salvador de pecadores. Ciertamente si Él no hubiera querido alcanzar a lo más vil de lo vil, no hubiera ocurrido nunca eso.
Pero mira de nuevo, ¿qué hizo Jesús cuando estaba aquí en la tierra? ¿A dónde fue llevado cuando era un niño? Pues a Egipto, donde adoraban a los puerros, las cebollas y los ajos y basuras parecidas, para que pudiera ser dicho: “De Egipto llamé a mi Hijo.” ¿Dónde comenzó a predicar Él? Pues, cerca de la costa del mar, donde el pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz. Y, ¿cuál fue la sociedad de la que se rodeaba? Él estuvo una vez en la casa de un fariseo, pero cuán a menudo Él fue el amigo de publicanos y pecadores. Y qué extraña suerte de individuos eran Sus seguidores. Escoge al que quieras, y verás que hay muy poco que decir acerca de su carácter previo. Están los pescadores del lago de Galilea, toscos y sin educación. Allí está Pedro que Lo niega; allí está Magdalena, de quien fueron echados siete demonios; allí está esa otra mujer que había sido una pecadora. ¿Cuál fue el hombre al que convirtió después de haber subido al cielo? Hay un único caso en la Biblia en el que un hombre fue convertido personalmente por Cristo después de haber ascendido al cielo, y ese es el sanguinario Saulo de Tarso, que estaba sumamente ensañado en contra del pueblo de Dios, y que iba rumbo a Damasco para poder cazar más discípulos. El primero de los pecadores oye una voz: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” ¿Qué hizo Jesús cuando agonizaba? ¿Acaso no salvó a un ladrón (un vil ladrón) uno que pertenecía a la hez y a la basura del mundo? Y ¿acaso no le dijo: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”? Ah, almas, mi Señor siempre iba donde era más necesitado: donde estaban los peores pecadores.
Y ustedes conocen Su predicación. Era una predicación que estaba dirigida a los hombres más malos. Miren la parábola de la gran cena: “Vé por los caminos y por los vallados.” Vé y coge los pájaros de los vallados; los hombres que están cuidando el lino que se seca en los vallados. Vé por quienes no tienen dónde reposar su cabeza; los que están sucios, harapientos, y peor que eso: vé y diles que entren; no a los hijos de los príncipes, ni a los grandes ni a los buenos, sino que trae aquí a los ciegos, a los cojos y a los lisiados y a cualquiera que te encuentres, y órdenales que vengan a la boda.
Él vino con el propósito de traer luz a la oscuridad, de bendecir al miserable, de dar vida a los muertos, de proporcionar salvación a los perdidos. Ahora, ¿qué tienes tú que decir a ésto? Me parece que tal razonamiento debería conducirte a esta conclusión:
“Me acercaré al Rey lleno de gracia,
Cuyo cetro proporciona misericordia,
Quizás Él me ordene que me acerque,
Y entonces este suplicante vivirá.
Podría perecer si voy,
Pero estoy resuelto a intentarlo,
Pues si permanezco lejos, yo sé
Que para siempre pereceré.
Pero si muero en busca de la misericordia,
Habiéndome acercado al Rey,
Si yo muriera, deleitable pensamiento,
Nunca moriría como un pecador.”
Pero todavía no he terminado con mi razonamiento, pues podría haber un alma desalentada que diga: “Ay, Dios puede hacer grandes maravillas, pero yo sería Su mayor maravilla.” Mira aquí, pecador. Uno de los fines de Dios en la salvación es darse honor a Sí mismo: “y será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída.” ¿Cómo se gana una gran fama un médico? No curando rasguños causados por un alfiler; no sanando las pequeñas cortaduras que se hacen los hombres en los dedos. Cualquier anciana puede hacer eso. Es tratando enfermedades graves, sanando condiciones que se consideran incurables; y entonces, tan pronto ese médico cura esas enfermedades declaradas incurables por los demás, él puede anunciar su espléndido éxito en todos los periódicos. “Fulano de tal había sido rechazado por todos los hospitales y había tomado todo tipo de medicinas, pero finalmente yo sí pude curarlo.”
Pues bien, querido amigo, si tu condición espiritual está así de enferma, tú eres un candidato ideal para ser el medio, en la mano de Dios, de honrar Su gracia. Contempla lo que hacen los grandes ingenieros. Cuando un hombre construye un ferrocarril a lo largo de un terreno bueno, duro y sólido, donde todo es plano, tú dices: “cualquier persona puede hacer eso.” Pero Stephenson construyó el ferrocarril que atraviesa la ciénaga de Chat, una ciénaga que se tragaba cualquier cantidad de materiales que se ponía allí y todo se perdía; cuando finalmente el ferrocarril pasó por esa ciénaga, todo el mundo dijo: “¡Qué maravilla!” Luego miren las grandiosas obras del señor Brunel. A él siempre le gustó comprometerse con imposibles, y llevarlos a cabo. Cosas que amedrentaban la imaginación de cualquiera, él las intentaba y las desarrollaba. Quizá no estemos de acuerdo con los gastos; pero en este caso, tenemos un Dios cuyas reservas no tienen fondo, que tiene un tesoro ilimitado, y Él ama aferrarse a esas negras imposibilidades, y se pone a trabajar con ellas, y mostrarles tanto a los hombres como a los ángeles qué maravillas puede hacer.
¡Ah, pobre pecador!, si tú eres el más vil de los viles, me parece que manifestarías mejor la gracia de Dios. No puedo evitar citar a Bunyan otra vez. En su obra “El Pecador de Jerusalén Salvado” dice: “hay algunos de nosotros que son pueblo de Dios, cuyo amor está bajando sustancialmente de nivel, y cuyo celo flaquea; y no somos los hombres que deberíamos ser. ¡Oh! Pero,” añade, “si el Señor quisiera convertir a estos presidiarios: si Él quisiera llamar por Su gracia a algunos de esos que frecuentan prostitutas, y que son adúlteros y ladrones y borrachos, qué espíritu pondrían en la iglesia cristiana; qué nueva vida sería derramada sobre nosotros, pues ellos son siempre los hombres más denodados cuando son convertidos. Y así,” dice, “yo oro por la salvación de estos grandes pecadores, para que la iglesia tenga un nuevo incremento de celo y amor, venido de hombres que aman mucho porque se les ha perdonado mucho.”
Si no puedo persuadirlos, si no puedo razonar con ustedes, pues mis labios son unas cosas muy pobres, pobres cosas que sustituyen la propia voz de Dios, entonces déjenme citar Sus propias palabras, y esas palabras son un solemne juramento. Y cuando un hombre hace un juramento ustedes no pensarán en dudar de sus palabras, espero. Ahora, Dios pone Su mano sobre Su propia auto-existencia y dice: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.” Él no desea la condenación de ustedes; a Él no le agrada que ustedes se pierdan. Es cierto que Él obtiene gloria para Su justicia, pero si ustedes perecen Su amor no recibe ninguna satisfacción. Así como un padre prefiere besar a su hijo antes que usar la vara, así el Señor prefiere verte a Sus pies en oración que bajo Sus pies en destrucción.
Él es un Dios que ama. No es difícil tratar con Él. Desde que Cristo se convirtió en el Sustituto de los hombres, Dios nos ha mostrado que Él posee entrañas de compasión. Regresa, hijo pródigo, regresa, mi Padre me envía a ti; te ruego que regreses, Él no te rechazará. ¡Oh!, Espíritu del Dios vivo, derrite el corazón que no se conmueve; ciertamente el amor de Dios y las riquezas de Su gracia pueden derretir el diamante y hacer que el sólido granito se conmueva. “Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel? Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar.”
Entonces termino mi razonamiento, y sólo agrego esto, como dijo una vez un viejo teólogo, y su dicho fue el instrumento de la conversión de por lo menos una persona, “El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso.” Dice él: “Pecador, ¿en qué vas a creer hoy, creerás y atestiguarás que Dios es veraz, o no creerás y vas a continuar dudando, haciendo así a Dios mentiroso? Oh, no hagas esa cosa perversa, sino que cree en Jesús y serás salvo.”
III. Ahora tengo que referirme rápidamente a mi tercer punto. Las palabras de este bendito texto contienen una PROMESA DE PERDÓN SUMAMENTE PODEROSA.
“Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” Ahora estos colores son elegidos debido a su notorio brillo. La grana y el carmesí son colores que al instante atraen la mirada. Hay algunos colores que un hombre puede usar pero que pasan desapercibidos; pero cuando un hombre está vestido de grana, puede ser visto desde una distancia muy lejana.
Ahora, hay algunos pecados que son llamativos, que relumbran; no puedes evitar verlos; y el propio pecador es forzado a confesarlos. Pero la palabra hebrea que la mayoría de ustedes conoce, transmite la idea de un doble tinte (lo que llamamos colores estampados) cuando la lana ha permanecido tanto tiempo en el tinte que ya no puede ser desteñida, aunque la laves y la uses el tiempo que quieras, debes destruir el tejido antes que destruyas el color.
Muchos pecados son de esta clase. Nuestra propia depravación natural, de hecho, es justamente así, está pegada. Lo mismo puede el etíope mudar su piel o el leopardo quitar sus manchas, que los pecadores que han aprendido a hacer el mal aprendan a hacer el bien. Sin embargo aquí está la promesa de perdón total para las arraigadas lascivias que resplandecen. Y noten cómo es expresado el perdón: “como la nieve serán emblanquecidos” pura y blanca nieve virgen. Pero la nieve pronto pierde su blancura, y por lo tanto es comparado a la blancura de la lana lavada, preparada por la ocupada ama de casa como blanco lino fino. Quedará tan bien lavada que no se verá ni la sombra de una mancha, ni una señal de pecado permanecerá en ustedes.
Cuando un hombre cree en Cristo es, en ese instante, a los ojos de Dios, como si nunca hubiera pecado en toda su vida. Más aún, iré todavía más lejos, él está en ese día en una mejor posición que si nunca hubiera pecado; pues si nunca hubiera pecado, habría tenido la justicia perfecta del hombre; pero al creer, él es hecho justicia de Dios en Cristo. Teníamos antes sobre nosotros una capa que nos es quitada: cuando creemos, Cristo nos da un manto; pero es una vestidura infinitamente mejor. No perdimos sino una vestidura común, pero Él nos viste con ropas reales. Es sorprendente ese hombre vestido de nuevo que cree en Jesús. Aquel ladrón que está allá, que pende de la cruz, es negro como el infierno: cree, y se pone tan blanco como la propia pureza del cielo.
La fe quita todo pecado, a través de la preciosa sangre de Jesús. Cuando el hombre ha descendido al sagrado lavatorio que está lleno con la sangre de Jesús, “no tiene mancha ni arruga ni cosa semejante,” que permanezcan sobre él. Su pecado ha dejado de existir; su iniquidad ha quedado cubierta; sus transgresiones han sido llevadas al desierto, y han desparecido. Esto es lo más maravilloso acerca del Evangelio. La fe no quita parte de nuestro pecado, sino que lo limpia todo; no lo quita parcialmente, sino enteramente; no por un poco tiempo, sino para siempre.
“El que en él cree, no es condenado.” Y aunque hoy hubieras cometido todos los crímenes del mundo, sin embargo, en el instante en que crees en Jesús, eres salvo, y el Espíritu de Dios morará en ti para guardarte de pecado en el futuro, y la sangre de Cristo intercederá por ti para que el pecado no te sea cargado nunca.
Hace algunos años, hubo un hombre que había asesinado; había sido ese hombre un individuo terrible, pero mediante la enseñanza de un ministro de Cristo, él fue convertido a Dios. Tenía una ansiedad, es decir, que habiendo creído en Jesús, debía ser bautizado antes de sufrir la sentencia de la ley. Esto no podía ser de conformidad a la ley del país en el que entonces vivía, excepto que fuera bautizado encadenado; y fue bautizado en cadenas. ¿Pero qué importaba? Fue bautizado con gozo; él sabía que Quien podía salvar a lo sumo, podía salvarlo inclusive a él, y aunque estuviera encadenado, era un hombre libre; aunque culpable ante los hombres, había sido perdonado a los ojos de Dios; aunque castigado por las leyes humanas, había sido salvado de la maldición por la sangre preciosa de Jesús.
No sabes cuán extendido está el brazo de Dios, no puedes decir cuán preciosa es la sangre de Cristo, hasta que no hayas sentido el poder tú mismo, y entonces te maravillarás todo el tiempo de tu vida, y aún a través de la eternidad, y te sorprenderá pensar que la sangre de Cristo pudiera salvar a un malvado como tú para convertirte en el monumento de Su misericordia.
IV. Ahora paso a notar, en último lugar, el TIEMPO que es mencionado en el texto, que es del SIGNIFICADO MÁS SOLEMNE.
“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta;” “Venid luego;” has pecado durante demasiado tiempo; ¿por qué endurecer más tu corazón al posponer venir? Ven ahora, ningún tiempo puede ser mejor. Si te demoras hasta que seas mejor, no vendrás nunca. Ven ahora; puede ser que nunca tengas ninguna otra advertencia; puede ser que el corazón nunca sea más blando de lo que es ahora. Ven ahora; puede ser que no hayan otros ojos que lloren sobre ti; que ningún otro corazón agonice por tu salvación. Ven ahora, ahora, ahora, pues no sabes qué pasará mañana en este mundo. Puede ser que la muerte selle tu suerte, y el que era inmundo se puede quedar inmundo. Ven ahora; pues mañana tu corazón se puede volver más duro que una piedra, y Dios te puede abandonar. Ven ahora; es el tiempo de Dios; mañana es el tiempo del diablo. “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, donde me tentaron vuestros padres, me probaron, y vieron mis obras.”
Ven ahora. ¿Para qué pospones ser feliz? ¿Pospondrías indefinidamente el día de tu boda? ¿Acaso vas a posponer la hora en que seas perdonado y liberado? Ven ahora; las entrañas de Jehová te anhelan. El ojo de tu padre te mira desde lejos, y Él corre a tu encuentro. Ven ahora; la iglesia está orando por ti; estos son tiempos de avivamiento; los ministros son personas entregadas. El pueblo de Dios está muy ansioso. Ven ahora.
Ya nunca regrese otra vez.”
Ven ahora. Hombre mortal, hombre mortal, tan cerca de tu final, así dice el Señor: “Ordena tu casa, porque morirás , y no vivirás; y porque haré esto, meditad bien sobre vuestros caminos.” Ven ahora; ¡Oh, que yo tuviera el poder para hacerles llegar esta invitación! Pero debe dejarse en las manos del Señor. Sin embargo, si un ansioso corazón pudiera hacerlo, ¡cómo les suplicaría a ustedes! Pecador, ¿acaso es el infierno tan placentero que a fuerzas tienes que soportarlo? ¿Acaso el cielo es algo tan sin importancia que a fuerzas tienes que perderlo? ¡Cómo! ¿Acaso la ira de Dios que permanece en ti no es razón para que te esfuerces por escapar? ¡Cómo! ¿Acaso no vale la pena obtener el perdón? ¿Acaso la preciosa sangre de Cristo no vale nada? ¿No representa nada para ti que el Salvador haya muerto? Hombre, ¿acaso eres tonto? ¿Estás loco? Si quieres hacerle al insensato vé y derrocha tu oro y tu plata, pero no condenes tu alma. Vístete como un loco, usa una máscara, camina por la calle vestido de vergüenza, y búrlate de ti mismo, si tienes que hacerle al necio, pero, ¿por qué arrojar tu alma al infierno por una broma? ¿Por qué perder tus intereses eternos por un poco de ocio?
Hombre, sé sabio. ¡Oh, Espíritu de Dios, haz a este hombre sabio! Nosotros podremos predicar, pero a Ti te corresponde su aplicación. Señor, aplícala. Ven, grandioso Espíritu. Ven de los cuatro vientos, oh aliento, y sopla sobre estos cadáveres para que puedan vivir. En el nombre de Jesús de Nazaret, ¡oh!, Espíritu de Dios, ven. ¡Por la voz que una vez ordenó a los vientos que cesaran de rugir, y a las olas que se estuvieran quietas, ven Tú, Espíritu del Dios vivo! En el nombre de Jesús que fue crucificado, pecadores, crean y vivan.
Ahora no estoy predicando en mi propio nombre, o con mi propia fuerza, sino en el nombre de Él que se dio a Sí mismo por los pecadores en la Cruz. “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros.” “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo.”
El lenguaje de Su gracia,
Y los corazones se endurecen como tercos judíos,
Esa raza incrédula.El Señor revestido de venganza
Alzará Su mano y jurará:
‘Ustedes que desprecian Mi descanso prometido,
No tendrán ninguna porción allí.”
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