“Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu”
Judas 1:19
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Cuando un agricultor viene a trillar su trigo y prepararlo para el mercado, hay dos cosas que desea: que haya abundancia, de la clase correcta, y que cuando lo lleve al mercado, pueda ser capaz de llevar una muestra limpia allí. Él no mira solamente la cantidad, porque ¿qué es la paja para el trigo? Es preferible tener un poco limpio que tener un gran montón que contenga una gran cantidad de paja, pero menos del precioso grano. Por otro lado, él no aventaría tanto su trigo como para arrojar el buen grano y así hacer que la cantidad fuera menor de lo necesario. Quiere tener tanto como sea posible, tener la menor pérdida posible en el aventado y, sin embargo, tenerlo tan bien aventado como sea posible.
Ahora, eso es lo que deseo para la Iglesia de Cristo y lo que todo cristiano deseará. Deseamos que la Iglesia de Cristo sea lo más grande posible, Dios no permita que, por cualquiera de nuestros aventados, descartemos a uno de los preciosos hijos de Sión. Cuando reprendemos severamente, estaríamos preocupados de que la reprensión caiga donde no es necesaria y lastime y hiera los sentimientos de cualquiera que Dios haya escogido, pero, por otro lado, no queremos que la Iglesia se multiplique a expensas de su pureza. No queremos tener una caridad tan grande que tome tanta paja como trigo. Deseamos ser lo suficientemente caritativos, como para usar el abanico a fondo para purgar el suelo de Dios, pero al mismo tiempo, lo suficientemente caritativos como para recoger la espiga de trigo más marchita, para preservarla por causa del Maestro, que es el Labrador.
Confío, en la predicación de esta mañana, que Dios me ayude a discernir entre lo precioso y lo vil. Y, que, no diga nada poco caritativo que pueda apartar a cualquiera del pueblo de Dios de ser parte de Su Iglesia verdadera, viviente y visible.
Y, sin embargo, al mismo tiempo ruego que no pueda hablar tan vagamente y tan sin la dirección de Dios, como para abrazar a cualquiera en los brazos del afecto cristiano, a quien el Señor no ha recibido en la Alianza Eterna de Su amor.
Nuestro texto nos sugiere tres cosas. Primero, una pregunta: ¿tenemos el Espíritu? En segundo lugar, una advertencia: si no tenemos el Espíritu, somos sensuales. En tercer lugar, una sospecha: hay muchas personas que se separan. Nuestra sospecha con respecto a ellos es que, a pesar de su correcta profesión, son sensuales y no tienen el Espíritu, porque nuestro texto dice: “Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu”.
I. Primero, entonces, nuestro texto sugiere UNA PREGUNTA: ¿Tenemos el Espíritu? Esta es una pregunta tan importante, que el filósofo bien puede suspender todas sus investigaciones para encontrar una respuesta a esta pregunta por cuenta personal. Todos los grandes debates de la política, todos los temas más apasionantes de la discusión humana bien pueden detenerse hoy y darnos una pausa para hacernos la pregunta solemne: “¿Tengo yo el Espíritu?” Porque esta pregunta no trata de ningún aspecto externo de la religión, sino que trata de la religión en su punto más vital. El que tiene el Espíritu, aunque se equivoque en cincuenta cosas, teniendo razón en esto, es salvo. El que no tiene el Espíritu, aunque sea tan ortodoxo, sea su credo tan correcto como las Escrituras, sí, y su moral exteriormente tan pura como la Ley, todavía no es salvo. Está destituido de la parte esencial de la salvación: el Espíritu de Dios que mora en él.
Para ayudarnos a responder esta pregunta, trataré de exponer los efectos del Espíritu en nuestros corazones bajo diversas metáforas bíblicas. ¿Tengo el Espíritu? Respondo: “¿Y cuál es la operación del Espíritu? ¿Cómo voy a discernirlo? Ahora bien, el Espíritu opera de muchas maneras, todas ellas misteriosas y sobrenaturales, todas ellas con las marcas reales de su propio poder y con ciertas señales que las siguen por las cuales pueden ser descubiertas y reconocidas.
La primera obra del Espíritu en el corazón es una obra durante la cual el Espíritu se compara con el viento. Recuerdas que cuando nuestro Salvador le habló a Nicodemo, representó la primera obra del Espíritu en el corazón comparándola con el viento, “que sopla donde quiere”. “Así también”, dice Él, “es todo aquel que es nacido del Espíritu”. Ahora sabes que el viento es una cosa muy misteriosa. Y aunque hay ciertas definiciones de él que pretenden ser explicaciones del fenómeno, sin embargo, dejan ciertamente la gran pregunta de cómo sopla el viento y cuál es la causa de que sople en cierta dirección, donde estaba antes. El aliento dentro de nosotros, el viento fuera de nosotros, todos los movimientos del aire, son para nosotros misteriosos. Y la obra renovadora del Espíritu en el corazón es sumamente misteriosa.
Es posible que en este momento el Espíritu de Dios esté soplando en algunos de los miles de corazones que tengo delante. Sin embargo, sería una blasfemia si alguien preguntara: “¿Por qué camino fue el Espíritu de Dios a tal corazón? ¿Cómo entró allí?”
Y sería una tontería que una persona que está bajo la operación del Espíritu pregunte cómo opera: no sabéis dónde está el almacén del trueno, no sabes dónde se posicionan las nubes, ni podéis saber cómo sale el Espíritu del Altísimo y entra en el corazón del hombre. Puede ser que durante un sermón dos hombres estén escuchando la misma Verdad, uno de ellos escucha tan atentamente como el otro y recuerda demasiado. El otro se derrite hasta las lágrimas o se conmueve con pensamientos solemnes, pero uno, aunque igualmente atento, no ve nada en el sermón, excepto, tal vez, ciertas verdades importantes bien expuestas. En cuanto al otro, su corazón se quebranta dentro de él y su alma se derrite. Pregúntame cómo es que la misma Verdad tiene un efecto sobre uno y no sobre su prójimo.
Respondo. El uno solo siente la fuerza de la Verdad, y eso puede ser lo suficientemente fuerte como para hacerlo temblar, como Félix, pero el otro siente el Espíritu yendo con la Verdad y eso renueva al hombre, lo regenera y lo hace pasar a esa condición de gracia, que se llama, estado de salvación. Este cambio se produce instantáneamente. Es un cambio tan milagroso como cualquier milagro del que leemos en las Escrituras, es supremamente sobrenatural, puede ser imitado, pero ninguna imitación puede ser verdadera y real. Los hombres pueden pretender ser regenerados sin el Espíritu, pero no pueden ser regenerados. Es un cambio tan maravilloso que los más grandes intentos del hombre nunca podrán alcanzarlo. Podemos razonar todo el tiempo que queramos, pero no podemos razonar para regenerarnos, podemos meditar hasta que nuestros cabellos estén grises por el estudio, pero no podemos meditar nosotros mismos en el nuevo nacimiento.
“El Espíritu, como un viento celestial,
sopla sobre los hijos de la carne,
nos inspira una mente celestial
y forma al hombre de nuevo”.
Pero pregúntale a un hombre cómo, él no puede decírtelo. Pregúntale cuándo, puede que reconozca la hora, pero en cuanto a la forma en que se llevó a cabo, no sabe más que tú. Es para él un misterio.
Recuerdas la historia del valle de la visión. Ezequiel vio huesos secos esparcidos aquí y allá en el valle. El mandato vino a Ezequiel: “Di a estos huesos secos, vivan”. Él dijo: “Vivan”, y los huesos se juntaron, “hueso con sus huesos y la carne vino sobre ellos”, pero aún no vivían. “Profetiza, hijo de hombre. Di al espíritu: sopla sobre estos muertos, y vivirán”.
Se veían como la vida, había carne y sangre allí, estaban los ojos, las manos y los pies. Pero cuando Ezequiel hubo hablado, se dio algo misterioso que los hombres llaman vida y se dio de una manera misteriosa, como el soplo del viento. Incluso lo es hoy, las personas inconversas e impías pueden ser muy morales y excelentes; son como los huesos secos, cuando se juntan y se revisten de carne y sangre.
Pero para hacerlos vivir espiritualmente, se necesita la Inspiración Divina del soplo del Todopoderoso. El Espíritu Divino, el Viento Divino debe soplar sobre ellos y entonces vivirán. Dime, querido lector, ¿alguna vez has tenido alguna influencia sobrenatural en tu corazón? Porque si no, puede parecer que soy duro contigo, pero soy fiel. Si nunca has tenido más que la naturaleza de tu corazón, estás “en hiel de amargura y en prisiones de iniquidad”. No, señor, no se burle de esa declaración. Es tan cierto como esta Biblia, porque de esta Biblia fue tomada y como prueba de ello escúchame. “El que no naciere de nuevo (de lo alto) del agua y del Espíritu, no puede ver el reino de Dios”. ¿Qué dices a eso? Es en vano que hables de hacerte nacer de nuevo, no puedes nacer de nuevo excepto por el Espíritu, y debes perecer a menos que lo estés. Tú ves, entonces, el primer efecto del Espíritu y por eso puedes responder a la pregunta.
En segundo lugar, el Espíritu en la Palabra de Dios a menudo se compara con el fuego. Después del Espíritu, como el viento que ha hecho vivir al pecador muerto, viene el Espíritu como fuego. Ahora bien, el fuego tiene un poder penetrante y de tormento. Es purificante, pero purifica mediante un proceso terrible. Ahora, después de que el Espíritu Santo nos ha dado la vida cristiana, inmediatamente comienza un ardor en nuestro corazón: el Señor escudriña y prueba nuestro corazón, y enciende una vela en nuestro espíritu que descubre la maldad de nuestra naturaleza, y la repugnancia de nuestras iniquidades. Dime, querido lector, ¿sabes algo acerca de ese fuego en tu corazón? Porque si no, aún no habéis recibido el Espíritu. Para explicar lo que quiero decir, permítanme contarles una parte de mi propia experiencia, para ilustrar los efectos ardientes del Espíritu.
Viví descuidado e irreflexivo, podía caer en el pecado tan bien como los demás y así lo hice. A veces me remordía la conciencia, pero no lo suficiente como para hacerme cesar en el vicio. Podía permitirme la transgresión y podía amarla, no tanto como otros la amaban, mi formación temprana no me permitía hacer eso, pero aún lo suficiente para probar que mi corazón estaba degradado y corrupto. Una vez me remordió algo más que la conciencia, entonces no supe lo que era. Yo era como Samuel, cuando el Señor lo llamó. Escuché la voz, pero no sabía de dónde venía. Un movimiento comenzó en mi corazón y comencé a sentir que ante los ojos de Dios yo era un pecador perdido, arruinado y condenado, esa convicción que no podía quitarme de encima. No importa lo que hice, me siguió. Si buscaba distraer mi mente y apartarla de pensamientos serios, de nada servía.
Fui a mi cama y allí soñé con el Infierno y con “la ira venidera”. Me desperté y esta terrible pesadilla, este íncubo, todavía se cernía sobre mí. ¿Qué puedo hacer? Renuncié primero a un hábito vicioso, luego a otro, no importaba. Todo esto fue como sacar un tizón de una llama que se alimentaba de bosques en llamas. Hiciera lo que pudiera, mi conciencia no encontró descanso. Hasta la casa de Dios fui a escuchar el Evangelio, no había Evangelio para mí. El fuego ardía, pero más ferozmente y el mismo soplo del Evangelio parecía avivar la llama. Me fui a mi alcoba y a mi aposento para orar; los cielos eran como bronce y las ventanas del cielo estaban cerradas contra mí, no pude obtener ninguna respuesta. El fuego ardía con más vehemencia, entonces pensé: “No viviré siempre, ¡Ojalá nunca hubiera nacido!” Pero no me atreví a morir, porque hubo infierno cuando yo estaba muerto, y no me atrevía a vivir, porque la vida se había vuelto intolerable. Todavía el fuego ardía con vehemencia hasta que finalmente llegué a esta resolución: “Si hay salvación en Cristo, la tendré. No tengo nada propio en quien confiar. Lo hago esta hora, oh Dios, renuncio a mi pecado y renuncio también a mi propia justicia.”
Y el fuego ardió de nuevo y consumió todas mis buenas obras, sí, y mis pecados con ellas. Y luego vi que todo este ardor era para llevarme a Cristo. Y, oh, el gozo y la alegría de mi corazón cuando Jesús vino y roció agua sobre la llama y dijo: “Con mi sangre os he comprado, pon tu confianza en Mí. Haré por ti lo que tú no puedes hacer por ti mismo, quitaré tus pecados. Te vestiré con un manto inmaculado de justicia, te guiaré durante todo tu viaje y finalmente te llevaré al Cielo”. Dime, querido lector, ¿sabes algo acerca del ardor del Espíritu? Porque si no, repito, no soy duro, soy veraz: si nunca has sentido esto, no conoces al Espíritu.
Para avanzar un poco más, cuando el Espíritu ha vivificado así el alma y la ha convencido de pecado, entonces Él viene bajo otra metáfora, viene bajo la metáfora del aceite. El Espíritu Santo se compara con mucha frecuencia en las Escrituras con el aceite. “Unges mi cabeza con aceite, mi copa rebosa”. Ah, hermanos, aunque el principio del Espíritu es por fuego, no termina ahí, podemos ser ante todo convencidos y llevados a Cristo por la miseria, pero cuando llegamos a Cristo, no hay miseria en Él y nuestra tristeza es el resultado de no acercarnos lo suficiente a Él. El Espíritu Santo viene, como el buen samaritano y derrama el aceite y el vino. ¡Y oh, qué aceite es con el que Él unge nuestra cabeza y con el que cura nuestras heridas! ¡Cuán suaves los linimentos que Él ata alrededor de nuestras heridas! ¡Qué bendito el colirio con el que Él unge nuestros ojos!
El Espíritu, después de haber convencido, comienza a consolar. Y ustedes que han sentido el poder consolador del Espíritu Santo, me darán testimonio de que no hay Consolador como Él, que es el Paráclito. ¡Oh, trae la música, la voz del canto y el sonido de las arpas! Ambos son como vinagre sobre salitre para el que tiene el corazón apesadumbrado. Tráeme los encantos del mundo mágico y todos los goces de sus placeres, no hacen más que atormentar el alma y pincharla con muchas espinas.
Pero, oh, Espíritu del Dios viviente, cuando soplas sobre el corazón, no hay una sola ola de ese mar tempestuoso que no duerma para siempre cuando Tú ordenas que se aquiete. No hay un solo soplo del soberbio huracán y tempestad que no deje de bramar, y que no se quede quieto, cuando Tú le dices: “Paz a vosotros, tus pecados te son perdonados”. Dime, ¿Conoces al Espíritu bajo la figura del aceite? ¿Lo han sentido obrando en sus espíritus, consolándolos, ungiendo su cabeza, alegrándolos y haciéndolos regocijar?
Hay muchas personas que nunca sintieron esto. Esperan ser religiosos, pero su religión nunca los hace felices. Hay montones de maestros que tienen suficiente religión para hacerlos sentir miserables. Preocúpense de no tener ninguna religión, porque la religión hace feliz a la gente, cuando tiene todo su dominio sobre el hombre, lo alegra, puede comenzar en agonía, pero no termina allí. Dime, ¿alguna vez tu corazón saltó de alegría? ¿Tus labios han entonado alguna vez canciones de alabanza extática? ¿Tus ojos alguna vez destellan el fuego de la alegría? Si no es así, temo que aún estéis sin Dios y sin Cristo, porque donde viene el Espíritu, sus frutos son gozo, paz, amor, confianza y seguridad para siempre.
Ten paciencia conmigo una vez más. Tengo que mostrarte una figura más del Espíritu y por eso también podrás determinar si estás bajo Su operación. Cuando el Espíritu ha actuado como viento, como fuego y como aceite, entonces actúa como agua. Se nos dice que somos “nacidos de nuevo del agua y del Espíritu”. Ahora bien, no creo que seas tan necio como para necesitar que yo diga que ninguna agua, ya sea por inmersión o por aspersión, puede operar en el más mínimo grado en la salvación de un alma, puede que haya unas cuantas pobres criaturas, cuyas cabezas fueron puestas sobre sus hombros de forma equivocada, que todavía creen que unas pocas gotas de agua de las manos de un sacerdote pueden regenerar almas, puede que haya unos cuantos, pero espero que la contienda desaparezca pronto. Confiamos en que llegará el día en que toda esa burguesía no tendrá “otro Evangelio” que predicar en nuestras Iglesias, sino que se habrá pasado completamente a Roma, y en que esa terrible mancha en la Iglesia protestante, llamada Puseyismo, habrá sido cortada como un cáncer y arrancada de raíz, cuanto antes nos deshagamos de eso, mejor. Y cada vez que oigamos que alguno de ellos se va a Roma, que se vaya, ojalá pudiéramos deshacernos del diablo con la misma facilidad. Pueden ir juntos, no queremos a ninguno de ellos en la Iglesia protestante.
Pero el Espíritu Santo, cuando viene al corazón, viene como el agua. Es decir, viene a purificar el alma. El que hoy vive tan sucio como antes de su pretendida conversión es un hipócrita y un mentiroso. El que en este día ama el pecado y vive en él tal como era probable que antes lo hiciera, que sepa que la Verdad no está en él, sino que ha recibido el fuerte engaño para creer la mentira. El pueblo de Dios es un pueblo santo. El Espíritu de Dios obra por amor y purifica el alma. Una vez que entre en nuestros corazones, no descansará hasta que haya eliminado todos los pecados.
El Espíritu Santo de Dios y el pecado del hombre no pueden convivir en paz, pueden estar ambos en el mismo corazón, pero no pueden reinar allí, ni pueden estar ambos quietos allí, porque “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne”. Estos no pueden descansar, sino que habrá una guerra perpetua en el alma, de modo que el cristiano tendrá que clamar: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” Pero a su debido tiempo el Espíritu echará fuera todo pecado, y nos presentará irreprensibles ante el Trono de Su Majestad con gran gozo.
Ahora, querido lector, responde esta pregunta por ti mismo y no por otro hombre. ¿Has recibido este Espíritu? Respóndeme, de todos modos; si es con burla, respóndeme. Si se burla y dice: “No sé nada de su discurso entusiasta”, que así sea, señor, diga “no”, entonces. Puede ser que no te importe responder en absoluto. Te suplico que no desistas de mi súplica. ¿Sí o no? ¿Has recibido el Espíritu? “Señor, ningún hombre puede encontrar fallas en mi carácter. Creo que entraré en el Cielo por mis propias virtudes”. Esa no es la pregunta señor. ¿Has recibido el Espíritu? Todo lo que dices que puedes haber hecho, pero si has dejado lo otro sin hacer y no has recibido el Espíritu, al final te irá mal. ¿Ha tenido una operación sobrenatural en su propio corazón? ¡Has sido hecho un hombre nuevo en Cristo Jesús! Porque si no, confíe en esto, ya que la Palabra de Dios es verdadera, estás fuera de Cristo y muerto como estás, serás excluido del Cielo, seas quien seas y lo que hagas.
I. Por lo tanto, he tratado de ayudarlo a responder la primera pregunta, la indagación: ¿hemos recibido el Espíritu? Y esto me lleva a la PRECAUCIÓN. Se dice que el que no ha recibido el Espíritu es sensual. ¡Oh, qué abismo hay entre el menor cristiano y el más grande moralista! Qué amplia distinción hay entre el mayor profesante destituido de la gracia, y el más pequeño de los Creyentes de Dios que tiene gracia en Su corazón. Tan grande es la diferencia que hay entre la luz y las tinieblas, entre la muerte y la vida, entre el Cielo y el Infierno, entre un santo y un pecador. Para resaltar, mi texto dice, en una frase no muy agradable, que si no tenemos el Espíritu somos sensuales. “¡Sensual!” dice uno. “Bueno, no soy un hombre convertido, no pretendo serlo, pero no soy sensual”. Bueno Amigo y es muy probable que no lo seas, no en la acepción común del término sensual, pero comprenda que esta palabra, en griego, realmente significa lo que significaría una palabra en español como esta, si tuviéramos tal palabra: anímico.
No tenemos tal palabra, la necesitamos. Hay una gran distinción entre los simples animales y los hombres: el hombre tiene alma y el simple animal no tiene alma. Hay otra distinción entre simples hombres y un hombre convertido, el hombre convertido tiene al Espíritu; el hombre inconverso no lo tiene. Es un hombre anímico, no un hombre espiritual. No ha ido más allá de la mera naturaleza y no tiene herencia en el reino espiritual de la gracia. ¡Es extraño que anímico y sensual después de todo signifique lo mismo! Amigo, no tienes el Espíritu.
Entonces no eres nada mejor, seas lo que seas, o lo que llegues a ser, que lo que resulto de la Caída de Adán. Es decir, eres una criatura caída, que solo tiene capacidades para vivir aquí en pecado y vivir para siempre en tormento, pero no tienes la capacidad de vivir en el Cielo en absoluto, porque no tienes al Espíritu y, por lo tanto, no puedes conocer o disfrutar las cosas espirituales. Y observen, un hombre puede estar en este estado y ser un hombre sensual y, sin embargo, puede tener todas las virtudes que podrían honrar a un cristiano, pero con todo esto, si no tiene al Espíritu, no ha llegado ni una pulgada más allá de donde lo dejó la caída de Adán, es decir, condenado y bajo maldición.
Sí, y puede acudir a la religión con todas sus fuerzas: puede tomar el sacramento y ser bautizado y puede ser el maestro más devoto, pero si no tiene el Espíritu, no se ha alejado ni un solo centímetro de donde estaba, porque todavía está en “las cadenas de la iniquidad”, un alma perdida. No, además, puede aprender frases religiosas hasta que pueda hablar muy rápido sobre religión, puede que lea biografías hasta que parezca un hijo de Dios profundamente instruido, puede ser capaz de escribir un artículo sobre la experiencia profunda de un creyente, pero si esta experiencia no es suya, si no la ha recibido por el Espíritu del Dios viviente, todavía no es más que un hombre carnal y el Cielo es para él un lugar al que no tiene entrada. No, además, podría llegar tan lejos como para convertirse en un ministro del Evangelio, y también en un ministro exitoso, y Dios bendiga la palabra que predica para la salvación de los pecadores, pero a menos que haya recibido el Espíritu, sea tan elocuente como Apolos y tan serio como Pablo, no es más que un simple hombre anímico, sin capacidad para las cosas espirituales.
No, para colmo, incluso podría tener el poder de obrar milagros como lo tuvo Judas, incluso podría ser recibido en la Iglesia como un creyente, como lo fue Simón el Mago, y después de todo eso, aunque haya echado fuera demonios, aunque haya sanado los enfermos, aunque haya hecho milagros, le cerrarán las puertas del cielo en sus dientes si no ha recibido el Espíritu, porque esto es lo esencial, sin lo cual todo lo demás es en vano, la recepción del Espíritu del Dios vivo. Es una Verdad la que buscan, ¿no es así, Amigos míos? No huyan de eso. Si les estoy predicando falsedad, rechácenlo, pero si esta es una Verdad que puedo corroborar con las Escrituras, le suplico que no descanse hasta que haya respondido esta pregunta: ¿Tiene usted el Espíritu, viviendo, morando, obrando en su corazón?
III. Esto me lleva, en tercer lugar, a LA SOSPECHA. Qué singular que “separación” sea lo opuesto a tener el Espíritu. Oye, escucho a un caballero decir: “Oh, me gusta escucharlo predicar de manera inteligente y aguda. Estoy convencido, señor, de que hay muchas personas en la Iglesia que no deberían estar allí. Y entonces yo, debido a que hay una mezcla tan corrupta en la Iglesia, he decidido no unirme a ninguna parte. No creo que la Iglesia de Cristo hoy en día sea lo suficientemente limpia y pura como para permitirme unirme a ella.
Al menos, señor, una vez me uní a una iglesia, pero hice tanto alboroto en ella que se alegraron mucho cuando me fui. Y ahora soy como los hombres de David: soy uno que está en deuda y descontento y voy a escuchar a todos los nuevos predicadores que surgen. Te he escuchado ahora estos tres meses, tengo la intención de ir y escuchar a alguien más en muy poco tiempo si no dices algo para halagarme, pero estoy bastante seguro de que soy uno de los elegidos especiales de Dios. No me uno a ninguna Iglesia, porque una Iglesia no es lo suficientemente buena para mí, no me hago miembro de ninguna denominación, porque todos están equivocados, cada una de ellas”.
Escucha, hermano, tengo algo que decirte, que no te agradará. “Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu”. Espero que aprovechen el texto. Ciertamente te pertenece a ti, por encima de todos los hombres del mundo. “Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu”. Cuando leí esto, pensé, hay algunos que dicen: “Bueno, eres un disidente, ¿cómo haces que esto sea agradable con el texto, ‘Estos son los que se separan a sí mismos?’ Estás separado de la Iglesia de Inglaterra. ¡Ah, mis amigos, pueda ser que un hombre sea mejor por ello! Pero la separación que aquí se pretende es la separación de la única Iglesia universal de Cristo. La Iglesia de Inglaterra no era conocida en los días de Judas, así que el Apóstol no se refirió a eso. “Estos son los que causan divisiones”, es decir, de la Iglesia de Cristo, del gran cuerpo universal de los elegidos. Además, digamos solo una cosa, no nos separamos, nos expulsaron. Los disidentes no se separaron de la Iglesia de Inglaterra, de la Iglesia Episcopal, sino que cuando se aprobó la Ley de Uniformidad, fueron expulsados por la fuerza de sus púlpitos.
Nuestros antepasados fueron tan buenos eclesiásticos como cualquiera en el mundo, pero no pudieron aceptar todos los errores del Libro de Oración y, por lo tanto, fueron acosados hasta la tumba por la intolerancia de los profesantes conformes, así que no se separaron. Además, no nos separamos, no hay un cristiano por debajo del alcance del Cielo de Dios del que yo esté separado. En la Mesa del Señor siempre invito a todas las Iglesias a venir y sentarse y comulgar con nosotros. Si algún hombre me dijera que estoy separado del Episcopal, el Presbiteriano o el metodista, le diría que no me conoce, porque los amo fervientemente con un corazón puro y no estoy separado de ellos. Puedo tener puntos de vista diferentes a los de ellos, y en ese punto verdaderamente se puede decir que estoy separado, pero no estoy separado de corazón, Trabajaré con ellos, trabajaré con ellos de todo corazón. No, aunque mi hermano de la Iglesia de Inglaterra me envíe, como lo ha hecho, una citación para pagar un impuesto de la Iglesia que en conciencia no puedo pagar, lo seguiré amando. Y si toma sillas y mesas, no importa, lo amaré por todo eso. Y si hay un hospicio infantil, o cualquier otra cosa por la cual pueda trabajar con él para promover la gloria de Dios, allí me uniré a él con todo mi corazón.
Creo que esto afecta bastante a nuestros amigos, los bautistas de la Estricta Comunión. No me gustaría decir nada duro contra ellos porque son las mejores personas del mundo, pero realmente se separan del gran cuerpo del pueblo de Cristo. El Espíritu del Dios viviente no les permitirá hacer esto realmente, pero lo hacen en su profesión. Se separan de la gran Iglesia Universal, dicen que no se comunicarán con él, y si alguno se acerca a su mesa que no haya sido bautizado, lo rechazan. Se “separan”, ciertamente. No creo que sea un cisma voluntario lo que les hace actuar así, pero al mismo tiempo creo que hombre viejo interior tiene algo que ver.
¡Oh, cuánto ama mi corazón la doctrina de la única Iglesia! Cuanto más me acerco a mi Maestro en oración y comunión, más cerca estoy de todos Sus discípulos. Cuanto más veo mis propios errores y fallas, más dispuesto estoy a tratar con delicadeza a aquellos que creo que están equivocados. El sentir del cuerpo de Cristo es la comunión. Y ¡ay de la Iglesia que busca curar los males del cuerpo de Cristo deteniendo su sentir! Pienso que es pecado negarse a comulgar con cualquiera que sea miembro de la Iglesia de nuestro Señor Jesucristo. Deseo esta mañana predicar la unidad de la Iglesia de Cristo. He tratado de usar el aventador para soplar la paja, he dicho que nadie pertenece a la Iglesia de Cristo a menos que tenga el Espíritu, pero si tiene el Espíritu, ¡ay del hombre que se aparte de él!
Oh, me consideraría gravemente culpable si al pie de estas escaleras me encontrara con un hijo de Dios verdaderamente convertido, que se llamara a sí mismo metodista primitivo, o wesleyano, o eclesiástico, o independiente, y dijera: “No, señor, usted no está de acuerdo conmigo en ciertos puntos. Creo que eres un hijo de Dios, pero no quiero tener nada que ver contigo”. Entonces pensaría que este texto sería muy duro para mí. “Estos son los que causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu”. Pero, ¿lo haríamos, amados? No, les daríamos nuestras manos y les diríamos, Dios te acompañe en tu viaje al Cielo. Mientras tengas el Espíritu, somos una familia y no estaremos separados unos de otros; ¡Quiera Dios que llegue el día en que todo muro de separación sea derribado! Mira cómo hasta el día de hoy estamos separados. ¡Ahí! Encontrarás a un Bautista que no podría decir una buena palabra a un Paedo-Bautista si le dieras la palabra. Usted encuentra hasta el día de hoy episcopales que odian esa fea palabra, “Disidente”. Y les basta con que un Disidente haya hecho una cosa, no lo cumplirán entonces, aunque sea tan bueno.
Ah, y, además, hay algunos en la Iglesia de Inglaterra que no solo odiarán a los disidentes, sino que también se odiarán unos a otros. Se encuentran hombres que no pueden permitir que hermanos ministros de su propia Iglesia prediquen en su parroquia, ¡Qué anacrónicos son esos hombres! Parecerían haber sido enviados al mundo en nuestro tiempo puramente por error, su era apropiada habría sido la época de la edad oscura, si hubieran vivido entonces, ¡qué hermosos Bonners habrían sido! ¡Qué tipos tan espléndidos habrían sido si hubieran ayudado a avivar el fuego en Smithfield!
Pero están bastante desactualizados en estos tiempos y veo a un clérigo tan extraño de la misma manera que veo a un Dodo, como un animal extraordinario cuya raza está casi, si no del todo, extinta.
Bueno, puedes mirar y mirar y sorprenderte. El animal se extinguirá pronto. No pasará mucho tiempo, confío, antes de que no solo la Iglesia de Inglaterra se ame a sí misma, sino que todos los que aman al Señor Jesús estén listos para predicar en los púlpitos de los demás, predicando la misma verdad, manteniendo la misma fe y poderosamente luchando por ello. Entonces el mundo “verá cómo estos cristianos se aman unos a otros”, y entonces se sabrá en el Cielo que el reino de Cristo ha venido y que Su voluntad está a punto de hacerse en la tierra como en el Cielo.
Mi oyente, ¿perteneces a la Iglesia? Porque fuera de la Iglesia no hay salvación, pero fijaos en lo que es la Iglesia. No es la Episcopal, la Bautista o la Presbiteriana: la Iglesia es una comunidad de hombres que han recibido el Espíritu. Si no puedes decir que tienes el Espíritu, sigue tu camino y tiembla, sigue tu camino y piensa en tu condición perdida. Y que Jesús, por Su Espíritu, los bendiga de tal manera que puedan ser llevados a renunciar a sus obras y caminos con dolor, y volar a Aquel que murió en la Cruz y encontrar allí, un refugio de la ira de Dios.
Puede que haya dicho algunas cosas ásperas esta mañana, pero no soy muy dado a cortar y recortar, y no creo que empiece a aprender ese arte ahora. Si el asunto es falso, depende de ti rechazarlo. Si es verdad, bajo tu propio riesgo rechaza lo que Dios estampa con autoridad Divina. Que la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo descanse sobre la única iglesia del único Jehová de Israel. Amén y Amén.
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