“Sucederá que al caer la tarde habrá luz”
Zacarías 14:7
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No me detendré a señalar la ocasión particular en que se pronunciaron estas palabras, ni a mostrar la época a la que se refieren más especialmente. Más bien tomaré la sentencia como una regla del reino, como una de las grandes Leyes de la dispensación de la gracia de Dios, que “al caer la tarde habrá luz”. Siempre que los filósofos desean establecer una ley general, creen necesario reunir un número considerable de casos individuales, al juntarlos, deducen de ellos una regla general. Felizmente, esto no necesita hacerse con respecto a Dios. No tenemos necesidad, cuando miramos al exterior en la Providencia, de recopilar un gran número de incidentes y luego de ellos inferir la verdad.
Ya que Dios es inmutable, un acto de Su gracia es suficiente para enseñarnos la regla de Su conducta. Ahora, encuentro en este lugar que está registrado que, en cierta ocasión, durante cierta condición adversa de una nación, Dios prometió que “al atardecer habría luz”. Si encontrara eso en algún escrito humano, supondría que la cosa pudo haber ocurrido una vez, que una bendición fue conferida en emergencia en cierta ocasión, pero no podría deducir de ello una regla; pero cuando encuentro esto escrito en el libro de Dios, que, en cierta ocasión, cuando era tarde con su pueblo, Dios se complació en darles luz, me siento más que justificado para deducir de ello la regla: que siempre, para Su pueblo, al caer la tarde habrá luz.
Esto, entonces, será el tema de mi presente discurso. Hay diferentes horas de la tarde que le suceden a la Iglesia y al pueblo de Dios y, como regla, podemos estar bastante seguros de que al caer la tarde habrá luz. Dios actúa con mucha frecuencia en gracia de tal manera que podemos encontrar un paralelo con la naturaleza, por ejemplo, Dios dice: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.”.
Lo encontramos hablando acerca de la venida de Cristo: “Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra”. Lo encontramos comparando el Pacto de Gracia con el Pacto que hizo con Noé en cuanto a las estaciones y con el hombre en cuanto a las diferentes rotaciones del año: “Semilla y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche. no cesarán.” Encontramos que las obras de la creación son muy frecuentemente el espejo de las obras de la gracia y que podemos sacar figuras del mundo de la naturaleza para ilustrar los grandes actos de Dios en el mundo de Su gracia dirigidos a Su pueblo.
Pero a veces Dios sobrepasa la naturaleza. En la naturaleza después del tiempo de la tarde llega la noche. El sol ha tenido sus horas de recorrido, los corceles de fuego están cansados, deben descansar. He aquí, descienden de los acantilados azules y sumergen sus ardientes menudillos en el mar occidental, mientras la noche en su carroza de ébano les sigue los talones. Dios, sin embargo, traspasa la regla de la naturaleza, él se complace en enviar a Su pueblo en momentos en que el ojo de la razón espera no ver más el día, sino que teme que el paisaje glorioso de las misericordias de Dios, sea envuelto en la oscuridad de Su olvido, pero en lugar de ello, Dios salta va por encima de la naturaleza y declara que al caer la tarde en lugar de oscuridad habrá luz.
Ahora me corresponde a mí ilustrar esta regla general con diferentes detalles. Me detendré más ampliamente en el último, que es el objeto principal de mi sermón de esta mañana.
I. Para comenzar, entonces, “Al caer la tarde habrá luz”. La primera ilustración la tomamos de la historia de la Iglesia en general. La Iglesia en general ha tenido muchos atardeceres, si pudiera derivar una figura de algo en este mundo inferior para describir su historia, debería describirla siendo como el mar. A veces la abundancia de la gracia se ha manifestado gloriosamente, ola tras ola ha rodado triunfalmente sobre la tierra, cubriendo el fango del pecado y reclamando la tierra para el Señor de los Ejércitos, tan rápido ha sido su progreso que su curso difícilmente podría ser obstruido por las rocas del pecado y el vicio.
La conquista completa parecía estar anunciada por la continua difusión del Evangelio. La Iglesia feliz pensó que ciertamente había llegado el día de su triunfo final, tan poderosa fue su palabra por sus ministros, tan glorioso fue el Señor en medio de sus ejércitos que nada pudo hacerle frente. Ella era “Hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden”. Las herejías y los cismas fueron barridos, los dioses falsos y los ídolos perdieron sus tronos.
Jehová Omnipotente estaba en medio de Su Iglesia y Él sobre el caballo blanco cabalgó venciendo y para dominar. Sin embargo, al poco tiempo, si lees la historia, descubres que siempre ha sucedido que hubo una marea baja.
Nuevamente la corriente de la gracia pareció retroceder, la pobre Iglesia fue empujada hacia atrás por la persecución o por la decadencia interna. En lugar de prevalecer sobre las corrupciones del hombre, parecía como si la corrupción del hombre ganara contra ella y donde una vez hubo justicia como las olas del mar, allí estaba el lodo negro y el lodo de la inmundicia de la humanidad. Canciones lúgubres tuvo que cantar la Iglesia, cuando junto a los ríos de Babilonia se sentó y lloró, recordando sus glorias pasadas y llorando su desolación presente.
Así ha sido siempre: progresando, retrocediendo, deteniéndose por un tiempo y luego progresando una vez más y retrocediendo nuevamente. Toda la historia de la Iglesia ha sido una historia de marchas hacia adelante y luego de rápidos retrocesos, una historia que creo que es, en su conjunto, una historia de avance y crecimiento, pero que, leída capítulo por capítulo, es una mezcla de éxito y rechazo, conquista y desaliento, y así creo que será, hasta el final. Tendremos nuestros amaneceres, nuestro meridiano del mediodía y luego la puesta en el oeste. Tendremos nuestros dulces amaneceres de días mejores, nuestras Reformas, nuestros Luteros y nuestros Calvinos.
Tendremos nuestra brillante marea de pleno mediodía, cuando el Evangelio se predique en su totalidad y se conozca el poder de Dios, tendremos nuestro ocaso de debilidad y decadencia eclesiástica, pero tan seguro como que la tarde parece estar acercándose a la Iglesia, “al caer la tarde habrá luz”. Mira bien esa verdad a lo largo de la historia sagrada de la Iglesia. En el día en que toda lámpara de profecía parecía haberse extinguido, cuando el que una vez resonó en las calles de Roma fue quemado en la hoguera y estrangulado, cuando Savanarola partió y sus seguidores se confundieron y las nubes negras del papado parecían haber apagado la luz del sol del amor y la gracia de Dios sobre el mundo. En aquellas edades oscuras cuando el Evangelio parecía haberse extinguido, sin duda Satanás susurró para sí mismo: “El ocaso de la Iglesia ya ha llegado. Es hora de la tarde para ella”.
Satanás pensó que tal vez, el mundo debería yacer para siempre bajo la oscuridad de su ala de dragón, pero ¡mira! A la hora de la tarde estaba claro. Dios levantó al monje solitario que sacudió al mundo, levantó hombres para que fueran sus coadjutores y ayudantes. El sol salió en Alemania, brilló en todas las tierras, nunca hemos tenido un atardecer tan cercano a la oscuridad desde ese momento propicio. Sin embargo, ha habido otras temporadas de oscuros presentimientos.
Hubo un tiempo en que la Iglesia de Inglaterra estaba profundamente dormida, cuando los diversos cuerpos de disidentes eran igualmente malos, cuando la religión se degeneró en una formalidad muerta, cuando no se podía encontrar vida ni poder en ningún púlpito en todo el país. Hubo un tiempo en que un hombre serio era tan raro que era casi un milagro.
Hombres buenos se pararon sobre las ruinas de nuestra Sion y dijeron: “¡Ay, ay, por los muertos de la hija de mi pueblo! ¿Dónde, dónde están los días de los poderosos puritanos que con el estandarte de la verdad en la mano aplastaron la mentira bajo sus pies? Oh Verdad, te has ido, has muerto.” “No,” dice Dios, “es el tiempo de la tarde. Y ahora será la luz”
Había seis jóvenes en Oxford que se reunían para orar. Esos seis jóvenes fueron expulsados por ser demasiado piadosos, salieron por toda nuestra tierra y la poca levadura leudó toda la masa. Whitefield, Wesley y sus sucesores inmediatos resplandecieron sobre la tierra como relámpagos en una noche oscura, haciendo que todos los hombres se preguntaran de dónde venían y quiénes eran, y realizando una obra tan grande tanto dentro como fuera del Establecimiento [Iglesia de Inglaterra], el Evangelio llegó a ser predicado con poder y vigor. Al caer la tarde Dios siempre se ha complacido en enviar luz a Su Iglesia.
Podemos esperar ver atardeceres más oscuros que nunca. No imaginemos que nuestra civilización será más duradera que cualquier otra que la haya precedido, a menos que el Señor la preserve. Puede ser que se haga realidad la sugerencia de la que a menudo se ha tratado como una locura, que un día los hombres deberían sentarse sobre los arcos rotos del Puente de Londres y maravillarse ante la civilización que se ha ido, tal como los hombres caminan sobre los montículos de Nimrud y se maravillan de las ciudades enterradas allí. Es posible que toda la civilización de este país se extinga en la noche más negra, puede ser que Dios repita nuevamente la gran historia que se ha contado tantas veces: “Miré y he aquí, en la visión vi una grande y terrible bestia y gobernó a las naciones, pero he aquí, pasó y desapareció”.
Pero si alguna vez sucedieran tales cosas, si el mundo alguna vez tuviera que volver a la barbarie y la oscuridad, si en lugar de un progreso constante hacia el día más brillante, todas nuestras esperanzas fueran arruinadas, descansemos bastante satisfechos de que “al caer la tarde habrá será luz”, que el fin de la historia del mundo no será el fin de la gloria de Dios. Por rojo de sangre, por negro de pecado que el mundo pueda estar, un día será tan puro y perfecto como cuando fue creado. Llegará el día en que este pobre planeta se verá despojado de esas vendas de oscuridad que han impedido que su brillo se desate. Dios todavía hará que su nombre sea conocido desde el nacimiento del sol hasta su ocaso.
“Y el grito de júbilo,
fuerte como el rugido de poderosos truenos,
o la plenitud del mar
cuando rompe en la orilla,
aún se escuchará en todo el mundo”.
“A caer la tarde habrá luz”.
II. Esta regla vale tanto para los pequeños como para los grandes. Sabemos que en la naturaleza la misma ley que rige el átomo, rige también los orbes estrellados,
“La misma Ley que forma una lágrima
Y le ordena gotear desde su fuente
Esa Ley preserva a la tierra como una esfera
Y guía a los planetas en su curso”.
Lo mismo ocurre con las leyes de la gracia. “A caer la tarde habrá luz” para la Iglesia. “A la hora de la tarde habrá luz” para cada individuo. Cristiano, descendamos a las cosas humildes. Has tenido tus días brillantes en los asuntos temporales, a veces has sido muy bendecido, puedes recordar el día en que el becerro estaba en el establo, cuando el olivo dio su fruto y la higuera no negó su cosecha.
Puedes recordar los años en que el granero casi rebosaba con el maíz y cuando la tinaja se desbordaba con el aceite, recuerdas cuando la corriente de tu vida era profunda y tu barco flotaba suavemente, sin una ola inquietante de problemas que lo molestara. Tú dijiste en aquellos días: “No veré dolor. Dios me ha protegido. Él me ha preservado, Él me ha guardado, soy el niño consentido de Su Providencia, sé que todas las cosas obran juntas para mi bien, porque puedo ver claramente que es así”. Bueno, Cristiano, después de eso tuviste una puesta de sol. El sol que brillaba tan intensamente comenzó a lanzar sus rayos de una manera más oblicua a cada momento hasta que por fin las sombras se extendieron, porque el sol se estaba poniendo y las nubes comenzaban a juntarse, y aunque la luz del rostro de Dios teñía esas nubes de gloria, sin embargo, se estaba oscureciendo.
Entonces los problemas descendieron sobre ti. Tu familia enfermó, tu esposa murió, tus cosechas fueron escasas y tu ingreso diario disminuyó, tu alacena ya no estaba llena, andabas errante por tu pan de cada día. No sabías lo que iba a ser de ti, tal vez fuiste derribado muy bajo. La quilla de tu barco golpeó contra las rocas. No había suficiente generosidad para hacer flotar tu barco sobre las rocas de la pobreza. “Me hundo en lodo profundo”, dijiste, “donde no hay pie. Todas Tus ondas y Tus olas han pasado sobre mí.” Qué hacer no podría decir, por más que te esfuerces, tus esfuerzos solo te empeoraron. “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican”.
Aprovechaste la industria y la economía y le añadiste perseverancia, pero todo en vano. En vano te levantaste temprano y te quedaste hasta tarde y comiste el pan del cuidado. Nada podrías hacer para liberarte porque todos los intentos fallaron. Estabas listo para morir en la desesperación. Pensaste que la noche de tu vida se había envuelto en una oscuridad eterna. No vivirías para siempre, sino que preferirías partir de este valle de lágrimas.
¡Cristiano, da testimonio de la verdad de la sentencia del texto! ¿No fue con vosotros luz al caer la tarde? Tu momento extremo fue justo el momento de la oportunidad de Dios. Cuando la marea llegó a su punto máximo, empezó a girar. Tu reflujo tuvo su flujo. Tu invierno tuvo su verano. ¡Tu atardecer tuvo su amanecer! “Al caer la tarde era de día”.
De repente, por alguna extraña obra de Dios, como lo pensabas entonces, fuiste completamente liberado. El sacó a relucir tu justicia como la luz, y tu gloria como el mediodía, El Señor se manifestó a ti como en los días de antaño, extendió Su mano desde lo alto, Él te sacó de aguas profundas, Él te puso sobre una roca y afirmó tus pasos. ¡Fíjate, pues, oh heredero del cielo! Lo que ha sido verdad para ti en los años que han pasado, será verdad para ti incluso hasta lo último. ¿Estás este día ejercitado con aflicción, preocupación y miseria? ¡Ten buen ánimo! En vuestro “tiempo de la tarde habrá luz”. Si Dios decide prolongar tu dolor, multiplicará tu paciencia, pero puede ser que Él te lleve a lo profundo y de allí te haga subir de nuevo. Recuerda que tu Salvador descendió para ascender, así también debes inclinarte para vencer.
Y si Dios te ordena que te rebajes, aunque sea al más bajo Infierno, recuerda, si Él es quien te ordena que te rebajes, Él te resucitará. Recuerde lo que dijo Jonás: “Desde el seno del Seol clamé, y mi voz oíste”. Oh, exclama con el de antaño, quien confió en Dios cuando no tenía nada más en quien confiar: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación.” Hazlo y sé bendecido. Porque “al caer la tarde habrá luz”.
III. Pero ahora buscamos una tercera ilustración de los dolores espirituales del propio pueblo de Dios. Los hijos de Dios tienen dos tipos de pruebas: pruebas temporales y pruebas espirituales. Seré breve sobre este punto y tomaré prestada una ilustración del buen John Bunyan. ¿Recuerdas la descripción de John Bunyan de Abadón conociendo a Cristiano? Bunyan lo cuenta en sentido figurado, pero no es una figura; el que alguna vez conoció a Abadón les dirá que no hay ningún error al respecto, pero que hay una terrible realidad en ello. Nuestro cristiano se encontró con Abadón cuando estaba en el valle de la humillación y el dragón lo acosó ferozmente.
Con dardos de fuego trató de destruirlo y quitarle la vida. El valiente cristiano se enfrentó a él con todas sus fuerzas y usó su espada y su escudo con gran virilidad hasta que su escudo se tachonó con un bosque de dardos y su mano se pegó a su espada. Recuerdas cómo durante muchas horas ese hombre y ese dragón lucharon juntos, hasta que finalmente el dragón le llevó a Cristiano a una horrible caída hacia el suelo.
¡Y ay del día! ¡En el momento en que cayó, dejó caer su espada! No tienes más que imaginarte la escena: el dragón haciendo uso de todas sus fuerzas, plantando su pie sobre el cuello del cristiano y a punto de lanzar el dardo de fuego en su corazón.
“Ajá, te tengo ahora”, dice él, “estás en mi poder”. Es extraño decir, “al caer la tarde era de día”. En el mismo momento en que el pie del dragón fue suficiente para aplastar la vida del pobre Cristiano, se dice que extendió su mano. agarró su espada y dando una estocada desesperada al dragón, gritó: “No te regocijes por mí, oh enemigo mío, porque cuando caiga, me levantaré de nuevo”. Y tan desesperadamente cortó al dragón que extendió sus alas y se fue volando y Cristiano siguió su viaje regocijándose en su victoria.
Ahora, el cristiano entiende todo eso, no es un sueño para él. Ha estado bajo el pie del dragón muchas veces, ¡Ah, y todo el mundo puesto en el corazón de un hombre a la vez no es igual en peso a un pie del diablo! Una vez que Satanás se apodera del espíritu, no le falta fuerza, ni voluntad, ni malicia para atormentarlo. Duro es el destino de ese hombre, que ha caído bajo el casco del Maligno en su lucha con él, pero bendito sea Dios, el hijo de Dios está siempre a salvo, tan seguro bajo el pie del dragón como lo estará ante el Trono de Dios en el Cielo. “Al caer la tarde habrá luz”.
Que todos los poderes de la tierra y del Infierno y todas las dudas y temores que el cristiano alguna vez conoció conspiren juntos para molestar a un santo; en ese momento oscuro, he aquí, Dios se levantará y Sus enemigos serán esparcidos y Él obtendrá la victoria para Sí mismo. ¡Oh, que la fe crea eso! ¡Oh, pon la confianza en Dios para nunca dudar de Él, sino en el momento oscuro de nuestras penas para sentir que todo está bien con nosotros! “Al caer la tarde habrá luz”.
IV. Tengan paciencia mientras insinúo uno más en particular, y luego llegaré a aquello sobre lo que tengo la intención de detenerme principalmente al final. Para el pecador cuando viene a Cristo esto también es una verdad, “Al caer la tarde habrá luz”. Muy a menudo, cuando estoy sentado para ver a los interesados, las personas vienen a mí para contarme la historia de su historia espiritual, y me cuentan su pequeña historia con un aire del mayor asombro posible, y me preguntan tan pronto como la han contado si no es extremadamente extraño. “¿Sabe, señor? Yo solía ser tan feliz en las cosas del mundo, pero la convicción entró en mi corazón y comencé a buscar al Salvador. ¿Y sabe usted que, durante mucho tiempo, señor, cuando buscaba al Salvador, me sentía tan miserable que no podía soportarme a mí mismo? Seguramente señor, esto es algo extraño”.
Y cuando los miré a la cara y dije: “No, no es extraño. Sabes que he tenido una docena esta noche y todos me han dicho lo mismo, esa es la forma en que todo el pueblo de Dios va al Cielo”. Me han mirado, no como si pensaran que les diría una mentira, sino como si pensaran que era la cosa más extraña del mundo, que alguien más debería haberse sentido como ellos se han sentido. “Ahora, siéntense”, les digo a veces, “y les diré cuáles fueron mis sentimientos cuando busqué al Salvador por primera vez”. “Bueno, señor”, dicen, “así es como me sentí; pero no creo que nadie haya ido nunca por el mismo camino que yo he ido”.
Ah, bueno, no es de extrañar que cuando nos conocemos poco entre nosotros en las cosas espirituales, nuestro camino parezca solitario, pero el que sabe mucho de los tratos de Dios con los pobres pecadores que buscan, sabrá que su experiencia es siempre muy parecida y generalmente se puede decir esto de uno y otro, mientras vienen a Cristo. Ahora bien, siempre que el alma esté verdaderamente buscando a Cristo, tendrá que buscarlo en la oscuridad. Cuando el pobre Lot salió corriendo de Sodoma, tuvo que correr todo el camino en el crepúsculo, el sol no salió sobre él hasta que llegó a Zoar. Y así, cuando los pecadores huyen de sus pecados hacia el Salvador, tienen que correr en la oscuridad, no obtienen consuelo ni paz hasta que, por la fe solamente, pueden buscar todo en Aquel que murió en la cruz.
Tengo en mi presencia esta mañana muchas pobres almas en gran angustia. ¡Pobre corazón! Mi texto es un consuelo para ti. “Al caer la tarde habrá luz”. Una vez tuviste una pequeña luz, la luz de la moralidad. Pensaste que podías hacer algo por ti mismo, todo eso está terminado ahora. Entonces tuviste otra luz, tuviste el cirio de las ceremonias y pensaste con total seguridad que te alumbraría, pero esa esperanza también se ha ido. Aún pensabas que podrías andar a tientas un poco por el crepúsculo restante de tus buenas obras, pero todo eso parece haberse ido ahora.
Piensas: “¡Dios destruirá por completo a un desgraciado como yo! ¡Oh señor! ¡Oh Señor!
Yo soy el más grande de los pecadores.
Nunca existió un desgraciado tan vil. O si alguna vez vivió uno así, seguramente Dios debe haberlo arrojado al Infierno de inmediato. Estoy seguro de que no hay esperanza para mí. Bueno, señor, haga lo que haga, no puedo ser mejor. Cuando trato de orar, encuentro que no puedo orar como me gustaría, cuando leo la Biblia todo es negro en mi contra, no sirve de nada. Cuando voy a la casa de Dios, el ministro parece ser como Moisés, solo predicándome la Ley, nunca parece tener una palabra de consuelo para mi alma”.
Bueno, me alegro, pobre Corazón, me alegro. Lejos esté de mí alegrarme de tus miserias como tal, pero me alegro de que estés donde estás. Recuerdo lo que le dijo una vez la condesa de Huntingdon al hermano del señor Whitefield. El hermano del Sr. Whitefield estaba bajo una gran angustia mental y un día, mientras estaba sentado tomando el té, hablando de cosas espirituales, dijo: “Su Señoría, sé que estoy perdido, ¡estoy seguro de que lo estoy!” Bueno, ella habló con él y trató de animarlo, pero persistió en eso, que estaba absolutamente deshecho, que era un hombre perdido.
Su Señoría aplaudió y dijo: “Me alegro, señor Whitefield, me alegro”. Pensó que era una cosa cruel de su parte decirlo. Él entendió mejor cuando ella se explicó diciendo: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Así pues, Él vino a buscaros y a salvaros”. Ahora bien, si hay alguno aquí que se ha perdido, solo puedo decir que también me alegro, porque el poderoso Pastor vino a rescatarlos, si hay alguno de ustedes que siente que está condenado por la Ley de Dios, doy gracias a Dios que lo esté, porque aquellos que son condenados por la Ley en sus conciencias, aún serán perdonados por el Evangelio.
“Venid, almas culpables,
y huid a Cristo, y sanad vuestras heridas.
Este es el glorioso día del Evangelio en el que
abunda la gracia gratuita.”
Ahora, en esta misma hora, cuando no tienes día en tu corazón, cuando piensas que ha llegado el tiempo de la tarde y debes perecer para siempre, ahora es el momento en que Dios se te revelará. Mientras tengas tus harapos, nunca tendrás a Cristo, mientras tengas un centavo de tu propia justicia, nunca lo tendrás a Él, pero cuando no eres nada, Cristo es tuyo. Cuando no tienes nada en ti mismo en qué confiar, Jesucristo en el Evangelio es tu Salvador completo. Él me pide que les diga que Él vino a buscar y a salvar a los que son como ustedes.
V. Y ahora estoy a punto de terminar, deteniéndome más extensamente en el último detalle: “Al caer la tarde habrá luz”. Si nuestro sol no se pone antes del mediodía, todos podemos esperar tener un tiempo en la tarde de la vida, o seremos arrebatados de este mundo por la muerte, o bien, si Dios nos perdona, pronto llegaremos al ocaso de la vida. Dentro de unos años más, la hoja seca y amarilla será la compañera idónea de todo hombre y de toda mujer. ¿Hay algo de melancolía en eso? Yo creo que no. El tiempo de la vejez, con todas sus debilidades, me parece ser un tiempo de peculiar bienaventuranza y privilegio para el cristiano.
Para el pecador mundano, cuyo entusiasmo por el placer ha sido eliminado por el debilitamiento de sus capacidades y la decadencia de su fuerza; la vejez debe ser una estación de tedio y dolor. Pero para el soldado veterano de la Cruz, la vejez debe ser sin duda un tiempo de gran gozo y bienaventuranza.
Estaba pensando la otra noche, mientras cabalgaba por un país encantador, cómo es la vejez al atardecer. El sol de la protección actual se ha puesto. Ese sol que brilló sobre aquella piedad temprana nuestra, que no tuvo mucha profundidad de raíz y que la abrasó hasta morir, ese sol que quemó nuestra verdadera piedad y que a menudo la hizo casi marchitarse y la habría marchitado, si no hubiera sido plantado junto a los ríos de agua, ese sol ya se ha puesto.
El buen anciano no tiene ningún cuidado particular ahora en todo el mundo. Les dice a los negocios, al murmullo, al ruido y a la lucha de la era en la que vive: “Ustedes no son nada para mí. Hacer segura mi vocación y elección, mantener firmemente mi confianza y esperar hasta que llegue mi transformación, este es todo mi trabajo, con todos tus placeres y cuidados mundanos no tengo conexión”. El trabajo de su vida ha terminado, ya no tiene que sudar y trabajar como lo hizo en su juventud y edad adulta, su familia ha crecido y ya no depende de él. Puede ser que Dios lo haya bendecido y tenga suficiente para las necesidades de su vejez, o puede ser que en algún rústico asilo exhale los últimos años de su existencia.
¡Qué calma y quietud! Como el labrador que, cuando vuelve del campo al anochecer, se echa sobre su lecho, así el anciano descansa de sus labores. Y a la hora de la tarde nos reunimos en familias, se enciende el fuego, se corren las cortinas y nos sentamos alrededor del fuego familiar, para no pensar más en las cosas del gran mundo estruendoso. Y, aun así, en la vejez, la familia y no el mundo es el tema apasionante.
¿Habéis notado alguna vez cómo los venerables abuelos, cuando escriben una carta, la llenan de información acerca de sus hijos? “Juan está bien”, “María está enferma”, “toda nuestra familia goza de salud”. Es muy probable que algún amigo de negocios escriba para decir: “Las acciones han bajado” o “la tasa de interés ha aumentado”, pero nunca encuentras eso en las cartas de ningún buen anciano. Escribe sobre su familia, sus hijas recién casadas y todo eso, justo lo que hacemos en el tiempo de la tarde. Solo pensamos en el círculo familiar y nos olvidamos del mundo, eso es lo que hace el anciano canoso, piensa en sus hijos y se olvida de todo lo demás. Pues bien, ¡qué dulce es pensar que para un hombre tan viejo hay luz en las tinieblas! “Al caer la tarde habrá luz”.
¡No temas tus días de cansancio, no temas tus horas de decadencia, oh soldado de la Cruz! Las luces nuevas arderán cuando las luces viejas se apaguen, se encenderán velas nuevas cuando las lámparas de la vida estén apagadas. ¡No temáis! La noche de tu decadencia puede estar llegando, pero “al caer la tarde habrá luz”. Al atardecer el cristiano tiene muchas luces que nunca antes había tenido, iluminadas por el Espíritu Santo y brillando con Su luz. Hay luz de una experiencia brillante, puede mirar hacia atrás y puede levantar su Ebenezer diciendo: “Aquí, por Tu ayuda, he venido”.
Puede mirar atrás a su vieja Biblia, la luz de su juventud y puede decir: “Esta Promesa me ha sido probada, este Pacto ha sido probado como verdadero, he hojeado mi Biblia muchos años, nunca he visto una Promesa rota. Todas las promesas se han cumplido para mí: ‘ninguna cosa buena ha fallado’”.
Y luego, si ha servido a Dios, tiene otra luz para alegrarlo: tiene la luz del recuerdo de lo bueno que Dios le ha permitido hacer. Algunos de sus hijos espirituales entran y hablan de momentos en que Dios bendijo su conversación con sus almas, mira a sus hijos y a los hijos de sus hijos, levantándose para llamar bienaventurado al Redentor. A la hora de la tarde tiene una luz, pero al final la noche llega en serio: ha vivido lo suficiente y debe morir. El anciano está en su cama, el sol se está poniendo y él no tiene más luz. “Abre las ventanas, déjame mirar por última vez al cielo abierto”, dice el anciano.
El sol se ha puesto. “No puedo ver las montañas de allá. Todos son una masa de niebla: mis ojos están oscuros y el mundo también está oscuro”. De repente, una luz cruza su rostro y grita: “¡Oh hija! ¡Hija! Puedo ver otro sol saliendo. ¿No me dijiste que el sol se puso justo ahora? ¡Mira, veo otro! Y donde estaban esos cerros en el paisaje, esos cerros que se perdían en la oscuridad, Hija, puedo ver cerros que parecen bronce ardiendo, ¡Y me parece que en esa cumbre puedo ver una ciudad brillante como el jaspe! ¡Sí, y veo una puerta que se abre y espíritus que salen! ¿Qué es eso que dicen? ¡Oh cantan! ¡Ellos cantan! ¿Es esto la muerte?
Y antes de haber hecho la pregunta, ha ido a donde no necesita responderla, porque la muerte es totalmente desconocida. Sí, ha traspasado las puertas de perla, sus pies están sobre las calles de oro, su cabeza está adornada con la corona de la inmortalidad, la rama de palma de la victoria eterna está en su mano, Dios lo ha aceptado en el Amado–
“Lejos de un mundo de dolor y pecado,
en la compañía de Dios eternamente,”
es contado con los santos en luz y se cumple la Promesa: “Al caer la tarde habrá luz”.
Y ahora, mi Oidor canoso, ¿será así contigo? Recuerdo al venerable Sr. Jay una vez en Cambridge, mientras predicaba, tendió la mano a un anciano que estaba sentado justo como algunos de ustedes están sentados allí y dijo: “Me pregunto si esas canas son una corona de gloria o un gorro de tonto. Son lo uno o lo otro”. Para un hombre ser inconverso a la edad a la que algunos de ustedes han llegado es ciertamente tener un gorro de tonto hecho de canas, pero si tienen un corazón consagrado a Cristo, para ser Sus hijos ahora, con la plena creencia de que serán Suyos para siempre, eso es tener una corona de gloria sobre sus cabezas.
Y ahora, jóvenes y señoritas, pronto seremos viejos. Dentro de poco tiempo nuestra estructura juvenil tambaleará; pronto necesitaremos un bastón, los años son cosas cortas. Nos parece que se acortan, ya que cada uno de ellos pasa por encima de nuestra cabeza. Mis hermanos y hermanas, sois tan jóvenes como yo, ¿Tienes la esperanza de que tu tarde sea clara? No, has comenzado en la embriaguez, y la tarde del borracho son tinieblas más oscuras y después condenación. No, joven; has comenzado tu vida con blasfemias, y el crepúsculo del que jura no tiene luz, excepto la espeluznante llama del infierno. ¡Cuidado con una eventualidad como esa! No, has comenzado en la alegría, cuídate de que lo que comienza en alegría termine en tristeza eterna.
¡Ojalá todos hubiéramos comenzado con Cristo! Ojalá eligieras la sabiduría, porque “sus caminos son caminos deleitosos y todas sus veredas son de paz”. Algunos hombres religiosos son miserables, pero la religión no los hace así, la verdadera religión es algo feliz. Nunca supe lo que significaba la risa cordial y el rostro feliz hasta que conocí a Cristo, pero conociéndolo a Él confío en poder vivir en este mundo como quien no hace parte de este, pero es feliz en él. Manteniendo mis ojos hacia el Salvador, puedo decir con David: “Bendice al Señor, oh alma mía, y todo lo que está dentro de mí bendiga Su santo nombre”.
Y puedo bendecirlo sobre todo por esto: que sé cómo bendecirlo. Ah, y si ustedes, en su mejor momento, en los días de su juventud, han sido capacitados por el Espíritu Santo para consagrarse a Dios, cuando lleguen al final, mirarán hacia atrás con cierto grado de tristeza por sus debilidades, pero con un grado mucho mayor de alegría mirarás la gracia que comenzó contigo en la niñez, que te preservó en la edad adulta, que te hizo madurar para tu vejez y que finalmente te reunió como un manojo de maíz completamente maduro en el granero.
Que el gran Dios y Maestro bendiga estas palabras a cada uno de nosotros, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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