SERMÓN #300 – Paz Espiritual – Charles Haddon Spurgeon

by Oct 28, 2021

Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí: http://www.spurgeon.com.mx/sermon300.html


“La paz os dejo, mi paz os doy.”
Juan 14: 27

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Nuestro Señor estaba cerca de Su muerte, a punto de partir de este mundo, y de subir a Su Padre; por tanto, hizo Su testamento; y este es el bendito legado que deja a los fieles: “La paz os dejo, mi paz os doy.”

Podemos estar completamente seguros de que este testamento de nuestro Señor Jesucristo es válido. Ustedes tienen aquí Su propia firma; ha sido firmado, sellado, y entregado en presencia de los once apóstoles, quienes son fieles y veraces testigos. Es verdad que un testamento no entra en vigor mientras el testador viva, pero Jesucristo ha muerto una vez por todos; y ahora nadie puede disputar Su legado. El testamento está en vigor, puesto que el testador ha muerto. Sin embargo a veces puede ocurrir que la voluntad de un testador en su testamento sea desatendida; y él, impotente enterrado bajo tierra, es incapaz de levantarse y exigir que se cumpla su última voluntad.

Pero nuestro Señor Jesucristo que murió, y que por tanto hizo Su testamento válido, se levantó de nuevo, y ahora vive para ver que cada estipulación contenida en el testamento se cumpla; y este bendito codicilo (acto relacionado a un testamento) “La paz os dejo, mi paz os doy,” es aplicable a toda la simiente comprada con sangre. La paz es de ellos, y debe ser de ellos, porque Él murió y puso el testamento en vigor, y vive para supervisar que el testamento se cumpla.

La donación, el bendito legado que nuestro Señor ha dejado aquí, es Su paz. Esta puede considerarse como una paz con todas las criaturas. Dios ha hecho una alianza de paz entre Su pueblo y el universo entero. “Pues aun con las piedras del campo tendrás tu pacto, y las fieras del campo estarán en paz contigo.” “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.” La Providencia que una vez estaba apartada y parecía trabajar en contra de nuestro bienestar, está ahora en paz con nosotros. Las ruedas giran en un orden feliz, y nos traen bendiciones cada vez que ruedan.

Las palabras de nuestro Señor también se refieren a la paz que existe en medio del pueblo de Dios, la paz de cada quien hacia su hermano. Hay una paz de Dios que reina en nuestros corazones por medio de Jesucristo, por la cual estamos unidos con los lazos más estrechos de unidad y concordia con cada uno de los hijos de Dios, con quienes nos encontramos en nuestra peregrinación aquí abajo. Sin embargo, dejando por el momento estos dos tipos de paz, que yo creo que están comprendidos en el legado, procedamos a considerar otros dos tipos de paz, que conforme a nuestra experiencia se resuelven en uno, y que ciertamente conforman la parte más rica de esta bendición.

Nuestro Salvador se refiere aquí a la paz con Dios, y a la paz con nuestra propia conciencia. Primero hay paz con Dios, pues Él “nos reconcilió consigo mismo por Cristo;” Él ha derrumbado la pared que nos separaba de Jehová, y ahora hay “¡en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” Cuando el pecado es quitado, Dios no tiene motivos para la guerra contra Sus criaturas: Cristo ha quitado nuestro pecado, y por tanto hay una paz sustancial virtual establecida entre Dios y nuestras almas. Esta, sin embargo, puede existir sin que nosotros la entendamos claramente y sin que nos gocemos en ella. Por tanto, Cristo nos ha dejado paz en la conciencia.

La paz con Dios es el tratado; la paz en la conciencia es su publicación. La paz con Dios es la fuente, y la paz en la conciencia es el arroyo de cristal que nace de allí. Hay una paz decretada en la corte de la justicia divina en el cielo; y de allí se sigue una consecuencia necesaria: tan pronto se conoce esa noticia, hay paz en la corte inferior del juicio humano, donde la conciencia se sienta en el trono para juzgarnos de conformidad a nuestras obras.

Entonces, el legado de Cristo es una paz doble: una paz de amistad, de acuerdo, de amor, de unión eterna entre el elegido y Dios. Además es una paz de dulce gozo, de quieto descanso del entendimiento y la conciencia. Cuando no hay vientos arriba, no habrá tempestad abajo. Cuando el cielo está sereno, la tierra está quieta. La conciencia refleja la complacencia de Dios. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación.”

Hoy me propongo hablar de esta paz, si Dios el Espíritu Santo me ayuda con Su gracia, de esta manera: primero, su fundamento secreto; a continuación su noble naturaleza; en tercer lugar, sus benditos efectos; en cuarto lugar, sus interrupciones y medios de mantenimiento; y luego voy a concluir con algunas palabras de solemne advertencia para quienes nunca han gozado de paz con Dios, y por consiguiente nunca han tenido verdadera paz con ellos mismos.

I. En primer lugar, entonces, LA PAZ QUE GOZA EL VERDADERO CRISTIANO CON DIOS Y CON SU CONCIENCIA TIENE UN SÓLIDO FUNDAMENTO SOBRE EL CUAL DESCANSAR. No está construida sobre una ficción placentera de su imaginación, sobre un sueño engañoso de su ignorancia; sino que está construida sobre hechos, sobre verdades positivas, sobre realidades esenciales; está fundada sobre una roca, y aunque caigan las lluvias no se derrumbará, porque su cimiento es seguro.

Cuando un hombre tiene fe en la sangre de Cristo, no es sorprendente que tenga paz, pues ciertamente tiene garantía de gozar de la más profunda calma que un corazón mortal pueda conocer. Pues él razona consigo mismo de esta manera: Dios ha dicho: “De todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree;” y, además, que “El que creyere y fuere bautizado, será salvo.” Ahora, mi fe está fija sinceramente en el grandioso sacrificio sustitutivo de Cristo, por tanto he sido justificado de todo, y permanezco acepto en Cristo como un creyente.

La consecuencia necesaria de eso es que él posee paz mental. Si Dios ha castigado a Cristo por mí, no me castigará de nuevo. “Limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado.” Bajo la ley ceremonial judía, se hacía mención del pecado cada año; el cordero de la expiación debía ser sacrificado mil veces, pero “Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios.” ¿Cómo, pregunto yo, puede temblar quien crea que ha sido perdonado? Ciertamente sería muy extraño que su fe no le infundiera una santa calma en su pecho.

Además, el hijo de Dios recibe su paz de otro conducto de oro, pues un sentido de perdón ha sido derramado en abundancia en su alma. No solamente cree en su perdón por el testimonio de Dios, sino que siente el perdón. ¿Alguien de ustedes sabe lo que es esto? Es algo más que una creencia en Cristo; es la crema de la fe, el fruto maduro en plenitud de la fe, es un privilegio muy encumbrado y especial que Dios otorga después de la fe. Si no poseo ese sentido de perdón, todavía estoy obligado a creer, y luego, al creer, avanzaré muy pronto hasta ver eso en lo que creí y esperé. El Espíritu Santo algunas veces derrama abundantemente en el creyente una certeza de que ha sido perdonado. Mediante una agencia misteriosa, Él llena el alma con la luz de la gloria. Si todos los testigos falsos que hay en la tierra se pusieran de pie y le dijeran a ese hombre, en ese momento, que Dios no está reconciliado con él, y que sus pecados permanecen sin perdón, él se reiría hasta la burla; pues dice: “el Espíritu Santo ha derramado abundantemente en mi corazón el amor de Dios.”

Él siente que está reconciliado con Dios. Ha subido desde la fe hasta el gozo, y cada uno de los poderes de su alma siente el rocío divino conforme es destilado desde el cielo. El entendimiento lo siente, ha sido iluminado; la voluntad lo siente, ha sido encendida con santo amor; la esperanza lo siente, pues espera el día cuando el hombre completo será hecho semejante a la Cabeza de su pacto, Jesucristo.

Cada una de las flores en el jardín de la humanidad siente el dulce viento del sur del Espíritu cuando sopla sobre ellas, y hace que las dulces especias lancen su perfume. ¿Cómo puede sorprender, entonces, que el hombre tenga paz con Dios cuando el Espíritu Santo se convierte en un huésped real del corazón, con toda su gloriosa caravana de bendiciones? ¡Ah!, pobre alma atribulada, qué paz y gozo indecible reinarían en tu alma si simplemente creyeras en Cristo. “Sí,” dices, “pero yo quiero que Dios me manifieste que soy perdonado.” Pobre alma, no hará eso de inmediato; Él te ordena creer en Cristo primero, y después te manifestará el perdón de tu pecado. Somos salvos por fe, no por gozo; pero cuando le creo a Cristo y le tomo Su palabra, aun cuando mis sentimientos parezcan contradecir mi fe, entonces, como una recompensa gratuita, Él honrará mi fe, permitiéndome sentir aquello en lo que creí cuando no lo sentía.

El creyente también goza, en épocas de favor, de tal intimidad con el Señor Jesucristo, que no puede sino estar en paz. ¡Oh!, hay dulces palabras que Cristo susurra al oído de Su pueblo, y hay visitas de amor que Él hace, que un hombre difícilmente creería aunque se le dijera. Ustedes deben saber por ustedes mismos en qué consiste tener comunión con el Padre y con Su Hijo Jesucristo. Ciertamente Cristo se manifiesta a nosotros de una manera que no lo hace con el mundo. Todos los pensamientos sombríos y espantosos son desterrados. “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío.” Este es el sentimiento del espíritu que lo absorbe todo. Y qué maravilla es que el creyente tenga paz cuando Cristo habita así en su corazón, y reina sin rival allí, así que no conoce a ningún otro hombre sino sólo a Jesucristo. Sería un milagro de milagros si no tuviéramos paz; y la cosa más extraña en la experiencia cristiana es que nuestra paz no continúe más, y la única explicación de nuestra miseria es que nuestra comunión se ha roto, está echada a perder, pues de lo contrario nuestra paz sería como un río, y nuestra justicia como las olas del mar.

Ese venerable hombre de Dios, Joseph Irons, que hace muy poco tiempo ascendió a nuestro Padre en el cielo, dice: “¡Qué nos sorprende que un hombre cristiano tenga paz cuando trae consigo las escrituras del cielo en su pecho!” Este es otro fundamento sólido para la confianza. Nosotros sabemos que el cielo es un lugar preparado para una gente preparada, y a veces el cristiano puede exclamar con los apóstoles: “con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz.” Sintiendo que Dios le ha dado la aptitud, él descubre que esta preparación es una garantía para la esperanza de que entrará en el lugar de habitación del glorificado. Puede levantar su mirada, y decir: “aquel mundo brillante es mío, mi herencia asegurada; la vida me impide recibirla, pero la muerte me llevará a ella; mis pecados no pueden destruir el contrato escrito por el cielo; el cielo es mío; el propio Satanás no puede impedirme entrar. Yo debo estar, yo estaré donde está Jesús, pues mi espíritu Lo anhela, y mi alma está enlazada con Él.” Oh, hermanos, no es una sorpresa, cuando todo es bendición por dentro y todo es calma arriba, que los hombres justificados posean “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento.”

Tal vez ustedes dirán, bien, ¡pero el cristiano tiene problemas como otros hombres: pérdidas en los negocios, muertes en su familia, y enfermedades en su cuerpo! Sí, pero él tiene otro fundamento para su paz: una seguridad de la fidelidad y de la veracidad del pacto de su Dios y Padre. Él cree que Dios es un Dios fiel; que Dios no echará fuera a quienes ha amado. Para él todas las providencias oscuras no son sino bendiciones encubiertas. Cuando su copa es amarga, él cree que fue preparada por amor, y todo terminará bien, pues Dios garantiza el resultado final. Por tanto, ya sea que haya mal tiempo o buen tiempo, cualesquiera que sean las condiciones, su alma se abriga bajo las alas gemelas de la fidelidad y del poder de su Dios del Pacto.

El espíritu santificado está tan resignado a la voluntad de su Padre, que no rezonga. Para él, como Madame Guyon solía decir: “Es igual si el amor ordena su vida o su muerte, o le señala felicidad o aflicción.” Él está contento de tomar precisamente lo que el Padre le envía, sabiendo que su Padre lo entiende mucho mejor de lo que él se entiende a sí mismo. Él cede el timón de su barco a la mano de un Dios lleno de gracia; y él mismo recibe la capacidad de dormir tranquilamente en la cabina; él cree que su capitán tiene poder sobre los vientos y las olas; y cuando a veces siente su barco sacudido por la tormenta, exclama con Herbert:

“Aunque los vientos y las olas asalten mi quilla,
Él la preserva; Él la gobierna;
Aun cuando la barca parece más tambaleante.
Las tormentas son el triunfo de Su arte;
Ciertamente Él puede esconder Su rostro, pero no Su corazón.”

Entonces no sorprende que tenga paz, cuando puede sentir esto, sabiendo que Quien ha comenzado la buena obra, tiene tanto la voluntad como el poder de perfeccionarla, hasta el día de Cristo.

II. Habiendo descorrido apresuradamente el velo del fundamento secreto de la paz del cristiano, debemos reflexionar durante unos pocos minutos acerca de SU NOBLE CARÁCTER.

La paz de otros hombres es innoble y despreciable. Su paz nace en la guarida del pecado. Sus padres son la arrogancia y la ignorancia. El hombre no sabe quién es, y por tanto piensa que es algo, cuando no es nada. Dice: “yo soy rico y próspero en bienes,” cuando está desnudo, y es pobre y es miserable. El nacimiento de la paz del cristiano no es así. Esa paz es nacida del espíritu. Es una paz que Dios el Padre da, pues Él es el Dios de toda paz; es una paz que Jesucristo compró, pues Él ha obtenido la paz con Su sangre, y Él es nuestra paz; y es una paz que el Espíritu Santo obra: Él es su autor y la deposita en el alma.

Entonces nuestra paz es hija de Dios, y su carácter es semejante a Dios. Su Espíritu es su progenitor, y es como su Padre. ¡Es “mi paz,” dice Cristo! No es la paz de un hombre; sino la paz serena, calma y profunda del Eterno Hijo de Dios. Oh, si sólo tuviera esta única cosa dentro de su pecho, esta paz divina, el cristiano sería ciertamente algo glorioso; y aun los reyes y los hombres poderosos de este mundo son como nada cuando se les compara con el cristiano; pues lleva una joya en su pecho que ni todo el mundo podría comprar, una joya elaborada desde la vieja eternidad y ordenada por la gracia soberana para que sea la gran bendición, la herencia real justa de los hijos elegidos de Dios.

Entonces esta paz es divina en su origen; y también es divina en su alimento. Es una paz que el mundo no puede dar; y no puede contribuir a su sustento. Los bocados más exquisitos que alguna vez haya degustado el sentido carnal, serían amargos para la boca de esta dulce paz. Ustedes pueden traer su trigo fino, su dulce vino, su aceite desbordante; sus exquisiteces no nos tientan, pues esta paz se alimenta con alimento de ángeles, y no puede saborear ninguna comida que salga de la tierra.

Si le dieran a un cristiano diez veces más las riquezas que posee, no se lograría que tuviera diez veces más paz; sino probablemente diez veces más angustia; pueden engrandecerlo en honor, o fortalecerlo en salud; sin embargo, ni su honor ni su salud contribuirían a su paz; pues esa paz fluye de una fuente divina; y no hay arroyos tributarios de las colinas de la tierra que alimenten esa divina corriente; el arroyo fluye del trono de Dios, y es sustentado únicamente por Dios.

Entonces es una paz nacida y alimentada divinamente. Y déjenme señalar de nuevo que es una paz que vive por encima de las circunstancias. El mundo ha tratado con empeño de poner un fin a la paz del cristiano, pero nunca ha sido capaz de lograrlo. Yo recuerdo, en mi niñez, haber oído a un anciano cuando oraba, y escuché algo que se grabó en mí: “Oh Señor, da a tus siervos esa paz que el mundo no puede ni dar ni quitar.” ¡Ah! Todo el poder de nuestros enemigos no puede quitárnosla. La pobreza no la puede destruir; el cristiano en ropas harapientas puede tener paz con Dios. La enfermedad no la puede estropear; acostado en su cama, el santo está gozoso en medio de los fuegos. La persecución no la puede arruinar, pues la persecución no puede separar al creyente de Cristo, y mientras él sea uno con Cristo su alma está llena de paz.

“Pon tu mano aquí,” dijo el mártir a su verdugo, cuando fue llevado a la hoguera, “pon tu mano aquí, y ahora pon tu mano en tu propio corazón, y siente cuál late más fuertemente, y cuál es el más turbado.” Extrañamente el verdugo fue sacudido de asombro, cuando descubrió que el cristiano estaba tan calmado como si fuera a una fiesta de bodas, mientras que él mismo estaba poseído de una tremenda agitación por tener que desempeñar una obra tan desesperada.

¡Oh, mundo! Te desafiamos a que intentes robar nuestra paz. No nos vino de ti, y tú no puedes arrebatárnosla. Está puesta como un sello sobre nuestro brazo; es fuerte como la muerte e invencible como la tumba. Tu torrente, oh Jordán, no la puede ahogar, aunque tus profundidades sean negras y hondas; en medio de tus tremendas ondas nuestra alma está confiada, y descansa quieta sobre Quien nos amó y se dio a Sí mismo por nosotros.

Con frecuencia he tenido que comentar que los cristianos colocados en las circunstancias más desfavorables son, como regla general, mejores cristianos que quienes están colocados en posiciones propicias. En medio de una iglesia muy grande, formada por personas de todas las categorías sociales, y cuya condición conozco tan profundamente como la puede llegar a conocer un hombre, he observado que las mujeres que vienen de casas donde el marido es impío, y con niños complicados; que los jóvenes que vienen de talleres donde se encuentran con oposición y burla; que la gente que viene de las profundidades de la pobreza, de las guaridas y tugurios de nuestra ciudad, son las joyas más brillantes que están engastadas en la corona de la iglesia. Da la impresión como si Dios quiere derrotar a la naturaleza, no sólo haciendo crecer el hisopo en la pared, sino haciendo crecer al cedro allí también. Él encuentra sus perlas más brillantes en las aguas más oscuras, y levanta sus joyas más preciosas de los basureros más inmundos.

“Maravillas de gracia pertenecen a Dios,
Repitan sus misericordias en sus himnos.”

Y también he descubierto esto, que a menudo, entre más turbado está un cristiano, su paz es más pura; mientras más pesada sea la envolvente marea de sus penas y dolores, más tranquila, y calma, y profunda es la paz que reina en su corazón. Entonces, pues, es paz nacida y alimentada divinamente, y está muy por encima de la influencia del torbellino de este mundo.

Además, debo comentar brevemente acerca de la naturaleza de esta paz, que es profunda y real. “La paz de Dios,” dice el apóstol, “que sobrepasa todo entendimiento.” Esta paz no sólo llena todos los sentidos hasta el borde, hasta que cada potencia es saciada con delicia, pero el entendimiento que puede comprender todo el mundo, y entender muchas cosas que no están dentro del campo de visión, aun ese entendimiento no puede comprender la longitud y la anchura de esta paz. Y no sólo el entendimiento no podrá entenderla, sino todo entendimiento es superado.

Cuando nuestro juicio se ha ejercitado al máximo todavía no puede captar las alturas ni las profundidades de esta profunda paz. ¿Alguna vez han imaginado cómo debe ser la quietud que habita en las cavernas en la profundidad de los mares, muchos kilómetros por debajo del pecho de las corrientes, donde los huesos de los marineros yacen impasibles, donde nacen las perlas y los corales que nunca ven la luz, donde el oro y la plata que perdieron los mercaderes hace mucho tiempo yacen dispersos sobre el piso arenoso; la quietud de abajo, en las cuevas de rocas, y en los palacios silentes de tinieblas donde no rompen las olas, y el pie intruso del buzo nunca ha pisado? Así de clara, así de calma es la paz de Dios, el descanso plácido del creyente que posee seguridad.

O vuelvan su mirada a las estrellas. ¿No han dormido nunca el dulce sueño de la quietud de esas órbitas silenciosas? Elevémonos más allá del reino del ruido y del alboroto y caminemos la autopista sin ruido de las silenciosas órbitas. Los truenos quedan allá abajo, el tumulto confuso de la multitud no mancha la santidad de esta maravillosa quietud. Miren cómo las estrellas duermen en sus dorados lechos, o cómo solamente abren sus brillantes ojos para vigilar el mar sin tormentas del éter, y guardar las fronteras solemnes del reino de la paz.

Así son la paz y la calma que reinan en el pecho del cristiano. “Dulce calma,” la llama alguien; “paz perfecta,” la define David; otro la llama “grandiosa paz.” “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo.” El año pasado (ahora les diré un secreto de mi propio corazón) encontré un texto que me volvía al recuerdo muchas veces al día. Soñé con él cuando me dormí; cuando me desperté siguió conmigo, y lo verifiqué, y me deleité en él: “Gozará él de bienestar.” Es mi promesa ahora. Hay tal bienestar, que no está en contradicción con el arduo trabajo, con la agonía por las almas de los hombres, con un verdadero deseo de mayores logros en la vida divina; hay tal bienestar (no se puede ganar mediante todos los aparatos del lujo, ni por todas las exaltaciones de la riqueza) un bienestar en el que “ni una sola ola de turbación rueda sobre el pecho lleno de paz,” sino que todo es calma, todo es claridad, y todo es gozo y amor. Que habitemos por siempre en esa atmósfera serena, y no soltemos nunca esta paz.

Y para que nadie se quede sin entender lo que he dicho, voy a tratar de repetirlo brevemente mediante un ejemplo. ¿Ven a ese hombre? Él ha sido llevado a un tribunal cruel; ha sido condenado a muerte. La hora se acerca: es llevado a prisión, y colocado allí con dos soldados para que lo vigilen, y cuatro grupos de cuatro soldados delante de la puerta. La noche se avecina: él se acuesta, ¡pero en qué posición tan incómoda! ¡Encadenado en medio de dos soldados! Él se acuesta y se duerme. No se trata del sueño del criminal culpable, cuyo simple sentido de terror hace pesados sus párpados; sino un sueño calmo dado por Dios, que finaliza en una visión angélica mediante la cual él es liberado. Pedro duerme, a pesar de que la sentencia de muerte está sobre su cabeza, y la espada está presta para penetrar en su alma.

¿Ven aquel otro cuadro? Allá están Pablo y Silas: ellos han estado predicando, y sus pies son arrojados en el cepo por eso. Ellos morirán en la mañana; pero a medianoche ellos cantan alabanzas a Dios, y los prisioneros los escuchan. Uno hubiera creído que en ese calabozo tan asqueroso, ellos se habrían quejado y gemido toda la noche, o que al menos hubieran caído dormidos; pero no, ellos entonaban himnos a Dios, y los prisioneros los escuchaban. He ahí la paz; la calma, la quietud del heredero del cielo.

Les podría presentar otro cuadro: el de nuestros antiguos no-conformistas (disidentes de la Iglesia anglicana), en los días de las terribles persecuciones de la Reina Isabel. Ella arrojó a prisión, entre muchos otros, a dos de nuestros distinguidos antecesores, apellidados Greenwood y Barrow. Ellos fueron confinados a ese calabozo asqueroso y pestilente (la Prisión de Clink) encerrados en una gran celda con maniáticos, criminales, y similares, forzados a escuchar su espantosa conversación. Un día llegó la sentencia que ambos debían morir. Los dos hombres fueron sacados, y estaban a punto de ser llevados para su ejecución; pero no habían terminado de pasar por la puerta cuando se acercó un mensajero. La Reina había enviado una suspensión de la ejecución. Fueron enviados de regreso; en calma y llenos de quietud regresaron a su prisión; y al día siguiente fueron llevados a Newgate, cuando de nuevo, súbitamente, vino un segundo mensajero para decir que debían ser llevados a Tyburn para ser ejecutados. Ellos fueron atados nuevamente a la carreta, subieron al cadalso; pusieron cuerdas alrededor de sus cuellos, y se les permitió ponerse en esa condición frente a una multitud para hablarles, y dar testimonio a favor de la libertad de la iglesia de Cristo, y del derecho de libertad de decisión entre los hombres. Concluyeron su discurso, y por segunda vez esa infeliz Reina envió una suspensión de la ejecución, y ellos fueron llevados por segunda vez al calabozo, y fueron confinados en Newgate, pero sólo por unos días más, y luego por tercera vez fueron sacados, y en esta intancia finalmente fueron ahorcados. Sin embargo ellos iban al cadalso en cada ocasión tan alegremente, como van los hombres a su cama, y parecían tan gozosos, como si les fueran a poner una corona y no una soga en el cuello.

Todas las iglesias de Cristo pueden mostrar casos similares. Doquiera que haya habido un verdadero cristiano, el mundo ha hecho su mejor esfuerzo para quitarle su paz; pero es una paz que no puede ser apagada nunca: vivirá continuamente, sin importar qué cuerdas le pongan en el cuello, con las tenazas hirviendo destrozándoles el cuerpo, con la espada entrando hasta los huesos; vivirá hasta que, remontándose desde el arbusto ardiente de la tierra, esta ave del paraíso se ponga su plumaje reluciente en medio del jardín del paraíso.

III. Habiéndonos detenido más de lo esperado en este punto, me apresuro al tercer punto, LOS EFECTOS DE ESTA DIVINA PAZ.

Los benditos efectos de esta divina paz son, primero que nada, gozo. Ustedes advertirán que las palabras “gozo,” y “paz” son reunidas con mucha frecuencia; pues el gozo sin paz sería un gozo infeliz y profano. Sería el crujir de las espinas bajo la olla, defectuoso, simples llamas de gozo, mas no los carbones encendidos al rojo vivo de la bendición. Ahora, la paz divina da gozo al cristiano; ¡y qué gozo! ¿Han visto alguna vez el primer destello de gozo cuando ha alcanzado el ojo del penitente? He tenido la gran fortuna de orar con muchos pecadores convictos, de presenciar la profunda agonía de espíritu, y de simpatizar profundamente con la pobre criatura en su tribulación por el pecado. He orado y he exhortado a la fe, y he visto ese destello de gozo, cuando al fin la palabra llena de esperanza ha sido expresada: “yo verdaderamente creo en el Señor Jesucristo con todo mi corazón.” ¡Oh! ¡Esa mirada de gozo! Es como si las puertas del cielo se hubieran abierto por un instante, y algún destello de gloria hubiese brillado sobre el ojo y hubiera sido reflejado por él.

Yo recuerdo mi propio gozo, cuando por primera vez tuve paz con Dios. Pensé que podría bailar durante todo el camino de regreso a casa. Pude entender lo que decía John Bunyan, cuando declaró que quería contarles todo a los cuervos posados sobre la tierra arada. Estaba demasiado lleno para callar, sentía que debía decírselo a alguien. ¡Oh! Había gozo en mi casa ese día, cuando todos escucharon que el hijo mayor había encontrado un Salvador y sabía que había sido perdonado. Todos los gozos de la tierra son menos que nada y vanidad, comparados con esa bendición.

Como la moneda falsificada es muy diferente a la moneda real, así son diferentes los gozos rastreros de la tierra comparados con el gozo real que emana de la paz con Dios. ¡Joven amigo! ¡Joven amiga! Ustedes pudieran tener una bendición como nunca antes la han conocido, ustedes deben ser reconciliados con Dios a través de la sangre de Cristo; pues sin eso, ustedes nunca conocerán el gozo real ni el placer duradero.

Entonces, el primer efecto de esta paz es gozo. Luego sigue otro: amor. Aquel que está en paz con Dios por medio de la sangre de Cristo es constreñido a amar a Quien murió por él. “¡Precioso Jesús!” clama, “¡ayúdame a servirte! Tómame como soy, y dame capacidad para algo. Úsame en Tu causa; envíame al lugar más remoto de la verde tierra, si Tú quieres, para mostrarles a los pecadores el camino de salvación; yo iré gozoso, pues mi paz aviva la llama del amor, para que todo lo que soy y todo lo que tengo sea Tuyo, deba ser Tuyo.”

A continuación viene un anhelo de santidad. Aquel que está en paz con Dios no tiene deseos de pecar; pues es muy cuidadoso para no perder esa paz. Es como una mujer que ha escapado de una casa en llamas; después le tiene miedo hasta una vela, para evitar cualquier peligro parecido. Camina humildemente con su Dios. Constreñido por la gracia, este dulce fruto del Espíritu, la paz, lo guía a esforzarse para guardar todos los mandamientos de Dios, y para servir a su Señor con toda su fuerza.

Adicionalmente, esta paz nos ayudará a soportar la aflicción. Pablo la describe como un zapato. Pues él dice: “calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz.” Nos capacita para andar sobre los agudos pedernales del dolor, sí, sobre víboras, y también sobre serpientes; nos da poder para caminar sobre las espinas de este mundo, sin que nuestros pies sufran cortaduras; caminamos sobre los fuegos y no nos quemamos. Este divino pie de la paz nos permite caminar sin cansancio, y nos permite correr sin desmayar. Yo puedo hacerlo todo cuando mi alma está en paz con Dios.

No hay ningún sufrimiento que mueva mi alma al dolor, no hay terrores que hagan palidecer mis mejillas, no hay heridas que me fuercen a un temor ignominioso, cuando mi espíritu está en paz con Dios. Convierte al hombre en gigante; hace crecer a un enano hasta alcanzar el tamaño de Goliat. Se vuelve el más poderoso de los poderosos; y mientras los débiles se arrastran sobre esta pequeña tierra, inclinados hasta el propio suelo, él la recorre como un Coloso. Dios lo ha hecho grande y poderoso, porque Él ha llenado su alma de paz y de gozo desbordantes.

Les podría decir otras cosas acerca de los benditos efectos de esta paz; pero me contentaré, después de haber indicado simplemente que esta paz da intrepidez ante el trono y el propiciatorio del Padre. Sentimos que hemos sido reconciliados, y por lo tanto ya no estamos a una distancia, sino que nos acercamos a Él, inclusive hasta Sus rodillas; desplegamos nuestras necesidades ante Él, suplicamos por nuestra causa, y descansamos confiando en el éxito, porque no hay enemistad en el corazón de nuestro Padre hacia nosotros, ni tampoco en nuestro corazón hacia Él. Somos uno con Dios, y Él es uno con nosotros, por medio de Jesucristo nuestro Señor.

IV. Y ahora tengo que ocuparme de un deber práctico, y con esto voy a llegar a una conclusión, después de decir unas palabras a quienes no conocen esta paz. Los comentarios prácticos que debo hacer son acerca del tema de las INTERRUPCIONES DE LA PAZ.

Todos los cristianos tienen un derecho a la paz perfecta, pero no todos ellos la poseen. Hay momentos en que prevalecen sombrías dudas, y tememos decir que Dios es nuestro. Perdemos una conciencia de perdón, y andamos a tientas al mediodía como si fuese de noche. ¿Cómo puede ser esto? Yo pienso que estas interrupciones se pueden deber a una de cuatro causas.

A veces se deben a las feroces tentaciones de Satanás. Hay períodos en los que con crueldad inusitada Satanás asalta a los hijos de Dios. No es de esperarse que ellos mantengan una perfecta paz mientras sostienen un combate con Apolión. Cuando Cristiano fue herido en su cabeza, y en sus manos, y en sus pies, no es de sorprender que haya gemido en grado sumo, y como Bunyan lo expresa: “Durante todo ese tiempo no le vi ni una sola mirada placentera, hasta que percibió que había herido a Apolión con su espada de dos filos; entonces, en verdad, sonrió, y miró hacia arriba; pero ese fue el combate más espantoso que yo haya visto jamás.”

Fíjense bien que no hay tal cosa como un disturbio de la realidad de la paz entre Dios y el alma; pues Dios siempre está en paz con quienes han sido reconciliados con Él por Cristo; pero hay un disturbio del gozo de esa paz, y eso sucede a menudo por los aullidos de ese gran perro del infierno. Él viene en contra nuestra con todo su poder, con sus fauces abiertas listo para tragarnos rápidamente, y si no fuera por la misericordia divina lo haría. No es de sorprender que a veces nuestra paz sea afectada cuando Satanás es fiero en sus tentaciones.

Otras veces una necesidad de paz puede surgir de la ignorancia. No me sorprende que un hombre que cree en la doctrina arminiana, por ejemplo, tenga poca paz. No hay nada en esa doctrina que le pueda dar paz. Es un hueso sin médula; me parece que es una religión fría, sin savia, sin médula, sin fruto; amarga y no dulce. No contiene nada sino el látigo de la ley; no hay grandes certezas; no hay hechos gloriosos del pacto de amor, de la gracia electiva, de la fidelidad del Todopoderoso, ni de los compromisos que dan la garantía.

Nunca voy a altercar con el hombre que puede vivir sobre tales piedras y en medio de escorpiones como la elección condicional, la redención accidental, la perseverancia cuestionable, y la regeneración ineficaz. Puede ser que haya personas, yo supongo, que pueden vivir con ese alimento seco. Si pueden vivir de eso, que les aproveche; pero yo creo que muchas de nuestras dudas y temores surgen de la ignorancia doctrinal. Tal vez ustedes no tienen una visión clara de ese pacto llevado a cabo entre el Padre y Su Hijo glorioso, Jesucristo; ustedes no saben deletrear la palabra “Evangelio” sin mezclar la palabra “ley” en ella. Tal vez no han aprendido plenamente a mirar fuera del yo, a Cristo, para todo. Ustedes no saben cómo distinguir entre santificación, que varía, y justificación, que es permanente. Muchos creyentes no han llegado a discernir entre la obra del Espíritu y la obra del Hijo; ¿y cómo puede sorprendernos, si ustedes son ignorantes, que algunas veces ustedes no tengan paz? Aprendan más de ese precioso Libro, y su paz será más continua.

Además, esta paz es usualmente dañada por el pecado. Dios esconde Su rostro detrás de las nubes del polvo que es levantado por Su propio rebaño conforme avanzan por el camino de este mundo. Nosotros pecamos, y luego nos dolemos por ese pecado. Dios todavía ama a Su hijo, aun cuando peca; pero no permitirá que el hijo lo sepa. El nombre de ese hijo está en el registro familiar; pero el Padre toma ese libro, y no le permitirá leerlo hasta que no se haya arrepentido plenamente de nuevo, y venga otra vez a Jesucristo.

Si ustedes pueden tener paz, y sin embargo vivir todavía en pecado, fíjense bien, ustedes no han sido regenerados. Si ustedes pueden vivir en la iniquidad, y sin embargo tener paz en sus conciencias, esa conciencia está cauterizada y muerta. Mas el cristiano, cuando peca, comienza a dolerse; si no en el mismo momento en que cae, no pasa mucho tiempo antes que la vara de su Padre le golpee la espalda, y comience a llorar.

“¿Dónde está la bendición que conocí,
Cuando vi por primera vez al Señor?
¿Dónde está la visión que refresca el alma
De Jesús y de Su Palabra?”

De nuevo: nuestra paz puede ser interrumpida también por la incredulidad. Ciertamente este es el cuchillo más filoso de los cuatro, y cortará más rápido el hilo dorado de nuestros gozos.

Y ahora, si ustedes quieren mantener una paz inquebrantable, reciban hoy el consejo del ministro de Dios, aunque él sea joven en años. Reciban el consejo que él les garantiza que es bueno, pues es está basado en las Escrituras. Si quieren mantener una paz permanente e inquebrantable, miren siempre al sacrificio de Cristo; no permitan que su ojo se vuelva a ninguna otra cosa que no sea Cristo. Cuando te arrepientas, querido lector, todavía mantén tu ojo en la cruz; cuando trabajes, trabaja con la fuerza del Crucificado. Todo lo que hagas, ya sea un auto-examen, ayuno, meditación, u oración, hazlo todo bajo la sombra de la cruz de Jesús; o de lo contrario, puedes vivir como quieras, pero tu paz no será sino algo lamentable; estarás lleno de intranquilidad y de problemas amargos. Vive cerca de la cruz y tu paz será continua.

Déjenme darles un consejo. Caminen humildemente con su Dios. La paz es una joya; Dios la pone en el dedo de ustedes; si se vuelven orgullosos de ella, Él se las quitará. La paz es un vestido noble; si presumen de su vestido, Dios los desvestirá. Recuerden la boca del hoyo de donde fueron sacados, y la cantera de la naturaleza de donde fueron cortados; y cuando tengan la brillante corona de paz en su cabeza, recuerden sus pies negros; además, aun cuando esa corona esté allí, cúbranla y también el rostro con esas dos cosas, la sangre y la justicia de Jesucristo. De esta manera ustedes mantendrán su paz.

Y también caminen en santidad, evitando cualquier apariencia de mal. “No os conforméis a este siglo.” Defiendan la verdad y la rectitud. No permitan que las máximas de los hombres tengan influencia en el juicio de ustedes. Busquen al Espíritu Santo para que puedan vivir a semejanza de Cristo, y vivir cerca de Cristo, y su paz no será interrumpida.

En cuanto a quienes no han tenido nunca paz con Dios, sólo puedo tener un sentimiento hacia ustedes, es decir, piedad. ¡Pobres almas! ¡Pobres almas! ¡Pobres almas!, que nunca conocieron la paz que Jesucristo da a Su pueblo. Y mi piedad es más necesaria ya que ustedes mismos no tienen piedad por ustedes. ¡Ah!, almas, viene el día cuando ese Dios con Quien ustedes están enemistados, los mirará a la cara.

Tendrán que verlo; y Él es “fuego consumidor.” Tendrán que ver un horno ardiente, y hundirse, y desesperar, y morir. ¿Morir, dije? Peor que eso. Tienen que ser lanzados al abismo de condenación, donde morir sería una bendición que jamás podrá ser concedida. ¡Oh!, ¡que Dios les dé paz por medio de Su Hijo! Si ustedes están ahora convencidos de pecado, la exhortación es: “Cree en el Señor Jesucristo.” Tal como eres, se te ordena que pongas tu confianza en Él, que ciertamente murió sobre el madero; y si haces esto, todos tus pecados te serán perdonados ahora, y tú tendrás paz con Dios; y, muy pronto, tú lo sabrás en tu propia conciencia y te gozarás. ¡Oh!, busquen esta paz y persíganla; y sobre todas las cosas, busquen al Hacedor de paz, Cristo Jesús, y serán salvos. Dios los bendiga por Su Hijo Jesucristo. Amén.

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