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“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado.”
Isaías 9: 6
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En otras ocasiones he explicado la parte principal de este versículo: “y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte.” Si Dios me lo permite, en alguna futura ocasión espero predicar sobre los otros títulos, “Padre eterno, Príncipe de paz.” Pero esta mañana, la porción en la que pondremos nuestra atención es esta: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado.” La frase es doble, pero no contiene ninguna tautología. El lector cuidadoso pronto descubrirá una distinción; y es una distinción que muestra una diferencia. “Porque un niño nos es nacido, Hijo nos es dado.”
Como Jesucristo fue un niño en Su naturaleza humana, es nacido engendrado por el Espíritu Santo, nacido de la Virgen María. Nació tan verdaderamente siendo un niño, como cualquier otro hombre que haya vivido sobre la faz de la tierra. Él es entonces en Su humanidad, un niño nacido. Pero como Jesucristo es el Hijo de Dios, no es nacido, sino dado, engendrado por Su Padre desde antes de todos los mundos, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre. La doctrina de la eterna condición de Hijo de Cristo, debe recibirse como una verdad indudable de nuestra santa religión. Pero en cuanto a dar una explicación de ello, ningún hombre debería aventurarse a hacerlo, pues permanece en medio de las cosas profundas de Dios: en verdad es uno de esos solemnes misterios que los ángeles no se atreven a mirar ni desean escudriñar. Un misterio que no debemos intentar examinar a fondo, pues está totalmente fuera del entendimiento de cualquier ser finito. Lo mismo podría un mosquito intentar beberse el océano, que una criatura infinita tratara de comprender al Dios Eterno. Un Dios que pudiésemos comprender no sería Dios. Si nosotros pudiéramos asirle, no podría ser infinito: si pudiéramos entenderlo, entonces no sería divino. Por tanto yo digo que Jesucristo, como un Hijo, no nos es nacido, sino dado. Él es una dádiva que se nos concede, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha enviado a su Hijo unigénito al mundo.” Él no nació en este mundo como Hijo de Dios, sino que fue enviado, o fue dado, de tal forma que ustedes pueden percibir que la distinción es muy sugerente y nos transmite verdad en grandes cantidades. “Porque un niño nos es nacido, Hijo nos es dado.”
Esta mañana, sin embargo, el principal objetivo de mi sermón, y en verdad el único, es enfatizar la fuerza de esas dos pequeñas palabras, “nos es.” Porque ustedes percibirán que aquí está concentrada toda la fuerza del pasaje. “Porque un niño NOS ES nacido, Hijo NOS ES dado.” Las divisiones de mi sermón son muy simples. Primero, ¿es así? En segundo lugar, si es así, ¿qué pasa entonces? En tercer lugar, si no fuera así, ¿qué pasa entonces?
I. En primer lugar, ¿ES ASÍ? ¿Es cierto que un niño nos es nacido, Hijo nos es dado? Es un hecho que un niño es nacido. No aporto ningún argumento sobre eso. Lo recibimos como un hecho, más plenamente establecido que cualquier otro hecho de la historia, que el Hijo de Dios se hizo hombre, nació en Belén, fue envuelto en pañales, y puesto en un pesebre. Es un hecho también, que un Hijo es dado. No tenemos ninguna pregunta al respecto. El infiel podrá disputarlo, pero nosotros que profesamos ser creyentes de la Escritura, recibimos como una verdad innegable que Dios ha dado a Su unigénito Hijo, para que sea el Salvador de los hombres. Pero lo que se puede cuestionar es: ¿este niño es nacido para NOSOTROS? ¿Es dado para NOSOTROS? Este es el tema de ávida investigación. ¿Tenemos nosotros un interés personal en el niño que nació en Belén? ¿Sabemos que Él es nuestro Salvador? ¿Ha traído buenas nuevas para nosotros? ¿Sabemos que NOS pertenece, y que nosotros le pertenecemos? Yo afirmo que este es un tema de grave y solemne investigación.
Es un hecho muy evidente que los mejores hombres son a veces turbados por preguntas con relación a su propio interés en Cristo, mientras que los hombres que nunca sienten ninguna turbación acerca del asunto, son con frecuencia engañadores presuntuosos que no tienen parte en el asunto. Con frecuencia he observado que algunas de las personas acerca de las cuales me he sentido muy seguro, fueron precisamente las personas que no tenían la menor seguridad acerca de ellas mismas.
Esto me recuerda la historia de un hombre piadoso llamado Simón Brown, un ministro en tiempos antiguos en la Ciudad de Londres. Su corazón se entristeció tanto, su espíritu se deprimió tanto, que al fin concibió la idea que su alma había dejado de existir. Era totalmente en vano hablar a ese buen hombre, pues no podías persuadirle que tenía un alma; pero todo el tiempo estaba predicando, y predicando, y trabajando, más a semejanza de un hombre que tuviera dos almas en vez de ninguna. Cuando predicaba, sus ojos derramaban abundantes lágrimas, y cuando oraba, había un fervor divino y un predominio celestial en cada petición. Ahora, así sucede con muchos cristianos. Parecen ser el propio retrato de la piedad: su vida es admirable, y su conversación celestial, pero siempre están clamando:
“Es un punto que deseo conocer,
A menudo causa ansioso pensamiento,
¿Amo al Señor o no?
¿Le pertenezco o no?”
Así que ocurre que los mejores hombres se hacen preguntas mientras que los peores presumen. Ay, he visto a los hombres sobre cuyo eterno destino yo tenía serios interrogantes, cuyas inconsistencias de vida era palpables y flagrantes, que han parloteado en lo concerniente a su segura porción en Israel y su esperanza infalible, como si creyeran que los otros serían tan fácilmente embaucados como ellos mismos. Ahora, ¿qué explicación daremos para esta temeridad? Aprendámosla de la siguiente ilustración:
Pueden ver a un grupo de hombres cabalgando a lo largo de un angosto sendero sobre un acantilado junto al mar. Es un paso muy peligroso, pues el camino es abrupto y un tremendo precipicio bordea la senda al lado izquierdo. Si una de las patas de un caballo resbalara, se desplomarían a la destrucción. Vean cuán cautelosamente los jinetes avanzan, y cuán cuidadosamente pisan los caballos. Pero ¿observan a aquel jinete, a qué velocidad avanza, como si corriese una carrera de obstáculos con Satanás? Ustedes sostienen sus manos en alto, en una agonía de terror, temblando porque en cualquier momento la pata de sus cabalgadura podría resbalar, y se precipitarían al abismo; y ustedes se preguntarán: ¿por qué es tan descuidado ese jinete? El hombre es un jinete ciego que cabalga en un caballo ciego. No pueden ver dónde están. Él piensa que atraviesa un camino seguro, y por eso cabalga tan rápido.
O, para variar el cuadro, algunas veces, cuando las personas duermen, se levantan y caminan, y suben a ciertos lugares donde otros ni pensarían aventurarse. Alturas de vértigo que trastornarían nuestro cerebro, les parecen seguras a ellas. Así hay muchos sonámbulos espirituales en nuestro medio, que piensan que están despiertos. Pero no lo están. Su misma presunción en aventurarse a los altos lugares de la confianza en sí mismos, demuestra que son sonámbulos; no están despiertos, sino que son hombres que caminan y hablan en sus sueños. Entonces, afirmo, es realmente un asunto de serio cuestionamiento para todos los hombres que quieren ser salvos al fin, lo relativo a si este niño es nacido para NOSOTROS, y este Hijo es dado para NOSOTROS?
Ahora les voy a ayudar a responder la pregunta.
1. Si este niño que yace ahora delante de los ojos de su fe, arropado en pañales en el pesebre de Belén, es nacido para ustedes, entonces ustedes han nacido de nuevo. Pues este niño no es nacido para ustedes a menos que ustedes hayan nacido para este niño. Todos los que tienen un interés en Cristo son, en la plenitud del tiempo, convertidos por la gracia, revividos, y renovados. Todos los redimidos no son todavía convertidos, pero lo serán. Ante de que llegue la hora de su muerte, su naturaleza será cambiada, sus pecados serán lavados, y pasarán de muerte a vida. Si alguien me dice que Cristo es su Redentor, aunque no haya experimentado nunca la regeneración, ese hombre expresa algo que desconoce; su religión es vana, y su esperanza es un engaño. Únicamente los hombres que son nacidos de nuevo pueden reclamar que el bebé nacido en Belén les pertenece.
“Pero,” dirá alguno, “¿cómo puedo saber si soy nacido de nuevo o no?” Respondan esta pregunta haciendo a la vez otra pregunta: ¿Ha habido algún cambio obrado por la gracia divina dentro de ti? ¿Son tus amores totalmente lo contrario de lo que antes eran? ¿Odias ahora las cosas vanas que una vez admiraste, y buscas esa preciosa perla que en un tiempo despreciabas? ¿Ha sido tu corazón enteramente renovado en sus objetivos? ¿Puedes decir que la propensión de tu deseo ha cambiado? ¿Vuelves tu rostro a Sion, y tus pies están encaminados en el sendero de gracia? Mientras que tu corazón antes anhelaba los profundos sorbos del pecado, ¿ansías ahora ser santo? Y mientras que antes amabas los placeres del mundo, ahora se han vuelto como desperdicios y escorias para ti, pues sólo amas los placeres de cosas celestiales, y ansías gozar más de ellos en la tierra, para que estés preparado para gozar su plenitud en el más allá. ¿Has sido renovado internamente? Pues, observa, mi querido lector, el nuevo nacimiento no consiste en lavar la parte exterior de la copa y del plato, sino en la limpieza del hombre interior. Es totalmente en vano poner la piedra sobre el sepulcro, lavarlo hasta que quede extremadamente blanco, y adornarlo con las flores de la estación; el sepulcro mismo debe ser limpiado. Los huesos del muerto que yacen en ese osario del corazón humano deben ser limpiados. No, deben ser revividos. El corazón no debe ser más una tumba de muerte, sino un templo de vida. ¿Sucede así contigo, lector? Pues recuerda, puedes ser muy diferente en lo exterior, pero si no eres cambiado en lo interior, este niño no es nacido para ti.
Pero hago otra pregunta. Aunque el principal asunto de la regeneración yace en el interior, sin embargo se manifiesta en lo exterior. Dime, entonces, ¿ha habido un cambio en ti en lo exterior? ¿Piensas que otros que te miran se verán forzados a decir: este hombre no es lo que solía ser? ¿Acaso tus compañeros no observan un cambio? ¿No se han reído de ti por lo que consideran tu hipocresía, tu puritanismo, tu severidad? ¿Crees ahora que, si un ángel te siguiera en tu vida secreta, y siguiera tu pista hasta tu aposento y te viera de rodillas, detectaría algo en ti que nunca habría podido ver antes? Pues escucha, mi querido lector, debe haber un cambio en la vida exterior, pues de lo contrario no hay cambio en lo interior.
En vano me muestras el árbol, y me dices que la naturaleza del árbol ha cambiado. Si veo que está todavía produciendo uvas silvestres, es todavía un viñedo silvestre. Y si te comparo con las manzanas de Sodoma y las uvas de Gomorra, todavía eres un árbol maldito y condenado, independientemente de tu experiencia imaginaria. La prueba del cristiano está en su vida. Para otras personas, la prueba de nuestra conversión no es lo que sintamos, sino lo que hagamos. Para ti mismo, tus sentimientos podrán ser una evidencia suficiente, pero para el ministro y para otras personas que te juzgan, el caminar exterior es la guía principal. A la vez, permítanme observar que la vida exterior de un hombre puede ser muy semejante a la de un cristiano, y sin embargo, puede ser que no haya ninguna religión en él.
¿Han visto alguna vez a dos juglares en la calle con espadas, pretendiendo pelear entre sí? Miren cómo cortan y cercenan, y se tajan mutuamente, hasta que llegas a estar medio temeroso que pronto se cometerá un asesinato. Dan la impresión que lo están haciendo en serio, y llegas a pensar en llamar a la policía para que los separe. Mira con qué violencia uno le ha tirado un golpe tremendo a la cabeza del otro, que su camarada evita con destreza, protegiéndose oportunamente. Sólo obsérvalos un minuto, y verás que todos estos cortes y arremetidas siguen un orden preestablecido. La pelea es fingida, después de todo. No pelean tan ferozmente como lo harían si fueran enemigos verdaderos.
De la misma manera, a veces he visto a un hombre que pretendía estar muy airado contra el pecado. Pero obsérvalo un corto tiempo, y verás que es únicamente el truco de un espadachín. No da sus tajos espontáneamente, no hay intención en sus golpes; todo es pretensión, es un teatro de mimos. Los espadachines, después que han terminado su espectáculo, se dan la mano, y dividen las ganancias que la multitud boquiabierta les ha proporcionado; y lo mismo hace este hombre, se da la mano con el diablo en privado, y los dos engañadores comparten el botín. El hipócrita y el diablo son después de todo muy buenos amigos, y se regocijan mutuamente por sus ganancias: el diablo mirando socarronamente porque ha ganado el alma del que profesa la fe, y el hipócrita riéndose porque ha ganado sus riquezas mal adquiridas. Cuiden, entonces, que su vida exterior no sea una mera puesta en escena, sino que su antagonismo contra el pecado sea real e intenso; y den golpes a diestra y siniestra, como si verdaderamente quisieran matar al monstruo, y arrojar sus miembros a los vientos del cielo.
Sólo voy a hacer otra pregunta. Si has nacido de nuevo, hay otro asunto por el que se te puede probar. No sólo se ha alterado tu yo interno, y tu yo externo también, sino que la verdadera raíz y el principio de tu vida deben ser totalmente nuevos. Mientras estamos en el pecado, vivimos para el yo, pero cuando hemos sido renovados, vivimos para Dios. Mientras no hemos sido regenerados, nuestro principio es buscar nuestro propio placer, nuestro propio avance; pero el hombre que no vive con una meta totalmente diferente a esta, no ha nacido de nuevo verdaderamente. Cambien los principios de un hombre, y habrán cambiado sus sentimientos, y habrán cambiado sus acciones. Ahora, la gracia cambia los principios del hombre. Pone el hacha a la raíz del árbol. No corta con sierra alguna rama gruesa, ni trata de alterar la savia; sino que proporciona una nueva raíz, y nos planta en un terreno nuevo. El yo más íntimo del hombre, las profundas rocas de sus principios sobre las que descansa la superficie del terreno de sus acciones, el alma de su condición humana es enteramente cambiada, y él es una nueva criatura en Cristo.
“Pero,” dirá alguno, “no veo ninguna razón para que deba nacer de nuevo.” Ah, pobre criatura, eso es porque nunca te has visto a ti misma. ¿Has visto alguna vez a un hombre en el espejo de la Palabra de Dios? Qué extraño monstruo es. ¿Sabes que un hombre por naturaleza tiene su corazón, donde deben estar sus pies: es decir, su corazón está sobre la tierra, mientras que la debería estar pisando con sus pies; y es un misterio más extraño aún, que sus talones están donde debería estar su corazón: es decir, el está dando coces contra el Dios del cielo, cuando debería estar poniendo sus afectos en las cosas de arriba. El hombre por naturaleza, cuando ve más claro, únicamente mira hacia abajo; puede ver únicamente lo que está por debajo de él, no puede ver las cosas que están arriba; y es extraño decirlo, pero la luz del sol del cielo lo ciega; él no busca la luz del cielo. Él pide su luz en la oscuridad. La tierra es para él su cielo, y ve soles en los charcos de lodo y estrellas en su inmundicia. Él es de hecho, un hombre trastornado. La caída ha arruinado nuestra naturaleza de tal manera que la cosa más monstruosa sobre la faz de la tierra es un hombre caído.
Los antiguos pobladores solían pintar seres míticos grifos, dragones, quimeras y todo tipo de horribles cosas; pero si una mano hábil pudiera pintar al hombre con precisión, ninguno de nosotros vería el cuadro, pues es un espectáculo que nadie vio excepto los condenados en el infierno; y esa es una parte de su dolor intolerable, que están forzados a mirarse siempre a sí mismos. Ahora, entonces, ¿no ven que deben nacer de nuevo, y a menos que nazcan de nuevo, este niño no es nacido para ustedes.
2. Pero yo sigo adelante. Si este niño es nacido para ustedes, tú eres un niño, y surge la pregunta: ¿lo eres? El hombre crece naturalmente desde la niñez hasta la madurez; en la gracia, los hombres crecen de la madurez hasta la niñez; y entre más nos acerquemos a la verdadera niñez, más nos aproximaremos a la semejanza de Cristo. Pues, ¿acaso no fue Cristo llamado “un niño” inclusive después que hubo ascendido al cielo? “Tu santo Hijo Jesús.” (‘thy holy child Jesus’, en la versión King James). Hermanos y hermanas, ¿pueden decir ustedes que han sido vueltos niños? ¿Aceptan la Palabra de Dios tal como es, simplemente porque su Padre celestial así lo dice? Se contentan con creer los misterios sin exigir que se los expliquen? ¿Están preparados a sentarse en la clase con los niños, y convertirse en un pequeñito? ¿Están anuentes a ser sostenidos en el pecho de la iglesia, y mamar la leche sin adulteración de la Palabra, sin cuestionar ni por un instante lo que su divino Señor revela, sino creyéndolo todo por Su propia autoridad, aunque pareciera estar por sobre la razón, o por debajo de la razón, o inclusive contrario a la razón?
Ahora, “Si no os volvéis y os hacéis como niños,” este niño no es nacido para ustedes; a menos que como un niño tú seas humilde, enseñable, obediente, contento con la voluntad de tu Padre y deseoso de atribuirle todo a Él, hay un serio motivo para preguntarse si este niño es nacido para ti. Pero qué espectáculo tan agradable es ver a un hombre convertido y que ha sido hecho un pequeñito. Muchas veces mi corazón ha dado saltos de gozo, cuando he visto a un gigante infiel que solía argumentar en contra de Cristo, que no tenía en su diccionario una palabra lo suficientemente mala para el pueblo de Cristo, llegar a creer en el Evangelio por la gracia divina. Ese hombre se sienta y llora, y siente el pleno poder de la salvación, y a partir de ese momento deja todos sus cuestionamientos, y se vuelve lo opuesto a lo que era. Se considera más insignificante que el creyente más insignificante. Se contenta con hacer el más insignificante trabajo para la iglesia de Cristo, y toma su posición: no con Locke o Newton, como un poderoso filósofo cristiano, sino con María, como un simple aprendiz sentado a los pies de Jesús, para oír y aprender de Él. Si no son niños, entonces este niño no es nacido para ustedes.
3. Y ahora tomemos la segunda frase, y hagamos una pregunta o dos acerca de ella. Este hijo ¿nos es dado a NOSOTROS? Hago una pausa por un minuto para pedir su atención personal. Si puedo hacerlo, estoy tratando de predicar de tal manera que los conduzca a cuestionarse ustedes mismos. Les ruego que ninguno de ustedes se exima de la ordalía, sino que cada uno se pregunte, ¿es cierto que un Hijo me es dado? Ahora, si este Hijo te es dado, tú mismo eres un hijo. “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” “Cristo se hizo hombre para que en todo fuese semejante a Sus hermanos.” El Hijo de Dios no es mío para que lo goce, le ame, me deleite en Él, a menos que yo sea también un hijo de Dios.
Ahora, querido lector, ¿tienes un temor de Dios delante de ti: un temor filial, el temor que el niño siente de no afligir a sus padres? Dime, ¿tienes un amor de niño para Dios? ¿Confías en Él como tu padre, tu proveedor, y tu amigo? ¿Tienes en tu pecho “Es espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”? ¿Te ocurre a veces, que estando de rodillas, puedes decir: “mi Padre y mi Dios.” ¿Da testimonio el Espíritu mismo a tu espíritu de que eres nacido de Dios? Y cuando se da este testimonio, ¿vuela tu corazón al Padre y a tu Dios, en éxtasis de deleite, para asirte a Él, que desde hace tiempo se aferró a ti en el pacto de Su amor, y en los brazos de Su gracia eficaz? Ahora, observa, mi querido lector, si algunas veces no gozas del espíritu de adopción, si no eres un hijo o una hija de Sion, entonces no te engañes, este hijo no es dado para ti.
4. Y, luego, para ponerlo de otra forma: si un Hijo nos es dado, entonces nosotros somos dados al Hijo. Ahora, ¿qué respondes a esta nueva pregunta? ¿Son dados ustedes a Cristo? ¿Sientes que no hay nada en la tierra para lo que vivas, sino para glorificarlo a Él? ¿Puedes decir en tu corazón: “Grandioso Dios, si no estoy engañado, yo soy enteramente Tuyo?” ¿Estás listo el día de hoy a escribir de nuevo tu voto de consagración? ¿Puedes decir: “¡tómame! Todo lo que soy y todo lo que tengo, será para siempre Tuyo. Quiero renunciar a todos mis bienes, a todos mis poderes, a todo mi tiempo, y a todas mi horas; y quiero ser Tuyo, enteramente tuyo”? “No sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio.” Y si este Hijo de Dios les es dado a ustedes, se habrán consagrado plenamente a Él; y ustedes sentirán que Su honra es el objetivo de su vida, que Su gloria es el gran deseo de su espíritu anhelante. Ahora, ¿es así, lector? Hazte esa pregunta. Te ruego que no te engañes a ti mismo en la respuesta.
Únicamente voy a repetir otra vez las cuatro pruebas diferentes. Si un niño me es nacido, entonces he nacido de nuevo; y, es más, en consecuencia de ese nueve nacimiento, soy un niño. Si, además, un Hijo me ha sido dado, entonces soy un hijo; y también yo soy dado a ese Hijo que me es dado a mí. He tratado de poner estas pruebas en la forma que el texto las sugiere. Oro para que se las lleven a casa. Si no recuerdan las palabras, sin embargo recuerden investigar por ustedes mismos, para que puedan ver, lectores, si pueden decir: “Hijo es dado para mí.” Pues, en verdad, si Cristo no es mi Cristo, es de poco valor para mí. Si no puedo decir que Él me amó y se entregó por mí, ¿de qué me sirve todo el mérito de Su justicia, o toda la plenitud de Su expiación?
El pan en la tienda está bien, pero si estoy hambriento y no puedo obtenerlo, me moriría de hambre aunque los graneros estén repletos. El agua en el río está bien, pero si estoy en un desierto y no puedo alcanzar el arroyo, si puedo oír su murmullo en la distancia y yo estoy acostado y moribundo de sed, el murmullo del riachuelo, o el fluir del río, ayudan a atormentarme ante lo inalcanzable, mientras muero en negra desesperación. Mejor sería para ustedes, lectores, morir como hotentotes, haber descendido a sus tumbas como habitantes de alguna tierra tenebrosa, que vivir donde el nombre de Cristo es alabado continuamente, y donde Su gloria es ensalzada, y bajar a sus tumbas sin un interés en Él, sin la bendición de Su Evangelio, sin ser lavados por Su sangre, sin haber sido cubiertos por Su manto de justicia. Que Dios les ayude para que puedan ser bendecidos en Él, y puedan cantar dulcemente: “Un niño nos es nacido, Hijo nos es dado.”
II. Esto me lleva al mi segundo encabezado, sobre el cual seré breve. ¿Es así? SI ES ASÍ, QUÉ PASA ENTONCES? Si es así, por qué tengo dudas hoy? ¿Por qué mi espíritu se está haciendo preguntas? ¿Por qué no me doy cuenta del hecho? Lector, si el Hijo te es dado, ¿cómo es que te estás preguntando hoy si eres de Cristo o no? ¿Por qué no procuras hacer firme tu vocación y elección? ¿Por qué te demoras en las llanuras de la duda? Sube, sube a las altas montañas de la confianza, y no descanses nunca hasta que puedas decir sin temor de estar equivocado: “Yo sé que mi Redentor vive. Estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.” Puede haber aquí un gran número de personas para quienes es un asunto de incertidumbre saber si Cristo es de ellos o no. Oh, mis queridos lectores, no se contenten a menos que sepan con certeza que Cristo es de ustedes, y que ustedes son de Cristo.
Supongan que vean en el periódico de mañana, (aunque, a propósito, si creyeran todo lo que ven allí, estarían probablemente equivocados) pero supongan que ven una notificación que alguna persona rica les hubiera dejado una inmensa herencia. Supongan que al leerlo, les quedara muy claro que la persona mencionada era un familiar de ustedes, y que es muy probable que fuera verdad. Es posible que convocaran para el día siguiente una reunión familiar, en la que esperan al hermano Juan y a la hermana María y a sus pequeñitos para cenar juntos. Pero me pregunto si no se moverían de la cabecera de la mesa para ir y verificar que el hecho es verdaderamente así. “Oh,” dirían, “estoy seguro que disfrutaría mucho más mi cena de Navidad si estuviera bien seguro acerca de esto;” y si no fueran, todo el día estarían de puntillas por la expectación; estarían, por decirlo así, sentados sobre alfileres y agujas hasta que comprobaran que era así.
Ahora hay una proclamación que ha sido anunciada y es verdadera, también, que Jesucristo ha venido al mundo para salvar a los pecadores. La pregunta para ustedes es si Él los ha salvado, y si ustedes tienen un interés en Él. Les suplico que no den descanso a sus ojos, y no dejen que sus párpados se adormezcan, hasta que hayan leído su “título de propiedad libre de gravamen para mansiones en el cielo.” ¡Cómo, hombre! ¿será tu destino eterno un asunto de incertidumbre para ti? ¡Cómo! ¿Están el cielo y el infierno involucrados en este asunto, y vas a descansar hasta que sepas cuál de los dos será tu porción eterna? ¿Estás contento mientras la pregunta es si Dios te ama, o si Él está airado contigo? ¿Puedes estar tranquilo mientras permaneces en la duda en cuanto a que si eres condenado en el pecado, o justificado por la fe que es en Cristo Jesús?
Levántate, hombre; te suplico por el Dios vivo, y por la propia seguridad de tu alma, levántate y lee los registros. Investiga y mira, y pruébate y examínate para ver si es así o no. Pues si es así, ¿por qué no habríamos de saberlo? Si el Hijo me es dado, ¿por qué no habría de estar seguro? Si el niño es nacido para mí, ¿por qué no habría de saberlo con certeza, para poder vivir desde ahora con el gozo de mi privilegio, un privilegio cuyo valor nunca conoceré a plenitud, hasta que llegue a la gloria?
Además, si es así, tenemos otra pregunta. ¿Por qué estás triste? Estoy viendo rostros en este momento que parecen ser el reverso exacto del decaimiento, pero tal vez la sonrisa esconda un corazón dolido. Hermano y hermana, ¿por qué estamos tristes esta mañana, si un niño nos es nacido, si un Hijo nos es dado? ¡Escuchen, escuchen el grito! Es, “¡la cosecha ha llegado! ¡La cosecha ha llegado!” Vean a las doncellas danzando, y a los jóvenes disfrutando. Y ¿por qué es este júbilo? Porque están almacenando los preciosos frutos de la tierra, están reuniendo en sus graneros el grano que pronto será consumido. Entonces, qué, hermanos y hermanas, tenemos el pan que permanece para vida eterna, y ¿somos infelices? El mundano se alegra cuando su alimento abunda, y ¿no nos regocijamos nosotros cuando “un niño nos es nacido, Hijo nos es dado”?
¡Escuchen por allá! ¿Qué significa que disparen las armas de la Torre? ¿Por qué todo este sonar de campanas en los campanarios de las iglesias, como si todo Londres estuviera fuera de sí de gozo? Ha nacido un príncipe; por eso hay esta salutación, por eso este repicar de campanas. Ah, cristianos, toquen las campanas de sus corazones y disparen los saludos de sus más gozosos himnos, “Porque un niño nos es nacido, Hijo nos es dado.” ¡Danza, oh corazón mío, y repica las campanas de la alegría! ¡Ustedes, gotas de sangre de mis venas, dancen cada una de ustedes! ¡Oh!, que todos mi nervios se conviertan en cuerdas de arpa, y que la gratitud las toque con dedos angélicos! Y tú, lengua mía, grita, grita en alabanza a Él, que te ha dicho a ti: “un niño nos es nacido, Hijo nos es dado.” ¡Enjuga esa lágrima! ¡Vamos, deja de suspirar! Callen ese murmullo. ¿Qué importa tu pobreza? “Un niño te es nacido.” ¿Qué importa tu enfermedad? “Hijo te es dado.” ¿Qué importa tu pecado? Pues este niño quitará el pecado, y el Hijo te lavará y te hará idóneo para el cielo. Si así es, yo digo:
“¡Arriba los corazones, arriba las voces,
Regocíjense con estruendo, ustedes santos, regocíjense!”
Pero, una vez más, si es así, ¿entonces qué? ¿Por qué están tan fríos nuestros corazones? Y ¿por qué hacemos tan poco por Él, que ha hecho tanto por nosotros? ¡Jesús, Tú eres mío! ¿Soy salvo? ¿Cómo es que te amo tan poco? ¿Por qué es que cuando predico no lo hago con mayor denuedo, y cuando oro, no soy más intensamente ferviente? ¿Por qué es que damos tan poco a Cristo que se dio a Sí mismo por nosotros? ¿Por qué es que le servimos tan tristemente al que nos sirvió tan perfectamente? Él se consagró enteramente; ¿por qué es que nuestra consagración es viciada y parcial? Continuamente estamos ofreciendo sacrificios al yo y no a Él.
Oh, amados hermanos, sométanse en este día. ¿Qué tienen en el mundo? “Oh,” dirá alguno, “yo no tengo nada; yo soy pobre y no tengo un centavo, y tampoco tengo un techo.” Entrégate a Cristo. Ustedes han oído la historia de los discípulos de un filósofo griego. En un determinado día era la costumbre darle un regalo al filósofo. Uno vino y le dio oro. Otro no pudo traerle oro, pero le trajo plata. Uno le trajo un manto, y otro unos bocadillos de alimento. Pero uno de ellos vino y dijo: “Oh, Solón, yo soy pobre, no tengo nada que darte, pero sin embargo te daré algo mejor de lo que te han dado estos; me doy a ti.” Ahora, si ustedes tienen oro y plata, si tienen alguno de estos bienes del mundo, den en su medida a Cristo; pero por sobre todo, entréguense ustedes mismos a Él, y que su clamor a partir de este día sea:
“¿No te amo mi muy amado Señor?
Oh escudriña mi corazón y ve,
Y arroja cada ídolo maldito
Que se atreva a ser Tu rival.¿No te amo con toda mi alma?
Entonces no permitas ningún otro amor:
Que muera mi corazón a todo otro gozo,
Sólo Jesús debe estar allí.”
III. Bien, casi he concluido, pero presten su solemne, muy solemne atención cuando abordo mi último encabezado: SI NO ES ASÍ, ¿ENTONCES QUÉ? Querido lector, no puedo decir dónde estás: pero dondequiera que estés en este salón, los ojos de mi corazón te están buscando, y cuando te hayan visto, van a llorar por ti. ¡Ah, miserable desventurado, sin una esperanza, sin Cristo, sin Dios! Para ti no hay alegría navideña; para ti no ha nacido un niño; para ti ningún Hijo es dado. Triste es la historia de los pobres hombres y mujeres que la semana antepasada cayeron muertos en nuestras calles por causa de cruel hambre y el frío cortante. Pero mucho más digna de lástima es su porción, mucho más terrible será su condición en el día en que gritarán pidiendo una gota de agua para refrescar la lengua ardiente, y les será negada; cuando buscarán la muerte, la muerte fría y horrenda, y la buscarán como se busca un amigo, pero no la encontrarán. Pues el fuego del infierno no los consumirá, ni sus terrores los devorarán. Anhelarán morir, y sin embargo permanecerán en la muerte eterna: muriendo cada hora, sin recibir jamás la tan ansiada bendición de la muerte.
¿Qué les diré a ustedes el día de hoy? ¡Oh!, Señor, ayúdame a decir una palabra oportuna, ahora. Te suplico, mi querido lector, si Cristo no es tuyo hoy, que Dios el Espíritu te ayude a hacer lo que yo te ordeno hacer. En primer lugar, confiesa tus pecados; no a mi oído, ni al oído de ningún hombre viviente. Ve a tu recámara y confiesa que eres vil. Dile que tú eres un ruin desventurado sin Su gracia soberana. Pero no pienses que haya algún mérito en la confesión. No hay ninguno. Toda tu confesión no puede ameritar el perdón, aunque Dios ha prometido perdonar al hombre que confiesa su pecado y lo abandona.
Imaginen que un acreedor tiene un deudor que le debe mil libras esterlinas. Va a visitarlo, y le dice: “exijo mi dinero.” “Pero,” responde el otro, “yo no le debo nada.” Ese hombre sería arrestado y arrojado en prisión. Sin embargo, su acreedor le dice: “quiero tratar misericordiosamente contigo; haz una confesión franca, y yo te perdonaré toda la deuda.” “Bien,” responde el hombre, “yo en verdad reconozco que le debo doscientas libras esterlinas.” “No,” dice el acreedor, “eso no sirve de nada.” “Bien, señor, yo confieso que le debo quinientas libras esterlinas;” y gradualmente llega a confesar que le debe mil libras esterlinas. ¿Hay algún mérito en esa confesión? No; pero sin embargo, podrían ver que ningún acreedor pensaría en perdonar una deuda que no ha sido reconocida.
Es lo menos que ustedes pueden hacer, reconocer su pecado; y aunque no haya ningún mérito en la confesión, sin embargo, fiel a Su promesa, Dios les otorgará el perdón por medio de Cristo. Ese es un consejo. Les ruego que lo acepten. No lo arrojen a los vientos; no se deshagan de él tan pronto salgan de Exeter Hall. Guárdenlo con ustedes, y que este día sea un día de confesiones para muchos de ustedes. Pero además, cuando hayan hecho una confesión, les suplico que renuncien al yo. Han estado descansando, tal vez, en alguna esperanza que se harán mejores a ustedes mismos, y que así alcanzarán la salvación. Desechen esa imaginación engañosa. Ustedes han visto al gusano de seda: teje, y teje, y teje, y luego muere allí donde ha tejido su sudario. Y sus buenas obras no están sino tejiendo un manto para sus almas muertas. No pueden hacer nada por medio de sus mejores oraciones, de sus mejores lágrimas, o de sus mejores obras, para merecer la vida eterna. Vamos, el cristiano que es convertido a Dios, les dirá que no puede vivir una vida santa por sí mismo. Si el barco en el mar no puede timonearse a sí mismo correctamente, ¿creen ustedes que la madera que está en el astillero se puede ensamblar por sí sola, para convertirse en un barco, y luego ser botada al mar y navegar a los Estados Unidos? Sin embargo, esto es precisamente lo que ustedes imaginan. El cristiano que es la hechura de Dios no puede hacer nada, y sin embargo, tú piensas que puedes hacer algo. Ahora, abandona el yo. Que Dios te ayude a tachar cada idea de lo que tú puedes hacer.
Luego, finalmente, y pido a Dios que les ayude en esto, mis queridos lectores, cuando hayas confesado tu pecado y hayas abandonado toda esperanza de salvación propia, ve al lugar donde Jesús murió en agonía. Ve entonces a meditar en el Calvario. Allí está clavado. Es la cruz ubicada en el centro de las tres. Me parece que le veo ahora. Veo Su pobre rostro enjuto, y Su semblante más desfigurado que el de cualquier otro hombre. Veo las gotas de sangre carmesí que todavía permanecen en Sus sienes traspasadas, señales de esa áspera corona de espinas. Ah, veo Su cuerpo desnudo, desnudo para Su vergüenza. Podemos contar cada uno de Sus huesos. Vean allí Sus manos rasgadas con el duro hierro, y Sus pies destrozados por los clavos. Los clavos han rasgado ampliamente Su carne. Allí está ahora no solamente el agujero que abrió el clavo, sino que el peso de Su cuerpo ha caído sobre Sus pies, y el hierro está desgarrando toda Su carne. Y ahora el peso de Su cuerpo pende de Sus brazos, y los clavos que están allí están desgarrando sus delicados nervios. ¡Escuchen! ¡La tierra está sobresaltada! Él clama: “Elí, Elí, ¿lama sabactani?” Oh, pecador, ¿hubo alguna vez un grito similar? Dios le ha abandonado. Su Dios ha cesado de abundar en gracia hacia Él. Su alma está muy triste, hasta la muerte. Pero, escuchen otra vez, Él clama: “Tengo sed.” ¡Denle agua! ¿Denle agua! Ustedes, mujeres santas, denle de beber. Pero no, Sus asesinos le torturan. Ellos ponen en Su boca vinagre mezclado con hiel: lo amargo con lo agrio, el vinagre y la hiel.
Por último, escúchalo, pecador, pues aquí está tu esperanza. Veo que inclina Su desfigurada cabeza. El Rey del cielo muere. El Dios que hizo la tierra se ha hecho hombre, y el hombre está a punto de expirar. ¡Escúchale! Clama: “Consumado es,” y entrega el espíritu. La expiación está terminada, el precio ha sido pagado, el sangriento rescate ha sido contado, el sacrificio es aceptado. “Consumado es.” Pecador, cree en Cristo. Arrójate en Él. Ya sea que te hundas o nades, tómalo para que sea tu todo en todo. Abraza con tus brazos temblorosos ese cuerpo sangrante. Siéntate a los pies de esa cruz, y siente sobre ti las gotas de la preciosa sangre. Y cuando salgan de aquí, que cada uno diga en sus corazones:
“Un gusano culpable, débil, indefenso,
Caigo sobre los brazos amables de Cristo,
Él es mi fortaleza y mi justicia,
Mi Jesús, y mi todo.”
Que Dios les conceda gracia por Jesucristo para que lo hagan. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo, y el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo esté con todos ustedes, por siempre y para siempre. Amén y Amén.
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