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“Yo seré a ellos por Dios.”
Jeremías 31: 33
Puede descargar el documento con el sermón aquí: Sermón #93 – Dios en el Pacto
¡Cuán glorioso es el segundo pacto! Muy apropiadamente es llamado “un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas” (Hebreos 8: 6). Es tan glorioso, que basta su simple pensamiento para anonadar al alma cuando discierne la asombrosa condescendencia y el infinito amor de Dios, al establecer un pacto para criaturas tan indignas, para propósitos tan gloriosos, con tan desinteresados motivos. Es mejor que el otro pacto, el pacto de obras, que fue realizado con Adán, o que aquel pacto que fue establecido con Israel el día en que salieron de Egipto. Es mejor, pues está establecido sobre un principio superior. El antiguo pacto fue establecido sobre el principio del mérito; era: “Sirve a Dios y serás recompensado por ello; si caminas perfectamente en el temor de Dios, Dios caminará bien para contigo, y todas las bendiciones del Monte Gerizim vendrán sobre ti, y serás sumamente bendecido en este mundo, y en el mundo venidero.” Pero ese pacto se vino al suelo, porque, aunque sólo establecía que el hombre sería recompensado por sus buenas obras, o castigado por sus malas obras, sin embargo, teniendo el hombre la certeza de pecar, y tendiendo infaliblemente hacia la iniquidad desde la caída, el pacto no era apropiado para su felicidad, ni podía promover su bienestar eterno.
Pero el nuevo pacto no está cimentado, en absoluto, sobre las obras. Es un pacto de una gracia pura y sin mezcla; pueden leerlo desde su primera palabra hasta la última, y no hay ni una sola sílaba solitaria en cuanto a cosa alguna que debamos hacer nosotros. Todo el pacto es una alianza, no tanto entre el hombre y su Hacedor, como entre Jehová y el representante del hombre, el Señor Jesucristo. El lado humano del pacto ha sido cumplido ya por Jesús, y no queda pendiente nada ahora excepto el compromiso de dar; no está pendiente el compromiso de los requerimientos. Todo el pacto, en lo referente a nosotros, el pueblo de Dios, está establecido así: “Te daré esto, te otorgaré aquello; cumpliré esta promesa; concederé aquel favor.” Pero no hay nada que nosotros debamos hacer; Él obrará todas nuestras obras en nosotros; y las mismísimas gracias que están representadas algunas veces como estipulaciones del pacto, son promesas para nosotros. Él nos da la fe; Él promete colocar la ley en nuestro interior y escribirla en nuestros corazones. Es un glorioso pacto, afirmo, porque está cimentado sobre la simple misericordia y la gracia sin mezcla; es independiente de los actos de las criaturas, y de cualquier cosa que deba ser realizada por el hombre; y por esta razón, este pacto sobrepasa al otro en estabilidad. Allí donde hay cualquier cosa del hombre, siempre hay un grado de mutabilidad; cuando tienes que ver algo con las criaturas, allí tienes algo que ver con el cambio, pues las criaturas, y el cambio y la incertidumbre, siempre van juntos. Pero como este nuevo pacto no tiene ahora nada que ver con la criatura, puesto que la criatura no tiene que hacer nada y únicamente ha de recibir: la idea de cambio desaparece entera y totalmente. Es el pacto de Dios, y por tanto, es un pacto inmutable. Si hubiera algo que yo tuviera que hacer en el pacto, el pacto sería inseguro; y aunque fuera yo feliz como Adán, todavía podría volverme un desgraciado como Satanás. Pero si todo el pacto está del lado de Dios, entonces, si mi nombre está en ese pacto, mi alma está tan segura como si yo estuviese caminando ahora por las calles de oro; y si hay alguna bendición en el pacto, estoy tan seguro de recibirla como si ya la hubiese sujetado con mis manos; pues la promesa de Dios tiene la seguridad de ser seguida por su cumplimiento; la promesa no falla nunca; siempre trae consigo la totalidad de aquello que tiene el propósito de transmitir, y en el instante en que la recibo por fe, estoy seguro de la bendición misma. ¡Oh, cuán infinitamente superior es este pacto en relación al otro, en su manifiesta seguridad! Está más allá del riesgo o del peligro de la más mínima incertidumbre.
Pero he estado pensando en los dos o tres últimos días que el pacto de gracia supera al otro pacto, de manera sumamente maravillosa, en las poderosas bendiciones que confiere. ¿Qué otorga el pacto de gracia? Esta mañana pensaba predicar un sermón sobre “¿cuáles son la bendiciones que otorga el pacto de gracia a los hijos de Dios”? Pero cuando comencé a reflexionar al respecto, vi que había tanto en el pacto que, si sólo hubiera leído una lista de las grandes y gloriosas bendiciones contenidas en sus pliegos, habría necesitado ocupar casi todo el día en hacer unas cuantas observaciones sencillas sobre cada una de ellas.
Consideren las cosas grandiosas que Dios ha otorgado en el pacto. Él las resume diciendo que ha dado “todas las cosas.” Él les ha dado vida eterna en Cristo Jesús; sí, Él les ha dado a Cristo Jesús para que sea suyo; ha hecho a Cristo heredero de todas las cosas, y a ustedes los ha hecho coherederos con Él, y en consecuencia, les ha dado todas las cosas. Si fuera yo a resumir esa poderosa reserva de inefable tesoro que Dios ha transferido a cada alma elegida mediante ese glorioso pacto, no me alcanzaría el tiempo. Por tanto, comienzo con una grandiosa bendición que es transferida a nosotros por el pacto, y luego, en otros domingos, con el permiso de Dios, consideraré separadamente, una a una, diversas cosas que el pacto transmite.
Entonces comenzamos por lo primero, que basta para sobrecogernos por su inmenso valor; de hecho, si no hubiese sido registrada en la Palabra de Dios, no habríamos podido soñar jamás que una bendición así pudiera ser nuestra. Dios mismo, por el pacto, se convierte en la propia porción y herencia del creyente. “Yo seré a ellos por Dios.”
Y ahora daremos comienzo a este tema de esta manera. Les mostraremos primero que ésta es una bendición especial. Dios es la posesión especial de los elegidos cuyos nombres están en el pacto. En segundo lugar, por unos instantes comentaremos que esto constituye una bendición sumamente preciosa, “Yo seré a ellos por Dios.” En tercer lugar, consideraremos la seguridad de esta bendición, “Yo seré a ellos por Dios”. Y en cuarto lugar, procuraremos alentarlos para que hagan un buen uso de esta bendición, tan gratuita y tan liberalmente transferida a ustedes por el eterno pacto de gracia: “Yo seré a ellos por Dios.”
Deténganse solamente un momento y considérenlo antes de que comencemos. En el pacto de gracia, Dios mismo se entrega a ustedes y se vuelve suyo. Entiendan esto: Dios, todo lo que significa esta palabra: eternidad, infinitud, omnipotencia, omnisciencia, perfecta justicia, rectitud infalible, inmutable amor; todo lo que quiere decir Dios: Creador, Guardián, Preservador, Gobernante, Juez; todo lo que esa palabra: “Dios” significa, toda la bondad y el amor, toda la munificencia y la gracia, todo eso, este pacto se los otorga para que sea de su propiedad absoluta al igual que cualquier otra cosa que pudieran llamar propia: “Yo seré a ellos por Dios.” Les pido que reflexionen sobre ese pensamiento. Aunque no predicara del todo, si esto fuese abierto y aplicado por el todo glorioso Espíritu, hay suficiente contenido en ello para provocar su gozo durante todo el día domingo. “Yo seré a ellos por Dios.”
“¡Mi Dios; cuán alegre es ese sonido!
¡Cuán placentero es repetirlo!
Bien dice eso, por el placer motivado, el corazón
En el que Dios ha establecido Su asiento.”
I. ¿Cómo es Dios, especialmente, el Dios de Sus propios hijos? Pues Dios es el Dios de todos los hombres, de todas las criaturas; Él es el Dios del gusano, del águila voladora, de la estrella y de la nube; Él es Dios en todas partes. ¿Cómo, entonces, es Él más mi Dios y su Dios, que el Dios de todas las cosas creadas? Respondemos que en algunas cosas Dios es el Dios de todas Sus criaturas; pero incluso allí, hay una relación especial existente entre Él y Sus criaturas elegidas, a quienes ha amado con un amor eterno. Y a continuación, hay ciertas relaciones en las que Dios no existe con respecto al resto de Sus criaturas, sino sólo con respecto a Sus propios hijos.
1. Primero, entonces, Dios es el Dios de todas Sus criaturas, puesto que Él tiene el derecho de decretar hacer con ellos lo que le plazca. Él es el Creador de todos nosotros: Él es el alfarero, y tiene potestad sobre el barro para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra. Por mucho que pequen los hombres contra Dios, Él sigue siendo su Dios en este sentido: que su destino está inalterablemente en Su mano; que Él puede hacer con ellos exactamente como quiera; por mucho que resientan Su voluntad, o menosprecien Su beneplácito, Él puede hacer que la ira del hombre le alabe, y puede reprimir el resto de las iras. Él es el Dios de todas las criaturas, y lo es absolutamente en el asunto de la predestinación, puesto que Él es su Creador y tiene el derecho absoluto de hacer con ellas lo que le plazca. Pero de nuevo aquí Él tiene una consideración especial para con Sus hijos, y Él es su Dios incluso en ese sentido; pues para ellos, mientras ejerce la misma soberanía, la ejerce de la manera de la gracia y solamente de la gracia. Los convierte en vasos de misericordia, que serán para Su honra para siempre; Él los elige de entre las ruinas de la caída y los vuelve herederos de la vida eterna, a la vez que permite que el resto del mundo continúe en el pecado y consuma su culpa por un castigo bien merecido, y así, aunque Su relación es la misma en lo concerniente a Su soberanía y a Su derecho a decretar, hay algo especial en Su aspecto amoroso para con Su pueblo; y en ese sentido Él es su Dios.
Además: Él es el Dios de todas Sus criaturas, en el sentido que tiene el derecho de exigir la obediencia de todos. Él es el Dios de todo hombre nacido en esta tierra, en el sentido de que están obligados a obedecerle. Dios puede exigir la reverencia de todas Sus criaturas, porque Él es su Creador, Gobernador y Preservador; y, por el hecho de su creación, todos los hombres están colocados en tal sujeción a Él, que no pueden escapar de la obligación de sumisión a Sus leyes. Pero incluso aquí hay algo especial en relación al hijo de Dios. Aunque Dios es el gobernante de todos los hombres, Su gobierno es especial para con Sus hijos, pues hace a un lado la espada de Su gobierno y toma en Su mano la vara para Su hijo, mas no la espada de Su venganza punitiva. A la vez que le da al mundo una ley grabada en piedra, le da a Su hijo una ley en su corazón. Dios es mi gobernante y el suyo, pero si no son regenerados, Él es su gobernante en un sentido diferente de lo que lo es para mí. Él tiene diez veces más derecho a reclamar mi obediencia del que tiene a reclamar la obediencia de ustedes. Puesto que ha hecho más por mí, yo estoy obligado a hacer más por Él; puesto que me ha amado más, estoy obligado a amarle más. Pero si llegara a desobedecerle, la venganza no caería tan pesadamente sobre mi cabeza como caería sobre la de ustedes, si están fuera de Cristo; pues esa venganza incurrida por mí ha caído ya sobre Cristo, mi sustituto, y sólo me correspondería la disciplina, de tal manera que ven de nuevo allí que aunque la relación hacia todos los hombres es universal, hay algo especial en referencia a los hijos de Dios.
Además: Dios ostenta un poder universal sobre todas Sus criaturas en el carácter de un Juez. Él “juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud”. Es verdad que juzgará a todos los hombres; pero como si Su pueblo no fuera del mundo, se agrega posteriormente “a su pueblo con rectitud”. Dios es el Dios de todas las criaturas, repetimos, en el sentido de que Él es su juez; Él los convocará a todos ellos delante de Su tribunal, y los condenará o los absolverá a todos según sea el caso, pero incluso allí, hay algo peculiar con relación a Sus hijos, pues para ellos nunca vendrá la sentencia condenatoria, sino sólo la absolutoria. Si bien es Juez de todos, es especialmente su juez, porque Él es el juez al que aman reverenciar, el juez al que anhelan acercarse, porque saben que Sus labios confirmarán aquello que sus corazones ya han sentido: la sentencia de su plena absolución por medio de los méritos de su glorioso Salvador. Nuestro Dios amoroso es el Juez que absolverá nuestras almas, y, en ese sentido, podemos decir que es nuestro Dios. Entonces, ya sea como Soberano, o como Gobernante que aplica la ley, o como Juez que castiga el pecado, si bien Dios es en algún sentido el Dios de todos los hombres, en este asunto hay algo especial hacia Su pueblo, de tal manera que pueden decir: “Él es nuestro Dios, incluso en esas relaciones.”
2. Pero ahora, amados, hay puntos con los cuales el resto de las criaturas de Dios no puede identificarse; y aquí radica la gran médula del asunto; aquí mora la propia alma de esta gloriosa promesa. Dios es nuestro Dios en un sentido en el cual el no regenerado, el inconverso, el impío, no pueden tener ninguna familiaridad, en el cual no tiene ninguna participación de ningún tipo. Acabamos de considerar otros puntos en relación a lo que Dios es para el hombre de manera general; consideremos ahora lo que es para nosotros, de una manera que no lo es para nadie más.
Primero, entonces, Dios es mi Dios, puesto que Él es el Dios de mi elección. Si yo soy Su hijo, entonces Él me ha amado desde antes de la existencia de todos los mundos, y Su mente infinita se ha ejercitado con planes para mi salvación. Si es mi Dios, Él me ha visto cuando me he descarriado lejos de Él, y cuando me he rebelado; su mente ha determinado cuando seré detenido, cuando seré conducido al arrepentimiento del error de mis caminos. Él ha estado proveyéndome de los medios de la gracia, Él ha aplicado esos medios de gracia en el tiempo señalado, pero Su propósito eterno ha sido la base y el cimiento de todo ello; y así, Él es mi Dios, como no es el Dios de nadie más fuera de Sus propios hijos. Mi Dios glorioso y clemente por eterna elección, pues pensó en mí y me eligió desde antes de la fundación del mundo, para que yo fuera sin mancha delante de Él en amor. Mirando en retrospectiva, entonces, veo al Dios de la elección, y el Dios de la elección es mi Dios si estoy en la elección. Pero si no temo a Dios ni le tengo consideración, entonces Él es el Dios de otro hombre y no el mío. Si no tengo ningún derecho ni participación en la elección, entonces me veo forzado a considerarlo como siendo, en ese sentido, el Dios de un gran cuerpo de hombres a quienes ha elegido, pero no es mi Dios. Si puedo mirar hacia atrás y veo mi nombre registrado en el hermoso libro de la vida, entonces, en verdad, Él es mi Dios en elección.
Además, el cristiano puede llamar a Dios: su Dios, a partir del hecho de su justificación. Un pecador puede llamar a Dios: Dios, pero siempre ha de insertar un adjetivo, y hablar de Dios como un Dios airado, un Dios irritado, o un Dios ofendido. Pero el cristiano puede decir: “Dios mío”, sin poner ningún adjetivo excepto si es algún dulce adjetivo para enaltecerlo; pues ahora, nosotros, que una vez estuvimos muy apartados, somos llevados cerca por la sangre de Cristo; nosotros, que éramos enemigos de Dios por nuestras obras impías, somos Sus amigos; y mirándolo a Él, podemos decir: “mi Dios”, pues Él es mi amigo, y yo soy Su amigo. Enoc pudo decir: “mi Dios” pues caminó con Él. Adán no podía decir: “mi Dios”, cuando se escondió entre los árboles del huerto. Entonces, mientras yo, un pecador, huyo de Dios, no puedo llamarlo mío; pero cuando tengo paz con Dios, y soy llevado cerca de Él, entonces, en verdad, Él es mi Dios y mi amigo.
Además: Él es el Dios del creyente por adopción, y en eso el pecador no tiene parte. He oído que algunas personas representan a Dios como el Padre del universo entero. Me sorprende que algún lector de la Biblia hable así. Pablo citó una vez a un poeta pagano, quien dijo que linaje Suyo somos; y es verdad que lo somos en algún sentido, al haber sido creados por Él. Pero en el excelso sentido en el que el término “hijo” es usado en la Escritura para expresar la santa relación de un hijo regenerado con su Padre, en ese sentido nadie puede decir: “Nuestro Padre”, excepto aquellos que tienen el “Abba Padre” impreso en sus corazones por el espíritu de adopción.
Bien, por el espíritu de adopción, Dios se vuelve mi Dios, de una manera en la que no es el Dios de otros. El cristiano tiene un derecho especial en cuanto a Dios, porque Dios es su Padre, como no es el Padre de nadie salvo de sus hermanos. Sí, amados, estas tres cosas bastan para mostrarles que Dios es, en un sentido especial, el Dios de Su propio pueblo; pero debo dejar eso a sus propios pensamientos, que les sugerirán veinte maneras diferentes en las que Dios es especialmente el Dios de Sus propios hijos, más de lo que es del resto de Sus criaturas. “Dios”, dicen los malvados; pero “mi Dios”, dicen los hijos de Dios. Si entonces, Dios es tan especialmente su Dios, que sus vestidos sean acordes con su alimentación. Vístanse con el sol; vístanse del Señor Jesús. La hija del rey es (y así han de ser todos los hijos del rey) toda gloriosa internamente; sus vestidos han de ser de oro labrado. Vístanse de humildad, cúbranse de amor, entrañas de compasión, amabilidad, mansedumbre; pónganse el vestido de la salvación. Su compañía y conversación han de ser acordes con sus vestidos. Vivan en medio de los íntegros, en medio de la generación de los justos; únanse a la congregación de los primogénitos, a esa innumerable compañía de ángeles, y a los espíritus de los justos hechos perfectos. Vivan en los atrios del grandioso Rey; contemplen Su rostro, sirvan a Su trono, ostenten Su nombre, hagan manifiestas Sus virtudes, publiquen Sus alabanzas, hagan avanzar Su honra, sostengan Su interés; las personas viles y los caminos malvados han de ser menospreciados delante de sus ojos: sean de un espíritu más noble en vez de ser compañeros de ellos. No tengan consideración por sus sociedades, ni por sus escarnios, sus halagos o sus enfados; no se regocijen con sus gozos, no tengan miedo de sus temores, no se preocupen con sus preocupaciones, no se alimenten con sus suculentos alimentos; salgan de en medio de ellos, y vayan a su lugar, a su ciudad, donde ninguna cosa inmunda pueda entrar o fastidiar. Vivan por fe, en el poder del Espíritu, en la hermosura de la santidad, en la esperanza del Evangelio, en el gozo de su Dios, en la magnificencia y, sin embargo, en la humildad de los hijos del grandioso Rey.
II. Ahora, por un momento, consideremos LA SUMA PRECIOSIDAD DE ESTA GRAN MISERICORDIA, “Yo seré a ellos por Dios”. Yo concibo que el propio Dios no pudiera decir más que eso. No creo que si el Infinito fuera a ampliar Sus poderes y a engrandecer Su gracia, pudiera exceder en gloria esta promesa, “Yo seré a ellos por Dios.” ¡Oh, cristiano!, sólo considera lo que significa que Dios sea tuyo; considera lo que es, comparado con cualquier otra cosa.
“La porción de Jacob es el Señor;
¿Qué más podría requerir Jacob?
¿Qué más podría proporcionar el cielo,
O qué más podría desear una criatura?”
¡Comparen esta porción con la fortuna de sus semejantes! Algunos tienen su porción en el campo, son ricos y poseen abundantes bienes, y sus doradas cosechas están incluso madurando ahora bajo el sol; pero ¿qué son las cosechas comparadas con tu Dios, el Dios de las cosechas? O, ¿qué son los graneros comparados con Aquel que es tu labrador, y que te alimenta con el pan del cielo? Otros tienen su porción en la ciudad; su riqueza es superabundante y fluye hacia ellos en corrientes permanentes hasta llegar a convertirse en un verdadero depósito de oro; pero ¿qué es el oro comparado con tu Dios? Tú no podrías alimentarte de oro; tu vida espiritual no podría ser sustentada por el oro. Aplica el oro a tu cabeza adolorida, y ¿acaso te proporcionaría algún alivio? Ponlo sobre una conciencia atormentada, y ¿podría tu oro apaciguar sus dolores? Ponlo sobre tu desfallecido corazón y comprueba si puede detener un solitario gemido o quitarte una sola aflicción. Pero tú tienes a Dios, y en Él tienes más que el oro o las riquezas que pudieras adquirir jamás, más que las reservas que el brillante mineral te pudiera comprar jamás. Algunos tienen su porción en este mundo, en aquello que más aman los hombres: el aplauso y la fama; pero hazte la pregunta: ¿no es tu Dios mucho más que eso para ti? Qué, si mil trompetas sonaran tu alabanza, y si una miríada de clarines resonaran con tu aplauso, ¿qué sería todo eso para ti si hubieres perdido a tu Dios? ¿Aquietaría esto las turbulencias de un alma a disgusto consigo misma? ¿Te prepararía para atravesar el Jordán y enfrentar esas olas tormentosas que en breve han de ser vadeadas por todos los hombres, cuando sean llamados de este mundo hacia tierras desconocidas? ¿Te serviría entonces un soplo de viento, o el aplauso de las manos de tus semejantes te bendeciría sobre tu lecho de agonía? No, hay dolores aquí con los que el hombre no puede lidiar, y hay dolores venideros con los cuales los hombres no pueden interferir para aliviar los dolores, y las angustias, y las agonías y la lucha moribunda. Pero cuando tú tienes esto: “yo seré a ellos por Dios”, tienes tanto como todo lo que los demás hombres pudieran tener juntándolo todo, pues esto es lo que tienen, y más. ¡Cuán poco debemos estimar los tesoros de este mundo comparados con Dios, cuando consideramos que Dios frecuentemente da las mayores riquezas a las peores de Sus criaturas! Como decía Lutero, Dios da alimento a Sus hijos, y bagazo a los cerdos; ¿y quiénes son los cerdos que reciben el bagazo? No es frecuente que el pueblo de Dios reciba las riquezas de este mundo, y eso no hace sino demostrar que las riquezas son de poco valor ya que, de lo contrario, Dios nos las daría.
Abraham dio a los hijos de Cetura una porción y los despidió; yo he de ser Isaac y he de tener a mi Padre, y el mundo puede quedarse con todo lo demás. ¡Oh, cristiano!, no pidas nada en este mundo, sino sólo pide que puedas vivir con esto y morir con esto: “Yo seré a ellos por Dios”. Esto sobrepasa a todo lo demás del mundo.
Pero compara esto con lo que tú requieres, cristiano. ¿Qué es lo que requieres? ¿No hay aquí todo lo que tú requieres? Para hacerte feliz tú necesitas algo que te satisfaga; y vamos, te pregunto, ¿no es esto suficiente? ¿No llenará esto tu cántaro hasta el propio borde, sí, hasta rebosar? Si puedes poner esta promesa dentro de tu vaso, ¿no te verías forzado a decir, con David: “Mi copa está rebosando; tengo más de lo que el corazón pudiera desear”? Cuando esto sea cumplido: “Yo soy tu Dios”, has de vigilar que tu copa esté siempre muy vacía de cosas terrenales; supón que no tengas ni una solitaria gota de gozo de las criaturas, sin embargo, ¿no es esto suficiente para llenarla hasta que tu mano insegura no pueda sostener la copa en razón de su llenura? Yo te pregunto si no estás completo cuando Dios es tuyo. ¿Necesitas alguna otra cosa que Dios? Si piensas que necesitas algo más, sería bueno que carecieras de ello, pues todo lo que necesites, salvo Dios, no es sino para gratificar tu concupiscencia. ¡Oh, cristiano!, ¿no es esto suficiente para satisfacerte aunque todo lo demás fallara?
Pero tú necesitas algo más que una tranquila satisfacción; tú deseas, algunas veces, un embelesado deleite. Vamos, alma, ¿no hay suficiente aquí para deleitarte? Lleva esta promesa a tus labios; ¿bebiste alguna vez un vino la mitad de dulce que éste: “Yo seré a ellos por Dios”? ¿Alguna vez algún arpa o violón resonaron con la mitad de una dulzura como esta: “Yo seré a ellos por Dios”? Ninguna música tocada por dulces instrumentos, o extraída de cuerdas vivas podría producir jamás una melodía comparable a esta dulce promesa: “Yo seré a ellos por Dios”. ¡Oh!, aquí hay un verdadero mar de bienaventuranza, un verdadero océano de deleite; vamos, baña tu espíritu en él; puedes nadar, sí, hasta la eternidad, sin encontrar nunca una orilla; puedes bucear hasta el propio infinito sin encontrar jamás el fondo, “Yo seré a ellos por Dios.” ¡Oh!, si esto no hace que tus ojos resplandezcan, si esto no hace que tu pie baile de gozo y que tu corazón palpite aceleradamente con bienaventuranza, entonces, seguramente, tu alma no goza de un estado saludable.
Pero tú necesitas algo más que deleites presentes, algo concerniente a lo cual puedas ejercitar la esperanza; y ¿qué más esperas conseguir jamás que el cumplimiento de esta grandiosa promesa: “Yo seré a ellos por Dios”? ¡Oh, esperanza!, tú eres una cosa de grandes manos; tú sujetas cosas poderosas, que ni siquiera la fe tiene el poder de sujetar; pero aunque tu mano sea muy grande, esto la llena, de tal manera que no puedes sujetar ninguna otra cosa. Yo protesto, delante de Dios, que no tengo ninguna esperanza fuera de esa promesa. “Oh”, dices tú, “tú tienes una esperanza del cielo”. Sí, yo tengo una esperanza del cielo, pero esto es el cielo: “Yo seré a ellos por Dios”. ¿Qué es el cielo, sino estar con Dios, morar con Él, comprobar que Dios es mío y que yo soy Suyo? Yo afirmo que no tengo ninguna esperanza más allá de esa; no hay una promesa fuera de esa, pues todas las promesas están albergadas en esa, todas las esperanzas están incluidas en esto: “Yo seré a ellos por Dios”. Esta es la obra maestra de todas las promesas; es la piedra más preciosa de todas las grandes y preciosas cosas que Dios ha provisto para Sus hijos: “Yo seré a ellos por Dios”. Si realmente pudiéramos comprenderlo, si pudiera ser aplicado a nuestras almas y pudiéramos entenderlo, podríamos aplaudir y decir: “¡Oh, la gloria, oh, la gloria, oh, la gloria de esa promesa!” Constituye un cielo aquí abajo, y ha de constituir un cielo allá arriba, pues nada más se requiere sino esto: “Yo seré a ellos por Dios”.
III. Ahora, por un momento, reflexionen sobre la CERTEZA DE ESTA PROMESA; no dice: “Yo podría ser su Dios”; sino dice: “Yo seré a ellos por Dios.” El texto tampoco dice: “Tal vez yo sea su Dios”; no; dice: “Yo seré a ellos por Dios”. Hay un pecador que dice que no quiere que Dios sea su Dios. Quiere que Dios sea su preservador, que le cuide, y le guarde de los accidentes. No objeta que Dios le alimente, que le suministre pan, y agua y vestido; tampoco le importa convertir a Dios en algo así como algo que pueda ostentar, que pueda sacar los domingos, e inclinarse ante ello, pero no quiere que Dios sea su Dios; no quiere que Dios sea su todo. Él hace de su estómago su dios, del oro su dios, del mundo su dios. ¿Cómo entonces ha de cumplirse esta promesa? Allá está uno de los elegidos de Dios; él no sabe todavía que es un elegido, y dice que no quiere tener a Dios; ¿cómo, entonces, ha de cumplirse esta promesa? “¡Oh!”, dice alguien, “si el hombre no quiere tener a Dios, entonces, por supuesto, Dios no puede alcanzarlo”; y hemos oído que se predica, y leemos con frecuencia que la salvación depende enteramente de la voluntad del hombre, que si el hombre se opone y resiste al Espíritu Santo de Dios, la criatura puede ser vencedora del Creador y el poder finito puede vencer al infinito. Frecuentemente tomo un libro y leo: “¡Oh, pecador!, has de estar dispuesto, pues a menos que lo estés, Dios no puede salvarte”; y algunas veces nos preguntan: “¿cómo es que ese individuo no es salvo?” Y la respuesta es: “No está dispuesto a serlo; Dios hizo lo posible con él, pero no quiso ser salvado.” Ay, pero supongan que hubiere hecho lo posible con él, como lo hizo con aquellos que son salvados, ¿habría sido salvado entonces? “No, habría resistido”. Es más, respondemos que no está en la voluntad del hombre, no es por la voluntad de la carne, ni de sangre, sino del poder de Dios; y no podemos nunca acariciar una idea tan absurda como esa, que el hombre pueda vencer a la Omnipotencia, que el poder del hombre sea mayor que el poder de Dios. Nosotros creemos, en verdad, que ciertas influencias usuales del Espíritu Santo pueden ser vencidas; creemos que hay operaciones generales del Espíritu en los corazones de muchos hombres, que son resistidas y rechazadas, pero la obra eficaz del Espíritu Santo, con la determinación de salvar, no podría ser resistida a menos que supongan que Dios es vencido por Sus criaturas, y que el propósito de la Deidad es frustrado por la voluntad del hombre, lo que sería suponer algo análogo a la blasfemia.
Amados, Dios tiene poder para cumplir la promesa: “Yo seré a ellos por Dios”. “¡Oh!”, clama el pecador, “no te tendré a Ti por Dios”. “¿No quieres?”, responde Él, y lo entrega en la mano de Moisés; Moisés lo toma por un rato y le aplica el garrote de la ley, lo arrastra al Sinaí, donde el monte se cimbra sobre su cabeza, los rayos destellan, y los truenos braman, y entonces el pecador clama: “¡Oh, Dios, sálvame!” “¡Ah!, pensé que no querías tenerme por tu Dios”. “Oh, Señor, Tú serás a mí por Dios”, dice el pobre pecador trémulo, “He desechado mis ornamentos; oh, Señor, ¿qué harás conmigo? ¡Sálvame! Yo me entregaré a Ti. ¡Oh, tómame!” “Sí”, dice el Señor, “lo sabía; Yo dije que sería a ellos por Dios; y tú te ofrecerás voluntariamente en el día de mi poder”. “Yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”.
IV. Ahora, por último, dije que concluiríamos EXHORTÁNDOLOS A HACER USO DE DIOS, si Él es de ustedes. Es extraño que las bendiciones espirituales sean nuestras únicas posesiones que no empleamos. Recibimos una gran bendición espiritual, y dejamos que la herrumbre se le adhiera por muchos días. Está el propiciatorio, por ejemplo. Ah, amigos míos, si tuvieran la caja del dinero en efectivo tan llena de riquezas como lo está ese propiciatorio, acudirían con frecuencia a ella; tan frecuentemente como sus necesidades lo requirieran. Pero ustedes no acuden al propiciatorio ni la mitad de las veces que necesitan acudir. Dios nos ha dado cosas sumamente preciosas, pero nosotros nos las usamos nunca. La verdad es que no pueden ser expuestas a un uso excesivo; no podemos usar una promesa hasta dejarla raída; nunca podremos extinguir el incienso de la gracia; nunca podríamos consumir los infinitos tesoros de la misericordia de Dios.
Pero si las bendiciones que Dios nos da no son usadas, tal vez Dios sea el menos usado por todos. Aunque Él es nuestro Dios, recurrimos menos a Él que a cualquiera de Sus criaturas, o a cualquiera de Sus misericordias que derrama sobre nosotros. Miren a los pobres paganos; ellos usan a sus dioses, aunque no sean dioses. Ellos erigen un trozo de madera o de piedra, y lo llaman Dios; ¡y cómo lo usan! Necesitan lluvia: el pueblo se reúne y pide la lluvia, en la firme pero insensata esperanza de que su dios puede proporcionarla. Hay una batalla, y su dios es izado; es sacado de la casa, donde habita usualmente, para que vaya delante de ellos, y los conduzca a la victoria. ¡Pero cuán raramente pedimos consejo de la mano del Señor! ¡Cuán a menudo nos involucramos en nuestro negocio sin pedir Su guía! ¡Cuán constantemente nos esforzamos por llevar nuestras cargas en nuestras tribulaciones, en vez de arrojarlas sobre el Señor, para que nos sostenga! Y esto no se debe a que no podamos, pues el Señor pareciera decir: “Yo soy tuyo, alma, ven y úsame como quieras; tú puedes venir libremente a mi provisión, y entre más frecuentemente vengas serás más bienvenido.” Tú no tienes a un Dios que permanece junto a ti para ningún propósito; no dejes que tu Dios sea como otros dioses, sirviendo sólo como un espectáculo: que no tenga un nombre sólo para que tú tengas un Dios. Puesto que Él te lo permite, teniendo un amigo así, úsalo diariamente. Mi Dios suplirá todas tus necesidades: nunca carezcas de algo mientras tengas un Dios, nunca temas ni desmayes mientras tengas un Dios; acude a tu tesoro, y toma cualquier cosa que necesites; hay alimento, y vestido y salud y vida y todo lo que necesites.
Oh, cristiano, aprende la pericia divina de hacer que Dios sea todo, hacer un alimento de tu Dios, y agua, y salud, y amigos, y reposo; Él puede suplirte todo eso; o lo que es mejor, Él puede estar en lugar de todas estas cosas, tu alimento, tu vestido, tu amigo, la vida tuya. Todo esto te lo ha dicho en esta sola expresión: Yo soy tu Dios; y sobre esto tú puedes decir, como una santa nacida del cielo dijo una vez: “No tengo esposo, y sin embargo, no soy viuda, mi Hacedor es mi esposo. No tengo ni padre ni amigos, y sin embargo, no soy ni huérfana ni un ser sin amigos; mi Dios es a la vez mi padre y mi amigo. No tengo ningún hijo, pero ¿acaso no es Él mejor para mí que diez hijos? No tengo casa, pero, sin embargo, tengo un hogar, pues he puesto al Altísimo por mi habitación. Me he quedado sola, pero sin embargo, no estoy sola, pues mi Dios es buena compañía para mí; con Él puedo caminar, de Él puedo recibir dulce consejo, puedo encontrar un dulce reposo; cuando me acuesto, cuando me levanto, mientras estoy en la casa, o cuando me encuentro en el camino, mi Dios está siempre conmigo; con Él viajo, con Él moro, con Él me albergo, vivo, y viviré para siempre.”
¡Oh, hijo de Dios!, permíteme exhortarte que hagas uso de tu Dios. Haz uso de Él en la oración; te lo suplico, acude a Él a menudo, porque Él es tu Dios. Si Él fuera el Dios de otro hombre, tú podrías cansarlo; pero Él es tu Dios. Si fuese mi Dios y no el tuyo, tú no tendrías ningún derecho de acercarte a Él, pero Él es tu Dios; Él se ha cedido a ti, si pudiéramos usar una expresión así (y pensamos que podemos) Él se ha convertido en la propiedad positiva de todos Sus hijos, de tal manera que todo lo que Él tiene, y todo lo que es, es de ellos. Oh hijo, ¿acaso vas a dejar que tu tesoro permanezca ocioso, estando necesitado de él? No; anda y toma de él por medio de la oración.
“Huye a Él en cada aflicción,
Tu mejor, tu único amigo”.
Vuela a Él, cuéntale todas tus carencias. Recurre a Él por fe, constantemente, en todo tiempo. ¡Oh!, te lo suplico, si te ha sobrevenido alguna oscura providencia, recurre a tu Dios como un sol, pues Él es un sol. Si algún poderoso enemigo ha salido contra ti, usa a tu Dios como un escudo, pues Él es un escudo que te protege. Si has perdido tu camino en los laberintos de la vida, recurre a Él como un guía, pues el grandioso Jehová te dirigirá. Si atraviesas en medio de tormentas, recurre a Él, pues es el Dios que calma la furia del mar y dice a las olas: “Enmudezcan”. Si tú eres un pobre individuo que no sabe a dónde dirigirse, úsalo como un pastor, pues el Señor es tu Pastor, y nada te faltará. Cualquier cosa que seas, dondequiera que estés, recuerda que Dios es justo lo que necesitas, y que está precisamente donde lo necesitas. Te suplico, entonces, que recurras a tu Dios; no lo olvides en tu aflicción, sino huye a Él en medio de tus angustias, y clama:
“Cuando todos los torrentes creados están secos,
Tu plenitud es la misma;
Que yo esté satisfecho con esto,
¡Y me gloríe en Tu nombre!
Ningún bien puede hallarse en las criaturas
Pero puede ser hallado en Ti;
He de tener todas las cosas, y abundantemente,
Mientras Dios sea Dios para mí”.
Por último, cristiano, permíteme exhortarte de nuevo que recurras a Dios para que sea tu deleite en este día. Si tú tienes una aflicción, o si estás libre de ella, te suplico que hagas de Dios tu deleite; sal de esta casa de oración y sé feliz en este día en el Señor. Recuerda que es un mandamiento: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” No se contenten con ser moderadamente felices; busquen remontarse a las alturas de la bienaventuranza y gozar un cielo aquí abajo; acérquense a Dios, y se habrán acercado al cielo. No sucede lo mismo que sucede con el sol aquí, que entre más alto se eleven más frío lo encuentran, porque en la montaña no hay nada que refleje los rayos del sol; pero con Dios, entre más se acerquen a Él, más refulgentemente brillará sobre ustedes, y cuando no haya más criaturas que reflejen Su bondad, Su luz será todavía más brillante. Acudan a Dios continuamente, importunamente, confidentemente; “Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón”; “Encomienda a Jehová tu camino”, y que Él “te guíe por Su consejo, y después te reciba en la gloria”.
Aquí está el primer elemento del pacto; el segundo es semejante a este. Lo consideraremos en otro domingo. Y ahora, que el Señor los despida con Su bendición. Amén.
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