SERMÓN #74 – Un Pueblo Dispuesto y un Líder Inmutable – Charles Haddon Spurgeon

by Oct 12, 2021

Este sermón fue originalmente traducido por http://www.spurgeon.com.mx/ . Todos los créditos del trabajo son para este ministerio. Encuentra el link original a la traducción aquí: http://www.spurgeon.com.mx/sermon74.html


“Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad. Desde el seno de la aurora tienes tú el rocío de tu juventud.
Salmo 110:3

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Nunca me ha desconcertado tanto un versículo de la Escritura, al tratar de descubrir su significado y su encadenación, como este pasaje lo ha hecho. Leyéndolo rápidamente, a simple vista, puede parecer fácil. Pero si lo escudriñan muy cuidadosamente, encontrarán que difícilmente pueden hilar sus palabras, o darles un significado inteligible. He leído a todos los comentaristas que poseo y encuentro que todos ellos dan un significado a las palabras, pero ninguno de ellos (ni siquiera el doctor Gill), da un significado coherente a toda la frase. Después de revisar las antiguas traducciones y de emplear todos los medios a mi alcance para descubrir su significado, me encuentro tan lejos de lograrlo como lo estaba al principio.

Matthew Henry, uno de los comentaristas más sabios y ciertamente el mejor para una lectura en familia, dice que el pasaje puede ser leído de la siguiente manera: “Tu pueblo vendrá voluntariamente en el día de tu poder en la hermosura de la santidad. En el seno de la aurora tienes tú el rocío de tu juventud.” Así es como él lo explica, aunque no establece que ésa sea la traducción adecuada. Henry explica la última frase, “tienes tú el rocío de tu juventud” diciendo que en la primera etapa de la vida, desde el seno de la aurora, los jóvenes deben entregarse a Jesucristo. Pero esto no es así.

Hay dos puntos después de la palabra aurora (en la versión King James en inglés), que dividen la frase. Además, no dice, “el pueblo se te ofrecerá. Tienes tú el rocío de su juventud,” como debería leerse si fuera tal como el expositor lo entiende. Sino que más bien dice a Cristo: “Tienes Tú el rocío de Tu juventud.” No fue sino hasta que consideramos plenamente el contexto del versículo y que tratamos de entender el alcance del Salmo, que concluimos que ya habíamos entendido su significado. Y aun así, dejaremos al juicio de cada uno de ustedes decidir si hemos entendido la mente del Espíritu, como esperamos haberlo hecho.

El Salmo es una especie de Salmo de coronación. Se le dice a Cristo que tome Su trono. “Siéntate a mi diestra.” El cetro es colocado en Su mano. “Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder.” Y luego se hace una pregunta: “¿Dónde está Su pueblo?” Pues un rey no sería rey sin sus súbditos. Aun el título más elevado de realeza no es sino algo vacío, si no hay súbditos que constituyan su plenitud. ¿Dónde, entonces, encontrará Cristo eso que será la plenitud de Él, que lo llena todo en todo? La gran ansiedad que tenemos no es acerca de si Cristo es rey o no; sabemos que lo es. Él es Señor de la creación y de la Providencia.

Nuestra ansiedad es acerca de Sus súbditos. A menudo nos preguntamos: “oh, Señor, ¿dónde encontraremos a Tus súbditos?” Cuando hemos predicado a corazones endurecidos y hemos profetizado a huesos secos, nuestra incredulidad dice a veces: “¿dónde encontraremos hijos para Cristo? ¿Dónde encontraremos a las personas que van a constituir los súbditos de Su imperio?” Todos nuestros temores son apaciguados por este pasaje: “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad, desde el seno de la aurora.” Y por la segunda promesa: “Tienes tú el rocío de tu juventud.” Estos pensamientos son puestos aquí para mitigar las ansiedades del pueblo creyente de Dios y para permitirle que vea cómo Cristo será ciertamente rey y que nunca le faltará una multitud de súbditos.

En primer lugar, aquí hay una promesa relativa a Su pueblo. Y en segundo lugar, aquí hay una promesa relativa al propio Cristo. Que Él será un Cristo tan fuerte, tan lozano, tan nuevo y tan poderoso como siempre.

I. Primero, consideraremos LA PROMESA HECHA AL PUEBLO DE CRISTO. “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad desde el seno de la aurora.” Aquí hay una promesa de tiempo: “en el día de tu poder.” Aquí hay una promesa de pueblo: “Tu pueblo.” Aquí hay una promesa de disposición: “Tu pueblo se te ofrecerá.” Aquí hay una promesa de carácter: “Tu pueblo se te ofrecerá en la hermosura de la santidad.” Y aquí hay una figura majestuosa que muestra la manera en que serán atraídos. Mediante una atrevida metáfora, se dice que saldrán tan misteriosamente como las gotas del rocío desde el seno de la aurora. No sabemos cómo, pero serán producidos por Dios. “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, en la hermosura de la santidad.” Desde el seno de aurora vendrán.

1. Primero, aquí tenemos una promesa relativa al tiempo. Cristo no reúne a Su pueblo cada día, sino en un día en especial, el día de Su poder. No es en el día cuando el hombre se siente con mayor fuerza que las almas son congregadas, pues, ¡ay!, los siervos de Dios a veces predican hasta que su autocomplacencia les dice que han sido sumamente elocuentes y poderosos, y que, por lo tanto, los hombres deben ser salvados: pero no hay ninguna promesa de que en el día de nuestro poder, veremos que los hombres se reúnen alrededor de Cristo.

También hay momentos en los que el pueblo pareciera tener un gran poder de buscar a Dios y en los que tiene el poder de oír, pero no hay ninguna promesa que justo cuando reine la excitación y cuando la criatura parezca tener poder, que ese día será el día de la convocatoria de Dios. Es “en el día de tu poder,” y no en el día del poder del ministro, ni de los oyentes.

El día del poder de Dios: ¿cuándo es? Entendemos que es el día cuando Dios derrama Su propio poder sobre el ministro, de tal forma que los hijos de Dios son reunidos por su predicación.

Hay momentos, amados hermanos, cuando el siervo llamado del Dios viviente no tendrá nada que hacer en la predicación excepto simplemente abrir su boca y dejar que las palabras fluyan. Escasamente tendrá que detenerse para pensar, sino que más bien los pensamientos serán inyectados en su mente y mientras predica sentirá que hay un poder que acompaña su palabra. Sus oyentes también lo discernirán. Algunos de ellos sentirán como si estuvieran sentados junto a un mazo que golpea sus corazones. Otros sentirán como si la verdad se introdujera furtivamente en sus corazones para matar toda incredulidad, de una forma tal que no podrían resistir ese poder bendito. Sucederá a menudo que los hijos de Dios encontrarán que la Palabra va acompañada de una influencia y de un poder irresistibles.

Habían escuchado previamente a ese ministro, y confiaron en haber sido edificados y bendecidos, pero en ese día había una fuerza especial en el mensaje (cada palabra cayó en tierra buena), cada golpe llegó a su destino. No hubo ninguna flecha lanzada que no hubiera llegado al centro del alma, no hubo una sola sílaba predicada que no hubiera sido como la Palabra del propio Jehová hablando ya sea desde el Sinaí o desde el Calvario. ¿Han conocido tiempos así? Ah, esos son tiempos cuando Dios, por la manifestación de Sí mismo, se agrada en iluminar a Sus hijos, en reunir a Su pueblo y en hacer dispuestos a los pobres pecadores.

Hay también un día de poder en el corazón de cada pecador. Pues, ay, el día general de poder que ocurre en nuestra congregación pasa por alto a muchos (muchos por quienes tenemos que llorar); mientras cientos derraman lágrimas de penitencia, otros cientos están sentados de manera impasible e inconmovible. Mientras algunos corazones saltan de puro gozo, otros están aprisionados por los grilletes de la ignorancia y están durmiendo el sueño de la muerte. Mientras Dios está derramando Su Espíritu hasta llenar al borde algunos corazones, listos para estallar, hay otros que están secos, sin ninguna gota de humedad celestial. El día del poder de Dios es un día de poder personal en nuestras almas, como el día de Zaqueo cuando el Señor le dijo: “date prisa, desciende.”

No es un día de argumento de hombre sino un día del poder omnipotente, pues Dios está trabajando en el corazón. No es un día de iluminación intelectual, un día de simple instrucción, sino un día en el que Dios entra en el corazón y con una mano poderosa doblega la voluntad y la vuelve como quiere; hace que el juicio juzgue correctamente, que la imaginación piense como debe hacerlo y guía a toda el alma hacia Sí mismo. ¿Has pensado alguna vez en qué poder es ese que Dios ejerce en el corazón de cada individuo? No hay ningún poder como ése. ¿Acaso podrá el hombre mandar a las poderosas cascadas que se congelen y se junten en cúmulos? Si le obedecieran, no habría realizado un milagro ni la mitad de poderoso como ese que Dios obra en el corazón, cuando ordena a las inundaciones de pecado que cesen de fluir. ¿Acaso podría yo ordenar al volcán Etna, con sus llamas y su humo, que cese sus ebulliciones? Y si llegara a aquietarse de inmediato, yo no habría hecho una obra tan poderosa como cuando Dios habla a un espíritu hirviente, enviando fuego y humo, y le ordena que se detenga.

El Dios eterno exhibe más poder cuando vuelve a un pecador del error de sus caminos, que en la creación de un mundo o en la sustentación de un universo. En el día del poder de Dios, el pueblo de Dios será un pueblo dispuesto. Amados hermanos, nosotros también esperamos un día de poder en el período venidero del reino de Jesucristo. Entiendo que vendrá un tiempo cuando los más débiles de nosotros serán como David, y cuando David será como un ángel del Señor. Se acerca el tiempo cuando cada pobre ministro ignorante predicará con poder, y cuando cada hijo de Dios estará lleno del conocimiento de Dios. Esperamos el feliz día cuando venga Cristo y haga que el conocimiento del Señor se difunda tan rápidamente que cubrirá la tierra como las aguas cubren el mar.

A menudo nos alegramos con este tema: bien, si laboramos en vano y gastamos nuestras fuerzas a cambio de nada ahora, no sucederá lo mismo siempre; vendrá el día cuando el viento fresco del Espíritu llenará las velas de la iglesia y la hará navegar con rapidez; cuando la débil mano del ministro será tan poderosa como la mano del guerrero cristiano más valeroso que haya blandido jamás la espada del Espíritu; cuando cada palabra de Cristo será como ungüento derramado, esparciendo su perfume sobre un mundo pecador; cuando no predicaremos nunca un sermón que no tenga efecto; cuando, como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, dará fruto para la gloria de Dios; ese fruto es la destrucción de los ídolos y el derrumbamiento de todas las religiones falsas. ¡Día feliz, ese día de poder! ¡Cristianos! ¿Por qué no oran por ese día? ¿Por qué no piden a Dios que dé poder a Su pueblo, y que Cristo venga con presteza y encuentre a Su pueblo dispuesto?

Hay, sin embargo, otra traducción para estas palabras. Calvino las traduce: “en el tiempo de la reunión de su ejército,” “au jour des montres” “en el día de la revista.” A veces ustedes dicen: “¡oh!, si ocurriera una gran contienda, ¿dónde serán encontrados los hombres que luchen por Cristo?” Hemos escuchado a creyentes tímidos que dicen: “oh, me temo que si viniera la persecución, encontraríamos a muy pocos valientes por la verdad; pocos ministros se adelantarían valerosamente para sostener el Evangelio de Cristo.” ¡No hay tal cosa, creyente! El pueblo de Cristo estará dispuesto en el día de los ejércitos de Dios. Dios no ha tenido que pelear nunca una batalla en la que pudiera decir: “no tengo soldados de reserva.” Dios no ha tenido nunca una ardua campaña en la que Sus ejércitos hayan sido insuficientes.

Una vez, el profeta dijo: “Después alcé mis ojos y miré, y he aquí cuatro cuernos. Y dije al ángel que hablaba conmigo: ¿Qué son éstos? Y me respondió: estos son los cuernos que dispersaron a Judá, a Israel y a Jerusalén. Me mostró luego Jehová cuatro carpinteros. Y yo dije: ¿Qué vienen éstos a hacer? Y me respondió, diciendo: Aquéllos son los cuernos que dispersaron a Judá, tanto que ninguno alzó su cabeza; mas éstos han venido para hacerlos temblar, para derribar los cuernos de las naciones que alzaron el cuerno sobre la tierra de Judá para dispersarla.” Zacarías 1: 18-21. Dios tenía suficientes hombres para derribar los cuernos, y para construir Su casa, había cuatro hombres; y Él tenía el tipo adecuado de hombres, listos para hacer Su trabajo; pues los “carpinteros” estaban listos. Siempre que la lucha se aproxime, Dios encontrará a Sus hombres. Siempre que la batalla vaya a comenzar, Dios encontrará a hombres valerosos por la verdad. Nunca teman que Dios vaya a descuidar Su iglesia. “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de la batalla de Dios.” ¿Estás asumiendo alguna empresa noble? ¿Acaso dices: “Aquí hay un gran empeño por evangelizar al mundo: dónde encontraremos a la gente?” La respuesta es: “El pueblo de Dios se ofrecerá voluntariamente en el día de Sus ejércitos.”

Algunos maestros de escuelas dominicales se están quejando que en sus iglesias no pueden encontrar suficientes personas para cubrir su distrito. ¿Por qué no? Porque no tienen suficiente pueblo de Dios, pues el pueblo de Dios está dispuesto en el día de Sus ejércitos. Nosotros nos hemos quejado porque no podemos conseguir ministros para evangelizar. ¿Por qué no? Porque no están imbuidos plenamente del Espíritu del Señor, pues Su pueblo estaría dispuesto en el día de los ejércitos de Dios, cuando se le necesite. Ellos siempre tienen corazones dispuestos, que están listos para la batalla. No dicen: “debo consultar a carne y sangre.” No, allí está el estandarte; ¡adelante soldados de Dios! Allí está la batalla; ¡desenvainen las espadas! Ellos están listos de inmediato para la batalla. Siempre están listos en el día de los ejércitos de Dios. Amados, no teman la lucha; no tengan miedo de emprender algo; tampoco piensen que la plata y el oro serán escasos: “Tu plata y tu oro son míos, y los millares de animales en los collados.”

Independientemente de cuál sea el peso de sus ideas, no piensen que fracasarán. El pueblo de Dios se presentará voluntariamente cuando Él requiera de su ayuda. Nosotros creemos firmemente en esa verdad; pero debemos esperar el día de Dios; debemos orar por el día de Dios; debemos tener esperanza al respecto de ese día; y cuando venga, Dios encontrará a Su pueblo dispuesto, como debe estarlo.

2. Además, tenemos aquí la promesa de un pueblo, “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder”; nadie más lo hará. Aquí hay una promesa que Cristo siempre tendrá un pueblo. En las épocas más oscuras, Cristo siempre ha tenido una iglesia; y si vienen tiempos más oscuros todavía, el tendrá todavía a Su iglesia. ¡Oh!, Elías, tu incredulidad es una insensatez. Tú dices: “y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.” No, Elías, en esas cuevas de la tierra, Dios tiene a Sus profetas, escondidos en grupos de cincuenta en cincuenta.

Tú también, pobre cristiano incrédulo, en algunos momentos tú dices: “y sólo yo he quedado.” ¡Oh!, si tuvieras ojos para ver, si pudieras viajar un poco, tu corazón se alegraría al descubrir que a Dios no le falta pueblo. Mi corazón se alegra al descubrir que Dios tiene una familia en todas partes. A cualquier parte que vayamos, encontramos corazones verdaderamente sinceros: hombres llenos de oración. Yo bendigo a Dios porque puedo decir, en relación a la iglesia en cualquier parte donde vaya, aunque no sean muchos, hay unos cuantos que suspiran y gimen por los dolores de Israel. Hay grupos de elegidos en cada iglesia, hombres verdaderamente sinceros que están esperando y están listos para recibir a su Señor, que claman a Dios para que les envíe tiempos de refrigerio de la presencia del Señor.

No estén tristes; Dios tiene un pueblo, y ese pueblo está dispuesto ahora; y cuando llegue el día del poder de Dios, no hay temor acerca del pueblo. La religión puede encontrarse en un punto bajo, pero nunca ha estado en un nivel tan bajo que la nave de Dios pueda encallar. Podría casi llegar a ese nivel, pero el diablo nunca será capaz de atravesar el río de la iglesia de Cristo a pie enjuto. Siempre encontrará agua en abundancia corriendo por ese canal. Dios nos dé gracia para que podamos buscar a Su pueblo, creyendo que está por todas partes, pues la promesa es, “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder.”

3. A continuación llegamos a la disposición. El pueblo de Dios es un pueblo dispuesto. Adam Clarke dice: “Este versículo ha sido pervertido lamentablemente. Se le ha considerado como que está señalando la operación irresistible de la gracia de Dios en las almas de los elegidos, volviéndolos dispuestos a recibir a Cristo como su Salvador.” Una doctrina que descarta plenamente. Bien, mi querido Adam Clarke, estamos extremadamente agradecidos contigo por tu observación, pero al mismo tiempo pensamos que el texto no ha sido “lamentablemente pervertido.” Nosotros creemos que el texto has sido utilizado muy adecuadamente para mostrar que Dios hace a los hombres dispuestos. Pues si leemos nuestras Biblias correctamente, entendemos que los hombres, por naturaleza, no están dispuestos; pues hay un texto que a ustedes les gusta mucho, que nosotros creemos que no les pertenece, y que dice: “y no queréis venir a mí para que tengáis vida.” Y hay otro texto que nos gustaría poner en tu mente y en la de tus hermanos: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere.” Si ustedes recordaran eso, creemos, aunque el texto no lo enseña, podrían al menos tener algún respeto por la doctrina; pero dice, que el pueblo de Dios estará dispuesto en el día del poder de Dios; y si lo leemos como simples ingleses, lo consideramos una promesa que Dios producirá un pueblo que estará lo suficientemente dispuesto en el día de Su poder; y del hecho que nadie está dispuesto por naturaleza, inferimos de este texto que habrá una obra de Su gracia que hará que los hombres estén dispuestos en el día del poder de Dios.

No sabemos si ustedes consideran eso como una lógica adecuada. Nosotros creemos que lo es. Hemos sido acusados de no tener ninguna lógica, y no estamos particularmente preocupados por ello, pues preferimos tener lo que los hombres llaman dogmatismo, que lógica. A Cristo le corresponde demostrar y a nosotros predicar. Le dejamos el argumento a Cristo; en cuanto a nosotros, únicamente tenemos que afirmar lo que vemos en la Palabra de Dios. El pueblo de Dios será un pueblo dispuesto.

Yo predico a muchos de ustedes, un número incontable de veces. Les hablo del infierno; les pido que huyan de él; les hablo de Cristo; les pido que Lo miren, pero ustedes están renuentes a hacerlo. ¿Qué concluyo yo de eso? O que el día del poder de Dios no ha venido todavía, o que ustedes no pertenecen al pueblo de Dios. Cuando predico con poder, y la palabra es repartida con unción, si los veo inconmovibles e indecisos, reacios a entregarse a Jesucristo, ¿qué es lo que digo? Bien, temo que esos no pertenecen al pueblo de Dios, pues el pueblo de Dios es un pueblo dispuesto en el día de Su poder, deseoso de someterse a la gracia soberana, a ponerse en las manos del Mediador, a colgar simplemente de Su cruz para la salvación.

Yo pregunto de nuevo, ¿qué es lo que lo ha vuelto dispuesto? ¿Acaso no debió haber sido algo de la gracia, lo que ha cambiado su voluntad? Si el albedrío del hombre fuera enteramente libre para hacer el bien o el mal, los conjuro, amigos míos, para que respondan esto: si así fuera, ¿por qué no se vuelven a Dios en este preciso instante, sin ninguna ayuda divina? Es porque ustedes no están dispuestos, y se requiere de la promesa que el pueblo de Dios estará dispuesto en el día de Su poder.

Yo creo que esta palabra tiene su aplicación no sólo en lo relativo a que quieran ser salvados, sino que estén dispuestos a trabajar después que son salvados. ¿Han conocido alguna vez a algún ministro que predicó un domingo, pero que en la reunión de oración del lunes por la noche daba la impresión que hubiera preferido estar en casa? Y si estuviera programada una conferencia para el jueves, ¿acaso no se presentó, pobre hombre, como si tuviera que desempeñar algún deber enormemente difícil? ¿Qué pensarían de tal hombre? Pues pensarían que él no pertenece al pueblo de Dios, de lo contrario estaría dispuesto. Algunas personas vienen a la casa de Dios, pero vienen exactamente de la manera que lo hace el negro esclavo cuando va al lugar de sus azotes; no les gusta, y se alegran cuando se marchan de nuevo. Pero qué decimos del pueblo de Dios:

“Hacia sus atrios con gozos desconocidos,
Se dirigen las tribus sagradas.”

Son un pueblo dispuesto. Hay un gran grupo. La Iglesia de Dios requiere alguna ayuda. Un hombre reparte algo sin importancia como siempre lo hace para mantener su respetabilidad. Ustedes no piensan que exhiba el espíritu de un cristiano, porque no está dispuesto; pero el pueblo de Dios está dispuesto; todo lo que hace, lo hace voluntariamente, pues es constreñido, no por compulsión, sino únicamente por gracia.

Estoy seguro que todos nosotros podemos hacer mejor las cosas cuando estamos dispuestos que cuando somos forzados a hacerlas. Dios ama los servicios de Su pueblo, porque lo hace voluntariamente. Hacer la tarea voluntariamente es la esencia del Evangelio. Dios se deleita en tener como siervo a un pueblo dispuesto. Él no quiere tener esclavos para agraciar Su trono, sino hombres libres, quienes, con alegría y gozo, estén dispuestos en el día de Su poder.

4. Escasamente tendremos el tiempo suficiente para una discusión del texto completo, pero brevemente debemos notar el carácter de este pueblo así como sus disposiciones. “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder.” “Ellos estarán dispuestos en la hermosura de la santidad.” Así es como estarán vestidos: no simplemente en santidad, sino en la hermosura de la santidad, pues la santidad tiene su hermosura, sus joyas, sus perlas; y ¿cuáles son éstas? Ellos estarán vestidos en la hermosura de la santidad de la justicia imputada y la gracia impartida.

El pueblo de Dios, en sí mismo, es un pueblo deforme; de aquí que deba recibir la gracia. El estándar de la belleza es la santidad. Si un ángel descendiera del cielo, y llevara a Dios a la criatura más bella que pudiera encontrar, no escogería las rosas de la tierra, no recogería sus lirios, sino que subiría al cielo el carácter hermoso de un hijo de Dios. Donde encontrara a un héroe abnegado, donde descubriera a un cristiano desinteresado: a un ardiente discípulo, el ángel lo tomaría exclamando: “Grandioso Dios, aquí hay hermosura; tómala, esta es Tu hermosura.”

Cuando paseamos y admiramos las estatuas y otras obras parecidas, decimos: “¡qué belleza!”, pero el cristiano tiene la verdadera belleza: la hermosura de la santidad. ¡Oh!, ustedes que son jóvenes, ustedes que son alegres, ustedes que son orgullosos, ustedes piden belleza, pero ¿saben ustedes que todas las bellezas de esta tierra no pueden traerles ningún bien, pues ustedes tienen que morir y llevar una mortaja?

“El tiempo te robará tu lozanía,
La muerte te arrastrará a la tumba.”

Pero si tienes la hermosura de la santidad, ésta aumentará y se tornará más hermosa y más hermosa, y entre los bellos ángeles, tú, tan bello como ellos, estarás revestido de la justicia de tu Salvador. “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente” para pasar al frente, y será el pueblo adecuado; será un pueblo santo, vestido con toda “la hermosura de la santidad.”

5. Ahora, hay una intrépida metáfora que debemos explicar en último lugar. El texto dice: “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder en la hermosura de la santidad.” Ahora ustedes entienden eso, pero ¿qué significan las siguientes palabras: “desde el seno de la aurora?” “Pues, desde el primer período de sus vidas,” dicen los comentaristas: “el pueblo de Dios será dispuesto.” No, no significa eso; hay una figura atrevida y brillante aquí. Se pregunta: ¿de dónde procederán? ¿Cómo será traído el pueblo de Dios? ¿Qué medios serán empleados? ¿Cómo se llevará a cabo? La sencilla respuesta es ésta. ¿Nunca has visto las gotas de rocío resplandecientes sobre la tierra? Y ¿nunca te preguntaste: “de dónde procede este rocío? ¿Cómo llegaron hasta aquí, tan infinitas en número, tan pródigamente esparcidas por doquier, tan puras y brillantes?” La naturaleza susurró la respuesta: “vinieron desde el seno de la aurora.” Así vendrá el pueblo de Dios, tan silenciosamente, tan misteriosamente, tan divinamente, como si viniera “desde el seno de la aurora,” como gotas de rocío.

La filosofía se ha esforzado por descubrir el origen del rocío, y tal vez lo ha adivinado; pero para el oriental, uno de los grandes enigmas era, ¿de qué seno procedía el rocío? ¿Quién es la madre de esas gotas perladas? Entonces, así vendrá misteriosamente el pueblo de Dios. Quien lo mire pasar por el camino dirá: “no había nada en la predicación de ese hombre; yo pensé que necesitaba oír a un orador; este hombre ha sido hecho el instrumento de la salvación de miles de personas, y yo pensé que necesitaba oír a un hombre elocuente, pero he escuchado a muchos grandes predicadores, mucho más inteligentes e intelectuales que él; ¿cómo fueron convertidas estas almas?” “Pues, han venido desde el seno de la aurora,” misteriosamente.

Nuevamente, las gotas del rocío: ¿quién las hizo? ¿Acaso los reyes y los príncipes se levantan y sostienen sus cetros, y ordenan a las nubes que derramen lágrimas, o las asustan hasta el llanto por medio de la percusión de un tambor? ¿Acaso marchan a la batalla los ejércitos para forzar al cielo a ceder sus tesoros, y dispersar sus diamantes con generosidad? No; Dios habla; Él susurra al oído de la naturaleza, que llora de alegría por las buenas noticias que la aurora se aproxima. Dios lo hace; no se emplea ninguna agencia aparente, ningún trueno, ningún rayo; Dios lo ha hecho.

Así es como será salvado el pueblo de Dios; ellos provienen del “seno de la aurora” llamados divinamente, traídos divinamente, bendecidos divinamente, contados divinamente, esparcidos divinamente por la superficie entera del globo, divinamente refrescantes para el mundo, ellos proceden del “seno de la aurora.”

Ustedes habrán podido advertir en la aurora qué multitud de gotas de rocío hay, y tal vez se han preguntado: “¿de dónde proviene tan grande multitud?” Nosotros respondemos: el seno de la aurora es capaz de diez mil nacimientos de una vez. Así, “desde el seno de la aurora” vendrán los hijos de Dios. No se oye ninguna lucha, ningún dolor, ningún grito, ninguna agonía; todo es secreto; pero ellos vendrán frescos “desde el seno de la aurora.” La figura es tan bella que las palabras no logran explicarla. Sólo tienen que levantarse temprano una mañana cuando el sol está comenzando a disparar sus rayos de luz en el cielo, y mirar los campos resplandecientes de rocío, y preguntarse: “¿de dónde viene todo esto?” La respuesta es, vino “desde el seno de la aurora.” Así, cuando descubran que multitudes son salvados, y los vean venir tan misteriosamente, tan suavemente, tan divinamente, y sin embargo, tan numerosamente, únicamente los podrán comparar al rocío de la mañana. Ustedes preguntan: “¿de dónde vienen éstos?” Y la respuesta es, han venido “desde el seno de la aurora.”

II. Ahora, la segunda parte del texto es la más dulce, y debemos detenernos un momento en ella. Hubo una promesa hecha a Cristo relativa a Su pueblo, y eso apacigua nuestros temores en relación a la Iglesia. Y aquí hay OTRA PROMESA HECHA A CRISTO: “Tienes tú el rocío de tu juventud.” ¡Ah!, creyente, esta es una grandiosa fuente para el éxito del Evangelio, que Cristo tenga el rocío de Su juventud. Ciertos líderes, en sus días de juventud, han conducido a sus tropas a la batalla, y por la fuerza de su voz, y la fortaleza de sus cuerpos, han inspirado con valor a sus hombres; pero el viejo guerrero tiene sus cabellos grises; comienza a estar decrépito, y ya no puede guiar a los hombres a la batalla. No sucede así con Cristo. Él tiene todavía el rocío de Su juventud. El mismo Cristo que condujo a Sus tropas a la batalla en Su primera juventud, las conduce ahora. El brazo que hirió al pecador con Su palabra, hiere ahora; está tan lleno de energía como lo estuvo antes. El ojo que miró a Sus amigos con alegría, y a Sus enemigos con una mirada sumamente dura y altiva; ese mismo ojo nos está mirando ahora, con intensidad, como aquella mirada de Moisés (que nunca se oscureció). Él tiene el rocío de Su juventud.

¡Oh!, nos deleita pensar que Cristo fue “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos,” en Su juventud, lleno del poder del Todopoderoso, y Él es exactamente lo mismo ahora. Él no es un viejo Cristo, un Cristo gastado, sino que todavía es nuestro líder. Él es tan joven como siempre. El mismo rocío, la misma frescura, se encuentran en torno a Él. Ustedes oyeron que se ha dicho de un cierto ministro: “en sus años más jóvenes había mucha frescura a su alrededor, pero se está volviendo viejo y comienza a repetirse a sí mismo.”

Nunca sucede así con Cristo; Él siempre tiene el rocío de Su juventud. Él, que habló de tal manera que: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”, otra vez, cuando venga para hablar de nuevo, hablará exactamente como lo hizo antes. Él tiene el rocío de Su juventud personalmente.

Así también doctrinalmente, Cristo tiene el rocío de Su juventud. Usualmente, cuando una religión comienza, es muy exuberante, pero luego declina. Miren a la religión de Mahoma. Por más de cien años amenazó con subvertir reinos, y trastocar el mundo entero, pero ¿dónde están las espadas que relucieron entonces? ¿Dónde están ahora las manos dispuestas que hirieron a los enemigos de Mahoma? Bien, su religión se ha convertido en algo viejo y acabado; a nadie le preocupa eso; y el turco, sentado en su diván, con sus piernas cruzadas, fumando su pipa, es la mejor imagen de la religión musulmana: vieja, enferma, decadente.

Pero la religión cristiana, ¡ah!, es tan fresca como cuando comenzó en su cuna en Jerusalén; es tan robusta, tan vibrante y tan poderosa, como cuando Pablo la predicó en Atenas, o Pedro en Jerusalén. No es una religión vieja. Ni una sola de sus partículas se ha vuelto vieja, aunque han transcurrido cientos de años. ¡Cuántas religiones han muerto desde que comenzó la religión de Cristo! ¡Cuántas se han alzado, como hongos en una noche! Pero, ¿acaso no es la religión de Cristo tan nueva como lo ha sido siempre? Les pregunto a ustedes, que peinan canas, ustedes han conocido a su Señor en su juventud, y consideraron que Su religión era dulce y preciosa; ¿la encuentran inútil ahora? ¿Encuentran ahora que Cristo ya no tiene sobre Sí el rocío de la juventud? No; ustedes pueden decir, “Dulce Jesús, el día que toqué por primera vez Tu mano, el día de mis esponsales, pensé que eras todo codiciable; y Tú no eres como un amigo terrenal: no has envejecido; eres tan joven como siempre. Tu frente no muestra ninguna arruga; Tus ojos poseen todo el brillo. Tus cabellos son negros todavía, con la negrura del cuervo, y no han emblanquecido con la edad; todavía eres inconmovible, inalterado, sin importar todos los años que te he conocido.”

Bien, amados hermanos, ¿ven qué aliento es esto para nosotros, en la propagación del reino de nuestro Señor, que no estamos predicando algo viejo que ya caducó, sino una religión que tiene el rocío de su juventud en ella? La misma religión que pudo salvar a tres mil en Pentecostés, puede salvar a tres mil ahora. Yo predico la antigua doctrina, pero es tan nueva como cuando salió del tesoro del cielo. La imagen y la inscripción son tan claras, y el metal es tan brillante y reluciente como siempre. Yo poseo una vieja espada, pero no está sarrosa; aunque ha tajado y cortado a Rahab (el dragón), sin embargo no muestra ni una sola marca de debilidad sobre ella: es tan nueva como cuando fue forjada en el yunque de la sabiduría.

El Evangelio está acompañado del mismo espíritu que tenía cuando era un Evangelio joven. Como Pedro se levantó a predicar en aquel tiempo, lo mismo pueden hacer los Pedros de ahora, y Dios les dará la misma unción. Como Pablo predicó en aquel tiempo, así lo harán los Pablos de ahora. Como Timoteo sostuvo la palabra del Señor, así la pueden sostener los Timoteos de ahora, y el mismo Espíritu Santo la apoyará.

Me temo que el pueblo de Cristo no cree en esta frase: que Cristo tiene el rocío de Su juventud. Tienen el concepto que los tiempos de los grandes avivamientos son idos. Se preguntan: y los padres, ¿dónde están? Somos propensos a exclamar: “los caballos de Israel, y sus carros.” Nadie usará jamás de nuevo el manto de Elías; nunca veremos hechos grandes y maravillosos otra vez. ¡Oh insensata incredulidad! Cristo tiene todavía el rocío de Su juventud. Está tan lleno del Espíritu Santo ahora como lo estuvo al principio, pues lo posee sin medida. Y aunque lo ha transmitido a miles de personas, todavía lo transmitirá.

Pero hacen la pregunta: “¿cómo es que la gente en estos tiempos comienza a cansarse del Evangelio, si tiene el rocío de su juventud? Bien, amados hermanos, es debido a que el Evangelio no viene a ellos en forma de rocío. ¿Acaso no oímos con frecuencia un Evangelio seco y sin médula, como un montón de huesos a los que se les ha quemado su médula? Estos huesos son muy buenos para sus teólogos que aman la filosofía, a quienes les gusta estudiar las antigüedades, y que identifican a qué animal inmundo le corresponde este o ese hueso, pero que no sirven a los hijos de Dios, pues esos huesos ya no tiene ningún alimento. Necesitamos un Evangelio cubierto de unción, lleno de sabor; y cuando el pueblo de Dios tiene eso, nunca se cansa del Evangelio, sino que encuentra un rocío y una frescura en él que son permanentes.

Ahora, si Cristo tiene el rocío de Su juventud en torno a Él, con cuánta sinceridad deberíamos proclamar Su palabra quienes somos Sus ministros. No hay nada como una poderosa fe para hacer que un hombre predique poderosamente. Si yo creo que estoy predicando un viejo Evangelio vacilante, no puedo proclamarlo con celo; pero si sé que estoy predicando un poderoso Evangelio fornido, cuya estructura no ha sido sacudida, y cuyo poder es precisamente tan grande como siempre, ¡cuán poderosamente debería predicarlo!

¡Ah!, bendito sea Dios, hay unos cuantos corazones, tan encendidos como siempre, unas pocas almas tan firmes en la causa de su Señor como lo fueron los corazones de los Apóstoles. Hay todavía unos cuantos hombres buenos y verdaderos, reunidos alrededor de la cruz. Como los hombres de David en la cueva de Adulam, hay unos cuantos valientes que se reúnen en torno al estandarte. Él no se ha quedado sin testigos, Él tiene todavía el rocío de Su juventud, y puede venir el día cuando esos que ahora están escondidos en la oscuridad, saldrán, como rocío ante el sol, reluciendo en cada arbusto, adornando cada árbol, iluminando cada pueblo, alegrando los pastos, haciendo que las colinitas canten gozosas.

Anda, cristiano, y pon esto en la forma de una oración. Pídele a Cristo que Su pueblo pueda estar dispuesto en el día de Su poder, y que siempre retenga el rocío de Su juventud.

“Cabalga, dulce Príncipe, triunfantemente,
Y ordena al mundo que obedezca.”

Prosigue, y comprueba que eres el mismo como siempre, el Dios bendito, “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos.” ¡Arriba, cristiano, arriba! ¡Lucha por tu joven Monarca! ¡Arriba, guerreros! ¡Que sus espadas brillen fuera de sus vainas! ¡Luchen por su Rey! ¡Arriba! ¡Arriba! Pues el viejo estandarte es también un nuevo estandarte. Cristo es todavía joven y todavía fresco. ¡Que el entusiasmo de su juventud los vuelva a ceñir! Otra vez, levántense, ustedes cristianos de edad avanzada, y dejen que retornen los días de su juventud, pues si Cristo tiene el rocío de Su juventud en torno a Él, les incumbe a ustedes servirle con vigor juvenil. ¡Arriba! Saliendo de su sueño ahora, denle una nueva juventud, y esfuércense por ser tan sinceros y tan celosos por Su causa como si fuese el primer día que lo han conocido. ¡Oh, que Dios vuelva dispuestos a muchos pecadores! Que quiera Él traer a muchos a Sus pies, pues ha prometido que serán dispuestos en el día de Su poder.

Nota del traductor: Este sermón lo preparó y predicó Spurgeon, mientras dormía. La historia es como sigue: la esposa de Spurgeon nos la relata en la Autobiografía que fue compilada por ella y J. W. Harrald, después de la muerte del predicador en 1892.

“Un extraordinario incidente ocurrió en esta temprana etapa de nuestra historia. Un sábado por la noche, mi amado esposo estaba profundamente perplejo por las dificultades presentadas por un texto sobre el que deseaba predicar al día siguiente. Era el Salmo 110: 3. Con su usual acuciosidad en la preparación de los sermones, él consultó todos los comentarios que poseía en aquel entonces, buscando la luz del Espíritu Santo sobre las palabras de los comentarios y sus propios pensamientos; pero, aparentemente, todo fue en vano. Yo estaba tan angustiada como lo estaba mi esposo, pero no podía ayudarle en tal emergencia. Por lo menos, yo pensé que no podría; pero el Señor tenía un gran favor reservado para mí, y me utilizó para liberar a Su siervo de una seria turbación. Se quedó trabajando hasta muy tarde, y estaba completamente exhausto y descorazonado, pues sus esfuerzos por llegar al corazón del texto eran inútiles. Yo le aconsejé que se retirara a descansar, y lo tranquilicé sugiriéndole que, si trataba de dormir, probablemente en la mañana se sentiría fresco y capaz de rendir más.

Spurgeon respondió: “si me voy a dormir, ¿me podrías despertar muy temprano, para tener el tiempo suficiente de prepararme?” Quedó satisfecho cuando yo le garanticé que yo lo despertaría. Y como un niño confiado y cansado, puso su cabeza en la almohada y durmió profunda y dulcemente de inmediato. Muy pronto, ocurrió algo maravilloso. En las primeras horas del domingo, lo oí hablando en su sueño, y me levanté para escucharlo con atención. Pronto me di cuenta que estaba tratando el tema del versículo que era oscuro para él, y estaba explicando su significado de manera clara y precisa, con mucha fuerza y frescura. Me puse a la tarea, temblando de gozo, de entender y seguir todo lo que estaba diciendo, pues yo sabía que, si yo podía entender y guardar los puntos principales del sermón, él no tendría ninguna dificultad en desarrollarlo y ampliarlo. ¡Ningún predicador tuvo jamás un oyente más atento y ansioso! No quería dejar escapar una sola palabra. No tenía ningún medio a la mano para tomar notas, así que como Nehemías, “entonces oré al Dios de los cielos,” y le pedí que pudiera yo recibir y retener los pensamientos que Él había dado a Su siervo en su sueño, y que eran singularmente confiados a mi guarda. Yo estaba acostada, repitiendo una y otra vez los puntos principales que deseaba recordar, y mi felicidad era muy grande en anticipación de su sorpresa y deleite cuando se despertara; pero estuve despierta tanto tiempo, disfrutando mi gozo, que me sobrecogió el sueño en el momento que debía despertarme, pues él se despertó con un sobresalto, y viendo el reloj, dijo: “dijiste que me despertarías muy temprano, y ve la hora que es. ¿Por qué me dejaste dormir? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?…” “Escucha, amado,” le respondí; y le dije todo lo que yo había oído. “¡Caramba! Eso es precisamente lo que necesitaba,” exclamó, “¡esa es la verdadera explicación de todo el versículo! Y ¿dices que lo prediqué en mi sueño? … Es maravilloso,” repetía una y otra vez, y ambos alabamos al Señor por tan notable manifestación de Su poder y amor. Lleno de gozo mi amado bajó a su estudio, y preparó este sermón dado por Dios, y fue predicado el 13 de Abril de 1856, en la Capilla de New Park Street. En el párrafo inicial el predicador da su propia versión de la dificultad que experimentó al tratar con el texto.”

Fuente: Autobiografía, Volumen 2, Capítulo 47, páginas 188, 189.

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