SERMÓN#6 – La personalidad del Espíritu Santo – Charles Haddon Spurgeon

by Jun 17, 2021

“Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.”

Juan 14:16-17

Puede descargar el documento con el sermón aquí

Les sorprenderá escucharme anunciar que no pretendo decir nada sobre el Espíritu Santo como el Consolador esta mañana. Propongo reservar eso para un sermón especial esta noche. En este discurso, explicaré y reforzaré ciertas doctrinas que creo que se explican sencillamente en este texto y que espero que Dios el Espíritu Santo las hagan provechosas para sus almas.

El viejo John Newton alguna vez dijo que había algunos libros que no podía leer, eran muy buenos y se veían bien, pero dijo, “son libros de medio penique, tienes que recibir gran cantidad antes de obtener algún valor. Hay otros libros de plata y otros de oro, pero tengo un libro que es un libro de papel moneda, y cada una de sus hojas es un papel moneda de inmenso valor”.

Así pues, me parece que en este texto tengo un billete de una suma tan grande que no podría predicarlo todo esta mañana debo mantenerlo aquí por varias horas antes de que pueda mostrarles el valor de esta preciosa promesa, una de las últimas que Cristo le dio a Su pueblo.

Les invito a prestar atención a este pasaje, ya que hallaremos en él algunas instrucciones en cuatro puntos, primero, concernientes a la verdadera y propia personalidad del Espíritu Santo. En segundo lugar, con respecto a las Tres Personas en la obra de nuestra salvación. En tercer lugar, encontraremos algo para establecer la doctrina de la morada del Espíritu santo en las almas de todos los Creyentes. Y, en cuarto lugar, averiguaremos la razón por la que la mente carnal rechaza al Espíritu Santo.

I. Primero que todo, veremos algunas instrucciones concernientes a la propia PERSONALIDAD DEL ESPÍRITU SANTO. Estamos muy acostumbrados a hablar sobre la influencia del Espíritu Santo y Sus operaciones sagradas y gracias, que olvidamos que el Espíritu Santo es verdadera y realmente una Persona, que es una subsistencia, un ser existente, o como los Trinitarios diríamos normalmente, una Persona en la esencia de la divinidad. Tengo miedo de que, sin darnos cuenta, hayamos adquirido el hábito de referirnos al Espíritu Santo como una emanación del Padre y del Hijo, pero no como una Persona en sí. Se que no es fácil tener en nuestra mente la idea de que el Espíritu Santo es una Persona.

Puedo pensar en el Padre como una Persona, porque Sus actos son tales que los puedo entender, puedo verlo sostener al mundo en éter, lo contemplo creando un océano nuevo a partir de la oscuridad. Sé que es Él quien formó las gotas de lluvia, quien lleva las estrellas y las llama por su nombre, puedo concebirlo como una Persona porque contemplo Sus operaciones. Puedo entender que Jesús, el Hijo del Hombre, es una Persona Real, pues es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Mi imaginación no se debe esforzar mucho para imaginárselo de bebé en Belén, o para contemplar al “varón de dolores y experimentado en quebranto”, puedo imaginar fácilmente al Rey de los mártires, pues fue acusado en el salón de Pilato y clavado en el árbol maldito por nuestros pecados.

Tampoco se me hace difícil imaginar a la Persona de mi Jesús sentándose en Su trono en el Cielo, o rodeado de nubes y usando la diadema de toda la creación, llamando la tierra al juicio convocándonos a escuchar nuestra sentencia final, pero cuando pienso en el Espíritu Santo, Sus acciones son muy misteriosas, Sus obras son muy secretas, Sus actos están tan alejados de todo lo físico que no se me hace fácil ver Su ser como una Persona, pero es una Persona.

El Espíritu Santo no es una influencia, ni emanación, ni flujo de algo que sale del Padre. Es una Persona real al igual que el Hijo de Dios, o Dios Padre. Esta mañana trataré de establecer la doctrina y mostrarles la verdad, pues el Espíritu Santo es realmente una Persona.

La primera prueba que veremos viene del Sagrado Bautismo. Déjenme llevarles al pozo, tal como he hecho con otros antes. Ahora se encuentra escondido, pero desearía que estuviese a su vista siempre. Permítanme llevarlos a la pila bautismal, donde los creyentes elevan el nombre del Señor Jesús y me escucharás pronunciar las solemnes palabras, “Te bautizo en el nombre”, nótese, “en el nombre”, no en los nombres, “del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Todo aquél que es bautizado de acuerdo a la verdadera forma de la Escritura debe ser un Trinitario, de lo contrario, su bautismo es una farsa y una mentira, y él mismo será un corrupto y un hipócrita ante Dios.

Al igual que El Padre y El hijo son mencionados, el Espíritu Santo también es mencionado y todos se consideran una Trinidad en unidad, pues se dice “en el nombre” y no en los nombres, el glorioso nombre es el nombre de Jehová, “del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Permítanme recordarles que lo mismo ocurre cada vez que se les permite dejar una casa de oración, al pronunciar la solemne bendición de despedida, invocamos en su nombre el amor de Jesucristo, la gracia del Padre y la comunión del Espíritu Santo. En consecuencia, según las tradiciones Apostólicas, hacemos una distinción manifiesta entre las Personas, demostrando que creemos en El Padre como una Persona, en el Hijo como una persona, y en el Espíritu Santo como una Persona. Sin más ninguna otra prueba en las Escrituras, pienso que estas son suficientes para un hombre sensible. Si el Espíritu Santo fuese una mera influencia, no sería mencionado junto con las otras dos entidades a las cuales todos consideramos como Personas.

Un segundo argumento surge del hecho de que el Espíritu Santo realmente ha tenido distintas apariciones en la tierra. El Gran Espíritu se ha manifestado ante el hombre, ha tomado forma a pesar de no haber sido contemplado por los hombres mortales. Ha estado oculto en apariencia, hasta que la apariencia fue notada por los ojos de todos los espectadores. ¿Ven a Jesucristo nuestro Salvador? Allí está el río Jordán, con sus bancos de arena y sus sauces en sus riberas, Jesucristo, el Hijo del Hombre, desciende a la corriente y San Juan Bautista lo sumerge bajo las aguas.

Las puertas del Cielo se han abierto, una milagrosa presencia se presenta, una luz brillante del cielo, más brillante que el sol y su grandeza, y descendiendo entre la gloria aparece algo que parece una paloma, descansa sobre Jesús, se sienta sobre Su sagrada cabeza y al igual que los antiguos pintores, coloca un halo sobre la cabeza de Jesús, así pues, el Espíritu Santo le da un resplandor a la cara de Aquél que vino a cumplir con toda la justicia, y que empieza por ende con el sacramento del Bautismo. El Espíritu Santo fue visto como una paloma, para resaltar Su pureza y Su inocencia, y descendió como una paloma del Cielo para probar que únicamente desciende del Cielo.

Tampoco es la única vez que el Espíritu Santo se manifestó en una forma visible. Recuerden que los discípulos se reunieron en el aposento alto para esperar una bendición prometida que llegará. Escuchen con atención, ¡hay un sonido como el de un poderoso viento! Llena la casa en la que se encuentran, y estos ven a su alrededor impresionados, pensando en lo próximo que vendría. Pronto aparece una luz brillante, que brilla sobre las cabezas de cada uno: lenguas de fuego se posaron sobre ellos. ¿Qué fueron estas maravillosas apariciones de viento y fuego sino una manifestación del Espíritu Santo en Su propia Persona? Me parece que el acto de la aparición manifiesta que debe ser una Persona, una influencia no podría aparecerse, un atributo no podría aparecerse, no podemos ver atributos, no podemos contemplar influencias.

Así pues, el Espíritu Santo debe ser una Persona, puesto que fue contemplado por ojos mortales y fue percibido por los sentidos de los mortales.

Otra prueba viene del hecho de que las cualidades personales son, según la Escritura, atribuidas al Espíritu Santo. Primero, permítanme leerles un texto en el cual se habla de que el Espíritu Santo tiene entendimiento. En la Primera Epístola de los Corintios, Capítulo 2, leerán: “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman, pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿Quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios”.

Acá ven un entendimiento, un poder de conocimiento se le otorga al Espíritu Santo. Ahora, si hay personas aquí cuya mente sea de una complexión tan absurda que atribuirían un atributo a otro y hablen de una mera influencia que tiene entendimiento, ¡entonces me rindo! Pero creo que todo hombre racional admitirá que cuando se dice que algo tiene entendimiento, debe ser un ser existente, de hecho, debe ser una Persona. En el capítulo 12, versículo 11 de la misma Epístola, encontrarán una voluntad asignada al Espíritu Santo. “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como Él quiere”.

Así pues, queda claro que el Espíritu tiene voluntad. No viene de parte de Dios simplemente por la voluntad de Dios, sino que tiene Su propia voluntad, que siempre busca estar en sintonía con la voluntad del infinito Jehová, más, sin embargo, es distinta y separada, por lo tanto, digo que es una Persona. En otro texto, se atribuye poder al Espíritu santo, y el poder es una cosa que sólo se le puede atribuir a un ser. En Romanos 15;13, está escrito que, “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” No debo insistir más en ello, pues ya es evidente que en dónde sea que encuentres entendimiento, voluntad y poder, también encontrarás un ser. No puede ser un mero atributo, no puede ser una metáfora, no puede ser una influencia personificada, debe ser una persona.

Pero tengo una prueba que quizás sea más contundente que cualquier otra. Se atribuyen actos y obras al Espíritu Santo, por lo tanto, debe ser una Persona. En el primer capítulo del Génesis se dice que el Espíritu se movía sobre la superficie de la tierra cuando todo era desorden y confusión. Este mundo alguna vez fue una masa de materia caótica, no había orden, era como un valle de oscuridad y sombra de muerte, el Espíritu Santo abrió Sus alas sobre él, sembró las semillas de la vida en él, los gérmenes de los que todos los seres surgieron. Impregnó la tierra para que pudiera sostener la vida.

Ahora bien, debe haber sido una Persona la que trajo orden a la confusión. Debe haber sido una entidad que rondaba por este mundo y lo convirtió en lo que es ahora. Pero, ¿No leemos algo más sobre el Espíritu Santo en la Escritura? Sí, se nos dice que “los hombres santos de la antigüedad hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” Cuando Moisés escribió el Pentateuco, el Espíritu Santo movió su mano. Cuando David escribió los Salmos y creó música con su arpa, fue el Espíritu Santo el que le dio a sus dedos su movimiento Seráfico. Cuando Salomón pronunció con sus labios las palabras de los Proverbios de Sabiduría, o cuando compuso los Cánticos de amor, fue el ESPÍRITU SANTO el que le dio las palabras de conocimiento e himnos de éxtasis.

Ah ¿y cuál fue el fuego que tocó los labios del elocuente Isaías? ¿Qué mano fue la que se posó sobre Daniel? ¿Qué poder fue el que hizo a Jeremías se lamentara tanto en su dolor? ¿O qué fue lo que dio alas a Ezequiel y lo hizo, como un águila, remontarse a los misterios y ver lo desconocido más allá de nuestro alcance? ¿Quién fue el que transformó a Amós, el pastor, en un profeta? ¿Quién le enseñó al torpe Hageo a pronunciar sus resonantes frases? ¿Quién le mostró a Habacuc los caballos de Jehová marchando sobre las aguas? ¿O quién le dio a Nahúm su ferviente elocuencia? ¿Quién hizo que Malaquías terminara su libro con el murmullo de la palabra “maldición”? ¿Quién fue, más que el Espíritu Santo? ¿Y acaso no debe haber sido una Persona la que habló a través de estos antiguos testigos? Debemos creerlo. No podemos dejar de creerlo, cuando recordemos que “los hombres santos de la antigüedad hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo”.

¿Y en qué momento el Espíritu Santo ha dejado de influenciar a los hombres? Encontraremos que aún trata con Sus ministros y con todos Sus santos. Remítanse a los Hechos y verán que el Espíritu Santo dijo “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado”. ¡Nunca escuché que algún atributo pudiera hacer tal cosa! El Espíritu Santo dijo a Pedro, “Ve al centurión, y a los que he limpiado no les llamarás común”. El Espíritu Santo tomó a Felipe y lo llevó a otro lugar luego de que haber bautizado a ese eunuco. Y el Espíritu Santo dijo a Pablo. “No irás a esa ciudad, sino que irás a otra”. Y sabemos Ananías y Safira mintieron al Espíritu Santo, pues se dijo “no le has mentido al hombre, sino a Dios”.

De nuevo, el poder que sentimos todos los días los que somos llamados a predicar, ese maravilloso encanto que hace que nuestros labios sean tan potentes, ese poder que nos da pensamientos que son como aves de una región lejana y no son propios de nuestra alma. Esa influencia que a veces siento de manera extraña, que si no me da poesía y elocuencia me da un poder que nunca antes sentí y me levanta sobre mis compañeros. La majestuosidad con la que viste a Sus ministros, hasta que en mitad de la batalla gritan, ¡ajá! Como el caballo de guerra de Job y se mueven como leviatán en el agua.

Ese poder que nos da poder sobre los hombres y hace que se sienten y escuchen como sus orejas estuviesen encadenadas, como si hubiesen caído en trance por el poder de la vara de algún mago, ese poder debe venir de una Persona, debe venir del Espíritu Santo.

Pero, queridos hermanos, ¿acaso no se dice en la Escritura, y no sentimos que es el Espíritu Santo el que regenera el Alma? Es el Espíritu Santo el que nos da vida. “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” Es el Espíritu Santo el que imparte el primer germen del a vida, convenciéndonos del pecado, de justicia y del juicio por venir. Y, ¿acaso no es el Espíritu Santo el que aviva esa llama con el soplido de Su boca y la mantiene viva, luego de que ha sido encendida? Su Creador es su Guardián. Oh, ¿Se puede decir que es el Espíritu Santo el que lucha en el corazón de los hombres, que el Espíritu Santo es el que los lleva al pie del Sinaí y luego los guía al dulce lugar conocido como el Calvario, se puede decir que es Él el que hace todas estas cosas, pero no es una Persona? Se pudiera decir, pero eso sólo lo dicen los necios, pues nunca podrá ser un hombre sabio el que considere que estas cosas las puede hacer cualquier otra persona que no sea una Persona gloriosa, una Persona divina.

Permítanme presentarles otra prueba y terminaré. Ciertos sentimientos se atribuyen al Espíritu Santo, lo cual sólo se puede entender bajo la suposición de que realmente es una Persona. En el Capítulo 4 de Efesios, versículo 30, se dice que el Espíritu Santo se puede entristecer o sentir dolor, “Y no entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, por el cual fuisteis sellados para el día de la redención”. En Isaías 63:10, se dice que el Espíritu Santo puede ser vejado, “Mas ellos se rebelaron y contristaron su santo Espíritu; por lo cual Él se convirtió en su enemigo y peleó contra ellos”. En Hechos 7:51, se lee que el Espíritu Santo puede ser resistido, “Vosotros, que sois duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, resistís siempre al Espíritu Santo; como hicieron vuestros padres, así también hacéis vosotros”.

Y en el quinto versículo del mismo libro, encontrarás que el Espíritu Santo puede ser tentado. Se nos informa que Pedro le dijo a Ananías y a Safira, “¿Cómo es que han acordado tentar al Espíritu del Señor?” Ahora bien, estas emociones no se pueden atribuir a una cualidad o emanación, debe entenderse que se relacionan a una Persona. Una influencia no se puede entristecer. Debe ser una persona la que se puede entristecer, vejar o resistir. Y ahora, queridos hermanos, me parece que he dado a entender plenamente el punto de la personalidad del Espíritu Santo.

Ahora permítanme, con toda seriedad, expresar la absoluta necesidad de ser fiel a la doctrina de la Trinidad. Conocí a un hombre, a un buen ministro de Jesucristo, creo que antes de que se desviara hacia la herejía, empezó a dudar de la gloriosa divinidad de nuestro bendito Señor, y por años predicó la doctrina heterodoxa. Entonces, un día escuchó a un viejo ministro bastante excéntrico predicando del texto, “Pero allí el glorioso Señor será para nosotros un lugar de anchos ríos y arroyos, en el que no pasarán galeras con remos, ni el barco galante pasará por allí. Sus aparejos están sueltos: no podrán fortalecer su mástil, no podrán extender la vela”.

“Ahora” dijo el viejo ministro, “no crean en la Trinidad y sus aparejos quedarán sueltos, no podrán fortalecer su mástil. Una vez que dejen la doctrina de las tres Personas, su aparejo desaparecerá. Su mástil, que debería ser un soporte para su vela, estará destartalado y temblará”. ¿Un Evangelio sin Trinidad? ¡Es como una pirámide apoyada sobre la punta! ¿Un Evangelio sin Trinidad? ¡Es como tratar de hacer una cuerda con arena! ¿Un Evangelio sin Trinidad? Entonces, Satanás puede anularlo, pero, dame un Evangelio con la Trinidad y el poder del Infierno no prevalecerá ante él. Ningún hombre podrá derrocarlo, al igual que una burbuja no puede romper una roca ni una pluma puede partir una montaña a la mitad.

“Piensen en las tres Personas y tendrán la esencia de toda la divinidad. Reconozcan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo como Uno, y todas las cosas parecerán claras. Esta es la llave de oro a los secretos de la naturaleza. Es la pista sedosa de los laberintos del misterio, y el que entienda esto, pronto comprenderá tanto como los mortales puedan saber”.

II. Ahora vamos al segundo punto, el TRABAJO UNIDO de las Tres Personas en la obra de nuestra salvación. Revisen el texto y encontrarán que se menciona a las tres Personas. “Yo”, el Hijo, “Oraré al Padre y les dará otro Consolador”. Allí están las tres Personas mencionadas, todas ellas haciendo algo para nuestra salvación. “Oraré” dice el Hijo, “Enviaré” dice El Padre, “Consolaré”, dice el Espíritu Santo. Ahora hablaremos brevemente sobre este maravilloso tema, la unidad de las Tres Personas con respecto al gran propósito de la salvación de los elegidos.

Cuando Dios hizo al hombre, Él dijo, “Hagamos al hombre,” no dijo Haré, sino “Hagamos al hombre a Nuestra imagen”. El pacto de Elohim dice “Seremos el Creador del Hombre”. Entonces, en épocas pasadas de la eternidad dijeron, “Salvaremos al hombre”. El Padre no fue el que dijo “Salvaré al hombre”, sino que las Tres Personas conjuntamente dijeron “Salvemos al hombre”. Es una fuente de consuelo para mí el pensar que no es una sola Persona de la Trinidad la que está comprometida con mi salvación, no solo es una Persona Divina quien promete que me redimirá, sino que es un glorioso Trío de Divinos y los Tres declaran de manera unida: “Salvaremos al hombre”.

Ahora, observen que aquí se habla como si cada Persona realizara un oficio separado. “Oraré”, dice el Hijo, eso es intercesión. “Enviaré”, dice El Padre, eso es donación. “Consolaré”, dice el Espíritu Santo, esa es la influencia sobrenatural. Oh, si fuese posible para nosotros ver las Tres Divinas Personas, deberíamos contemplar a una de ellas frente al Trono con las manos extendidas y exclamando día y noche, “Oh Señor, ¿cuánto tiempo más?”. Deberíamos ver a uno ceñido con Urim y Tumim, piedras preciosas en las que están escritos los doce nombres de las tribus de Israel, deberíamos verlo decirle a Su Padre: “No olvides tus promesas, no olvides tu pacto”, deberíamos escucharlo mencionar nuestras penas y dolores en nuestro nombre, pues Él es nuestro intercesor.

 si pudiésemos contemplar al Padre, no debemos verlo como un espectador apático y ocioso ante la intercesión del Hijo. Debemos verlo como alguien con el oído atento escuchando a cada palabra de Jesús y concediéndole cada petición. ¿En dónde está el Espíritu Santo en todo esto? ¿No hace nada? Oh no, está posando sobre la tierra y cuando ve un alma cansada, dice “Ve a Jesús, Él te dará descanso”. Cuando contempla ojos llenos de lágrimas, limpia las lágrimas e invita al doliente a buscar consuelo en la Cruz. Cuando ve a un creyente atosigado, toma el timón de su alma y dice las palabras de consuelo, atiende al corazón roto y sana sus heridas, y en su misión de misericordia vuela por el mundo, estando presente en todos lados.

Contemplen cómo las Tres Personas trabajan juntas. Así pues, no digan, “Estoy agradecido con el Hijo” deberían de estarlo, pero Dios Hijo no te salva más que Dios Padre. No imaginen que Dios Padre es un gran tirano y que Dios hijo tuvo que morir para hacerlo misericordioso. No fue para hacer que el amor del Padre se derramara sobre Su pueblo. Oh no, cada uno ama tanto como el otro, los Tres están juntos con el gran propósito de rescatar de la condena a los elegidos.

Pero deben prestar atención a otra cosa en mi texto que mostrará la unidad bendita de los Tres, la Persona que promete a las Otras. El Hijo dice “Oraré al Padre”. “Muy bien,” los discípulos pueden haber dicho, “Podemos Confiar en Ti por eso”. “Y Él te enviará”. Aquí pueden ver que el Hijo está realizando una promesa en nombre del Padre. “Él les enviará a otro Consolador”. Hay una promesa en nombre del Espíritu Santo también, “Y Él permanecerá con ustedes por siempre”. Una persona habla por la otra, ¿y cómo pudiera ser esto posible si hubiese algún desacuerdo entre ellos? Si uno deseara salvar y el otro no, no podrían hacer promesas en nombre del otro, pero lo que sea que el Hijo dice, el Padre lo escucha, lo que sea que el Padre promete, el Espíritu Santo lo hace, y lo que sea que el Espíritu Santo infunda sobre las almas, Dios Padre lo realiza.

Así pues, los Tres prometen mutuamente en nombre del otro. Hay un vínculo con tres nombres inscritos, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por tres cosas inmutables, así como por dos, el cristiano está asegurado más allá del alcance de la muerte y el infierno. Una Trinidad de garantías, porque hay una Trinidad de Dios.

III. El tercer punto que trataremos es la MORADA del Espíritu Santo en los Creyentes. Ahora bien, queridos hermanos, los primeros dos puntos que tratamos son asuntos de mera doctrina, pero este es un tema de experiencia. La morada del Espíritu Santo es un tema muy profundo y que tiene que ver mucho con el interior del hombre, pues ningún alma será capaz de comprender realmente lo que digo a menos que haya sido enseñada por Dios. He escuchado de un viejo ministro que le dijo a un miembro de una de las Universidades de Cambridge que entendía un lenguaje que nunca había aprendido en su vida, dijo, “Ni siquiera he visto el griego y no sé nada de latín, pero gracias a Dios puedo hablar el lenguaje de Canaán y eso es más de lo que tú puedes hacer”.

Así pues, mis queridos hermanos, ahora tengo que hablar un poco sobre el lenguaje de Canaán. Si no me pueden comprender, me temo que es porque no son de descendencia Israelita, no son hijos de Dios ni herederos del Reino de los Cielos.

En el texto se nos dice que Jesús enviará a un Consolador, quien permanecerá en los santos por siempre, quien morará con ellos y estará en ellos. San Ignacio de Antioquía solía llamarse a sí mismo Teóforo, que significa “El portador de Dios“, porque, dijo, “traigo conmigo el Espíritu Santo”. Y verdaderamente todo cristiano es un Portador de Dios. ¿Acaso no saben que son templos del Espíritu Santo? Pues Él mora en ustedes. Aquél que no es cristiano no es morada del Espíritu Santo.

Puede hablar bien, puede entender la teología y ser un fiel calvinista, será el hijo de la naturaleza finamente vestido, pero no el hijo vivo. Puede ser un hombre de profundo intelecto, de alma gigante, de una mente gigante y de una imaginación tal que pueda comprender todos los secretos de la naturaleza. Puede conocer el caminó que el ojo de un águila aún no ha visito e ir a las profundidades a las que ningún mortal ha llegado, pero no será un cristiano con todo su conocimiento, no será un Hijo de Dios con todas sus investigaciones, a menos que entienda lo que es servir de morada al Espíritu Santo en él y habitando en él, para siempre.

Algunas personas llaman a esto fanatismo, y dicen, “Eres un cuáquero, ¿Por qué no sigues a George Fox?” Bueno, eso no nos preocupa mucho, pues seguiríamos a cualquiera que siga al Espíritu Santo. Incluso él, con todas sus excentricidades, fue inspirado sin duda por el Espíritu Santo en muchas ocasiones, y en donde sea que encuentre a un hombre en quien anide el Espíritu de Dios, mi Espíritu escuchará al Espíritu que mora dentro de él y sentiremos que somos uno.

El Espíritu de Dios en el alma de un cristiano reconoce al Espíritu en otra. Recuerdo hablar con un buen hombre que insistía que era imposible para nosotros saber si teníamos al Espíritu Santo dentro de nosotros. Me gustaría que estuviese aquí esta mañana, ya que le hubiese leído esto “Pero lo conoces, pues Él mora en ti y estará dentro de ti”. Ah, ¿Piensas que no puedes decir si es el Espíritu Santo está dentro de ti? ¿Puedo decir si estoy vivo o no? Si fuese electrocutado, ¿Podría decir si fui electrocutado? Supongo que sí debería poder decirlo. El shock sería muy fuerte para hacerme saber lo que sucede. Entonces, si tengo a Dios dentro de mí, si tengo a una Deidad morando en mi pecho, si tengo al Espíritu Santo de Dios descansando en mi corazón y haciendo un templo de mi cuerpo, ¿Crees que no lo sabré? Llámenlo fanatismo si quieren, pero sé que hay algunos de nosotros que saben lo que es estar siempre, o generalmente, bajo la influencia del Espíritu Santo, siempre en un sentido, y generalmente en otro.

Cuando tenemos problemas, le pedimos guía al Espíritu Santo. Cuando no entendemos una parte de la Sagrada Escritura, le pedimos al Espíritu Santo que nos ilumine. Cuando estamos deprimidos, el Espíritu Santo nos consuela. No puedes decir cuán maravilloso es el poder de la morada del Espíritu Santo como cuando retira la mano del santo cuando toca algo prohibido, o por la manera en que lo hace realizar un pacto con sus ojos, por como aferra sus pies, porque de lo contrario resbalarían, por como refrena su corazón y evita que sea tentado.

Oh, tú que no sabes nada de la morada del Espíritu Santo, no lo desprecies. No desprecies al Espíritu Santo, pues es un pecado imperdonable. “Aquél que diga una palabra contra el Hijo del Hombre, será perdonado, pero aquél que hable contra el Espíritu Santo nunca será perdonado, ni en esta vida, ni en la siguiente”. Así lo dice la Palabra de Dios, por lo tanto, teman, pues lo último que deben hacer es despreciar las influencias del Espíritu Santo.

Pero antes de terminar con este punto, hay una frase que me complace bastante, esta es, “para siempre”. Sabían que no podía omitir eso. Estaban seguros de que no podía dejarlo pasar sin observación. “Permanecerá contigo para siempre”. Desearía que hubiese un Arminiano aquí para que terminara mi sermón, ya que tartamudearía, pues no podría decirlo de una vez, podría levantarse y decir que la traducción está mal, y luego supongo que el pobre hombre tendría que probar que el texto original también estaba mal. Ah, pero bendito Dios, podemos leer que dice “Permanecerá contigo para siempre”. Dame el Espíritu Santo una vez y no lo perderé jamás, ¡pues la eternidad no se acabará!

IV. Ahora debemos cerrar con una breve mención de la razón por la que el mundo rechaza al Espíritu Santo. Se dice que “Aquél que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce”. Entienden lo que a veces significa cuando dice “el mundo”, se refiere a aquellos que Dios pasó por alto en Su maravillosa soberanía cuando eligió a Su pueblo, los pretéritos.

Aquellos pasados por alto por la maravillosa preterición de Dios, no los reprobados que fueron condenados por algún crimen lamentable, sino aquellos que fueron pasados por alto por Dios, cuando eligió a Su elegido. Ellos no pueden recibir el Espíritu. Nuevamente, esto significa que en un estado carnal no son capaces de encontrar por sí mismos esta Divina influencia. Y por lo tanto es cierto que es “Aquél que el mundo no puede recibir”.

El mundo de los pecadores no regenerados desprecia al Espíritu Santo, “porque no lo ve”. Sí, creo que este es el gran secreto por el que muchos se ríen de la idea de la existencia del Espíritu Santo, pues no lo ven. Si le dices al mundano, “Tengo al Espíritu Santo dentro de mí”. Él dice, “No lo puedo ver”. Quiere que sea algo tangible, algo que pueda reconocer con sus sentidos. ¿Alguna vez han escuchado sobre el argumento usado por un buen cristiano contra un doctor impío? El doctor dijo que el alma no existía, y preguntó, “¿Alguna vez has visto un alma?” “No”, dijo el cristiano. “¿Alguna vez has escuchado un alma?”, “No”, respondió el cristiano. “¿Alguna vez has olido un alma?”, “No”, “¿Alguna vez saboreaste un alma?”, “No”, “¿Alguna vez has sentido un alma?”, “Sí”, respondió el hombre. “Siento que tengo una dentro de mí”. “Bien” dijo el doctor, “son cuatro sentidos contra uno, sólo tienes uno de tu parte”. “Muy bien,” dijo el cristiano. “¿Alguna vez viste el dolor?”, “No”, respondió el doctor. “¿Alguna vez has escuchado el dolor?”, “No”, “¿Alguna vez has olido el dolor?”, “No”, “¿Alguna vez saboreaste el dolor?”, “No”, “¿Alguna vez sentiste dolor?”, “Sí”, respondió esta vez el doctor. “Bueno, ya es suficiente, supongo que el dolor existe entonces, ¿no?”, “Sí”. Del mismo modo, el mundano dice que no existe el Espíritu Santo, pues no puede verlo, pero nosotros lo sentimos. Algunos dicen que es fanatismo y que nunca lo hemos sentido. Imaginen que me dicen que la miel es amarga, yo respondería “No, estoy seguro de que no la han probado. pruébenla”.

Lo mismo sucede con el Espíritu Santo, si sintieran su influencia, ya no dirían que no existe el Espíritu Santo porque no pueden verlo. ¿Acaso no hay muchas cosas de la naturaleza que no podemos ver? ¿Alguna vez han visto el viento? No, pero aun así pueden ver un huracán lanzando cosas por los aires y destruyendo casas. ¿Alguna vez han visto la electricidad? No, pero saben que existe, pues viaja a través de los cables a lo largo de miles de kilómetros y lleva nuestros mensajes, a pesar de que no pueden verla en sí, saben que existe. Del mismo modo deben creer que hay un Espíritu Santo que obra en nosotros, tanto el querer como el hacer, a pesar de estar más allá de la percepción de nuestros sentidos.

Pero la última razón por la que los hombres mundanos se ríen de la doctrina del Espíritu Santo es porque no la conocen. Si la conocieran en carne propia y reconocieran su residencia en el alma, si alguna vez hubiesen sido tocados por ella, si temblaran ante la sensación de un pecado, si sus corazones estuviesen derretidos, no habrían dudado de la existencia del Espíritu Santo.

Y ahora, queridos hermanos, la Escritura dice, “Él mora en ti y permanecerá dentro de ti”. Cerraremos con esas dulces palabras, El Espíritu Santo mora en todos los Creyentes y permanecerá con ellos.

Un comentario y un consejo para los santos de Dios y habré terminado. ¡Santos del Señor! Esta mañana han oído que el Espíritu Santo es una Persona, se ha demostrado ante sus almas. ¿Qué sigue luego de esto? Pues bien, se deduce entonces que deben ser fervientes en oración al Espíritu Santo, así como también deben creer fervientemente en el Espíritu Santo. Esta es una inferencia por la que deben levantar sus oraciones al Espíritu Santo, deben clamar fervientemente a Él, pues Él puede hacer mucho más de lo que le pueden pedir o pensar.

¿Ven a esa multitud de gente? ¿Qué la convertirá? ¿Quién hará que mi influencia penetre en esa multitud? Ahora saben que este lugar tiene una poderosa influencia, y que Dios nos bendiga, pues seguirá teniendo una influencia, no sólo en esta ciudad, sino en toda Inglaterra. Ahora disfrutamos tanto de la prensa como del púlpito, y ciertamente debo decir que antes de fin de año, más de doscientas mil de mis producciones se dispersarán por la tierra, palabras pronunciadas por mis labios o escritas por mi pluma, pero, ¿cómo se puede representar esta influencia para bien? ¿Cómo se promoverá la gloria de Dios? Únicamente mediante la oración incesante por el Espíritu Santo, invocando constantemente la influencia del Espíritu Santo sobre nosotros.

Queremos que descanse en cada página que sea impresa y en cada palabra que sea predicada. Así pues, oremos con más fervor al Espíritu Santo para que venga y nos asista en nuestras labores y que toda la Iglesia en general pueda ser avivada de ese modo y que no solo nosotros, sino el mundo entero participe del beneficio.

Ahora, para los no religiosos tengo estás últimas palabras. Tengan cuidado de lo que dicen del Espíritu Santo. No sé qué es el pecado imperdonable, y no creo que ningún hombre lo entienda, pero recuerden que la Escritura dice “Aquél que diga una palabra contra el Espíritu Santo nunca será perdonado”. No sé lo que eso signifique, ¡pero tengan cuidado! Hay peligro. Hay una fosa que nuestra ignorancia ha tapado con arena, así que caminen con cuidado, pues podrían caer en ella. Si hay algún conflicto en sus corazones, quizás vayan a la cervecería y lo olviden, quizás haya alguna voz hablando en sus almas y la desecharán.

No digo que se estén resistiendo al Espíritu Santo y que cometan un pecado imperdonable, pero tengan cuidado. Oh, no hay peor pecado en la tierra que pecar contra el Espíritu Santo. Pueden blasfemar al Padre y serán condenados a menos que se arrepientan. Pueden blasfemar al Hijo, y el Infierno será su castigo, a menos que sean perdonados, pero blasfemen al Espíritu Santo y tal como lo dice el Señor, “No hay perdón, ni en este mundo, ni en el mundo venidero”. No les puedo decir lo que eso significa, no profeso entenderlo, pero allí está.

Esta es la señal de advertencia. ¡Detente hombre, detente! Si has despreciado al Espíritu Santo, si te has reído de Sus revelaciones y desdeñado lo que los cristianos llaman Su influencia, ¡te suplico que pares! Reflexionen seriamente esta mañana, quizás algunos de ustedes hayan cometido este imperdonable pecado. ¡Deténganse! Dejen que el miedo los detenga, cálmense. No sigan haciendo lo que han hecho. ¡Aquellos de ustedes que hayan pecado y pronunciado palabras contra la trinidad, paren!

Ah, eso hace que todos paremos. Nos hace detenernos y pensar “¿Acaso lo he hecho?” Pensemos en esto y no juguemos con los actos ni con las palabras del Espíritu Santo de Dios en ningún momento.

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